TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
8 de mayo de 2016
LA 'SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO': UNA FALACIA COMERCIAL DEL CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO
Renán
Vega Cantor. Bandera Roja Canarias
“Hace
mucho que se habla de la "casa inteligente", que regula por
sí sola la calefacción y la ventilación, o de la "nevera
inteligente", que encarga al supermercado la leche que se
terminó. Nuevas creaciones son el "carrito de compras
inteligente", que llama la atención del consumidor sobre las
ofertas especiales, o la "raqueta inteligente", que con un
sistema electrónico embutido permite al tenista un saque especial,
mucho más potente. ¿Será éste el estadio final de la evolución
intelectual moderna? ¿Una grotesca imitación de nuestras más
triviales acciones cotidianas por las máquinas, conquistando así
una consagración intelectual superior? La maravillosa sociedad del
conocimiento aparece como sociedad de la información, porque se
empeña en reducir el mundo a un cúmulo de informaciones y
procesamientos de datos, y en ampliar de modo permanente los campos
de aplicación de los mismos”. Robert
Kurz *
Uno
de las nociones más recurrentes para justificar la implementación
de las políticas neoliberales, en términos educativos y laborales,
es la de "sociedad del conocimiento". Sin mayores
explicaciones se suele afirmar que hemos entrado a una nueva forma de
organización social, en la que lo decisivo sería el conocimiento y
la información. En contravía con esa opinión, aquí sostenemos que
la "sociedad del conocimiento" es otro de los
sofismas de la vulgata de la globalización, sofisma esgrimido con la
finalidad de justificar el supuesto cambio de época en que nos
encontraríamos y la pretendida pérdida de importancia de los
recursos naturales y de la producción material. Para controvertir
esa gaseosa imagen de la "sociedad del conocimiento"
en este ensayo consideramos tres cuestiones: en la primera se analiza
el origen del vocablo y se establecen algunas relaciones con el
capitalismo actual; en la segunda se escudriña en la forma como se
concibe al conocimiento por parte de aquellos que promueven la
emergencia de una supuesta nueva sociedad; y en la tercera se examina
la contradicción evidente que resulta de constatar que, mientras se
presume que vivimos en una época pletórica de conocimiento, se haya
generalizado la ignorancia por todo el mundo.
El
origen de la noción de "sociedad del conocimiento" y el
capitalismo realmente existente
Ha
habido una retroalimentación "conceptual" entre los
investigadores y las instituciones financieras y burocráticas
internacionales, por lo cual a veces no es fácil diferenciar quién
plagia a quién, es decir, si fueron los investigadores de la "era
de la información" los que usaron por primera vez las
nociones de sociedad y economía del conocimiento o fueron
instituciones como el Banco Mundial las que acuñaron esos términos
y luego los investigadores se dieron a la tarea de darles legitimidad
y "contenido teórico" a esos supuestos. Además, las
funciones como consejeros gubernamentales en materia de tecnología e
información de algunos de esos teóricos son, por lo menos,
reveladoras de los intereses en juego. Así, Manuel Castells se ha
desempeñado como consejero de diferentes gobiernos europeos en
materia de información y también presidió una comisión de
expertos que asesoró al gobierno neoliberal de Boris Yeltsin en
Rusia y Jeremy Rifkin se desempeñó como consejero de la
administración de Bill Clinton. Estos nexos con altas esferas del
poder indican que esos teóricos no son tan independientes como
podría pensarse y, de alguna forma, sus recomendaciones políticas y
sus formulaciones teóricas han estado influidas por los intereses
del mundo de la informática. No por casualidad, The Wall
Street Journal, periódico neoliberal por excelencia y vocero de
los grandes intereses corporativos, calificó a Castells como "el
primer filósofo del ciberespacio".
Al
margen de estos detalles "anecdóticos", lo único
cierto estriba en que, mucho más que los propagadores de las ideas
clave de la nueva vulgata, quien se ha encargado de legitimar
mediante su difusión ideológica y la contratación de expertos
encargados de expandir en todo el mundo esas ideas es el Banco
Mundial, el cual ha introducido la noción de "economía del
conocimiento". Para dicho Banco esa "nueva economía"
se fundamenta primordialmente en el uso de ideas más que en el de
capacidades físicas, así como en la aplicación de la tecnología
más que en la transformación de materias primas o la explotación
de mano de obra económica. Se trata de una economía en la que el
conocimiento es creado, adquirido, transmitido y utilizado más
eficazmente por personas individuales, empresas, organizaciones y
comunidades para fomentar el desarrollo económico y social [1].
Una
idea tan peregrina como esta, que no se corresponde con la economía
real de ningún país del mundo, es repetida hasta el cansancio, a
partir del momento en que hay dólares en juego, por investigadores
de todos los terrenos, en especial del campo educativo, porque es
evidente que el interés de la imagen de "sociedad de
conocimiento" es presentar una realidad irrebatible a la que
deben ajustarse los modelos escolares en todo el planeta. No
sorprende, en consecuencia, que el argentino Juan Carlos Tedesco, un
funcionario de la UNESCO, sostenga que "existe consenso (sic)
en reconocer que el conocimiento y la información estarían
reemplazando a los recursos naturales, a la fuerza/y o al dinero,
como variables clave de la generación y distribución del poder en
la sociedad" [2]. De lo que se trata es de saber quiénes
han determinado que nos encontramos en una época en la cual los
recursos naturales ya no son importantes y ahora lo que cuenta es el
conocimiento y la información. Que se siga repitiendo esto después
de que ha quebrado la efímera "nueva economía" de
las tecnologías de la información y que se han generalizado las
guerras de agresión de Estados Unidos por apropiarse del petróleo y
de los recursos naturales en distintos puntos de la tierra
(incluyendo a Colombia), demuestra o lo mal "informados"
que están los teóricos de la sociedad del conocimiento o los
intereses que defienden al negarse a considerar factores decisivos
que ponen en cuestión el supuesto eclipse de la realidad material en
aras del conocimiento y la información.
Súbitamente
y sin ningún tipo de explicación, el Banco Mundial utiliza
indistintamente las nociones de "sociedad del conocimiento"
o "economía del conocimiento" como denominaciones
del capitalismo actual, términos que además están directamente
relacionados con la educación, arguyendo que el surgimiento de una
economía global basada en el conocimiento le ha conferido al
aprendizaje un valor diferencial alrededor del mundo. Las ideas, los
conocimientos y la experiencia como fuentes del crecimiento económico
y del desarrollo, junto con la aplicación de nuevas tecnologías,
traen importantes consecuencias en la manera como las personas
aprenden y aplican sus conocimientos durante toda su vida [3].
La
tan aclamada "economía del conocimiento" tendría
cuatro características definitorias: la revolución de la
información y el uso de nuevas tecnologías; la reducción del ciclo
de los productos, lo que ha aumentado la necesidad de la innovación;
una gran integración a la economía mundial y un mayor crecimiento
de los países que brindan mejor educación y salud a sus habitantes,
entendidas como actividades proporcionadas por el mercado; y, las
empresas pequeñas y medianas que suministran servicios cada día
tenderían a ser más importantes [4]. En este contexto se agrega que
"el aprendizaje permanente es la formación de las personas
para la economía del conocimiento" y en un "marco
de aprendizaje constante… las estructuras de la educación formal
-primaria, secundaria, superior, vocacional, etc.- no son tan
importantes como el aprendizaje del estudiante y la satisfacción de
sus necesidades" [5]. Es decir, habría un imperativo que
condiciona la educación de la gente, formarse para participar en la
"economía del conocimiento", razón que determina
todo lo relacionado con la educación. Y es ese imperativo el que se
ha exaltado como premisa de la transformación del sistema educativo
en concordancia con las necesidades del mercado, porque "los
sistemas educativos tradicionales, aquellos en los que el docente
constituye la única fuente de conocimiento, poco se prestan para
dotar de los necesario a las personas que deban trabajar y vivir en
una economía del conocimiento", en la cual el sistema
educativo "se tiene que orientar hacia competencias más que
hacia grupos de edades". Y, como para que no quede duda, se
recalca que "el modelo de aprendizaje permanente les permite
a los estudiantes adquirir no sólo habilidades adicionales sino
también la clase de destrezas nuevas que exige la economía del
conocimiento, además de una mayor cantidad de habilidades académicas
tradicionales" [6].
En
pocas palabras, la llamada "sociedad del conocimiento"
en el caso de las universidades resulta ser una denominación que
contradice el mismo sentido del conocimiento de esas instituciones,
que se supone debería ser universal, democrático y pluralista. Por
el contrario, lo que la "tal sociedad del conocimiento"
le depara a las universidades es algo completamente distinto que
niega el carácter democrático de la universidad, al especializar
"recursos humanos" funcionales para el capitalismo
transnacional, una fuerza de trabajo diestra técnicamente, poco
costosa, que no piense y absolutamente despolitizada. Ese es el
"recurso humano" adecuado para el capitalismo
actual, pero en cuanto a la universidad se evaporan los contenidos
universales de lo que se enseña, ya que su función queda reducida a
impartir unos conocimientos técnicos especializados en concordancia
con las necesidades del mercado, y no con la de los seres humanos.
Por este sesgo economicista, en las universidades públicas de
diversos lugares del mundo se ha dado un giro hacia los conocimientos
técnicos, abandonando los saberes humanistas y éticos, convirtiendo
a las ciencias sociales en unos dispositivos funcionales a la
tecnología y en esclavas del capitalismo transnacional. En rigor, el
saber es crítico, reflexivo, histórico y social, características
consideradas como completamente inútiles para los portavoces de la
"sociedad del conocimiento" a quienes sólo les
interesa aquello que es rentable de manera inmediata. Todo lo que no
corresponda a la lógica del lucro es desechado:
De
aquí que las humanidades no sean, en modo alguno, un lujo superfluo,
sino algo "útil" en su sentido más noble y
elevado, esto es, en el sentido de que son necesarias para ayudarnos
a formar nuestro juicio político sobre el presente, a su vez
entendiendo lo político en su sentido más noble, esto es, como la
actividad totalizadora y reflexiva, que a cada cual compromete, sobre
el conjunto de los problemas que nos afectan a todos. Se comprende
entonces de qué modo en las sociedades económicamente avanzadas esa
tenaza denominada por sus valedores "sociedad del
conocimiento" está cerrando sobre todos nosotros su círculo
implacable de barbarie cognoscitiva y política… Dentro de
este círculo resulta un lujo superfluo toda disciplina genuinamente
humanista necesaria para la formación del juicio político del
ciudadano, razón por la cual el círculo de la "sociedad del
conocimiento" deberá tender a cerrarse sobre la base de
esta última exclusión de sus contenidos, la de los estudios de
humanidades [7].
La
noción ligera y sin sentido de "Sociedad del Conocimiento",
un sinónimo de "Sociedad de la Información", es
otro intento terminológico del capitalismo por camuflarse con un
nuevo nombre, pretendidamente neutro y con intencionalidades
políticas evidentes, porque ¿quién querría oponerse al
conocimiento? Los cultores de esa noción afirman que el rechazo sólo
puede provenir de los fundamentalistas religiosos o de cavernarios
que reivindican la ignorancia y que se oponen al "progreso".
Sin embargo, la pregunta cambia por completo de sentido si nos
demandamos ¿quién puede y debe oponerse al capitalismo?, lo cual
nos remite a una forma de organización social y no a un determinado
tipo de conocimiento o información. Y esta pregunta aclara el
panorama, a partir del momento que entendemos la idea de
"conocimiento" que subyace entre aquellos que
alardean de la "sociedad del conocimiento", como
veremos enseguida.
¿Cuál
es la idea de conocimiento que sustenta la pretendida constitución
de la "sociedad del conocimiento"?
Una
pregunta de fondo para entender el sentido profundo de lo que está
en juego con el término que estamos comentando, consiste en
determinar ¿cuál es la noción de conocimiento que se encuentra
tras el eslogan de "sociedad de conocimiento"? Y la
decepción no puede ser más grande al constatar que, para los
teóricos de la "nueva era", "conocimiento"
es sinónimo puro y simple de información, lo cual pone de presente
que no se está hablando de ninguna reflexión intelectual sino de
procesamiento de información a vasta escala, llegando a plantear
incluso la existencia de una "inteligencia artificial"
de tipo maquinal. Por eso se habla de la casa inteligente, del
automóvil inteligente, de la cafetera inteligente, del congelador
inteligente… y mil denominaciones por el estilo, en verdad poco
inteligentes, que están relacionadas con un comportamiento mecánico
que se desarrolla a partir de unos determinados códigos
informáticos. ¡Que eso pueda catalogarse como inteligente, no pasa
de ser una estupidez!
Siguiendo
con la lógica mecánica de la "inteligencia artificial",
en la "era de la información" el saber se puede
expresar en la ecuación: tecnología + cantidad de información =
conocimiento. Los términos de esta ecuación expresan claramente a
lo que se reduce el conocimiento en estos momentos: al empleo de
tecnologías que aceleran el procesamiento de información, las
cuales generan un gran cúmulo de datos, cuya cantidad supera la
capacidad de procesamiento individual de una persona, sin que eso
signifique en verdad conocimiento, entendiéndolo como producto de la
acción de pensar, de reflexionar o de teorizar. Porque, además,
cuando en la ecuación mencionada se habla de cantidad se
sobreentiende que se está señalando la velocidad en procesar
información y de su carácter efímero y desechable.
Un
revelador ejemplo de lo que se entiende por "conocimiento"
en la "sociedad del conocimiento" lo encontramos en
una nota de prensa en la que se informaba que "a pedido de la
agencia espacial canadiense, la empresa Tactex desarrolló en British
Columbia telas inteligentes. En trozos de paño se cosen una serie de
minúsculos sensores que reaccionan a la presión. Ante
todo, la tela de Tactex debe ser probada como revestimiento de
asientos de automóviles. Reconoce a quien se sentó en el asiento
del conductor... El asiento inteligente reconoce el trasero de su
conductor". Como bien lo
comenta el filosofo alemán Robert Kurtz, "para un
asiento de automóvil, se trata seguramente de un hecho grandioso",
pero eso "no se
puede considerar en serio como un paradigma del ‘acontecimiento
intelectual del futuro’. El problema radica en que el concepto de
inteligencia de la sociedad de la información -o del conocimiento-
está específicamente modelado por la llamada ‘inteligencia
artificial’", lo cual
quiere decir que "estamos hablando de máquinas
electrónicas que por medio del procesamiento de datos tienen una
capacidad de almacenamiento cada vez más alta para simular
actividades rutinarias del cerebro humano" [8].
Y
a esa capacidad de almacenar millones de datos y de procesarlos en
poco tiempo en los computadores se ha bautizado como "memoria",
lo cual es un eufemismo puesto que esa función no se parece en nada
a la prodigiosa memoria humana. En efecto, mientras nuestra memoria
está ligada al cuerpo y a las emociones, lo que se ha denominado
inadecuadamente como "memoria" en el computador es
algo muerto, un simple deposito de datos. Lo mismo puede decirse de
la inteligencia, cualidad esencialmente humana, de ahí que sea
impropio hablar de inteligencia artificial o cosas por el estilo. Ya
lo dijo J. Weizenbaum, "por mucha inteligencia que los
ordenadores puedan obtener ahora o en el futuro, la suya será una
inteligencia ajena a los auténticos problemas y preocupaciones
humanos" [9].
Un
caso extremo de lo que se entiende por conocimiento en el capitalismo
actual nos lo proporciona Jeremy Rifkin cuando sostiene que hasta los
robots y los computadores con avanzados sofwares "están
invadiendo las últimas esferas humanas disponibles: el reino de la
mente. Adecuadamente programadas, estas nuevas ‘máquinas
pensantes’ son capaces de realizar funciones conceptuales, de
gestión y administrativas y de coordinar el flujo de producción,
desde la propia extracción de materias primas hasta el marketing y
la distribución de servicios y productos acabados" [10].
Esta apreciación nos ayuda a entender que en la "nueva era",
el "conocimiento" hace referencia a pura y simple
información -hasta el punto que los mecánicos robots "piensan"
y "conocen" a ese nivel- porque las Nuevas
Tecnologías de la Información suministran datos de poca calidad,
superficiales y abundantes pero sin ningún tipo de profundidad y en
muchos casos falsos. No proporcionan ninguna guía moral o
intelectual sobre qué tipo de información deberíamos seleccionar y
cómo deberíamos evaluarla. En la "sociedad del
conocimiento", hay grandes posibilidades para escoger el
color del automóvil, el modelo de móvil o los ingredientes de la
pizza, o sea, trivialidades. Por esta circunstancia, "gran
parte de la explosión de conocimiento es… algo gaseoso, en el que
el estilo prevalece a la sustancia, en que la mayoría de las
personas sólo tienen elección respecto a lo que se refiere a cosas
no esenciales de la vida, en el que ‘todo lo sólido se diluye en
el aire’" [11].
Y
lo que es peor aún, en una muestra de cinismo digno del capitalismo
contemporáneo, a nombre de una supuesta e irreversible "sociedad
del conocimiento" se pretenden dos cosas, respectivamente en
los terrenos laboral y educativo: por un lado, sostener que el único
trabajo importante sería aquel que realizan quienes laboran en la
esfera del "conocimiento"; y, por otro lado, que los
profesores deben perder todos sus derechos como sujetos de la
educación en aras de ajustarse a los requerimientos de la "economía
del conocimiento". Con respecto a la cuestión del trabajo,
es una ficción decir que los trabajadores del conocimiento son los
del futuro porque esas actividades son las que más se expanden y
consolidan, cuando para que aquéllos existan -siendo, además, una
notable minoría- es indispensable el trabajo degradado de los
proletarios, viejos y nuevos, de la era industrial, sometidos a
regímenes inhumanos de explotación en las zonas más pobres del
mundo, además que muchos de los "trabajadores simbólicos"
son tan explotados como los trabajadores materiales, como sucede con
los ingenieros informáticos en la India o con los empleados del
Valle de Silicio, en los propios Estados Unidos. Y en cuanto a los
profesores, es significativo que cuando más se pregona sobre la
fábula de la sociedad del conocimiento aquellos sean las principales
víctimas: victimas del desmonte de los mecanismos reguladores de los
Estados, víctimas de la privatización, víctimas de la reducción
del gasto social, víctimas de la taylorización de los sistemas de
trabajo con la extensión de la jornada laboral a un ritmo brutal,
víctimas de la desestructuración de las familias empobrecidas de la
mayor parte de los estudiantes, víctimas de las reformas educativas
neoliberales que lo consideran como el único responsable de la mala
calidad de la educación, en fin, victimas del capitalismo realmente
existente, lo cual hace muy dudoso suponer que puedan estar actuando
y laborando en una "sociedad del conocimiento", más
bien en una sociedad de la ignorancia generalizada.
Ante
todo esto, se puede recordar que las tan mentadas "sociedad
del conocimiento" y "economía del conocimiento"
-simples eufemismos de capitalismo- debilitan las comunidades,
socavan las relaciones entre los seres humanos y afecta negativamente
la vida pública. Por ello, "una de las últimas
instituciones públicas supervivientes, la educación pública y sus
docentes deben preservar y reforzar las relaciones y el sentido de
ciudadanía que la economía de conocimiento está amenazando"
[12], y por tal razón debe afrontar el reto de preparar en valores
solidarios que enfrenten al capitalismo actual y las diversas
expresiones de su fundamentalismo de mercado.
¿"Sociedad
del conocimiento" o capitalismo de la ignorancia
generalizada?
Definir
al capitalismo actual como una sociedad del conocimiento no sólo es
pretencioso sino falso, si comparamos a esta forma de organización
social con otras que han existido, y algunas que sobreviven, a lo
largo de la historia. En rigor, todas las sociedades han sido
sociedades del conocimiento porque para la supervivencia de cada una
de ellas se ha necesitado de un cierto cúmulo de conocimientos
producidos por los seres humanos en una determinada fase histórica.
No debe olvidarse que el conocimiento es histórico, y por lo tanto
relativo, y lo que hoy es visto como algo elemental, en su momento
hizo parte de una compleja trama de relaciones y de productos
culturales. Desde este punto de vista, todas las sociedades que han
existido han sido sociedades del conocimiento, y si esto es así nada
ganamos con denominar al capitalismo actual de esa manera pues eso no
lo distingue de ninguna otra forma de organización social. Una
sociedad de cazadores o de recolectores puede incluso basarse mucho
más en el conocimiento que la sociedad actual, a pesar de que hoy
estemos rodeados de artefactos tecnológicos, por la sencilla razón
que ese conocimiento específico era imprescindible para su
supervivencia, siendo algo más que pura información. Por ejemplo,
los cazadores de Kung San, del desierto de Kalahari, si que podían
catalogarse como una auténtica sociedad del conocimiento por la
forma como desarrollaban sus actividades cotidianas, como lo ilustra
este breve relato de Carl Sagan:
“El
pequeño grupo de cazadores sigue el rastro de huellas de cascos y
otras pistas. Se detienen un momento junto a un bosque de árboles.
En cuclillas, examinan la prueba más atentamente. El rastro que
venían siguiendo se ve cruzado por otro. Rápidamente deciden qué
animales son los responsables, cuántos son, qué edad y sexo tienen,
si hay alguno herido, con qué rapidez viajan, cuánto tiempo hace
que pasaron, si los siguen otros cazadores, si el grupo puede
alcanzar a los animales y, si es así, cuánto tardaran. Tomada la
decisión, dan un golpecito con las manos en el rastro que seguirán,
hacen un ligero sonido entre los dientes como silbando y se van
rápidamente. A pesar de sus arcos y flechas envenenadas, siguen en
su forma de carrera al estilo de una maratón durante horas. Casi
siempre han leído el mensaje en la tierra correctamente. Las bestias
salvajes, elands u okapis están donde creían, en la cantidad y
condiciones estimadas. La caza tiene éxito. Vuelven con la carne al
campamento temporal. Todo el mundo lo festeja” [13].
Este
caso demuestra que los seres humanos siempre nos hemos esforzado por
acumular y transmitir conocimientos y toda sociedad se define por los
conocimientos de los que dispone, lo cual "vale tanto para el
conocimiento natural como para el religioso o la reflexión
teórico-social". Por esto, "parece increíble que
desde hace algunos años se esté difundiendo el discurso de la
"sociedad del conocimiento… como si sólo ahora se hubiese
descubierto el verdadero conocimiento y como si la sociedad hasta hoy
no hubiese sido una 'sociedad del conocimiento'" [14].
La
confusión que se esconde detrás de la muletilla "sociedad
del conocimiento" estriba en suponer que conocimiento es
sinónimo de información, porque si de algo está inundado nuestro
mundo es de información, que desinforma y desmoviliza. En sentido
estricto, información no es conocimiento, cuando mucho conocimiento
trivial, similar a estar enterado del movimiento de la bolsa de
valores o del momento en el que llega el próximo bus a la estación
de Transmilenio. Cuando se mezclan como sinónimos conocimiento e
información en realidad están en juego dos categorías de
conocimiento: el de las señales y el funcional. Este último está
reservado a la élite tecnológica "que construye, edifica y
mantiene en funcionamiento los sistemas de aquellos materiales y
máquinas "inteligentes". El conocimiento de las
señales, por el contrario, compete a las máquinas, pero también a
sus usuarios, por no decir a sus objetos humanos. Ambos tienen que
reaccionar automáticamente a determinadas informaciones o estímulos.
No necesitan saber cómo funcionan esas cosas; sólo necesitan
procesar los datos "correctamente". Este es un
comportamiento mecánico basado en la informática que sirve para
programar secuencias funcionales. En realidad, se trabaja con
procesos describibles y mecánicamente re-ejecutables, con medios
formales, por una secuencia de señales (algoritmos). Esto suena bien
para el funcionamiento de tuberías hidráulicas, aparatos de fax y
motores de automóviles; está muy bien que haya especialistas en
eso. Sin embargo, cuando el comportamiento social y mental de los
seres humanos es también representable, calculable y programable,
estamos ante una materialización de las visiones de terror de las
modernas utopías negativas. Esa especie de conocimiento social de
señales sugiere vuelos mucho menos audaces que los del famoso perro
de Pavlov. A comienzos del siglo XX, el fisiólogo Ivan Petrovitch
Pavlov había descubierto el llamado reflejo condicionado. Un reflejo
es una reacción automática a un estímulo externo. Un reflejo
condicionado o motivado consiste en el hecho de que esa reacción
puede ser también desencadenada por una señal secundaria aprendida,
que está ligada al estímulo original. Pavlov asoció el reflejo
salival innato de los perros ante la visión de la ración de comida
con una señal, y pudo finalmente provocar también ese reflejo
utilizando la señal de manera aislada. Por lo que parece, la vida
social e intelectual en la sociedad del conocimiento -o sea, de la
información- debe orientarse por un camino de comportamiento que
corresponda a un sistema de reflejos condicionados: estamos siendo
reducidos a aquello que tenemos en común con los perros, puesto que
el esquema de estímulo-reacción de los reflejos tiene que ver
absolutamente con el concepto de información e "inteligencia"
de la cibernética y de la informática [15].
Y
si algún conocimiento es limitado y parcial es el de las señales,
de donde resulta profundamente empobrecedor y restringido que los
seres humanos se guíen y actúen en concordancia con "las
señales del mercado". "Este conocimiento miserable
de las señales no es, a decir verdad, ningún conocimiento. Un mero
reflejo no es al fin y al cabo ninguna reflexión intelectual, sino
exactamente lo contrario. Reflexión significa no sólo que alguien
funcione, sino también que ese alguien pueda reflexionar ‘sobre’
tal o cual función y cuestionar su sentido" [16].
La
escasa reflexión intelectual que caracteriza a los profetas de la
"sociedad del conocimiento" queda en evidencia
cuando se constata que aunque la información crece en forma alocada,
el conocimiento real disminuye y se generaliza la estupidez
televisiva. Al fin y al cabo que más puede esperarse de "una
conciencia sin historia, volcada hacia la atemporalidad de la
‘inteligencia artificial’ que pierde cualquier orientación",
porque "la sociedad del conocimiento, que no conoce nada de
sí misma, no tiene más que producir que su propia ruina. Su notable
fragilidad de memoria es al mismo tiempo su único consuelo"
[17].
La
pretendida "sociedad del conocimiento" es una
auténtica falacia si se considera, por ejemplo, que según las
mismas proyecciones que se efectúan en países como los Estados
Unidos, el 70 por ciento de los puestos de trabajo que se crean en
ese país no requieren de ninguna preparación profesional y menos de
educación universitaria. El sofisma de la "sociedad del
conocimiento" pretende ocultar que en estos momentos lo que
se está generando es la más espantosa desigualdad social, expresada
por supuesto en la educación, en la que una ínfima minoría accede
a todo tipo de servicios educativos, mientras que la mayoría no
tiene ninguna posibilidad de capacitarse, entre otras cosas porque el
mercado laboral demanda en todos los países del mundo trabajo barato
y sin ninguna preparación, como se observa en las maquilas y en las
fabricas de la muerte que se implantan en todo el planeta.
Además,
es verdaderamente cínico que se asuma una noción tan vaporosa como
la de "sociedad del conocimiento" cuando lo que
predomina en el capitalismo actual es la ignorancia generalizada en
todos los terrenos, como se constata con los 800 millones de
analfabetos que hay en el mundo, a lo cual deben agregarse otros
millones de analfabetos funcionales -es decir, aquellos que aunque
supuestamente sepan leer y escribir no están en capacidad de
entender lo que leen ni de expresarse coherentemente a través de la
escritura- y la "ignorancia sofisticada" de los que
siendo expertos o profesionales no pueden pensar en el sentido
estricto del término, entre los que hay que incluir forzosamente a
los que se mueven en el terreno de la informática y la cibercultura,
cuyo pensamiento es bastante tosco y rudimentario.
Tampoco
tiene mucho sentido catalogar al capitalismo como una sociedad del
conocimiento cuando asistimos a la destrucción de miles de lenguas y
a una bestial homogeneización cultural a nombre de los "valores
superiores" de la "economía de mercado" y
de su tecnología informática, la que ni siquiera es capaz de
almacenar información para el corto plazo, digamos unos 20 años.
Esto último supone que buena parte de la información generada
después de 1980 y que se ha depositado en disquetes, CDs y otros
dispositivos ni siquiera existe hoy, habiéndose perdido por completo
y para siempre, dado que los nuevos mecanismos electrónicos no son
capaces de leerla. Desde esta perspectiva, para la memoria colectiva
de la humanidad ha sido más importante el papiro que nos ha legado
información durante miles de años que los discos de computadora que
solamente almacenan información fugaz, que tiene tan corta vida como
las máquinas en que se procesa y como la "memoria"
de los tecnócratas neoliberales.
Para
terminar, no tiene sentido hablar de "sociedad del
conocimiento" en momentos en que se presenta el mayor
genocidio cultural de todos los tiempos, patentizado en la
desaparición acelerada de cientos de idiomas en todo el mundo, lo
cual está asociado a la brutal imposición del inglés. Cada lengua
que se pierde supone la desaparición de saberes extraordinarios
sobre medicina, botánica, ecosistemas y el clima y conocimientos
esenciales para el desarrollo de la agricultura. Al mismo tiempo, la
erosión cultural que caracteriza a la sociedad capitalista actual se
manifiesta, por ejemplo, en que los autores más traducidos y más
leídos en el mundo escriben en inglés, y la mayor parte de esos
autores (como Stephen King) han escrito libros basura, es decir,
textos que no aportan nada ni al conocimiento ni al arte sino que son
productos comerciales desechables sin ninguna utilidad duradera,
tales como novelas tontas, ciencia-ficción de pésima calidad,
recetas de cocina o técnicas para adelgazar. Por todo ello, podemos
concluir señalando que paradójicamente, y en contra de los lugares
comunes, "nuestra generación es la primera en la historia
que ha perdido más conocimiento del que ha adquirido" [18].
NOTAS:
*
Robert Kurz, "La ignorancia de la Sociedad del Conocimiento",
en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247.
(Subrayado nuestro)
[1]
Banco Mundial, Aprendizaje permanente en la economía global del
conocimiento. Desafíos para los países en desarrollo, Bogotá,
Banco Mundial, Alfaomega, 2003, p. 1
[2]
Juan Carlos Tedesco, Educar en la sociedad del conocimiento,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 11-12.
[3]
Banco Mundial, op. cit., p. xiv.
[4]
Ibíd.
[5]
Ibíd.
[6]
Ibíd., p. 31. (Subrayado nuestro).
[7]
Juan B. Fuentes Ortega y Mª José Callejo Herranz, "En torno
a la idea de "sociedad del conocimiento": Crítica
(filosófico-política) a la LOU, a su contexto y a sus críticos",
en www.filosofia.net/materiales/num/num17/Critilou.htm
[8]
R. Kurtz, "La
ignorancia en la Sociedad del Conocimiento",
en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
[9]
Citado en Theodore Roszak, El culto a la información. El folclore
de los ordenadores y el verdadero arte de pensar, México,
Editorial Grijalbo, 1990, p. 148.
[10]
J. Rifkin, The End of Work. The Decline or the Global Labor Force and
the Dawn of the Post-Market Era, Nueva York, Putnan Book, 1995.
[11]
Andy Hargreaves, Enseñar en la sociedad del conocimiento. La
educación en la era de la inventiva, Madrid, Editorial Octaedro,
2003, p. 53.
[12]
Ibíd.
[13]
Carl Sagan, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la
oscuridad, Bogotá, Editorial Planeta, 1997, p. 339.
[14]
Robert Kurz, "La
ignorancia de la Sociedad del Conocimiento",
en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
[15]
Ibíd. (Subrayado nuestro).
[16]
Ibíd.
[17]
Ibíd.
[18]
Pat Roy Mooney, El siglo ETC. Erosión, transformación
tecnológica y concentración corporativa en el siglo XXI,
Montevideo, Editorial Nordan Comunidad, 2002, p. 21.
7 de mayo de 2016
KEYNES HA MUERTO, LARGA VIDA A MARX
Ismael
Hossein-Zadeh. Boltxe.eus
Muchos
economistas liberarles imaginaron un nuevo amanecer del keynesianismo
con el colapso financiero de 2008. Casi seis años después, está
claro que las muy esperadas recetas keynesianas han sido
completamente ignoradas. ¿Por qué? La respuesta de los economistas
keynesianos: la “ideología neoliberal”, que según ellos se
remonta a la presidencia de Ronald Reagan.
Este
artículo argumenta, en cambio, que la transición del keynesianismo
a la economía neoliberal tiene raíces mucho más profundas que la
pura ideología; que la transición comenzó mucho antes de que
Reagan fuera elegido presidente; que la confianza keynesiana en la
capacidad del gobierno para re-regular y revitalizar la economía
mediante políticas de gestión de la demanda descansa en la
percepción esperanzada de que el estado puede controlar el
capitalismo; y que, al contrario de esas percepciones desiderativas,
las políticas públicas son algo más que simples decisiones
administrativas o técnicas; son, sobre todo, políticas de clase.
El
artículo sostiene además que la teoría marxista del empleo y el
desempleo, basada en la teoría del ejército industrial de reserva,
proporciona una explicación más sólida de los prolongados y
elevados niveles de desempleo que la visión keynesiana, la cual
atribuye la plaga del paro a las “políticas equivocadas del
neoliberalismo”. Del mismo modo, la explicación que ofrece la
teoría marxista de cómo y porqué los niveles salariales de miseria
y el predominio generalizado de la pobreza pueden ir acompañados de
grandes beneficios y una mayor concentración de la riqueza, resulta
mucho más convincente que la que aportan las ideas keynesianas,
según las cuales las altas tasas de empleo y los elevados salarios
serían condiciones necesarias para un ciclo económico
expansionista.
Algo
más que “ideología neoliberal”
El
cuestionamiento y el abandono gradual de las estrategias keynesianas
de gestión de la demanda no se debió simplemente a las propensiones
puramente ideológicas de los republicanos “de derechas” o a las
preferencias personales de Ronald Reagan, como muchos economistas
liberales y radicales manifiestan, sino a los cambios estructurales
reales en las condiciones económicas y el mercado, tanto a escala
nacional como internacional. Las políticas New Deal/socialdemócratas
se pusieron en marcha inmediatamente después de la Gran Depresión,
cuando tanto los trabajadores y otras organizaciones de base
políticamente conscientes como las condiciones económicas
favorables del momento volvieron efectivas esas políticas. Esas
condiciones favorables incluían la necesidad de reconstruir e
invertir en las devastadas economías de posguerra, la casi ilimitada
demanda de productos manufacturados estadounidenses en el país y en
el extranjero, y el hecho de que tanto el capital como la mano de
obra estadounidenses no tuvieran competencia. Estas circunstancias
propicias, junto con la presión desde abajo, permitió a los
trabajadores estadounidenses exigir salarios dignos y una serie de
prestaciones, mientras disfrutaban de una elevada tasa de empleo. Los
salarios elevados y la fuerte demanda funcionaron entonces como un
estímulo maravilloso que trajo consigo, en forma de círculo
virtuoso, el largo ciclo expansionista del periodo de posguerra.
A
finales de los sesenta y principios de los setenta, sin embargo,
tanto el capital como la mano de obra estadounidenses vieron cómo se
incrementaba la competencia en los mercados mundiales. Además,
durante el largo ciclo expansionista de posguerra, los fabricantes
estadounidenses habían invertido tanto en capital fijo, en
desarrollar capacidades, que para finales de los sesenta sus tasas de
beneficio ya habían comenzado a disminuir a medida que los enormes
“costes a fondo perdido”, sobre todo en forma de instalaciones y
equipo, se volvían cada vez más elevados.
Más
que ninguna otra cosa, fueron estos cambios en las condiciones reales
de producción, y el simultáneo realineamiento de los mercados
globales, lo que motivó las cada vez mayores reservas hacia los
postulados keynesianos y su abandono final. Al contrario de lo que
repiten los economistas liberales/keynesianos, no fueron las ideas o
los planes de Ronald Reagan los que estaban detrás del
desmantelamiento de las reformas del New Deal; más bien, fue la
globalización, primero del capital y después de la fuerza de
trabajo, lo que hizo que las políticas económicas de corte
keynesiano dejaran de resultar atractivas para la rentabilidad
capitalista, y lo que propició el ascenso de Ronald Reagan y las
políticas neoliberales de austeridad económica.
Debería
destacarse que las políticas keynesianas de estabilización no
fueron abandonadas por razones puramente ideológicas; esto es,
porque, como sostienen muchos críticos del neoliberalismo, desde
Chicago se extendiera un espíritu de laissez-faire que afectó a
políticos de todos los partidos y los convenció de las ventajas de
los mercados libres. […] Los mecanismos keynesianos de regulación
financiera (controles de capital y tipos de cambio regulados) no
pudieron resistir la expansión del crédito internacional
desregulado, los Euromercados, que pasaron a dominar las finanzas
internacionales.
Cuando,
inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en la
Conferencia de Bretton Woods (NH, Nueva Inglaterra), se establecieron
regulaciones financieras, controles de capital y un nuevo sistema
monetario internacional, los mercados internacionales financieros y
de crédito eran prácticamente inexistentes. El dólar
estadounidense (y en menor extensión el oro) era, en líneas
generales, el único medio de comercio y crédito internacional. Bajo
esas circunstancias, los préstamos internacionales se realizaban
principalmente a través del Fondo Monetario Internacional (FMI) y
los bancos centrales de los países prestatarios/beneficiarios de los
préstamos, de ahí la aplicabilidad de controles.
Sin
embargo, este cuadro de los mercados de crédito/financieros fue
cambiando gradualmente y, para finales de los sesenta y principios de
los setenta del siglo pasado, esos mercados habían alcanzado un
valor de cientos de miles de millones de dólares, posibilitando
transacciones internacionales de crédito por fuera de los canales
del FMI y los bancos centrales. Los dos factores principales que
contribuyeron de manera significativa a la drástica inflación de
los mercados financieros internacionales fueron (a) el crédito
internacional generado por ordenador, y (b) la inmensa proliferación
de Eurodólares, esto es, dólares estadounidenses depositados en
bancos extranjeros. El crédito/las finanzas mundiales han crecido
tantísimo durante las últimas décadas que han vuelto prácticamente
inútiles los controles y las regulaciones internas o nacionales:
Los
críticos de las finanzas internacionales han hecho varias propuestas
para estabilizar el sistema y adecuarlo a los propósitos del
desarrollo económico y social. La recomendación más común ha sido
la vuelta a los controles de capital transnacional que existían
durante los años 40 y 50 del siglo pasado. Dichos controles, en
muchos casos, no fueron eliminados hasta los años noventa. Sin
embargo, los depósitos bancarios internacionales y los activos
financieros en el extranjero son ahora tan grandes que sería difícil
hacer cumplir tales controles. De hecho, la razón principal para
deshacerse de dichas regulaciones fue precisamente que no podían
hacerse cumplir.
Es
obvio, entonces, que el debilitamiento de las medidas de control y/o
las salvaguardias normativas tuvo menos que ver con las tendencias
puramente ideológicas de ciertos políticos y responsables de
políticas que con la evolución de los mercados financieros
internacionales.
Todo
empezó mucho antes de la llegada de Reagan a la Casa Blanca
La
afirmación de que el abandono de las políticas keynesianas a favor
de las neoliberales se produjo con la llegada de Ronald Reagan a la
Casa Blanca en 1980 es objetivamente falsa. Pruebas irrefutables
demuestran que la fecha de vencimiento de las recetas keynesianas
expiró al menos una docena de años antes. Las políticas
keynesianas de expansión económica mediante la gestión de la
demanda habían perdido fuelle (esto es, habían dado de sí todo lo
que podían) a finales de los sesenta y principios de los setenta; no
se vieron frenadas brusca y repentinamente bajo la dirección de
Reagan.
Como
señala el profesor Alan Nasser del Evergreen State College, los
argumentos de que “las políticas de equidad económica suponían
sacrificios en términos de eficiencia” fueron elaborados por
los asesores económicos de las administraciones demócratas mucho
antes de que la reaganomía los formalizara. Tanto Arthur Okun como
Charles Schultze ocuparon el cargo de presidente del Consejo de
Asesores Económicos con presidentes demócratas. En su libro
Equality and Efficiency: The Big Tradeoff, Okun (1975) manifestó que
“el objetivo intervencionista de mayor equidad tuvo unos costes de
eficiencia que perjudicaron la economía privada”. Del mismo modo,
Schultze (1977) afirmó que “las políticas del gobierno que
afectan a los mercados en nombre de la imparcialidad y la equidad son
necesariamente ineficientes”, y que tales políticas “iban a
perjudicar a las personas que los responsables de las políticas
trataban de proteger, y a desestabilizar la economía privada en el
proceso”.
Jerome
Kalur también señala que “los esfuerzos de la Cámara de
Comercio y la Mesa Redonda Empresarial para obtener el control de las
decisiones reguladoras del gobierno comenzaron al menos nueve años
antes” de la elección de Ronald Reagan como presidente,
“cuando el abogado Lewis Powell envió a la Cámara su conocido
memorando ‘Attack of American Free Enterprise System'” [7].
Conjuntamente con la ofensiva legal de Powell contra la normativa
laboral y reguladora, las grandes empresas actuaron rápidamente para
“impedir la sindicalización” y
“eliminar los controles reguladores mediante sucesivas campañas de
propaganda promovidas por think-tanks como el Instituto Americano de
Empresa (1972), la Fundación Heritage (1973) y el Instituto Cato
(1977)”. Kalur apunta algo más:
Cuando
Powell entregó su memorando a la Cámara, la patronal estadounidense
tenía a su servicio 175 firmas de cabildeo registradas. En 1982, el
número de torcedores de brazos de la calle K financiados por las
empresas había llegado a los 2.500. Y si en los setenta había 400
PACs respaldados por empresas, una década más tarde sumaban 1.200.
Resumiendo, las grandes empresas estaban provocando el descenso en la
afiliación sindical, influyendo fuertemente en las agencias
federales y la legislación, y dominando la Comisión de Bolsa y
Valores (SEC, por sus siglas en inglés) mucho antes de la llegada de
Reagan a la presidencia. Con el nombramiento de Powell como juez del
Tribunal Supremo, para 1978 el mundo empresarial estadounidense
estaba más cerca de su meta de suprimir las restricciones a los
donativos para las campañas a través de procedimientos
clandestinos.
Si
bien el giro teórico de la economía del New Deal/keynesiana por
parte de las lumbreras del Partido Demócrata es anterior a la
presidencia de Carter, la ejecución política de dichas teorías
comenzó bajo su administración. Reagan recogió la copia demócrata
de la agenda neoliberal y le sacó provecho, reemplazando la retórica
del capitalismo con rostro humano por la retórica arrogante y
farisaica del individualismo acentuado, según la cual la codicia y
el interés propio son valores que hay que alimentar. El presidente
Clinton no atenuó las políticas económicas por el lado de la
oferta de los años de Reagan, y el presidente Obama no está
vacilando al llevarlas a cabo.
El
papel del estado: esperanzas, mitos y (falsas) ilusiones
La
visión keynesiana según la cual el gobierno puede ajustar la
economía a través de políticas fiscales y monetarias para mantener
el crecimiento se basa en la idea de que el capitalismo puede ser
controlado o manipulado por el estado y gestionado por economistas
profesionales desde los distintos departamentos gubernamentales de
acuerdo al interés general. La eficiencia del modelo keynesiano, por
lo tanto, se apoya en gran medida en una esperanza, o una ilusión,
puesto que la relación de poder entre el estado y el
mercado/capitalismo es normalmente la inversa. Al contrario de la
percepción keynesiana, la elaboración de políticas económicas es
algo más que una mera decisión administrativa o técnica; se trata
sobre todo de un asunto socio-político que está relacionado
orgánicamente con la naturaleza de clase del estado y los aparatos
de definición de políticas.
La
ilusión keynesiana ha estado alimentada o enmascarada por dos
grandes mitos. El primero proviene de la idea que atribuye la
aplicación de las reformas económicas del New Deal y la
socialdemocracia tras la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial
al genio de Keynes. Sin embargo, las pruebas demuestran que la
aplicación de dichas reformas y, por tanto, el mayor protagonismo de
Keynes, fue más el resultado de durísimas luchas de clase y enormes
presiones por parte de grupos de base que de las mentes de expertos
como Keynes. De hecho, fuera de los estrechos círculos académicos,
Keynes no era conocido en los Estados Unidos cuando se llevaron a
cabo la mayoría de las reformas del New Deal.
El
segundo mito deriva de la visión que atribuye la larga expansión
económica durante el periodo que va desde 1948 a 1968 en los Estados
Unidos a la eficacia o al éxito de las políticas keynesianas de
gestión de la demanda. Aunque es cierto que en aquel momento las
políticas expansionistas del gobierno tuvieron un papel fundamental
en el fantástico desarrollo económico de ese periodo, el éxito de
esa expansión también se debió a una serie de condiciones o
factores favorables. Entre ellos se encontraban la necesidad de
reconstruir e invertir en las devastadas economías de posguerra de
todo el mundo, la necesidad de cubrir la gran demanda global de
bienes de consumo y de capital, y la falta de competencia para los
productos y el capital estadounidenses en los mercados globales; en
pocas palabras, el hecho de que en el periodo de posguerra había un
enorme espacio para el crecimiento y la expansión.
Amparándose
en estos mitos e ilusiones, los economistas keynesianos imaginaron un
pequeño resquicio en el derrumbe financiero de 2008 y la Gran
Recesión subsiguiente: una oportunidad para un nuevo amanecer de la
economía keynesiana. Casi seis años después resulta
suficientemente claro que las recetas keynesianas están cayendo en
saco roto.
Rechazadas,
las esperanzas e ilusiones keynesianas se han convertido en decepción
y enfado. Por ejemplo, en su columna en el New York Times, el
profesor Paul Krugman arremete a menudo contra la administración
Obama por ignorar las políticas keynesianas de expansión económica
y creación de empleo:
La
verdad es que crear empleo en una economía deprimida es algo que el
gobierno podría y debería hacer. […] Piensen en ello: ¿Dónde
están los grandes proyectos de obras públicas? ¿Dónde están los
ejércitos de empleados públicos? Hay exactamente medio millón
menos de funcionarios ahora que cuando el Sr. Obama asumió el cargo.
En
el centro de la frustración y decepción de los economistas
keynesianos está la percepción irrealista de que las políticas
económicas son producciones intelectuales, y que la formulación de
políticas es principalmente una cuestión de conocimientos técnicos
y preferencias personales. Lo que estos economistas pasan por alto es
el hecho de que dicha formulación no es simplemente una cuestión
optativa, es decir, de política “buena” vs. “mala”; es sobre
todo una cuestión de política de clase.
No
basta con tener buen corazón o un alma compasiva; es igualmente
importante no perder de vista cómo se hacen las políticas públicas
bajo el capitalismo. No es suficiente con despotricar continuamente
contra Ronald Reagan como un rey malvado y alabar a FDR como un rey
sabio. La tarea más importante es explicar por qué la clase
dominante derrocó al rey sabio y abrió la puerta al malvado. Como
señala el profesor Peter Gowan de la London Metropolitan University,
“los keynesianos defienden un argumento esencialmente falso a
favor de la re-regulación al no ver la unidad del estado y Wall
Street”.
Crecimiento
y empleo: Keynes vs. Marx
No
sólo es inexacto el relato de los hechos que condujeron a la
desaparición del keynesianismo y al auge del neoliberalismo que
hacen los economistas liberales, también lo es su explicación de
los continuos problemas de desempleo y estancamiento económico.
Culpando de las altas y persistentes tasas de desempleo al
“capitalismo neoliberal” en vez de al capitalismo per se, los
defensores de la economía keynesiana tienden a perder de vista las
causas estructurales o sistémicas del desempleo: la tendencia
secular y/o sistémica de la producción capitalista a reemplazar
continuamente la fuerza de trabajo por máquinas y, por tanto, a
generar una masa considerable de desempleados, o un “ejército
industrial de reserva”, en palabras de Marx.
Bajo
el capitalismo, tal y como lo explicó Marx, las leyes fundamentales
de la oferta y la demanda de trabajo se ven fuertemente afectadas por
la capacidad del mercado para producir de manera regular un ejército
obrero de reserva, o “sobrepoblación”. Este ejército de reserva
es por tanto tan importante para la producción capitalista como lo
es el ejército obrero activo (o realmente empleado). Así como para
un buen uso del agua es importantísimo realizar ajustes periódicos
y oportunos del nivel de un embalse de riego, para la rentabilidad
capitalista resulta decisiva la existencia de una cantidad
“apropiada” de desempleados:
Durante
los períodos de estancamiento y de prosperidad media, el ejército
industrial de reserva o sobrepoblación relativa ejerce presión
sobre el ejército obrero activo, y pone coto a sus exigencias
durante los períodos de sobreproducción y de paroxismo. La
sobrepoblación relativa, pues, es el trasfondo sobre el que se mueve
la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Comprime el campo de
acción de esta ley dentro de los límites que convienen de manera
absoluta al ansia de explotación y el afán de poder del capital.
En
la era de la globalización de la producción y el empleo, el
ejército industrial de reserva ha sobrepasado las fronteras
nacionales. Según un reciente estudio de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), entre 1980 y 2007 la fuerza de
trabajo mundial creció un 63%. El estudio demuestra además que,
debido a la urbanización y/o desruralización, la proporción del
ejército obrero activo es menor del 50%, es decir, más de la mitad
de la fuerza de trabajo mundial está desempleada.
Es
precisamente esta enorme y disponible masa de desempleados, junto con
la relativa facilidad de deslocalización de la producción a
cualquier lugar del mundo —no las “malas intenciones de los
republicanos o los malvados neoliberales”, como manifiestan
muchos keynesianos— lo que ha obligado a la clase trabajadora a
someterse, sobre todo en los países capitalistas centrales:
aceptando los brutales planes de austeridad que suponen recortes de
salarios y prestaciones, despidos y acoso sindical, empleos a tiempo
parcial y eventuales, y similares.
Esto
explica también porqué siguen sonando huecas las continuas llamadas
keynesianas de los últimos años que proponen paquetes de estímulos
de tipo keynesiano para poner fin a la recesión y paliar el
desempleo. Bajo las nuevas condiciones de producción, que ha pasado
de lo nacional o lo global, y en ausencia de la abrumadora presión
política de los trabajadores y otras organizaciones de base,
simplemente no se pueden volver a poner en práctica las recetas del
doctor Keynes, las cuales fueron emitidas bajo condiciones
socioeconómicas radicalmente diferentes, bajo circunstancias o
marcos nacionales, no internacionales o mundiales.
Teóricamente,
la estrategia keynesiana del “círculo virtuoso” de altas tasas
de crecimiento y empleo es a la vez sencilla y razonable: el aumento
del gasto público en un momento de grave crisis económica haría
crecer el empleo y los salarios, aumentaría el poder de compra de la
economía, lo que a su vez incentivaría a los productores a crecer y
contratar, aumentando así el empleo, los salarios, la demanda, la
oferta… hasta el infinito. Pero aunque la estrategia suene
relativamente sencilla y bastante razonable, adolece de una serie de
fallos.
Para
empezar, asume implícitamente que los empleadores y quienes diseñan
las políticas públicas están interesados de verdad en lograr el
pleno empleo, pero por alguna razón no saben cómo alcanzar este
objetivo. La consecución del pleno empleo, sin embargo, puede no ser
el ideal o el nivel óptimo de beneficios para la producción
capitalista, lo que significa que quizá no sea el objetivo real de
los empresarios y/o responsables de políticas públicas. Como se
mencionó anteriormente, para la rentabilidad capitalista es tan
esencial que haya una considerable cantidad de desempleados como que
exista el número de trabajadores necesarios para producir. En su
afán de mantener los costes laborales tan bajos como sea posible,
perpetuando una clase trabajadora dócil, el capitalismo tiende a
menudo a preferir elevadas tasas de desempleo y bajos salarios a un
bajo nivel de desempleo y elevados salarios.
Esto
explica porqué, por ejemplo, el mercado de valores a menudo tiende a
incrementarse cuando los informes señalan un aumento del desempleo,
y viceversa. También explica porqué, aprovechando el largo (y
persistente) ciclo recesionista, las empresas dominantes/los
responsables de políticas públicas de los países centrales
capitalistas se han embarcado en un programa de austeridad sin
precedentes con medidas para reducir el sector público y el gasto
correspondiente, cuyo objetivo principal es debilitar la fuerza de
trabajo y disminuir su coste.
En
segundo lugar, el argumento keynesiano que sostiene que el “círculo
virtuoso” de índices de empleo, salarios y crecimiento
elevados resultaría relativamente sencillo de alcanzar si no fuera
por las “malas” políticas del neoliberalismo y la oposición de
los empleadores, se basa en la suposición de que los
empleadores/productores ignoran su propio interés. Según este
argumento, si fueran conscientes de las ventajas de los “salarios
Ford” podrían ayudarse a sí mismos y ayudar a los trabajadores, y
contribuir al crecimiento económico y la prosperidad de todos. La
visión sobre este asunto del conocido profesor liberal (y ex
Secretario de Trabajo durante la primera administración de Clinton)
Robert Reich ejemplifica el razonamiento keynesiano:
Durante
la mayor parte del último siglo, el acuerdo básico que constituía
el núcleo de la economía estadounidense era que los empleadores
pagaran a sus trabajadores lo suficiente para que pudieran comprar lo
que las empresas estadounidenses vendían. […] Ese compromiso
generó un ciclo virtuoso de mayor nivel de vida, más puestos de
trabajo y mejores salarios. […] El acuerdo básico ya no es válido.
[…] En estos momentos los beneficios empresariales son elevados en
gran medida porque los salarios son bajos y las empresas no están
contratando. Pero se trata de una apuesta perdedora a largo plazo,
incluso para las empresas. Sin suficientes consumidores
estadounidenses sus días rentables están contados. Después de
todo, existe un límite en el beneficio que pueden extraer recortando
las nóminas.
Existen
dos problemas fundamentales con este argumento. El primero es que
asume (implícitamente) que los productores estadounidenses dependen
de los trabajadores del país no solo como trabajadores sino también
para que les compren sus productos, como si fuera una economía
cerrada. Sin embargo, la realidad es que los productores
estadounidenses dependen cada vez menos de la fuerza de trabajo
doméstica, ni como trabajadores ni como consumidores, pues
continuamente están ampliando sus mercados de producción y venta en
el extranjero: “Tanto en el lado de la oferta [empleo] como en el
de la demanda, el trabajador/consumidor estadounidense tiene un papel
cada vez más secundario”.
El
segundo problema radica en que los salarios y los beneficios son
categorías a nivel micro o de empresa, establecidas por empleadores
individuales o directores de empresa, no por los estrategas a nivel
macro o nacional de la demanda agregada (como ocurre en una economía
de planificación centralizada). Los productores individuales
(grandes y pequeños) ven los salarios y las prestaciones, en primer
lugar, como un coste de producción que debe ser minimizado a toda
costa; y solo de forma secundaria, o nunca, como parte de la demanda
agregada nacional que puede contribuir (indirectamente) a la venta de
sus productos.
Marx
caracterizó la disposición y la capacidad del capitalismo para
crear una gran masa de desempleados (con el fin de conseguir una
clase trabajadora mayoritariamente pobre y dócil) como
“pauperización” y sumisión de la fuerza de trabajo; un
mecanismo incorporado que resulta esencial para la “ley general”
de la acumulación capitalista:
De
esto se sigue que a medida que se acumula el capital empeora la
situación del obrero, sea cual fuere su remuneración. La ley,
finalmente, que mantiene un equilibrio constante entre la
sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva y el
volumen e intensidad de la acumulación, encadena el obrero al
capital con grillos más firmes que las cuñas con que Hefestos
aseguró a Prometeo en la roca. Esta ley produce una acumulación de
miseria proporcional a la acumulación de capital. La acumulación de
riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de
miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia,
embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es,
donde se halla la clase que produce su propio producto como capital.
Conclusión
La
teoría marxista del desempleo, basada en la teoría del ejército
industrial de reserva, proporciona una explicación de los niveles de
desempleo prolongados más sólida que la visión keynesiana, que
atribuye la plaga del desempleo a las “equivocadas” o “malas”
políticas neoliberales. Igualmente, la teoría marxista de los
salarios de miseria o subsistencia ofrece una explicación más
convincente de cómo y porqué esos bajísimos niveles salariales y
el predominio generalizado de la pobreza en todo el país pueden ir
acompañados de grandes beneficios empresariales y/o el crecimiento
de los mercados de valores, que la que brinda la percepción
keynesiana, según la cual para que se produzca un ciclo económico
expansionista son necesarios niveles salariales elevados.
Además,
y quizá sea lo más importante, la idea marxista de que los
programas de protección económica significativos y duraderos solo
pueden llevarse a cabo con la presión de las masas — y siendo
coordinada globalmente — ofrece una solución mucho más lógica y
prometedora al problema de las dificultades económicas de la
abrumadora mayoría de la población mundial que los paquetes de
estímulos keynesianos a nivel nacional, puramente académicos y
esencialmente apolíticos. No importa lo alto, lo mucho o lo
apasionadamente que los keynesianos de buen corazón supliquen
empleos y nuevos programas de reformas del tipo New Deal, sus
peticiones para aplicar tales programas van a ser ignoradas por los
gobiernos que han sido elegidos y son controlados por poderosos
intereses financieros. El principal fallo de las recetas keynesianas
de gestión de la demanda es que consisten en una serie de propuestas
populistas carentes de política de clase, es decir, de los
mecanismos políticos que serían necesarios para llevarlas a cabo.
Solamente con la movilización de las masas trabajadoras (y otras
organizaciones de base) y luchando, en vez de suplicando, por una
parte equitativa de lo que es verdaderamente el producto de su
trabajo, puede la mayoría trabajadora alcanzar la seguridad
económica y la dignidad humana.
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