El general James Mattis, el "Perro Rabioso" Foto:theepochtimes.com |
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
28 de abril de 2017
AFGANISTÁN: LA VUELTA DEL PERRO RABIOSO
Guadi
Calvo. alainet,net
Apenas
12 días después de lanzar la madre de todas las bombas, la
GBU-43/B, o para sus íntimos MOAB (massive ordnance air blast), el
jefe del Pentágono, el general James Mattis, mejor conocido por sus
hombres como el “Perro Rabioso”, viajó sorpresivamente a
Afganistán, lo que significa la primera llegada de un alto
representante de la administración Trump.
Junto
a la llegada de Mattis, se conocieron las renuncias del ministro de
Defensa Abdulah Habibi, y el jefe de estado mayor afgano, Qadam Shah
Shahim, tras la incursión del Talibán a la base Balj, sede
del 209º Cuerpo del ejército, en las proximidades de ciudad de
Mazar-i-Sharif en la norteña provincia de Balkh, el viernes 21 que
dejó un total de 135 muertos, aunque el vocero de los talibanes
Zabihullah Mujahid, habló de 500 militares muertos, además de
informar que el ataque fue en venganza por el asesinato de varios
líderes talibanes en el norte del país, entre ellos los
comandantes, el Mullah Basir en la provincia de Uruzgan, y los Mullah
Toryali y Ahmad en la provincia de Helmand.
El
cuerpo 209°, es responsable de la seguridad de gran
parte del norte de afgano, incluyendo la estratégica provincia de
Khunduz, donde el accionar talibán ha desbordado las fuerza
gubernamentales, alcanzando a tomar la ciudad capital, Khunduz, a 250
de kilómetros de Kabul, en octubre de 2016 y septiembre de 2015.
En
su mayoría, los muertos eran jóvenes reclutas sin entrenamiento,
provenientes de diferentes lugares del nordeste afgano como
Badakhshan y Takhar.
La
visita del general Mattis, un veterano de Afganistán, abre la
expectativa de que los Estados Unidos, reforzarán, una vez más, su
presencia en el país centro asiático.
En
la actualidad, en el marco de la operación Resolute Support
(Apoyo Decidido) de la OTAN intervienen Estados Unidos, que cuenta
con unos 9800 efectivos, Europa, con 5 mil efectivos, y un número
desconocido de “consejeros”, léase “mercenarios”,
de distintas empresas de seguridad occidentales.
Mientras
el avión de Mattis aterrizaba, “como si alguien lo hubiera
sabido” y quisiera alentar la intervención de Washington,
dándole material a la prensa y a los senadores que deberán votar la
nueva intervención, un coche bomba estalló en la entrada de la base
norteamericana Camp Chapman, donde además se encuentran un
gran número de mercenarios estadounidenses en la provincia de Jost,
en el este del país. El portavoz militar Willian Salvin informó que
solo hubo diez muertos de nacionalidad afgana, sin que ningún
norteamericano se viera afectado.
En
plena campaña de primavera, como era previsible, el Talibán,
se presenta más virulento, el ataque del viernes pasado fue una
demostración de su preparación.
La
semana anterior a la incursión a la base de Balj, en dos atentados
suicidas coordinados, contra edificios de los servicios de seguridad
en Kabul, había asesinado a 16 personas.
Los
insurgentes iniciaron el ataque el viernes, el día sagrado del
Islam, cuando un comando compuesto de 10 hombres, además varios
insurgentes que se encontraban infiltrados en las filas del ejército,
ingresó a la base conduciendo vehículos militares y vistiendo
uniformes del ejército afgano; sorprendieron a la dotación de la
base en la mezquita durante la oración y atacaron con granadas
propulsadas por cohetes, rifles, ametralladoras y chalecos
explosivos.
El
último ataque de envergadura por parte del Talibán, que
podríamos considerar como el inicio de la Campaña de Primavera, se
había ejecutado el 8 de marzo pasado contra el hospital militar más
grande del país, el Sardar Daud Khan, en pleno centro de Kabul que
duró más de siete horas y dejó 42 muertos y más de 120 heridos.
Las
operaciones cada vez más virulentas y espectaculares por parte del
Talibán, podrían apuntar bien a fortalecer sus posiciones en
una mesa de negociaciones, a las que llamó el gobierno del
presidente Ashraf Ghani en enero de 2016, junto a diversos líderes
políticos y señores de la guerra, pero que hasta ahora los hombres
del Mullah Haibatullah Akhundzada no han logrado un punto de
entendimiento. O bien a forzar un intervención norteamericana,
obligando a Washington al juego del gato y el rato, con el desgaste
político que eso significa, tras más de 16 años de intervención
en el país, sin ningún logro realmente destacable, más allá del
formalismo de una democracia tan endeble como absurda para un país
milenariamente tribal como Afganistán.
Desde
finales de 2014, en que la administración Obama retiró la mayoría
de las fuerzas de Estados Unidos, seguida rápidamente por el resto
de la OTAN, el Talibán ha vuelto a posicionarse, atacando con
un sinfín de operaciones al ejército local, que se ha replegado de
innumerables posiciones, a pesar de la asistencia tanto de “asesores”
como de ataques aéreos occidentales.
Prácticamente
la mitad del territorio afgano, 15 de las 34 provincias, está bajo
control del Talibán o mínimamente en disputa con Kabul.
El
ensayo norteamericano con la MOAB no le ha puesto mejor las cosas al
endeble presidente Ghani, que ha debido soportar una andanada de
críticas del establishment afgano, encabezadas por su
competidor más inmediata en el ejecutivo, algo así como un
vicepresidente con más atribuciones, el pashtu Abdullah-Abdullah, y
por el ex presidente Hamid Karzai, por permitir que el país sea
usado como campo de pruebas norteamericano.
Guerra
sin cuartel entre el Daesh y el Talibán
La
sorpresiva visita del secretario de Defensa, un hombre conocedor del
territorio, pues fue jefe de las tropas especiales tras la invasión
norteamericano de 2001, estaría enmarcada en las nuevas políticas
internacionales de la administración Trump.
El
nuevo presidente estadounidense estaría obligado a desplegar no solo
en Afganistán sino, como ya lo hemos visto, en Medio Oriente,
Somalia y en el mar de la China, un rol más “intenso”
presionado por los personeros del aparato militar-industrial dentro
de las fuerzas armadas norteamericanas.
Por
otra parte, el comandante de las fuerzas estadounidenses en
Afganistán, general John Nicholson, declaró en febrero ante el
Comité de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos en
Washington que necesita “unos cuantos miles más de soldados
para apoyar al ejército afgano”, al tiempo que el Consejero
Nacional de Seguridad, el general H.R. McMaster, quien estuvo en
Afganistán dos semanas atrás, se informó in situ, del
importante crecimiento del Talibán.
También
el jefe de las fuerzas especiales alemanas, las Kommando
Spezialkräfte, general de brigada Dag Baehr en Afganistán, que
han tenido la responsabilidad de vigilar el norte del país, informó
a Berlín que “la situación demuestra que no podemos dejar de
apoyar, entrenar y asesorar a nuestros socios afganos”.
Las
referencias de los jefes de las distintas fuerzas que operan en el
país coinciden que la situación es cada vez más compleja ya no
solo por el resurgimiento del Talibán, sino también la cada
vez más fuerte presencia del Daesh o Wilayat Khorasan,
como se conoce la fuerza del Abu-Bark al-Bagdadí, que opera en Asía
Central.
La
guerra con el Talibán ya ha dejado de ser esporádica: se
producen operaciones casi a diario; pocos días después del ataque a
la base Balj, se supo que fuerzas de seguridad afgana lograron
aniquilar a sesenta militantes del Daesh, que opera junto a la
frontera con Pakistán, en las localidades de Deh Bala y Achin en la
provincia de Nangarhar, en las cercanías de donde el Pentágono
lanzó la MOAB.
También
se intensifican los enfrentamientos entra ambas fuerzas wahabitas
(Talibán y Daesh) que desde hace dos años vienen
protagonizado una guerra cada vez más cruenta, fundamentalmente por
el control del tráfico de opio, clave para la sustentación de su
guerra, que se articula con varios carteles de los países del mar
Caspio y especialmente Turquía de donde sigue camino a Europa. Tanto
el opio, como su subproducto: la heroína, son, junto a la miel, los
únicos productos de exportación afganos, siendo, en el caso de
opio, el mayor productor mundial. Los sembradíos de la adormidera
(variante de la amapola) de donde se extrae la goma para la
fabricación del opio, particularmente en la provincia de Helmand,
son el centro de la disputa.
Según
fuentes rusas, en el norte de Afganistán un enfrentamiento entre
ambas organizaciones fundamentalistas dejó casi cien muertos, el
último martes en el distrito de Darzab, combates que continuaban
hasta la noche del miércoles.
La
inestabilidad política y la guerra declarada entre el ejército
afgano, el Talibán, Daesh y algunas otras
organizaciones armadas, vinculadas al tráfico de drogas y el
contrabando, convierte al país en una caldera inmanejable, por lo
que muchos líderes tribales esperan que Mattis y Ghani lleguen a un
acuerdo sobre el envío y aumento de tropas norteamericanas y que el
“Perro Rabioso” vuelva otra vez al ataque.
24 de abril de 2017
CRÍTICA MARXISTA: KEYNES, LA CIVILIZACIÓN Y EL LARGO PLAZO
Michael
Roberts. Resumen Latinoamericano
La
teoría económica keynesiana es dominante en la izquierda del
movimiento obrero. Keynes es el héroe económico de los que quieren
cambiar el mundo; para poner fin a la pobreza, la desigualdad y las
continuas pérdidas de ingresos y puestos de trabajo en las crisis
recurrentes. Y sin embargo, cualquiera que haya leído las
notas de mi blog sabe que el
análisis económico keynesiano es erróneo, empíricamente
dudoso y sus prescripciones políticas para corregir los errores del
capitalismo han demostrado ser un fracaso.
En
los EEUU, los grandes gurús de la oposición a las teorías
neoliberales de la escuela de economía de Chicago y a las políticas
de los republicanos son keynesianos. Paul
Krugman , Larry Summers y Joseph
Stiglitz o, ligeramente más radicales, Dean Baker o James
Galbraith. En el Reino Unido, los líderes de la izquierda del
Partido Laborista en torno a Jeremy Corbyn y John McDonnell,
socialistas confesos, se inspiran en economistas keynesianos como
Martin Wolf, Ann Pettifor o Simon Wren Lewis para sus propuestas
políticas y análisis. Los invitan a sus consejos de asesores y
seminarios. En Europa, los Thomas
Piketty mandan.
Los
estudiantes graduados y profesores que participan en Rethinking
Economics , un movimiento internacional para cambiar la
enseñanza y
las ideas económicas en ruptura con la teoría neoclásica, son
dirigidas por autores keynesianos como James Kwak o post-keynesianos
como Steve Keen, o Victoria Chick o Frances Coppola. Kwak, por
ejemplo, ha publicado un nuevo libro titulado Economism, que sostiene
que la línea de falla económica en el capitalismo es el aumento de
la desigualdad y que el fracaso de la economía convencional consiste
en no reconocerlo. Una vez más la idea de que la desigualdad es el
enemigo, no el capitalismo como tal, exuda de los keynesianos y
post-keynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer
, y es dominante en los medios de comunicación y el movimiento
obrero. Con
ello no pretendo negar la horrible importancia del aumento de la
desigualdad, sino demostrar que no se tiene en cuenta una visión
marxista sobre este tema.
De
hecho, cuando los medios de comunicación quieren ser audaces y
radicales, se llenan de publicidad sobre los nuevos libros de autores
keynesianos o post-keynesianas, pero no de los marxistas. Por
ejemplo, Ann Pettifor, de Prime Economics, ha escrito un nuevo
libro, The
Production of Money, en el que nos dice que “el dinero no
es más que una promesa de pago” y que “creamos dinero todo el
tiempo haciendo esas promesas” , el dinero es infinito y no
limitado en su producción, por lo que la sociedad puede imprimir
tanto como quiera para invertir en sus opciones sociales sin ningún
tipo de consecuencias económicas perjudiciales. Y a través del
efecto multiplicador keynesiano, los ingresos y los puestos de
trabajo pueden crecer. Y “no importa donde el gobierno invierta
su dinero, si al hacerlo se crea empleo” . El único problema
es mantener el costo del dinero, las tasas de interés, tan bajas
como sea posible, para asegurar la expansión del dinero (¿o se
trata de crédito?) para impulsar la economía capitalista. Por lo
tanto, no hay necesidad de ningún cambio en el modo de producción
con fines de lucro, simplemente basta con controlar la máquina de
dinero para asegurar un flujo infinito de dinero y todo funcionará
bien.
Irónicamente,
al mismo tiempo, el destacado poskeynesiano Steve Keen se prepara
para ofrecer un
nuevo libro, abogando por el control
de la deuda o del crédito como forma de evitar las crisis.
Haga su elección: ¿más dinero-crédito o menos? De cualquier
manera, los keynesianos difunden una narrativa económica con un
análisis que considera que sólo el sector de las finanzas es la
fuerza causal de los problemas del capitalismo.
Entonces,
¿por qué siguen siendo dominantes las ideas keynesianas? Geoff Mann
nos proporciona una explicación atractiva. Mann es el director del
Centro de Economía Política Global en la Universidad Simon Fraser,
de Canadá. En un nuevo libro, titulado In
the Long Run we are all Dead, Mann reconoce que no es que la
economía keynesiana se considere correcta. Ha habido “poderosas
críticas desde la izquierda de la economía keynesiana de la que
extraer conclusiones; los ejemplos incluyen las obras de Paul
Mattick, Geoff Pilling y Michael Roberts” ( ¡gracias! – MR )
(p218), pero las ideas keynesianas son dominantes en el movimiento
obrero y entre los que se oponen a lo que Mann llama el ‘capitalismo
liberal’ (lo que yo llamaría el capitalismo) por razones
políticas.
Keynes
reina porque ofrece una tercera vía entre la revolución socialista
y la barbarie, es decir, el fin de la civilización tal y como (en
realidad la burguesía como a la que pertenecía Keynes) la
conocemos. En los años 1920 y 1930, Keynes temió que el ‘mundo
civilizado’ se enfrentase a la revolución marxista o la
dictadura fascista. Pero el socialismo como una alternativa al
capitalismo de la Gran Depresión, podría acabar con la
‘civilización’, abriendo la puerta a la ‘barbarie’
– el final de un mundo mejor, el colapso de la tecnología y el
estado de derecho, más guerras, etc-. Así que intentó ofrecer la
esperanza de que, a través de alguna modesta reforma del
‘capitalismo liberal’, sería posible hacer que volviese a
funcionar el capitalismo sin la necesidad de una revolución
socialista. No habría ninguna necesidad de ir a donde los ángeles
de la ‘civilización’ se negaban a ir. Esa fue la
narrativa keynesiana.
Este
llamamiento atrajo (y todavía atrae) a los líderes del movimiento
sindical y a los ‘liberales’ que desean cambios. La revolución
es algo arriesgado y puede arrastrarnos a todos al abismo. Mann: “La
izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas de
cambio sin los riesgos del cambio; quiere revolución sin
revolucionarios” . (p21).
Este
miedo a la revolución, Mann reconoce, apareció por primera vez
después de la Revolución francesa. Ese gran experimento de
democracia burguesa desembocó en Robespierre y el terror; la
democracia se convirtió en dictadura y barbarie – ese es más o
menos el mito burgués. La economía keynesiana ofrecía una manera
de salir de la depresión de 1930 o de la actual Larga Depresión sin
socialismo. Es la tercera vía entre el statu quo de los mercados
rapaces, la austeridad, la desigualdad, la pobreza y las crisis y la
alternativa de una revolución social que conlleve a Stalin, Mao,
Castro, Pol Pot y Kim Jong-un. Es una ‘tercera vía’ tan
atractiva que Mann confiesa que incluso le seduce como una
alternativa al riesgo de que la revolución se tuerza (ver el último
capítulo, donde Marx es presentado como el Dr. Jekyll de la
Esperanza y Keynes como el Mr. Hyde del miedo).
Como
Mann escribe, Keynes creía que si expertos civilizados (como él
mismo) abordaban los problemas a corto plazo de la crisis económica
y las recesiones, se podría evitar el desastre a largo plazo del
colapso de la civilización. La famosa cita que recoge el título del
libro de Mann, ‘a largo plazo todos estaremos muertos’, se
refiere a la necesidad de actuar frente a la Gran Depresión mediante
la intervención del gobierno y no esperar a que el mercado se
auto-corrija con el tiempo, como pensaban los economistas y políticos
neoclásicos ( ‘clásicos’ según Keynes). Porque “ese
largo plazo es una mala guía para los temas de actualidad. A largo
plazo todos estaremos muertos. Los economistas se fijaron una tarea
demasiado fácil, demasiado inútil, si en épocas turbulentas sólo
nos puede decir que cuando la tormenta haya pasado, el océano
volverá a estar como un plato” (Keynes). Es necesario actuar
sobre los problemas a corto plazo o se convertirán en un desastre a
largo plazo. Este es el significado adicional de la larga cita
anterior: hay que lidiar con la depresión y las crisis económicas
ahora o la misma civilización se verá amenazada por la revolución
a largo plazo.
A
Keynes le gustaba considerar que el papel de los economistas era
similar al de los dentistas a la hora de resolver un
problema técnico de la economía como si se tratase de un dolor
de muelas (“Si los economistas pudieran llegar a pensar que son
personas humildes y competentes como los dentistas, sería
espléndido”). Y los keynesianos modernos han comparado
su tarea a la de los fontaneros: reparar las fugas en la tubería
de la acumulación y el crecimiento. Pero el método real de la
economía política no es el de un fontanero o un dentista cuando
soluciona problemas a corto plazo. Es el de un científico social
revolucionario (Marx), transformándolos a largo plazo. Lo que el
análisis marxista del modo de producción capitalista revela es que
no hay una ‘tercera vía’ como Keynes y sus seguidores
proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la desigualdad,
la pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien común
a nivel mundial, y evitar así la catástrofe medioambiental, a largo
plazo.
Al
igual que todos los intelectuales burgueses, Keynes era un idealista.
Sabía que las ideas sólo se llevan a cabo si se ajustan a los
deseos de la élite gobernante. Como él mismo dijo, “El
individualismo y el laissez-faire no podían, a pesar de sus
profundas raíces en las filosofías políticas y morales de finales
del siglo XVIII y principios del XIX, garantizar su influjo duradero
en la dirección de los asuntos públicos, si no hubiera sido porque
encajaban con las necesidades y deseos del mundo de los negocios de
entonces … Todos esos elementos han contribuido al actual ambiente
intelectual dominante, a la estructura mental, a la ortodoxia de la
época”. Sin embargo, seguía creyendo que un hombre
inteligente como él, con ideas contundentes, podría cambiar la
sociedad aun en contra de los intereses de aquellos que la controlan.
Lo
equivocado de esa idea fue evidente incluso para él cuando intentó
conseguir que la administración Roosevelt adoptase sus ideas sobre
cómo terminar con la Gran Depresión y que la clase política
aplicase sus ideas para un
nuevo orden mundial después de la guerra mundial. Keynes quería
crear instituciones ‘civilizadas’ para garantizar la paz y
la prosperidad a nivel mundial a través de la gestión internacional
de las economías, las monedas y el dinero. Pero estas ideas de un
orden mundial para controlar los excesos de un capitalismo
desenfrenado se convirtieron en instituciones como el FMI, el Banco
Mundial y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que
acabaron promoviendo las políticas de un imperialismo encabezado por
los Estados Unidos. En lugar de un mundo de líderes ‘civilizados’
que resolvían los problemas del mundo, lo que tenemos es una
terrible águila que clava sus garras en el mundo, imponiendo su
voluntad. Son los intereses materiales los que deciden las políticas,
no los economistas inteligentes.
De
hecho, Keynes, el gran idealista de la civilización se convirtió en
un pragmático en las reuniones de Bretton Woods de la posguerra, en
representación no de las masas del mundo, o incluso de un orden
mundial democrático, sino de los estrechos intereses nacionales del
imperialismo británico frente al dominio estadounidense. Keynes
informó al parlamento británico que el acuerdo de Bretton Woods no
era “una afirmación de poder estadounidense, sino un
compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos
objetivos: restaurar una economía mundial liberal”. Otras
naciones fueron ignoradas, por supuesto.
Para
evitar la situación en la que a largo plazo todos estemos muertos,
Keynes creía que había que resolver los problemas a corto plazo.
Pero resolverlos a corto plazo no puede evitar el largo plazo. Si se
logra el pleno empleo, todo irá bien, pensó. Sin embargo, en 2017
tenemos casi ‘pleno empleo’ en EEUU, el Reino Unido, Alemania y
Japón, y no todo está bien. Los salarios reales se han estancado,
la productividad no está aumentando y las desigualdades se agravan.
Hay una Larga Depresión y no parece que vayamos a salir de un
‘estancamiento secular’. Por supuesto, los keynesianos
dicen que la causa es que no se han aplicado las políticas
keynesianas. Pero no se han aplicado (al menos no el aumento del
gasto fiscal) porque las ideas no se imponen a los intereses
materiales dominantes, al contrario de lo que creía Keynes. Keynes
lo veía boca abajo; de la misma manera que Hegel. Hegel defendía
que era el conflicto de ideas el que determinaba el conflicto
histórico, cuando es lo contrario. La historia es la historia de la
lucha de clases.
Y
de todos modos, las recetas económicas de Keynes se basan en una
falacia. La larga depresión continúa no porque haya demasiado
capital que deprime los beneficios (‘eficiencia marginal’)
del capital en relación con la tasa de interés sobre el dinero. No
hay demasiada inversión (las tasas de inversión de las empresas son
bajas) y las tasas de interés están cerca de cero o incluso son
negativas. La larga depresión es el resultado de una muy baja
rentabilidad y por lo tanto de insuficiente inversión, lo que
ralentiza el crecimiento de la productividad. Los salarios reales
bajos y la baja productividad son el costo del ‘pleno empleo’,
en contra de todas las ideas de la teoría económica keynesiana. No
ha sido el exceso de inversión lo que ha causado la baja
rentabilidad, sino la baja rentabilidad la que ha causado la escasa
inversión.
Lo
que Mann sostiene es que la teoría económica keynesiana es
dominante en la izquierda a pesar de sus falacias y fracasos porque
expresa el temor de muchos de los líderes del movimiento obrero a
las masas y la revolución. En su nuevo libro, James Kwak cita a
Keynes: “En su mayor parte, creo que el capitalismo, gestionado
con prudencia, puede probablemente ser más eficiente para alcanzar
fines económicos que cualquier sistema alternativo conocido, pero
que en sí mismo es en muchos maneras muy objetable. Nuestro problema
es desarrollar una organización social que fuera lo más eficiente
posible sin ofender nuestras nociones de una vida satisfactoria”.
Comentarios de Kwak: “Ese sigue siendo nuestro reto hoy. Si no
podemos resolverlo, las elecciones presidenciales de 2016 (Trump)
pueden convertirse en un presagio de cosas peores por venir”.
En otras palabras, si no podemos controlar el capitalismo, las cosas
pueden ir a peor.
Detrás
del miedo a la revolución está el prejuicio burgués de que dar
poder a las “masas” implica el fin de la cultura, el
progreso científico y el comportamiento civilizado. Sin embargo, fue
la lucha de los trabajadores en los últimos 200 años (y antes) la
que consiguió todos estos logros de la civilización de los que la
burguesía está tan orgullosa. A pesar de Robespierre y de la
revolución que ‘devora a sus propios hijos’ (un término
introducido por el pro-aristócrata Mallet du Pan y adoptado por el
burgués conservador británico, Edmund Burke), la revolución
francesa permitió la expansión de la ciencia y la tecnología en
Europa. Acabó con el feudalismo, la superstición religiosa y la
inquisición e introdujo el código napoleónico. Si no hubiera
tenido lugar, Francia habría sufrido más generaciones de
despilfarro feudal y declive.
Como
celebramos el centenario de la Revolución rusa, podemos considerar
la situación hipotética contraria. Si la Revolución rusa no
hubiera tenido lugar, el capitalismo ruso se hubiera industrializado
quizás un poco, pero se habría convertido en un Estado cliente de
los capitales británicos, franceses y alemanes y muchos millones más
habrían muerto en una guerra mundial inútil y desastrosa en la que
Rusia hubiera seguido envuelta. La educación de las masas y el
desarrollo de la ciencia y la tecnología se habrían frenado; como
ocurrió en China, que se mantuvo en las garras del imperialismo
durante otra generación más. Si la revolución china no hubiera
tenido lugar en 1949, China hubiera seguido siendo un ‘Estado
fallido’ comprador, controlada por Japón y las potencias
imperialistas y devastada por los señores de la guerra chinos, con
una extrema pobreza y atraso.
Keynes
era el burgués intelectual por excelencia. Su defensa de la
‘civilización’ significaba para él la defensa de la
sociedad burguesa. Como él mismo dijo: “la guerra de clases me
encontrará en el lado de la burguesía educada”. No había
manera de que apoyase el socialismo, para no hablar de un cambio
revolucionario porque “prefiriendo
el barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de
burgués y los intelectuales que, cualesquiera que sean sus defectos,
son la sal de vida y llevan en si las semillas de todo progreso
humano”
De
hecho, en sus últimos años, alabó desde el punto de vista
económico ese capitalismo ‘liberal’ laissez faire que sus
seguidores condenan ahora. En 1944, escribió a Friedrich Hayek, el
principal ‘neoliberal’ de su tiempo y mentor ideológico
del thatcherismo, alabando su libro, El Camino de servidumbre,
que sostiene que la planificación económica conduce inevitablemente
al totalitarismo: “moral y filosóficamente me encuentro de
acuerdo con prácticamente la totalidad de él; y no sólo de acuerdo
con él, sino en un acuerdo profundamente conmovido”.
Y
Keynes escribió en su último artículo publicado , “me
encuentro obligado, y no por primera vez, a recordar a los
economistas contemporáneos que la enseñanza clásica encarna
algunas verdades permanentes de gran importancia. . . . Hay en estos
asuntos profundas influencias actuantes, fuerzas naturales si se
quiere, o incluso la mano invisible, que operan hacia el equilibrio.
Si no fuera así, no hubiéramos podido conseguir tantas cosas buenas
como hemos hecho durante muchas décadas pasadas”.
Por
lo tanto, vuelven la economía clásica y un mar como un plato. Una
vez que la tormenta (o la recesión y la depresión) ha pasado y en
el océano reina la calma, la sociedad burguesa puede respirar un
suspiro de alivio. Keynes el radical se convirtió en Keynes el
conservador después del fin de la Gran Depresión. ¿Los
radicales keynesianos se convertirán en economistas ‘ortodoxos’
conservadores cuando termine la Larga Depresión?
Todos
estaremos muertos si no acabamos con el modo de producción
capitalista. Y ello requerirá una transformación revolucionaria.
Las chapuzas reformistas de los supuestos fallos del capitalismo
‘liberal’ no ‘salvarán’ a la civilización, a
menos a largo plazo.
23 de abril de 2017
¡NO ES LA DESIGUALDAD, ESTÚPIDO!
Alfredo
Apilánez. Trampantojos y embelecos
La
"nueva izquierda" y el trampantojo de la desigualdad
"Hay que preguntarse si
la economía pura es una ciencia o si es “alguna otra cosa”,
aunque trabaje con un método que, en cuanto método, tiene su rigor
científico. La teología muestra que existen actividades de este
género. También la teología parte de una serie de hipótesis y
luego construye sobre ellas todo un macizo edificio doctrinal
sólidamente coherente y rigurosamente deducido. Pero, ¿es con eso
la teología una ciencia?”
Antonio
Gramsci
“Sería
una gran tragedia detener los engranajes del progreso sólo por la
incapacidad de ayudar a las víctimas de ese progreso”
Alan
Greenspan, presidente de la Reserva Federal (1987-2006)
No
existe tema que concite actualmente debates más vehementes sobre
cuestiones económicas que el de las causas y posibles medidas
correctoras de las crecientes desigualdades de renta y de riqueza
agudizadas en estos tiempos de crisis y de recrudecimiento del embate
neoliberal.
En
los últimos cuarenta años, el peso de los salarios en la renta
nacional ha sufrido un significativo descenso en paralelo a la
extraordinaria acumulación de riqueza en el fastigio de la pirámide
social (la moda de referirse al abismo entre el 1 y el 99% remite a
esta extrema divergencia entre la cúspide y la base).
El
éxito reciente del texto de Piketty
(“El capital en el siglo XXI”) demuestra la enorme
preocupación que la erosión acelerada de los colchones
amortiguadores del Welfare State perpetrada por la apisonadora
neoliberal suscita en las capas sociales ilustradas nostálgicas del
capitalismo con “rostro humano”.
El
arco de opiniones “respetables” abarca desde las posturas-
llamémoslas “redistribuidoras”- de los restos de la
socialdemocracia que ejemplifica Piketty (defensor de medidas
correctoras, como un impuesto global sobre la riqueza que
contrarreste las tendencias hacia una forma de capitalismo
“patrimonial” marcado por lo que califica como
desigualdades de riqueza y renta “aterradoras”) hasta el
despiadado neoliberalismo privatizador y desregulador de los
cachorros de Friedman y Hayek.
Los
“redistribuidores” ponen el foco asimismo en la necesidad
de poner coto (la Tasa
Tobin y la lucha contra los paraísos fiscales serían ejemplos
paradigmáticos) a la colosal extracción de rentas por parte del
capital financiero y de los monopolios energéticos que agostan con
su voracidad parasitaria las virtudes de las sanas actividades
productivas que –en caso contrario- derramarían sus dones sobre el
tejido social.
La
contraposición entre rentismo financiarizado depredador versus
capitalismo temperado creador de riqueza y empleo domina el discurso
regenerador (la obra –en otros aspectos interesantísima- de Steve
Keen o Michael
Hudson ilustra bien esta posición) de la izquierda reformista.
El Estado debe, por tanto, mediante regulaciones financieras
estrictas y medidas fiscales deficitarias de incremento del gasto y
la inversión públicos, posibilitar la corrección de las fuerzas
desatadas por la brutalidad de la agresión neoliberal (detener el
“austericidio”) orientándolas hacia cauces que reviertan
los rasgos patológicos en pos de un capitalismo bonancible
(recuperar la soberanía monetaria, controlar el casino financiero,
cambio de modelo energético, etc.).
Tales
planteamientos, hegemónicos en la “nueva izquierda”
institucional y en extensos ámbitos de los movimientos sociales,
están atrapados en un falso dilema y eluden afrontar el núcleo del
problema que aparentemente desean mitigar. Dicho de una forma un poco
brutal: “su impotencia deriva de su mojigatería”.
El
acento puesto en la corrección de las iniquidades (“vivimos en
un mundo donde el patrimonio neto de Bill Gates supera el PIB de
Haití durante 30 años”) o en la utópica reforma financiera
que embride la “fiera rentista” evita enfrentarse con las causas
estructurales que las provocan. El agudo crecimiento de la fractura
social que reflejan los terribles niveles de desigualdad y la
hegemonía de la “máquina de succión” financiera son en
realidad síntomas (epifenómenos) de un proceso
más profundo: el agotamiento de la base de rentabilidad del
capitalismo fordista-fosilista de los "treinta
gloriosos" y de su función social legitimadora
(combinando el “american way of life” de la sociedad de
consumo con sistemas de protección social a la europea).
Poner
el acento en las políticas paliativas y en el control de las
finanzas desaforadas (como si fuera posible un sistema posneoliberal,
con una distribución del ingreso más equitativa y un sector
financiero “domesticado”, al servicio de las actividades
productivas, dentro del marco capitalista), ejes neurálgicos de los
discursos moderados de los fustigadores de los excesos de la Bestia,
omite el análisis –nunca más imperioso que en la actualidad- del
funcionamiento de la "sala de máquinas". Y, a su pesar, el
discurso regenerador cae en la sutil trampa tendida por la economía
ortodoxa que -con la pretensión de cientificidad que se arroga-
trata los problemas distributivos como independientes de las
instituciones de propiedad y de las relaciones sociales de
producción. Se constituye así un campo de juego "neutral"
que logra colar la ilusión de que, con el timonel adecuado, el
control del Estado -como pretendido agente reequilibrador- será
capaz de voltear las relaciones de poder social a favor de las clases
subalternas.
Al
no explicar los mecanismos reales –y su evolución histórica- a
través de los cuales la acumulación de capital esquilma sus fuentes
nutricias queda en la penumbra el auténtico foco infeccioso que
causa los síntomas que se pretenden combatir: la creciente
dificultad de exprimir el jugo del trabajo humano que lo alimenta
como sustrato de la violencia creciente –de la cual la impúdica
desigualdad y la financiarización rentista son las manifestaciones
más visibles- que el orden vigente ejerce sobre el ser humano y su
medio natural.
Una
prueba indirecta de esa centralidad de los procesos de extracción de
riqueza social que se desarrollan en la “sala de máquinas”
del capitalismo sería la ocultación sistemática de los mecanismos
reales del funcionamiento del reino de la mercancía llevada a cabo
por la disciplina que tendría como finalidad primordial desvelarlos.
La economía vulgar se contenta, en las fieramente sarcásticas
palabras de Marx, con “sistematizar, pedantizar y proclamar como
verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del
régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como
el mejor de los mundos posibles”.
Los
ejes sobre los que gira la agudización de la lucha por el producto
social (la creciente explotación del trabajo y la exacerbación del
imperialismo belicista; la expropiación financiera a través del
monopolio de los medios de pago y del imperio de la deuda en manos de
la banca privada y la destrucción de los mecanismos redistributivos
que el Estado “benefactor” implementó para amortiguar los
acerados efectos de los desbridados "mercados libres")
están cuidadosamente ocultos bajo un marco conceptual permeado por
la ideología dominante. Su principio axial, como decimos, es la
consideración de las leyes que determinan la distribución del
ingreso y del excedente social (que eran el objeto fundamental de la
economía política para los clásicos: "la ciencia que se
ocupa de la distribución del ingreso entre las clases sociales",
en la definición de David Ricardo) como totalmente independientes de
las instituciones de propiedad y de las relaciones sociales de
producción.
Todos
los datos relevantes (precios, salarios, beneficios y rentas) del
reparto de la “tarta” se obtienen de los maravillosos
modelos matemáticos construidos por los apóstoles de la teología
económica a mayor gloria de la libertad de mercado y de la soberanía
del consumidor. De este modo, los reformistas de nuevo cuño, al
priorizar únicamente el eje redistribuidor-paliativo dejando intacta
la “máquina de succión” de riqueza social que sigue
operando en las calderas del modo de producción, coinciden
involuntariamente con uno de los axiomas basales de la teoría
ortodoxa: la exclusión de la redistribución de la renta, de las
condiciones de producción y de las relaciones de propiedad del campo
de la “ciencia” económica para dejarlos en manos de los
bienintencionados legisladores y gestores de las políticas públicas
(encargados de corregir externalidades y demás impurezas residuales
generadas por el cuasi perfecto funcionamiento autónomo de las
fuerzas del mercado libre y la iniciativa individual).
La
crítica de las “verdades eternas” (“las verdades
económicas son tan ciertas como la geometría” pontificaba
solemnemente Alfred Marshall) proclamadas acerca del reino del
capital por su discurso legitimador debería contribuir a descorrer
el velo que camufla cuidadosamente el engranaje interno del régimen
de producción de mercancías cuyos dos ejes claves son la
agudización de la explotación del trabajo y de la expropiación
financiera rentista que propulsa la financiación de colosales
burbujas de bienes raíces por parte de la banca privada.
Así
pues, al contrario de la opinión de Paul Sweezy (que en su texto
clásico ‘Teoría
del desarrollo capitalista’ justificaba centrarse
únicamente en la exposición constructiva del análisis marxista en
lugar de dedicar ímprobos esfuerzos a la “ingrata tarea”
de una crítica del discurso del capital), desvelar la condición
profundamente ideológica de la teología
económica debería servir, no sólo para revelar sus flagrantes
inconsistencias al servicio de sus intereses de clase, sino sobre
todo para evitar que la pusilanimidad y la falta de rigor de una
visión superficial de la realidad y de las fuerzas sociales en pugna
por parte de las fuerzas progresistas aumenten la sensación de
impotencia que amplias capas populares sienten ante la aparente
imposibilidad de lograr cotas reales de cambio social.
Continuará...
20 de abril de 2017
EL VIOLINISTA DEL GHETTO DE VARSOVIA
Higinio
Polo. El Viejo Topo
No
se puede recorrer Muranów, un barrio de Varsovia, sin que el corazón
se encoja y un nudo nos atenace la garganta. Aquí estaba el ghetto,
y, a cada paso, surgen los recuerdos del horror. Nos hablan de él,
Antoni Szymanowski; y los diarios de Emmanuel Ringelblum –los
Escritos del ghetto–; y las páginas de Hersch Berlinski, y
de Aurelia Wylezynska, muerta durante el levantamiento de Varsovia. Y
las de Cyvia Lubetkin, y Jan Karski, correo de los partisanos
polacos. Emmanuel Ringelblum, que fue asesinado por la Gestapo en
1944, pudo enterrar en Muranów algunos documentos que reunió.
También los nazis hablan de ese infierno: el general de las SS,
Jürgen Stroop, conquistador del ghetto de Varsovia; y el
propio Goebbels.
Antes
de la guerra vivían en Polonia tres millones de judíos polacos, más
de la décima parte de la población. En los combates de septiembre
de 1939, murieron más de cincuenta mil personas, y, un año después,
los nazis crearon los ghettos. En Varsovia, más de cuatrocientas mil
personas fueron encerradas en él, entre el hacinamiento, el hambre,
las enfermedades. Las condiciones de vida eran inhumanas: cada mes
morían más de cinco mil personas; decenas de miles de obreros
fueron obligados a trabajar para sus verdugos en condiciones de
esclavitud, alimentados sólo con sopa. Otros eran conducidos a
fábricas fuera del ghetto: eran un excelente negocio para los
industriales alemanes. Miles de mendigos llenaban las calles, junto a
centenares de niños abandonados, porque sus padres habían muerto.
El tifus, la gripe, y otras enfermedades hicieron estragos, y los
piojos se apoderaron de todo. Casi 85.000 personas murieron por
efecto del hambre y de las enfermedades en el ghetto de Varsovia,
antes de que el resto fueran enviados al campo de exterminio de
Treblinka.
Muro del ghetto de Varsovia, con el Palacio Lubomirski bombardeado |
Al
alba, los enterradores arrojaban a la fosa común los cadáveres
recogidos cada día. Los nazis apenas entregaban alimentos, pero
mentían al mundo sobre las condiciones del ghetto: llegaron a rodar
noticieros donde forzaron a aparecer al jefe del Judenrat,
Adam Czerniaków, y otras personas, en grandes banquetes. Arnold
Mostowicz, superviviente de otro ghetto, el de Lodz, nunca pudo
arrancarse de la memoria una escena atroz: tenía que atender a una
joven enferma. Cuando llegó a la casa, ya había muerto, así como
uno de sus hijos pequeños. No pudo hacer nada, sólo estremecerse
viendo cómo se agitaba el cadáver en un mar de piojos.
Pese
a todo, las organizaciones judías resistieron: en la calle Mila, 18,
estaba el cuartel general de la Organización Judía de Combate,
y un túnel secreto en la calle Muranowska comunicaba con el exterior
del ghetto. Incluso organizaban la vida, atendían a la ciencia y la
cultura, imprimían prensa clandestina, crearon una biblioteca
infantil. Incluso investigaron, como el doctor Israel Milejkowski,
que dirigió un trabajo científico en aquellas increíbles
condiciones. En la víspera de su muerte en el ghetto, anotó: “con
la pluma en los dedos, siento la muerte deslizarse en mi habitación…”
El
22 de julio de 1942 los nazis iniciaron la operación para liquidar
el ghetto de Varsovia: engañaron a la población simulando un simple
traslado, y concentraron a miles de personas cada día en la
Umschlagplatz, para enviarlas a Treblinka, con los ucranianos
y letones nazis disparando a matar para mantener el orden. En
septiembre de 1942, los trenes de la muerte transportaban
desde Varsovia hacia Treblinka entre cinco y siete mil personas
diariamente. Allí, 265.000 prisioneros del ghetto fueron convertidos
en humo.
En
el verano de 1942, algunos judíos del ghetto entran en contacto con
la resistencia polaca, para pedir armas. Crean la OJC, Organización
Judía de Combate. Consiguen algunas pistolas y dinamita, que
introducen en el ghetto por puntos secretos, como el agujero de la
calle Bonifraterska, o a través de la fábrica situada en la calle
Okopowa, al lado del cementerio judío; y por el túnel excavado en
la calle Muranowska, y por la entrada al ghetto de la plaza
Parysowski, donde la resistencia consiguió sobornar a los guardias
polacos. Contaban además con las cloacas, utilizadas por el mercado
negro y para intentar escapar al exterior. La OJC organiza incluso
una pequeña prisión dentro del ghetto, ejecuta a judíos
colaboracionistas con los nazis y distribuye octavillas explicando
sus acciones.
El
18 de enero de 1943, los alemanes lanzan el ataque final. Siguen las
deportaciones, y fusilan en el ghetto a los enfermos impedidos. Los
grupos judíos responden, y los combates duran cuatro días. El 21 de
enero, el mando alemán evita arriesgar a sus soldados en luchas
callejeras y decide volar con explosivos los edificios donde se
concentra la resistencia, que utiliza tácticas de guerrilla urbana y
se mueve por los tejados, los sótanos, las cloacas. La OJC ha
conseguido encuadrar a setecientos combatientes, y otro grupo, la
AMJ, a cuatrocientas personas más. El 19 de abril de 1943 estalla la
insurrección del ghetto. Mordechaj Anielewicz es el principal
dirigente de la resistencia: sus integrantes saben que sólo les
espera la muerte.
Civiles polacos en armas durante el levantamiento de Varsovia |
Comienzan
los combates por diferentes calles, y decenas de alemanes mueren. Los
nazis utilizan lanzallamas para incendiar todavía más el barrio,
que arde desde los primeros días de luchas. Los informes del general
Jürgen Stroop, que manda las tropas nazis, recogen que “familias
enteras se arrojan por las ventanas de los edificios incendiados”.
Los combatientes se ocultan en sótanos, en pasadizos, y atacan
cuando pueden. Algunos grupos de la resistencia polaca intentan abrir
brechas en el muro, desde el exterior, para ayudar a los judíos,
mientras que otros atacan a los soldados, pero la diferencia de
fuerzas es demasiado grande. El 8 de mayo, después de veinte días
de combates, las calles del ghetto son una montaña de ruinas y de
edificios destripados, donde los insurrectos mueren abrasados o
tienen que refugiarse a veces en sótanos en los que se acumulan los
cadáveres, que están siendo devorados por las ratas.
Soldados alemanes de las SS durante el levantamiento |
Los
alemanes se retiran, y deciden destruirlo todo. “Nunca olvidaré
la noche que incendiaron el ghetto”, escribió después Cyvia
Lubetkin. El día 7 de mayo, muere combatiendo Mordechaj Anielewicz.
Algunas decenas de personas permanecen agazapadas en las
alcantarillas y en los sótanos, sin alimento, sin agua, con los
labios convertidos en esparto: unas pocas podrán salvarse todavía
gracias a un camión de la resistencia que espera camuflado en una
alcantarilla fuera del ghetto: entre ellos estaba Marek Edelman, uno
de los dirigentes de la insurrección. Otros optan por el suicidio,
para no caer en manos de los nazis, o se ven forzados a matarse unos
a otros, entre lágrimas. El 16 de mayo Jürgen Stroop declara que la
resistencia ha cesado: para celebrarlo vuelan con explosivos la
sinagoga de la calle Tlomacka. Después, en agosto de 1944, estalla
la insurrección general de Varsovia, y en enero de 1945 el Ejército
Rojo libera la ciudad. Los combatientes del ghetto de Varsovia
escribieron: “¡Vivir con dignidad y morir con dignidad!”
Sabían que la resistencia no sólo era posible sino imprescindible
para el futuro de la humanidad.
Nos
queda su ejemplo, y las insoportables fotografías del horror: fosas
comunes, niños muertos en las aceras del ghetto, el lento paso del
niño judío, cubierto con su gorra, con los brazos en alto, con el
miedo asomando en sus ojos, observado por los soldados nazis; y el
rostro de otro niño, que arrastra un carro con cadáveres; y la del
violinista con la piel en los huesos, que pide ayuda: va a arrancar
unas notas del violín, mientras nos mira, para que no olvidemos
nunca que ellos estaban allí, en el infierno.
14 de abril de 2017
EL FIN DE LA IZQUIERDA POSMODERNA
David
de Ugarte. Las Indias.blog
La
«identity politics» ha muerto. La mató el triunfo de Trump.
Queda como cultura de grupo, como signo de pertenencia a un difuso
«progresismo». Pero si la izquierda global quiere cambiar
las cosas y darle forma a nuestra época, tiene que abandonarla
definitivamente y volver a sus fundamentos.
Durante
los años noventa la izquierda americana se transformó
profundamente. No venía de la centralidad del trabajo y la
producción como la europea sino del consumismo, o mejor dicho del
«consumerismo» solapado a partir de los sesenta con las
teorizaciones que surgieron a partir del movimiento de derechos
civiles y que, siguiendo los textos de Fanon, equiparaban a las
minorías raciales americanas y sus movimientos con los movimientos
independentistas de las colonias inglesas y francesas.
Poco
importaba que se levantaran voces, sobre todo en Europa y Africa,
afirmando que ese discurso no era más que una nueva versión,
hipócritamente aliñada con Marx, del esencialismo nacionalista
anti-ilustrado, de Herder y de Meistre. Era funcional en una manera
esencialmente nueva. Lo que el racismo de Fanon y Malcom X propone no
deja de ser aplicar lo que hasta entonces el nacionalismo había
aplicado al mundo (dividiéndolo en un puzzle de esencias nacionales)
a la nación misma. Es decir crean un molde que permite la
unificación en un solo marco de los principales movimientos que
llaman la atención de los universitarios de los setenta: el
feminismo y el nacionalismo negro. Una nueva generación de
profesores se apoyará en los nuevos críticos europeos de los
discursos de la Modernidad -en Foucault pero sobre todo en Derrida-
para intentar darle un fondo intelectual más sólido, pero también
para desbancar a la generación en el poder en los claustros.
Y
esto fue fundamental, porque la nueva generación de intelectuales
americanos entendió el conflicto social en el molde del conflicto
por la hegemonía en los claustros. Los discursos sobre la
producción, el trabajo, las clases, la organización de la economía…
nada de eso estaba en el primer orden del debate. Eran las
«identidades» las que lo estaban. La «diversidad»,
entendida como diversidad de sexo y raza, era la bandera de la nueva
revolución universitaria.
El
resultado fue una gran coalición que ofrecía hueco en el «asalto
de los cielos» universitarios -y en general a todo lugar que
permitiera una «acción afirmativa»- a todos los
damnificados del sistema establecido a condición de que construyeran
una identidad esencial propia, una ideología característica de
grupo. Ser feminista dejó de significar batallar por la igualdad
social de las mujeres respecto a los varones para implicar una
concepción determinada de la mujer asociada a valores, a un «ser
mujer» esencialmente diferente a «ser varón». Es decir, por
debajo de la determinación cultural de roles, había algo
irreductible, una «diferencia», que hacía a las mujeres
diferentes en su «ser». Del mismo modo, un activista por los
derechos de las minorías raciales dejó de significar alguien que
batallaba por los derechos civiles y comenzó a implicar creer y ser
parte de una comunidad imaginada de la raza que configuraba a cada
individuo que hiciera parte de ella (un pensamiento «blindado»
porque si el individuo lo negaba era por «auto-odio» impuesto por
el sistema de identidades existente que negaba su «esencia»).
El
espectro se abrió pronto pero no sin dificultades a las identidades
basadas en la sexualidad y el ecologismo. Las operaciones necesarias
fueron a veces difíciles e incluso, en el caso del ecologismo,
ridículas. La teoría de género fractalizó el modelo una vez más,
llevando la lógica de las identidades esencialistas a lo que no
podía dejar de reconocer como un continuo difícil de acotar y por
tanto casi imposible de reducir a átomos identitarios esenciales.
Por su parte, el ecologismo tuvo que renunciar a la comunidad
imaginada para tener un sujeto. En su lugar volvió al modelo últimos
de los seres imaginados: la deidad. «Gaia», la
personificación de la Naturaleza -la «madre» Naturaleza- se
convirtió en un sujeto político más. En la era de la cultura de la adhesión ya no hacían falta siquiera miembros, bastaba con tener
seguidores para tener una «identidad».
Curiosamente,
no todas las «diversidades» quedaron incluidas en la
definición de «diversidad» de la nueva ideología
ascendente. Por ejemplo, la diversidad lingüística, que hubiera
puesto en aprietos la estructura de departamentos de la universidad
más allá de las cuotas étnicas, nunca entró siquiera en
consideración a pesar de que eran lingüistas muchos de los pioneros
del movimiento y de que la diversidad lingüística y la educación
pública en otras lenguas distintas del inglés sea un campo de
batalla social cotidiano desde siempre en EEUU (con las lenguas
aborígenes, con el alemán hasta la guerra mundial, con el español
al menos desde la conquista de Texas, etc.).
De
ideología a cultura hegemónica en la izquierda
El
conjunto de todo este fantástico, complejo y diverso movimiento
intelectual es eso que se ha dado en llamar «identity politics».
Su éxito fue indudable. La «identity politics» derivó de
facto en un conjunto de prácticas y signos que redefinían la
pertenencia a la izquierda.
Y
es que la «identity politics» ha sido la ideología más
atenta a las formas y al lenguaje desde las revoluciones puritanas
protestantes -a las que recuerda tantas veces. Un elemento clave fue
la definición de un nuevo «political correct»,un registro
lingüístico diseñado para «no ofender ninguna identidad»
y que derivó el espíritu evangélico de los conversos hacia eso que
John Carlin definió como el «fascismo lite de los campus anglosajones». No es de extrañar que la generación de Carlin
quedara en shock ante las consecuencias de la nueva ideología:
podían compartirla pero no eran parte de su cultura. Y era
precisamente como cultura que se estaba extendiendo. La vieja
feminista era de repente sospechosa si no usaba el «los/las»
continuamente. El militante obrero, otrora idealizado, se convertía
ahora en un «varón blanco sin estudios», arquetipo de la
categoría social más reaccionaria. La «diversidad», cual
nuevo signo de la gracia, se convertía en el mandato de representar
una realidad de «demographics» predefinidos más allá de lo
razonable.
Esa
dualidad de la «identity politics» como ideología y como
cultura que quiere ser hegemónica en la izquierda, es lo que ha
producido que sirva hoy con el mismo desparpajo para alimentar los
guiones de las series americanas con arquetipos de conflicto que para
planear estrategias electorales. Solo que mientras las series solo
necesitan llegar a la verosimilitud, las elecciones, especialmente
las presidenciales, solo tienen un criterio de verdad: ganar.
Y
en esto llegó Trump
La
noche del martes al miércoles pasado comenzó con una afirmación
continua, en prácticamente cada canal de noticias norteamericano, de
los presupuestos de la «identity politics». En CBS la
tertulia de comentaristas era pura demografía, pura especulación de
tendencias por identidades imaginadas: mujeres, latinos, negros,
blancos sin estudios… Parecía una clase de Sociología en una
universidad americana de los ochenta. El primer analista convocado,
sentenció la hipótesis a falsar esa noche: «no se pueden ganar
unas elecciones en la América diversa y multicultural faltando el
respeto a las comunidades con más crecimiento». Michel Moore en su monólogo electoral en el condado de Clinton, un verdadero
concentrado de «identity politics» y condescendencia
universitaria, partía de otro hecho muy comentado a principios de la
noche: «solo queda un 19% de varones blancos en EEUU».
Nada
podía fallar. Pero falló. Esa noche la «identity politics» falló y quedó falsada en la práctica política real. Si Trump tuvo
su 18 Brumario, la izquierda posmoderna tuvo, literalmente, su 9 de
noviembre.
Resulta
que esos varones blancos sin estudios a lo mejor no son esos
«dinosaurios sollozantes» porque «después de un
presidente negro viene una presidenta mujer» y «después
vendrá un gay», «y después un transexual» que
caricaturizaba Moore. A lo mejor ni siquiera, salvo unos cuantos
tarados, se definen y votan como «blancos» o como «varones»
aunque toda la dialéctica de la «identity politics»
pretenda eso de ellos. A lo mejor son de todos los colores y lenguas
maternas. A lo mejor no es la «identidad» sexual y étnica
lo que les abruma. A lo mejor no es que «no comprendan» la
globalización como nos dicen. A lo mejor la comprenden perfectamente
y a lo mejor no aceptan ser divididos como si fueran especies de
ganado en variantes genéticas y culturales. Tal vez, lo que están es hartos del neoliberalismo y de la desigualdad al punto de darse un tiro en el pie con tal de dárselo a una élite tramposa y «listilla»
como apuntaba «The Idler».
Puede,
simplemente que como comentaba Tyler Cowen la diversidad fuera otra
cosa porque a fin de cuentas si un 29% de «latinos» votó
por Trump:
muchos
de esos votantes no ven «latino vs no latino» como la frontera de
diversidad que les interesa con más intensidad.
En
algunos lugares, como «Politico», el think tank de facto más
potente de los demócratas, manifestaciones-antitrump hasta ahora un
difusor acrítico de la política identitaria, empezó ya una cierta autocrítica:
Cuando
empiezas a pensar en términos de gestión por un lado de las élites
globales al nivel supranacional y por otro en entidades
desterritorializadas en nivel subestatal [los sujetos de la «identity
politics»] que buscan pero nunca encuentran acomodo en sus
«identidades», las consecuencias son significativas: tasas bajas de
crecimiento (alimentadas por el endeudamiento) y ciudadanos aislados
que pierden su interés en construir un mundo juntos. En consecuencia
por supuesto aparece un capitalismo de amigotes rampante cuando, en
nombre de la eliminación de los «riesgos globales» y proveyendo
distintas formas de «seguridad», la colusión entre las siempre
crecientes burocracias estatales y los mastodontes corporativos
globales crea una clase cerrada de ganadores y otra de perdedores.
Esta es la alta disparidad de riqueza que vemos en el mundo de hoy.
Conclusiones
Puede
que a pesar de nuestras críticas de hace unos días, Zizek llevara
razón y el triunfo de Trump sirva de disparo de salida para cambiar
la cultura y la ideología de la izquierda en los países centrales.
El primer paso ha de ser una crítica en profundidad, una
«deconstrucción» si se quiere llamar así, de la ideología
identitarista que le alimentó hasta ahora en el mundo anglosajón y
de su matriz, el nacionalismo. Porque la igualdad social no se
construye convirtiendo en sujeto político -con sus consecuentes
burocracias y «representantes»
con cuotas de poder fijadas legalmente- a todas esas «identidades»
o categorías sociológicas sobre las que históricamente se
discriminó o ejerció el poder, sino eliminando la relevancia legal,
cultural, social y sobre todo, económica de esas divisiones
artificiales.
Y
en todo caso, lo que parece indudable es que será imposible
recomponer la izquierda sin pasar la página de la «identity
politics» y tomarse en serio, como núcleo central del orden social que son, a la producción y al trabajo.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Comparto el análisis esencial
del autor sobre la necesidad de desmontar el discurso de las
identidades, fundamentalmente porque el relato de los comeflores
neopijos postmodernos es de un liberalismo reaccionario que tira para
atrás y porque divide la a la clase trabajadora en 100.000
identidades incomunicadas entre sí, salvo por las plataformas del
capitalismo pseudoprogre que las pastorean.
Comparto,
por tanto, la necesidad de recuperar una perspectiva de clase en la
lucha por la emancipación del ser humano.
Sin
embargo, no comparto en absoluto dos cuestiones que se desprenden del
texto, sea directa o indirectamente.
La
primera de ellas es la de la necesidad de recuperar la izquierda o
recomponer la izquierda. Aunque esto se haga en términos de “la
producción y el trabajo”, como propone el autor ¿Qué duda
cabe que si no se pone el énfasis en el antagonismo de clase, que se
encuentra precisamente en el enfrentamiento de intereses
explotador-explotado o capital y trabajo, si se prefiere -y no en esa
tontuna de ricos y pobres o de arriba y abajo, que se usan con la
intención de esconder el origen de la desigualdad real-, seguiremos
uncidos a la dominación de los seres humanos por otros seres
humanos.
La
izquierda es irrecuperable y es bueno que así sea. Y no por las
teorizaciones de la New Left o post68, que la han degenerado
irreversiblemente, sino porque dentro de la fracción mayoritaria de
la misma que se asentaba en una posición de clase estaba ya el mal
en sí mismo.
Me
explicaré porque quiero aclarar que lo que cuestiono no es en absoluto la posición de clase sino la consecuencia de lo que es la "izquierda" antes de los "cumbayá". Los límites políticos en
los que esa izquierda mayoritaria encarceló a dicha posición de
clase: el reformismo.
Desde
Bernstein y Kautsky la izquierda mayoritaria era ya socialdemócrata
en el sentido de evolucionista hacia una mejora de la situación de
la clase trabajadora sin intención alguna de romper el capitalismo.
La fórmula oportunista bersteiniana “el movimiento lo es todo;
la meta final no es nada” señalaba ya lo que podía esperarse
de “la izquierda”. Mucho más tarde pero siguiendo ese mismo
trazado llegarían el eurocomunismo -socialdemocracia vergonzante- y
el social-liberalismo, ambos cara amable de la acumulación
capitalista; títeres domesticados del capital y domesticadores de la
clase capitalista. Así pues, es desde entonces cuando comenzó a
joderse todo. Pijoflauta o reformista con origen de clase, “la
izquierda” está degenerada irreversiblemente. Es incapaz, porque
no lo considera deseable, defender la lucha por una sociedad
socialista. Cuando habla de “anticapitalismo” vende
keynesianismo. Cuando denuncia al capital, le pone sordina al hecho
de que la Unión Europea es uno de sus centros y que no hay que
reformarla sino destruirla. Cuando habla de revolución se refiere a
la “revolución ciudadana” de los Correa o los Lenin Moreno,
gestores humanistas del capitalismo y, cuando se pone
“hiperrevolucionaria” se conforma con apoyar al histrión de “el
pajarito”, gestor inútil y creador de corrupción a su alrededor
que, cuando ha tenido el aparato del Estado capitalista, porque lo
sigue siendo, se ha limitado a redistribuir las rentas del petróleo
en lugar de destruir dicho aparato y sustituirlo por uno de la clase
trabajadora , en el que ella sea la dueña de los medios de
producción, cosa que no ha tocado apenas. Esa izquierda que cuando
se pone levantisca en España se limita a envolverse en la bandera de
una república que fue burguesa hasta su final, a pedir procesos
constituyentes de no se sabe qué -o si se sabe: se limita a cambios
cosméticos en el aparato institucional, nunca en la base social de
la propiedad- y a sumarse a todo lo que dé la puntilla a una
perspectiva de clase, como en el pasado el 15M o en el presente la
Renta
Básica o el empleo garantizado.
A
algunos de ellos ya se les va viendo el plumaje antiobrero con ese
discurso de que la clase trabajadora vota a la ultraderecha o el
fascismo, como si fueran lo mismo, aunque ambos enemigos de una
clase a la que hablan porque los “progres”, la “izmierda” han
dejado de lado la radicalidad necesaria en un mundo en el que la acumulación capitalista pasa por expropiar a
nuestra clase de todo lo que conquistó en su día a costa de
cárcel, represión, torturas y muerte en tantos y tantos casos.
No, no hay que recuperar a “la izquierda”. Quede ésta en su tumba, que ahí es donde debe estar. Lo que hay que recuperar es la lucha por una sociedad socialista y comunista pero sin museos, ni mausoleos, ni nostalgias, ni naftalina, sino desde una vuelta a Marx , a un Marx al que los degenerados han intentado prostituir con sus infectadas babas de elogios, mientras afirman que la dictadura del proletariado es que gobiernen “¡los pobres!” y que eso hoy es la democracia.
No, no hay que recuperar a “la izquierda”. Quede ésta en su tumba, que ahí es donde debe estar. Lo que hay que recuperar es la lucha por una sociedad socialista y comunista pero sin museos, ni mausoleos, ni nostalgias, ni naftalina, sino desde una vuelta a Marx , a un Marx al que los degenerados han intentado prostituir con sus infectadas babas de elogios, mientras afirman que la dictadura del proletariado es que gobiernen “¡los pobres!” y que eso hoy es la democracia.
Que les
den.
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