Ludwig Von Mises y Adolf Hitler |
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Antes
de presentarles el artículo que encontrarán a continuación quiero señalar que
disiento del trasfondo ideológico desde el que ha sido redactado. Me refiero a
dos cuestiones principales. La primera, la visión del Estado del Bienestar como
espacio de pacto roto por los neoliberales, olvidando que el Estado siempre ha
sido de clase (capitalista, dentro del orden económico del capital) y que el
actual ataque minarquista que está sufriendo es simplemente efecto de una correlación
de la lucha de clases desfavorable a los trabajadores. La segunda, el peligroso
empleo del término “sociedad civil”. Como concepto polimorfo no se refiere sólo
a la visión de Habermas, bastante ciudadanista, y poco conectado con la lucha
de clases, al interpretar la expresión como espacio de desenvolvimiento de
instancias sociales no directamente ligadas a la idea de Estado y que buscan la
idea del bien común (falsa idea por cuanto interpreta como común lo que nunca
puede serlo en una sociedad dividida en clases y, en definitiva, en intereses
antagónicos). El concepto tiene también un basamento liberal que lo liga con la
actividad humana de tipo económico y empresarial. En cualquier caso, la idea no
escapa a la visión del pacto o contrato social, tan querida por Rousseau y por
sindicatos como aquél en el que milita el autor de este artículo.
En
todo caso, sí que comparto el diagnóstico de la confluencia entre
neoliberalismo (o liberalismo a secas) y fascismo por su carácter de dominación
de clase por la vía de la fuerza. Y ello hasta tal punto que hoy es
perfectamente posible ser partidario de formas políticas fascistas o
prefascistas y de una economía anarcocapitalista o ultraliberal. Al fin y al
cabo, en el pasado, fueron liberales y conservadores los que llamaron a Benito
Mussolini y a Adolf Hitler a asumir el papel de frontera de defensa de los
intereses del capital contra los riesgos de sendas revoluciones socialistas.
Sin más,
les dejo con el artículo prometido
EL
NEOLIBERALISMO ES UN FASCISMO
Javier
Fernández. Nueva
Tribuna
Sobre el concepto de
Lucha de Clases o bien se intenta hacer ver que ha desaparecido y que no tiene
sentido en el siglo XXI o bien se asimila a momentos sangrientos de la historia
como las revoluciones francesa y rusa o la Guerra Civil española sin embargo y
curiosamente casi nunca se trata al nazismo desde esta perspectiva. Tienen que
ser personas como Paúl Krugman y Warren Buffet, ninguno de ellos un
izquierdista peligroso, los que nos recuerden que la lucha de clases sigue
existiendo y quién la va ganando en estos momentos.
Efectivamente la lucha de clases es un mecanismo permanente, que puede adoptar diversas formas a lo largo de la historia y solo significa que la clase propietaria y las clases dependientes se confrontan para obtener los beneficios de la riqueza producida, bien mediante el reparto directo entre beneficios y salarios, bien mediante políticas fiscales redistributivas que garanticen servicios públicos y conformen una sociedad lo más igualitaria posible. Las clases dependientes intentan que esa igualdad alcance el máximo nivel posible mientras que la clase propietaria se intenta oponer a ello con todas las posibilidades a su alcance.
Cualquier historiador aficionado sabe que el fascismo surge como último recurso cuando la clase propietaria ve en peligro su hegemonía social, mediante golpes de estado, guerras civiles incluidas, con la persecución de los partidos de izquierda y de los sindicatos de trabajadores acompañados de una sangrienta represión cuyo objetivo es recuperar el terreno perdido y establecer un sistema de dominio económico, pero también social y cultural sobre el conjunto de la sociedad.
El neoliberalismo (y en esta época es palpable para todo aquel que tenga ojos y oídos) comienza estableciendo que el capital es la única fuente legitimadora de riqueza y poder político, busca marginar a las fuerzas que lo cuestionan, partidos de izquierda, sindicatos de trabajadores y en general a toda la sociedad civil organizada, al mismo tiempo que genera un discurso antipolítico en general intentando apartar a los sectores sociales que se le oponen de la vida política y aún del propio ejercicio democrático del derecho al voto.
El neoliberalismo se reclama democrático, incluso libertario, condena al fascismo y de paso a todas las dictaduras (donde incluye regímenes claramente democráticos, pero que no obedecen a sus intereses) y reclama la actuación de la sociedad civil frente al estado invasor lo que aparentemente le convierte en lo más opuesto al fascismo totalitario que usa el estado como instrumento de dominio y coacción.
Sin embargo veamos las similitudes: los regímenes fascistas al apoderarse del estado hacen que solo sus afines ocupen las responsabilidades de ese estado y también de la sociedad civil, desde los propios miembros del gobierno pasando por la judicatura, la enseñanza, la dirección de las empresas públicas (las privadas ya están en manos de los impulsores de ese régimen) y por supuesto el ejército y la policía a su servicio.
Los neoliberales plantean aparentemente lo contrario es decir: el debilitamiento del estado y el reforzamiento de la sociedad civil entendiendo por esto la privatización de todo lo existente ,comenzando por las empresas públicas, pero también de servicios como la educación y la sanidad pasando por los ferrocarriles y el transporte aéreo, las cajas de ahorro, el potenciamiento de la seguridad privada o el alejamiento de derechos básicos para los ciudadanos como los que provocan las tasas económicas para el acceso a la justicia o la cesión del registro civil, también con nuevas tasas a un cuerpo semiprivado como es el de registradores de la propiedad.
Ahora hagamos un ejercicio comparativo : El fascismo se apodera violentamente del estado y ocupa todas las instituciones y los mecanismos de control social en defensa de una clase social, la de los propietarios. El neoliberalismo privatiza todos lo privatizable y elimina mecanismos de control democrático, apartando así de la política a los organismos de poder e impidiendo por tanto el acceso a ellos de las clases no propietarias, ocupando sus representantes todos los puestos y cargos ahora privatizados y actuando en defensa de una clase social, la de los propietarios.
Ambos coinciden a la vez en impedir o disminuir la capacidad democrática de las sociedades como demuestran ataques a la libertad de asociación y de manifestación ahora disfrazados bajo la necesidad de ahorro o de impedir molestias a los ciudadanos o los ataques a partidos de izquierda y sindicatos de trabajadores, ahora acusados de obsoletos y de impedimento para el virtuoso desarrollo de la fuerza del capital.
Si en España pensamos por ejemplo en nombres propios nadie dudaría que bien ocupando los puestos públicos en un régimen fascista, bien los privatizados en un régimen neoliberal estos serían los mismos ¿o acaso no lo son ya?
La lucha de clases existe aún cuando tome diversas formas en función del momento histórico. Los representantes de las clases propietarias no tienen problema alguno en adoptar la forma que mejor sirva a sus intereses, desde el fascismo, no tan antiguo, cuando la correlación de fuerzas les es desfavorable, hasta el actual neoliberalismo, cuando ven que el ejercicio real de la democracia, pone en peligro sus privilegios. La izquierda haría bien en volver a entender que esta lucha es permanente, que comete un gran error cuando piensa que cosas conseguidas lo son para siempre, cuando no entiende que la derecha siempre está dispuesta a cambiar el campo de juego en beneficio de sus intereses, que lo que está ocurriendo en estos momentos es extremadamente grave Todo el mundo asume que el fascismo mata pero acaso el actual neoliberalismo ¿no lo está haciendo también?