Por Marat
1.-EL FASCISTA NO NACE, SE HACE
Afortunadamente, uno no nace con un bigotillo ridículo, cantando “Deutschland über alles”, hecho todo un caudillo Vigía de Occidente con voz aflautada o con el pecho henchido, los brazos en jarras y mirada al infinito, mientras proclama “La guerra es necesaria para rejuvenecer la raza y despertar a la nación”. Es un alivio que la genética no actúe de ese modo.
El efecto de la ideología dominante, las experiencias vitales, los procesos de socialización vividos por cada persona concreta, las influencias que en cada caso se reciban del entorno mediato o directo, y el modo en que todo ello se metaboliza e interioriza, modulan tanto la ideología inicial como su evolución o involución posteriores.
En el caso de las involuciones ideológicas, pocos caen, como Saulo de Tarso de su caballo en su viaje a Damasco, de forma instantánea, derribados por una luz cegadora. Uno no se acuesta un día siendo comunista y se levanta al siguiente siendo un fascista. La “conversión” es un proceso. Se empieza dudando de un elemento central de la ideología en la que se ha creído hasta entonces con mayor o menor firmeza y, más pronto que tarde, esa duda abre camino a la introducción de una nueva categoría antagónica con el pensamiento político previamente defendido. Pronto el nuevo concepto, empotrado y exógeno a la teoría general, actuará como la primera ficha que hará caer, en efecto dominó, los principios fundamentales de la ideología hace tiempo defendida.
El fenómeno rojipardo -“rossobrune” en italiano- es una tendencia que se extiende crecientemente dentro de las corrientes reformistas que aún se autodenominan comunistas, aunque hace ya muchos decenios que abandonaron un proyecto de revolución socialista, para asumir el marco del capitalismo y una propuesta de gestión más o menos progresista de su crisis.
2.-SAHRA “LA ROJA”:
Asi era conocida Sara Wagenknecht cuando comenzó su popularidad política en Alemania. Hoy es el ejemplo más notorio y reciente de proyecto rojipardo en su país. Durante años fue una de las representantes más destacadas de Die Linke en el parlamento alemán. Die Linke es el resultado de la fusión entre el PDS excomunista de Gregor Gysi y la escisión por la izquierda del SPD, el WASG de Oskar Lafontaine, pareja de Sahra Wagenknecht. En septiembre de 2023 se escindió de su partido con otros 9 diputados para crear la Alianza Shara Wagenknecht (Bündnis Sahra Wagenknecht) o BSW-Por la Razón y la Justicia y en enero de 2024 se constituyó en partido.
Al margen del personalismo de incluir el nombre de la dirigente en la denominación y las siglas de la nueva organización, las ideas de ésta, si nos atenemos al discurso político, no nuevo de Wagenknechent, son una mezcla de nacionalismo interclasista (preocupación por la situación competitiva del capitalismo industrial alemán a nivel mundial), posición antiinmigrantes y refugiados, ordoliberalismo (teoría económica alemana que legisla y regula la llamada economía social de mercado del país) y una posición abiertamente antitrans y contraria a lo que ella denomina como “minorías cada vez más extrañas”, entre las cuales no sólo incluye las diversidades sexuales sino también las étnicas.
La asociación, actualmente partido, BSW inició desde el primer momento una demanda de fondos y eligió como tesorero de la organización a Ralph Suikat, multimillonario proveniente de las tecnologías IT.
Las mutaciones de Sahra Wagenknecht y su corriente política no son nuevas. En septiembre de 2018 creó el movimiento Aufstehen (En Pie), que abandonaría 6 meses después, en marzo de 2019, alegando agotamiento físico, para añadir posteriormente que los partidos sobre los que pretendía influir su movimiento (Die Linke, Die Grünen, SPD) se habían blindado frente al mismo. Desde su origen, Aufstehen ya mostraba componentes ideológicos opuestos al marxismo que Wagenknecht dice profesar. En su manifiesto fundacional Aufstehen afirmaba “la política de asilo ha provocado una inseguridad adicional (…) Muchos ven en la inmigración sobre todo una mayor competición por los trabajos mal pagados”.
Junto a unas posiciones abiertamente racistas y xenófobas, Aufstehen promovía un nacionalismo interclasista, que bajo una apariencia obrerista, defendía el compromiso con los intereses del capitalismo industrial alemán ¿No tienen ustedes una sensación de “déjà vu” en todo esto?
En un alarde de cinismo ramplón Wagenknecht trata de justificar sus avances hacia la extrema derecha como forma de frenar a la extrema derecha original
"Estamos lanzando una propuesta para que todas las personas que están pensando en votar por AfD (los nuevos nazis alemanes), o que ya lo han hecho por ira y desesperación, no porque sean de extrema derecha, tengan ahora un lugar serio al que acudir", afirmó Wagenknecht ¿Qué podría salir mal? En realidad, Wagenknecht, en un remedo de Juan El Bautista, parece proclamar: “¡Allanad el camino de la AfD!”.
Hace tiempo Alternativa por Alemania (AfD) le rendía admiración y reconocía como próxima. La revista “Compact”, medio oficioso de la AfD, titulaba sobre ella en diciembre del pasado año: “La mejor canciller: una candidata de izquierda y derecha”. Hace meses Björn Höcke, uno de los dirigentes más nazis de dicho partido apeló a Wagenknecht durante un acto en Dresde, diciéndole “¡Te lo imploro, ven y únete a nosotros!”.
Cuando dentro de los partidos alemanes comenzó a abrirse paso la posibilidad de ilegalizar a la AfD, Wagenknecht se opuso al considerarlo “incompatible con una sociedad libre”.
Desde que los sondeos preelectorales señalan que BSW podría morder un notable porcentaje de voto de la AfD, los coqueteos de los neonazis con Wagenknecht se han acabado. No es personal sino competencia en el mercado electoral.
Tras la reunión de la AfD, que podría llegar a ser la primera fuerza política en su país, en noviembre pasado en un hotel cerca de Potsdam, con nazis “pata negra”, empresarios y dos miembros de la CDU (corriente Unión de Valores), hecho denunciado por el medio alemán Corrective.org en el artículo que aquí les enlazo, para planear la expulsión de millones de inmigrantes, y las gigantescas manifestaciones antifascistas posteriores en toda Alemania, con la consiguiente caída en intención de voto de los neonazis, Wagenknecht ha empezado a marcar distancia frente a los mismos pero no respecto a sus posiciones antiinmigrantes:
“Dinamarca demuestra que se puede poner fin a la migración incontrolada si se reducen los incentivos. En realidad, sólo el uno por ciento tiene derecho a asilo, pero casi todos se quedan. Esto está abrumando a nuestras comunidades. Y cuando empiezan las clases escolares en las que más de la mitad no habla alemán, todos los niños sufren”. (Entrevista a Sahra Wagenknecht en el Berliner Morgenpost de enero de 2024)
El pensamiento y la reciente operación política de Sahra Wagenknecht recuerda a viejas experiencias tercerposicionistas (ella prefiere definirse como “izquierda conservadora”) en la Alemania de la agonizante República de Weimar. Me refiero al frente transversal (“Querfront”) del nazi solapado Ernst Niekisch y los coqueteos del dirigente del KPD (Partido Comunista de Alemania) Karl Rádek con sectores de la izquierda nazi. No es el objetivo de este texto el análisis histórico de estas corrientes políticas, también conocidas como nacionalbolchevismo o rojipardismo, sino desenmascarar tanto el fondo de las propuestas de la señora Wagenknecht como su falso marxismo.
Centrémonos en las cuatro cuestiones involucionistas antes señaladas defendidas por esta política alemana.
Nacionalismo interclasista
Postura antiinmigrantes y refugiados
Ordoliberalismo económico
Rechazo a las identidades
2.1.-NACIONALISMO INTERCLASISTA:
Es útil conocer algunas de las tesis que defiende en su libro de 2021 “Die Selbstgerechten: Mein Gegenprogramm-für Gemeinsinn und Zusammenhalt”, que en España aparecerá posiblemente bajo el título de “Los fariseos” o bien de “Los engreídos”. Por entonces, para quienes estuvieran al tanto del devenir ideológico de la autora, su disidencia respecto a los postulados de Die Linke era ya conocida. Quienes desde dicho conocimiento siguen ensalzando su figura es porque comparten su ideario profundo.
Al no existir aún traducción española del libro tomo prestadas algunas citas del artículo, dividido en 2 partes de Iván Carrasco Andrés “Nutriendo las filas de la ultraderecha. Los arrogantes de Sahra Wagenknecht y las políticas de la identidad”. Pueden ustedes consultar ambas aquí y aquí
Son especialmente relevantes dos citas del libro de Wagenknecht que tienden a una definición cerrada de la idea de nación:
“Las identidades comunes se basan en relatos comunes que fijan valores, normas y reglas de comportamiento. Muchas tradiciones y costumbres tienen precisamente su valor en trasmitir un sentimiento de comunidad y de pertenencia, creando recíprocamente, con ello, sentimientos de lealtad”.[página 262 del mencionado libro]
“Las naciones surgen a través de una cultura y un lenguaje común, a través de valores compartidos, tradiciones comunes, mitos y relatos, pero también a través de una historia política en común”. [Ibidem pág. 302]
Llama la atención que la política alemana, que en el pasado se autoproclamó marxista, “olvide” el factor económico-social en su enunciado de los elementos a través de los que surgen las naciones.
Como cualquier estudiante de educación secundaria sabe, el término moderno de nación se constituye en entidad política a través la idea de soberanía popular (sufragio universal masculino de 1792) de la Revolución Francesa de 1789. El pueblo, hasta entonces Tercer Estado, conglomerado heterogéneo de clases y fracciones de clase (burguesía, campesinado, plebe, “brazos desnudos”-incipiente proletariado,…) que, liderados por la burguesía, y en momentos concretos del proceso enfrentados a ella por intereses contrapuestos, se constituye en nación. Excluir la heterogeneidad y las relaciones sociales bajo modos de producción concretos es un intento de homogeneizar una realidad nacional con contradicciones sociales que sólo pueden esconderse bajo la ideología dominante.
Pero volvamos sobre ambos párrafos de la ex dirigente de Die Linke. Releámoslos al compás de otro párrafo, el de “Ideas para una filosofía de la Historia de la Humanidad” de Johann Gottfried Herder, el filósofo prerromántico alemán y contrario a la Ilustración y el racionalismo, inspirador del movimiento “Sturm und Drang” (“tormenta e ímpetu”), movimiento eminentemente nacionalista, a pesar de que Herder no lo fuera.
Escuchemos cómo resuena el “Volksgeist” (“espíritu del pueblo”) de Herder en un párrafo de su obra citada:
“Así como la fuente se enriquece con los componentes, fuerzas activas y sabor propios del suelo donde brotó, así también el carácter de los pueblos antiguos se originó de los rasgos raciales, la región que habitaban, el sistema de vida adoptado y la educación, como también de las ocupaciones preferidas y las hazañas de su temprana historia que le eran propias. Las costumbres de los mayores penetraban profundamente y servían al pueblo de sublime modelo”.
Wagenknecht, al contrario que Herder, se cuida mucho de hacer referencia a lo racial, en sus palabras sobre la comunidad y la nación, que ella convierte en sinónimas. Pero hay una línea que une el nacionalismo romántico del filósofo del “Sturm und Drang”, con Fichte y su concepción de la raza germánica designada para dirigir el mundo, con Goethe, que en su juventud abrazó el irracionalista movimiento de la “tormenta e ímpetu”, contrario a la Ilustración, aunque luego atemperase su nacionalismo, con la metafísica de la voluntad de Schelling, que Nietzsche traducirá como la “voluntad de poder” y que Heiddeger, uno de los pensadores más refinados de los primeros años del poder nazi, unirá al concepto de destino, expresado en la idea de “la misión espiritual del pueblo alemán”.
El pensamiento de estos autores no es desconocido para Wagenknecht, los conoce muy bien porque ha sido una estudiosa de ellos. Tampoco ignora las consecuencias que en la primera mitad del siglo XX tuvo la influencia del romanticismo nacionalista alemán para su país, Europa y el mundo. Wagenknecht sabe muy bien que sí el nacionalismo es, en esencia, reaccionario, en el caso de Alemania su carga histórica tiene un impacto devastador.
El porqué de una visión tan cerrada del origen de la nación en Wagenknecht nace de una visión defensiva de lo nacional, de una necesidad constante de proteger a la nación de los peligros y amenazas que la acechan.
“Únicamente en una comunidad que tiene asuntos comunes tiene sentido el concepto de bien común.” [Ibidem pág. 273]
Sin un sentimiento de pertenencia que conforma a la comunidad, “la consecuencia lógica es la privatización de todos los ámbitos que eran vistos anteriormente como bienes públicos.” [Ibidem pág. 274]
Ambos párrafos son la evidencia de que en política se puede retorcer la realidad hasta convertirla en farsa y demagogia.
¿Acaso Inglaterra, Francia o Estados Unidos no son países con asuntos comunes? ¿ No entiende la señora Wagenkecht que la burguesía, la que domina en los tres países es, como viene a decir Marx, la clase que hace pasar sus intereses particulares como intereses generales de toda la nación? ¿No recuerda el texto de Marx en la Gaceta Renana titulado “Los debates sobre la Ley acerca del robo de leña”? El derecho consuetudinario de los campesinos a proveerse de leña (ramas caídas, que ya no eran del árbol) en montes comunales o privados, violados con una ley que lo prohibió mediante multas, “casualmente” cuando se estaba iniciando la industria del carbón. He ahí un caso de acumulación primitiva del capitalismo, en el que la burguesía privatizaba un derecho consuetudinario y demostraba cuál era la naturaleza del Estado nacional.
Si como afirma la señora Wagenknecht el neoliberalismo, etapa actual del capitalismo, es global y afecta a las economías de todo el mundo ¿qué garantiza que el sentimiento de pertenencia evite la privatización de lo público? ¿Acaso en Singapur, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Taiwan o Japón, los países más contrarios a lo público, lo privado no convive con un fuerte sentimiento de pertenencia? Quizá el nacionalismo no tenga la relación que ella afirma con lo público sino más bien con lo privado, en la medida en que el nacionalismo sirve para ocultar los antagonismos de clase.
“Despedirse de las tradiciones reaccionarias es algo muy diferente a festejar la disolución de la comunidad y festejar la desintegración de la sociedad en una coexistencia indiferenciada de individuos aislados, de pequeños grupos que son considerados como parte de una modernización progresista”. [Ibidem pág. 285]
Hay una concepción latente, que a lo largo de su discurso se hará manifiesta, no muy lejana en las apelaciones a lo nacional, la identidad y el sentido de pertenencia de la distinción amigo/enemigo del intelectual nacionalsocialista Carl Schmitt como determinante de lo político. Los enemigos serán todos aquellos que rompen la unidad nacional.
Si el nacionalismo es burgués, por su vocación hegemónica dentro de los marcos nacionales, en el caso de lo que Wagenknecht y su flamante organización (BSW) apuntan, lo es doblemente.
La situación de la economía alemana no atraviesa un buen momento, especialmente en lo referente al sector industrial, principal palanca de su potencia en el pasado.
La cuestión más mencionada en relación con el momento de la economía alemana es la del alto precio de la energía, lo que repercute en los costes de producción del capitalismo alemán y europeo.
Es algo de lo que Wagenknecht es muy consciente y le preocupa, según expresa en una entrevista reproducida en la publicación española Sin Permiso:
"La actual guerra económica contra Rusia es reconocidamente más perjudicial para nosotros que para el destinatario real, porque socava la competitividad de nuestras empresas”.
Las consecuencias económicas para el capital alemán derivadas de la guerra ruso-ucraniana son las que llevan a Wagenknecht a tomar una posición a favor de la paz y del fin del alineamiento de su país con los intereses de Washington en esta guerra. No la histórica posición a favor de la paz por sus consecuencias sobre una clase trabajadora a la que se divide desde supuestos intereses nacionales, que son de fracciones del capital mundial, y que significan para ella pobreza y muerte. Ésta es la posición del marxismo sobre la guerra a la que Wagenknecht y su comparsa del BSW han renunciado, en pro de una posición coyuntural favorable en primer lugar a los intereses de la burguesía alemana.
Hay otros muchos factores que explican la actual recesión económica de Alemania: pérdida de su capacidad competitiva en el mercado mundial, deslocalización de empresas, deterioro de las infraestructuras, salida de capitales y desinversión, descenso de la demanda china de productos alemanes, en un contexto de fuerte competencia de aquel país, elevada inflación, problemas derivados de una transición hacia una economía digital,…
En el artículo reproducido en Sin Permiso, titulado “Mi visión de Alemania: paz, libertad y prosperidad para todos”, Wagenknecht se ocupa de casi todos ellos.
Se puede coincidir desde posiciones ideológicas diferentes en el enunciado de los problemas de la infraestructura económica de un país en el momento presente. Otra cosa muy distinta es que se coincida en el análisis del marco sistémico global. Para un marxista, las causas no están en el neoliberalismo, fase necesaria de un capitalismo mundial senil con serios problemas presentes de realización del capital. Para Wagenknecht, si fuese posible volver a una etapa preneoliberal del capitalismo, más proteccionista, la situación económica de Alemania sería muy distinta. Si leyó a Marx no entendió nada de la dialéctica del capitalismo a través de sus sucesivas crisis.
La clave política en un contexto de crisis de onda larga (Kondrátiev) del capital alemán y mundial es definir una posición estratégica y de clase.
Desde el marxismo la posición correcta es la de clase contra clase. En ese contexto, la expresión revolucionaria no es la de dar salidas a la crisis del capital, ofrecerle alternativas económicas o explicarle de qué modo se atenúan los efectos de dicha crisis sobre la clase trabajadora -dejémosle eso al "cretinismo parlamentario"- sino la de exigir para ésta todas las medidas que puedan protegerla. Es el capital el que depaupera las condiciones de vida de la clase trabajadora.
En el marco de una posición de clase contra clase es posible admitir una alianza temporal con una pequeña burguesía y clases medias no patrimoniales, a las que hay que explicar que serán salarizadas por la concentración del capital, siempre que la orientación y el liderazgo nos corresponda a los trabajadores.
Lo que Waneknecht defiende es otra cosa muy distinta:
“Queremos ser un partido elegido tanto por los que están luchando de verdad ahora, algunos de los cuales tienen que vivir con este salario mínimo realmente ridículo, con el que no se puede vivir.
Pero también queremos ser elegidos por los artesanos, por las pequeñas y medianas empresas, porque también están siendo perjudicadas masivamente por la política de la coalición del "semáforo" (SPD-socialdemócratas, Grünen-verdes y el FDP-liberales). Muchas de ellas tienen temores existenciales, por ejemplo, si su negocio sobrevivirá o cómo podrán hacer frente a los elevados costes de la energía. En este sentido, me complace que haya partidarios y personas de este espectro que digan que el nuevo proyecto es lo que necesitamos ahora”.
Bajo el discurso de proteger a los sectores sociales empobrecidos (hace tiempo que no habla de clase trabajadora como tal) en los últimos decenios en Alemania, Wagenknecht esconde su defensa de una parte del capitalismo alemán . Según ella, la inmensa mayoría del tejido industrial. Escamotea en su discurso que éste es mayoritariamente dependiente de las grandes corporaciones alemanas. Más de 50 empresarios, a pesar de que cada nuevo ingreso es previamente estudiado, se han unido al proyecto político de Wagenknecht desde que BSW inició su andadura. Sólo una parte de ellos son pequeños y medianos industriales.
2.2.- EL EXTRANJERO COMO ENEMIGO:
Dice Wagenknecht que “cuando vienen muchos la integración deja de funcionar”.
¿De verdad Wagenknecht fue comunista alguna vez? Para quien todavía albergue dudas lo deja claro: “No hay más sitio”.
Su argumento es el de las viejas extremas derechas europeas cuando pretenden disimular su xenofobia bajo la apariencia de defender los derechos económicos de los trabajadores nacionales (los nacionales/españoles primero), aquellos por cuyos intereses jamás han peleado:
La cínica demagogia de una dirigente que se declara antineoliberal (su supuesto anticapitalismo era una máscara de la que hace mucho se desprendió) es repugnante. Hace abstracción de que son el capitalismo y su etapa neoliberal, a través de sus sucesivos gobiernos, los causantes de los recortes sociales a las clases populares nacionales y extranjeras en su país.
En la tradición marxista, de la que Wagenknecht ya no forma parte, si es que alguna vez perteneció a ella, el asilo (el propio Marx tuvo que asilarse primero en París, después en Bruselas y luego en Londres, perseguido por la reacción prusiana) y el refugio y la defensa de los derechos del inmigrante son parte inmanente de su identidad ideológica y de su práctica política.
Por lo que se refiere a la cuestión de los inmigrantes, Lenin es claro al respecto. En una carta del 9 de noviembre de 1915 al secretario de la Liga para la Propaganda Socialista, precursora del ala izquierda del Partido Socialista de América (EE.UU.), que fundaría más tarde el Partido Comunista, Lenin escribe lo siguiente:
“En nuestra lucha por el verdadero internacionalismo y contra el "socialismo patriotero", nuestra prensa denuncia constantemente a los dirigentes oportunistas del PS de América, que están a favor de limitar la inmigración de trabajadores chinos y japoneses (especialmente desde el congreso de Stuttgart de 1907, y contra sus decisiones). Creemos que no se puede ser internacionalista y al mismo tiempo pronunciarse a favor de tales restricciones. Afirmamos que si los socialistas estadounidenses, y especialmente los socialistas ingleses, que pertenecen a naciones dominantes y opresoras , no están en contra de cualquier tipo de obstrucción a la inmigración y en contra de cualquier posesión de colonias (las islas hawaianas), no lo estarán por la independencia total de las colonias, en realidad son sólo socialistas “patrioteros””. En algún caso, se ha sustituido la expresión de Lenin “socialistas patrioteros” por “jingosocialismo”. Tiene el mismo significado.
Doy por supuesto que a quienes sostienen en el presente estas posturas “patrioteras” no les sirven los argumentos de Lenin sobre el internacionalismo de clase (proletario). Considerarían su posición contraria a limitar la inmigración como “cosmopolitismo”, como hacen Wagenknecht, Fusaro, ese Savonarola de mercadillo, o su monaguillo español Monereo.
Para ellos el internacionalismo empieza y acaba en una cuestión entre naciones y, en el mejor de los casos, en declaraciones públicas a favor de corrientes que en otros países les parezcan próximas. El nacionalismo más acabado de “cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
Dice Wagenknecht en su citado libro lo siguiente:
[…] Surgió la impresión de que la prestación Hartz IV, en medida creciente, beneficiaba a personas no-pertenecientes y que nunca habían trabajado para ser beneficiarios de dicho apoyo […] Investigaciones de distintos países comprueban que una alta tasa de inmigración reduce también el aporte económico para la redistribución fiscal.[[Ibidem pág. 276-277]
El Hartz IV es el nombre por el que es conocida la prestación de desempleo Arbeitslosengenld II, destinada a los parados de larga duración alemanes o con residencia habitual en el país. Desde 2023 Hartz IV ha sido sustituido por el Bürgergeld (renta ciudadana)
En 2021, año en el que Wagenknecht escribe el libro del que hemos extraído la anterior cita, la cuantía mensual del subsidio Hartz IV ascendía a la fastuosa cifra de 446 € para una persona soltera y 401 € por persona para parejas ¡Menudo chollo de “paguita”!; así es como llaman los malnacidos fascistas españoles a tan suculento estipendio.
Para ellos, como para los nazis alemanes de la AfD es posible vivir sin trabajar con esa cuantía.
Más allá de que tal afirmación implica una forma de vida en la pobreza severa, la realidad es distinta a como la pintan los opuestos a las ayudas estatales.
La percepción del subsidio de Hartz IV y del posterior Bürgergeld está vinculado a la obligatoriedad de recibir formación para el empleo y de aceptar las ofertas de trabajo que el JobCenter le ofrezca, sean las que sean.
En el caso de compatibilizarse Hartz IV con una actividad laboral, en 2021 el salario no podía entonces exceder, para un soltero, de los 750 € mensuales. Es evidente que estamos hablando de los contratos basura temporales, conocidos como “minijobs”. De ahí que podamos extraer la conclusión de que el sistema de subsidios Hartz IV favoreció mientras estuvo vigente la precarización del mercado laboral alemán, sea para nativos o para extranjeros porque:
Difícilmente los JobCenter (las oficinas públicas de empleo y sus entidades colaboradoras privadas) iban a ofrecer un empleo a los perceptores de dicha prestación por encima de los 750 € mensuales; más bien por debajo de los mismos, ya que la mayoría de los “ minijobs” rara vez excedían de los 500 €/mes.
Esta dependencia de las prestaciones sociales favorecía la capacidad de presión y chantaje empresarial para que los trabajadores alemanes o extranjeros aceptasen unas ofertas salariales a la baja. El problema no es que los parados cobrasen subsidios sociales, por reducidos que fuesen, sino que Hartz IV fue puesto en marcha como complemento, y en paralelo, a la desregulación del mercado laboral alemán, realizada por el Gobierno de turno del Estado capitalista alemán. Así, tras la reforma laboral de 2002-2005, se introdujo en este último año Hartz IV.
Esto resulta especialmente sangrante cuando, durante todo este período, tras las inyecciones de cientos de miles de millones de euros destinados a la estabilización financiera de sus bancos y las grandes y pequeñas y medianas empresas, desde 2020 (coronavirus) el Gobierno alemán disponía, según Deutsche Welle (DW) -la cadena televisiva de Alemania para el extranjero-, de un fondo de estabilización económica de 600.000 millones destinados a reforzar la base de capital de las grandes empresas estratégicas del país y superar los problemas de liquidez de las mismas.
Wagenknecht sabe muy bien que el problema no está en la supuesta competencia por unas prestaciones sociales escasas entre trabajadores nacionales y extranjeros sino en una legislación laboral que favoreció, y sigue favoreciendo, a los intereses empresariales de su país.
Pretender ahondar las contradicciones, que existen, en el interior de la clase trabajadora, para enfrentar los intereses inmediatos de los trabajadores nacionales contra los de los extranjeros es reforzar el discurso fascista y xenófobo, envolviéndolo en un falso “bien común” nacional, con el objetivo de ocultar el permanente antagonismo capital-trabajo, que es siempre internacional, aunque se asiente en un suelo local.
Agitar el fantasma migratorio puede ser rentable electoralmente. Pero, por mucho que se empeñen los gobiernos, las extremas derechas y los neoconversos al “realismo político” rojipardo, el control migratorio es, no una utopía, sino una quimera.
A pesar del blindaje de la UE, de la colaboración, incentivada económicamente con miles de millones de euros, de Estados-tapón de las migraciones, como Turquía, Marruecos, Túnez o Libia; por mucho que las patrulleras del Frontex se dediquen en altamar a impedir el auxilio por parte de las ONGs a inmigrantes sin papeles en riesgo de hundimiento de sus frágiles embarcaciones; por grandes que sean los recortes económicos destinados al rescate de migrantes en el mar (la actual operación Tritón dispone solo de un tercio de la anterior operación Mare Nostrum); por muchas devoluciones en caliente que practiquen los Estados europeos; por inhumanas que sean las cárceles flotantes creadas (Bibby Stockholm) por el gobierno de Gran Bretaña para migrantes y solicitantes de asilo sin papeles; por muchos centros de internamiento construidos en territorio receptor o externalizados a terceros países (el gobierno italiano de la fascista Meloni ha llegado a un acuerdo de su gobierno con el de Albania para instalar en una antigua base militar en el puerto de Schengjin, en régimen de internamiento, a unos 3.000 inmigrantes llegados a Italia); a pesar de los dedos y las manos seccionados por las concertinas de la valla de Melilla, también con el progresista gobierno español, de quienes huyen de sus países por motivos políticos, religiosos o de otro tipo y quienes lo hacen escapando del hambre, continuarán por cientos de miles buscando en la fantasía del moderno Eldorado europeo la seguridad y el pan que sólo una parte de ellos encontrará.
Mientras exista el capitalismo habrá guerras, dictaduras capitalistas y gobiernos corruptos, que traerán como consecuencia muerte, destrucción y rapiña. Y ello seguirá arrastrando a millones de personas al exilio.
Mientras el mundo continúe dominado por el capitalismo, las relaciones entre el centro capitalista y su periferia serán de subordinación de la segunda a la primera y de intercambio comercial desigual, las élites de ambas sobreexplotarán a una mano de obra crecientemente empobrecida, el hambre, la depredación de los recursos naturales, la degradación ambiental y el avance de la desertificación se irán incrementando progresivamente. Y seguirá siendo así a pesar de los nuevas “murallas físicas, jurídicas y morales” del Pacto Europeo de Migraciones y Asilo. Huir de ese terrible destino no es una opción sino una imperiosa necesidad para millones de seres humanos.
Esto es ser realista y no el intentar ponerle diques al mar.
2.3.-ORDOLIBERALISMO ECONÓMICO, NO MARXISMO NI IZQUIERDA RADICAL:
Hace unos 20 años Wagenknecht se declaraba marxista. Desde 2010, sin decirlo abiertamente, empezó a ser ordoliberal.
El ordoliberalismo (su significado viene a ser el de liberalismo ordenado y su nombre deriva de la revista económica “Ordo”, ligada a los primeros pensadores de este enfoque) es la peculiar versión alemana del liberalismo económico. Esta teoría, nacida en los años treinta del pasado siglo está ligada a la Escuela de Friburgo, en Alemania. Es en la Universidad de esta ciudad donde inició sus primeros pasos. Su principal exponente fue el economista Walter Eucken.
El ordoliberalismo se sitúa en un camino intermedio entre el liberalismo más puro o “smithiano” del “laissez faire”, cuyo propio impulso condujo paradójicamente al capitalismo monopolista, y la economía mixta con participación estatal.
De raíz cristiana, el ordoliberalismo es un intento de respuesta de derechas del liberalismo conservador a las fallas de capitalismo (crisis sucesivas, inestabilidad económica, social y política). El planteamiento para lograrlo, que inició sus primeras aplicaciones a partir de 1948 con el ministro Ludwig Erhard, era el establecimiento por el Estado de unas normas que regulasen y asegurasen el funcionamiento de la economía (el componente jurídico en este modelo es clave) pero sin dirigirla ni introducir estímulos activos, al contrario que el keynesianismo, también liberal. La propiedad privada de los medios de producción está garantizada. Ludwig Erhard dio al ordoliberalismo el toque cosmético popular al denominarlo “economía social de mercado”, aunque la expresión no es exclusiva de esta escuela ni nace directamente de sus fundamentos iniciales.
El objetivo ordoliberal es la eficiencia del mercado de libre competencia capitalista, dentro de un marco estable, favoreciendo unas reglas del juego (el mercado capitalista no se autoregula) que lo garanticen e impidiendo o controlando ciertos factores limitadores o posiciones de poder determinante como la formación de monopolios y oligopolios.
En el sistema ordoliberal el Estado no interviene en los acuerdos entre empresa y trabajadores pero legitima el cierre patronal como respuesta al ejercicio de la huelga en negociaciones de convenio sin acuerdo entre las partes, lo que supone un evidente desequilibrio de fuerzas y contraviene el contenido de la Carta Social Europea.
La estabilidad social es un requisito imprescindible para un programa ordoliberal porque influye no sólo en la estabilidad política sino en el propio desarrollo económico. Pero, a diferencia del keynesianismo, el Estado no interviene inyectando dinero en la actividad económica (la realidad tras la crisis del Covid en 2020 contradijo hasta 2023 esta premisa ordoliberal) sino favoreciendo políticas de protección social mediante instrumentos impositivos que potenciasen el consenso social y político.
La tercera dimensión del ordoliberalismo es la ideológica; todo en esta escuela económica lo es. Apela a una visión moral de esfuerzo, lo que conecta con la falacia meritocrática, disciplina y emprendimiento, dentro de un fuerte sentimiento comunitario, en el que predominen valores como responsabilidad, tradición, sentido de pertenencia y solidaridad.
Como en tantas cuestiones, lo importante no son sólo los términos elegidos sino también el contenido conceptual del que se les dota. Es sabido que expresiones como responsabilidad, disciplina o solidaridad significan cosas muy distintas para un liberal y para un marxista.
Tomemos el ejemplo de los vocablos responsabilidad (inicialmente pensado por el ordoliberalismo para lograr la rentabilidad y el rendimiento de las empresas) y disciplina. Hoy en macroeconomía nos son familiares los conceptos responsabilidad fiscal y disciplina financiera. En su base se encuentra el principio sagrado ordoliberal de la estabilidad de la moneda y los precios. El fantasma que pretende conjurar es el de la inflación.
La ideología y las políticas ordoliberales han dejado, desde el origen de la Comunidad Económica Europea, una marca indeleble en la posterior política económica de la UE y de sus países miembros.
En 1992 se publicaba el Tratado de Maastricht sobre la Unión Europea o Tratado de la Unión Europea (TUE). En él se señalaban los siguientes objetivos de la unión económica y monetaria: coordinar sus políticas económicas, facilitar una supervisión multilateral de esta coordinación, respetar la disciplina financiera y presupuestaria.
En cuanto a la moneda común, el euro, que empezó a circular en 2002, se tomaban varias decisiones que, con el tiempo, mostrarían sus repercusiones sobre las políticas sociales: la convergencia de las políticas económicas nacionales (a partir del 1 de enero de 1994), la creación de una moneda única y un Banco Central Europeo (éste creó en junio de 1998 y en 2009, con el Tratado de Lisboa, adquirió la condición de Institución de la UE); y el establecimiento los criterios en materia de inflación, niveles de deuda pública, tipos de interés y tipos de cambio que deberían cumplir los países antes de adoptar el euro.
En diciembre de 1996 se produjo el acuerdo europeo sobre el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que fijaba los criterios y límites sobre déficit y deuda públicos (disciplina financiera), así como las acciones correctivas destinadas a obligar al recorte del gasto público y rebajar el endeudamiento de los Estados miembros de la UE.
Toda esta legislación europea, a la que seguiría el Pacto Fiscal Europeo de 2012, mostraría sus efectos más punitivos sobre la clase trabajadora europea en los años más duros de la crisis capitalista mundial del 2008 en forma de recortes sociales y privatizaciones de servicios públicos. He aquí la cara menos conocida y amable del ordoliberalismo alemán que, al menos desde principios de los años 90 del pasado siglo, ha marcado la política fiscal de la UE.
El modelo económico ordoliberal es el que defiende Wagenknecht. Desde al menos 2010 esta ex ciudadana de la antigua RDA, ex estudiosa de Marx, ex miembro de la plataforma comunista, una corriente interna de Die Linke, ex miembro de la socialdemócrata Die Linke, ha dado un giro copernicano hacia el ordoliberalismo. Son múltiples sus reivindicaciones tanto de la teoría como de la práctica ordoliberales.
Cuando en 2011 escribe “Libertad en lugar de capitalismo”, reeditado, revisado y ampliado en 2012 con el largo título de “Libertad en lugar de capitalismo: sobre los ideales olvidados, la crisis del euro y nuestro futuro”, ya no queda nada de su supuesto marxismo de antaño.
El libro es un encendido elogio del pensamiento en unos casos y la práctica en otros del modelo económico ordoliberal alemán y sus beneficios sociales -la economía social de mercado y su Estado del Bienestar– a través de sus tres figuras descollantes: Walter Eucken, Ludwig Erhard y Alfred Müller-Armack.
Erhard fue durante la II G.M. asesor del “Gauleiter” (líder de zona) nazi Josef Bürckel, responsable de la deportación de 5.000 judíos vieneses a Nisko (Polonia) y de 6.000 judíos de Baden y Sarre-Palatinado al campo de internamiento de Gurs (Francia). La gran mayoría de esas 11.000 personas murieron o fueron asesinadas. Esta colaboración con el nazismo no impidió que Erhard fuese nombrado ministro de Economía en 1949 con el canciller Adenauer, vicecanciller tras las elecciones de 1957, de nuevo vicecanciller y ministro de Economía tras las de 1961 y, por fin, canciller en octubre de 1963.
En el caso de Müller-Armack, éste fue miembro del NSDAP (partido nazi) desde 1933, año en el que publica “Idea de Estado y orden económico en el Nuevo Reich”, libro apologético del régimen, por su idea de “Estado fuerte”, hasta 1945. Hay que reseñar que desde 1940, en plena G.M., fue asesor del régimen y de la Wehrmacht (fuerzas armadas) como profesor titular y director general del Instituto de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Wilhelms de Westfalia en Münster, ya depurada desde 1933 de elementos hostiles (profesores y estudiantes) al nacionalsocialismo: demócratas, judíos y personas de izquierda.
Leonhard Miksch, otro reputado economista ordoliberal, fue miembro del NSDAP de 1923 a 1925, pasando más tarde a ser afiliado del SPD.
En general puede decirse que, salvo honrosas excepciones, la mayoría de los principales representantes del ordoliberalismo no sufrieron importantes dificultades en el desempeño de sus actividades teóricas o académicas, como tampoco en su seguridad personal durante el nazismo. Tampoco después quienes habían sido colaboradores de dicho régimen.
En cualquier caso, Wagenknecht actúa como si ignorase estos “pequeños detalles” de dos de las tres principales figuras del ordoliberalismo, haciendo abstracción de ello en su citada obra.
Una primera impresión que cabe extraerse de esta convivencia pacífica de los padres del ordoliberalismo con el nacionalsocialismo entre 1933 y 1945 es que probablemente la tradición prusiana en la cultura intelectual alemana explicase algunas coincidencias, al menos teóricas entre ambos, tales como la idea de “Estado fuerte” y la de disciplina, aunque con implicaciones evidentemente muy distintas.
Más allá de esas coincidencias hay una más relevante. Bajo el capitalismo, sea éste ordoliberal, de cartelización y centralización (nacionalsocialismo) o neoliberal, el Estado juega un papel determinante, independientemente de qué signo político gobierne, ya sea reglamentando la actividad y la competencia económicas, impulsando al gran capital monopolista, o bien desregulando la economía y privatizando sectores productivos y servicios públicos.
Sostiene Wagennecht en “Libertad en lugar de capitalismo” que “Los ordoliberales asumieron que una economía de mercado integrada por reglas estrictas y una legislación social adecuada ya no era hostil al bien común, sino que podía servirle”.
Más adelante afirma que “Es hora de mostrar cómo, si se reflexiona sobre las ideas originales de la economía de mercado, se puede llegar directamente al socialismo, un socialismo que no valora el centralismo, sino más bien el desempeño y la competencia”. A cualquier cosa está dispuesta esta mujer a llamar socialismo y, llamativamente, elude el término “social” con el que la “economía de mercado” ordoliberal pretende legitimarse.
Estas tesis ya las sostuvieron los Lassalle y los Bernstein y mucho más tarde Carrillo (PCE) en su lamentable panfleto “Eurocomunismo y Estado” y el eurocomunismo en su conjunto. Ya sabemos en qué acabó todo aquello.
Piruetas ideológicas y argumentales tras piruetas ideológicas y argumentales llevan a Wagenknecht a su extravagante definición de un concepto que se saca de su chistera llena de cachivaches: el “socialismo creativo”. Veamos en qué consiste el constructo:
“El socialismo creativo ha abandonado la idea de un centralismo económico planificado. Quiere más competencia, no menos, pero cuando sólo existe pseudocompetencia, porque, por supuesto, los monopolios y oligopolios utilizan su poder de mercado para impedir la competencia, se recurre al sector público. Hay una economía de mercado sin capitalismo y un socialismo sin una economía planificada”. Y también cientos de miles de honrados empresarios socialmente comprometidos montados en alados unicornios de colores.
Pero, por mucha fe ordoliberal que Wagenknecht destile en “Libertad en lugar de capitalismo”, lo cierto es que la completa competencia que pregona esta teoría, y defiende la ex marxista no funciona, como ella misma reconoce porque los monopolios lo impiden. Es lo que ella llama la "promesa incumplida de Ludwig Erhard".
Escriba usted, Lenin, en “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, que el desarrollo del capitalismo conduce inevitablemente a su concentración en monopolios y cárteles para que, 106 años después de su publicación, una arrepentida ex discípula suya muestre contrición por su existencia, en lugar de asumir que en el propio desarrollo y expansión del capitalismo se encuentra el gen de su destrucción ¿Cree acaso Wagenknecht que sin las grandes corporaciones que impulsaron la llegada de Hitler al poder y que fueron amamantadas a los pechos del nazismo y, tras su derrota, en algunos casos disfrazados bajo otras “umbrellas”, en la mayoría de las ocasiones ni eso, hubiera sido posible el llamado “milagro alemán”? Volvieron a funcionar como tales en cuanto pusieron de nuevo en marcha sus plantas de producción. En este caso tampoco hubo desnazificación para los grandes industriales y banqueros alemanes
En su defensa ordoliberal de las PyMEs alemanas, en lugar de por sus grandes corporaciones industriales, lo que no deja de ser una apuesta por el capitalismo, Wagenknecht esconde algunas trampas.
En primer lugar la clasificación que suele darse en publicaciones alemanas de empresas de entre 12 y 250, ó 500 empleados incluso, según se trate de pequeñas o de medianas empresas, las conocidas como “Mittelstand”, no es del todo cierta. Dado que estas últimas suelen ser empresas familiares, dirigidas por dueños altamente profesionalizados y con objetivos a largo plazo, la categoría mediana empresa salta por encima del límite del número citado de empleados y puede llegar a incluir a empresas con miles de ellos, incluso decenas de miles y hasta con plantas de producción en numerosos países.
Debe añadirse que una parte importante de las PyMEs alemanas no dirige su producción hacia el consumidor final sino que fabrica productos intermedios destinados a otras empresas, en muchos casos grandes corporaciones.
La teoría de un capitalismo de PyMEs patriótico y comprometido con la nación alemana y la riqueza nacional frente a otro monopolista, volcado hacia la globalización y sólo interesado en sus propios beneficios es burguesa, procapitalista, interclasista, nacionalista, pues escamotea la realidad de la explotación del trabajo asalariado, y falsa porque oculta que unas y otras empresas forman parte de un mismo sistema de dominación de clase. Ideas de este tipo son defendidas en España por grupos progres como Podemos y Sumar.
La superchería de culpar de la desigualdad social al tamaño de la empresa capitalista, reprochándola el haberse hecho demasiado grande y poderosa y proponiendo la vuelta a la pequeña empresa, ya era vieja cuando Marx y Engels la denominaron “socialismo burgués” en “El Manifiesto Comunista”. Teóricos como Sismondi preconizaban un freno al desarrollo y la concentración del capital, lo que ya entonces era reaccionario, hoy lo es mucho más por cuanto que desde la perspectiva histórica y el análisis marxista podemos ver hoy cómo la concentración del capital, que le ha traído hasta su actual fase neoliberal, está acelerando y agrava el agotamiento del sistema capitalista, que se manifiesta en una crisis de sobreproducción que, años después de la crisis de 2007, ha dejado una débil recuperación de la economía mundial, una creciente dificultad para encontrar nuevos sectores con alta rentabilidad, una baja rentabilidad en la economía productiva global mundial, lo que lleva a que una parte de los beneficios empresariales se deriven hacia la especulación financiera, en detrimento de la inversión productiva, el aumento exponencial de la deuda mundial (307 billones de dólares en 2023), un elevado coste de la inversión tecnológica que apenas se plasma en aumento de la productividad, la rotura mundial de suministros a la industria por la pandemia de 2020, reforzada por la guerra ruso-ucraniana y afectada por la salvaje agresión del sionismo terrorista de Israel contra Palestina, una elevada inflación que sólo ha podido ser contenida por la subida de los tipos de interés que golpea a las economías familiares de la clase trabajadora y encarece el crédito empresarial, el aumento de la precariedad laboral, el creciente empobrecimiento de amplias capas de la clase trabajadora y de las populares a nivel mundial, un desastre climático y ambiental cuyas consecuencias para el planeta y la humanidad pueden ser devastadoras,...Éstas son las condiciones objetivas actuales del sistema capitalista.
Como afirma el marxista italiano Guglielmo Carchedi “La capacidad de supervivencia de la actual fase histórica se está agotando, el capitalismo tiende a morir. Pero no puede morir sin ser reemplazado por un sistema superior y, por lo tanto, sin la intervención de la subjetividad de la clase. Sin esa subjetividad, se renovará y entrará en una nueva fase en la que su dominio sobre el trabajo será aún mayor y más terrible. Una condición para que esto no suceda es que las luchas sacrosantas de los trabajadores por una mayor inversión estatal para reformas y mejores condiciones de vida y condiciones de trabajo se lleven a cabo en la óptica de la oposición irreconciliable entre el capital y el trabajo, y no en la perspectiva keynesiano de la colaboración de clases”. Pero no es en esa perspectiva de oposición irreconciliable entre trabajo y capital en la que se sitúa Wagenknecht sino en el de la colaboración de clases.
Wagenknecht añade, junto a las grandes corporaciones y multinacionales, al capital financiero como culpables de esa "promesa incumplida” ¿Acaso no habló Lenin cuando escribió la citada obra sobre el imperialismo, del papel del capital financiero en la economía mundial, que se había producido ya entonces, mucho antes de que Erhard fuese ministro de Economía y luego canciller? ¿A qué viene ese rasgarse las vestiduras más de un siglo después por parte de Wagenknecht? Sin la intervención del capital financiero en forma de crédito no sería posible la reproducción ampliada del capital industrial y de servicios en capital fijo (tecnología y maquinaria, instalaciones,…) a través de la inversión.
Es una constante en los análisis del reformismo más torpe y falsario la consideración del capitalismo de producción, al que llaman “economía real” como algo autónomo, separado y hasta positivo frente al capitalismo financiero, al que denominan, de forma general, “especulativo”, la parte “codiciosa” de la economía capitalista (desplazando la crítica del sistema a la moral) y causante de sus crisis, hasta el punto en el que frecuentemente suelen calificar a estas crisis como crisis financieras. Wagenknecht no escapa tampoco a esta modalidad del fetichismo del dinero.
La realidad es bien distinta a como pretenden que la percibamos los voceros de las distintas teorías monetaristas. La creencia en que el dinero es, por sí mismo, capaz de incrementar su valor, sin un respaldo en el valor (la plusvalía es la parte del valor no pagado de la que se apropia el capitalista) nacido de la “fuerza de trabajo” es pura mixtificación. Sin que el conjunto de las mercancías, las cuáles incorporan el valor del trabajo humano, expresasen su valor en una mercancía concreta, el dinero (equivalente general), éste carecería de validez para el intercambio. Sería sólo un objeto sin función, no una mercancía y, como tal, inútil.
Otra de las funciones del dinero es la de financiar la actividad del capitalismo productivo a través del crédito. El objetivo de la producción capitalista es el beneficio. El incremento de la rentabilidad es una necesidad para el capitalista. Para ello necesita incrementar tanto la producción como la productividad, por lo que requiere de inversión en tecnología, plantas de producción, etc. Lo habitual es el recurso al crédito (préstamo bancario) o a la ampliación de capital.
En un mercado mundial fuertemente competitivo, en el que el liderazgo tecnológico marca la diferencia frente a la competencia, el objetivo es elevar la productividad, que apenas crece en el proceso productivo. La lucha por ocupar el liderazgo en la producción desata primero lo que Marx denomina “anarquía de la producción”. Cada empresa produce sin saber qué cantidad de producto necesita el mercado. La competencia, la tecnología, a la que se van incorporando nuevos competidores, impulsan el fenómeno conocido como sobreproducción (el consumo no puede absorber toda la oferta).
Pero los costes de producción (proveedores de materias primas, equipos tecnológicos adquiridos, energía, costes de almacenamiento de productos a los que no se ha dado salida, salarios,…) y de distribución (publicidad, marketing, logística de transporte,…) aumentan. Ello afecta a la rentabilidad de la empresa, que es menor del deseado y cuyo valor accionarial desciende, y aparecen los problemas de liquidez que pueden ser enfrentados con sobrendeudamiento, recorte de costes (suele llevar aparejados despidos de trabajadores), lo que afectará negativamente al consumo, o con impagos de la deuda empresarial al capital financiero. Cuando la sobreproducción y los impagos al crédito se generalizan, se entra en la fase de crisis financiera, pero sólo después de que la crisis capitalista se haya iniciado en la producción.
Por tanto, separar el capitalismo financiero de la producción carece de sentido: sin financiación no hay producción y la crisis capitalista, generalmente de sobreproducción, impacta en las finanzas. La crisis capitalista de 2007, iniciada en EE.UU. no fue financiera sino que se originó como crisis de sobreproducción en el sector de la vivienda. Como afirma el economista Rolando Astarita “Entre 2001 y 2006 la inversión residencial se incrementó en un 77%; y la construcción de casas pasó de representar el 4,6% del PBI al 6,2%. Una cuarta parte de los empleos creados desde 2002 a fines de 2005 fue en la construcción, en el sector inmobiliario y el financiamiento hipotecario”. Esto sucedió en un contexto en el que desde los años 70 del siglo XX los salarios habían experimentado una gran contención.
Dado el alto precio de las viviendas, las clases populares no las habrían adquirido, no por no necesitarlas, sino porque no hubieran podido acceder a su compra, de no mediar el componente especulativo de bancos emisores de las hipotecas que, a través de sociedades especiales (SPV) creadas por los mismos, vendían a fondos de inversión, compañías de seguros y otras entidades financieras las deudas hipotecarias de sus clientes mediante distintos instrumentos financieros (v.g. MBS), los cuáles, a su vez, vendían a terceros subproductos de las hipotecas como los seguros contra impagos (CDS) o creaban nuevos títulos como las obligaciones de deuda colateralizadas (CDO), sostenidas por los MBS y, en el paroxismo de la locura, CDO respaldados por CDO.
Entre tanto, las agencias de calificación de riesgo daban por buenos todos los títulos que les pusieran por delante porque su negocio estaba en calificar el máximo número de ellos.
Se produjo una sucesiva paquetización de subproductos que venden subproductos que dan lugar a nuevos subproductos, derivados todos de un único producto hipotecario titularizado hasta impulsar un fortísimo incremento de los créditos hipotecarios, que se habían firmado en el pasado con bajos intereses, y que en 2007 no podían ya pagar. Así estalló la burbuja financiera de los créditos hipotecarios, convirtiendo al dinero ficticio, no respaldado por un incremento del valor, en humo, y quedando en su fondo un agujero gigantesco que pagaron los trabajadores.
Culpar al capital financiero de los males que afectan a la clase trabajadora es blanquear al capitalismo de producción, escamoteando el hecho de que en esta parte es donde se lleva a cabo la explotación laboral, base de la desigualdad de clases.
2.4.-EL RECHAZO A LAS IDENTIDADES:
Partiendo de la expresión “izquierda del estilo de vida”, Sahra Wagenknecht, señala lo que considera uno de los principales males de la izquierda: el abandono de la lucha por la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora (ella prefiere hablar de ciudadanos) para concentrarse en cuestiones de tipo “simbólico”. Esta crítica la dirige fundamentalmente hacia Die Linke, aunque incluye también al SPD y a Die Grüne, por más que resulte discutible calificar a estos dos últimos partidos como de izquierda.
Afirma la señora Wagenknecht en su texto de 2021 “Die Selbstgerechten: Mein Gegenprogramm - für Gemeinsinn und Zusammenhalt” que “para ella [la izquierda a la que dirige su crítica] el punto central de la política de izquierda ya no se encuentra en los problemas económico-políticos y sociales, sino en la cuestión del estilo de vida, de los hábitos de consumo y en la puntuación/valoración moral.” (pag. 20)
Señala que el camino de esa izquierda para lograr una sociedad justa “conduce no a los antiguos y clásicos temas de la economía social, es decir, salarios, pensiones, impuestos o seguridad frente al desempleo, sino sobre todo a los temas sobre lo simbólico y el lenguaje.” (ibidem pag, 27)
No le falta parte de razón a la autora. Cualquiera de las izquierdas (también Die Linke), se llamen sus organizaciones como se llamen y digan ser lo que digan ser, con alguna responsabilidad de gobierno, en el nivel que sea, se limitan a una obediente gestión dentro de los límites que el capitalismo les diga que les está permitido. Y, puesto que el capital ha dictaminado desde los años 70 del pasado siglo el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la izquierda se ha ido sumando a ello con menos prisa que la derecha pero sin pausa.
Ciertamente la izquierda ha abandonado un proyecto ni siquiera emancipador de clase (eso ya sucedió al menos desde los años 60 del siglo XX) sino de “igualdad social”, entendida como tímida corrección de la desigualdad, y la ha sustituido por otras “igualdades” centradas en otros colectivos y por una concepción de la “libertad” que ya no consiste en la “superación de la necesidad” (Marx) sino en el “empoderamiento” de grupos no clasistas e individuos.
Pero paralelamente a lo hecho por las izquierdas, Wagenknecht ha sustituido su ideología comunista de antaño por un ordoliberalismo capitalista de conciliación de clases. Reto a los lectores a que busquen en la web del nuevo partido de Wagenknecht, ya presentado públicamente, y me señalen en qué aspectos económico-sociales está a la izquierda de Die Linke. Del mismo modo, ha trocado el internacionalismo proletario en un nacionalismo con aires xenófobos.
“Preocuparse por los que están más cerca que los que se encuentran lejos no es inmoral, sino una conducta humana normal y legítima. Quien presume ver en cada ser humano un hermano, oculta con ello que en realidad no le interesa el destino de nadie. ” (ibidem pag. 164). Para ella, como para el resto de la ralea rojiparda el internacionalismo es simple y llanamente cosmopolitismo.
Con la cuestión de la inmigración abre esta partidaria de lo que ella llama “izquierda con valores conservadores” su guerra contra las ya no tan nuevas identidades. Y lo hace, como cualquier rojipardo, desde valores morales tradicionales y costumbristas y una identidad nacionalista.
No volveré sobre las posiciones de Wagenknecht respecto a la inmigración puesto que ya las he tratado con anterioridad. Me centrare en sus posturas frente al ecologismo y los movimientos LGTIBQ porque son en los que ella más se ha centrado.
Respecto al ecologismo la política alemana afirma que “hay que alejarse de un ecoactivismo ciego y desordenado que encarece aún más la vida de las personas, pero que en realidad no beneficia en absoluto al clima”.
Si la crítica se refiere a la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, al “gobierno semáforo” alemán y, específicamente a Die Grünen, es correcta ya que son la clase trabajadora y las populares quienes pagarán y serán claramente castigadas por la transición que se llevará a cabo.
Pero trasladar dicha crítica a lo que denomina “ecoactivismo” es injusto porque existe una creciente corriente ecologista comprometida con las posiciones de clase, que sitúa al capitalismo y su lógica del beneficio como causantes del desastre medioambiental y de la pobreza mundial y que considera necesario tanto para la naturaleza como para el ser humano una transformación socialista de la sociedad. Dentro de dicha corriente adquieren creciente protagonismo quienes encuentran en los “Grundrisse” o en los “Manuscritos económicos y filosóficos de 1844” de Marx los fundamentos de una crítica ecológica al capitalismo (la fractura metabólica de John Bellamy Foster).
Pero ¿qué ofrece en materia medioambiental el nuevo partido BSW-Razón y Justicia? Negación de las políticas actuales sin propuesta alguna, humo y vaguedades, desde una posición muy alejada de la emergencia climática, como puede verse en el siguiente párrafo:
“El cambio en el clima global y la destrucción de nuestros recursos naturales son desafíos serios que la política no puede ignorar. Sin embargo, una política climática y medioambiental seria requiere honestidad: el suministro energético de Alemania no puede garantizarse únicamente mediante energías renovables, dadas las tecnologías actuales. El activismo ciego y las medidas mal concebidas no ayudan al clima, pero ponen en peligro nuestra sustancia económica, encarecen la vida de las personas y socavan la aceptación pública de medidas sensatas de protección del clima. La contribución más importante que un país como Alemania puede hacer a la lucha contra el cambio climático y la destrucción del medio ambiente es el desarrollo de tecnologías clave e innovadoras para una economía del futuro climáticamente neutra y respetuosa con la naturaleza.” Propuestas que podrían votar perfectamente la CDU/CSU y probablemente la AfD.
En cuanto a la cuestión de la identidad sexual, aunque su fobia principal la centra en las personas transgénero, hacia gais y lesbianas también muestra su opinión. En un artículo escrito en 2018 dice irónicamente:“Matrimonio para todos y ascenso social para unos pocos”. Tiene sentido preguntar qué relación encuentra entre una cosa y otra ¿Si no existiese el matrimonio homosexual el ascenso social sería para muchos? Una cosa es criticar que la izquierda abandone las luchas sociales para centrarse en las individuales y otra muy distinta es forzar arteramente el argumento para hacerlas incompatibles. En eso Wagenknecht sí que es marxista pero del arzobispo Reinhard Marx del 2011, porque hasta él ha evolucionado bastante en los últimos años.
En 2021 la máxima figura política de BSW afirmaba: “La política identitaria equivale a llamar la atención sobre minorías cada vez más pequeñas y cada vez más extrañas, cada una de las cuales encuentra su identidad en alguna peculiaridad a través de la cual se distingue de la sociedad mayoritaria y de la que deriva la pretensión de ser víctima”. Se refería, entre otras, a las personas transgénero.
En 2023, en referencia al proyecto de ley sobre personas transgénero declaró: "Creo que se trata de una política ideológica que se celebra en determinadas sectas”
Son múltiples sus declaraciones transfobas y pueden encontrarse fácilmente en la red.
Soy muy crítico con la microsegmentación de las identidades y las reivindicaciones cuando derivan hacia un individualismo que nos aísla como seres sociales, sin incardinar las luchas en unas reivindicaciones que, partiendo de la realidad de clase, integre las demandas particulares en lo general, fortaleciéndose, que no debilitándose, en ellas. También lo soy con determinadas posiciones maximalistas e intolerantes (cultura de la cancelación que igualmente practica la extrema derecha), especialmente de sectores del veganismo y el animalismo, que se encuentran en algunos grupos de identidad. Igualmente cuestiono la sustitución de la realidad biológica del sexo por su adscripción desde la subjetividad y el efecto moda de buena parte de las identidades de género, forzadamente diferenciadas en dichos casos.
Pero, del mismo modo, soy consciente de que cuando ciertas críticas se enmarcan dentro de un discurso político caracterizado por un nacionalismo reaccionario, una xenofobia antiinmigrantes y una defensa indisimulada del capitalismo, se están satanizando determinadas libertades personales y abriendo el camino hacia las políticas del odio de un fascismo sin máscara que se extiende a nivel mundial. Si he de tomar partido sé contra qué.
“Cada figura de la libertad es condición de las demás, del mismo modo que cada miembro del cuerpo lo es de los otros. Cada vez que se pone en cuestión una determinada libertad se pone en cuestión la libertad. Cada vez que se rechaza una figura de la libertad se rechaza la libertad que sólo puede continuar una vida aparente, dependiendo después de la pura casualidad en qué objeto va a descargar su violencia la falta de libertad”. (Marx, Karl. Gaceta Renana, Nª 139. 19 de mayo de 1842, suplemento)
Del tratamiento que se ha hecho en medios escritos españoles en los último meses de la figura de Wagenknecht y de su nuevo partido, el BSW, me han llamado la atención dos cuestiones:
Que los medios generalistas, desde los de extrema derecha a los progresistas, siguiendo la tónica de algunos medios alemanes y europeos, la califiquen de política de” izquierda radical” y de “extrema izquierda” indica hasta qué punto se han derechizado las sociedades europea y española para detectar tal grado de enrojecimiento en “frau” Wagenknecht.
Que en la mayoría de medios y blogs alternativos y de “izquierdas”, tanto su figura como la escisión protagonizada por dicha política, haya sido jaleada y ensalzada como manifestación de coherencia y firmeza ideológicas, ocultando sus posiciones, como mínimo reaccionarias, sólo puedo interpretarlo de tres modos posibles: como suprema ignorancia, como involución hacia la indecencia, o como una fatal combinación de ambas, especialmente porque ni Wagenknecht ni Die Linke ocultaron desde hace largos años sus posiciones opuestas.