James
Petras. La Haine
Este
artículo empieza recordando las promesas del presidente saliente,
Barack Obama y del presidente electo, Donald Trump.
Luego
examinaremos las razones por las cuales la retórica populista y las
promesas de paz y democracia que siempre se escuchan en las campañas
se abandonan en cuanto el ganador nombra los miembros de su gabinete,
comprometidos con políticas dictadas por las élites, militaristas y
autoritarias, muy lejos de las expectativas de los electores.
Obama:
Estilo y sustancia
Barack
Obama, como todos los demagogos, prometió a los votantes
estadounidenses que pondría fin a la ocupación militar de Irak,
cerraría el campo de concentración de Guantánamo, acabaría con la
tortura y el secretismo, defendería las libertades civiles,
protegería a los poseedores de hipotecas estafados por los banqueros
de Wall Street, aprobaría una verdadera reforma de la sanidad y
elaboraría un procedimiento para que los trabajadores inmigrantes
indocumentados y sus familias pudieran acceder a la ciudadanía.
Por
encima de todo, Obama promocionó la idea de que era “el
histórico presidente afroamericano” encargado de la tarea de
cumplir las promesas de la revolución de los derechos civiles. Obama
se dirigió a los activistas de los derechos humanos y civiles y les
prometió poner fin a la violencia racial y la desigualdad. Prometió
acabar con las violaciones de las libertades individuales por parte
del Estado.
El
“histórico presidente negro”: Una cantidad de promesas
rotas sin precedente
Todos
los presidentes, en mayor o menor grado, han quebrado sus compromisos
electorales. Pero Barack Obama ha roto en sus dos mandatos más
promesas y de mayor calado que cualquiera de sus predecesores. Su
administración tenía por costumbre realizar promesas a sus
seguidores para luego revisarlas inmediatamente y dar marcha atrás.
Cada una de sus promesas de reforma social, atención sanitaria y
política exterior basada en la diplomacia y el respeto solo
sirvieron de preludio a la imposición de nuevas políticas más
regresivas y nuevas guerras.
Su
record es evidente: durante los ocho años de su presidencia, Obama
rebajó las expectativas de todas las circunscripciones populares a
las que cortejó y sedujo durante las campañas. ¡Nueve de cada diez
estadounidenses negros votaron por Obama en ambas campañas! A pesar
del abrumador apoyo de los afroamericanos, aumentó la desigualdad de
ingresos entre trabajadores blancos y negros, aumentó la violencia
policial letal contra afroamericanos y se multiplicaron los ataques
de paramilitares blancos, incluyendo la quema de iglesias
afroamericanas. Los afroamericanos acusados de delitos no violentos
relacionados con las drogas (traficantes y consumidores) han sido
encarcelados a un ritmo mucho mayor que sus homónimos blancos,
mientras las gigantescas élites farmacéuticas y los médicos que
prescriben narcóticos que estimulan la adicción a los opiáceos
recaudaban unos beneficios cada vez mayores con total impunidad.
Obama
continuó o comenzó siete guerras y docenas de operaciones violentas
clandestinas, superando a su predecesor, el presidente George Bush
hijo. Sus guerras provocaron la mayor cifra conjunta de africanos,
árabes, asiáticos meridionales y europeos orientales desposeídos,
heridos y asesinados de la historia mundial.
Obama
transfirió 2 billones de dólares del Tesoro estadounidense para
rescatar dos docenas de bancos de Wall Street, que a continuación
siguieron ejecutando las hipotecas de 3 millones de viviendas de la
clase trabajadora, en oposición a su retórica de campaña.
Las
principales corporaciones multinacionales consiguieron ocultar más
de 2 billones de dólares de beneficios en paraísos fiscales del
extranjero. El presidente articuló en alguna ocasión una “crítica
retórica edulcorada” contra los evasores de impuestos de las
grandes corporaciones mientras seguía fiscalizando a los
sobrecargados trabajadores, cuyos niveles de vida no paraban de caer.
Los
militaristas corrompieron la administración Obama al completo hasta
un punto no visto desde que los belicistas Harry Truman y Winston
Churchill iniciaron cínicamente la Guerra Fría.
Obama
practicó la política de rodear a Rusia de bases militares de EE.UU.
y la OTAN asentadas por doquier, de los nuevos satélites bálticos
estadounidenses a los Balcanes, del Mediterráneo al Cáucaso.
El
régimen Obama financió los golpes de Estado violentos y las
iniciativas sangrientas de “cambio de régimen” en
Ucrania, Siria, Somalia, Libia, Honduras y Yemen, con resultados
devastadores para millones de personas desplazadas y destituidas.
Ningún otro señor de la guerra, pasado o presente, puede igualar la
miseria y el caos sembrados por el régimen de Obama.
El
don de lenguas de Obama
Obama,
siempre camaleónico, hablaba con diferentes acentos y cadencias a
las diferentes audiencias: a los jóvenes les hablaba en la jerga
juvenil, se comunicaba con raperos, estrellas del baloncesto y del
béisbol y famosos del cine. Con las damas negras que asisten a la
iglesia, este graduado de la elitista academia Panahou y la Escuela
de Derecho de Harvard, nacido y criado en Honolulu, adoptaba un
acento baptista sureño, completamente ajeno a la forma de hablar de
su madre y su abuela. Cuando se dirigía a los sofisticados
peluqueros de perros de Chicago y a sus seguidores del sector de las
finanzas, volvía a hablar con una seriedad profunda bien modulada.
Su
lenguaje estaba lleno de eufemismos: el famoso pivote hacia Asia
suponía un agresivo y peligroso cerco marítimo y aéreo a China,
con la intención de paralizar la mayor economía asiática.
Mientras
hablaba de protección al medio ambiente y derechos de los
trabajadores, presionaba para lograr el Acuerdo Transpacífico de
libre comercio que otorga a las corporaciones multinacionales el
poder de devorar los derechos laborales o las regulaciones
ambientales.
También
había prometido con tono firme proteger el acceso de los nativos
norteamericanos a sus tierras tradicionales, sus fuentes de agua y
sus lugares culturales, comunitarios y religiosos. En la práctica,
protegió los grandes proyectos de gasoductos y oleoductos que
invadieron las tierras indígenas con una brutal policía
militarizada y guardias de seguridad privados, que golpearon y
encarcelaban a los activistas por la justicia social y amenazaron a
los periodistas.
Obama
ha reforzado los existentes operativos de vigilancia de la policía
estatal a pesar de que violaban derechos constitucionales y ha
impuesto una ampliación del control policial, especialmente contra
los denunciantes de abusos (wistleblowers). Al mando de una de las
administraciones más herméticas de la historia, es el presidente
que ha perseguido, destruido y encarcelado más funcionarios
heroicos, por el “delito” de sacar a la luz delitos del Estado
contra la ciudadanía. Ha hecho ostentación de las leyes federales
que garantizan la protección de dichos denunciantes mientras
aterrorizaba al sector público, desmoralizando a lo mejor de
nuestros funcionarios.
Donald
Trump: Promesas electorales y traiciones poselectorales
Decidido
a superar las promesas rotas del presidente Obama, el presidente
electo Trump rápidamente renunció a su campaña retórica de
“drenar la ciénaga” de Washington y abrazó a sus
“acérrimos enemigos” con el fervor de una cortesana
experta. Los políticos republicanos tradicionales, empresarios y
ocupantes de Wall Street, inicialmente opuestos a “Donald”,
se han subido al carro y se han lanzado a sus brazos.
Trump
ya ha roto las principales promesas que realizó en campaña a sus
electores. Al tiempo que anunciaba que no “encarcelará” a
Hillary Clinton por sus actividades relacionadas con la Fundación
Clinton cuando estaba en el poder, ha alabado su valor e integridad.
Después de ser elegido, incluso ha condescendido con el antiguo
presidente Bill Clinton, el del “escándalo sexual del despacho
oval”. Puede que Trump haya cambiado de opinión respecto a la
corrupción y los delitos de los Clinton, pero su masa de seguidores
no lo ha hecho.
Trump
alabó públicamente a Hillary Clinton a cambio de su decisión
inicial de no enfrentarse a su victoria y “transición”
electoral. Sin embargo, la utilización por parte de la señora Clinton de la candidata del Partido
Verde Jill Stein para oponerse al conteo electoral y las acusaciones
de la CIA y el Partido demócrata de la conspiración Rusia-Trump-FBI
para influir en la campaña puede forzarle a revisar su decisión
cuando de la ciénaga parecen surgir maniobras para dar un golpe de
Estado palaciego.
Ha
continuado con sus negocios privados, a los que prometió renunciar,
para consternación de sus leales activistas de base.
Con
la elección de los principales miembros de su gabinete, Trump ha
lanzado señales contrapuestas: rompió sus promesas respecto a sus
políticas económica, diplomática y exterior al nombrar o
considerar el nombramiento de varios políticos representativos del
ala republicana más convencional para ocupar puestos importantes,
incluyendo a un vocal crítico como representante ante la ONU. El ala
mayoritaria de los republicanos despreciaba a la masa electoral que
apoyaba a Trump. Sin embargo, Pero también se ha rodeado de
consejeros delegados del sector empresarial más orientados al
mercado y menos militaristas que los típicos políticos del
establishment demócrata y republicano.
También
ha mantenido su promesa electoral de proteger el comercio y la
industria estadounidenses, favoreciendo una política comercial con
Rusia y pretendiendo negociar acuerdos de comercio más ventajosos
con el presidente chino. Ha anunciado el nombramiento del consejero
delegado de Exxon, Rex Tillerson, como secretario de Estado, una
decisión claramente encaminada a finalizar las sanciones contra
Rusia, que habrían cerrado las puertas de ese enorme mercado a las
empresas y los gigantes de la energía estadounidenses.
Ha
apelado directamente a la masa claramente partidaria de Israel,
prometiendo “hacer pedazos” el acuerdo nuclear con Irán,
muy impopular entre los judíos estadounidenses e israelíes
militantes. A pesar de decir que era “el peor acuerdo de la
historia de EE.UU.”, parece haber dado el “visto bueno”
a los intereses de las grandes compañías de gas y petróleo,
encantadas de firmar contratos multimillonarios con Teherán, y al
gigante aeroespacial Boeing para que venda una nueva flota de aviones
de pasajeros a Irán.
La
demagogia electoral no es solo el triste patrimonio de Obama. La
quiebra de las promesas es “la tónica dominante” de todos
los presidentes demócratas y republicanos. El engaño y el lenguaje
populista falso son moneda corriente porque es lo que exige la
democracia capitalista a sus representantes políticos.
Las
bases estructurales de la democracia capitalista
En
las democracias capitalistas, los presidentes simulan dirigirse al
“verdadero pueblo” mientras trabajan hábilmente a favor
de los intereses de los grandes capitalistas y banqueros.
Cuando
la “democracia capitalista” se ve amenazada y
desacreditada, entra en acción la búsqueda de demagogos populistas.
Cuando los activistas por la paz y la justicia social organizaban
manifestaciones masivas contra los bancos lideradas por el movimiento
“Occupy Wall Street”, los banqueros echaron mano del
“primer presidente negro de EE.UU” para desviar la
indignación de los propietarios de viviendas desahuciados, engañar
a los estudiantes blancos, tomar el pelo a los votantes latinos,
cautivar a las devotas negras y conducir a todos ellos a los brazos
corrompidos del partido demócrata.
Cuando
la economía obligó a millones de personas a aceptar trabajos mal
pagados y sin futuro y a disminuir su nivel de vida, cuando la
globalización empobreció a pequeños y medianos empresarios y
tenderos locales, apareció en escena un multimillonario bocazas rey
de los casinos para ladrar su hipócrita retórica populista
denunciando a la Sra. secretaria Hillary Clinton por sus lazos
carnales con Wall Street. ¡Y resultó elegido presidente de los
EEUU!
En
otras palabras, cuando el capitalismo entra en crisis, los demagogos
salen de debajo de las piedras.
Extravagantes
capitalistas demagogos reemplazan a los típicos mentirosos
transmisores de políticas electorales corruptas. La demagogia de
Obama y de Trump ganó a los discursos aburridos de Hillary Clinton y
Mitt Romney. Independientemente de lo estrafalarias que sean sus
mentiras, Hillary y Mitt no fueron capaces de atrapar la imaginación
de los votantes. Las democracias capitalistas se han hecho más
frágiles cuando las crisis económicas han arraigado y las
recuperaciones son breves y débiles. El ascenso creciente de
demagogos presidenciales, de Obama a Trump, refleja el rechazo de las
élites capitalistas a compartir cualquier ganancia de productividad
con los trabajadores o a pagar impuestos sobre los beneficios que les
reportan sus empresas en el extranjero para así aliviar la carga
fiscal sobre los asalariados, o de invertir en una economía
productiva que proporcione empleo a trabajadores bien pagados en
lugar de participar en la especulación.
La
“democracia capitalista” ya no puede engañar a los
votantes. La mitad de ellos se abstienen de un proceso que no refleja
sus intereses. Y la mitad de los votantes reales rechazan a los
políticos tradicionales. Para retener una mínima apariencia de
legitimidad electoral y permitir que los capitalistas continúen su
gobierno, los demagogos tienen que reemplazar a los políticos
“averiados” que se han prostituido demasiado abiertamente
y con demasiada frecuencia.
Más
del 80 por ciento de los votantes saben que sus votos no tienen
ningún impacto en las decisiones políticas relacionadas con la
guerra y la paz, las desigualdades internas y la distribución de la
renta: los asuntos que realmente importan.
El
capitalismo ya no es capaz de seguir reproduciéndose mediante una
maquinaria electoral falsa. Si no fuera por la predecible aparición
de novedades, como el “primer presidente negro” Obama o el
“famoso presentador” Trump para ocupar la Casa Blanca
gracias a un voto de protesta masivo, decenas de millones de
abstencionistas y votantes descontentos podrían llenar las calles,
echar a patadas a los líderes sindicales impostores que “hablan”
solo por el 7 por ciento de los asalariados y rechazar de plano a los
dos partidos políticos unidos como uña y carne al servicio de la
élite del 1 por ciento.
Conclusión
Imaginemos
que los demagogos capitalistas finalmente pierden su atractivo para
las masas por causa de sus repetidas promesas incumplidas. Supongamos
que se produce un regreso temporal a los charlatanes políticos
insulsos, responsables y cotidianos, cuando se agote este llamado
“ciclo de outsiders”. El descontento de las masas no
desaparecerá. A medida que crezcan la crisis económica y las
desigualdades, será inevitable que se produzcan estallidos públicos
extra-parlamentarios. Estas explosiones instalarán el miedo y la
incertidumbre entre los banqueros, los especuladores y los
fabricantes multimillonarios de dispositivos electrónicos. La tan
cacareada “arquitectura de Silicon Valley” se derrumbará
como castillos de arena. Puede que la clase capitalista tenga que
cambiar las urnas por las balas. ¿Podrán confiar su riqueza y su
estatus en las manos de miles de soldados y policías a quienes se
les ordene rodear y disparar a millones de sus compatriotas
trabajadores? ¿O ya están soñando con robots…?
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Nada
que objetar al artículo de James Petras. Todo lo contrario. Salvo un
“pequeño” detalle: este párrafo:
“Cuando
los activistas por la paz y la justicia social organizaban
manifestaciones masivas contra los bancos lideradas por el movimiento
“Occupy Wall Street”, los banqueros echaron mano del “primer
presidente negro de EE.UU” para desviar la indignación de los
propietarios de viviendas desahuciados, engañar a los estudiantes
blancos, tomar el pelo a los votantes latinos, cautivar a las devotas
negras y conducir a todos ellos a los brazos corrompidos del partido
demócrata.”
A
estas alturas, Petras debiera saber que tan engañoso como Obama fue
el movimiento de disidencia controlada “Occupy Wall Street”,
al igual que en España lo fue el 15M. Sí ustedes lo
dudan pueden leer este largo pero sustancioso texto en el que se
habla de esto https://laverdadocultablog.wordpress.com/2015/10/31/388/; una parte del mismo dedicado a dicho movimiento y a sus
“organizadores”.