23 de febrero de 2012

DE QUÉ VA ESTA CRISIS

Joaquín Arriola. rpublica.org

Los análisis de la crisis que proliferan últimamente se centran en la dimensión financiera o macroeconómica de la misma. Se suele señalar como “culpable” de la crisis a un largo periodo de incremento del crédito que, unido a la liberalización financiera, ha permitido crear un mercado financiero mundial que ha alimentado burbujas especulativas en el sector inmobiliario e inflación de activos. Tras varios episodios de crisis financiera (caracterizadas por el hundimiento de los precios de activos del capital ficticio y situaciones de insolvencia bancaria que se trasladan a destrucción de empleo y capital productivo con mayor o menor virulencia, y de impacto sobre todo regional (Países Nórdicos 1991, Japón 1992, México 1995, Tigres y Dragones de Asia 1997, Rusia 1998, dotcom 2001…), en agosto de 2007 se produce una crisis financiera en Estados Unidos que a finales de 2008 se traslada al conjunto de las economías desarrolladas, articuladas en el negocio bancario internacional. Ese momento es señalado como el del inicio de “la crisis” por antonomasia.

Sin embargo, las crisis se sitúan en los principios del funcionamiento del sistema económico vigente basado en los mercados privados de trabajo, crédito y bienes. Su expresión más evidente es la caída de la tasa media de ganancia o de rentabilidad del capital, que obedece, en última instancia, a la constante tendencia del capital de reducir los trabajadores ocupados a tiempo completo y con plenos derechos y sustituirlos por máquinas. En breves términos, ese fenómeno no daña la producción a corto plazo, porque el creciente aumento de la tecnología de los procesos se combina con una expansión general de la actividad basada en la inversión productiva. A largo plazo, sin embargo, el proceso de tecnologización se traduce en una relación inversión/ocupación siempre mayor, que, y esto es lo fundamental, no se compensa por aumentos de la productividad equivalentes. En consecuencia, la presión sobre la rentabilidad de la inversión se traduce en crisis recurrentes y en seguida en reducciones salariales y despidos, y a continuación en caídas de la demanda que presionan todavía más a la baja la rentabilidad de la inversión.

Es de ese modo que, en forma periódica, el modo de producción capitalista genera un exceso de producción como consecuencia de su constante objetivo de poder alcanzar un nivel de ganancia siempre mayor, que a corto plazo se obtiene mediante la tecnificación, pero que a largo plazo pasa por una desvalorización masiva del capital, con cierre de empresas y líneas de producción que abastecen a una demanda insolvente, una crisis que conduce al establecimiento de un nuevo camino de crecimiento cuantitativo y de expansión del capital sobre la base de la reconstrucción y el relanzamiento de otras actividades inaugurando un nuevo ciclo de acumulación más o menos regular, hasta el siguiente batacazo.

Lo que expresa la crisis es la dificultad que está encontrando el sistema para reconstruirse, generando una fase de acumulación más o menos estable. Por tanto, son ya varias décadas instalados en la crisis global y la crisis financiera no es sino el síntoma de que las pretendidas soluciones aplicadas desde los años ochenta no eran tales.

Crisis estructural
Ya en los primeros años 70 la crisis internacional de acumulación adquiere un carácter fuertemente estructural. Hay varios factores que señalan cierto agotamiento del fordismo hacia finales de los años sesenta. Por un lado, la saturación del mercado sobre la base de los productos existentes introducidos de forma masiva al final de la segunda guerra mundial. Cuando los habitantes de los países centrales empiezan a tener todos los artículos necesarios de consumo (TV, lavadoras, teléfono, vacaciones pagadas, etc.), se comienza a producir una ralentización en las ventas y por lo tanto en el crecimiento. El mercado potencial que son las grandes mayorías empobrecidas de los países periféricos, no están incorporados al consumo porque su función en el modelo de desarrollo fordista consiste precisamente en trabajar a cambio de un ingreso de subsistencia, y producir a bajo coste las materias primas y algunos bienes de lujo y de consumo obrero que se demandan desde los países centrales. Es sintomático que desde el desencadenamiento de la crisis, a principios de los setenta, solo dos productos nuevos se han incorporado al consumo masivo de los hogares de los países desarrollados: el video y el ordenador, y donde más cambios se observan es en el contenido de los productos, más que en la aparición de nuevos productos con nuevas funciones: transistores por chips, acero por plástico, cobre por fibra óptica etc.

Otro factor fundamental fue la redistribución del poder en el interior de la fábrica desde el capital hacia el trabajo. Una de las características del modelo es que se alcanzó de hecho el pleno empleo de la fuerza de trabajo. Aunque esta característica solamente abarcó al 20% de la población mundial y durante un lapso de tiempo de no más de dos décadas, entre 1948 y 1968 –en los otros doscientos años del capitalismo, antes y después, no ha existido el pleno empleo de la fuerza de trabajo, de modo que este rasgo es una rareza. Pese a las limitaciones temporales y espaciales del fenómeno, su combinación con el fortalecimiento de los sindicatos y al crecimiento de la negociación colectiva facilitó la organización de la resistencia obrera frente a los cambios tecnológicos en curso. Esto se tradujo, entre otros, en los siguientes acontecimientos:

- Aumento de las tasas de absentismo laboral
- Rechazo a la tecnología de la cadena de montaje y el control numérico de las máquinas
- Sabotajes a la propia cadena de montaje y a las máquinas automáticas
- Reducción impuesta por los trabajadores de los ritmos de trabajo

Como resultado, la disminución progresiva de la productividad, unida al aumento constante de los salarios, da lugar a la consiguiente reducción del excedente empresarial y de la rentabilidad.
Otro elemento que influye en el proceso de crisis es el aumento de los precios de las materias primas en 1973. Hasta ese momento había unos altos costes salariales unido a una productividad creciente y a unos costes bajos de las materias primas. Esta situación cambia, y el aumento de los precios de las materias primas, en particular la energía (petróleo) agrava la crisis de rentabilidad iniciada con la ralentización de la productividad a finales de los sesenta y las ganancias de las empresas se van a pique, por lo que muchos países experimentan incluso unos PIB anuales negativos – es decir, que. no solo no crecen, sino que se encoge su economía.

Esta sucesión de acontecimientos es enfrentada por los gobiernos de la época con los recursos a los que están acostumbrados: como se experimenta severas recesiones, se aplican las recetas tradicionales de aumento del gasto público para contrarrestar la caída de la economía. Pero como la crisis es de largo plazo, el incremento del gasto, unido a la disminución o ralentización de los ingresos, desembocó en una crisis fiscal del Estado.

A partir de 1980 se produce un cambio fundamental. Una nueva conciencia se va adueñando de los líderes del mundo capitalista, que aceptan las dimensiones estructurales de la crisis y las interpretan a su manera.: el neoliberalismo se presenta como la estrategia más adecuada para resolver la pandemia reinante. Las medidas más importantes aplicadas han sido orientadas en cuatro direcciones:

A. Rearme ideológico
Continuar la guerra fría con el rearme ideológico del proyecto conservador significa pasar de la lucha defensiva interna, Estado social “keynesiano”, a la lucha ofensiva interna: postmodernismo, nuevo individualismo y combatir el espacio ocupado por el comunismo, utilizando la penetración de los nuevos medios de comunicación de masa (cine, música, televisión, videos, etc.).
Un factor político clave en el triunfo del neoliberalismo, con importantes consecuencias en el panorama político mundial, ha sido la victoria estadounidense sobre la Unión Soviética en la carrera armamentística. Estados Unidos debe este hecho a que los recursos destinados a los armamentos se obtienen disminuyendo los beneficios sociales.

Resulta paradójico que aquellos que han visto vacilar las propias ideas con la caída del sistema soviético hayan investigado tan poco sobre las causas reales de esta derrota. La crisis del sistema soviético reside en sus limitaciones políticas, y no en el hecho que su sistema de organización económica fuese menos eficiente que el capitalista.

El nuevo individualismo se fundamenta en la creación de una sociedad de consumo de masas internacional; para realizar esto se fragmenta internacionalmente la clase obrera que se había unificado política y culturalmente en el contexto nacional (ahora una parte de la clase obrera textil alemana está formada por trabajadores que trabajan en Singapur y Malasia; una parte de la clase obrera del sector del automóvil en Estados Unidos está compuesta por trabajadores mejicanos o argentinos de la Ford, etc.).

B. Rearme militar
En Estados Unidos la carrera armamentística forma parte del sistema de acumulación del capital. Esta ha servido al funcionamiento del sistema capitalista, desde el punto de vista de la acumulación, ya que ha logrado transformar el empeño militar en producción de bienes y servicios para la distribución universal. Las inversiones militares han sido financiadas con el presupuesto público y el Pentágono sigue siendo la unidad económica planificada más grande del mundo. En estos últimos años los Estados Unidos han vuelto a tener una cuota de alrededor de un cuarto del PIB global gracias a los gastos militares. Estados Unidos es consciente de que, sin hegemonía militar, no podrían imponer al mundo el financiamiento de sus déficit, que le permite mantener la posición guía incluso en el campo económico, pero de modo absolutamente artificial, ficticio, sin ninguna base estable ni estructural en ningún fundamento macroeconómico sólido. Una disminución de los gastos militares en Estados Unidos implicaría hoy una crisis profunda y aún más aguda del sistema económico americano total y agravaría la ya sistémica y violenta crisis económica.

La única salida de la gestión de la crisis es, según parece, la del mantenimiento de la demanda y del dominio capitalista en una especie de “macartismo globalizado”, es decir, desarrollar, una vez más, un keynesianismo militar como tentativa para resolver las dificultades de relanzamiento productivo.

De hecho, todas las grandes crisis se han resuelto inicialmente acudiendo a la planificación del gasto y de la inversión que supone el militarismo. Por ejemplo, la crisis económica de finales del XIX se resuelve con la primera guerra mundial, cerrando la fase del imperialismo inglés. La crisis de los primeros años 20 registra su manifestación más evidente con la explosión de la burbuja financiera del 29, que golpea la capacidad de crédito y hace precipitar la demanda real, y no se resuelve simplemente con el New Deal en 1933; se soluciona definitivamente con la segunda guerra mundial, cuando se abre la fase de reconstrucción de post guerra, que pone al centro el poder político y económico a los Estados Unidos.

La “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan y la guerra contra Iraq de Bush son dos manifestaciones de la búsqueda de reconstruir el keynesianismo militar como salida a la crisis. La propia UE trata de afirmarse en términos de expansión geográfica, pero también manu militari (basta recordar la “guerra humanitaria” de los demás gobiernos de centro izquierda europeos para destruir Yugoslavia y despejar el campo a la llegada de los gasoductos y de los corredores económicamente estratégicos al corazón de Europa, y el esfuerzo de generar una industria militar europea también con fines civiles (EADS).

C. El fin del pacto social
En los países desarrollados, el pacto social del período post bélico entre el capital y el trabajo se fundamentó en el miedo al comunismo, o sea, por la eventualidad de perder nuevos territorios y poblaciones para la acumulación del capital. En este contexto, el modelo de keynesianismo social juega un rol de amortiguador en el conflicto capital-trabajo, ya que está preparado para redistribuir ingresos a los trabajadores. Estos últimos, gracias a la fuerza expresada por el gran ciclo de luchas laborales exitosas de los años 50 y 60, conquistan mayor capacidad adquisitiva y por lo tanto una fuerte propensión al consumo apoyada en los propios salarios; con esta alta capacidad de compra se logra incluso crear fuentes abundantes de ahorro destinado, a través de los bancos, a facilitar el endeudamiento de las empresas para efectuar inversiones y por lo tanto apoyar el ciclo de acumulación del capital.


Desaparecido el miedo del capital hacia el comunismo, la fuerza política de los trabajadores, que buscaba imponer la propia participación en la distribución de la riqueza social generada, se debilita considerablemente, gracias también a la deriva adaptativa y moderada de los partidos y de las organizaciones históricas del movimiento obrero. Así, se va facilitando la puesta en marcha de otros componentes del ajuste neoliberal, como la flexibilización salarial y de empleo y la desreglamentación legal, (es decir la inseguridad institucionalizada), la reducción del conjunto de normas que regulan el funcionamiento de la economía y las privatizaciones, es decir la limitación de la capacidad de intervención directa en la economía del Estado y del sector público.

El Estado se aleja progresivamente de cualquier forma de participación social efectiva y se pone al servicio de la recuperación de la rentabilidad empresarial (políticas de ”desreglamentación y competitividad”, de “ajustes y privatizaciones”), para menoscabar duramente el poder de los trabajadores y de los sindicatos (lo que a continuación ha sido denominad política de la “flexibilidad”). Esta medida económica ha sido completada con la activación de nuevas tecnologías de automatización de los procesos de producción, que han reducido, en forma drástica, la necesidad de trabajo y por lo tanto han reducido decididamente el costo del trabajo.

La flexibilización es también un componente de desreglamentación, que consiste en reducir los obstáculos al despido y facilitar al mismo tiempo la contratación parcial. A su vez, se busca sustituir la flexibilización salarial ligada a la negociación colectiva por la individualización salarial para reforzar la disciplina en el trabajo, de modo que aumente la productividad individual; esto lleva a la legitimación legal a través de las decenas de modelos de contratos del trabajo denominado atípico, es decir precario, que se traducen en una creciente decadencia de grupos sociales enteros, a un empobrecimiento de clases sociales que se consideraban inmunes a cualquier crisis de sistema.

D. La globalización
En términos generales, se puede definir la globalización como un proceso a escala mundial de redistribución del poder entre clases sociales (de los trabajadores hacia los capitalistas) y entre territorios (de las zonas rurales a las urbanas (China, o las nuevas perespectivas finacieras de la UE 2007-2013 lo ejemplifican: menos poder a la PAC, más poder a la política de competitividad/I+D.), de las periferias de las ciudades a los centros de negocios (la gentrificacion, anglicismo que denota la revalorización del precio del suelo y la expulsión de los residentes de menos ingresos de los centros urbanos, refleja esta transferencia de poder), de las regiones menos desarrolladas a las más desarrolladas, de las periferias a los centros). Así por ejemplo, en la Unión Europea las disparidades regionales de renta no se reducen (a diferencia de lo que ocurre con las medias nacionales, que sí se aproximan), y eso a pesar de las importantes trasferencias implicadas en los fondos estructurales. Obviamente, a escala internacional, sin transferencias del centro a las periferias de ningún tipo, no es de extrañar que las diferencias se hayan incrementado: en 1960 el 10% de la población mundial en los países más ricos tenía una renta media 46 veces mayor que el 10% de la población en los países más pobres (11.080 US$ frente a 256 US$ dólares constantes de 1995). En 2000 la diferencia era de 144 veces (35.210 US$ frente a 245 US$ : los más pobres se empobrecieron en esos 40 años, mientras los más ricos multiplicaron tres veces su riqueza). (Datos calculados a partir de World Development Indicators 2004).

Un proceso que reconoce la propia OCDE -el club de los países industrializados-, que recientemente constató estadísticamente un periodo largo de deterioro de la participación de las rentas del trabajo (asalariado y autónomo) en el PIB de todos los países desarrollados. En treinta años, el trabajo en los países centrales ha perdido diez puntos de participación en el PIB. Esto significa que, cada año, el capital genera más plusvalía, por un volumen equivalente a 5 billones de dólares (a precios de 2008), de la que ingresaba treinta años antes, no como consecuencia de una desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, sino mediante una modificación estructural de la distribución del ingreso.

Así, mientras el número de asalariados ha aumentado más de un 20% en los países de la OCDE desde 1993, las rentas salariales y cotizaciones sociales sólo lo han hecho en términos constantes en un 10%. Por el contrario, el consumo y la inversión rentista, no productiva, de los capitalistas, ¡han aumentado en un 211%! Estas rentas del capital, que solo para el año 2008 equivalen a cerca de 1,7 billones de euros (más que toda la economía italiana de ese año, de 1,6 billones) no se han destinado a mejorar la productividad (la inversión privada en capital fijo en la OCDE fue de 8 billones de euros en 2008), sino a perseguir su multiplicación en forma de rentas de la propiedad por medio de su inversión en activos sometidos a un proceso acelerado de revalorización especulativa, proceso que ha encontrado su límite con el agotamiento del ciclo especulativo desde el verano de 2007.

Estos procedimientos de gestión de la crisis, aplicados desde los años ochenta, pretendían recomponer la tasa de beneficios y relanzar la acumulación a escala global. Sin embargo, la crisis financiera anuncia el fracaso de esta estrategia. EL volumen de crédito se amplió enormemente en los últimos quince años, sobre la base de que la estrategia puesta en marcha iba a rendir sus frutos, es decir que el relanzamiento de la acumulación permitiría pagar las deudas. Pero esa esperanza no se cumplió: el PIB mundial creció en los setenta menos que en los sesenta, pero tras la primera dosis de medicina neoliberal, en los ochenta creció aun menos que en la década anterior, y en los noventa menos que en los ochenta. Tan sólo las deslocalizaciones permitieron un crecimiento extensivo de la acumulación en China y otras plataformas de la fábrica mundial, insuficiente para compensar el estancamiento de los países centrales.
Por eso, la crisis financiera de la primera década del siglo XXI es expresión de la vía muerta en que se encuentra el sistema social vigente. Lo que resulta paradójico es que tras tres décadas de fracaso, se insista en la misma vía para intentar solucionar los problemas.

22 de febrero de 2012

EN EL LABORATORIO DE LA PRODUCCIÓN BURGUESA

Alejandro Nadal. La Jornada

Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de la crisis global. Los economistas heterodoxos y post-Keynesianos han hecho importantes contribuciones. Pero parece que siempre se les queda algo crucial en el tintero. Las perspectivas de corte marxista sobre los orígenes y evolución de la crisis son claves para suplir estas lagunas y completar nuestra comprensión de la naturaleza de la crisis.

Los enfoques de Marx sobre las crisis del capital se encuentran diseminados en muchos trabajos (entre los que destaca la Contribución a la crítica de la economía política, los Gründrisse y, por supuesto El Capital y las Teorías sobre la plusvalía). Pero en todos existe un hilo conductor: la crisis no es una patología del capital, es resultado de las contradicciones que le definen como modo de producción históricamente determinado. La crisis está íntimamente ligada a la lucha de clases.

El descalabro en el sector de las hipotecas chatarra en Estados Unidos es sólo un eslabón en una cadena que arranca de acontecimientos que arranca en los años setenta con la caída en la tasa de ganancia en Estados Unidos y Europa. Ese fenómeno ha sido estudiado y corroborado por muchos autores, entre los que destacan Gérard Duménil y Dominique Lévy, Michel Husson, Anwar Shaikh, Fred Moseley, James Crotty y Robert Brenner. Un estudio econométrico interesante es el de Basu y Manolakos (scholarworks.umass.edu).

Las causas de esta caída en la tasa de ganancia son objeto de un acalorado debate. En todas las interpretaciones, la lucha de clases está presente. Algunos autores prefieren la interpretación en términos de un incremento en la composición orgánica del capital (mayor mecanización para incrementar la productividad), mientras que otros se inclinan por los incrementos en salarios o la relación entre trabajo productivo e improductivo.

Frente a la reducción en la rentabilidad, la clase capitalista reacciona con gran fuerza y busca por todos los medios reducir el salario real. En este proceso se desencadena una gran ofensiva en contra de los sindicatos a partir de 1971-73. Más tarde se complementa esto con la contratación temporal, la segmentación del proceso productivo, y hasta la colocación de plantas enteras en países con bajos costos laborales (eufemismo que significa salarios miseria).

La clase capitalista tuvo gran éxito en su ofensiva. El salario real se estancó desde los años setenta y la clase trabajadora tuvo que compensar esa pérdida con mayor endeudamiento. Para decirlo de otra manera, el salario dejó de ser importante y el endeudamiento le reemplazó como principal referente para la reproducción de la fuerza de trabajo. La medida del triunfo del capital está en la magnitud de la crisis global que hoy hunde a las economías capitalistas.

La reducción en la rentabilidad en los años setenta generó incentivos para la especulación en el sector financiero. Para el capital, la producción es un mal necesario; su sueño es pasar directamente a la rentabilidad sin tener que contratar trabajadores y comprar medios de producción. Por eso, según Marx, todas las naciones capitalistas son periódicamente presa de un deseo febril de producir ganancias sin tener que pasar por la producción. Pero faltaban los caminos para cumplir este deseo.

El colapso del sistema de Bretton Woods (de paridades fijas) aumentó el riesgo cambiario para los capitalistas, pero también abrió un enorme campo de acción para la especulación en los mercados de divisas. La liberalización financiera permitiría el pleno aprovechamiento de este terreno. Una consecuencia directa de esta combinación es el surgimiento del monstruo financiero que hoy domina no sólo a la política macroeconómica, sino que pone de rodillas a estados completos.

La interpretación marxista de la crisis entreteje una iluminadora narrativa que va desde la lucha de clases en el interior del laboratorio secreto de la producción burguesa (fórmula de Marx al iniciar su análisis del proceso de producción capitalista) hasta la circulación general y la expansión del sector financiero, pasando por la evolución de la tasa de ganancia y la inversión. Este análisis integra también el papel del Estado y del gasto público en la reproducción del ciclo del capital. Se comprende así la naturaleza suicida de las políticas de austeridad que hoy se imponen en beneficio del capital financiero.

Los problemas teóricos que ha enfrentado el análisis marxista, en especial en lo que se refiere al problema de la transformación de valores en precios de producción no debe impedir recurrir a la rica perspectiva analítica marxista para comprender la naturaleza de la crisis actual.

El capital tiene sus propias interpretaciones sobre sus crisis y ciclos. Están destinadas a facilitar la intervención en el terreno de la política económica. La perspectiva desde un análisis marxista tiene un objetivo diferente: revelar a la clase trabajadora las fuerzas con las que puede deponer y remplazar al capital.

LA SUITE DE HITLER

Higinio Polo. El Viejo Topo

Weimar, la ciudad de Goethe, Schiller y la Bauhaus, donde se gestó la constitución alemana de entreguerras tras la desaparición del imperio, descansa bajo la colina del Ettersberg. Es un lugar singular, provinciano, tranquilo, el más célebre de los burgos de Turingia. Habitada por Goethe, Schiller, Nietzsche (que vivió aquí sus últimos años, enfermo, al cuidado de su hermana Elisabeth), Liszt, Gropius, es una amable y culta ciudad, y su estación de ferrocarril se abre a una plaza sosegada que respira la calma de provincias, aunque el visitante avisado no pueda evitar un estremecido recuerdo: por esas mismas vías llegaban los transportes de prisioneros que la maquinaria nazi enviaba a la muerte, pasaban los trenes repletos de presos tratados como ganado, que se dirigían después al campo de concentración, o que llevaban a miles de víctimas a los campos de exterminio para ser eliminadas. En el punto más alto del Ettersberg, refugio en otro tiempo de la más excelsa poesía alemana, puede verse hoy un grupo escultórico erigido en memoria de la resistencia de Buchenwald, porque el campo de concentración está a escasos kilómetros de Weimar, en esa misma colina donde Goethe paseaba con Eckermann.

En el núcleo de la ciudad vieja, Marktplatz, se encuentra la Neptunbrunnen y el Rathaus, y, al lado, un antiguo hotel de lujo, el Elephant, frecuentado por viajeros adinerados: fue fundado en 1696, y lo visitaron Goethe y Schiller, Johan Sebastian Bach, Wagner y León Tolstói, Thomas Mann y Walter Gropius. En el vestíbulo del hotel puede verse un dibujo del rostro de una mujer. Es de Otto Dix, de 1924, el año en que Hitler cumplió unos meses de cárcel por el putsch de Múnich y que aprovechó para escribir Mein Kampf. El pintor, comunista, no podía saber que Hitler visitaría Weimar por primera vez en 1925 y que se pasearía muchas veces por el mismo vestíbulo donde ahora se encuentra su rostro de mujer. Por las salas y pasillos del Elephant pueden verse imágenes de Alma Mahler y Walter Gropius, fotografías de Günter Grass o de Imre Kertész . También se alojó aquí Jorge Semprún, cuando volvió a Weimar muchos años después de su encierro en Buchenwald. Escrito en una pared, se lee el pasaje donde Thomas Mann cita al Elephant, y a Mager, ese singular y redicho conserje que recibe a los huéspedes en Carlota en Weimar, que publicó antes de la catástrofe, en 1939. Y, un poco más allá, se ve una referencia de Walter Benjamin al hotel, de 1928. Y otra de Thackeray, de 1848. Y fotografías de Angela Merkel, Vladimir Putin, Gerard Schröder, Sting, y otros. El establecimiento tiene también una suite Thomas Mann, a quien muestra en una fotografía sentado en un coche descapotable, aclamado por las muchachas de Weimar, en 1949.

Existe otra suite más inquietante, en el número 100, que hoy se llama suite Lyonel Feininger, en honor de un pintor germano-norteamericano que colaboró con Gropius en la Bauhaus. Hitler estuvo alojado en ella, y no por casualidad. A Hitler le gustaba Weimar: visitó decenas de veces la ciudad, y siempre se hospedaba en el hotel Elephant. De hecho, fue en Turingia donde los nazis consiguieron tener su primer gobierno regional. Se conserva una fotografía donde el dictador nazi aparece en la fachada del Elephant, en 1926, cuando aún era un oscuro agitador fascista, aunque ya conocido por el pueblo alemán, junto a otros nazis de aspecto fiero, bajo una bandera con la svástica dispuesta en la portada del hotel, y otra, tomada el mismo día, con Hitler de pie en un coche descubierto, con el brazo en alto. Entre quienes le rodean, están Rudolf Hess, Hermann Göring y Fritz Sauckel . En otra imagen, tomada en 1932, lo vemos en el interior del Nietzsche-Archiv de la Humboldtstrasse, junto a una ventana, y, aún, ante el Deutschen Nationaltheater frente a las estatuas de Goethe y Schiller, las glorias de la ciudad. También podemos verlo, visitando la casa de Schiller, o la de Goethe.

En marzo de ese año, Hitler lanzó un discurso incendiario en la Marktplatz durante la campaña para las elecciones de 1932, y el 15 de enero de 1933 habló desde el mismo hotel Elephant a una multitud de diez mil personas congregadas en la plaza, cuando estaba a punto de culminar una larga marcha: apenas faltaban unos días para que fuera nombrado, por Hindenburg, canciller alemán. Después, llegarían los días en que la dirección del hotel llenaría la fachada de insignias y banderas nazis. La fotografía de Hitler asomándose a la ventana que daba a la marquesina del hotel ilustra ese momento de gloria para él, recogido también en una pintura de Walter Preiβ, de 1938, con Hitler apoyado en el alféizar y las tropas nazis llenando la plaza, en formación. A unos kilómetros, en la colina del Ettersberg, ya habían construido el campo de concentración de Buchenwald. La marquesina ya no existe, porque realizaron reformas en el hotel: hoy, en el balcón que da a la Marktplatz, la dirección del establecimiento suele poner estatuas de Goethe y Schiller, o de Walter Gropius y Alma Mahler, pero la sombra del dictador nazi parece persistir, por más que el hotel esconda que se instalaba siempre en la suite número cien, y que el balcón que hoy celebra la literatura y el arte es el mismo lugar desde donde Hitler lanzaba discursos incendiarios a la multitud.

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Hablar de Weimar es hablar de Goethe, es decir, de la gran cultura alemana. La fachada de la casa del poeta en Weimar está en el Frauenplan, y el magnífico jardín posterior da al Ackerwand. Casi medio siglo estuvo el escritor entre estas paredes, desde 1782, primero como inquilino, después, como propietario, gracias a la benevolencia del duque Carl August de Sajonia-Weimar-Eisenach, que le regaló la mansión. El duque, hombre aficionado al trato con escritores y artistas, se relacionó en Weimar, además de con Goethe, con Schiller, Herder, Wieland. La casona tiene un patio empedrado en la entrada, encalado de amarillo. Al lado, el curioso se encuentra un carruaje de caballos, con dos faroles en el pescante y el interior acolchado, como era costumbre para los privilegiados en el siglo XIX. Las dieciocho habitaciones acumulan conjuntos de arte, polvo y nostalgia. Además de los muebles del escritor, se guardan sus colecciones, dibujos y pinturas, cerámicas, yesos, monedas y objetos. Dicen los guardianes de la mansión que la mayoría de los objetos expuestos es hoy casi la misma que hace dos siglos. La pasión de Goethe por la antigüedad clásica, que comenzó a cultivar leyendo a Winckelmann, inunda el edificio, que es uno de los centros de la cultura alemana, con el resto de Weimar. Desde aquí, de su relación con Schiller, de la mutua influencia con Jena, surgió la poesía clásica alemana, junto a la obra de Hölderlin, Heinrich von Kleist, Jean Paul, Herder, Caroline von Wolzogen, y esa circunstancia, tan estimada por la moderna Alemania, hace más siniestra, si cabe, la proximidad de los campos de la muerte, de forma que Weimar y Buchenwald son ya inseparables.

Goethe tuvo antes otra casa, en el Park an der Ilm, también financiada por el duque, para quien trabajó durante toda su vida, al principio como asesor y después en una responsabilidad de Estado que hoy llamaríamos primer ministro. El gran jardín posterior de la casa, tapiado y oculto a las miradas de la calle, está cubierto de césped húmedo y fragante, y cuenta con pequeños huertos que, al decir también de los guardas, servían para alimentar a la familia del poeta, y que hacen pensar, aunque no tengan relación, en los huertos que cultivaban los SS en Buchenwald. En un extremo, hay una casita cerrada, la antigua vivienda del huerto de Ackerwand, donde se vislumbran armarios con cajonera para clasificar minerales, porque Goethe la utilizó para guardar su colección de piedras. Goethe era un coleccionista y toda la mansión está llena de objetos y cachivaches. Los suelos son de madera, que cruje a cada paso del visitante, creando una sensación de tiempo despojado, de lamento por los siglos transcurridos.

En la que llaman sala amarilla hay dibujos de frisos clásicos, unas enormes cabezas que Goethe trajo de Italia, copias traídas de su viaje, que inició el 3 de septiembre de 1786 y acabó en abril de 1788. En el pequeño comedor, que después utilizó como “gabinete de grabados”, y que cuenta hoy con un armario clasificador y copias en yeso de obras clásicas, era donde comía la familia. Al lado, una pieza comunica las dos partes de la mansión, y en ella se encuentran los bustos de Herder y Schiller, y placas con más copias. En la antecámara, antes de llegar a las habitaciones familiares, se aprecian retratos de Goethe, de su mujer y su familia, y, junto a ella, el gran salón (que no es tan grande), con más retratos del poeta, de la familia, con dibujos hechos por Goethe. En uno de los esbozos, creo ver el llamado “roble de Goethe”, como quisieron los prisioneros del campo de concentración de Buchenwald, con un personaje durmiendo bajo el árbol.

Junto a él, se encuentra otro salón con objetos de su esposa: un canapé, un armario con figuritas, una mesita con dos butacas, y, contigua, una pequeña estancia con la cocina donde mantenían calientes los platos antes de servirlos, en una estufa vertical con departamentos. El visitante se entretiene con las colecciones de mayólica y husmea en una sala de música, llamada de Junon, que da a la plaza, y que cuenta con un piano (un Streicher, de Viena), un sofá, mesa y sillas, y una sala de recepción donde se encuentra el enorme busto de la Juno Ludovisi, una copia de la existente en la colección del cardenal Ludovico Ludovisi. Desde ella, se entra en la sala de Urbino, con el gran retrato del duque de Urbino, y un pequeño cuadro de Lucas Cranach el joven, que representa al joven Juan Federico II de Sajonia. Aún, otra antecámara, con armarios repletos de minerales y un reloj procedente de la casa familiar del poeta en Frankfurt, antes de llegar a la habitación donde trabajaba, con unos ciento cincuenta libros, objetos de historia natural y muchos souvenirs. La sala mira al jardín, y en ella hay un globo terráqueo, una mesa central y un escritorio. Al lado, Goethe tenía la biblioteca privada; en realidad, algo parecido a un almacén, que permanece cerrada a los visitantes. Hay en ella unos siete mil libros, apilados en estanterías, incluso en medio de la pequeña y alargada estancia, donde se acumulan los libros en más de veinte lenguas, sobre arte, literatura, ciencias naturales. Finalmente, se encuentra la habitación de dormir, que comunica con la oficina de trabajo, que fue utilizada por Goethe durante sus últimos años: en ella murió el 22 de marzo de 1832. Cuenta con una butaca junto a la cama, un antifaz colgado del techo para taparse los ojos, una mesita, que subrayan la melancolía del tiempo que se fue.

En esas salas, Goethe recibía a sus amigos, disfrutaba de su gloria, conspiraba, urdía acuerdos, pensaba en su encuentro con Napoleón, recordaba los días italianos, definía sus actos de gobierno y sus versos de poeta. Cerca, por la colina del Ettersberg, el poeta paseaba con Eckermann, que escribió sus recuerdos de las Conversaciones con Goethe. Los retorcidos caminos de la historia hicieron que León Blum (presidente del gobierno francés y deportado en Buchenwald) escribiese muchos años antes de imaginar que sería prisionero del nazismo, un libro que tituló Nouvelles conversations de Goethe avec Eckermann, y que lo encerrarían en los mismos parajes del bosque donde habían conversado tantas veces los dos poetas.

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Desde la Goetheplatz de Weimar, se llega a Buchenwald pasando por la Ettersburgerstraβe, una tranquila carretera que se dirige al norte y que conduce al infierno: un tramo de la vía fue construido por los presos y recibió el nombre de “camino de sangre”. Cuando se llega, los visitantes contemplan un tranquilo estacionamiento para coches: era la plaza donde los miembros de las SS realizaban ejercicios, y, al lado, ven las oficinas de información para los visitantes del campo, y unos edificios que son utilizados hoy para encuentros de jóvenes: eran los antiguos cuarteles de las SS. Todo parece normal, y, sin embargo, todo es siniestro.

El campo de concentración fue creado en 1937 con el propósito de encarcelar allí a comunistas, socialistas, judíos, y personas antisociales, según la jerga nazi. Seis años después, ya durante la guerra, los presos fueron obligados a trabajar como esclavos en la industria bélica. Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, pasaron por el campo doscientos cincuenta mil prisioneros, de los que cincuenta mil fueron asesinados. Jedem das Seine (A cada uno lo suyo), es el lema que figura en la puerta, a la entrada del campo. Desde la terminal ferroviaria de Buchenwald hasta la reja, se sucede el camino del carajo (Carachoweg), que parece hoy una anodina carretera, pequeña, en medio de un paisaje tranquilo y silencioso, un bosque de hayas, como indica el nombre alemán del campo. Allí estaban los bloques de la administración, garajes y una gasolinera, que continúa en pie. No parece extraño. Sin embargo, ese camino llevaba al puesto de la comandancia nazi, y, tras bajar de los trenes de la deportación, mientras los prisioneros recorrían el camino hasta el campo, los miembros de las SS les pegaban, les lanzaban los perros feroces, adiestrados para atacar. En ocasiones, los perros despezaron a algunos prisioneros. No es difícil imaginar los gritos desesperados, el miedo en los ojos de los presos, el terror frío y eficiente que atenazaba a los deportados cuando entraban en Buchenwald.

En esa comandancia reinaron asesinos sanguinarios, como Karl Koch, y su mujer, Ilse Koch, apodada la zorra de Buchenwald por su ferocidad: le gustaba seleccionar presos para abusar de ellos y admirar sus tatuajes, cuando los tenían, y cuya piel dibujada les era arrancada, después de asesinarlos, para fabricar con ella pantallas de lámparas y guantes. A diferencia de otros nazis, Karl Koch no tuvo suerte: fue detenido por la Gestapo por corrupción, juzgado, condenado a muerte y fusilado unos días antes de la liberación del campo. Su mujer, la zorra de Buchenwald, consiguió salir indemne del final de la guerra, pero se suicidó en una prisión de Baviera en 1967.

Sustituyó a Koch el coronel de las SS, Hermann Pister, nombrado por Himmler en diciembre de 1941, que fue así el último comandante del campo. Pister era un tipo tan cínico que, en el juicio que se celebró contra él, tuvo la osadía de decir que desconocía la existencia de los campos de exterminio como Auschwitz, y que ni siquiera tenía constancia de muchas de las cosas que pasaban en el campo que dirigía, por ejemplo que ignoraba la utilización de ganchos donde colgaban a los prisioneros en Buchenwald para matarlos. Hoy, puede verse en el campo la cinta métrica fija, vertical, que servía para medir a los presos, dotada de un agujero a la altura de la nuca que comunicaba con una habitación posterior desde donde un miembro de las SS disparaba al prisionero para matarlo. Más de ocho mil soldados soviéticos fueron asesinados allí con un balazo en la nuca por las SS.

El reloj de la comandancia nazi es blanco, y el edificio cuenta con una terraza con balaustrada de madera, como el primer piso. Existen todavía las perreras donde los alemanes guardaban a las bestias, pero todas las barracas donde se hacinaban los presos han desaparecido, cuyas dimensiones están señaladas ahora por rectángulos de gravilla negruzca. Todo el recinto estaba rodeado de una cerca de postes con alambre de espino y de un tendido electrificado. También han desaparecido casi todas las veintidós torres de vigilancia: sólo se conservan dos. Más allá del gran campo donde se hallaban las barracas, y que hoy aparece vacío, silencioso, sombrío, se llega a las otras dependencias. En la gran sala donde están los seis hornos crematorios, construidos por la empresa Topf & Söhne, de Erfurt, era donde convertían en humo y ceniza a los cadáveres de los prisioneros: siempre hay flores depositadas por quienes llegan para recordar a las víctimas. No había cámaras de gas en Buchenwald, porque no era un campo de exterminio como Auschwitz, aunque murieran en él decenas de miles de personas. En el crematorio puede verse una fotografía con decenas de cadáveres apilados: la tomó un norteamericano, el sargento Sutler, de la Compañía fotográfica 167, el 23 de abril de 1945. Al lado del crematorio, están las ventanas bajo las que se amontonaban los cadáveres de la fotografía de Sutler. Estremece mirarlas, y hay algo que impide acercarse a ellas, como si se fuese a profanar un territorio sagrado y atroz. Pero es difícil apartar los ojos de las ventanas.

No lejos, están las cámaras de desinfección, donde los prisioneros debían sumergirse en un líquido corrosivo. En la sección de patología, las SS se encargaban de arrancar los dientes de oro a los cadáveres, y utilizaban su piel y huesos. Allí está la mesa de azulejos blancos donde operaban con los cuerpos de los deportados. En uno de los bloques del campo, reinaba el siniestro cirujano Erwin Ding-Schuler, miembro de las SS, quien, con apenas treinta años, se dedicaba a realizar experimentos médicos con los presos. Reina un silencio opresivo. Jorge Semprún escribió que durante los años de funcionamiento del campo no se escuchaba el gorjeo de los pájaros: habían huido del Ettersberg por el olor a carne humana quemada en los crematorios.

Después, entre los rectángulos de gravilla que dibujan las barracas, se halla el roble de Goethe, indicado por una placa: Goethe Eiche. Otra vez, la gran cultura alemana en medio de la barbarie. Al parecer, los deportados decían que Goethe y Carlota se reunían allí, y otras fuentes afirman que, bajo sus ramas, escribió partes del Fausto. Es improbable, pero no importa mucho. Joseph Roth, cuya familia fue destruida por el nazismo, escribió sobre el roble su último texto, antes de morir en París en 1939, y un prisionero anónimo, el nº 4935, publicó un texto, titulado así “El roble de Goethe”, en un diario de Lublin en noviembre de 1945, que algunos estudiosos han atribuido al biólogo polaco Ludwik Fleck . Mucho se ha hablado sobre él. En un campo de concentración desolado como Buchenwald, donde no había un solo árbol, el roble ardió durante un bombardeo. El único vestigio que se ha conservado surge de la tierra: apenas dos palmos de madera negra.

Algunos lugares han petrificado el horror: además de los crematorios, la fosa de las cenizas; y el bloque 46, donde estaba la sección para realizar experimentos químicos y biológicos con los presos; y la “plaza de llamados”, donde hacían el recuento diario de los prisioneros, a veces, durante horas, y donde torturaban y ejecutaban a deportados; también, en la siniestra cercanía de las caballerizas, donde fusilaban con un tiro en la nuca a los prisioneros de guerra soviéticos, con el barracón donde estaba la banda de música de las SS. Dentro de la exposición que recuerda la vida del campo, instalada en los viejos almacenes, aparecen inmóviles vestigios del horror: unos zapatitos de niño, un pequeño caballo de madera, la fecha del 26 de septiembre de 1944 anotada en una ficha, cuando doscientos niños gitanos fueron enviados a Auschwitz para ser exterminados. Era el reino de la muerte, y había que intentar sobrevivir, acariciar la existencia como si se estuviera viviendo el último aliento. Por eso, en el sótano del almacén central, un comunista checo, Jiri Zak, creó un pequeño grupo de jazz, y el escritor Fritz Löhner y el compositor Hermann Leopoldi, presos por su condición de judíos, crearon el Canto de Buchenwald en diciembre de 1938, mientras estaban en el campo.

Hermann Kempeck, un joven obrero de Altona, un barrio de Hamburgo, fue el primer muerto en Buchenwald, ya en agosto de 1937, cuando nadie podía imaginar entonces el horror de la guerra que se anunciaba cabalgando la racionalidad nazi. Otro obrero, Emil Bargatzky, fue el primer preso ejecutado en un campo de concentración alemán. Aquí y allá restallan nombres, al azar, entre centenares: Max Mayr, un miembro del SPD, que participó en los órganos de la resistencia en Buchenwald; Bruno Apitz, el escritor comunista que pasó ocho años en el campo de concentración, y cuya experiencia le serviría para escribir la estremecedora novela Nackt unter Wölfen (Desnudo entre lobos), que fue llevada al cine en 1963 por Frank Beyer y donde aparece el niño judío de Buchewald, Stefan Jerzy Zweig, a quien consiguieron salvar los presos ; Wilhelm Hammann, un maestro y dirigente comunista prisionero en Buchenwald que, tras la liberación, fue detenido por los norteamericanos en 1945 y acusado de colaborar con las SS, y, aunque consiguió demostrar que la imputación era una calumnia, no pudo evitar cumplir más de un año de cárcel. Y Ernst Thälman, claro, el presidente del Partido Comunista Alemán, quien, tras once años de prisión, fue ejecutado en el crematorio, por orden directa de Hitler, en agosto de 1944, donde hoy se encuentra una placa en su memoria.

En Buchenwald estuvieron León Blum, Édouard Daladier, Paul Reynaud, presidentes del gobierno francés, que llegaron en mayo de 1943. Blum permaneció casi hasta el final, y fue trasladado en ese mismo abril de 1945: el día 7, los nazis organizaron el llamado tren de la muerte, que llegó a Dachau veinte días después. Blum acabó en el Tirol, en el caos del final de la guerra. Aunque parezca extraño, durante su cautiverio en Buchenwald, Blum no sabía dónde estaba, porque fue encerrado fuera del campo, en una zona de casitas vigiladas por las SS; ni siquiera sabía que, al lado de donde estaba, había un campo de concentración. Cuando volvió a Francia, tras la guerra, escribió sus recuerdos. Anotó que empezaron a sospechar dónde estaban, los días que les llegaba un extraño olor “que nos obsesionaba”: procedía de los hornos crematorios. También estuvo Rudolf Breitcheid, un dirigente socialdemócrata a quien Hitler retiró la nacionalidad alemana, por lo que se estableció en Francia, hasta que, en 1941, el gobierno colaboracionista de Vichy lo entregó a la Gestapo; con tan mala fortuna que teniendo casi setenta años fue enviado a Buchenwald, donde murió a causa de un bombardeo aliado. No fue el único, porque, en una cruel ironía del destino, los prisioneros podían morir, además de por el horror nazi, por los bombardeos: el 24 de agosto de 1944, las bombas anglonorteamericanos lanzadas sobre las fábricas de armamento que se encuentran junto a Buchenwald, mataron a casi cuatrocientos prisioneros y causaron dos mil heridos.

Estuvo también en el campo Ernst Heilmann, un diputado socialdemócrata del Reichstag. Y los escritores Jean Améry, Robert Antelme, Imre Kertész, Stéphane Hessel, Ernst Wiechert, incluso la princesa Mafalda de Saboya (hija del rey de Italia Víctor Manuel III), cuyo fin fue dramático: herida durante el bombardeo del 24 de agosto de 1944, le fue amputado un brazo, y murió abandonada en el burdel del campo tres días después. Estuvieron detenidos, además, algunos de los implicados en el atentado contra Hitler de julio de 1944: Dietrich Bonhoeffer, Friedrich von Rabenau y Ludwig Gehre, que fueron ejecutados en Flossenbürg. También Jorge Semprún fue prisionero. Dejó escrito que el peor de los trabajos que tenían que hacer los presos era “el trabajo de la mierda”, que consistía en transportar los excrementos que recogían en el colector del campo hasta el huerto de las SS, de forma que la mierda de los presos fertilizaba las verduras y las frutas de la guarnición de las SS del campo. Guardan en Buchenwald un ejemplar de Mundo obrero, el periódico del Partido Comunista de España, portavoz de los comunistas de Buchenwald, que lleva fecha del 1 de mayo de 1945. El texto revela una enorme fe en la humanidad y en la victoria de la razón sobre el horror y sobre el fascismo, aunque en España el aire de la libertad tardaría mucho en llegar.

Cuando las tropas norteamericanas llegaron a Buchenwald, el 11 de abril de 1945, la resistencia comunista era ya dueña del campo: habían derrotado a los esbirros de las SS, muchos de los cuales consiguieron huir. Quedaban veinte mil prisioneros, y casi un millar de niños y adolescentes. Cinco días después, el 16 de abril, la comandancia norteamericana obligó a mil habitantes de la ciudad de Weimar, los vecinos de Goethe, a visitar las instalaciones y contemplar el horror nazi. La mayoría alegaron desconocimiento de lo que allí pasaba, aunque hasta 1940 (cuando se construyó el crematorio en Buchenwald) los muertos del campo eran incinerados en el crematorio de Weimar, y ya desde febrero de 1942 muchos prisioneros salían del recinto cada día para ir a trabajar a los comandos exteriores; uno de ellos estaba en las fábricas Gustloff de Weimar, y después, iban a trabajar en la fábrica de armamento Gustloff-Werk II. En 1944, los campos externos eran ya veintidós. Pero nadie sabía nada, si hemos de creer las palabras de los vecinos de la culta ciudad de Weimar. Las escenas documentales de la visita que se rodaron entonces nos muestran la mezcla de temor, de repugnancia y vergüenza de los alemanes.

* * *

Unos pocos kilómetros al sureste de Buchenwald se llega otra vez a Weimar, la culta ciudad de Goethe y Schiller, que contempla hoy como la nueva República Federal maneja la historia para intentar equiparar nazismo y comunismo, como si fueran casi lo mismo, para desempeñar así una función equidistante, otorgándose a sí misma el papel de defensora de la libertad y la democracia, de la razón frente a la barbarie, ocultando que integró a la mayoría de los nazis y que es hija también de la barbarie del capitalismo, y ese empeño necesita, si no borrar, al menos difuminar en lo posible la historia de la resistencia comunista y socialista ante el nazismo. Jorge Semprún escribió que pudo sobrevivir porque tomó el papel, el nombre, de otro. Lo mismo ocurrió con Stefan Jerzy Zweig, el niño de Buchewald (que todavía vive), que pudo salvarse de la muerte porque su nombre fue sustituido por el de un muchacho de dieciséis años que había muerto, gracias al riesgo asumido, jugándose literalmente la vida, por los deportados comunistas que controlaban algunas de las tareas burocráticas del campo. Sin embargo, en el Memorial de Buchewald, el nombre del niño judío, Stefan Jerzy Zweig, fue borrado porque, según sus propias palabras, el poder de la nueva Alemania no puede soportar la idea de que había capos rojos (comunistas, socialistas), que salvaron a tantos deportados.
No es el único. Tras la reunificación alemana, en el vértigo de la revancha durante los años noventa, la memoria del dirigente comunista Wilhelm Hammann fue aplastada, y los centros que llevaban su nombre dejaron de hacerlo. Los dirigentes comunistas de la resistencia contra el nazismo fueron condenados al olvido, pese a la oposición de las comunidades judías, y del Yad Vashem israelí, que conocen bien el papel que jugaron los comunistas contra el nazismo. Pero aún quedan huellas. Cerca de la estación de ferrocarril de Weimar, se encuentra una plazoleta con una estatua de Thälman, levantada por la República Democrática Alemana. No se atrevieron a derribarla, y, por eso, Thälman saluda todavía, a apenas unas calles de las vías que llevaban a los deportados a Buchenwald.

Allí, en Weimar, donde se juntaron la cultura y la barbarie, en el patio de otro hotel, en la Brauhausgasse, muy cerca de la casa de Goethe, un grupo de músicos (una chica con un fagot, otra con un clarinete, unos jóvenes con guitarras, y un acordeón), como si quisieran desmentir la historia oficial, tocaban música y canciones de las que hacen llorar, las mismas que cantaban los cíngaros despreciados, los judíos perseguidos, los soldados presos del Ejército Rojo, los partisanos comunistas de la Francia ocupada, los prisioneros de Buchenwald. Mirando el sufrimiento ajeno sin conmoverse, los nazis representaron la racionalidad capitalista en la geografía asustada de la gran cultura alemana. Hoy, en el hotel Elephant, donde se alojaba Hitler en su suite de la Marktplatz, nada lo recuerda. Cuando el dirigente nazi visitaba Weimar y miraba desde la fachada del hotel a las falanges en formación, nunca se escuchaba un verso de Goethe ni una balada de Schiller, pero se adivinaba la mirada de la SS-Aufseherin Elfriede Müller, la bestia de Ravensbrück, o la de la SS-Ausfseherin Ilse Koch, la zorra de Buchenwald, que, a pocos kilómetros, observaba a los prisioneros tras las alambradas del bosque.

19 de febrero de 2012

LO QUE NO PUEDE DURAR EN CCOO Y UGT

Por Marat

Las manifestaciones sindicales de este domingo 19 de Febrero, convocadas por CCCOO y UGT en 57 ciudades del Estado español, han sido un éxito clamoroso. La clase trabajadora salió a la calle, desbordando las previsiones de los propios sindicatos que unos días antes anunciaron que sólo convocarían Huelga General contra la salvaje contrarreforma laboral del Gobierno del PP si los trabajadores se lo pedían, renunciando de este modo a su deber de liderarla y dirigirla.

La manifestación de Madrid fue la mayor que se recuerda desde las movilizaciones por el NO A LA GUERRA de 2003, haciendo palidecer a todas las anteriores de tipo interclasista y ciudadanista de 2011 que, significativamente, recibieron el beneplácito y fueron jaleadas por los medios de comunicación de la burguesía. No se trata periodísticamente de igual modo las movilizaciones de la clase trabajadora por parte de quienes están tan preocupados de que las clases medias se empobrezcan pero no les ha importado en absoluto que los trabajadores llevemos padeciendo una pérdida de derechos y de capacidad adquisitiva desde mucho antes del estallido de la crisis capitalista de 2007.

Pero lo que importa en relación con el inapelable éxito de la movilización sindical de este domingo es qué harán CCOO y UGT con él, si lo que pretenden es parar el golpe más brutal que se ha ejecutado contra la clase trabajadora y contra el sindicalismo en su conjunto desde la transición política española.

En este sentido, las declaraciones de Cándido Méndez, secretario general de UGT, durante el transcurso de la manifestación de Madrid, no anuncian nada bueno respecto a la necesidad de una respuesta contundente y sostenida en el tiempo contra las brutales medidas antisociales del Gobierno Rajoy, por mucho que así lo hayan destacado los líderes sindicales días atrás. Según la agencia de noticias Servimedia “Méndez subrayó que el objetivo de las manifestaciones "no es el de confrontar", sino el de "corregir en profundidad" la "más que reforma laboral" aprobada por el Gobierno. "Ese es nuestro objetivo", insistió el secretario general de UGT, quien agregó que las movilizaciones son "un cauce para tratar de corregir ese extravío" (1)

Las declaraciones de Fernández Toxo, secretario general de CCOO, se ajustaron al mismo esquema pactista, siempre según la misma agencia de noticias: “el líder de CCOO defendió que hay "un cauce" para evitar mayores movilizaciones, como una huelga general, que es "la negociación"”.

Esa retórica sindical del pacto social durante la actual crisis capitalista es la que nos ha conducido a los anteriores recortes de derechos laborales practicados durante el Gobierno PSOE y a la más despiadada aplicación de las medidas antisociales y de la reforma laboral, que ha dejado en pellizco de monja al aprobado en la etapa final del Gobierno Zapatero.

No denuncio el efecto del sindicalismo pactista porque sea contrario al pacto social “per se”. Lenin y Rosa Luxemburgo eran muy conscientes del carácter reformista del sindicalismo, de sus limitaciones a la defensa de los salarios y las condiciones laborales y de vida de los trabajadores y sin embargo apoyaron al sindicalismo por su capacidad para organizar a los trabajadores y contribuir a desarrollar su conciencia de clase. La utilidad o no del pacto social depende de en qué circunstancias, en qué momentos económicos, frente a qué posiciones y de qué instrumentos se sirven los sindicatos para llegar a ese pacto en unas posiciones ventajosas para sus reivindicaciones.

Pero lo cierto es que tras la Huelga General del 29-S, a la que fueron obligados por las circunstancias, para no verse desacreditados por su pasividad ante las políticas antisociales del anterior gobierno, CCOO y UGT tomaron la vía de la desmovilización y la paz social, se limitaron después a amagar con una segunda Huelga General, de la que rápidamente desistieron, volvieron a las meses de negociación y escenificaron sucesivos “desencuentros sindicales” con el Gobierno del PSOE y con una patronal apasionadamente antiobrera pero sin ninguna intención de agitar la calle. Con estos antecedentes, ¿qué motivos tenemos los trabajadores para esperar de CCOO y UGT un giro hacia una lucha sostenida en el tiempo contra los desmanes del nuevo Gobierno del PP y de la CEOE? Ninguno.

Pero con este comportamiento desmovilizador ante el pacto social no sería más que una crítica parcial, insuficiente y errónea, al perder la perspectiva de lo que significa “pacto social” en el momento actual de la dinámica capital-trabajo.

La realidad es que el modelo de sindicalismo de concertación o de pacto social, como quieran llamarlo, ha muerto.

El sindicalismo de concertación sólo adquiere sentido dentro del marco de Estado capitalista del Bienestar. El pacto social era el instrumento de regulación del capitalismo dentro de una estructura de Estado corporativo destinado a hacer de “árbitro” entre los intereses contrapuestos de trabajadores y empresarios. Y en ese contexto las formas de salario indirecto, marcos de relaciones laborales, despido, protección al desempleo, leyes de fomento del empleo y otros muchos contenidos, eran la forma establecida para negociaciones y acuerdos entre empresarios y trabajadores, con los gobiernos en el papel de maestros de ceremonias, nunca neutrales, por supuesto.

Pero el Estado capitalista del Bienestar ha sido barrido definitivamente por la vuelta al Estado mínimo liberal decimonónico. Y créanme cuando les insisto, artículo tras artículo, que la desaparición del Estado capitalista del Bienestar es algo ya irreversible. Cuando ya no hay nada que negociar, ni deseo de hacerlo, dada la correlación de fuerzas entre los trabajadores y los capitalistas, absolutamente desventajosa para los primeros, lo que el reeditado Estado liberal puede ofrecerlos es sólo policía, pelotas de goma y gases lacrimógenos. El ejemplo más avanzado del despertar del sueño de “capitalismo de rostro humano” es Grecia y su sindicalismo combativo.

Este modelo sindical ya periclitado es el que explica la profesionalización del papel de dirigente sindical, el perfil gerencial de los principales líderes de ambos sindicatos, la concepción del sindicato como empresa de servicios, el burocratismo de las estructuras sindicales, el distanciamiento de los intereses de casta de las direcciones sindicales, que acaban asumiendo un rol empresarial, frente a los intereses de los trabajadores...Explica con muchísima más claridad la degradación del sindicalismo mayoritario en España, que posibilitó que un personaje execrable y derechista como José María Fidalgo llegase a ser secretario general de CCOO en su día, que los frecuentes recursos a la calificación de traición por parte de las cúpulas sindicales de CCOO y UGT. Como desahogo, llamar traidor a un político, dirigente sindical u organización de trabajadores, es muy eficaz – yo he utilizado esa expresión en relación a las dos centrales sindicales en más de una ocasión y me he quedado muy a gusto- pero los desahogos tienden a cerrar la reflexión y a comprender la realidad más bien poco.

Desde esa visión que diluye el papel del sindicato en la lucha de clases a mero cogestor de las relaciones empresariales se comprende la psicología de esos dirigentes sindicales que, aupados a la cúpula de sus organizaciones durante 18, 20, 30 años y más, acaban asumiendo una ideología de clases medias. No de otro modo se entiende la preocupación de Cándido Méndez por el achatamiento de la clase media, su clase de pertenencia y de referencia: “esto es mucho más que una reforma laboral. Tiene elementos de continuidad, pero es más grave. Las consecuencias prácticas son las de alterar nuestro modelo de convivencia actual y sus consecuencias serán las de provocar un retroceso en la sociedad, que se verá en la reducción del porcentaje de la clase media -que yo prefiero hablar de clase trabajadora- en nuestro país. Supondrá un retroceso a cuando la clase media era del 15%, iremos hacia atrás en el tiempo hasta 1975” (2)

Pero volvamos sobre la cuestión de la muerte del modelo de sindicalismo de concertación. La nueva reforma laboral consagra el fin de la primacía de los convenios laborales de rama o sector sobre los de empresa, lo que debilita la posición de los trabajadores ante sus reivindicaciones, al no permitir que una fuerza sindical de escala compense las debilidades de los sindicatos en empresas de menor dimensión y tradición sindical y a obligar a un conflicto a cara de perro, si se desea arrancar conquistas en una situación de crisis especialmente difícil, frente al poder de la empresa que ahora tendrá mayor capacidad de chantaje e intimidación sobre trabajadores y sindicatos.

En el nuevo contexto de más que despido libre, la afiliación sindical con la nueva normativa que impone la reforma laboral corre el peligro de descender vertiginosamente porque la capacidad de represalias contra el trabajador díscolo será brutal y la posibilidad de acción sindical desde las secciones sindicales y los comités de empresa se verá muy mermada, entre otras cosas porque los empresarios, con la nueva reforma laboral en la mano, podrán hacer exactamente lo que les dé la gana, sin siquiera consultar a los sindicatos.

Esto es lo que explica que el presidente de CEOE, Rosell, y el de CEPYME, Terciado celebrasen alborozados y entre risas hasta que el primero reclama al segundo “Serios, muy serios, que si no...” (3) y lo que explica también que, logrado el primer objetivo neoesclavista de la reforma laboral, vayan ahora por el segundo: el recorte a la ley de huelga.

En este nuevo escenario, la apuesta de CCOO y UGT a seguir aferrándose a un modelo sindical de concertación, cuando los empresarios y su gobierno natural ya no desean mantener el pacto social ni van a ofrecer nada a cambio del mismo que no sea más precaridad en el empleo, pobreza y desigualdad, es suicida. Supondría la desaparición del sindicalismo a medio plazo. Y digo del sindicalismo en general y no del sindicalismo mayoritario porque, salvo para la CNT, que no participa del esquema de representación, el espacio de acción sindical se reduciría de forma absolutamente drástica y dramática.

Ignoro cuál es la alternativa frente a esta situación pero recuerdo aún aquella vieja frase de Marcelino Camacho, “la democracia se ha quedado a la puerta de las empresas”. Nunca fue más terriblemente cierta que ahora.

Cuanto mas insistan Toxo y Méndez en amagar sin dar –“una escalada del deterioro del clima social” (4)-, cuanto más insistan en retrasar la huelga general, mayor será su debilitamiento progresivo en el ámbito de las empresas, mayor será el grado de represión empresarial y gubernamental sobre los trabajadores, menor el respeto de quienes sólo conocen y respetan el lenguaje de la fuerza: la derecha y los capitalistas.

Y no valdrá tampoco una huelga general sin proyección política. En las actuales circunstancias de vuelta al capitalismo sin careta toda huelga general requiere, para tener alguna posibilidad de efecto sobre la realidad, ser una huelga general política. Y no valdrá tampoco una huelga sin solución de continuidad. Los griegos han comprendido muy bien la necesidad de una lucha sostenida en el tiempo. No hay ya posibilidad de componendas. Son ellos, los capitalistas, o nosotros, los trabajadores.

Pero nadie se engañe. En estos momentos, hoy por hoy, como ha demostrado aplastantemente la impresionante afluencia de trabajadores a las manifestaciones del 19 de Febrero, CCOO y UGT aún representan a los trabajadores (no sabemos por cuanto tiempo) y son los únicos con capacidad de plantear una Huelga General a la que se llegue tras un proceso de creciente movilización social, en las empresas y en la calle y de sostener una movilización permanente, si no nos vuelven a dejar en la estacada como tantas veces han hecho antes. Quienes no representan a los trabajadores son los tanta dificultad tienen para definirse desde una opción de clase, que tanto empeño tienen en llamarse a sí mismos “ciudadanos indignados” y que gritan “no nos representan”. Esos sí que no nos representan a la clase trabajadora.

Ahora que la Brunete mediática de Intereconomía, La Razón, ABC, El Mundo, los Pedro Jota Ramírez, los Luis María Ansón o los Jiménez Losantos se aprestan a preparar pierna de sindicalista a la brasa, para cubrirle el flanco propagandístico a la derecha política y a los empresarios más fascistas de Europa, que sean otros “indignados” los que confluyen en la unidad de destino del acoso y derribo a los sindicatos mayoritarios. Yo no. Los asuntos pendientes que tenga con ellos los resolveré cuando toque.





NOTAS:
(1) http://www.servimedia.es/Noticias/DetalleNoticia.aspx?seccion=22&id=205395
(2) http://www.20minutos.es/entrevistas/candido-mendez/360/
(3) http://www.publico.es/dinero/422461/serios-muy-serios-que-si-no
(4) Ver anterior enlace

FUERZAS ESPECIALES DE EEUU PLANEAN REALIZAR SABOTAJES EN AMÉRICA LATINA

Jean-Guy Allard. La Haine

El Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, “cuyas fuerzas elites fueron las que rastrearon y mataron a Osama bin Laden”, lanzó una propuesta al Pentágono

Para tener mayor libertad de desplazamiento de las fuerzas especiales (SOF, por sus siglas en inglés) y realizar operativos en América Latina, afirma la BBC.

“Tal autoridad dotaría a las SOF de mayor agilidad, rapidez y flexibilidad” para expandir sus operativos “sin tener que pasar por las vías normales de aprobación que exige el Pentágono”, afirma el reportaje firmado por William Márquez.

El periodista de la BBC señala que “algunos analistas sospechan que una mayor amplitud del alcance de estas fuerzas en América Latina podría degenerar en actividades cuestionables y dañar las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos en el hemisferio”.

El Comando de Operaciones Especiales se creó en los años 80 para rescatar a estadounidenses retenidos en Irán, une operación que terminó por un espectacular fracaso.

“EN AMÉRICA LATINA, NORMALMENTE…”
Increíblemente, la emisora estatal BBC reconoce toda una serie de actos de injerencia de EEUU en América Latina: “En América Latina, normalmente, se ocupan de misiones de inteligencia de alta tecnología, sin reclutar recursos humanos pero sí brindando entrenamiento y haciendo ejercicios conjuntos”..

El autor de la nota cita a Stephen Donehoo, especialista en Seguridad Nacional del grupo McLarty Associates de Washington: casi siempre, afirma, “con pocas excepciones”, trabajan “en conjunto con las fuerzas armadas, policiales o de inteligencia del país”.

En Colombia, revela Donehoo, “asesoran operativos específicos en la lucha contra las rebeldes FARC” pero cuando tres contratistas de Estados Unidos cayeron en manos del grupo izquierdista "ellos tuvieron tropas en el terreno con el propósito de sacarlos", con la operación "Jaque".

En cuanto a Adam Isaacson, analista de política de seguridad nacional de WOLA, la “Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos”, reconoce que "aunque naturalmente no se dan muchos detalles, uno se puede imaginar casi todo".

En países “aliados” pueden “incluir operativos de inteligencia contra grupos, partidos o individuos que son vistos como amenaza contra EE.UU. aunque los mismos no estén haciendo nada ilegal en su país".

Isaacson especula que “en los países con los que Estados Unidos no tiene muy buena relación”, enumerando específicamente países del ALBA, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, "podría haber hasta actos de sabotaje ".

GRUPOS ARMADOS ESTAN YA EN EMBAJADAS
Según BBC, el analista de WOLA revela “que ha habido antecedentes en el marco de la llamada guerra contra el terrorismo con la creación, hace unos 5 o 6 años, de pequeños grupos dentro las embajadas estadounidenses conocidos como Military Liaison Elements, elementos de enlace militar”.

"Eran grupos élites que, en algunos casos, se encontraban allí sin el conocimiento del embajador", dijo Isaacson a la radio del sistema informativo estatal británico.

"Andaban de civiles, completamente armados y el mundo llegó a saber de ellos cuando en Asunción, Paraguay, mataron a un ladrón en la calle".

Isaacson indica que la búsqueda de una mayor actividad en América Latina obedece a la retórica de “algunos legisladores republicanos” – evidentemente Ileana Ros-Lehtinen, Connie Mack y demás congresistas vinculados a la mafia cubanoamericana - y centros de investigación conservadores que están hilando “una compleja idea de amenaza de seguridad”.

"Empieza con Irán y el grupo radical Hezbollah", explica el experto en una referencia clara a las conspiraciones imaginadas por Roger Noriega y Otto Reich y difundidas internacionalmente en las redes noticiosas orientadas por el Departamento de Estados.

Aunque el analista considera que estos complots de la extrema derecha estadounidense es algo "un poco paranoico", hay quienes “no lo consideran descabellado”.

"Los gobiernos se van a sentir violados. Aunque no haya fuerzas del SOF en un país, siempre va a haber sospechas y eso afectará la confianza mutua y la amabilidad de las relaciones", reconoce Adam Isaacson.

Además de realizar misiones de inteligencia y reconocimiento, también tienen la capacitad operacional de "combate cinético", básicamente “localizar, capturar y matar al enemigo”, señala la BBC.

18 de febrero de 2012

EJERCITO DE OCUPACIÓN

Alfredo Zaiat. Página/12

Europa ha desarrollado sus conflictos en forma escabrosa con una violencia desmedida a lo largo de su historia. Su actual crisis económica, que sigue su curso sin un horizonte cercano de resolución, ha adquirido la característica de una avanzada beligerante sobre trabajadores y jubilados en defensa de la trinchera del sistema financiero. El ejército de ocupación no está integrado por soldados con armamentos sofisticados, sino que el vehículo de dominación para cercenar hasta barrer la soberanía política y económica de la mayoría de los países es el euro, bajo el comando general dirigido por Alemania (Banco Central Europeo y Comisión Europea), con el apoyo táctico supranacional del FMI.

Grecia es la batalla más encarnizada, con un nivel de exigencias impresionante y un ejercicio de poder avasallante, que se expresó luego de obtener el sometimiento del poder político heleno, que aprobó un ajuste de reducción salarial y despidos inmediatos de 15.000 trabajadores en un plan global de 150.000, postergando el financiamiento prometido de 130.000 millones de euros. Los países europeos débiles, como España, tienen ese campo de batalla como espejo para acelerar su disciplinamiento.

Alemania logra erigirse así en la gran y única potencia europea, con el sacrificio a su clase trabajadora flexibilizada y salarios deprimidos, registrando marcas de productividad y competitividad de su economía que hunde al resto de los países del continente sitiados por el euro. No hay política de ajuste posible, con la moneda común como ejército de ocupación de la soberanía nacional, que pueda alentar la recuperación de esas economías con una Alemania industrial, exportadora y mercado laboral ultraflexibilizado. El resultado es la recesión general (Italia, Bélgica, Holanda, Grecia, España, Portugal ya la declararon) con una sola economía a salvo, la que impone las condiciones políticas, financieras y sociales de la Eurozona.

En Alemania el 20 por ciento de los empleados, cinco millones de trabajadores, ganan un máximo de 400 euros mensuales. Este dato impactante se consigna en un esclarecedor artículo publicado en El País de Madrid, con el título “Sueldos de un euro a la hora en el ‘milagro’ laboral alemán”. También se informa que, según el Departamento de Trabajo alemán, los contratos con salarios bajos crecieron tres veces más rápido que otro tipo de empleos entre 2005 y 2010. Se menciona que los denominados “trabajadores pobres” han aumentado a un ritmo más acelerado en Alemania que en el resto de países con la moneda común. Esto ha derivado en que un 7,2 por ciento de los empleados ganaba tan poco que estaba cerca del umbral de la pobreza en 2010, cuando era un 4,8 por ciento en 2005. A la vez, el año pasado, la cantidad de contratados en Alemania superó por primera vez la barrera de los 41 millones de trabajadores. Es de las pocas economías europeas que no registra aumento de la tasa de desocupación. El crecimiento del empleo se ha debido fundamentalmente a la imposición, con el aval de los sindicatos, del modelo de bajos sueldos y de agencias de trabajo temporal, impulsado por la desregulación y la promoción de la flexibilidad y los contratos de bajos ingresos, subvencionados por el Estado, llamados mini-jobs. El número de trabajadores con contrato indefinido de salarios bajos –que ganan menos de dos tercios de los ingresos medios– se elevó un 13,5 por ciento hasta los 4,3 millones entre 2005 y 2010. Los datos de la OCDE reflejan que en Alemania los contratos con salarios bajos son el 20 por ciento de los trabajos a tiempo completo, frente al 8,0 por ciento en Italia y un 13,5 por ciento en Grecia.

Esa estructura del mercado laboral hace aún más competitiva la economía alemana, mientras el euro actúa como un cerco invulnerable para el resto de los países porque perdieron la herramienta de la devaluación de su propia moneda para moderar las diferencias de productividades. Por eso, la principal exigencia que deben cumplir para recibir recursos para atender la crisis financiera es la de implementar una reforma laboral del tipo alemán, de pérdida de derechos y reducción de salarios, además de despidos. Así lo expresó el secretario general de la OCDE, Angel Gurría, quien señaló que la situación actual de Alemania se debe “en gran medida a la implementación en su momento de importantes y a veces dolorosas reformas”. Entre ellas, destacó la reforma del mercado laboral, “que redujo sustancialmente el desempleo”. “Muchos países observan la receta que hizo posible este éxito: reformas del mercado laboral, agentes sociales flexibles y constructivos”, aleccionó.

Gurría se estaba refiriendo a que en 2003 Alemania se embarcó en un sistema de reformas que fueron calificadas como el mayor cambio en el Estado de Bienestar desde la Segunda Guerra Mundial. Mientras muchos de los países vecinos se movían en la dirección opuesta, los socialdemócratas alemanes en el gobierno desregularon el mercado laboral, y presionaron a sindicatos y empresarios para que pactaran una moderación salarial a cambio de seguridad en el empleo y crecimiento. Así un modelo laboral flexible y con subvenciones del gobierno permitieron a los empresarios ajustarse al ciclo económico sin necesidad de despidos masivos.

La diferencia con el actual momento es que Alemania realizó esa reforma con una economía mundial en auge, mientras que ahora esa exigencia a los otros países europeos es durante una recesión, déficit fiscal y crecimiento de la deuda. El resultado entonces es la profundización de la crisis y el aumento de la desocupación. Si bien la resistencia a esas políticas ha empezado a manifestarse con más intensidad en los últimos meses, el deterioro de las condiciones laborales y sociales y el elevado desempleo ya se extienden por más de tres años. Uno de los interrogantes es por qué no existe una oposición más firme de trabajadores y organizaciones sindicales a esa política de ajuste recesivo y despidos masivos. La respuesta se encuentra en la existencia de una importante red de cobertura social, que es un rasgo característico del modelo social europeo de la posguerra con el desarrollo del Estado de Bienestar. Esa contención permite que elevadísimas tasas de desempleo sean socialmente tolerables y políticamente manejables. Por eso los líderes europeos reinciden en medidas de ajustes que pueden generar tensiones sociales, pero sin provocar desestabilización política. El caso más notable es España, con un desempleo total del 23 por ciento, que se eleva a 46 por ciento para los jóvenes.

El Sistema Europeo de Estadísticas de Protección Social destaca que España es el país de la UE-27 con mayor peso del sistema de protección por desempleo en relación con todo el gasto social. Estima que las prestaciones y subsidios a los desempleados se duplicaron en los últimos años al ubicarse en más del 25 por ciento del gasto total en protección social. Alemania implementó el cambio drástico mencionado, cuando ultraflexibilizó el mercado laboral, al tiempo que aplicó el mayor recorte de subsidios por desempleo desde la posguerra, recortando el período de cobro de 32 a 12 meses como máximo.

El escenario es inquietante para esa red social europea de protección porque la crisis financiera y la recesión económica han provocado un incremento sensible del déficit fiscal y de la deuda pública. Ese cuadro ejercerá presión para desarticular ese modelo social, que hoy actúa como amortiguador del ajuste. “La dureza con la que Grecia es tratada actualmente nos puede parecer exagerada, y creo que ése es el caso”, se sinceró el premier italiano, Mario Monti, avisando sobre lo que le tocará al resto de los países subordinados al comando alemán, que avanza sobre Europa ahora con el tanque euro como ejército de ocupación.