Seumas Milne. The Guardian
La guerra contra el terrorismo, aquella campaña sin fin
puesta en marcha hace 14 años por George Bush, se está enredando en sí misma
con contorsiones cada vez más grotescas. El lunes (01.06.2015) el juicio en
Londres a un hombre sueco, Bherlin Gildo, acusado de terrorismo en Siria, se
vino abajo tras quedar claro que los servicios de inteligencia británicos
habían estado armando a los mismos grupos rebeldes a los que el encausado
estaba acusado de apoyar.
La fiscalía abandonó el caso, al parecer para evitarle el
bochorno a los servicios de inteligencia. La defensa argumentó que seguir
adelante con el juicio habría sido una “afrenta a la justicia”, cuando resulta
que había evidencia abundante de que el Estado británico había proporcionando
“amplio apoyo” a la oposición siria armada.
[Ese apoyo] no sólo incluyó la “ayuda no letal”, de la cual
se estuvo jactando el gobierno (incluía chalecos antibalas y vehículos
militares), sino entrenamiento, apoyo logístico y suministros secreto de “armas
a escala masiva”. Los informes mencionaban que el MI6 había cooperado con laCIA en una ruta “ratline” para la transferencia de armas de los arsenales
libios a los rebeldes sirios en 2012, tras la caída del régimen de Gadafi.
Queda claro que el absurdo de enviar a alguien a la cárcel
por hacer lo que los ministros y sus cargos de seguridad era ya demasiado.
Pero ese es sólo el último de una serie de casos similares.
Menos afortunado fue un taxista de Londres, Anis Sardar, quien fue condenado a
cadena perpetua hace quince días por haber participado en 2007 en la
resistencia a la ocupación de Iraq por las fuerzas estadounidenses y
británicas. La oposición armada a la invasión y ocupación ilegal claramente no
constituye terrorismo o asesinato en la mayoría de las definiciones, incluyendo
la Convención de Ginebra.
Pero lo que es o no es terrorismo depende ahora del ojo de
quien mira. Y en ninguna parte eso es más cierto que en Oriente Medio, donde
los terroristas de hoy son los combatientes contra la tiranía del mañana – y
los aliados pasan a ser enemigos – a menudo por el desconcertante capricho de
un político occidental en una conferencia telefónica.
En el último año, los Estados Unidos, Gran Bretaña y otras
fuerzas occidentales han vuelto a Iraq, supuestamente por la causa de destruir
al grupo terrorista hiper-sectario ‘Estado Islámico’ [ISIS] (anteriormente
al-Qaida en Iraq). Esto ocurrió después de que el ISIS invadiera enormes trozos
de territorio iraquí y sirio, y se auto-proclamara como califato islámico.
La campaña no va bien. El mes pasado, ISIS se expandió en la
ciudad iraquí de Ramadi, mientras que en el otro lado de la frontera ahora
inexistente sus fuerzas conquistaron la ciudad siria de Palmira. La franquicia
oficial de Al-Qaeda, el Frente al-Nusra, también ha estado haciendo avances en
Siria.
Algunos iraquíes se quejan de que los EE.UU. estaban
sentados cruzados de mientras pasaba todo esto. Los estadounidenses insisten en
que están tratando de evitar víctimas civiles, y reivindican éxitos
significativos. En privado, los altos cargos afirman que no quieren ser vistos
machacando bastiones sunitas en una guerra sectaria y arriesgarse a que sus
aliados sunitas del Golfo se disgusten.
Un revelador rayo de luz, sobre cómo hemos llegado a esto,
lo ha arrojado un informe secreto de la inteligencia estadounidenserecientemente desclasificado, escrito en agosto de 2012, y que predice de forma
sorprendente – y efectivamente da la bienvenida – la perspectiva de un
“principado salafista” en el Este de Siria, y un estado islámico controlado por
al-Qaeda en Siria e Iraq. En marcado contraste con las afirmaciones
occidentales del momento, el documento de la DIA (Agencia de Inteligencia de
Defensa) identifica a ‘Al-Qaeda en Iraq’ (antes de convertirse en ISIS) y otros
salafistas próximos como los “principales fuerzas que impulsan la insurgencia
en Siria” – y afirma que “los países occidentales, los estados del Golfo y
Turquía” estaban apoyando los esfuerzos de la oposición para tomar el control
del Este de Siria.
Plantear la “posibilidad de establecer un principado
Salafista declarado o no declarado”, prosigue el informe del Pentágono, “eso es
exactamente lo que los poderes que apoyan a la oposición quieren, con el fin de
aislar el régimen sirio, al que se considera la reserva estratégica de la
expansión chií (Iraq e Irán)”.
Y exactamente eso es lo que sucedió dos años después. El
informe no es un documento sobre políticas. Está redactado con censura y hay
ambigüedades en el lenguaje. Pero las implicaciones son lo suficientemente
claras. A un año de la rebelión siria, los EE.UU. y sus aliados no solamente
estaban apoyando y armando a una oposición que sabían dominada por grupos
sectarios extremistas; estaban dispuestos a ver como aceptable la creación de
una especie de “estado islámico” – a pesar del “grave peligro” para la unidad
de Iraq – a modo de zona colchón [buffer zone] sunita para debilitar a Siria.
Eso no significa que los EE.UU. hayan creado al ISIS, por
supuesto, aunque algunos de sus aliados del Golfo sin duda jugaron un papel en
ello – como reconoció el año pasado el vicepresidente de Estados Unidos, JoeBiden. Pero no había ‘al-Qaeda en Iraq’ hasta que los EE.UU. y Gran Bretaña
llevaron a cabo su invasión. Y los EE.UU. ciertamente han aprovechado la
existencia de ISIS contra otras fuerzas en la región como parte de una campaña
más amplia para mantener el control occidental.
El cálculo cambió cuando ISIS comenzó a decapitar
occidentales y a publicar atrocidades on-line, y los estados del Golfo están
ahora respaldando a otros grupos en la guerra siria, como el Frente Nusra. Pero
este hábito estadounidense y occidental de juguetear con grupos yihadistas, que
luego vuelven para morderlos, se remonta al menos a la guerra de 1980 contra la
Unión Soviética en Afganistán, que fomentó el al-Qaida original bajo la tutela
de la CIA.
Ese hábito fue recalibrado durante la ocupación de Iraq,
cuando las fuerzas estadounidenses liderados por el general Petraeus
patrocinaron una guerra sucia, al estilo de la guerra sucia de los escuadronesde la muerte en El Salvador, para debilitar la resistencia iraquí. Y se repitió
en 2011 en la guerra orquestada por la OTAN en Libia, donde ISIS la semana
pasada tomó el control de Sirte, ciudad natal de Gadafi.
En realidad, la política de Estados Unidos y occidental en
la conflagración que es ahora Oriente Medio está basada en clásico modelo
imperial del ‘divide y vencerás’. Las fuerzas estadounidenses bombardean a unos
grupos de rebeldes mientras apoyan a otros en Siria, y montan lo que de hecho
son operaciones militares conjuntas con Irán contra ISIS en Iraq, mientras que
dan apoyo a la campaña militar de Arabia Saudí contra las fuerzas hutíes
respaldados por Irán en Yemen. Tan confusa como pueda parecer a menudo la
política de Estados Unidos, unas debilitadas y divididas Iraq y Siria se
adaptan a semejante enfoque a la perfección.
Lo que está claro es que al ISIS, y sus monstruosidades, no
será derrotado por los mismos poderes que lo trajeron a Iraq y Siria en primer
lugar, o cuyas decisiones militares, públicas o encubiertas, lo han fomentado
en los años posteriores. Las intervenciones militares occidentales sin fin en
el Oriente Medio solamente han traído destrucción y división. Es la gente de la
región quienes pueden curar esta enfermedad – no los que incubaron el virus.