24 de mayo de 2020

EL FASCISMO AMENAZA LA VIDA PARA RECUPERAR EL BENEFICIO DEL CAPITAL. LA ÚNICA RESPUESTA POSIBLE ES DE CLASE


Por Marat

Las caceroladas y las manifestaciones en los barrios burgueses contra el Estado de Alarma son un síntoma de descontento social entre los sectores de las clases medias reales (pequeños y medianos propietarios) y autopercibidas (de segmentos minoritarios de la aristocracia asalariada) que señalan el efecto del largo período de confinamiento en la economía nacional, que se ha deteriorado, tanto en sectores básicos y de grandes empresas de la producción como en los pequeños negocios (fundamentalmente de servicios) y, con ello, las de los hogares y, en consecuencia, en el consumo, que se ha limitado a fundamentalmente a las necesidades básicas y a otras secundarias, ligadas fundamentalmente al entretenimiento en casa.

El acierto de los fascistas y de la derecha reaccionaria del PP ha sido la de haber sabido conectar con el miedo al futuro de esos sectores de las clases medias reales y autopercibida, como consecuencia de la destrucción del tejido productivo que ha traído la combinación del agotamiento del período de recuperación tras la última crisis del capitalismo y de la paralización de gran parte de la actividad económica como consecuencia de las medidas sanitarias para parar la COVID-19.

No es un fenómeno español. En mayor o menor medida que en nuestro país ha sucedido en la práctica totalidad del mundo, por lo que la nueva fase de la crisis capitalista es, de nuevo, también global. Éste es un factor que debe esgrimirse desde una posición de clase: el capitalismo acelera su crisis general y no hay salidas nacionales a la misma.   

Tampoco es un fenómeno local la respuesta fascista contra el confinamiento. En Italia, en Alemania, en los estados USA no controlados por Trump en los que se da alguna forma de este tipo de medidas, las protestas organizadas por la extrema derecha se suceden, siempre en nombre de la libertad y con banderas patrias. La libertad es la del mantener abiertos los negocios por encima de los riesgos de los trabajadores que hay en ellos. Y la bandera patria es siempre el manto de la mentira protectora con el que el capital quiere cubrir lo que antes era contradicción de intereses trabajo-capital bajo la forma nueva de “más mata el hambre”, planteado por quien no lo padece y está lejos de padecerlo. La burguesía siempre ha  vendido desde la revolución francesa lo que son sus intereses de clase como interés general de todas las clases.   

Conviene entender la relación subalterna de las clases medias, justo las que auparon el fascismo en el pasado y lo están elevando en el presente, con la clase rectora del sistema capitalista, la gran burguesía. La clase media propietaria de medios de producción, e incluso los segmentos sociales de la aristocracia asalariada, están ligadas al capitalismo como sistema y a las grandes corporaciones de las que son empresas proveedoras y subcontratadas y de las que obtienen sus elevados salarios un sector de los directivos no claves en la toma de decisiones empresariales.

Establecida esta cuestión hay una relación compleja entre pequeña y mediana burguesías y gran capital.

La pequeña y mediana burguesías han comprendido que su futuro está comprometido y que necesitan de la recuperación del consumo, por lo que es imprescindible para ellos la vuelta a las terrazas y al negocio de las tiendas.

El gran capital, el que mueve el porcentaje del PIB que, de verdad, será afectado por la crisis, turismo, automoción, construcción y banca, crea a través de sus medios de “comunicación” económicos y generalistas el estado de opinión social, el llamado “estado del malestar” que, curiosamente, remite a ciertas anticipaciones del 15-M. De ahí que en la prensa más conservadora se haga un paralelismo entre los objetivos de VOX de creación de “ambiente de protesta social” con la aparición de los indignados y la posterior eclosión de Podemos. Para la clase media se proyectó en su día una articulación política progre y ahora otra fascista. En cualquier caso, ambas tuvieron un discurso explícito no de clase, sino de “gente” y nacionalista.

Afortunadamente los fascistas están llegando tarde varios países. En Italia y en España es más que evidente. Las curvas de la pandemia acabarán por aplanarse

En Estados Unidos no hay sanidad pública, porque el Obacamare nunca fue público, que absorba el brutal número de contagiados, vemos como el fascismo exige violentamiente  el fin de las cuarentenas. En  Brasil,  con un Presidente tan eloqucido como las cifras de la enfermedad, se produce un tipo de respuesta desde el Estado muy similar al que se da en Estados Unidos. La elección de recuperación de la tasa de beneficio empresarial en lugar de vida puede que se convierta en caos económico.

El acuerdo de Alemania y Francia para intentar que la UE apruebe un superbazooka financiero de ayudas más “generosas” que en la anterior fase de la crisis capitalista para los países afectados por la pandemia (fundamentalmente pensando en el sur) tiene mucho que ver con la necesidad de Francia de salir adelante porque está agotada económicamente y con la situacion de Alemania porque, si se hunde el sur, es el fin de la UE y, con ello, Alemania tendría que comerse su producción al no poder colocarla fuera de sus fronteras.   

Si esa opción falla, muy posiblemente lo hará, dado que las inversiones se acabarán destinando mucho más a las necesidades de financiación de las grandes empresas capitalistas de la UE que a supervivencia de las clases trabajadoras que mantengan el consumo, lo que queda es el odio organizado políticamente. Es decir, la salida fascista.

Con todo, el verdadero riesgo del fascismo es que, el deterioro de la situación económica favorezca la captación por la ultraderecha de una parte de los sectores menos conscientes de la clase trabajaddora que, ante la desesperación por su depauperación económica, vean en el fascismo una forma de expresar su rabia social. 

En las situaciones de desesperación social en las que brota el fascismo el antifascismo no puede ser la clásica respuesta antifacha del enfrentamiento físico. Hay que desnudar sus argumentos, visibles si se quiere ver de qué hemos estado hablando, dejar claro a la pequeña burguesía que puede condenarse a desaparecer, deglutida por el gran capital, o sumarse a la cola, y sin pretensiones de dirigir lo que no le corresponde, y ser parte de la solución.   

Es necesario impulsar un tipo de lucha que conecte con las necesidades inmediatas, vitales y sentidas de nuestra clase porque, de no ir por ahí la respuesta, la que dará el fascismo será la que canalice la frustración y le malestar sociales hacia el odio y la demanda de un caudillismo que el capital acabará por emplear, cuando se le acaben todas las demás opciones para imponer por la fuerza la recuperación de sus ganancia a costa de nuestra miseria. No hay muchas vueltas que dar a los argumentos. Basta con hacer memoria de ellos y señalarlos.

Es necesario romper con el sectarismo propio del cuanto peor mejor y de que el peor enemigo es siempre aquel del que intentamos diferenciarnos para ser nosotros mismos y es necesario también asumir que el actual gobierno de los progres en España ha defendido la protección de la vida antes que el beneficio del capital, frente a todo el capital organizado, el fascismo evidente y el “conservador” y su Brunete mediática sin carta de navegación, que ningún país tenía ante una pandemia desconocida. Nada más y nada menos. Y hasta ahí porque luego de ciertas medidas sociales de choque y de una austeridad y unos recortes más atenuados, vendrán otros más brutales y, si no han conseguido sacarles del gobierno las fuerzas de la reacción, harán la misma política contra los trabajadores que haría la derecha más ultraliberal porque, al igual que a Zapatero no le tembló el pulso a la hora de aplicar nuevas legislaciones laborales y de pensiones absolutamente antisociales, tampoco les pasará a ellos.

Hay que decirles a los trabajadores que si no se organizan para defender lo conquistado ayer y para exigir lo que corresponde a las nuevas necesidades con las que se van encontrar, lo que les queda es a qué capataz del sistema elegir y cuánta represión de clase van a estar dispuestos a asumir.

Es el momento de explicarle a los trabajadores que frente a los intereses del capital para recuperar sus beneficios amenazos por el confinamiento, en una sociedad socialista la opción determinante sería siempre la de proteger la vida de la gente de nuestra clase, que es la más expuesta ante cualquier pandemia:
  • En el socialismo la vida no estaría amenazada por la demanda de beneficio
  • En el socialismo, la protección de la vida sería el más sagrado principio a defender.
  • En el socialismo el ser humano no se enfrentaría a la necesidad de trabajar durante una pandemia, jugándose la vida para poder comer.  
  • En el socialismo, el principal problema al que se enfrentaría la humanidad sería cómo acabar con una enfermedad extendida.
  • En el socialismo, los trabajadores que hubieran de trabajar, para satisfacer las necesidades básicas de la población en caso de pandemia, estarían adecuadamente protegidos y el coste de protegerlos no sería el problema sino el de la capacidad científica para responder ante la amenaza.

17 de mayo de 2020

CORONAVIRUS, QUIMERA, DISTOPÍA Y UTOPÍA


Por Marat

Cuando a uno no le pagan por escribir, a tanto la pieza o por palabras y tampoco escribe al dictado de la “línea editorial”, lo hace cuando puede o cuando cree que tiene algo que decir y es capaz de ponerse ante el ordenador y decir lo que quiere expresar. Éste es el caso, como siempre.

Antes de que la estampida del desconfinamiento produzca la amnesia colectiva, quienes se hayan detenido en los contenidos que las formas de entretenimiento del vacío mental que se han difundido para rellenar el tiempo de reclusión –en mi opinión necesaria frente a la pandemia- en cantidades y calidades obscenas, quizá hayan reparado en que hay tiempos de mentira, tiempos que nos educan en terrores futuros y tiempos del deseo necesario.

En el mismo orden en que acabo de señalarlos los nombro como quimera, distopía y utopía.

1.-Quimera
En la segunda acepción, que es la que me interesa, del diccionario de la real academia de la lengua española se define a este término como  “aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. En plata, mentira.

Hablemos de quimera en tiempos de coronavirus durante el desconfinamiento.

Quimera es que necesites pedir una ayuda al SEPE (Servicio Público de Ayuda Estatal) y no dispongas de ninguno de los sistemas de certificación electrónica -certificado digital, DNI electrónico, CL@VEPIN (para un solo uso, por lo que hay que pedir una nueva clave para cada uso nuevo) y CL@VE permanente-. La odisea que te espera para conseguirlo está a la altura de la de Ulises. Tanto que acabas teniendo que recurrir a tutoriales en vídeo para ver cómo conseguir ese sistema de certificación electrónica. Todo ello para descubrir que no puedes pedir cita online con el SEPE o encuentres que tu situación para solicitar un subsidio no está  dentro de los supuestos de los que te informa la web de este servicio.

No soy un conspiranoico, lo primero porque aún me funciona la cabeza moderadamente bien, lo segundo porque no entiendo los procesos históricos como explicados por una sucesión de conspiraciones sino marcados por la lucha de clases dentro de un formación económica y social dada y lo tercero, y no menos importante, porque no soy un reaccionario, pues se es un reaccionario cuando se recurre a la conspiración para “explicar” cómo funciona la economía bajo el capitalismo y está claro que para un capitalista, que se rige por la máxima de la rentabilidad, el gasto social no es rentable. Conviene no olvidar que los Estados son Estados capitalistas gobierne quien gobierne. Y en el caso español actual también.

Cuando no hay modo posible de hacer gestiones personales por razones higiénico-sanitarias justificadas, tampoco telefónicas “por saturación” del servicio y la posibilidad de llevarlas a cabo mediante el medio online, es harto dificultosa, por las trabas laberínticas ya descritas, no hace falta ser muy inteligente para saber que se está jugando a ganar tiempo (para disponer de la liquidez necesaria para los distintos tipos de parados  afectados o no por el COVID-19) y a generar desestimiento entre una parte de los candidatos a demandantes. Esperar que el servicio del SEPE piense en las necesidades y angustias personales de quienes se ven sin un euro para pagar su alquiler, la comida o las necesidades más elementales es pura quimera. Es decir que, al menos de momento, aquello de no dejar a nade en el camino es una mentira bastante indecente. Las colas de las bolsas vacías ante las asociaciones civiles laicas o religiosas no tienen otra explicación.

Quimera es que aparezcan nuevas compañías eléctricas en televisión comparándose con Luther King, Gandhi o quien se supone que se plantó delante de un tanque en Tiananmén, diciendo que “por algo se empieza”.  Cuando uno se preocupa en saber quién está detrás de esta operadora energética de la “tarifa justa” y de la “energía 100% verde” se entera de que la gestora de fondos de capital riesgo española Axon controla el 27% de sus acciones y de que sus principales impulsores y caras públicas son gente sin aparente gran procedencia empresarial, aunque bien conectados con Forbes España, el IESE, el Deutsche Bank o inversores en energías renovables como  Special Credit Situations Group o han estado presentes en la dirección financiera de Novacaixagalicia, la consultoría de McKinsey & Co. o el Boston Consulting Group.

Esta compañía energética que se propone absorber otras menores para hacerse un sitio en la minipecera de los depredadores energéticos tiene un estilo 15M de “capitalismo colaborativo” interesante por su capacidad de absorber un discurso buenrollista, pensamiento Alicia, delicioso.

Si algo debe agradecerse a tiburones tipo Endesa o Iberdrola es que les importe entre cero y nada parecer éticos, “colaborativos” partidarios del “bien común” (el de sus grandes accionistas sí), justos y ecológicamente sostenibles. Se la pela y uno no deja de saberlo, si quiere.

Que Holaluz se vista de ONG, mucho más tarde de que hubiéramos empezado a sospechar de las ONGs, tiene delito. Comprarles el relato no tiene justificación salvo que se sea gilipollas profundo. En todo caso, conviene mirar qué tiburón les cobrará menos por encender la luz del fluorescente de sus cocinas.

Quimera es que haya partidos, medios de comunicación y grupos de presión empresariales (de estos a cascoporro) que intenten torcer el brazo al gobierno, lo están logrando, para que las medidas más eficaces de contención social del coronavirus –el confinamiento es la principal- sean anuladas antes de que estemos seguros de que no habrá un rebrote en los hospitales ni los medios de control sean capaces otra vez de hacerles frente, una vez demostrado su casi agotamiento ahora.

Quimera es que los pijoburgueses del barrio Salamanca, de Pozuelo Aravaca o Chamartín vendan como defensa de la libertad lo que es su deseo de reapertura de sus negocios poniendo en riesgo la vida de sus trabajadores o que señalen como estado de emergencia solapado lo que es un intento de viajar a sus chalets con piscina propagando el virus allá donde vayan.

Quimera es que haya “personajes” que, con la coartada del COVID-19  intentan que confundamos ese invento llamado por los progres postcapitalismo (¿Qué pretenden hablando de un sistema inexistente si no es alternativo al capitalismo? Yo lo tengo claro) con el fin de la etapa neoliberal o del predominio del capitalismo financiero, sin el que no puede sobrevivir el productivo, cuando no hay postcapitalismo sin acabar con las relaciones sociales de producción capitalista basadas en una plusvalía nacida del trabajo excedente sin el que el sistema no puede reproducirse porque carecería de beneficio. Podría explayarme con la admiración que el personaje al que me refiero profesa a una vedette esotérica, que dice que es comunista, como  Žižek, para el que la explotación laboral es algo así como la existencia de gamusinos o con su apoyo al peronismo argentino pero tampoco me apetece hacer sangre cuando toca hablar de cuestiones mucho más importantes que alguien como Atilio Borón.

Quienes juegan esta partida no son radicalmente opuestos a los fascistas criminales de VOX ni  los prefascistas del PP que acusan de comunistas a los de Unidas Podemos, ofendiendo con tal acusación a los comunistas que nada tenemos que ver con quienes emplean bálsamos por vitales que sean, para quienes están en el nivel de la supervivencia, cuando sabemos que tras la pandemia aplicarán nuevas recetas de dolor y recortes sociales a los trabajadores para favorecer la recuperación del beneficio empresarial, en lugar de organizar a la clase trabajadora para lo que se nos viene encima. Ambos mienten. Unos para defender la democracia burguesa, cumpliendo su viejo papel de justificadores, aparentemente críticos, del capital. Otros para actuar como criminales a sueldo del capital, poniendo por delante el trapo de una bandera patria que jamás protegerá a las clases subalternas de los intereses de clase de los patriotas sean estos españoles, catalanes o vascos.   

2.-Distopía
Según la Real Academia de la Lengua Española distopía es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.

Distopia es  que haya millones de españoles e inmigrantes cuyos hijos dependan de la caridad para comer, distopía son las enormes colas de nuevos pobres, distopía es que haya seres humanos que tienen que jugarse cada día una gran multa para continuar con sus actividades en una economía sumergida de la que no pudieron salir porque, de otro modo, no pueden sobrevivir.

Distopía es la ingente cantidad de trabajadores que están descubriendo las maravillas del teletrabajo. Basta ya de limitar las críticas al mismo al tener hijos en casa. No es lo peor la conciliación trabajo-familia cuando ésta es imposible. Lo peor del teletrabajo viene de horas que superan a lo establecido, de la invasión de la privacidad por parte de la empresa cuando, supuestamente, no es horario de trabajo, del control de la producción en remoto, de los efectos físicos y psicológicos del trabajo en el hogar, de la imposibilidad de separar espacios/tiempos de trabajo y vitales, de la alienación que viene de la soledad y, por supuesto, de la próxima pérdida de derechos laborales y contractuales que significara el paso de ser un trabajador a un autónomo del búscate la vida, págate tú la cotización y te llamaré a ti o a la plataforma que te subcontrate, cuando lo necesite.  

¿Han estado ustedes viendo películas en las televisiones no de pago últimamente? De las de pago no les pregunto porque probablemente, el contenido distópico sea el principal de su programación.

¿Se han preguntado alguna vez qué función cumplen estos contenidos, sea en formato de film o de series? Yo sí y más aún también me he preguntado por el porqué de que se hayan multiplicado en estos meses de pandemia.

Los contenidos audiovisuales que  hablan de sociedades totalitarias y policiacas, de destrucciones de la tierra, de pandemia, de apocalipsis,  de animales extraños que nos heredarán, luego de acabar con el género humano, del día después de…, más allá del mero entretenimiento, tienen el objetivo de ir generando la aceptación ante cualquier decisión del poder económico y político que nos conduzca a la sumisión de la voluntad o a la acatar la pérdida de libertades ante peligros inminentes.

Esos son los contenidos que ayudan a justificar a los chivatos policías de los balcones, que explican las comparecencias de militares, guardias civiles y policías durante las primeras semanas en ruedas de prensa que nos explicaban el día a día del coronavirus, que han intentado colocarnos, y en parte lo han logrado, aplicaciones en los móviles dedicados a nuestro seguimiento.

En una pandemia como la que hemos vivido no se pueden mantener todas las libertades. Hay liberales que son criminales si no son conscientes de la necesidad de su limitación pero no vale todo. No vale mantener la Ley Mordaza, cuando quien la aplica se manifestó en su contra ni vale tampoco que se permita la total liberalidad de la policía para actuar. Es evidente que no es lo mismo impedir un botellón o una manifestación que no contempla la distancia social que el que una madre salga a pasear con su hijo autista en los peores momentos de la pandemia. No había carta de navegación pero a una policía que no es democrática (JUSAPOL es un claro ejemplo de ello) hay que leerle la cartilla antes de dejarla salir a la calle. A ver si es que es preferible que se pasen por exceso antes que por defecto. Sería bueno saberlo.

3.-Utopía
La RAE da dos definiciones de utopía:
1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización.
2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.

No suenan mal, al menos a mí, salvo en lo de “que parecen de muy difícil realización”
Decían Marx y Engels
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o , dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.” (“La ideología alemana”. Marx y Engels)

Para algunos una especie de catecismo comunista, justamente lo que los dos revolucionaros se negaron a aceptar como título en lugar del “Manifiesto Comunista”, que tiende a simplificar en exceso un pensamiento mucho más sutil, más rico, más lleno de matices. Casi todos los comunistas reducimos a un párrafo un pensamiento mucho más profundo, limitándonos a aquello de “La ideología dominante es la de la clase dominante”.

Hay quienes entendieron el funcionamiento del capitalismo como un acto de fe. Quizá algún día sean capaces de explicarnos el porqué y el cómo de las crisis capitalistas.

Quienes nos consideramos comunistas vemos necesario dar la batalla de las ideas para desnudar la naturaleza de un sistema que no conspira contra sí mismo (sería estúpido no comprender hasta qué punto la crisis económica derivada del COVID-19 exige recuperar el beneficio empresarial) pero que es incapaz de dar respuestas  a la humanidad, ahora más que nunca.

La utopía es la esperanza para los cristianos que buscan un mundo mejor también aquí. A su lado, no más lejos, los comunistas podemos compartir la fraternidad y la denuncia ante la desigualdad que sufren los desheredados de nuestra clase.

Un comunista mira la utopía como una posibilidad. El marxismo nunca fue determinista. Nunca planteó el derrumbe como el cómodo atajo que evitaría a los explotados luchar por emanciparse.

El ser humano puede llegar a liberarse de su necesidad o encaminarse a la barbarie. Es necesario explicar el riesgo de la locura y el porqué. El capitalismo mata pero no basta decirlo. Toca desnudarlo.

La crisis del capitalismo viene de lejos. Desde la mal llamada crisis del petróleo no ha hecho más que sucederse por etapas, cada vez más rápidas, encaminándose hacia su senilidad.

La COVID-19 no ha creado una nueva crisis. La ha acentuado. Pero creer que el paro actual, la ausencia de recursos económicos, es lo peor que le ha ocurrido a la clase trabajadora es no entender casi nada. Lo que viene ahora es la salida del capital a esta nueva fase de la crisis que ahora le ahoga. Su recuperación, nuestra miseria. En unos meses veremos su actuación.

Utopía es entender que el comunismo no es solo una sociedad futura sino un movimiento que lo acerca.
“Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual" (“La ideología alemana”. Marx y Engels)

Ésta es la esencia de la utopía comunista. Avanzar, pegados a las necesidades inmediatas y cotidianas de nuestra clase hacia la sociedad a la que aspiramos. Defender cada milímetro a conquistar sin engañarla, dejándola claro que mañana puede perderlo dentro del capitalismo, intentar elevar su conciencia como clase antagónica y plantear con claridad que de ésta salimos más fuertes solo si comprendemos que dentro del capital no hay esperanza. Y que  solo la podemos construir de forma colectiva, solidaria y organizada.