8 de febrero de 2016

EMPLEO, ESTANCAMIENTO ECONÓMICO Y ABISMO SOCIAL ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL TRABAJO?

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

El largo pero muy interesante artículo que les expongo a continuación tiene dos partes muy diferenciadas:
 ● La primera es el impacto que la robotización está comenzando a tener y va a tener previsiblemente en el desempleo crónico y estructural y sus consecuencias sociales, políticas y hasta ideológicas sobre la clase trabajadora.
       Especialmente interesante resulta el apunte acerca de las consecuencias sobre la generación de plusvalía, dado que sólo el trabajo humano la produce, lo que podría abundar en un callejón sin salida para el capitalismo.

 ● La segunda, decepcionante en mi opinión, es la inserción de las alternativas al desempleo en un “postcapitalismo” (cháchara del discurso reformista prosistema) que reniega de defender el socialismo como proyecto de revolución social, y que ignora que el capitalismo intenta recuperar su tasa de acumulación a través de la desposesión, como bien afirma Harvey, a la clase trabajadora de sus conquistas históricas. ¿De verdad creen los autores que en una sociedad que no haya destruido las bases históricas de la acumulación y el beneficio capitalista, el capital iba a permitir formas secundarias de remuneración, tras el reparto del trabajo, que no pudiera valorizar? Está claro que los autores o no leyeron a Marx o intentan ningunear su obra, sobre todo al ignorar que la función del Estado capitalista es la de ser el instrumento de dominación del capital. Un proyecto como el que pretenden no se entiende sin decisiones políticas desde el Estado y éste no es neutral. Lo que pretenden ya se intentó en el siglo XVIII y se llamó “socialismo utópico” porque pretendían una equidad compatible con la conciliación social. Y es que, aunque en ocasiones mencionen a Marx para darse la pincelada de "rojos", los keynesianos caen siempre del lado de las reformas dentro del capitalismo.
En cuanto a lo que ellos llaman “precariado”, término tan del gusto de los hijos de la pequeña burguesía que han accedido al mundo universitario pero que saben que vivirán peor que sus padres y no quieren identificarse con la clase trabajadora, les habría venido bien a los autores de este texto leer “La situación de la clase obrera en Inglaterra” de Federico Engels porque lo que los descubridores del Mediterráneo llaman precariado no era otra cosa que las condiciones de vida del proletariado.

En cualquier caso, recomiendo encarecidamente la lectura de este texto tanto por sus aciertos como con el fin de desmontar sus trampas ideológicas.

Sin más, les dejo con el artículo

EMPLEO, ESTANCAMIENTO ECONÓMICO Y ABISMO SOCIAL ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL TRABAJO?
Alberto Rabilotta, Michel Agnaïeff. Alainet
Si algo define la actual dislocación social, es bien la incertidumbre en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la economía con relación a la sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha transformado el problema del desempleo masivo y de la precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para las sociedades, y en un reto fundamental para la sociedad que será necesario crear en el futuro.

En el año 1900 casi la mitad de la población activa en Estados Unidos estaba empleada en el sector agropecuario, y exactamente un siglo más tarde sólo el 1.9% dependía de esa rama de la economía (1). En el mismo período y del otro lado del Atlántico, en Francia, el número de agricultores se dividió por diez (2). El aceleramiento de los progresos tecnológicos en todas las áreas pertinentes hizo posible esta profunda transformación, permitiéndole al mismo tiempo seguir ocupando un importante papel en la economía. Se había logrado producir cada vez más con menos mano de obra, y eso explica el éxodo forzado de los trabajadores agrícolas hacia los refugios que ofrecían otros sectores de la economía que tenían creciente necesidad de nuevos brazos.

Un éxodo comparable puede producirse en las próximas décadas, pero esta vez sin grandes oportunidades de empleos en el horizonte. En el curso de las últimas décadas el sector de servicios ha sido el principal refugio para los trabajadores expulsados de los empleos industriales por las diferentes olas de progresos técnicos que fueron sucediéndose de manera cada vez más frecuente con los avances en la electrónica, la informática y las telecomunicaciones. Empero, la capacidad del sector de servicios para compensar las pérdidas de empleos sufridas en diferentes ramas y sectores de la economía ha ido disminuyendo por las transformaciones profundas que a su vez lo afectan, y la próxima ola de progresos tecnológicos puede ser mortífera en el capítulo de empleos en este sector, así como en otros dominios hasta ahora poco afectados. Según la OIT (3), el desempleo afectaba a 201 millones de personas en todo el mundo en el 2014, o sea 30 millones más que antes de la crisis del 2008. Los efectos que sobre el empleo tendrán las nuevas transformaciones tecnológicas agravarán un desempleo que ya es masivo. El informe de la OIT revela otro hecho agravante, como es la disociación creciente entre los ingresos del trabajo y la productividad, con esta última aumentando mucho más rápidamente que los salarios, lo que se constata en las repercusiones negativas sobre el consumo, las inversiones de capital y los ingresos del erario público.

Progresos tecnológicos y progresión del desempleo
Hoy día el progreso técnico permite alcanzar niveles de automatización (informática y robótica) que imitan algunas dimensiones de la inteligencia humana. Esos equipos de alta tecnología tienen la capacidad de asegurar de manera creciente no solamente las tareas muy rutinarias, como ha sido el caso en el pasado, sino también las tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya que “el riesgo pesa en el pasado, sino también las tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya que “el riesgo pesa también sobre numerosas actividades intelectuales, relacionadas con el tratamiento y la síntesis de informaciones, que pueden ser confiadas a esas ‘maquinas’ que aprenden cómo manipular cantidades infinitamente más grandes de datos que las que el cerebro humano puede aprehender” (4). Es pues toda la galaxia de empleos del sector de servicios, de la administración y del conocimiento, que será trastornada por el progreso tecnológico, y eso sin importar los conocimientos o habilidades exigidas por las diferentes ocupaciones. En efecto, la capacidad de los equipos basados en sistemas informáticos para tratar masas de datos poco estructurados, de interpretar el discurso humano y de comprender las acciones y decisiones humanas, no cesa de aumentar. 

Capaces de evolucionar mediante el aprendizaje automático, esos equipos podrán efectuar un creciente número de tareas que actualmente llevan a cabo los profesores, ingenieros, abogados, profesionales de la salud, especialistas de finanzas, y los administradores o ejecutivos de empresas o de los servicios públicos (5).

Empero, esta convulsión no será exclusivamente fruto de nuevos avances científicos o tecnológicos, aun cuando no se los debe minimizar dado el ritmo actual de innovaciones. Según un informe del McKinsey Global Institute (6), doce tecnologías ya existentes van a sacudir los fundamentos del mercado laboral mundial. Algunas de ellas son bien conocidas, otras menos. Estas son la “Internet nómade” (wi-fi), la automatización del trabajo intelectual, la “Internet de los objetos”, la informática en la nube, la robótica avanzada, los vehículos semiautónomos o autónomos, la genómica de nueva generación, la acumulación (stockage) de energía, la impresión tridimensional (3D), los materiales avanzados, la exploración y la recuperación avanzada de petróleo y de gas, y la energía renovable.

Otro estudio (7) sobre el riesgo de la automatización de empleos, llevado a cabo por la Universidad de Oxford, indica que la informatización afectará alrededor del 47% de los empleos existentes en Estados Unidos en el curso de las próximas dos décadas. Sus autores analizaron 702 categorías de ocupaciones o profesiones bajo el ángulo de las tareas efectuadas y las habilidades exigidas, y comparando éstas últimas con las capacidades existentes o anticipadas de los equipos informáticos. A partir de los resultados, esas ocupaciones fueron seguidamente clasificadas según el grado de probabilidad de ser automatizadas, para estimar su vulnerabilidad.

El estudio sugiere que dos nuevas olas de automatización se sucederán en el curso de las próximas dos décadas: la primera ola pondrá en alto riesgo los empleos en el transporte, las actividades logísticas y las tareas de apoyo administrativo, y aumentará la vulnerabilidad de los empleos en el sector de servicios, en ocupaciones como choferes de taxi, recepcionistas, auxiliares jurídicos, bibliotécnicos, aseguradores o vendedores de servicios por teléfono. La segunda ola, por otra parte, no tendrá impactos hasta que se resuelvan las dificultades que se plantean actualmente en la “imitación informática” de la percepción humana, de la creatividad y de la inteligencia social. Pero a medida que el recurso a la “masticación” de megadatos pueda superar las dificultades actuales, los empleos que exigen juicio, saber, creatividad y habilidades interpersonales comenzarán a ser afectados (8), por lo cual los autores del estudio se muestran prudentes y no cifran el número de empleos susceptibles de ser afectados. Por el contrario, los autores del informe de McKinsey Global Institute estiman que los algoritmos sofisticados podrían substituir (el empleo) de 120 a 140 millones de trabajadores en el terreno del saber, y a nivel mundial.

En suma, como ya sucedió, la tecnología seguirá progresando y nuevos avances acelerarán el ritmo de las innovaciones. Las tareas que puedan ser ejecutadas más rápidamente y a un menor costo por los dispositivos robóticos e informáticos lo serán irremediablemente. Tal dinámica podría incluir ciertos aspectos de las tareas definidas como creativas. No solo serán automatizadas las tareas que requieren menos cualificación, sabiendo sin embargo que “el trabajo humano deberá tener por largo tiempo una ventaja comparativa en las tareas que requieren formas de manipulación y de percepción complejas”.

Fijación en la economía y negación de la sociedad
La única tesis que avanza el pensamiento económico dominante es que la automatización eliminará simplemente las categorías de empleos que han devenido obsoletas y que las reemplazará por nuevas, contribuyendo incluso al crecimiento del número de empleos. Se plantea que, con el conjunto de las nuevas tecnologías, la automatización facilitará otros descubrimientos que permitirán la concepción de diferentes productos y, consecuentemente, la creación de nuevos empleos. Asimismo, se afirma que la automatización incentivará a que los trabajadores menos calificados busquen subir en la escala de cualificaciones para poder ocupar esos nuevos empleos, y que en tal contexto la cuestión fundamental será la formación profesional. Se trataría simplemente, según este “pensamiento único”, de una evolución similar a la que se produjo durante el desenvolvimiento del sistema maquinista industrial en las fábricas del precedente período tecnológico. Recordemos que ese proceso contribuyó, en efecto, al crecimiento de los empleos y a la creación de nuevas categorías de trabajo más interesantes y mejor remuneradas, contribuyendo así a la afirmación gradual de una ciudadanía en el trabajo, de una ciudadanía industrial.

De manera similar, nos dice el pensamiento dominante, los programas informáticos, los algoritmos, los robots y demás aplicaciones cibernéticas inscribirán a los seres humanos en un nuevo círculo virtuoso de desarrollo, propulsándolos hacia tareas de creciente valor. En suma, esas tareas permitirán a los trabajadores mejor afirmar su dimensión humana, disminuyendo los trabajos pesados y liberando los talentos según los potenciales de los individuos. Parafraseando a Joseph Schumpeter, la automatización es vista como un simple episodio de la ‘destrucción creadora’ en marcha, y sus consecuencias sociales son tratadas como un apéndice normal, siendo así banalizadas.

Si el pasado puede ser útil para imaginar el futuro, de manera alguna es garante de que así será ¿Podemos verdaderamente pretender que ésta ‘era de los robots inteligentes’ puede ser comparada a la que inauguró la máquina de vapor? ¿Tomamos suficientemente en cuenta las especificidades de la mutación económica y social que la generalización de la automatización está provocando? ¿Más precisamente, si el robot reemplaza al trabajador, quién consumirá? ¿Con qué poder de compra? ¿Cómo podrá mantenerse la demanda final en esas condiciones? ¿Qué sucederá con el crecimiento económico, necesidad sistémica del capitalismo? ¿Cómo podrá mantenerse la formación y reproducción del capital, puesto que el dinero atesorado, las mercancías no vendidas y los valores inmovilizados no constituyen capital, sino a lo sumo valores en espera de realizarse en tanto que capital? ¿Cómo hacer para que el ingreso de cada uno dependa del trabajo que provee? Más ampliamente, ¿hacia qué tipo de sociedad llevará la destrucción de empleos si el crecimiento económico ya no es alcanzable? ¿Qué pensar si se verifican las dudas del economista Robert J. Gordon de la Universidad NorthWestern, de que las innovaciones no tendrán en el futuro el mismo potencial en materia de crecimiento que en el pasado? ¿Qué devendrá la sociedad si se revela exacta su opinión de que el crecimiento económico rápido registrado a partir de 1750, y durante 250 años, no ha sido finalmente otra cosa que un episodio único y excepcional en la historia de la humanidad? (9).

Las extrapolaciones que se permite el pensamiento económico dominante en relación a la evolución futura de los empleos reposan sustancialmente sobre el carácter comparable de las ‘eras de la máquina’, aunque no hay nada que lo sustente. La ruptura de la continuidad con la era industrial de la cual estamos saliendo ha sido bien puesta en evidencia por los pensadores estadounidenses Brynjolfsson y McAfee en “The Second Machine Age” (La segunda era de la máquina). A lo largo de la ‘primera era de la máquina’, la relación entre la máquina y el ser humano fue una de complementariedad. 

La máquina permitía al ser humano decuplar su fuerza y sus habilidades, estando siempre bajo su control. Más aún, a medida que la maquina evolucionaba, mayor era la necesidad de la presencia del ser humano para controlarla. En la ‘segunda era’, la relación entre el ser humano y la maquinaria se orienta más vale hacia la substitución del ser humano por la máquina, con la automatización asumiendo el sistema de control de una maquinaria cada vez más eficiente respecto al ser humano en esa tarea. La necesidad de una presencia humana decrece rápidamente a medida que aumenta la capacidad de potencia de los sistemas automatizados, que actualmente se duplica cada dos años.

Estimulado por la creación incesante de informaciones digitalizadas y por nuevas formas de combinar ideas existentes para generar nuevas y mejores ideas, un verdadero huracán tecnológico se abate sobre la economía y trastorna el mercado del trabajo, lo que se refleja ya en los indicadores económicos recientes. Los empleos y los salarios caen mientras que la productividad y las ganancias se disparan (10). Si las tecnologías digitalizadas proveen los medios para la abundancia en la producción, también generan las condiciones para que ésta sea muy mal distribuida. Esta es, por otra parte, una característica que no tiene nada de temporal ni de fortuita, sino que proviene tanto del régimen de propiedad capitalista como del funcionamiento de las tecnologías digitalizadas, y de la utilización que de ellas se hace.

Combinatorias y exponenciales, estas tecnologías engendran una radical dinámica económica al posibilitar la conversión de una ventaja relativa –sea de un producto físico o de un servicio- en factor de dominación casi total de un nicho o segmento del mercado, con el ganador quedándose con todo el mercado. Asimismo favorecen al capital en detrimento del trabajo; el trabajo calificado en detrimento del trabajo no calificado; a los agentes económicos “superestrellas” capaces de conquistar los mercados mundiales para cerrarlos a la competencia, en detrimento de los agentes económicos locales (11).

Es igualmente dudoso que la actual revolución digital pueda crear una abundancia de empleos interesantes y bien remunerados. Ciertamente que creará un buen número, pero no en la cantidad que nos quiere hacer creer el pensamiento económico dominante cuando afirma que si los trabajadores mejoran sus cualificaciones y sus competencias, eso será suficiente para que asciendan hacia tareas de creciente valor. Se trata de un mensaje tranquilizador que en realidad es un mito, puesto que solamente un relativamente reducido número de trabajadores podrá acceder a categorías de trabajo más nobles. ¿Cuál será el destino de los otros? Una primera parte de los trabajadores seguirán confinados en la parte baja de la escala, porque ahí se encontraban. Una segunda parte se deslizará de la parte media hacia la parte baja de la escala, y una tercera parte simplemente perderá sus empleos.

En la realidad ya asistimos a la desaparición de empleos poco o medianamente calificados y a la migración forzada de trabajadores hacia empleos menos bien remunerados, frecuentemente precarios, sin seguridad de empleo y con condiciones de trabajo más duras, o directamente condenados a la salida del mercado laboral. Estamos asistiendo, en realidad, a una polarización gradual del mercado del trabajo entre empleos poco cualificados y mal pagados, y empleos más gratificantes y mejor remunerados. Para David Autor, un experto en materia del trabajo del MIT, esta polarización del mercado del trabajo, en Estados Unidos y en dieciséis Estados miembros de la Unión Europea, es el verdadero inconveniente de la automatización desde hace ya algún tiempo (12).

Sin embargo, este no es el único efecto de la revolución digital, que si bien ha creado categorías de trabajo interesantes en lo alto de la escala, en revancha también contribuye poderosamente a la inseguridad del empleo y a imponer condiciones muy duras de trabajo en las categorías relegadas o en vías de ser relegadas a la base de la escala. En su trabajo titulado Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber Humans, Simon Heads describe cómo los sistemas de gestión de personal semiautomatizados han transformado las condiciones de trabajo en los almacenes de las grandes empresas, en los bancos y en los centros de llamadas (13). Tales sistemas permiten seguir, literalmente, los movimientos y acciones de los empleados asalariados en la ejecución de sus tareas, juzgar su eficiencia y despedirlos si fuera necesario. Más aún, este tipo de gestión a partir de una pantalla de computadora evita a los responsables del personal los aspectos ‘desagradables’ de la confrontación con los empleados, y de evitar que se tenga en cuenta su situación particular.

Simon Head cita como ejemplo el funcionamiento de los almacenes de la compañía Amazone. Los algoritmos de esta empresa reciben los pedidos que entran y crean inmediatamente una ‘ruta’ a seguir por el empleado. Este último debe conformarse a esa ‘ruta’ y respetar el tiempo asignado para la ejecución del conjunto de gestos y desplazamientos a efectuar, y eso bajo pena de despido. Tratándose de ‘empleados temporales’ los responsables de la gestión laboral pueden despedir fácilmente a los empleados que no mantienen el ritmo exigido. Al poder reemplazar rápidamente a estos empleados por otros, al mismo tiempo la empresa se asegura que podrá seguir manteniendo los salarios muy bajos. En estos casos hay, de hecho, un retorno a condiciones de explotación abusiva gracias a la combinación de los métodos de la llamada ‘organización científica del trabajo’ (OCT), -los algoritmos que minutan la ejecución de la tarea asignada- con las ventajas de seguimiento y control que proporcionan los sistemas informáticos.

Esta combinación ha dado un nuevo impulso a la propensión de la OCT de crear ámbitos de trabajo controlados verticalmente, donde los trabajadores son despojados de sus competencias y de toda satisfacción en la ejecución de las tareas. Precisemos que es tal combinación la que produce efectos tan nefastos, y no la automatización en sí.

Monopolización de la economía y regresión salarial
La noción de ‘tareas de valor creciente’, presentada por el pensamiento económico dominante como una panacea, es bastante difusa ¿Quién se beneficia de este valor creciente? ¿El empleador o el empleado? Retomando la pregunta del ensayista Nicholas Carr, “¿medimos éste valor en el plano de la productividad y de las ganancias, o en el terreno de la competencia y de la satisfacción del trabajador?” (14). Estas dos apreciaciones no solamente son diferentes, sino que muy seguido están en conflicto entre sí, como testimonia la historia de las relaciones laborales.

Además, si la automatización contribuye a reducir el número de trabajadores requeridos para una tarea dada, también tenderá a reducir las cualificaciones exigidas para cumplirla. Al ritmo actual del progreso técnico no se puede dejar de pensar que tal erosión de las cualificaciones requeridas terminará alcanzando a las ‘tareas de valor creciente’, forzando así a que trabajadores muy cualificados se vean forzados a aceptar puestos de baja cualificación. Este proceso estaría ya en curso, según los datos presentados por Paul Beaudry y David A. Green de la Universidad de British Columbia, y por Ben Sand de la Universidad York, ambas de Canadá (15), quienes revelan que los jóvenes egresados de las más prestigiosas universidades de América del Norte que estudiaron para alcanzar los bien pagados puestos en las finanzas o la alta tecnología, cada vez más raros de encontrar, están viéndose obligados a ‘refugiarse’ en empleos de un tipo inferior para los cuales fueron preparados, o sea que son demasiados cualificados para los empleos existentes. Según los autores citados, desde el comienzo de este siglo cada nueva cohorte de diplomados se encuentra enfrentada a un mercado laboral en el cual van disminuyendo la oferta de empleos prestigiosos y bien remunerados. En el 2010, el número de tales empleos había disminuido al nivel de 1990. Esto revela una contradicción importante entre el discurso euforizante en torno a la ‘economía del conocimiento’ y la realidad factual. Las dificultades crecientes de los jóvenes diplomados estadounidenses a reembolsar las deudas contratadas para financiar sus estudios son una ilustración brutal de la realidad. A finales del 2015 el total de esas deudas sumaba 1.3 billón de dólares (16)

Pero no todo se resume a una simple cuestión de brecha salarial entre los trabajadores más escolarizados y a la necesidad absoluta para los trabajadores menos formados de subir en la escala de cualificaciones para sobrevivir a la actual transformación del mercado laboral. En realidad esta brecha se mantiene estable, como vemos en Estados Unidos, donde los salarios de los trabajadores más escolarizados comenzaron a estancarse desde antes de la crisis financiera del 2008 (17). Lo que significa que no todo de lo que sucede en el mercado laboral se puede atribuir a los impactos del progreso tecnológico.

En una de sus crónicas en el New York Times el economista Paul Krugman subraya que la explicación se sitúa también en el fuerte aumento del poder monopolista. Habría de un lado los robots y del otro los “barones ladrones” (robber barons). Si el progreso tecnológico favoreció a las empresas en detrimento de los asalariados, la concentración de empresas, por las fusiones o tomas de control, contribuyen igualmente al debilitamiento de los trabajadores (18). En casi todos los sectores de nuestra economía –escriben Barry C. Lynn y Phillip Longman en Who broke America’s Jobs Machine (19)-, un número mucho menor de grandes empresas controlan mayores partes de sus mercados, comparativamente a la situación de hace una generación.

Esta concentración permite a esas empresas mastodontes utilizar su creciente poder monopolístico para aumentar los precios impunemente, evitando al mismo tiempo acordar una fracción de la ganancia a sus empleados. Esta práctica es dañina tanto para el crecimiento de la demanda como para las inversiones. De hecho, estos grandes grupos se inscriben así en un comportamiento rentista. Es haciendo bajar constantemente la parte de los trabajadores asalariados en la distribución del valor agregado que, finalmente, pueden mantenerse en posición dominante. Y esta disminución de la parte salarial tiene como contrapartida el aumento de aquella destinada a las ganancias, sin que eso conduzca, empero, a un incremento de las inversiones. El declive del gasto en inversiones mundiales ha pasado a ser algo persistente en los últimos años (20).

En suma, el descenso de la parte salarial sirve para aumentar la distribución de las ganancias no invertidas bajo la forma de dividendos a los accionistas, bajo la presión de los mercados financieros. La desigualdad de los ingresos se vuelve más profunda, revelando así la gigantesca transferencia de riquezas que tiene lugar, de los asalariados y hacia la clase capitalista en su sentido más amplio, en un proceso que no genera un aumento de la riqueza real global (21)

Por otra parte, las empresas en causa se comportan de esta manera no importa dónde se encuentren, países desarrollados o países en vías de desarrollo, y actúan así gracias al marco definido a la vez por las normas de excesiva rentabilidad económica impuestas por los accionistas y por la rarificación de las oportunidades de inversiones rentables en economías en las cuales por razones estructurales el crecimiento se ha ralentizado. Y es así que estas empresas explotan sin piedad una correlación de fuerzas que, por los efectos de la combinación de la globalización y de la financiarización que se refuerzan mutualmente, ha sido convertida en muy desfavorable para los trabajadores. Hay que subrayar que ambos fenómenos son de carácter socioeconómico, y no tecnológico.

Fruto de la desregulación tan importante en el pensamiento económico dominante de inspiración neoliberal, el poder monopolístico mencionado anteriormente debe ser visto como el producto de un capitalismo con una sobredosis de sí mismo, retomando la definición de Wolfang Streeck (22).

¿Cambia la automatización las reglas de juego del capitalismo?
Antiguas cuestiones relacionadas con las ganancias, la utilización de las ganancias y la propiedad del capital reaparecen en los análisis y se añaden a las consideraciones más específicas de los impactos económicos y sociales del progreso tecnológico. La automatización no puede ser objetada en sí misma. Todo depende de la utilización que de ella se haga, de los valores que la encuadran y de la finalidad proseguida por la empresa y el sistema socioeconómico. En otras palabras, las sociedades no podrán avanzar exitosamente en el camino de la automatización de la producción de bienes y servicios sin reconsiderar cuestiones fundamentales, como el consumo, el trabajo, el ocio y la repartición de los ingresos. El profesor Robert Skidelsky, de la universidad británica de Warwick, ha subrayado en ese sentido que “sin esos esfuerzos de imaginación social, el restablecimiento después de la crisis actual será simplemente un preludio a otras calamidades aplastantes en el futuro” (23). La más actual de esas amenazantes calamidades es la división de la sociedad en dos partes, con una de ellas compuesta por una minoría de productores, profesionales, supervisores y especuladores financieros, y la otra parte conformada por una mayoría forzada a la ociosidad y a una existencia precaria.

El economista John M. Keynes (24) había asociado el progreso tecnológico a la posibilidad de liberar al menos parcialmente a la humanidad de su carga más antigua y natural, el trabajo. Pero, en el momento mismo en que esta posibilidad está al alcance de la mano, nuestro sistema socioeconómico se muestra incapaz de convertir el crecimiento de la riqueza y el aumento del desempleo tecnológico que lo acompaña en incremento del tiempo de ocio voluntario, y de abordar el trabajo de otra manera que como una mercancía. En un contexto en el cual la función mercantil prima sobre las otras funciones sociales, abordar el trabajo de manera diferente sería reconocer que las leyes del mercado difícilmente se pueden aplicar a esta mercancía que Karl Polanyi (25) tan justamente describió como ficticia. En síntesis, eso sería reconocer que la “magia del mercado” no podrá resolver el problema de la rarificación creciente del empleo, producto de la ruptura del ‘casamiento de razón’, viejo de dos siglos, entre el capital y el trabajo asalariado.

En “La Gran Transformación”, Polanyi nos recuerda que una economía de mercado requiere de una sociedad de mercado, en la cual el mercado autoregulado, pero en realidad desenfrenado, tiende a extenderse mucho más allá de su terreno original, el comercio de bienes materiales y de servicios. Es así que el mercado coloniza poco a poco todas las dimensiones de la actividad humana, asimilándolas a mercancías sin importar su compatibilidad a que pudieran devenirlo. Toda producción debe estar destinada a la venta y ese debe ser el origen de todo ingreso. En términos marxistas hablaríamos de subsunción a la lógica de la acumulación del capital. La tierra (o la naturaleza), el trabajo y el dinero, elementos no destinados a la venta, han sido convertidos en mercancías falsas, en mercancías ficticias pero ya encastradas en el mercado. Vivir del trabajo de uno sin pasar por el sistema se ha convertido en algo imposible.

Y sin embargo, al no imponerse límites, esta expansión del mercado conlleva en sí misma el riesgo permanente de socavarse y de minar así la viabilidad del sistema socioeconómico capitalista. Es precisamente por eso que en un pasado reciente, en los países centrales del capitalismo industrial, mediante leyes, reglamentos e instituciones se intentaba, con mayor o menor éxito, limitar esta expansión del mercado para evitar que infringiese los elementos fundadores de toda sociedad, como el altruismo, las relaciones de buena fe o la solidaridad en el seno de las familias y de las colectividades. De hecho, se trataba de impedir que el capitalismo se autodestruyera al devenir totalmente capitalista, demoliendo mediante la expansión del mercado las fundaciones no capitalistas de la sociedad en la cual había triunfado. Es por eso que desde esta óptica el trabajo, fruto de la actividad humana, la tierra, una subdivisión de la naturaleza, y el dinero, cuyas fluctuaciones son peligrosas para la organización de la producción, fueron objeto de muy diversos acomodamientos reglamentarios, con frecuencia ambiguos, entre las élites políticas y financieras, para tratar de proteger la sociedad de una mercantilización completa.

Desde entonces, con el retorno del liberalismo económico puro y duro, y de la subsecuente globalización, el capital adquirió una movilidad que le ha dado un poder coercitivo sin equivalencia sobre los Estados. Diferentes tratados internacionales, por otra parte, han creado por encima de la política los santuarios que protegen los intereses de las finanzas y de los monopolios. Si las orientaciones de un gobierno no responden a las exigencias de los inversores, estos últimos los sancionan inmediatamente retirando sus capitales, escapando así a toda restricción mínimamente inspirada por la noción del bien común o por imperativos sociales, sean de naturaleza medioambiental, de protección de la salud, de la seguridad del empleo, de condiciones de trabajo o de prosperidad.

Como apunta Zaki Laïdi (26), en la actualidad la fuerza ideológica de la sociedad de mercado reside quizás no tanto en su capacidad de convertir en mercantiles los sectores no comerciales, sino en representar la vida social como un espacio comercial, incluso cuando no hay cómo poder entablar una transacción mercantil. Y agrega que éste es un punto fundamental que se debe explicar. Se puede decir, por ejemplo, que en el sector de la educación la sociedad de mercado está actuando, no porque se lo privatiza a toda marcha, sino porque socialmente se nos presenta cada vez más la escuela como una empresa de servicios cuya misión es preparar a los niños para la vida activa. En efecto, podemos agregar, la escuela se encuentra así reducida a un simple lugar de ‘prestación de servicios’ a los ‘clientes’, algo que sucede ya con los demás bienes y servicios que hasta recientemente eran percibidos como cuasi-derechos sociales, como es notable en los casos de la salud pública o el sistema de correo postal.

En este contexto no es sorprendente constatar que la mayoría de los estudios consagrados a los cambios provocados por los avances tecnológicos en las últimas décadas sobre las formas de producción se inscriban en la lógica dominante. Es decir, en una concepción del desarrollo que confunde crecimiento y desarrollo e ignora las “externalidades”, sean los daños ecológicos y sociales; que considera como infinitos los recursos del planeta; que acuerda la prioridad al valor de cambio en detrimento del valor de uso, o del valor concreto de un bien o de un servicio; y que asimila la economía a las tasas de ganancia y a la acumulación de capital, aunque eso genera profundas desigualdades. Muy pocos estudios abordan las consecuencias socioeconómicas de estos cambios y de su impacto sobre la supervivencia misma de las sociedades nacidas de la civilización del capitalismo industrial. Pensemos en los contragolpes de la rarificación de los empleos y la disminución de la masa salarial sobre la demanda de productos y servicios o sobre los ingresos fiscales de las colectividades municipales, provinciales y estatales, y lo que eso significa para su capacidad de continuar manteniendo el financiamiento de las infraestructuras y de los programas sociales. ¿Podrán sobrevivir mucho más tiempo sin tener que revisitar sus fundamentos básicos, sea su relación con la naturaleza; su sistema técnico de producción de la base material de la vida, en el sentido físico, cultural y espiritual; su manera de organizarse colectivamente en los planos políticos y sociales; su forma de interpretar la realidad y de dedicarse a su construcción, su manera de ser y de actuar, su cultura en suma? En otras palabras, ¿podrán sobrevivir sin revisitar su modo de producción?

La automatización en la génesis de un modo de producción poscapitalista
Un modo de producción no concierne solamente la manera mediante la cual son tratados los factores de producción para brindar un bien o un servicio a ofertar para el consumo. Como lo precisó el historiador británico Eric Hobsbawm en Marx et l’Histoire (27), “un modo de producción incluye a la vez un programa particular de producción (una manera de producir, sobre la base de una tecnología y de una división productiva de la mano de obra en particular) y un conjunto especifico, históricamente válido, de relaciones sociales a través de las cuales la mano de obra es desplegada para extraer energía de la naturaleza mediante herramientas, experiencia, organización y conocimientos, en un momento dado de su desarrollo, a través del cual los excedentes producidos socialmente circulan, son distribuidos y utilizados para su acumulación u otros fines”.

Un cambio en el modo de producción implica pues un cambio de los principales aspectos que regulan la organización social de las relaciones de producción entre los seres humanos para la puesta en marcha de las fuerzas productivas (trabajadores, maquinarias, tecnología), e históricamente un cambio de este tipo ha venido acompañado de cambios en el sistema de propiedad de los medios de producción.

Un nuevo modo de producción determina a la vez la organización social de la producción, por ejemplo el recurso al trabajo asalariado, la repartición del fruto del trabajo y las relaciones entre las clases sociales, estas últimas encontrándose separadas por el lugar que ocupan en las relaciones de producción y por sus intereses respectivos. Podemos entonces comenzar aquí a interrogarnos sobre la naturaleza de las relaciones sociales que prevalecerán en un modo de producción en el cual la repartición de la creación de valor agregado no podrá seguir siendo hecha, en lo fundamental, a partir del trabajo asalariado.

En efecto, cuando las élites dirigentes permiten que la esfera de la economía se libere del control social (o del control político), inevitablemente la sociedad sufre las consecuencias, porque es desmantelada en beneficio de las fuerzas económicas. La decadencia del feudalismo, ya minado y corroído interiormente por el dinero, es una buena ilustración. El ascenso de las fuerzas financieras de aquella época permitió quebrar el sistema feudal desde arriba, subordinando social y políticamente a la señoría feudal por medio de préstamos, y por abajo encerrando a los campesinos en la espiral de los préstamos usurarios. Las bases sociales del régimen feudal fueron así poco a poco destruidas, permitiendo de esta manera el desarrollo de un nuevo modo de producción fundado sobre la propiedad privada de los medios de producción. Esos medios fueron las tierras arables, y más tarde las manufacturas. Ese proceso, o sea la destrucción de una jerarquía social en plena decadencia, de un régimen de propiedad y de un modo de producción que habían alcanzado sus límites, abrió la puerta del progreso económico y social.

La situación actual recuerda esta dinámica. La dislocación de la sociedad salida de la civilización del capitalismo industrial en los países avanzados sigue su marcha porque la economía, desencastrada de lo social y dirigida hacia el restablecimiento a toda costa de altas tasas de ganancia, está en el puesto de comando. Las bases sociales de esta civilización han sido erosionadas, particularmente las garantías que ofrecían los derechos sociales y los contrapesos al derecho de propiedad privada introducidos por los derechos laborales colectivos. Todo el edificio de protección y de derechos que sirvió de incubadora para la ciudadanía industrial –de finales de la segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970-, está agrietado por los impactos de la ‘terciarización’ laboral, de la informática, de las maquiladoras, de la multiplicación de los contratos temporales, entre la panoplia de medios destinados a aumentar las ganancias de las empresas.

Hubo cambios estructurales no solamente en el sistema técnico de producción, sino igualmente en el régimen de propiedad y en su influencia sobre los medios de producción y la riqueza colectiva. Todavía sigue su curso el largo período de transición sistémica que comenzó en la década de 1970. Este es a la vez un período de incertitud profunda, un momento de masivo cuestionamiento sobre los logros de la “civilización industrial”, y un tiempo de maduración y de emergencia progresiva de un nuevo modo de producción que se construye ineluctablemente sobre las nuevas potencialidades tecnológicas, institucionales y sociopolíticas. La naturaleza de las relaciones sociales de producción que resultarán es una cuestión civilizacional.

Paralelamente, desde un punto de vista estructural el capital está llegando al límite de su capacidad de valorización. La instauración de un modo de producción que se libera en consecuencia de la fuerza de trabajo humana y del trabajo asalariado (trabajo vivo) pone también término a la producción de valor, atrapando completamente al capital en el callejón sin salida que constituye la creación de demasiadas fuerzas de producción y de mercancías, y una insuficiente masa salarial que alimente la demanda final para absorberlas, o dicho de otra manera, demasiado capital acumulado y una plusvalía insuficiente para permitir su reproducción, para su realización. Estas son dos manifestaciones de una misma contradicción, que reside en el hecho de que el capital siempre ha tendido a disminuir la cantidad de trabajo asalariado que él emplea, al mismo tiempo que tiende a aumentar la potencia de las fuerzas productivas y la cantidad de mercancías producidas. Su objetivo y su propia naturaleza lo llevan a producir más y a más bajo costo, para lograr suficientes ganancias que le permitan la acumulación y llevar a cabo nuevas inversiones. La automatización agrava fatalmente esta contradicción fundamental, puesto que se necesita mantener una creciente demanda, y no son ni serán los robots que comprarán las mercancías producidas por ellos mismos: substitutos de los trabajadores cuyos salarios alimentan la demanda, los robots no pueden participar en la regeneración del capital. Sin trabajo asalariado el problema de la solvencia de los consumidores se plantea inmediatamente, como también la cuestión de la perennidad misma del sistema económico.

Mutación regresiva y dislocación social
La concentración de riquezas en este período de transición sobrepasa actualmente los límites de lo concebible para la existencia de una sociedad compleja. Conjugada a un desempleo tenaz, convertido en estructural por el deslizamiento masivo hacia un desempleo de larga duración y la salida de la vida activa para un creciente número de trabajadores, esta concentración de riquezas permite entrever la construcción de un nuevo sistema sociopolítico que reproducirá y amplificará los peores aspectos del sistema actual. Los cambios profundos en curso en la estructura de clases en los países de la ‘Triada’ son signos indicativos en este sentido (28).

Examinando los cambios intervenidos en la esfera del trabajo (29), el sociólogo británico Guy Standing nota que la estructura de clases creada por la civilización industrial está fragmentándose en los países centrales. La liberalización de la economía y la globalización han sacudido el orden económico, pero también las relaciones sociales, y ambos factores han puesto fin al consenso subyacente del Estado del bienestar creado después de la segunda Guerra Mundial, que consistía en un liberalismo en parte encastrado en lo social, con la característica –fruto de los derechos sociales modernos- que permitía una limitada ‘desmercantilización’ del trabajo. Ambas evoluciones –el neoliberalismo y la globalización-, han poderosamente contribuido a crear un contexto en el cual todo queda subordinado a los rigores de la competencia, que sea a nivel de la producción, la distribución, el consumo, la empresa, la nación o el individuo. Si ambos factores han llevado en la periferia, en particular en Asia, a la industrialización y a la urbanización, por la explotación de una mano de obra abundante, de bajo costo, y muy seguido educada y calificada, en revancha en los países centrales condujo a la desindustrialización, a la generalización del subempleo y la eliminación progresiva de las ventajas sociales y salariales adquiridas por las luchas de los trabajadores. Poco a poco las “sociedades del trabajo” fueron convertidas en “sociedades sin trabajos”.

La liberalización y la mundialización han concurrido así a la desagregación de la ciudadanía efectiva de la cual se beneficiaba una proporción importante de los trabajadores en los países centrales. Esta ciudadanía efectiva o industrial se fundaba en los derechos colectivos que a través de las luchas de clase cristalizaron avances importantes en materia de políticas públicas para el trabajo y abrieron la vía hacia el disfrute de derechos políticos y sociales en las sociedades industriales avanzadas. Todo esto se ha ido ‘licuando’ en el curso de la transformación de los medios de trabajo, por la influencia del desarrollo acelerado de las tecnologías de información y de telecomunicación, por la transnacionalización creciente de la producción de bienes y servicios, los cambios en la organización del trabajo, la destrucción y la restructuración del trabajo en el tiempo y el espacio, y la multiplicación y fragmentación de las identidades individuales y colectivas, en el trabajo y el resto de la vida (30).

Las antiguas jerarquías se han reforzado y nuevas fisuras salieron a luz en los rangos de quienes no tienen otra cosa que vender que su fuerza de trabajo. La brecha de ingresos con las clases superiores siguió creciendo. La creación de cadenas de producción mundiales y la constitución de espacios de poder internacionales han fragilizado a las clases trabajadoras, que han sido aún más alejadas de los centros de poder y de decisión. 

Las diferencias se han acentuado a medida que la economía perdía su sincronización con la sociedad, y se han convertido en muy marcadas en materia de ingresos, de salarios, de condiciones de empleo y de trabajo, de habitación y de la vida en general. Estas diferencias reflejan al mismo tiempo el aumento de la desigualdad y de la inseguridad económica, y el deslizamiento de una masa crítica de la población hacia una precariedad sin salida, y traducen en realidad la emergencia de una nueva estratificación social y la evolución de las mentalidades hacia la desigualdad y la orientación de las políticas sociales. Esta evolución complica, entre otras cosas, la defensa de los derechos adquiridos o las reivindicaciones de orden social.

Guy Standing distingue, por ejemplo, siete estratos jerarquizados en función del ingreso social. En la cúspide de esta jerarquía figura una pequeña élite global y globalista dotada de una inmensa influencia política; inmediatamente debajo están quienes reciben muy altos salarios, y los profesionales o técnicos a su servicio; en el medio está lo que resta de la clase trabajadora y de personal todavía estable de empresas, organismos y administraciones; y en la parte inferior se encuentran los trabajadores precarios o el “precariado”, flanqueados por los desempleados de larga duración, y finalmente los individuos marginados. Estos últimos constituyen el equivalente del lumpen-proletariado o del sub-proletariado de antaño. Standing señala, igualmente, que el régimen estatal de seguridad social está en el epicentro de una polarización: los tres estratos superiores tienden a desligarse de él más que a tratar de mejorarlo, mientras que los estratos inferiores van perdiendo el acceso por los mecanismos de inadmisibilidad o de restricciones a las prestaciones sociales existentes. La reciprocidad y la redistribución, que constituyen la esencia de la civilización, se encuentran considerablemente debilitadas.

El fenómeno distintivo de esta nueva estratificación social es el “precariado”, que no se limita a las sociedades de los países avanzados, ya que la mayoría de las poblaciones de los países en desarrollo o emergentes viven también en la inestabilidad y la inseguridad del empleo. El “precariado” reúne tanto a los trabajadores intelectuales y a los jóvenes trabajadores como a los trabajadores inmigrados y a los “trabajadores pobres’, todos ellos desprovistos de perspectiva de futuro, despojados de un buen número de derechos y sin acceso a lo que sobrevive de la clase trabajadora y de los derechos de la ciudadanía industrial.

En muchos aspectos este fenómeno comienza a presentarse como la emergencia de una nueva clase social constituida por personas en situación de precariedad permanente en el mercado laboral. Este grupo de trabajadores tiene el potencial de constituirse en una verdadera clase social, en sí o quizás para sí, en la medida en que esos trabajadores se inscriben ya en las relaciones de producción y de distribución que les son especificas. 

Estas especificidades, como subraya Standing en “La Carta del Precariado”, les conducen a una conciencia distinta y propia a ellos sobre la necesidad de reformas y de políticas sociales (31). En coyunturas sociales y políticas particulares, la similitud de sus posiciones objetivas podría conducirlos a movilizarse a nivel nacional e internacional, y a jugar colectivamente un importante papel como agente del cambio. Pensemos en las recientes movilizaciones masivas de los empleados de los fast-foods en Estados Unidos para obtener un salario mínimo de 15 dólares la hora. Otro ejemplo es proporcionado por los desempleados y trabajadores precarios de Madrid, España, que recientemente se han dotado de una estructura de coordinación y de una plataforma económica, social y política (32).

Mientras tanto, estos trabajadores forman un mundo paralelo, al margen del contrato social ya ‘laminado’ por una sociedad de mercado que tiende hacia una forma de anarquía. Para más de un observador la sociedad de mercado tiende incluso hacia una “no-sociedad” regida finalmente por nada más que lazos contractuales y un código penal que amenaza con castigos. Si algo define bien esta dislocación social en curso es la incertitud en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la economía en relación a la sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha transformado el vital tema del desempleo masivo y de la precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para la sociedad actual, y en un reto fundamental para la sociedad que será necesario crear en el futuro.

Trabajar menos para que todos trabajen y gocen de tiempo libre
Las nociones de trabajo, de empleo y de tiempo han sido sujetos de reflexión desde tiempo inmemoriales y en todas las civilizaciones, y como prueba el poema “Los Trabajos y los Días” de Hesíodo escrito 700 años antes de Jesucristo, porque ambos definen en realidad la relación social del hombre con la naturaleza y la sociedad. El Trabajo, con T mayúscula, consiste en mucho más que la acepción corriente y puramente mercantil que reduce su campo de aplicación al trabajo asalariado, remunerado. De la misma manera, el Empleo no puede ser solamente reducido a “tener un empleo” o a “estar sin empleo”. Lo mismo con el Tiempo, única posesión de la cual disponemos verdaderamente en la finitud de nuestras vidas. Ese Tiempo no puede limitarse al proverbio “Time is Money”, erróneamente atribuido a Benjamín Franklin pero revelador de cómo en una sociedad capitalista el “tiempo” de trabajo (no pagado a los trabajadores) es un valor o una plusvalía para el capitalista.

El impasse social y económico actual remonta a las últimas tres o cuatro décadas y proviene, en efecto, de la crisis del trabajo-empleo y del mecanismo que permite la valorización del capital. En el curso de este período los empleos y los ingresos estables han devenido poco a poco un privilegio. Las sociedades occidentales fueron incapaces de conservar los logros de la civilización industrial y de aprovechar los progresos tecnológicos logrados desde entonces para reinventarse, convirtiendo el tiempo de ‘desempleo tecnológico’ en tiempo consagrado a las actividades socialmente útiles y al ocio voluntario. La persistencia del impasse social y económico indica que la reducción continua del trabajo-empleo define ahora y de manera fundamental la metamorfosis socioeconómica en curso. Sin embargo, a la vista de los aportes del progreso tecnológico reciente, este impasse crea también una ocasión única para poner en tela de juicio el orden económico vigente, su modelo de crecimiento y su régimen de propiedad. Los imperativos ineludibles de la vida en sociedad y las inevitables limitaciones medioambientales figuran entre otros elementos que incitan a tal cuestionamiento. El rechazo o la incapacidad de abordar esta ocasión consagrarían la vía que lleva directamente a una división de la sociedad en dos, de una parte la minoría de los riquísimos especuladores, de los productores y profesionales, en la otra la mayoría reducida al ocio forzado y a la miseria.

En las sociedades que evolucionan hacia el “sin empleo”, en lugar del “pleno empleo”, la disminución del trabajo-empleo puede ser tanto sinónimo de lo mejor como de lo peor. Como ha subrayado Immanuel Wallerstein, “la historia no está del lado de nadie. Cada uno de nosotros puede influir en el futuro, pero no sabemos y no podemos saber cómo actuarán los demás para también influir en él” (33). Desde el punto de vista de la defensa de los intereses de la mayoría, la cuestión estratégica es la de saber si la automatización y la robotización pueden efectivamente contribuir al asentamiento de un modo de producción que dispondría de los atributos necesarios para la emergencia de una sociedad poscapitalista. ¿Debemos ver o no en la automatización y la robotización los medios que permitirán una repartición diferente de las horas trabajadas y una utilización del tiempo más en fase con la participación social y el despliegue personal de los individuos? Dicho de otra manera, ¿podrían verdaderamente servir para cuestionar la presente división social del trabajo y conducir a una valorización diferente del tiempo consagrado a diferentes formas de actividades, sea el trabajo productivo, el trabajo reproductivo y las actividades personales o de placer? ¿Permitirán la automatización y la robotización la creación de nuevas formas de cambio y una mejor distribución social de la riqueza? ¿Y en esta óptica, el primer paso a dar no sería relanzar la reivindicación de una semana de trabajo más reducida?

André Gorz precisaba a este sujeto que lo esencial del combate a emprender no debería ser sobre la preservación de la estabilidad del trabajo-empleo en sí misma, sino más vale contra la tentativa de perpetuación de la ideología que glorifica el trabajo-empleo en sí mismo como la fuente de los derechos, de la identidad y del alcance de logros personales. 

La reducción del tiempo de trabajo requerido para responder a las necesidades materiales debería, pues, ser considerada en primer lugar en función de las nuevas posibilidades que se abren de emancipación colectiva y personal. Diferentes medidas, como un ingreso de existencia universal y de redes de cooperativas comunales de autoproducción, pueden abrir la vía a una reapropiación del trabajo y a la construcción de un futuro liberado del molde de una sociedad fundada sobre el trabajo-empleo y el salario.

Gorz también recordaba que el trabajo-empleo, el trabajo como mercancía, no era una categoría antropológica, sino un concepto inventado a finales del siglo 18. La monopolización gradual de los medios de trabajo permitió entonces aislar el trabajo de la persona que lo efectuaba, de sus intenciones y más fundamentalmente de sus necesidades. El trabajo quedó así reducido a la cantidad de fuerza abastecida por un “trabajador”, una cantidad medible e intercambiable por dinero, comprada por un patrón que determinaría en consecuencia tanto la finalidad como las modalidades y el precio del trabajo. El trabajo fue así llevado al rango de mercancía y el trabajador desposeído del producto de su trabajo, de su autonomía y del empleo de su tiempo, a cambio de un salario.

Desde entonces, el trabajo se encontró asociado con el empleo, mientras que las actividades propias a la supervivencia, a la reproducción social, al desarrollo de los individuos y sus comunidades, y esenciales desde tiempos inmemoriales al funcionamiento de no importa qué tipo de economía, fueron retiradas de la esfera económica y por lo tanto de toda evaluación monetaria. El ‘saber hacer’ asumió así la primacía sobre el ‘saber ser’. El trabajo-empleo se impuso a la vez como la única fuente de ingresos para poder vivir y de estatuto social, así como la única base posible de la formación de la sociedad y de su cohesión.

Hoy día, a pesar de la creciente rarificación del empleo, el discurso dominante hace como si esta rareza no se debe a causas sistémicas, y continua remachando que sin empleo nada es posible, que no se puede vivir en la dignidad y que todo ingreso acordado fuera de un empleo es una forma de caridad. Todo es hecho para impedir una salida de la noción trabajo-empleo, y en consecuencia de una revalorización del tiempo fuera del trabajo asalariado, y del trabajo en su sentido más amplio. Es muy paradójico que la lucha contra el desempleo y la reivindicación del pleno empleo contribuyan a complicar esta salida, al reforzar el estatus o lugar del trabajo-empleo en la sociedad. Todo tiende así a obstaculizar un cambio radical de las mentalidades en lo referente al trabajo-empleo y el tiempo fuera del trabajo asalariado.

Simultáneamente, la aspiración de alcanzar otras formas de ser y de actuar, otras prioridades que aquellas impuestas por un empleo, está creciendo en potencia. Esta aspiración está en fase con la evolución y los cambios de valores que se caracterizan por la convergencia entre la búsqueda de nuevos equilibrios (desarrollo personal/desarrollo profesional, calidad de vida, cantidad de bienes, etcétera), la aparición de nuevas expresiones de compromisos colectivos en los jóvenes (código fuente abierto, economía social, consumo cooperativo, por ejemplo) para reemplazar el consumo individual, por ejemplo, y la emergencia de una visión del mundo más consciente, más ecológica, y sobre todo más respetuosa de la coherencia entre los valores y el comportamiento (34). Esta no es una aspiración que data de ayer, ya que podemos encontrar su origen en las críticas del trabajo-empleo a comienzos del capitalismo, cuando no se lo consideró como siendo la salvación de la sociedad, ni tampoco como la fuente de riquezas en el siglo 20, sino más bien como una experiencia vectorial de afirmación y de realización de sí mismo. Las empresas del sector de nuevas tecnologías, entre otras, privilegian mucho este punto de vista (35).

El cambio y la evolución de los valores, la rarificación del empleo, la importancia adquirida por el desempleo crónico o de largo plazo, lo extendido y la persistencia del precariado, la liberación de la imaginación y la autonomía exigida por la economía del conocimiento, el nacimiento y la multiplicación de viables iniciativas económicas no-capitalistas, figuran entre otros muchos factores que pueden contribuir a borrar los obstáculos culturales que hacen que las gentes sean “incapaces de imaginar que podrían apropiarse del tiempo liberado del trabajo, de las intermitencias de más en más frecuentes y extendidas del empleo para desplegar auto-actividades que no necesitan de capital y que no lo valorizan” (36).

Sin embargo, ese bloqueo psicológico sigue presente y el debate sobre el futuro del trabajo se cristaliza más que nunca antes en torno a la noción de “ingreso de existencia”

La potente idea de instaurar un ingreso de base distribuido por igual a todos para asegurar la supervivencia de cada uno no es nueva, Thomas Paine la mencionaba en 1797. Desde entonces ha sido objeto de diferentes interpretaciones, marcadas por las concepciones ideológicas de quienes las presentaron en un momento u otro. Más recientemente hubo quienes percibieron esta idea como un mal menor para enfrentar los peligros de un estancamiento percibido como secular, o más aún, como una herramienta apropiada para llevar más lejos la fórmula del “workfare” (retribuir la ayuda monetaria con trabajo, capacitación o estudios, por ejemplo). Por otra parte hay quienes la ven como una panacea frente a la pobreza o una manera de asegurar una verdadera igualdad de género, y hay otros, más cercanos al pensamiento de Gorz, que se interesaron sobre todo a las posibilidades que ofrece esta noción de ingreso de existencia para cambiar radicalmente la sociedad, notablemente mediante la reapropiación del trabajo.

La idea de un ingreso de existencia sigue haciendo su camino, en particular por el contexto aparentemente favorable creado por la incorporación de un ingreso de base garantizado en la agenda política de ciertos Estados europeos. Son muchos quienes la ven como una ocasión de franquear una etapa decisiva hacia una sociedad diferente. Empero, la instauración eventual de tal ingreso ha sido abordada por esos Estados como parte del espíritu del neoliberalismo dominante y sin una verdadera investigación paralela de una solución innovadora y durable a la cuestión del trabajo y su papel en la sociedad y en la vida de los individuos. La necesidad asimismo de aportar una respuesta a las urgentes y no adecuadamente satisfechas necesidades sociales por el mercado, no parece formar parte de las políticas consideradas. A juzgar por la documentación disponible, la ambición es poder manejar el ocio forzado y mantener la demanda, y no la de construir una sociedad sin desempleo a partir de una redefinición del trabajo, como presuponía la noción de ingreso de existencia planteada en la década de 1980.

En otro orden de ideas, parece muy incierto que los Estados que encaran la implantación de esa política dispondrán de los medios financieros adecuados para proveer un ingreso de existencia suficiente, en el sentido en que lo entendía Gorz, especialmente a la luz de las políticas de austeridad y de la política monetaria impuesta por el orden económico vigente. Esto plantea inmediatamente el problema de la credibilidad económica de esos proyectos de ingresos de base garantizados, tanto en su fase de implantación como en su continuidad, especialmente si anticipamos los arbitrajes presupuestarios inevitables por la situación económica actual, tomando en cuenta la lógica del capitalismo realmente existente.

Convertida en una importante cuestión política, la definición de un ingreso de existencia se ubica en el centro de una lucha de influencias en la cual “los ganadores” en la fase actual de la evolución del sistema socioeconómico no podrán dejar de participar. Y se corre el riesgo de que la noción de ingreso de base garantizado sea despojada de todo el alcance transformacional que posee y simplemente convertida en una banal ocasión de consolidar los “mínimos sociales” ya reconocidos en los países de la Triada. Este parece ser el caso en la iniciativa finlandesa. Vaciada de esta manera, la noción de ingreso de base garantizado jalonará simplemente la vía hacia una forma moderna de servidumbre, en lugar de abrir la vía a una mejor repartición del volumen creciente de riquezas producidas por un volumen decreciente de capital y de trabajo. Una mayoría de la población reducida a la precariedad permanente se vería así incitada a resignarse a su condición, a cambio de un mínimo vital definido arbitrariamente por un proceso político sobre el cual ésta mayoría tendrá menos poder aún. El ingreso de base garantizado se convertirá de esa manera en una vía rápida hacia un sistema social que, en el curso de la destrucción de empleos asalariados, estructurará y perpetuará la pobreza y marginación política de una proporción cada vez más importante de la población, que sobrevivirá así fuera de un mundo nuevo creado por una economía que hará de un “nivel general de conocimientos la fuerza productiva principal”.

Es difícil asimismo pasar por alto la ruptura que tal ingreso de base garantizado provocaría entre el trabajo y la protección social, particularmente en una fase en que el capitalismo vuelve a ser salvaje. En efecto, esta articulación se ha considerablemente debilitado desde la salida de la civilización del capitalismo industrial, pero ahora la cuestión primordial es más la repartición del trabajo-empleo que la distribución de un ingreso de existencia. A condición, por supuesto, de considerar que el objetivo a proseguir es bien el de asegurar que en el período de transición hacia una sociedad poscapitalista el nuevo modo de producción en emergencia estará basado sobre una mejor correlación de fuerzas entre el Trabajo y el Capital, y sobre un mejor equilibrio entre el trabajo-empleo, las actividades sociales y las actividades personales.

Asimismo, es un hecho que los seres humanos son también tan sensibles a la iniquidad en la repartición de ingresos como sobre la iniquidad en la repartición del trabajo. Las situaciones en las cuales algunos se ven forzados a trabajar, y otros no, son muy mal aceptadas socialmente y no podrían constituir soluciones a largo plazo. La facilidad con la cual los desempleados y las personas bajo asistencia social pueden ser estigmatizados nos dice mucho sobre ese sujeto. Como lo señala Seith Ackerman en un artículo publicado en la revista Jacobin (37), “mientras la reproducción social necesitará de un trabajo alienado, seguirá existiendo esta demanda social de una igual responsabilidad para todos de trabajar, y un malestar de conciencia sobre ese sujeto entre quienes podrían trabajar, pero que por una u otra razón no lo hacen”. Esta actitud social impone un reexámen profundo de la cuestión de la repartición equitativa del trabajo-empleo y de las posibilidades que tal repartición ofrece en materia de reducción y de una diferente planificación del tiempo de trabajo, y de la transformación de la distribución actual, profundamente desigual, de los frutos del crecimiento económico.

La disociación entre crecimiento económico y la creación de empleos puede ser gestionada tanto por la disminución de las horas trabajadas como por la disminución del número de trabajadores. Desde el punto de vista social, la primera solución es mucho más preferible que la segunda, puesto que permite tratar a todos los trabajadores de la misma manera, y al mismo tiempo asegurar al mayor número posible las ventajas de un empleo. Una vía atrayente sería la de vincular la disminución del número de horas trabajadas al aumento de la productividad, lo que igualmente permitiría proteger el ingreso “per capita”.

Pero escoger esta solución no crearía empleos suplementarios. Para poder crear más empleos es necesario que la disminución de la duración del tiempo de trabajo supere el umbral de las compensaciones por horas suplementarias o por nuevos aumentos de la productividad, o dicho de otra manera, que sea superior a los progresos de la productividad del trabajo y a la capacidad de absorción de la mano de obra por nuevas empresas u organismos. Se trata de un marco de acción sin mucho margen de maniobra.

Más precisamente, tal marco no podría ser aplicado sin que haya repercusiones importantes sobre los niveles de remuneración de los trabajadores y los gastos de explotación de las empresas u organismos. En la lógica económica actual, la realidad brutal es que la reducción del tiempo de trabajo no podrá ser efectuada sin cuestionar la remuneración. Por otra parte, su adopción y su puesta en aplicación solo será posible a partir de procesos largos y complejos, tanto a nivel de las instancias políticas como de las empresas. Finalmente, no menos problemático es el escollo de la capacidad real de intercambios perfectos o aceptables de personas en relación a las exigencias de un empleo. Tal posibilidad de intercambios está lejos de poder ser asegurada en las condiciones existentes. En un contexto mundial en el cual el costo del trabajo amenaza su existencia, una reivindicación de disminución del tiempo de trabajo que gravitaría exclusivamente en torno al principio de quitarle una parte del trabajo a quienes trabajan mucho para redistribuirlo a todos aquellos que no tienen un trabajo, no tiene muchas posibilidades de triunfar desde el punto de vista de la movilización de los trabajadores concernidos, y tampoco para llegar a ser incluida en la actual agenda política.

Hacia reformas no reformistas
Pero la terca realidad persiste. El trabajo sigue siendo la llave de la producción, y por lo tanto de la actividad económica, y la forma privilegiada de la repartición de la riqueza producida. Su validación social continúa pasando por la colectividad y el mercado. El gran reto en la actual fase de la evolución del sistema socioeconómico será el de lograr dar un mayor peso a la colectividad en la validación social del trabajo. Eso facilitará su reapropiación, aunque más no sea que sacando el sector de la economía social y solidaria de su actual papel de amortiguador social en el marco de la actual política de descompromiso del Estado, para que juegue plenamente su papel de desarrollo hacia una nueva sociedad en la cual lo económico esté encastrado en lo social. Tal proceso deberá inscribirse, sin embargo, en una perspectiva más amplia de reflexión sobre el lugar del trabajo en la cambiante situación actual. A partir de que constatamos la imposibilidad de repetir los esquemas anteriores en la lucha contra el desempleo, esta reflexión debería tomar en cuenta la existencia de necesidades sociales no satisfechas por el mercado y las nuevas posibilidades de revisar las proporciones de tiempo consagradas al trabajo-empleo, a las actividades sociales y a las actividades personales. También debería incluir la creación de oportunidades para refundar la ciudadanía sobre nuevas bases y de avanzar así en la vía de la democracia productiva.

La traducción de las conclusiones de tal reflexión en proyecto político en primer lugar, y seguidamente en una estrategia de su puesta en marcha, es un reto de talla. Este desafío se revelará con particular agudeza en el reposicionamiento y el desarrollo del sector de la economía social y solidaria, que constituye un asunto estratégico. En la fase actual de la evolución del sistema socioeconómico, los monopolios y oligopolios dominan el mercado y tienen fuerte influencia en las políticas, las leyes y reglamentos. Los poderes públicos, que controlan las colectividades, están profundamente impregnados por esta influencia. 

Los monopolios y oligopolios de sectores industriales, agrícolas, comerciales y de los servicios usan y abusan de su poder para preservar sus rentas de situación, impiden la emergencia de toda iniciativa surgida de los medios económicos y sociales que podrían poner fin a tales ventajas. Este comportamiento se propaga a los poderes públicos. Las limitaciones reglamentarias y las exigencias de funcionamiento, compatibles solamente con una producción o una organización de gran escala, asfixian la producción en pequeña o mediana escala, que sea con objetivos de lucro o no. De esta manera se dificulta la innovación económica, social y cultural. Más fundamentalmente, esas limitaciones y exigencias de funcionamiento perjudican igualmente la preservación de las diversas formas de habilidades para la vida y del “saber-hacer”, esos conocimientos y prácticas que son el fruto de los avances logrados por la humanidad y sin los cuales cualquier sociedad tendría dificultad en progresar y desarrollarse. Todo esto constituye el terreno de lucha política que apunta en el horizonte, porque en síntesis se trata de trabajar para volver a poner la economía en el seno de la sociedad.

Para retornar a la necesidad de disponer de una perspectiva más vasta, un ejemplo interesante es la propuesta avanzada por Guy Aznar (38), un investigador francés independiente, a finales de la década de 1980. Aznar lanzó la idea de una sociedad sin desempleo y en la cual se podría “vivir a tres tiempos”, equilibrando producción, actividades sociales y tiempo individual. Cada uno organizaría libremente su proyecto de vida en torno de esos tres polos: el trabajo en la esfera productiva, la actividad en la esfera social, la actividad o no-actividad en el espacio individual. Una persona podría así ocupar un empleo en el sector productivo (pequeña empresa, gran empresa, etc.), pero trabajando menos horas para permitir al mayor número posible de tener un empleo. Ese individuo podría también consagrar un cierto número de horas semanales a las actividades sociales, por ejemplo en un organismo de dimensión comunitaria. En fin, podría ocupar su tiempo libre en actividades individuales con objetivos recreativos o lucrativos, o más prosaicamente al placer y el reposo. Aznar partía de la constatación que la proporción relativa de esos tres tiempos podía ser cambiada en caso de una marcada disminución del empleo.

El tiempo de trabajo productivo sería compartido entre todos. El tiempo social existe –o sería creado- bajo la forma de la vida asociativa, pero numerosas otras funciones sociales deberán ser desarrolladas para responder, entre otras cosas, a las necesidades no satisfechas por el mercado. El tiempo libre quedaría sujeto a las opciones personales de cada uno y podría eventualmente servir para inventar un nuevo trabajo al lado del primero. Lo esencial en ese modo de organización es que cada uno pueda “vivir a tres tiempos’.

Y a cada tiempo correspondería un ingreso: para el tiempo de trabajo productivo un salario ligado al tiempo consagrado a las tareas asignadas; para el tiempo social un “segundo cheque” relacionado a la productividad de la sociedad, a su crecimiento económico, y del cual podrán beneficiar solamente las personas que habrán aceptado reducir su tiempo de trabajo, y jamás las personas profesionalmente inactivas o que ocupan un empleo a tiempo completo; para el tiempo libre, un ingreso facultativo y fruto de la autoproducción bajo el signo del valor de uso.

En el contexto específico de la Francia de finales de los años 80, Guy Aznar retenía tres estrategias para poner en ejecución este sistema: la reducción general del tiempo de trabajo para llegar al tope de cuatro días por semana; la opción personal de reducción del tiempo de trabajo productivo, recurriendo a diferentes disposiciones existentes (pre-jubilación, año sabático, tiempo parcial voluntario, etc.), la estrategia -a partir de la duración de la vida activa-, de reducir por libre decisión el tiempo de trabajo productivo mediante períodos de interrupción en alternancia con períodos de trabajo. Y la creación masiva y voluntarista de un vasto sector de empleos sociales, el sector de actividades de utilidad colectiva para responder a las necesidades sociales no satisfechas o a las necesidades relacionadas con los servicios a las personas.

Una de las orientaciones de fondo defendidas por Guy Aznar era que había que cesar de considerar el salario como la única fuente de ingresos y que, en consecuencia, una reorganización de las fuentes de ingreso se imponía. De ahí viene la proposición de un “segundo cheque”, por el cual el autor había por otra parte propuesto tres modos de funcionamiento y no exclusivos entre ellos. El objetivo común seguía siendo, empero, el de favorecer la reducción del tiempo de trabajo productivo, facilitar el ejercicio de actividades sociales y de permitir en el futuro que el hombre disponga más libremente de esos “tres tiempos” para devenir verdaderamente “el hijo de sus obras”.

Recordemos que este ejemplo fue escogido para ilustrar la importancia de abordar desde una visión de conjunto el reto del trabajo para todos, y no caer en la trampa de formulas milagrosas o de reivindicaciones “a la pieza” dictadas por la urgencia de actuar. Es importante también la forma cómo se aborda el sujeto en el ejemplo presentado, porque puede resumirse a la voluntad de partir de la realidad, abriendo bien los ojos sobre las transformaciones que están teniendo lugar, y luego de imaginar una sociedad sin desempleo retornar a la realidad con vista a determinar cuáles son los principales elementos estructurantes de tal sociedad en el contexto existente. La idea es la de no luchar simplemente contra el desempleo, sino de comenzar a construir poco a poco una sociedad sin desempleo, avanzando reivindicaciones cuidadosamente orientadas hacia la creación de esos elementos estructurantes. Esos elementos deberían, por otra parte, poder traducirse en objetivos intermediarios y con la preocupación de agrupar gradualmente a todas las fuerzas posibles del cambio, aquellas bien enraizadas en sus medios respectivos y forjadas en las luchas contra las políticas neoliberales, así como las potencialmente susceptibles de emerger de este embrión de clase social que es el precariado.

La incertitud creciente en torno al trabajo-empleo, la inseguridad estresante que esto provoca en crecientes masas de individuos, que en consecuencia se sienten incapaces de poder planificar sus vidas y de alcanzar el sentimiento de que disponen de cierto control sobre sus destinos, constituyen los factores que deberían jugar a favor de la exigencia, y del enraizamiento en la sociedad, de que hay que crear una sociedad sin desempleo. Esta exigencia no podrá, empero, imponerse en la agenda política sin una importante movilización, un movimiento suficientemente poderoso como para quebrar la intolerancia absoluta del sistema hacia cualquier desviación del orden neoliberal.

NOTAS
1-Carolyn Dimitri, Anne Effland, and Neilson Conklin, “ The 20th Century Transformation of U.S. Agriculture and Farm Policy”, Economic Information Bulletin Number 3, United States Department of Agriculture
2-Jean-Alix Jodier, « Panorama de l’agriculture – Population agricole », La France agricole.fr, 14 Enero 2010
3-«Emploi et questions sociales dans le monde – Des modalités d’emploi en pleine mutation», OIT, mayo 2015
4- Pierre -Yves Geoffard, «Former demain aux emplois d’après-demain», Libération, 25 mayo 2015
5- J. Manyika, M. Chui, J. Bughiné, R. Dobbs, P. Bisson, A. Marrs, «Disruptive technologies: Advances that will transform life, business, and the global economy», McKinsey Global Institute, mayo 2013.
6- Ibidem
7- Carl Benedikt Frey and Michael Osborn, « The Future of Employment: How susceptible are jobs to computerisation?”, Oxford Martin Programme on the impacts of Future Technology, Oxford University, Oxford, septiembre 2013.
8.- Ibídem
9- Robert J. Gordon, «Is US Economic Growth over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds», NBER working papers series, Working Paper 18315, http://www.nber.org/papers/w18315
10- Bureau of Labor Statistics – USA Department of Labor
11.- Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, “The second Machine Age – Work, Progress and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies”, W.W. Norton & Company, New York, 2013
12.- Timothy Aeppel, «Be Calm, Robots Aren’t About to Take Your Job, MIT Economists Says», The Wall Street Journal, Business, Real Time Economics, February 25 2015.
13.- Simon Head, «Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber Humans», Basic Books, Persues Books Group, New York, 2004
14.- Nicholas Carr, «The myth of the endless ladder», Rough Type, roughtype.com
15.-Paul Beaudry, David A. Green, Ben Sand, «The Great Reversal in the demand for skill and cognitive tasks», Economics, University of British Columbia, enero 2013, pdf
16.- Claude Lévesque, «Endettement étudiant : une bombe à retardement aux États-Unis», Le Devoir, Montréal, 9 de julio 2015.
17.- Heidi Shierholz, Natalie Sabadish and Hilary Wething, “Wages of young college graduates have failed to grow over the last decade”, Press release, Economic Policy Institute, mayo16, 2012
18.- Paul Krugman, “Robots and Robber Barons”, New York Times, New York, diciembre 9, 2012
19.- Barry C. Lynn and Phillip Longman, “Who Broke America’s Jobs Machine – Why creeping consolidation is crushing American livehood”, PDF, Washington Monthly, marzo/abril 2010
20.-BIT, «Emploi et questions sociales dans le Monde – Tendances pour 2016», OIT, Genève, enero 2016
21.-Michel Husson, «Le partage de la valeur ajoutée en Europe», La revue de l’Ires, No64, enero 2010
22.- Wolfgang Streeck, «How will capitalism end», New Left Review, mayo/junio 2014
23.- Robert Skidelsky, «Return to capitalism ‘red in tooth and claw’ spells economic madness”, The Guardian, London, June 21 2012
24.- John Maynard Keynes, « Economic Possibilities for our Grandchildren », in Essays of Persuasion, New York, W.W. Norton & Co. 1963
25.-Karl Polanyi, «La Grande Transformation», 1944, edición Gallimard, 1983
26.- Zaki Laïdi, «Qu’est-ce que la société de marché ?», http://www.laidi.com/comment/marche.pdf
27.- Eric Hobsbawm, «Marx et l’Histoire», Paris, Éditions Demopolis, 2008, p 74
28.- Las estadísticas oficiales no dan, por otra parte, que una imagen muy parcial de la amplitud real del desempleo. Dependiendo del número de variables utilizadas, la tasa de desempleo puede pasar así, en el caso de Estados Unidos y en el mes de octubre 2014, de 5.4% (la tasa oficial utilizada generalmente por los medios de prensa) , a 11.5% (considerando aquí a los trabajadores “desalentados” a corto plazo y por el trabajo a tiempo parcial), y a 23.0% (si se incluyen las ‘salidas forzadas de la vida activa’, una categoría que dejó de ser tomada en cuenta a partir de 1994). Fuente: http://www.shadowstats.com[1]
29.-Guy Standing, «Work after Globalization – Building Occupational Citizenship», Edward Elgar Publishing Limited, Cheltenham, UK, 2009
30.- Sobre esto ver Travail et citoyenneté : quel avenir ?, publicado bajo la dirección de Michel Coutu y Gregor Murray, Québec, Presses de l’Université Laval, 2010
31.- Guy Standing, «A Precariat Charter – From Denizens to Citizens», Bloomsbury, London, UK, 2014
32.- Diagonal, «Nace la Coordinadora de Desempleados y Precarios de Madrid», https://www.diagonalperiodico.net/global/28942-nace-la-coordinadora-desempleados-y-precarios-madrid.html
33.- Immanuel Wallerstein, “Nuevas revueltas contra el sistema”, newleftreview.es, página 102
34.- Varias fuentes analizan esta perspectiva, entre ellas Carine Dartiguepeyrou. Ver: http://www.democratie-spiritualite.org/sites/democratie-spiritualite.org...
35.- Peter Frose, «The Politics of Getting Life», The Jacobin, abril 2012
36.- Palabras de André Gorz, citado por YOVAN GILLES, «Oser l’exode de la société de travail vers la production de soi», entrevista retomada por el portal Perspectives gorziennes, 30 agosto del 2015
37.- Seith Ackerman, «The Work of Anti-Work : A response to Peter Frase», Jacobin, May 2012
38.- Guy Aznar, «Le travail c’est fini (à plein temps, toute la vie, pour tout le monde) et c’est une bonne nouvelle», Paris, Édition Belfond, 1990

6 de febrero de 2016

¿QUÉ IMPULSA LAS SACUDIDAS A LA ECONOMÍA?

Sara Flounders. La Haine

Como predijo Marx, el capitalismo nunca ha sido capaz de resolver los ciclos tambaleantes de expansión y recesión causados por la sobreproducción

La clase obrera en EEUU ha sufrido golpes devastadores desde la crisis económica capitalista del año 2007. Ahora la amenaza de una nueva recesión se percibe a través de los mercados financieros.

Los presupuestos municipales y estatales ya han sido recortados a nombre de la austeridad. Los servicios gubernamentales, entre ellos los de hospitales, escuelas, bibliotecas, agua y alcantarillado, han sido privatizados – vendidos para generar ingresos inmediatos necesarios para pagar los intereses de los préstamos bancarios. El impacto de estas políticas criminales se puede ver en el agua envenenada de Flint y en las deterioradas escuelas desde Los Ángeles y Detroit hasta Filadelfia.

Aunque se espera una nueva ronda de despidos, el número de personas que participa en la fuerza laboral ha llegado a su nivel más bajo en 30 años a pesar del crecimiento de la población. Los salarios reales, estancados desde 1979, según un informe del Instituto de Política Económica del 19 de febrero del 2015, no han mejorado desde entonces.

Las/os trabajadores cuya labor produce toda la riqueza, han estado recibiendo una porción cada vez más pequeña del valor que producen. El 56,3 por ciento de la población de EEUU está ahora viviendo de cheque a cheque, con menos de $1,000 en cuentas corrientes y de ahorros combinadas. Y el 24,8 por ciento tiene menos de $100 en sus cuentas. (Forbes, 6 de enero)

Los salarios estancados y reducidos, junto al aumento de la productividad del trabajo, han conducido bajo el capitalismo, a la extrema concentración de la riqueza en manos privadas en una escala desconocida en la historia. Las 62 personas más ricas del mundo tienen ahora tanta riqueza como la población de 3,5 mil millones más pobre. (Oxfam, 17 de enero) Hace cinco años, 388 súper-ricos tenían este estatus criminal. La asombrosa concentración de la riqueza continúa sin cesar.

Aniquilada una quinta parte del valor de papel

La otra característica endémica del capitalismo que Marx explicó hace 165 años se impone una vez más. El capitalismo – el sistema económico basado no en la producción social, sino en la expropiación privada – nunca ha sido capaz de resolver los ciclos tambaleantes de expansión y recesión causados por la sobreproducción. La sobreproducción de toda mercancía está nuevamente sacudiendo los mercados financieros. La producción industrial y el rendimiento manufacturero se han reducido al mínimo.

La caída en el precio del petróleo desde más de $110 el barril en junio de 2014 hasta debajo de $30 en la actualidad, ha recibido una gran atención. Sin embargo, un colapso similar ha ocurrido en los productos industriales, acero, tuberías, metales, carbón, oro, aluminio, zinc y los principales cultivos alimentarios.

Desde el Año Nuevo, los mercados bursátiles de todo el mundo han estado cayendo inexorablemente. Desde Dow Jones de Nueva York y el S&P 500, hasta las principales bolsas de valores europeas de Londres, París y Berlín, a los mercados de Dubái, Tokio, Hong Kong y Shanghái; juntos han perdido más del 20 por ciento de su valor, entrando en lo que se llama un “bear market” (mercado en la baja).

Una quinta parte de toda la riqueza del mercado de valores en el mundo ha sido eliminada. Esto puede no afectar inmediatamente a la mayoría de las/os trabajadores. Pero la manera de los capitalistas lidiar con la pérdida de su riqueza especulativa es de irse contra las/os trabajadores que tienen menos de $1,000 o $100 a su nombre.

En su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Barack Obama destacó un aumento modesto en trabajos de servicio con los salarios más bajos – desde centros de llamadas hasta los restaurantes de comida rápida. Sin embargo, cientos de miles de trabajadoras/es en la industria pesada, la producción de energía, la banca y los servicios financieros – desde DuPont, Alcoa, John Deere y BP hasta Morgan Stanley – ya han sido despedidas/os en el último año.

Rescate financiero profundizó la crisis

Los economistas capitalistas, reticentes a utilizar el término “recesión”, han inventado un nuevo término para denominar un período tan largo sin crecimiento económico: “estancamiento secular”. Se han celebrado conferencias internacionales y escrito numerosos trabajos académicos sobre este tema. Estancamiento secular es un término muy difuso que oculta la realidad. El capitalismo, para expandirse, debe encontrar mercados en los que vender sus productos con ganancias. Cuando no puede hacer esto, todo el sistema mundial entra en una espiral de crisis.

Los rescates no han tenido éxito en poner en marcha a la economía. Años de tasas de interés de casi cero para estimular préstamos gigantes supuestamente para estimular la producción, puede que hayan empeorado esta crisis capitalista.

Un periódico británico cita las palabras de un funcionario de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico: “La situación es peor de lo que era en 2007. El mundo se enfrenta a una ola de impagos épicos de deuda. Nuestra municiones macroeconómicas para combatir las crisis, esencialmente han sido totalmente utilizadas”, dijo William White, el presidente con sede en Suiza del comité de revisión de la OCDE y ex economista jefe del Banco de Pagos Internacionales (BPI).” (Telegraph, 19 de enero)

Barcos ‘Zombi’

Hay sobreproducción de mercancías, desde petróleo hasta los productos terminados como juguetes, ropa y autos. Hay hasta un exceso de los grandes buques de contenedores que mueven más del 95 por ciento de los productos manufacturados del mundo.

La industria del transporte marítimo se enfrenta a su peor crisis en memoria reciente, después de años de rápida expansión alimentada por la deuda barata. La flota mundial se duplicó en tamaño de 2010 a 2013. (Reuters Business Insider, 20 de enero)

La competencia entre las compañías navieras ha impulsado la construcción de una nueva generación de súper cargueros que puede transportar 19.000 contenedores, en comparación a los buques anteriores que llevan solo 5.600. Se necesitan años para construir este tipo de buques. Los pedidos fueron colocados cuando se esperaba una recuperación global completa después de 2009.

Las corporaciones navieras que financiaron sus flotas con un 60 por ciento de deuda y con 40 por ciento de liquidez, han visto desvanecerse esa liquidez.

Ahora, flotas “zombi” aceptan fletes a precios irrisorios sólo para poder seguir a flote. Pero los propietarios no tienen esperanza de pagar el capital en sus préstamos. Los bancos tienen miedo de destapar estos préstamos porque entonces se verían obligados a ponerlos en la lista de pérdidas.

El Baltic Exchange, que ha establecido tarifas de envío por más de dos siglos y medio, dice que la situación que sus miembros enfrentan es sombría.

Gigantes derribados por la deuda

Aún grandes empresas multinacionales que han sobrevivido décadas de caos capitalista en el pasado se tambalean ahora. Años de interés de casi cero por ciento provocaron que muchas de las mayores empresas mundiales de mercancías, asumieran enormes deudas para invertir en una mayor expansión y en fusiones. Pero ahora que el precio de las mercancías ha bajado a la mitad o incluso a un tercio del valor que tenían hace un año, el valor de mercado de estas empresas ha entrado en una caída libre.

Una de las más grandes y antiguas corporaciones mineras de oro y cobre, la Freeport McMoRan, está en crisis después de sacar grandes préstamos hace unos tres años para compras en petróleo y gas. Ahora con el exceso de petróleo, las acciones de la compañía han caído de $60 por acción a menos de $4. Freeport McMoRan, valorada ahora en $4.8 mil millones, está sobrellevando una deuda de $20 mil millones, por lo cual está recortando puestos de trabajo y todos los gastos de capital. Pero para cumplir con sus pagos de la deuda, sigue produciendo petróleo, incluso a precios sumamente bajos. (New York Times, 22 de enero)

Anteriormente, durante las caídas de precios, los productores de mercancías inmediatamente reducían la producción. Pero esta vez, debido a sus enormes deudas, continúan inundando el mercado, empeorando así la situación.

Capitalistas culpan a China de sus problemas

El exceso actual de mercancías a nivel global está siendo atribuido a una desaceleración en el crecimiento de la República Popular China — la segunda economía más grande y de más rápido crecimiento del mundo.

El caos y la competencia despiadada del sistema capitalista en sí nunca es culpado. Por ejemplo, tanto corporaciones estadounidenses como alemanas han agravado las condiciones en China en las plantas que son empresas conjuntas. La decisión de Volkswagen, GM y otros fabricantes significativos de automóviles de frenar su producción en China debido al exceso de oferta mundial de automóviles, significó que cancelaran primero las bonificaciones para las/os trabajadores en sus plantas. “Los bonos típicamente suelen ascender a más de la mitad del salario neto de las/os trabajadores de la línea de ensamblaje”. (Reuters, 15 de septiembre, 2015)

Estas gigantescas corporaciones internacionales no solo cortan el pago que se llevan a su casa las/os trabajadores de la línea de ensamblaje, sus horas de trabajo, los descansos y el número de turnos, sino que ellos y otras grandes empresas occidentales también cortaron miles de millones de dólares en los planes de expansión que tenían en China. Por supuesto, todos estos recortes en inversiones que fueron anunciados hace más de tres meses, tuvieron repercusiones sobre el mercado de valores chino.

Estos cortes abruptos han estimulado el aumento de los esfuerzos para desarrollar unas relaciones y un comercio más estable entre China, Rusia, América Latina y África. Un artículo cubano titulado “Resistiendo las tormentas del siglo 21” escrito hace pocos días, expuso que este comercio que se está desarrollando rápidamente es de beneficio mutuo. Para el año 2014, el valor del comercio bilateral entre China y América Latina era 22 veces más de lo que había sido en 2000. (Granma, 19 de enero)

No se puede predecir cuán profunda e insuperable será la crisis venidera, ni qué la va a provocar. Pero la urgencia de que las/os trabajadores hagan sonar la alarma y organicen una fuerte lucha está fuera de discusión.


5 de febrero de 2016

DISFRAZADOS DE "ANTI-DAESH"

El grupo ministerial de la coalición contra el Emirato 
Islámico se reunió, el 2 de febrero de 2016, en la sede del 
ministerio italiano de Exteriores, bajo la presidencia 
de John Kerry y Paolo Gentiloni.

Mánlio Dinucci. Il Manifesto

La OTAN y las petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo apadrinan desde hace décadas a las peores organizaciones terroristas

Este año el carnaval se abrió el 2 de febrero con la farsa que representó, en la sede del ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, el grupo ministerial restringido –23 países más la Unión Europea– de la «Coalición Global anti-Daesh» [acrónimo árabe del Emirato Islámico, también designado como Estado Islámico, así como por las siglas EI, EIIL, ISIL o ISIS], copresidido por el secretario de Estado estadounidense John Kerry y el ministro de Exteriores de Italia Paolo Gentiloni. Disfrazados de antiterroristas, también forman parte de ese grupo los mayores financista del terrorismo islamista, utilizado desde hace décadas para socavar y destruir los Estados que se oponen a la estrategia del imperio.

A la cabeza de este verdadero desfile de máscaras aparecen EEUU y Arabia Saudita, países que –como ha documentado una reciente investigación del New York Times– arman y entrenan a los «rebeldes» que se ha previsto infiltrar en Siria en el marco de la operación «Madera de Sicomoro», secretamente autorizada en 2013 por el presidente Obama, dirigida por la CIA y financiada por Riad a golpe de millones de dólares. Esto ha podido confirmarse con las imágenes de video que mostraron al senador estadounidense John McCain –durante una estancia [ilegal] en suelo sirio por cuenta de la Casa Blanca, en mayo de 2013– reuniéndose con al-Baghdadi, el «califa» que encabeza el Emirato Islámico.

Es esta la más reciente de las operaciones secretas coordinadas entre EEUU y Arabia Saudita. Esas operaciones se iniciaron en los años 1970-1980, con objetivos como la desestabilización de Angola y de otros países africanos, así como para armar y entrenar a los muyahidines en Afganistán y respaldar a los Contras [contra el gobierno sandinista] en Nicaragua. Todo esto explica por qué EEUU se abstiene cuidadosamente de criticar las violaciones de los derechos humanos en Arabia Saudita y el respaldo estadounidense a esa petromonarquía en su guerra de masacre contra los civiles en Yemen.

También participan en este carnaval de máscaras Jordania y Qatar, donde –como reporta el New York Times– la CIA ha creado bases de entrenamiento para los «rebeldes», entre los que se incluyen «grupos radicales como al-Qaeda», con vista a su posterior infiltración en Siria y en otros países.

Qatar incluso proporciona a esas operaciones miembros de sus fuerzas de comandos, como ya había hecho en 2011 cuando envió a Libia al menos 5 000 hombres de sus fuerzas especiales. «Nosotros, los qataríes, estábamos entre los rebeldes libios en el terreno, [nos contábamos] por cientos en cada región», declaró posteriormente el jefe del estado mayor Hamad al-Atiya.

Entre los «antiterroristas» que se exhiben en la sede del ministerio italiano de Relaciones Exteriores también encontramos a los Emiratos Árabes Unidos, que desde 2011 han formado, a través de Blackwater-Academi, un ejército de unos 2 000 mercenarios, entre los que se cuentan 450 (colombianos e individuos de otras nacionalidades latinoamericanas) que ahora participan en la agresión contra Yemen.

También está Bahréin, que –después de ahogar en sangre su propia oposición democrática interna con ayuda de las tropas de Arabia Saudita– ahora devuelve el favor ayudando a Arabia Saudita en la masacre contra los yemenitas, en la que también participa Kuwait, otro miembro del grupo «antiterrorista», en el que también encontramos a Turquía, puesto avanzado de la OTAN en la guerra contra Siria y en Irak, donde respalda a los yihadistas enviándoles diariamente cientos de convoyes cargados de armas y material de guerra en general. Después de haber publicado pruebas, incluyendo varios videos, del envío de armas al Emirato Islámico por los servicios secretos de Ankara, los periodistas turcos Can Dundar y Erden Gul fueron arrestados y ahora pudieran incluso ser condenados a muerte.

Entre los países occidentales presentes en este carnaval de enmascarados se destacan Francia y el Reino Unido, que están utilizando fuerzas especiales y sus servicios secretos en la realización de las operaciones secretas en Libia, Siria y otros países.

Y el papel de atento anfitrión lo desempeña Italia, que ya contribuyó a incendiar el norte de África y el Medio Oriente con su participación en la destrucción del Estado en Libia, país al que gobierno italiano se prepara ahora a regresar, ejerciendo incluso el papel de «guía», en otra guerra bajo las órdenes del ente EEUU/OTAN. Disfrazada de «operación de mantenimiento de la paz» (sic), esa nueva guerra tiene como objetivo tomar el control de las zonas estratégicas y de los recursos energéticos libios.

En los salones del ministerio de Relaciones Exteriores de Italia sólo faltaron las notas de Tripoli, bel suol d’amore, la canción que, en 1911, celebraba la guerra colonial [de Italia] en Libia.

4 de febrero de 2016

LA FALACIA DE LA CRÍTICA AL “BANQUERO MALO” POR SU “AVARICIA”

Por Marat
La crítica más persistente desde el reformismo prosistémico ha sido durante todos estos años de la crisis la de que determinados empresarios, banqueros (el adjetivo con más carga “revolucionaria” en sus labios) y especuladores en general eran malvados por ser “avariciosos”.

En las cabezas de quienes compraban ese discurso aparecía algo así como la imagen del viejo banquero judío cuentamonedas murmurando la expresión tan habitual en el meme digital: “mi tesoro”

Esta ha sido la bandera exhibida desde 15MPaRato (¿se acuerdan, o ya no?), hasta plataformas como Recortes 0 o Podemos, pasando por cualquiera que prefiriese repetir lo que llegaba a sus oídos por la creencia de que lo que opinan muchos posee calidad de certeza por la magia “incuestionable” del número.

Gran parte de la sociedad ni siquiera alcanza el nivel de la crítica moral al capitalista “avaro” y mucho menos a la naturaleza del capitalismo como sistema económico-social. La crítica a la codicia es más sonora cuando se produce desde la autopercepción y sentimiento de afectado por la misma. Es el signo de estos tiempos de insolidaridad: uno protesta cuando le va personalmente mal, y no siempre; muy rara vez por el dolor ajeno. La otra crítica, la que cuestiona al capitalismo en su conjunto, como formación económico-social, es mucho más inhabitual porque exige un mayor nivel de abstracción sobre lo particular para alcanzar una visión general. 

¿Recuerdan ustedes a Bernard Madoff, el gestor de fondos de inversión que hizo una formidable estafa piramidal, o como dicen los que van de entendidos esquema Ponzi, de más de 68.000 millones de dólares por la que fue condenado en 2009? Para la gran mayoría de quienes hablaban de ello entonces, las razones para su condena moral se agotaban en su codicia que le condujo al delito. Si además se sabía que pertenecía a la comunidad judía de Nueva York, la imagen del malvado judío de nariz ganchuda y el gorro de dormir estaba servida.

Algunos periodistas y opinantes de ocasión quisieron ver incluso en estafas como ésta a través de fondos de alto riesgo las razones de esta fase -su origen hay que remontarlo al inicio de los años 70, con la tendencia descendente de la tasa de ganancia- de la crisis capitalista mundial que estaba aún en sus inicios. 

Leheman Brothers, que combinaba la banca de inversión y la gestión de activos financieros con servicios bancarios más generales quebró en 2008, tras haber superado escándalos de los hedge funds, por el efecto de la crisis de los créditos subprime, concedidos a unos intereses insosteniblemente bajos y con riesgos de impagos muy altos, cosa que cuando se aprobaron los préstamos hipotecarios no se tuvo en cuenta pero a cuyo colapso sucedió un rosario de crisis en muchas entidades del sistema financiero mundial. 

Explicación típica al canto: la avaricia desmedida de sus gestores provocó un comportamiento especulativo irracional que hizo no calculasen el riesgo real y que, cuando vinieron mal dadas, el castillo de naipes se viniera abajo. 

Cada vez que algún magnate de los más conocidos de la lista Forbes aparece en los medios de comunicación de masas, sean Carlos Slim, Amancio Ortega o Warren Buffett, por centrarnos en tres de los más conocidos, en caso de surgir un discurso crítico hacia el volumen de sus fortunas o hacia alguna de sus operaciones especulativas (Ortega dedica parte de sus beneficios a la compra masiva de inmuebles), el binomio especulación-codicia aparece como esencia de esa crítica.

Los Rothschild, los Rockefeller o los Morgan, que no necesitan de ninguna lista Forbes, y que están tan en boca de los millones de páginas conspiranoicas sobre el gobierno mundial, llevan asociado a sus apellidos el de avaros, aunque connotados de un segundo atributo: actuar movidos por un deseo de poder absoluto (sólo el necio confunde poder y gobierno). 

No creo necesario continuar mencionando ejemplos. La crítica moral sobre la avaricia de los grandes potentados, y también de los medianamente ricos a los que sus escándalos económicos han alcanzado en algún momento, tiene varias explicaciones, a mi entender en su mayoría interesadas.

 ● La crisis capitalista mundial, aunque no se produce en absoluto por factores financieros, detona de forma financiera, hasta el punto en el que lo financiero oculta la causa real de la crisis (crisis de sobreproducción, tendencia a la caída de la tasa de ganancia, desvío de una parte de los beneficios del sector productivo hacia el especulativo, sustitución de mano de obra por tecnología, crisis del sistema de mantenimiento inducido del consumo a crédito, estallido de las burbujas del ladrillo y financieras).

 ● Al adquirir una apariencia de crisis financiera, es mucho más sencillo desviar la crítica de la opinión publicada y de la “pública” hacia lo financiero, de manera más particular hacia el segmento inversor y de la bolsa. La variable especulación, preñada de significados concretos, conduce de un modo “natural” (o ideológicamente naturalizado y dirigido) hacia el “pecado” de la avaricia.  

 ● Los creadores de opinión y los selectores de la información, que no son los periodistas, ni siquiera los directores de los medios, sino los consejos de administración de estos, decidieron en su día que el ruido de la calle que iban a priorizar era el de los clientes estafados por los bancos y entidades financieras antes que los de la protesta de la clase trabajadora ante despidos, precarización del empleo, recorte de los salarios y destrucción de los derechos sociales. 

 ● Esos mismos creadores de opinión han estado muy interesados en personalizar/ particularizar su critica, en lugar de buscar explicaciones estructurales que pudieran cuestionar al sistema capitalista de un modo global. 

 ● Una parte significativa de los sectores afectados por las consecuencias de una especulación con resultados fraudulentos pertenecía a sectores de las llamadas clases medias (pequeños y medianos inversores estafados) y estas clases, aunque laminadas paulatinamente por el capitalismo y el proceso de transferencia de las rentas nacionales hacia el gran capital, consideran la propiedad, por limitada que ésta sea, como un rasgo que les define. No cuestionarán, por tanto, el régimen económico sino las “disfunciones” del mismo que las afecte tanto a ellas como clases como a sus componentes individuales.

 ● Otra parte del “activismo” de estos años de la crisis proviene de sectores que no han vivido en sus carnes la contradicción capital-trabajo: estudiantes de clases medias que, por mucho que una parte de ellos vean oscuro su futuro, no se reconocen ni pueden reconocerse en el acervo histórico de la clase trabajadora. En lo político, ajenos a esa realidad de explotados, y en lo social imbuidos de la ideología transversal y negadora de las clases sociales y sus contradicciones llamada ciudadanismo, lo que les quedaba a la hora de señalar culpables de la crisis era el capitalismo financiero pero ni siquiera como un todo en sí mismo, sino desde la crítica moral a sus figuras descollantes. No se entiende de otro modo el eslogan aquél de “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros   

¿Cuál es la utilidad sistémica de todo este aparataje de críticas morales centradas de manera casi exclusiva en la avaricia/codicia del capitalismo financiero, y de manera muy particular y específica en los magnates protagonistas de grandes estafas y que han ocasionado pérdidas cuantiosas a familias y a inversores pequeños, medianos o grandes, provocado cataclismos en las bolsas y un importante grado de alarma social tanto real como inducida?

 ● La primera es “salvar al soldado capitalismo”, entendido éste en su totalidad como sistema. El capitalismo es mucho más que las finanzas y aún muchísimo más que unos cuantos capitalistas señalados como avaros. Centrar el mal en una parte localizada salva al resto del sistema de una crítica general

 ● La segunda es ocultar y escamotear que la condición perversa del capitalismo no se encuentra en que los capitalistas sean avaros y malvados sino en la naturaleza de un sistema que produce socialmente pero cuyos beneficios son individuales; de un sistema que se apropia de la riqueza que generan quienes dan valor a las materias mediante su trabajo, al convertirlas en mercancías, lo que permite que entren en el circuito del consumo; de un sistema cuya plusvalía depende de la explotación de la clase trabajadora; de un sistema que esquilma, depreda y destruye la naturaleza poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana; de un sistema que en su forma imperialista necesita de la guerra para apropiarse de los recursos naturales de otros países y someterlos a su expolio, a la vez que permite “quemar un excedente” y abrir posteriormente un mercado de “reconstrucción”; de un sistema, en fin, que sale de sus crisis creando las condiciones para la aparición de otras nuevas.  

 ● La tercera es que la naturaleza del capitalismo es independiente de la condición moral y de la voluntad de los capitalistas. Tiene reglas propias y no se sobrevive como capitalista sin respetarlas. Pretender jugar limpio, establecer un pretendido y supuesto justiprecio en el salario de los trabajadores, ofrecerles las mejores condiciones contractuales y de trabajo, en un mundo de competencia feroz entre capitalistas, conduce finalmente a la ruina de nuestro empresario filántropo. Como en la fábula del “Escorpión y la rana”, atribuida a Esopo, el capitalismo, si hablara con una sola voz, bien podría decir: “no he tenido elección, es mi naturaleza”. Destierren ustedes de él cualquier valoración en términos de moralidad o inmoralidad. Simplemente es amoral. Responde de acuerdo a fines, sin tener demasiados reparos en los medios, aunque necesite legitimarse a través de su moral que reside en el derecho de “propiedad”; en este caso, de propiedad de los medios de producción.

“En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas  relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus  fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad” (“Prefacio a la crítica de la economía política”. Karl Marx. 1859)

 ● La cuarta es la de transmitir la idea de que si los plutócratas fuesen bondadosos cual Santa Claus, probos ciudadanos y almas sensibles que compartiesen su riqueza “con los más pobres” (tipo Mark Zuckerberg) el mundo sería muy hermoso y el capitalismo más maravilloso de lo que ya les parece a muchos de los defensores de la teoría de la avaricia. Eso sin preguntarse de qué modo ha afectado a vidas ajenas su proceso de acumulación del capital. La idea es que se puede ser tiburón de las finanzas por la mañana y gran filántropo OeNeGero por la noche, al estilo George Soros, claro está

¿Significa todo lo anterior que carezca de sentido una crítica moral al capitalismo? No, en absoluto pero:

 ● No tiene demasiado sentido que esa crítica se establezca desde refutaciones éticas a actos individuales puesto que la moral lo es, salvo en el caso de unos pocos universales atemporales, siempre de una época y se asienta en valores colectivos. 

 ● No debe olvidarse que en relación a lo económico y a la superestructura ideológica de una formación social e histórica concreta, “la moral fue siempre una moral de clase”, como afirma Engels en el “Anti-Dühring”

“Y como la sociedad se ha movido hasta ahora en contraposiciones de clase, la moral fue siempre una moral de clase; o bien justificaba el dominio y los intereses de la clase dominante, o bien, en cuanto que la clase oprimida se hizo lo suficientemente fuerte, representó la irritación de los oprimidos contra aquel dominio y los intereses de dichos oprimidos, orientados al futuro" (“La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring”, F. Engels. 1878)

En definitiva, y como conclusión final, tiene sentido una crítica moral al capitalismo como formación económico-social; esto es, desde lo general, no desde lo particular. Y esa crítica -que en el marxismo es en gran medida inmanente al análisis de las contradicciones entre lo que el pensamiento capitalista proclama y la realidad- adquiere su pleno significado cuando no se asume desde ningún pretendido consenso social de valores, que no sería otro que el nacido de la ideología dominante, la cual es siempre la de la clase dominante, sino desde la perspectiva de los oprimidos de clase. 

2 de febrero de 2016

¿DÓNDE ESTALLARÁ LA PRÓXIMA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL?

Ariel Noyola Rodríguez. Global Research

Un temblor financiero provocó que el club de Davos se hundiera en el pesimismo. Los más de 2.000 empresarios y líderes políticos que se reunieron en Suiza (entre el 20 y 23 enero) ya no saben cómo convencer a la población mundial de que la economía está bajo control. A tan solo unos días de llevarse a cabo la XLVI edición del Foro Económico Mundial, los inversionistas entraron en pánico: a lo largo de las primeras tres semanas de enero las diferentes bolsas de valores sumaron pérdidas por 7,8 billones de dólares, de acuerdo con las estimaciones de Bank of America Merrill Lynch.

China toma la delantera ganando miles de millones de dólares con la caída de precios del crudo
Para el banco de inversión de origen estadounidense este mes de enero será recordado como el momento más dramático para las finanzas desde la Gran Depresión de 1929. Los circuitos financieros internacionales son cada vez más vulnerables. Y el desplome de la confianza empresarial parece irreversible. La consultora PricewaterhouseCoopers (PwC) publicó recientemente los resultados de una encuestque recoge la opinión de 1.409 presidentes ejecutivos de empresas (CEO, ‘Chief Executive Officers’) de 83 países sobre el panorama económico: el 66% de los entrevistados considera que sus organizaciones corporativas enfrentan mayores amenazas hoy que hace tres años y, únicamente, el 27% piensa que el crecimiento global mejorará.

La incertidumbre es tal que durante la cumbre de Davos no hubo consenso entre los gigantes empresariales sobre dónde estallará la próxima crisis. Con todo, la prensa occidental no se cansa de señalar a la desaceleración de China como la causa principal de las turbulencias de la economía mundial. De hecho, el especulador George Soros (quien tumbó a la libra esterlina en la década de 1990) sostuvo  en Davos que un aterrizaje violento de la economía china es “inevitable”; sin lugar a dudas fue una afirmación exagerada. A mi juicio hay una campaña de propaganda dirigida contra Pekín que pretende ocultar las graves contradicciones económicas y sociales que persisten en los países industrializados (Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, Japón, etc.).

A pesar del triunfalismo de la presidenta del Sistema de la Reserva Federal (FED), Janet Yellen, en las últimas semanas la economía de Estados Unidos ha vuelto a mostrar signos de debilidad. El sector manufacturero acumuló en diciembre pasado dos meses de contracción: el nivel más bajo de los últimos seis años. Asimismo, el derrumbe de los precios de las materias primas (‘commodities’) ha apuntalado la apreciación del dólar y, con ello, vuelve más complicado para el Gobierno norteamericano enterrar el peligro de la deflación (caída de precios). El horizonte ahora es más sombrío luego de que la cotización de referencia internacional del petróleo cayó por debajo de los 30 dólares por barril. Todavía peor, el Fondo Monetario Internacional (FMI) disminuyó de nueva cuenta sus perspectivas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial para este año, del 3,6 a 3,4%.

La verdad es que las políticas de crédito barato  impulsadas por los bancos centrales de los países industrializados tras la quiebra de Lehman Brothers provocaron enormes distorsiones en los mercados de crédito y ahora todo el mundo está pagando la factura. Según los cálculos  del fondo de inversiones Elliot Management (dirigido por Paul Singer), los bancos centrales de las grandes potencias han inyectado a la economía global un aproximado de 15 billones de dólares desde la crisis de 2008 mediante la compra de bonos de deuda soberana y activos hipotecarios. Lamentablemente esta estrategia no sentó las bases de una recuperación estable, sino por el contrario, incrementó la fragilidad financiera.

¡Vamos a venderlo todo!: Inversores entran en pánico ante la repetición de la crisis del 2008
La Zona Euro todavía no consigue salir de las bajas tasas de crecimiento económico. La crisis ya no golpea únicamente a países como España y Grecia; el mismo núcleo de Europa se ha visto envuelto en severas dificultades: la deflación ya amenaza de cerca a Alemania, luego de darse a conocer que los precios al consumidor avanzaron apenas 0.3% en promedio durante 2015, la cifra más débil desde la recesión de 2009, cuando el PIB germano se contrajo 5%; y el presidente de Francia, François Hollande, recién anunció ”estado de emergencia económica” ante el elevado desempleo y la debilidad de la inversión.

Esto tiene muy preocupado al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, quien se ha visto obligado a considerar  la ampliación de las medidas de estímulo para el próximo mes de marzo. Y lo mismo sucede en los casos del Banco de Inglaterra y el Banco de Japón: a pesar de haber colocado en un nivel mínimo la tasa de interés referencia y lanzado agresivos programas de inyección de liquidez, todavía no consiguen sacar a sus respectivas economías del atolladero ni incrementar de modo sustantivo la inflación, que se mantiene muy alejada del objetivo oficial del 2%.

Con todo, la aplastante dominación del dólar en el mercado global de capitales le atribuye a Estados Unidos un papel decisivo en la determinación de la política monetaria de los demás países. No cabe duda de que la FED se equivocó al elevar la tasa de interés de los fondos federales (‘federal funds rate’) en diciembre pasado. Simplemente no había elementos suficientes que permitieran llegar a la conclusión de que la recuperación de la economía de Estados Unidos era sólida y sostenida. Ahora que la situación ha empeorado es casi seguro que en sus próximas reuniones el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) de la FED no solamente no aumentará el costo del crédito, sino que incluso es probable que reduzca la tasa de interés de referencia.
No obstante, el gran problema es que nadie sabe a ciencia cierta cómo van a reaccionar los mercados financieros ante el más ligero movimiento de la FED ¿Las caídas sucesivas de Wall Street detonarán una recesión en escala mundial? ¿Será finalmente herida de muerte la hegemonía del dólar ante la venta masiva de bonos del Tesoro de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto resistirán China y los países emergentes? La crisis que viene es un enigma para todos…

1 de febrero de 2016

GOOGLE LO SABE TODO DE TI

Ignacio Ramonet. Le Monde Diplomatique

En nuestra vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan nuestra identidad, dejan ver nuestras relaciones, reconstruyen nuestros desplazamientos, identifican nuestras ideas, desvelan nuestros gustos, nuestras elecciones y nuestras pasiones; incluso las más secretas. A lo largo del planeta, múltiples redes de control masivo no paran de vigilarnos. En todas partes, alguien nos observa a través de nuevas cerraduras digitales. El desarrollo del Internet de las cosas (Internet of Things) y la proliferación de objetos conectados (1) multiplican la cantidad de chivatos de todo tipo que nos cercan. En Estados Unidos, por ejemplo, la empresa de electrónica Vizio, instalada en Irvine (California), principal fabricante de televisores inteligentes conectados a Internet, ha revelado recientemente que sus televisores espiaban a los usuarios por medio de tecnologías incorporadas en el aparato.

Los televisores graban todo lo que los espectadores consumen en materia de programas audiovisuales, tanto programas de cadenas por cable como contenidos en DVD, paquetes de acceso a Internet o consolas de videojuegos… Por lo tanto, Vizio puede saberlo todo sobre las selecciones que sus clientes prefieren en materia de ocio audiovisual. Y, consecuentemente, puede vender esta información a empresas publicitarias que, gracias al análisis de los datos acopiados, conocerán con precisión los gustos de los usuarios y estarán en mejor situación para tenerlos en el punto de mira (2).

Esta no es, en sí misma, una estrategia diferente de la que, por ejemplo, Facebook y Google utilizan habitualmente para conocer a los internautas y ofrecerles publicidad adaptada a sus supuestos gustos. Recordemos que, en la novela de Orwell 1984, los televisores –obligatorios en cada domicilio–, “ven” a través de la pantalla lo que hace la gente (“¡Ahora podemos veros!”). Y la pregunta que plantea hoy la existencia de aparatos tipo Vizio es saber si estamos dispuestos a aceptar que nuestro televisor nos espíe.

A juzgar por la denuncia interpuesta, en agosto de 2015, por el diputado californiano Mike Gatto contra la empresa surcoreana Samsung, parece que no. La empresa fue acusada de equipar sus nuevos televisores también con un micrófono oculto capaz de grabar las conversaciones de los telespectadores, sin que éstos lo supieran, y de transmitirlas a terceros (3)… Mike Gatto, que preside la Comisión de protección del consumidor y de la vida privada en el Congreso de California, presentó incluso una propuesta de ley para prohibir que los televisores pudieran espiar a la gente.

Por el contrario, Jim Dempsey, director del centro Derecho y Tecnologías, de la Universidad de California, en Berkeley, piensa que los televisores-chivatos van a proliferar: “La tecnología permitirá analizar los comportamientos de la gente. Y esto no sólo interesará a los anunciantes. También podría permitir la realización de evaluaciones psicológicas o culturales, que, por ejemplo, interesarán también a las compañías de seguros”. Sobre todo teniendo en cuenta que las empresas de recursos humanos y de trabajo temporal ya utilizan sistemas de análisis de voz para establecer un diagnóstico psicológico inmediato de las personas que les llaman por teléfono en busca de empleo…

Repartidos un poco por todas partes, los detectores de nuestros actos y gestos abundan a nuestro alrededor, incluso, como acabamos de ver, en nuestro televisor: sensores que registran la velocidad de nuestros desplazamientos o de nuestros itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial que memorizan la impronta de nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases de datos biométricos de cada uno de nosotros… Por no hablar de los nuevos chips de identificación por radiofrecuencia (RFID) (4), que descubren automáticamente nuestro perfil de consumidor, como hacen ya las “tarjetas de fidelidad” que generosamente ofrece la mayoría de los grandes supermercados (Carrefour, Alcampo, Eroski) y las grandes marcas (FNAC, el Corte Inglés).

Ya no estamos solos frente a la pantalla de nuestro ordenador. ¿Quién ignora a estas alturas que son examinados y filtrados los mensajes electrónicos, las consultas en la Red, los intercambios en las redes sociales? Cada clic, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de nosotros, que se apresura a analizar un imperio en la sombra al servicio de corporaciones comerciales, de empresas publicitarias, de entidades financieras, de partidos políticos o de autoridades gubernamentales.

El necesario equilibrio entre libertad y seguridad corre, por tanto, el peligro de romperse. En la película de Michael Radford, 1984, basada en la novela de George Orwell, el presidente supremo, llamado Big Brother, define así su doctrina: “La guerra no tiene por objetivo ser ganada, su objetivo es continuar”; y: “La guerra la hacen los dirigentes contra sus propios ciudadanos, y tiene por objeto mantener intacta la estructura misma de la sociedad” (5). Dos principios que, extrañamente, están hoy a la orden del día en nuestras sociedades contemporáneas. Con el pretexto de tratar de proteger al conjunto de la sociedad, las autoridades ven en cada ciudadano a un potencial delincuente. La guerra permanente (y necesaria) contra el terrorismo les proporciona una coartada moral impecable y favorece la acumulación de un impresionante arsenal de leyes para proceder al control social integral.

Y más teniendo en cuenta que la crisis económica aviva el descontento social que, aquí o allí, podría adoptar la forma de motines ciudadanos, levantamientos campesinos o revueltas en los suburbios. Más sofisticadas que las porras y las mangueras de las fuerzas del orden, las nuevas armas de vigilancia permiten identificar mejor a los líderes y ponerlos fuera de juego anticipadamente.

Habrá menos intimidad, menos respeto a la vida privada, pero más seguridad”, nos dicen las autoridades. En nombre de ese imperativo se instala así, a hurtadillas, un régimen de seguridad al que podemos calificar de “sociedad de control”. En la actualidad, el principio del “panóptico” se aplica a toda la sociedad. En su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, el filósofo Michel Foucault explica cómo el “Panóptico” (“el ojo que todo lo ve”) (6) es un dispositivo arquitectónico que crea una “sensación de omnisciencia invisible” y que permite a los guardianes ver sin ser vistos dentro del recinto de una prisión. Los detenidos, expuestos permanentemente a la mirada oculta de los “vigilantes”, viven con el temor de ser pillados en falta. Lo cual les lleva a autodisciplinarse… De esto podemos deducir que el principio organizador de una sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la presión de una vigilancia ininterrumpida, la gente acaba por modificar su comportamiento. Como afirma Glenn Greenwald: “Las experiencias históricas demuestran que la simple existencia de un sistema de vigilancia a gran escala, sea cual sea la manera en que se utilice, es suficiente por sí misma para reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata” (7).

Hoy en día, el sistema panóptico se ha reforzado con una particularidad nueva con relación a las anteriores sociedades de control que confinaban a las personas consideradas antisociales, marginales, rebeldes o enemigas en lugares de privación de libertad cerrados: prisiones, penales, reformatorios, manicomios, asilos, campos de concentración… Sin embargo, nuestras sociedades de control contemporáneas dejan en aparente libertad a los sospechosos (o sea, a todos los ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la contención física.

A veces, esta vigilancia constante también se lleva a cabo con ayuda de chivatos tecnológicos que la gente adquiere libremente: ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, abonos de transporte, tarjetas bancarias inteligentes, tarjetas comerciales de fidelidad, localizadores GPS, etc. Por ejemplo, el portal Yahoo!, que consultan regular y voluntariamente unos 800 millones de personas, captura una media de 2.500 rutinas al mes de cada uno de sus usuarios. En cuanto a Google, cuyo número de usuarios sobrepasa los mil millones, dispone de un impresionante número de sensores para espiar el comportamiento de cada usuario (8): el motor Google Search, por ejemplo, le permite saber dónde se encuentra el internauta, lo que busca y en qué momento. El navegador Google Chrome, un megachivato, envía directamente a Alphabet (la empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario en materia de navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy precisas de las consultas de los internautas en la Red. Google Plus recoge información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos. El servicio DNS (Domain Name System, o Sistema de nombres de dominio) de Google analiza los sitios visitados. YouTube, el servicio de vídeos más visitado del mundo, que pertenece también a Google –y, por tanto, a Alphabet–, registra todo lo que hacemos en él. Google Maps identifica el lugar en el que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué itinerario… AdWords sabe lo que queremos vender o promocionar. Y desde el momento en que encendemos un smartphone con Android, Google sabe inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google lo sabe todo de nosotros. Y, según Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las autoridades estadounidenses…

En otras ocasiones, los que espían y rastrean nuestros movimientos son sistemas disimulados o camuflados, semejantes a los radares de carretera, los drones o las cámaras de vigilancia (llamadas también de “videoprotección”). Este tipo de cámaras ha proliferado tanto que, por ejemplo, en el Reino Unido, donde hay más de cuatro millones de ellas (una por cada quince habitantes), un peatón puede ser filmado en Londres hasta 300 veces cada día. Y las cámaras de última generación, como la Gigapan, de altísima definición –más de mil millones de píxeles–, permiten obtener, con una sola fotografía y mediante un vertiginoso zoom dentro de la propia imagen, la ficha biométrica del rostro de cada una de las miles de personas presentes en un estadio, en una manifestación o en un mitin político (9).

A pesar de que hay estudios serios que han demostrado la débil eficacia de la videovigilancia (10) en materia de seguridad, esta técnica sigue siendo refrendada por los grandes medios de comunicación. Incluso una parte de la opinión pública ha terminado por aceptar la restricción de sus propias libertades: el 63% de los franceses se declara dispuesto a una “limitación de las libertades individuales en Internet en razón de la lucha contra el terrorismo” (11).

Lo cual demuestra que el margen de progreso en materia de sumisión es todavía considerable…

NOTAS
(1) Se habla de “objetos conectados” para referirse a aquellos cuya misión primordial no es, simplemente, la de ser periféricos informáticos o interfaces de acceso a la Web, sino la de aportar, provistos de una conexión a Internet, un valor adicional en términos de funcionalidad, de información, de interacción con el entorno o de uso (Fuente: Dictionnaire du Web).
(2) El País, 2015.
(3) A partir de entonces, Samsung anunció que cambiaría de política, y aseguró que, en adelante, el sistema de grabación instalado en sus televisores sólo se activaría cuando el usuario apretara el botón de grabación.
(4) Que ya forman parte de muchos de los productos habituales de consumo, así como de los documentos de identidad.
(5) Michael Radford, 1984, 1984.
(6) Inventado en 1791 por el filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham.
(7) Glenn Greenwald, Sin un lugar donde esconderse, Ediciones B, Madrid, 2014.
(8) Véase “Google et le comportement de l’utilisateur”, AxeNet (http://blog-axe-net-fr/google-analyse-comportement-internaute).
(9) Véase, por ejemplo, la fotografía de la ceremonia de la primera investidura del presidente Obama, el 20 de enero de 2009, en Washington (http://gigapan.org/viewGigapanFullscreen.php?auth=033ef14483ee899496648c2b4b06233c).
(10) “‘Assessing the impact of CCTV’, el más exhaustivo de los informes dedicados al tema, publicado en febrero de 2005 por el Ministerio del Interior británico (Home Office), asesta un golpe a la videovigilancia. Según este estudio, la debilidad del dispositivo se debe a tres elementos: la ejecución técnica, la desmesura de los objetivos asignados a esta tecnología y el factor humano”. Véase Noé Le Blanc, “Sous l’oeil myope des caméras”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2008.
(11) Le Canard enchaîné, París, 15 de abril de 2015.