Agustín
Guillamón. elsalariado.info
El
proletariado se define como la clase social que carece de todo tipo
de propiedad y que para sobrevivir necesita vender su fuerza de
trabajo por un salario[1]. Forman parte del proletariado, sean o no
conscientes de ello, los asalariados, los parados, los precarios, los
jubilados y los familiares que dependen de ellos. En España forman
parte del proletariado los seis millones de parados y los dieciséis
millones de asalariados que temen engrosar las filas del paro[2],
amén de una cifra indefinida de marginados, que no aparecen en las
estadísticas porque han sido excluidos del sistema.
La
clase obrera es una clasificación social OBJETIVA, que designa a
todo aquel que mantiene una relación SALARIAL con un patrón (ya sea
privado o estatal) al que vende su fuerza de trabajo (sus brazos y su
inteligencia). La clase obrera forma parte del proletariado, que
incluye además a parados, jubilados y marginados. Los proletarios no
son propietarios de medios de producción. El salario es la principal
forma de esclavitud moderna. LA RELACIÓN SALARIAL no es sólo de
carácter social y económico, sino también político, puesto que
determina el modo de existencia de quienes no tienen ningún poder de
decisión sobre su propia vida.
La
clase media incluye hoy a algunos trabajadores “autónomos”, esto
es, trabajadores independientes y “autoexplotados”, algunos
técnicos y profesionales altamente cualificados y a los empresarios
sin asalariados. La alta clase media estaría formada por empresarios
con algunos trabajadores asalariados, pero sin influencia política
decisiva.
Capitalistas
serían todos los propietarios de medios de producción, o altos
gerentes con poder de decisión (aunque fueran asalariados) de
grandes empresas privadas o estatales. Constituyen menos del uno por
ciento de la población, pero su influencia política es absoluta, y
determinan las líneas económicas que se aplican y afectan a la vida
cotidiana de la totalidad de la población. Su lema sería: “Todos
los gobiernos al servicio del capital; cada gobierno contra su
pueblo”.
La
democracia parlamentaria europea se ha transformado rápidamente,
desde el inicio de la depresión (2008), en una partitocracia
“nacionalmente inútil”, autoritaria y mafiosa, dominada por esa
clase dirigente capitalista apátrida, que está al servicio de las
finanzas internacionales y las multinacionales. Se produce una
profunda y extensa proletarización de las clases medias, una
masificación del proletariado y la erupción violenta e intermitente
de irrecuperables colectivos, suburbios y comunidades marginadas,
antisistema (no tanto por convicción, como por exclusión). Los
Estados nacionales se convierten en instrumentos obsoletos (pero aún
necesarios, en cuanto garantes del orden público y defensa armada de
la explotación) de esa clase capitalista dirigente, de ámbito e
intereses mundiales.
La
sociedad capitalista actual, que nos permite la anterior
clasificación social en tres clases fundamentales, aún admite en el
seno de cada clase una infinita gradación de situaciones económicas,
sociales, políticas y culturales, pero se identifica con la
EXPLOTACIÓN de los trabajadores por los capitalistas, y tiende a una
rápida polarización entre el proletariado (más la clase media
proletarizada) y la ínfima minoría de los todopoderosos dirigentes
(inferior al uno por ciento y apátrida).
Todo
el mundo entiende que existe explotación cuando se habla del trabajo
infantil esclavo en manufacturas de la India o China, que producen
zapatillas o ropa de marca para multinacionales, con jornadas de 18 ó
20 horas, sin más paga que alimento y jergón en el mismo lugar de
trabajo, que venden sus productos en USA o Europa. Y se escandalizan,
con razón, ante esa explotación del trabajo infantil esclavo.
Hay
que entender que la EXPLOTACIÓN del trabajo asalariado es la ESENCIA
de la sociedad capitalista. Todos los asalariados padecen la
explotación capitalista (no sólo los niños hindúes). Cuanto más
desarrollada es la productividad del trabajo colectivo de una
sociedad, mayor grado de explotación experimentan sus trabajadores,
aunque puedan consumir más mercancías. La feroz lucha entre los
capitalistas por superar y sobrevivir al competidor, impulsa el
incremento de la explotación de los trabajadores, al margen de la
buena voluntad o ética de cada empresario individual. Los capitales
se fusionan y concentran, atacando sin límites las condiciones de
vida y laborales de los trabajadores, amenazando con irse a otro país
o con contratar más barato entre los millones de parados sin
recursos. En cada país un puñado de transnacionales efectúa ventas
anuales que superan ampliamente los presupuestos nacionales y empuñan
el poder de dar trabajo, o no, a millones de desposeídos.
El
proletariado, que tiende a abarcar hoy a un 75/80 por ciento de la
población española, se puede clasificar en asalariados, precarios,
parados, prejubilados, jubilados y marginados. La clase media sufre
una fortísima proletarización, con amplios sectores de
profesionales (en el ámbito de la medicina, arquitectura, enseñanza,
tecnologías y servicios sociales), funcionarios y medianos o
pequeños empresarios (colectivos que hace cinco años percibían
elevados ingresos) que se proletarizan, o incluso quedan marginados
económica y socialmente.
El
elevadísimo número de parados y el estadísticamente desconocido
número de excluidos (por paro de larga duración y/o no percepción
de ingreso alguno) hace que los asalariados, en su conjunto, se
precaricen colectivamente en sus condiciones laborales y
existenciales hasta extremos impensables hace unos años en España y
Europa. Incluso desaparece la negociación de los convenios
colectivos por sectores o empresas, que son sustituidos por
condiciones mínimas y miserables de contratación. Los suburbios se
convierten en guetos de excluidos del sistema, que el Estado intenta
aislar entre sí, entregando su dominio a las bandas, la droga, las
mafias, las escuelas, los trabajadores sociales, oenegés, etetés,
prisiones y policía, para que conjuntamente impongan el control y/o
sacrificio económico, político, social, moral, volitivo, y si hace
falta también físico, de “todos los que sobran”, con el
objetivo preciso y concreto de desactivar su potencial
revolucionario, intentando convertir esos barrios periféricos en
colmenas de muertos vivientes, a los que las instituciones estatales
les han declarado una guerra total de exterminio y aniquilación.
La
tesis neosituacionista y milenarista de la desaparición del
proletariado muestra no sólo su irracionalidad y falsedad, frente al
inmenso incremento del proletariado en países como China, Sudáfrica,
Brasil o la India, sino su falta de comprensión de la nueva realidad
europea, y de la proletarización de las clases medias, surgida con
la depresión iniciada en el 2008. Primitivistas y “pro-situs” se
han quedado anclados en sus trasnochados análisis, tan
desmovilizadores como artificiales e inútiles, confundiendo las
características propias de las fases keynesiano/fordista (1945-1975)
y neoliberal/toyotista (1976-2007) del capitalismo, con su esencia.
Catastrofistas, ludditas, antidesarrollistas, profetas, tecnófobos e
idealistas de distinto pelaje y orientación, coinciden en un punto
fundamental, que nos desarma como clase revolucionaria en lucha
contra el sistema capitalista: afirman que el proletariado ha
desaparecido y/o ha dejado de ser el sujeto revolucionario.
Identifican una parte con el todo. Confunden clase obrera industrial
con proletariado. Desprecian como a bárbaros groseros y desclasados
al proletariado de los guetos. Son reaccionarios brillantes y
coherentes, muy útiles hoy al capital; pero que pronto desaparecerán
en la nada de la necedad y la extravagancia.
La
lucha de clases no es sólo la única posibilidad de resistencia y
supervivencia frente a los feroces y sádicos ataques del capital,
sino la irrenunciable vía de búsqueda de una solución
revolucionaria definitiva a la decadencia del sistema capitalista,
hoy obsoleto y criminal, que además se cree impune y eterno.
Revolución o barbarie; lucha de clases o explotación sin límites;
poder de decisión sobre la propia vida o esclavitud asalariada y
marginación.
[1]
Es decir, la clase de los asalariados sin reservas (económicas, se
entiende). [Nota de El Salariado]
[2]
Aquí, pensamos, habría que matizar las palabras del autor. Pues
evidentemente dentro de los 16 millones de asalariados se incluye un
cierto porcentaje que sí son propietarios. [Nota de El Salariado]