15 de diciembre de 2012

TURISMO DE FAVELA


NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG

El artículo que les presento tiene cierto sabor cristiano, a ONG alterglobalización, de esas que hablan de pobreza e injusticia social pero no van a la raíz del problema, que no es otro que la existencia del sistema capitalista mundial, fuente de toda desigualdad humana.

Aún así me ha parecido interesante reproducírselo aquí por lo que tiene de crítica a esa mentalidad hipócrita del viajero cosmoputita, a lo Phileas Fog que, no contento con su deseo de visitar los 194 países, que aproximadamente la ONU reconoce como tales, antes de diñarla, desea además ser original y darse una patina de “contacto cultural profundo” con la realidad hard de esos países y vivir experiencias “emocionantes de la muerte”, ya sea viendo un talibán de cerca o aspirando el rancio olor de la pobreza en las favelas de Río de Janeiro. Lástima que ni los talibán ni los pobres de las favelas practiquen el canibalismo. Así, las experiencias del viajero mirón-cosmoputita serían más intensas.  

Les dejo, sin más, con este breve pero interesante artículo. 
Turismo de favela.
Jesús Jiménez Prensa. Alainet

Existe el turismo de miseria. Existe en Brasil, en India, en Sudáfrica, en México y en Kenia, de momento. Es el turismo que refleja la pobreza, la marginación, y sobre todo la desigualdad. Que la busca y quiere fotografiarla. Que se asienta en la seguridad de sentir un miedo inacabado, de ver armas, quizás drogas, y saber que todo está asegurado, que la realidad empieza cuando los blancos se hayan ido.

Cuando nos hayamos ido. Es fácil escribir en una computadora conectada al mundo, pero al menos esto se extiende y genera información. Quizás un no o un rechazo por los blancos que pagan este tipo de turismo. Turismo o periodismo. Al menos periodismo.

El turismo fue desde siempre una actividad económica que reflejó las desigualdades del mundo, especialmente las del Norte y el Sur, las de Occidente y no Occidente. Los alemanes viajan a India, los estadounidenses a Tailandia. Los británicos a las Islas Canarias. Los del norte de Italia al sur y Calabria. Los españoles a las playas de Túnez. Los franceses a sus antiguas colonias. Buscan sol y buenas temperaturas, pero siempre la mejor oferta al menor coste. Y así hasta que el orden del mundo quizás se altere.

En Brasil el turismo en las favelas de Río de Janeiro empezó en 1992, con la empresa Favela Tours. Hoy día la empresa realiza dos viajes al día. Un viaje que se inicia con la recogida de los turistas en sus respectivos hoteles, donde una furgoneta con aire acondicionado les llevará hacia las colinas donde se extiende la favela de Rocinha, una de las más grandes de Río, con cerca de 70.000 habitantes.

Del hotel a las callejuelas serpenteantes de la favela, de la furgoneta acondicionada al calor sofocante. De la comida del buffet del hotel al arroz y judías de los cariocas de Rocinha. Del ascensor al sudor de llevar la compra hasta arriba. La desigualdad explotada, convertida en curiosidad explotadora por el turismo de la desigualdad. Algo falla.

Otra empresa es Don’t be a gringo! Be a local (¡No seas un extranjero! Sé de la ciudad), creada en 2003. La idea que ofrecen es que Río de Janeiro debe ser visitado al completo, con favela incluida, como si fuese algo para coleccionar. No te lleves a casa una parte de la ciudad, llévatela toda en tu cámara fotográfica. Su viaje dura tres horas, se sube en moto hasta lo alto de la colina y se baja a pie. Lo bueno es que en el paquete se incluye las conexiones desde el hotel y un guía que habla sobre la vida en la favela.

Los turistas son todos blancos, vestidos para el calor y de colores. Todos sonríen cuando los fotografían. Son felices. No tienen miedo y saben que eso que ven se acaba luego y rápido, en menos de tres horas. Que esos niños negros que les ofrecen una batucada con cubos y baquetas artesanales de madera se quedarán allí y se acabó. Ellos volverán a sus países de blancos, donde podrán contar que estuvieron en una favela carioca, y que no les pasó nada, pero vieron todo.

Se hacen plaquitas de recuerdo para vender a los turistas, se permite hacer fotografías a las casas y a las personas. Incluso una vez, cuenta la socióloga brasileña Bianca Freire Medeiros en su libro sobre el turismo de favela, una turista blanca levantó la tapa de una sartén para ver lo que estaba cocinando aquella mujer de la favela. Le tuvieron que decir que eso no se hacía, que aunque pareciese un zoológico, pues podían hacer fotos a los negros, llevarse recuerdos a casa y recibir la ayuda de un guía especializado, pero no tenían derecho a inmiscuirse en sus vidas, pues lo mismo se llevaban un susto. Ante todo respeto y cada uno a lo suyo.

“Algo que les interesa mucho a los turistas son los rostros. En la favela de Rocinha los negros son los más fotografiados. A través de las fotografías de los turistas se tiene la impresión de que la favela es negra. Esto demuestra que la pobreza tiene cara y tiene color. La pobreza es negra”, escribe Medeiros. Y duele.