20 de octubre de 2016

LA ZOMBIFICACIÓN DEL SECTOR BANCARIO EUROPEO

Alejandro Nadal. La Jornada

Hoy las hojas de balance de los bancos en Europa están en malas condiciones. La cartera vencida que aqueja al sector bancario alcanza niveles muy altos en muchas regiones de Europa. Otro componente es un monumental revoltijo de derivados cuyo precio ni siquiera se puede determinar. Y la rentabilidad en el sector sigue muy castigada y amenaza los bajos niveles de capitalización. La situación es crítica.

El sector bancario en algunos países europeos está saturado y muchos bancos ni siquiera operan con un modelo de negocios eficiente. Por eso ni siquiera han podido pasar de manera decorosa las pruebas de estrés (que no son muy estrictas). Lo más grave es el volumen de la cartera vencida, resultado en buena medida de la irresponsabilidad de los bancos y de la incapacidad de pago de los deudores que siguen agobiados por la crisis macroeconómica, la austeridad y el desempleo.

Los bancos afectados se encuentran distribuidos en toda la Unión Europea. Desde el Commerzbank alemán y el holandés ING, hasta el emblemático Deutsche Bank, grandes, medianos y pequeños, son legión los bancos europeos que se encuentran en dificultades por muchas razones.

En el caso de Deutsche Bank destaca la multa de 14 mil millones de dólares que le impuso el Departamento de Justicia estadunidense por su papel en la venta de títulos respaldados por hipotecas de mala calidad antes del estallido de la crisis. La multa provocó una caída de 42 por ciento del valor de las acciones de Deutsche Bank. Y como sus hojas de balance incluyen una montaña de derivados cuyo precio es un enigma, carece de buenos incentivos para atraer inversionistas.

Quizás la situación más grave se encuentra en Italia, donde la cartera vencida alcanza el 17 por ciento del crédito total (su valor real se reduce hasta 22 por ciento del valor nominal). Hasta el banco más viejo de Europa, la Banca Monte dei Paschi di Siena (fundada en 1472) se encuentra en una muy difícil situación con más de 46 mil millones de euros de préstamos malos.

Las dificultades de los bancos italianos son bien conocidas. El monto de créditos con problemas es de 360 mil millones de euros y sigue creciendo. Muchos bancos han descontado parte de la cartera vencida hasta en 44 por ciento, pero muchos analistas de mercado consideran que el valor real se acerca más a 25 por ciento (lo que reduce esos créditos al rango de cartera incobrable).

Para el caso de muchos pequeños bancos italianos, los accionistas son pequeños ahorradores que verán sus ahorros evaporarse si el gobierno no acude al rescate. Por eso Roma está buscando la manera de darle la vuelta a las estrictas reglas impuestas por la Comisión Europea en Bruselas que impiden el empleo de recursos públicos para recapitalizar un banco en problemas. Hoy hasta se habla de un enfrentamiento inminente entre Roma y Bruselas.

Desde 2007 la Unión Europea (UE) ha inyectado cantidades astronómicas para apuntalar a los bancos. Esa es una de las razones por la que la crisis financiera se transformó tan rápidamente en una crisis fiscal y después en una crisis de deuda soberana. En total, el apoyo al sector bancario en la UE ya se ha comido la friolera de 2 billones (castellanos) de euros entre ayudas para capitalización, créditos suaves y garantías. Todo esto no sólo no ha podido servir para reactivar la economía, sino que ni siquiera ha sido suficiente para estabilizar y sacar de peligro a los bancos europeos. Hoy por hoy la tan celebrada (en su momento) Unión Bancaria Europea no ha rendido frutos, ha propiciado la inacción y se ha convertido en una fuente de inestabilidad.

Una parte del problema es que el sector bancario en varios países de Europa (especialmente Alemania) se encuentra saturado de prestamistas, lo que dificulta el acceso a economías de escala y hace que la rentabilidad se pulverice. Pero la consolidación excesiva lleva al gigantismo y al riesgo sistémico cuando hay amenaza de quiebra.

La respuesta de política macroeconómica a la crisis en Europa agravó la situación de los bancos. Primero la austeridad fiscal intensificó la recesión, con sus secuelas en materia de desempleo. Las repercusiones sobre la cartera vencida de los bancos no se hicieron esperar. Después la postura de política monetaria con tasas de interés cercanas a cero e incluso en nivel negativo castigó todavía más la ya maltrecha rentabilidad de los bancos. Claro, el Banco central europeo (BCE) niega este daño colateral cada vez que sale a relucir el tema. Pero el FMI considera que los bancos europeos no podrán generar suficiente rentabilidad aún en el caso de que la economía europea fuera el escenario de un crecimiento robusto, prospecto que no se ve nada probable para los próximos años.

Las lecciones de la crisis de los bancos en Europa son claras. La ayuda con recursos públicos puede mantener como zombies a los bancos con problemas para proteger a los banqueros ricos. Pero eso no ayuda a nadie en la economía. La conclusión es inmediata. Esta actividad tan rentable y pro-cíclica no puede estar en manos privadas.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Por más que nuestros “progres” keynesianos, como el señor Nadal, insistan en la naturaleza financiera de la crisis, los marxistas sabemos bien que la causa real de la crisis estaba en la sobreproducción de valores de uso. El ejemplo más evidente es que lo que se llamó crisis de las hipotecas subprime, que los vendeburras de la economía capitalista y el keynesianismo también lo es, venden como crisis financiera. ¿Qué producto compraban quienes adquirieron hipotecas subprime, señores? Repitan conmigo: V-I-V-I-E-N-D-A-S.

¿Qué significa esto? Que la capacidad de producción del sistema productivo capitalista no podía vender todos sus productos de forma rentable en el mercado porque una parte de la demanda carecía de la capacidad económica para absorberla. Dicho de otro modo: al capitalismo no le resultaba posible convertir todas las mercancías en dinero. Y esto, señores, acaba por afectar a la capacidad del capital para reproducirse. Por este motivo desde los años 70 al menos al consumo se le estimuló para comprar a crédito. Un ejemplo de cómo funcionó la cuestión de la compra de vivienda en España lo tenemos en cómo se pasó de unos 8-10 años en amortizar una vivienda media para una familia de la clase trabajadora a los 25-30 años en que se estaba demorando su pago cuando estalló la crisis en España. Aún así, amplios sectores de la clase trabajadora de los países de capitalismo desarrollado seguían sin poder alcanzar el deseado sueño de la “democracia de consumo”. Ante ello, los bancos decidieron asumir riesgos en la concesión de los créditos por encima de un nivel racional de expectativas de amortización de los mismos y, para cubrirlos y deshacerse de algo que les quemaba las manos, los vendieron a terceros (fondos de inversión, entre otros), titularizando el crédito y no informando al nuevo comprador de las hipotecas del riesgo real de las deudas contraídas por el hipotecado. Lo demás ya es conocido por la gran mayoría de los interesados en conocer las características de esta crisis.

La cuestión de si el origen de la crisis estaba en la producción o en el sistema financiero no es baladí ni corresponde a una discusión de tipo “académico” sino que va directamente al meollo de lo que es el capitalismo: un sistema de producción determinado con unas relaciones de producción concretas que es incapaz de resolver a largo plazo su contradicción principal, que consiste en que mientras la producción es social (colectiva), la forma capitalista de apropiarse el producto del trabajo (el beneficio) es privada. Dado que los salarios son los que son, ya tenemos montado el cuello de botella a medio-largo plazo.

En todo caso, la utilidad del artículo del señor Nadal estriba en darnos un retrato bastante aproximado de cómo están las cosas ahora mismo en la banca europea.


18 de octubre de 2016

LA ONG-IZACIÓN DE LA RESISTENCIA

Arundhati Roy. El viejo topo

Un riesgo al que se enfrentan los movimientos de masas es la ONG-ización de la resistencia. Sería fácil malinterpretar lo que estoy por decir y entenderlo como una condena de todas las ONGs. Eso sería falso.

En las turbias aguas de las ONG’s falsas creadas para desviar donaciones o evadir impuestos (en partes de la India como Bihar incluso son otorgadas como dote) hay, por supuesto, algunas que hacen trabajo valioso. Pero es importante considerar el fenómeno de las ONG’s en su contexto político más amplio.

En la India, por ejemplo, la explosión de las ONGs que recibían fondos comenzó a finales de los 1980 y en los 1990. Coincidió con la apertura de los mercados indios al neo-liberalismo. En ese momento, el Estado indio retiró fondos del desarrollo rural, la agricultura, la energía, el transporte y la salud pública para obedecer los dictados de los ajustes estructurales. Al renunciar el Estado a su rol tradicional, las ONGs se pusieron a trabajar en esas mismas áreas. La diferencia, por supuesto, es que los fondos a los que ellas tienen acceso son una fracción minúscula del total del recorte en el gasto público.

La mayoría de las grandes ONGs son financiadas y apadrinadas por agencias de ayuda y desarrollo, que a su vez reciben fondos de los gobiernos de occidente, del Banco Mundial, de la ONU y de algunas corporaciones multinacionales. Aunque puede que no sean lo mismo que estas instituciones, son ciertamente parte de la misma formación política amorfa que supervisa el proyecto neoliberal y aboga, primero que nada, por drásticos recortes en los gastos del gobierno.

¿Por qué estas agencias le dan dinero a las ONGs? ¿Podría ser sólo ese viejo entusiasmo misionero? ¿Sentimiento de culpa? Es un poco más que eso. Las ONGs dan la impresión de que están llenando el vacío creado por un Estado ausente. Y lo están, pero en una forma materialmente inconsecuente. Su verdadera contribución es calmar la furia política y distribuir como ayuda o benevolencia lo que la gente debería tener por derecho.

Melinda y Bill Gates con su fundación en la India
Alteran la psique pública. Transforman a la gente en víctimas dependientes y amellan el filo de la resistencia política. Las ONGs forman una especie de amortiguador entre el sarkar (el gobierno) y el público. Entre el Imperio y sus súbditos. Se han vuelto los árbitros, los intérpretes, los facilitadores.

En el fondo, las ONGs son sólo responsables ante quienes las financian, no ante la gente con la que trabajan. Son lo que los botánicos llaman una especie indicadora. Es casi como si mientras más grande sea la devastación causada por el neoliberalismo, más grande será el florecimiento de las ONGs. Nada ilustra esto de forma más vívida que el hecho de que cuando los Estados Unidos se preparan invadir un país, simultáneamente preparan a las ONGs para ir y limpiar el desastre.

Para asegurarse que sus fondos no sean puestos en peligro y que los gobiernos de los países donde trabajan las dejen funcionar, las ONGs tienen que presentar su trabajo en un marco superficial, desprovisto de cualquier contexto político o histórico. En todo caso, de un contexto político o histórico inconveniente.

Los llamados de emergencia y los informes apolíticos (y por tanto, extremadamente políticos) acerca de la necesidad de ayudar a los países pobres y las zonas de guerra, con el paso del tiempo provocan que la gente (oscura) de esos países (oscuros) se vea como víctimas patológicas. Otro indio desnutrido, otro etíope muerto de hambre, otro campo de refugiados afgano, otro sudanés mutilado… todos necesitados de la ayuda del hombre blanco. Inconscientemente refuerzan los estereotipos racistas y reafirman los logros, las comodidades y la compasión (el amor duro) de la civilización occidental. Son los misioneros seculares del mundo moderno.

Finalmente, en una escala tal vez más pequeña pero definitivamente más insidiosa, el dinero disponible para las ONGs juega el mismo rol en la política radical que el capital especulativo que entra y sale de las economías de los países pobres. Comienza a imponer la agenda. Convierte la confrontación en negociación. Despolitiza la resistencia. Interfiere con movimientos populares que tradicionalmente han sido autosuficientes.

Las ONGs tienen recursos para darle empleo a personas que en otra situación podrían ser activistas en movimientos de resistencia, pero que ahora sienten que están haciendo algo bueno, inmediato y creativo (y que se ganan la vida mientras lo hacen). La auténtica resistencia política no ofrece esos atajos.

La ONG-ización de la política amenaza con hacer de la resistencia algo cortés, razonable; un trabajo de 9 a 5, con buenas prestaciones. La resistencia real tiene consecuencias reales. Y sobre todo, no recibe salario.


16 de octubre de 2016

¿QUÉ ES CAPITAL FICTICIO?

Rolando Astarita. rolandoastarita.wordpress.com

En varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se define al capital ficticio como todo tipo de acreencia o título financiero; esto es, se lo identifica con los títulos (bonos, acciones) que proporcionan rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a diferencia del capital real, el ficticio no constituye riqueza social, ya que los títulos no poseen valor intrínseco.

El objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción de capital ficticio en Marx, y en segundo término, presentar algunas conclusiones relacionadas con la idea de que sería posible salir de las crisis capitalistas, o solucionar los problemas fundamentales vinculados a la acumulación del capital, mediante inyecciones de capital ficticio.

La noción en Marx
La expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar aquellos activos financieros cuyo valor no se corresponde con algún capital real; el caso paradigmático son los títulos públicos. Es que cuando un gobierno emite títulos para cubrir sus gastos corrientes, el dinero que recoge no entra en algún circuito de valorización, y por lo tanto no es capital. Por eso Marx destaca que el precio del título no representa capital, o valor en proceso de valorización. Un pagaré o un bono del Estado solo dan a su propietario el derecho a participar de una parte de la plusvalía, bajo la forma de los impuestos que recaude el gobierno. Por otra parte, los valores de los títulos públicos pueden modificarse, según las oscilaciones de la tasa de interés, o según varíe la confianza en que el Estado podrá hacer frente a sus obligaciones. Estos cambios en los valores pueden, por lo tanto, no tener una relación directa con la acumulación del capital. Por ejemplo, la suba de los títulos del Tesoro de EEUU, desde mediados de la década de 1980, estuvo vinculada a la caída progresiva de la tasa de interés, a lo largo de casi tres décadas. La demanda internacional de los títulos -EEUU es considerado un refugio seguro para los capitales líquidos- explica en buena medida la caída de la tasa. Pero ese aumento del stock de títulos no tuvo como contrapartida un incremento del capital real. Incluso en períodos de crisis o incertidumbre, los precios de los bonos del Tesoro de EEUU continuaron en aumento, a contramano de lo que sucedía con muchos otros activos financieros, que caían al compás de la desvalorización del capital real.

La segunda variante del capital ficticio analizada por Marx es el capital accionario. Recordemos que una acción da derecho a participar en los beneficios de la compañía. En palabras de Marx, “la acción no es otra cosa que un título de propiedad, pro rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del) capital” (Marx, 1999, p. 601). Las empresas emiten las acciones para financiarse (la oferta inicial), y luego pasan a negociarse diariamente en el mercado. Por lo tanto, solo lo recaudado en la emisión inicial pasa a integrar el capital real de la empresa. Sin embargo, los precios de las acciones pueden despegarse (y es lo que sucede en la realidad) del valor del capital realmente invertido. Las ganancias realizadas, y las expectativas de mayores ganancias futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar a que el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que debería pagar un inversor si quisiera adquirirla comprando las acciones) sea superior a su valor real (también llamado valor libros o contable), determinado por los costos de reposición de equipos, planta y capital circulante en existencia. Marx parece referirse a esta diferencia como capital ficticio. Esto es, si el valor de la acción se corresponde con el valor libro, no cabe hablar de capital ficticio. “Las acciones de compañías ferroviarias, mineras, de navegación, etc., representan capital real, a saber, capital invertido y operante en estas empresas, o la suma adelantada por los participantes para ser gastada como capital en tales empresas” (ídem). Marx aquí está diferenciando entre capital ficticio y real. Y subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no existe dos veces, una como capital real, y otra como capital accionario. Pero esto no debe interpretarse como que el título no expresa capital real. Aunque si el valor de la acción supera al valor del capital real, podemos hablar de capital ficticio. Para expresarlo con un ejemplo, si el valor bursátil de la empresa es $1000, pero su valor contable, o de reposición real, es $400, el capital ficticio sería $600. Desde el punto de vista práctico, en los mercados se considera que existe sobrevalorización bursátil cuando la relación entre el valor bursátil y la ganancia anual de la empresa (lo que se llama price/earning) supera sus promedios históricos (que en Wall Street, por ejemplo, se ubican entre 8 y 10). El p/e indica el número de años que son necesarios para pagar, con la ganancia anual de la empresa, su valor bursátil. En vísperas del derrumbe bursátil de las acciones tecnológicas, de 2000-01, algunos p/e eran absolutamente “disparatados”, superando los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico de crecimiento de capital ficticio.

Capital ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria
Por extensión, Marx también consideró como una forma de capital ficticio a la mayor parte del dinero que figura como depósitos en los bancos, ya que los créditos concedidos por el banco no existen como depósitos. Si bien este aspecto del asunto no es tomado en consideración cuando se evalúa el capital ficticio, tiene interés darle cierta atención. Aquí lo importante sería no incurrir en “doble contabilidad”. Lo explicamos con un ejemplo. Supongamos que $100 que conforman un depósito son prestados por el banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo. Para el ahorrista, propietario del depósito, los $100 constituyen un “capital dinerario potencial”; pero en la realidad estos $100 solo existen como capital en proceso de valorización, y no deberían contabilizarse dos veces. Y si el banco invirtió el depósito en comprar títulos públicos, la acreencia solo es capital ficticio. Por otra parte, y esto tal vez sea más interesante, se dan los casos en que el activo del banco es “doblemente ficticio”, si se quiere. Sucede cuando al banco se le permite seguir cotizando el título a su valor nominal, aunque su valor de mercado esté muy por debajo. Pero si los precios de los títulos no se recuperan, el banco no puede evitar la pérdida.

Naturalmente, otra forma de capital ficticio es la que está relacionada con la propiedad inmobiliaria. Es que el precio de la tierra está vinculado a la tasa de interés (al bajar la tasa, sube el precio), y la propiedad inmobiliaria muchas veces está sometida a la misma lógica de cualquier otro activo financiero. De ahí las burbujas especulativas, y su posterior desplome. Como resultas de esto, a veces se puede asistir a una suba durante años de los precios de las propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de “capital” (aunque en términos marxistas la tierra no es capital) invertido en las mismas.

Los títulos de deuda
A diferencia de los casos discutidos en el anterior punto, las acreencias que están en propiedad de los prestamistas no necesariamente representan capital ficticio. Supongamos un capitalista dinerario que presta $1000 a un empresario, el cual adquiere medios de producción y fuerza de trabajo para generar plusvalía. El título de deuda que posee ahora el capitalista dinerario representa capital real, esto es, valor en proceso de valorización; no es capital ficticio. Por supuesto, si estalla una crisis y el empresario no puede vender las mercancías, el capital se desvaloriza. Pero esto no cambia la naturaleza del asunto, ya que en última instancia, todo capital es pasible de desvalorizarse, y no por ello todo capital es ficticio. Por esta razón, Marx señala que el certificado de deuda “no representa capital meramente ilusorio, como en el caso de las deudas públicas”. Lo cual, hay que insistir en ello, tampoco significa que el capital exista dos veces, una bajo la forma del capital en funcionamiento (los $1000 invertidos), y la otra como valor del título. Pero lo importante es que en el caso del préstamo al capital productivo, a diferencia de lo que sucede con los títulos públicos, hay capital que se está valorizando, esto es, explotando al trabajo y obteniendo plusvalía. Por eso, es un error identificar sin más todo crecimiento del crédito (que implica crecimiento de todo tipo de papeles) con aumento del capital ficticio. Tampoco tiene sentido asimilar el crecimiento del crédito con estancamiento del capitalismo. El crédito es una palanca de la acumulación del capital, que a su vez es la forma social que adquiere el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto no se modifica por el hecho de que el crédito también sea una palanca de la especulación y de la sobreacumulación (esta cuestión la trataré con más detalle en otra nota).

Los nocionales de los derivados
Actualmente existen instrumentos financieros que Marx no conoció, y que a veces se consideran también capital ficticio. Los más significativos son los nocionales, que subyacen a los derivados que se negocian en los mercados financieros. Para explicar qué es un nocional a los lectores no familiarizados, lo explicamos con un ejemplo sencillo, el de un swap de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de intereses es un contrato realizado entre dos partes, por el cual una de ellas se compromete a pagar periódicamente una tasa de interés fija, y la otra una tasa variable, durante un lapso de tiempo establecido. Por ejemplo, A paga 4% y B paga Libor + 0,25%. Pues bien, el contrato se establece sobre un valor nocional de, supongamos, 1 millón de dólares, y las partes solo intercambian flujos en caso de que haya variación de la tasa (por ejemplo, si la tasa de interés variable ha subido 0,10 puntos porcentuales, B pagará a A 0,10% de un millón de dólares). Lo importante es que el nocional no tiene por qué ser necesariamente capital ficticio. B, por caso, puede ser un banco que ha prestado un millón de dólares a una empresa a tasa variable, y con el contrato se protege contra una eventual caída de la tasa Libor. Si la empresa que recibió el préstamo ha invertido productivamente el millón de dólares, no estamos en presencia de capital ficticio. Dada la dimensión de las sumas involucradas en los nocionales (los contratos en tasa de interés en 2011 implicaban nocionales por 500 billones de dólares, y cuando se incluían los contratos en tipo de cambio y los seguros contra default, o CDS, se llegaba a 648 billones), es necesario tener presente esta distinción. Lo importante aquí es saber en qué consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de papeles inmobiliarios inflados, estaremos ante un típico caso de capital ficticio; pero no siempre será así.

Capital ficticio y demanda durante el auge
Lo discutido hasta aquí sirve para explicar por qué el capital ficticio, por sí mismo, no puede solucionar los problemas fundamentales que están asociados a la acumulación. Sin embargo, alguna gente piensa que durante las fases de auge del ciclo económico, el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario (esto es, el incremento de sus precios) genera nuevo poder de compra, lo que a su vez permite expandir la producción y por lo tanto generar más plusvalía. Por eso se piensa a veces que hay expansiones puramente “ficticias”. El razonamiento es que si el valor total de las acciones en el momento t es $1000, y en el momento t + 1 es $1200, el poder de compra se habrá incrementado en un 20%. De manera que las burbujas tendrían el efecto milagroso de generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es ilusorio. Se puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno de “fetichismo” del capital: el valor parece crecer y crecer por la sola acción de inversores que compran más y más acciones (o tierras), sin intervención del trabajo humano. La ley del valor trabajo “a lo Marx” parece caerse. Pero no hay tal cosa. La valorización bursátil (o de la tierra) no puede generar nuevo poder de compra. Para ver por qué, supongamos que A ha invertido $20 en acciones, y al cabo de un cierto tiempo las mismas se han valorizado un 50%. Entonces A decide vender, a fin de adquirir un bien de consumo. Cuando A vende las acciones, tiene un poder de compra de $30, pero el comprador de las acciones ha resignado el mismo poder de compra. No hay inyección nueva de valor, cuando se considera el asunto desde el punto de vista global. Algo similar ocurre con la inflación de los precios de la tierra.

Naturalmente, esto no significa que el crecimiento del capital ficticio no pueda incidir en la acumulación. Una forma en que afecta a la acumulación es que el crecimiento de los precios bursátiles puede favorecer el financiamiento de las empresas, ya sea porque éstas utilizan los títulos como colaterales para obtener préstamos y ampliar la producción, o bien porque emiten nuevas acciones para ampliar su capital en las mejores condiciones. Desde el punto de vista del consumo, está lo que se llama el “efecto riqueza”, que consiste en que los inversores pueden sentirse más confiados para aumentar el gasto cuando se valorizan sus tenencias. Por otra parte, el crecimiento del capital ficticio también genera las condiciones para que aumente la especulación, para que se desaten “manías inversoras” y se desarrollen todo tipo de fraudes y estafas que, por regla, terminan en gigantescas catástrofes y quiebras.

Las crisis y el capital ficticio
La inflación de capital ficticio tampoco puede sacar a las economías de la crisis. Si se trata de las acciones, lo característico es que ya con el inicio de las crisis sus precios se derrumben. Esto es, el viraje hacia el descenso económico va acompañado por el colapso de enormes masas de capital ficticio.

En cuanto a los títulos públicos, su crecimiento no puede solucionar las cosas durante la crisis. Para ver por qué, supongamos que en una economía ha caído la demanda (los capitalistas no reinvierten la plusvalía, y el desempleo se está incrementando). El gobierno decide entonces inyectar gasto público, financiado con la colocación de títulos; éstos son comprados con plusvalía (los asalariados no compran títulos). Supongamos que el Estado recoge así $1000, con los que paga subsidios a desocupados o salarios a los empleados estatales. Esta inyección activa la demanda de bienes por $1000 (los desocupados o los empleados consumen bienes). Sin embargo, si la acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay que volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y además, hay que pagar los intereses por los bonos colocados en la primera ronda. Por eso, la recuperación de la demanda por esta vía tiene alcance limitado. Además, si la economía continúa en crisis, y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que los capitalistas dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada vez más alta para seguir prestando. La cuestión de fondo es que el gasto del Estado es financiado con plusvalía que está generada por el trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive, los problemas seguirán agravándose. El gasto fiscal puede ayudar a reactivar la demanda, pero no es la solución del problema. En este respecto hay que destacar la importancia de no caer en el fetichismo financiero, o del Estado y sus posibilidades de evitar, o solucionar, las crisis capitalistas. El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente autónoma de demanda, dado que los impuestos solo son una fracción de la plusvalía generada por el trabajo asalariado. Vinculado a esta cuestión, también hay que aclarar que la emisión monetaria (por ejemplo, para monetizar un déficit fiscal) tampoco es salida, ni significa incremento de capital ficticio, sino la simple desvalorización del signo monetario. Pero por esto mismo no impide la desvalorización del capital, ni constituye una fuente de demanda adicional. Por ejemplo, supongamos que se está en una crisis, en que hay mercancías sin vender, y que el gobierno emite dinero para financiar gasto, de manera que las mercancías se venden. De esta forma se impide que bajen los precios de estas mercancías, y por lo tanto que no se desvalorice este capital mercancía. Pero esto ocurre al costo de la desvalorización del capital dinero. Por supuesto, se puede sostener que es preferible una desvalorización por vía de la inflación, que la deflación. Pero lo importante es que la inyección no frena la caída de los valores.

Subrayamos, solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el atesoramiento), habrá una reactivación genuina de la demanda. Por ejemplo, desde el estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales han aumentado sus balances al comprar principalmente deuda soberana y deuda de bancos. Según el FMI, estas compras fueron financiadas con expansión de la base monetaria, que aproximadamente se duplicó, en términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se ha calculado que hoy habría unos 15 billones de dólares en títulos y préstamos de muy dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter, 2012). Se trata de una inmensa masa de capital ficticio, que no tiene contrapartida en la riqueza ni en el capital real, y que por sí misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del estancamiento.

En conclusión, el capital ficticio no tiene las propiedades “mágicas” que muchos le asignan. Su incremento no puede sostener por sí mismo la acumulación del capital, ni sustituir la producción de plusvalía. Por eso mismo, las gigantescas masas de “papeluchos” creados desde 2007 no han salvado al modo de producción capitalista.


Textos citados:
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7.
Winter, R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15 Trillion in Fictius Capital, The Wall Street Examiner, 27 January



14 de octubre de 2016

ORIGEN Y AUGE DE LAS LUMPENBURGUESÍAS LATINOAMERICANAS

Jorge Beinstein. La Haine

A raíz de la llegada Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.

Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por más a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores. La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso destructivo.

Si estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la propia derecha[1]. Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.

En la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.

El concepto de lumpenburguesía
Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera señalando que “en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía , desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”[2]. La aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada”[3]. Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia navegando entre la usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera” [4].

Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”[5].

Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de una componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas como por ejemplo las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban producir desastres, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.

El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera vez hacia fines de los años 1950 a través de algunos textos de “Ernest Germain” seudónimo empleado por Ernest Mandel haciendo referencia a la burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías latinoamericanas[6]. Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías centrales: estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas (burguesías degradadas).

Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financiarización del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus componentes principales, los productos financieros derivados equivalían a unas dos veces el Producto Bruto Mundial en el 2000 y representaban en 2008 unas 12 veces el Producto Bruto Mundial, por su parte la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la naturaleza de la élites económicas del planeta, la desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).

Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad, los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante. Escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde por ejemplo el Deustche Bank acumula actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros derivados[7], papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea, del otro lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares[8], equivalentes a 3,4 veces veces el Producto Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del muy probable desplome de esa masa de papeles, mientras tanto los grandes lobos de Wall Street juegan alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.

América Latina
América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las elites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la “modernización” regional (es decir su integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes “oligarquías” seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa” en pequeños países casi sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas , advenedizos no completamente admitidos por las viejas élites hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.

En torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financiarización globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacía lo propio con el sector financiero, al mismo tiempo se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes la “nacionalización” de una porción significativa de las elites dominantes con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.

Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos rodeados a su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un gran grupo mediático. Las élites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de las élites pero que si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden el camino del descenso.

Aunque cuando estudiamos a esas élites rápidamente descubrimos que su dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación, un negocio inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etc., por su parte para llegar a los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etc. y ser exitoso en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.

A comienzos del siglo XX la élites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales industrializados, en aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante[9]. Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las élites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente desplazadas perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones. Por su parte los Estados Unidos en retroceso geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados como en Brasil o Venezuela o derrocados como en Paraguay o Argentina, Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial), pero no es así; en realidad estamos ingresando en una nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra.

Las élites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.

NOTAS:
[1] Jorge Beinstein, "Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América Latina" http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507
[2] Carlos Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial Progreso, Moscú 1966.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
[6] Andre Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”, Colección Cuadernos de América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1970.
[7] Tyler Durden, "Is Deutsche Bank The Next Lehman?", Zero Hedge, http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman
[9] "La inversión de las naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera". Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H., "Historia contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX", Ed. Grijalbo. 4a. edición, España, 1996.

12 de octubre de 2016

LA INFORMACIÓN BASURA O EL TOTALITARISMO EN LA RED

Marcos Roitman Rosenmann. La Jornada

Son muchas las novedades aparejadas al uso de Internet, entre otras, tener datos sobre cualquier cosa, la mayoría de las veces irrelevantes, tópicas o falsas. La superproducción de información puebla sus páginas. El llamado big data inunda la vida cotidiana: desde publicidad encubierta, experiencias místicas, terapias alternativas, métodos antiestrés, mejoramiento de la memoria, hasta consejos para adelgazar, restaurantes, etcétera. Hasta aquí nada nuevo. Pero a medida que profundizamos se abre un mundo siniestro y oscuro. El dato por el dato, acompañado de los inevitables me gusta o no me gusta, incluido el comentario sobre el comentarista, su vida privada, las descalificaciones mutuas, los chats, transforman la red en un basurero mundial en el cual se depositan las excrecencias.

Las múltiples aplicaciones y los aparatos que lo hacen posible (teléfonos móviles, portátiles, tablets) favorecen la producción de información irrelevante a escalas exponenciales. El voyerismo social se incrementa. Muchos confunden el significado de la información con opiniones personales. Son fotógrafos, reporteros, informadores. Un accidente de coche, una pelea callejera, un atasco de circulación, un beso furtivo, cualquier cosa puede ser objeto de filmación, comentario en red y más tarde mutar en un éxito viral. Así logra relevancia y se recoge en los informativos de todo el mundo, en horas de máxima audiencia. Sin olvidar los comentarios en Twitter de quienes guardan anonimato con seudónimos peculiares como “indignado furioso”, “revolucionario para siempre”, “Carlos Marx”, “anarquista confeso”, “socialdemócrata convencido”, etcétera.

Por otro lado, entrar en Internet es abrir la ventana a cualquier tipo de datos mezclados entre lo riguroso, lo banal y fútil. Así, nos encontramos con descripciones sobre el uso de medicamentos, la calidad de un restaurante, el estreno de una obra de teatro, el servicio médico de un hospital, las condiciones de atención en las administraciones públicas, el estado de las cárceles, la justicia, la educación, la violencia de género, compras online, etcétera. En este maremágnum, las opiniones se multiplican y la circulación de basura copa todos los espacios. A este despropósito se le ha llamado democracia en red.

Una falsa democratización que pasa por el tamiz de las grandes empresas. Google, Amazon, Facebook, Twitter son quienes controlan y deciden. Realizan perfiles sicológicos donde emergen gustos, obsesiones, preferencias literarias, itinerarios de viajes. Si en algún momento usted consultó una agencia de viajes, recibirá ofertas para sus vacaciones, hoteles, horarios de tren, autobús y avión. Asimismo, si entró para verificar la disponibilidad de un libro, no podrá escapar a las ofertas literarias de las más variopintas. Esta plaga es difícil de combatir. No hay manera de bloquearlos, traspasan todos los límites del decoro.

Seguramente, muchos hemos utilizado Wikipedia para consultar fechas, hechos históricos o la secuencia de presidentes de un país. Su acceso soluciona problemas básicos y facilita información superficial. Es una herramienta útil, pero no sustituye el conocimiento ni la necesidad de corroborar lo expuesto. Sin embargo, se ha popularizado, dejando de lado otras fuentes, como la enciclopedia temática que solía adornar las estanterías de las casas más modestas, tanto como un diccionario. Su consulta era un goce. Su redacción estaba a cargo de especialistas, desde luego con carga ideológica y política. Pero ello formaba parte de la selección y posterior fijación de la información obtenida. Era una manera de articular la reflexión. El argumento, el relato, las evidencias, el lenguaje, las maneras de razonar, el método, las contradicciones, la refutación. Era una construcción destinada a favorecer la capacidad crítica del lector y realizar nuevas preguntas. Una aventura del conocimiento.

Hoy, trabajos académicos, tesis de licenciatura, maestrías y doctorados están llenos de referencias a Wikipedia. Datos irrelevantes como fecha de nacimiento, premios obtenidos, escuela de pensamiento, grupo político o currículum profesional. No hay, y hablamos de un nivel de educación superior, citas a biografías contrastadas o autobiografías. Sea Darwin, Einstein, Marx, Keynes, Julio Cortázar, Borges, Juan Rulfo, todos terminan en Wikipedia. Eso sí, acompañados por cantantes pop, futbolistas, artistas y cuanto personaje accede a Wikipedia.

Buscar documentación en la web es válido y pedagógico. Estudios y trabajos se han digitalizado y están a disposición de los usuarios para ser leídos y compartidos, pero ello requiere una formación previa. Estar informado no es sinónimo de estar formado. Sin capacidad de seleccionar, fijar y construir pensamiento, los datos se trasforman en un arma para el control y la manipulación desde el poder.

La necesidad de compartir información acerca de amistades desconocidas, fechas de matrimonio, cumpleaños, novias o las declaraciones de actores, empresarios, deportistas, intelectuales, políticos y gente de la farándula no aporta nada, salvo hacer mucho ruido, desviar la atención y fortalecer el control del pensamiento. En un reciente libro publicado por el grupo Ippolita, Ídolos: ¿la red es libre y democrática?, ¡falso! , sus autores acuñan el concepto de informática de la dominación para expresar el nuevo totalitarismo de la red. La democracia no está en la red ni la red es democrática. De lo contrario, ¿por qué las grandes compañías que controlan los datos permiten su acceso gratis? Eso sí, a lo que les interesa.