Rolando
Astarita. rolandoastarita.wordpress.com
Una
de las creencias más difundidas en la izquierda de corte
socialdemócrata o stalinista es que las reformas monetarias pueden
brindar soluciones a los problemas de la economía capitalista y
evitar los padecimientos que generan a las masas populares. La idea,
por ejemplo, de que Grecia pueda salir de la crisis abandonando el
euro y volviendo a su moneda, es representativa de esa tesis. En
otras notas hemos explicado que esa medida no evitaría la
devaluación de la eventual nueva dracma, esto es, la caída de
salarios y condiciones de vida de las masas populares.
Sin
embargo, existen versiones más sofisticadas de soluciones monetarias
reformistas. Un ejemplo es el “plan B” para Grecia, que en su
momento elaboró el ex ministro Yanis Varoufakis como alternativa al
acuerdo que impuso la Comunidad Europea. Según lo revelado por la
prensa, Varoufakis propuso que si el Banco Central Europeo cerraba el
suministro de euros a los bancos griegos, el Banco de Grecia debería
imprimir pagarés, que se hubieran asignado a los ciudadanos y
empresas, de manera que el Estado pudiera utilizarlos para
transferencias digitales. El primer ministro Tsipras admitió
enseguida que el plan existió, pero aclaró que el mismo no
implicaba abandonar el euro y que solo fue concebido para el caso en
que se agravaran los problemas de liquidez. Se plantea entonces la
cuestión (sugerida en “Comentarios” de este blog) de si puede
haber una moneda puramente virtual; y si su creación puede ser una
salida a las dificultades griegas.
En
esta nota argumento por qué la respuesta a ambas cuestiones es
negativa. E que la imposibilidad de que haya una moneda griega sin
referencia, o desconectada, del euro o el dólar, deriva del concepto
marxiano de dinero, y de las contradicciones que son inherentes al
equivalente. La primera parte de la nota está dedicada a este
problema (para un desarrollo más completo, ver aquí
y aquí).
Y a partir de este argumento se puede entender por qué los problemas
de fondo de las economías capitalistas no pueden eliminarse con
reformas monetarias, por más imaginativas que sean. En definitiva,
el enfoque marxista polemiza con la larga tradición de economistas
“heterodoxos” que pretenden curar los males sociales reformando
la moneda. Dada su extensión, he dividido la nota en partes.
Encarnación
de valor y medio de circulación, unidad y diferencia
El
problema fundamental que plantea la creación de un sistema monetario
basado en pagarés pasa por la validación última del medio por el
cual esas promesas de pago pudieran saldarse y, en un sentido más
amplio, por la relación que ese eventual medio de pago mantendría
con las monedas internacionales, el euro y el dólar, que fungen como
reservas de valor y medios de pago internacionales. Dicho de otra
manera, en el mejor de los casos, la creación de pagarés hubiera
dado liquidez al sistema; pero no hubiera suprimido la necesidad de
respaldo último del valor de esos pagarés. Incluso pareciera que el
propio Varoufakis, fue consciente de ello, al sostener que su “plan
B” no pasaba por salir del euro (de lo contrario, significaba
volver a la dracma, esto es, aceptar la devaluación lisa y llana de
la moneda griega).
Sin
embargo, si se mantenía a Grecia en el euro, las eventuales promesas
de pago deberían estar nominadas en euros (o en alguna unidad de
cuenta sólida, como el dólar). Y en ese caso, ¿cómo se podría
impedir que la liquidación de deudas no se exigiese en euros (o en
dólares)? Pero también, y de manera inevitable, el euro (o el
dólar) seguiría constituyendo reserva de valor. Por otra parte, el
euro (o el dólar) sería imprescindible para mantener las
importaciones, ya que a nivel internacional no habría manera de que
Grecia pudiera saldar sus cuentas con pagarés. Por eso, la cuestión
de fondo es que no se puede escindir al sistema monetario en dos
sistemas, uno conformado por promesas de pago que circulan, y otro
basado en el euro, para sostener las funciones de reserva de valor,
medio de pago, reserva de valor y medio internacional. La
autonomización del dinero en tanto medio de circulación siempre es
relativa, porque nunca el equivalente puede dejar de cumplir las
otras funciones. Una cuestión que también se relaciona con la
imposibilidad de que en la sociedad capitalista exista una moneda
puramente nacional. Aunque no lo podemos desarrollar aquí, dejemos
apuntado que esta es una cuestión crucial que atraviesa los
programas keynesianos de regulación nacional del capital, y remite,
en última instancia, a la idea de que el dinero es una creación
pura del Estado (concepción cartalista, a la que adhería Keynes y
adhieren los poskeynesianos).
Por
otra parte, la imposibilidad de autonomización plena del circulante
remite a una contradicción que es inherente a la naturaleza y la
función del equivalente. Es que por un lado, el dinero es
encarnación de valor, y como tal, tiene la función de ser medida
del valor, reserva y medio de pago. En este sentido, aunque el dinero
esté conformado por signos de valor, estos deben referenciarse a
un activo que en sí mismo encarne valor. Por esta razón, las
monedas internacionales –dólar o euro- tienen su referencia última
en el oro (ver aquí, aquí y aquí para una discusión actual). Y
las monedas nacionales se referencian, a su vez, en las monedas
internacionales.
Sin
embargo, en tanto funciona como medio de circulación, el dinero es
flujo (currency), ya que está cambiando de manos
constantemente. Y en ese mundo de la circulación surge la
posibilidad de reemplazar primero al metal por signos del metal
(billetes de curso forzoso), que adquieren una creciente autonomía;
y en un segundo momento los billetes son reemplazados por promesas de
pago, esto es, por créditos que se monetizan. O sea, cumplen la
función del dinero como medio de circulación; son ejemplos el
cheque, el pagaré, la tarjeta de crédito o la letra de cambio. En
tanto estas promesas se cancelen, todo parece funcionar a las
maravillas, y de ahí la creencia de que los múltiples “dineros”
pueden ser creados ex nihilo, ser simples promesas.
Pero
la circulación no suprime el hecho de que el dinero debe encarnar
valor. En términos de la dialéctica, el momento de la identidad no
desaparece, aun en la diferencia de los muchos “dineros” que
circulan. Lo cual se manifiesta al momento de la cancelación de
deudas, o en la función del dinero como reserva de valor (¿quién
acumula valor atesorando tarjetas de crédito, pagarés o cheques
post datados?); y más aún, en su relación con el dinero mundial.
En otro trabajo, escribía sobre la cuestión: “En lo que respecta
al dinero en su función de medio de pago, a la hora del settlement
(pago) es necesario de nuevo que exista dinero “cantante y
sonante”, líquido. (…) … al momento de cancelar no hay
posibilidad de sustitutos porque es necesario el aquietamiento, la
fijación del valor, volver a la encarnación y a la identidad:
“… la
función del dinero como medio de pago implica la contradicción de
que, por una parte, en la medida en que se compensan los pagos, sólo
obra idealmente como medida, mientras que por la otra, en tanto el
pago deba efectuarse realmente, entra en la circulación no
como medio de circulación evanescente, sino como
existencia en reposo del equivalente general,
como la mercancía absoluta, en una palabra, como dinero. Por eso,
cuando se han desarrollado la cadena de pagos y un sistema artificial
de compensación de los mismos, en caso de conmociones que
interrumpen violentamente el flujo de los pagos y perturban el
mecanismo de su compensación, el dinero se transforma súbitamente
de su imagen nebulosa y quimérica como medida de valores, en dinero
contante o sonante, o medio de pago” (Marx, Contribución
de la Crítica de la Economía Política, Siglo XXI, p. 136;
énfasis agregado).
La
contradicción entre la identidad y la diferencia se manifiesta aquí
en toda su fuerza. Se pasa de golpe del dinero como medida ideal al
dinero efectivo: “… el dinero reaparece súbitamente, no como
mediador de la circulación, sino como única riqueza, exactamente
del mismo modo como la concibe el atesorador” (ídem).
Así por ejemplo en el movimiento de cheques se aceptan las
transferencias de depósitos, que son en última instancia pasivos de
los bancos. Pero se aceptan en tanto existe confianza en que en
cualquier momento ese pasivo se puede convertir en dinero efectivo,
en cash. Por eso cuando cunde la desconfianza en que el banco pueda
devolver los depósitos lo único que cuenta para el depositante es
el dinero singularizado en billetes tangibles, reales, con existencia
real”
El
equivalente en las economías atrasadas
Las
limitaciones que tiene un sistema monetario autonomizado como simple
promesa de pago se intensifican al tratarse de un país atrasado y
dependiente. Al respecto, en Valor, mercado mundial y
globalización, y después de señalar que la moneda nacional
tiene un rol de equivalente parcial, planteaba que “la
legitimidad como equivalentes de las monedas nacionales es puesta
periódicamente entre signos de interrogación, en especial cuando se
trata de equivalentes vinculados a ámbitos de valor sustentados en
un bajo desarrollo de las fuerzas productivas. Esto explica que las
monedas nacionales actúen como encarnación de valor en la medida en
que están respaldadas por monedas ‘fuertes’, y en particular por
la moneda que actúa como moneda internacional. Por eso, si bien la
validación de los trabajos privados se realiza reduciendo las
mercancías al equivalente nacional, este a su vez tiene que estar
respaldado por la moneda mundial. (…) Las reservas internacionales
constituyen el activo financiero de respaldo último de la base
monetaria nacional; una moneda nacional respaldada exclusivamente en
el crédito interno (títulos públicos) estaría sujeta al
cuestionamiento y a crisis de confianza que harían imposible la
acción de la ley del valor. En última instancia, cuando sucede
esto, la moneda nacional es reemplazada por la moneda mundial,
primero en sus funciones de reserva de valor y atesoramiento, luego
como medio de pago y finalmente como medio de cambio”.
Keynes
y la propuesta de Gesell
Lo
planteado hasta aquí permite examinar críticamente la creencia,
bastante generalizada entre economistas heterodoxos y políticos
reformistas, de que los problemas del capitalismo podrían
solucionarse mediante manipulaciones monetarias. Una idea popular
entre los economistas que consideran que los males del capitalismo
tienen por causa las propiedades del dinero.
Un
ejemplo paradigmático de esta concepción fue Silvio Gesell, citado
extensa y aprobatoriamente por Keynes en la Teoría general.
Gesell pensaba que si se reducía la tasa de interés se eliminarían
los frenos para el crecimiento del “capital real”. Por eso
proponía una reforma monetaria consistente en que el dinero perdiera
valor en la medida en que no circulase. Y para efectivizar la idea,
sugería un sistema de sellado mensual de los billetes, con lo cual
eliminaría la prima por la liquidez del dinero. De hecho, su
propuesta implicaba instalar una economía capitalista que funcionara
según la ley de Say -a una venta le sigue la correspondiente compra,
ya que el dinero no se atesora-, pero convirtiendo a toda mercancía
en dinero.
Se
entiende entonces por qué Keynes estaba de acuerdo con Gesell. Es
que, según Keynes, los problemas de la economía capitalista podrían
superarse si el dinero perdía la característica que lo distinguiría
del resto de los bienes, a saber, su alta prima de liquidez y su bajo
costo de mantenimiento (dadas sus elasticidades de producción y
sustitución iguales a cero). Estas propiedades especiales impedían
que la tasa de interés bajara por debajo de la eficiencia marginal
del capital, e hiciera rentable las inversiones. De manera que si el
dinero era gravado con un costo por mantenerlo inactivo, siempre
según Keynes, se superaría la falla del mercado que impedía el
pleno empleo. Por eso, con la reforma monetaria propuesta por Gesell,
se eliminaría la posibilidad misma de las crisis, manteniendo el
sistema capitalista. De alguna forma la idea era lograr una
economía no monetaria sin alterar la propiedad privada de los medios
de producción.
Posiblemente
por esta razón el proyecto de Gesell atrajo muchos seguidores, como
registra Keynes: “Gesell, atrayendo hacia sí el fervor
semireligioso que antes había rodeado a Henry George, vino a ser el
profeta reverenciado de un culto con muchos miles de seguidores en
todo el mundo. El primer congreso internacional de los
Freiland-Freigeld Bund (Liga Tierra Libre Dinero Libre) suizos y
alemanes y de las organizaciones similares de muchos países se
celebró en Basilea en 1923”. Sin embargo, Gesell no es el
único ejemplo. Uno, mucho más cercano, fue la propuesta, durante la
crisis argentina de 2001-2002, de desarrollar mercados de trueque,
esto es, sin dinero. Alguna gente pensó seriamente que esos mercados
representaban, embrionariamente, una alternativa al capitalismo.
La
propuesta de Gray y la crítica de Marx
Otro
caso histórico de plan de reforma monetaria fue el que proponía el
ricardiano John Gray. Gray sostenía que para remediar los males del
capitalismo no era necesaria una nueva organización del trabajo,
sino una nueva organización monetaria. Por eso propuso, después de
la revolución parisina de febrero de 1848, una reorganización del
intercambio. Se trataba, en esencia, de reemplazar el dinero por
bonos que representaran x tiempo de trabajo, y que serían emitidos
por un banco central. Este calcularía el tiempo de trabajo que
insume la producción de las mercancías, y los productores
recibirían los bonos-trabajo, que vendrían a ser asignaciones sobre
los productos. Gray pensaba que de esta manera no habría
problemas de venta (o sea, de realización del valor), y que los
metales preciosos pasarían a tener el mismo rol que cualquier
otra mercancía. Así, toda mercancía sería directamente
dinero, y los tiempos de trabajo contenidos en las mercancías
podrían ser inmediatamente sociales, como sucedería en una sociedad
comunista. Aunque sin modificar las relaciones de propiedad
capitalistas que subyacen a la existencia del mercado y del dinero.
En palabras de Marx, Gray pensaba entonces que los productos debían
ser producidos como mercancías, pero no intercambiados como
mercancías.
El
problema fundamental del planteo de Gray –y que se repetiría en
Proudhon- era desconocer que el dinero no es un objeto, sino una
relación social, de la misma manera que lo es cualquier otra
relación económica (por ejemplo, la división del trabajo). Y si el
dinero es una relación, no puede ser un elemento separado del resto.
Es que al ser una relación significa que “es un eslabón, y como
tal está íntimamente ligado a toda la cadena de las relaciones
económicas” (Miseria de la filosofía; véase también
Contribución a la crítica de la Economía Política). Por lo
tanto, sigue la crítica de Marx, había que reconocer que esa
relación corresponde a un modo de producción determinado. Por eso
también, no puede separarse el dinero “del conjunto del modo de
producción actual, para hacer de él luego el primer miembro de una
serie imaginaria, de una serie que se desea hallar” (ídem).
La
clave del fracaso de las reformas monetarias al estilo Gray está
precisamente en esta cuestión: se busca una solución ingeniosa
haciendo abstracción del conjunto de la relación social en la
que está inmerso el dinero que se quiere reemplazar por una
construcción imaginaria. Lo mismo se aplica a la reforma de
Gesell: en tanto exista la propiedad privada y el mercado, es
imposible que no haya un equivalente que sea encarnación de valor.
Pero si esto es así, el equivalente nunca podrá ser sólo medio de
circulación; necesariamente cumplirá las funciones de reserva de
valor y medio de pago. Y entonces nos instalamos de nuevo en la
contradicción que hemos tratado en la primera parte de esta nota.
Por eso, en última instancia, reformas monetarias “a lo
Varoufakis” están condenadas. No es posible cambiar el todo a
partir de la manipulación de un elemento que está condicionado y
vinculado orgánicamente al todo. Las fantasías del reformismo
utópico burgués, o pequeño burgués, tienen este límite
infranqueable. En este punto es interesante destacar que incluso
Keynes pensaba que, aunque una reforma como la propuesta por Gesell
sería deseable, una economía de mercado no podía prescindir del
dinero.
La
reforma de Darimon y la crítica de Marx
Los
proudhonianos continuaron la idea de Gray. En este respecto, es
interesante la crítica que dirige Marx a la reforma monetaria que
había ideado Alfred Darimon, seguidor de Proudhon, en las primeras
páginas de Elementos fundamentales para la Crítica de la
Economía Política (Grundrisse) 1857-1858.
Darimon
proponía reformas en el Banco de Francia para eliminar las crisis
comerciales periódicas. Sostenía que durante las crisis, y ante la
caída de las reservas de metal, el Banco de Francia acostumbraba
subir los tipos de interés, lo que profundizaba las crisis. Darimon
planteaba entonces eliminar la convertibilidad de los billetes de
banco, y cualquier otra asignación reembolsable en oro y en plata
(como los depósitos). De esta manera, el oro y la plata serían
mercancías como las otras o, más precisamente, todas las mercancías
pasarían a ser medios de cambio con el mismo rango que el oro y la
plata. Pensaba que de esta manera el Banco de Francia podría tener
un control absoluto del crédito. Puede verse que, en esencia, se
trata del mismo objetivo de Gesell o Gray.
La
crítica de Marx arranca señalando un error aparentemente técnico:
Darimon pensaba que entre la cantidad de metal en reserva y los
medios de circulación, representados por la cartera de títulos en
manos del Banco, había una relación inversa. Según Darimon, el
Banco recibía documentos que se presentaban para retirar el metal,
de manera que cuando aumentaban los primeros, disminuía el segundo,
y viceversa. Marx demuestra que estadísticamente esto no se
verificaba, y explica que la razón de la discrepancia residía en
que Darimon no tomaba en cuenta la circulación de billetes de banco,
ni los depósitos. Por eso, podía suceder que las reservas bajaran
menos que lo que subía la cartera de títulos por el simple hecho de
que una parte de los billetes emitidos para efectuar descuentos
hubiera seguido circulando y no hubiese sido convertida en metal; o
también porque los billetes emitidos hubiesen vuelto a entrar como
depósitos. De manera que la relación entre títulos y reserva de
metal estaba lejos de ser lineal.
Pero
más importante, Marx explica que el Banco de Francia no podía
escapar a la ley económica, y a las constricciones derivadas de la
producción y la situación de la economía en general. Por
ejemplo, en la base de la crisis francesa de 1855, en Francia había
estado el déficit en dos de las más importantes ramas de la
producción, la seda y el trigo; además, había habido
especulaciones capitalistas en el exterior, y gastos improductivos
causados por la guerra en Oriente. Este déficit no se podía
remediar creando signos monetarios; ni el Banco de Francia tenía
el poder para arreglar el problema.
Para
verlo con un ejemplo sencillo: un comerciante de trigo presentaba
documentos al Banco para su descuento; obtenía billetes y los
convertía en oro del Banco; con el oro compraba trigo en el
exterior, con el trigo obtenía dinero del público francés, y con
ese dinero levantaba los documentos depositados en el Banco. ¿Cómo
podía el Banco escapar a esta ley económica? ¿Cómo podía no
elevar los intereses cuando las condiciones del crédito se
endurecían? Pero Darimon pensaba que suprimiendo la convertibilidad,
se solucionaban los problemas. Era una ilusión. Para entender por
qué, supongamos que el Banco de Francia pasaba a descontar
documentos contra billetes que no podían ser convertidos en oro,
como proponía Darimon. Los billetes entonces serían asignaciones
directas sobre los productos de la nación. Aunque Marx no presenta
este argumento, surge una pregunta primera: ¿Cómo se podía
importar trigo (y si había déficit de producción de trigo, la
importación era inevitable) si esos billetes sin respaldo no eran
aceptados por los capitalistas productores de trigo en el exterior?
Supongamos
sin embargo que fueran aceptados; dado que se trataba de asignaciones
sobre los productos franceses, dice Marx, subirían los precios de
estos productos. Lo cual implica que el Banco habría desvalorizado
los títulos, sin que hubiera aumento de la riqueza nacional. Pero
más importante todavía, aun con inconvertibilidad el valor de
los billetes emitidos se establecería, de todas forma, y de hecho,
en los mercados del oro y la plata. “Para los billetes no
convertibles la convertibilidad no se comprueba en la caja del banco,
sino en el cambio cotidiano entre el papel moneda y la moneda
metálica de la que aquella lleva el título” (Grundrisse,
p. 57, t. 1).
De
nuevo, las relaciones sociales
En
el planteo de Marx subyace la idea que vertebra su crítica al
utopismo reformista burgués, a saber: que la ley económica no se
puede desconocer en tanto esa ley tiene su raíz en las relaciones
sociales de producción y de cambio. Por eso señala, en polémica
con las ideas de Darimon, que el Banco de Francia no podía escapar a
la “ley económica universal” que dice que cuando aumenta
la demanda de crédito, y escasea la oferta de dinero, aumenta la
tasa de interés. No había manera de alterar esta cuestión, de la
misma manera que el Banco no podía controlar la masa de los medios
de circulación. Por eso señala que Darimon hacía “de su
personal fe supersticiosa en el control absoluto del mercado y del
crédito por parte del banco, un punto de partida” (Grundrisse,
p. 48, t. 1). Es la misma fe supersticiosa que encontramos al día de
hoy, una y otra vez, en las más diversos reformadores “heterodoxos”.
Irónicamente, la ortodoxia monetarista también piensa que la masa
de circulante puede ser administrada a voluntad por la autoridad
monetaria.
La
crítica de Marx entonces da vuelta por completo a la idea –tan
común por estos tiempos entre la heterodoxia kirchnerista, y
similares- de que “la política controla a la economía”.
Es que en la economía mercantil capitalista la política no puede
escapar de los rigores de la ley del mercado. Por esta razón, lo
monetario no puede abstraerse de la totalidad social en la que
existe. Es lo que afirma Marx, en forma de una pregunta que bien
puede interpretarse como retórica: “¿Es posible revolucionar
las relaciones de producción existentes, y las relaciones de
distribución a ellas correspondientes, mediante una transformación
del instrumento de circulación, es decir, transformando la
organización de la circulación? Además, ¿es posible emprender una
transformación tal de la circulación sin afectar las actuales
relaciones de producción y las relaciones sociales que reposan sobre
ellas?” (Grundrisse, p. 45, t. 1). Agregaba que las
reformas que pretendían realizar malabarismos en materia de
circulación trataban de evitar, por un lado, el carácter violento
de las transformaciones, y por el otro, “hacer de estas
transformaciones mismas no un supuesto, sino viceversa, un resultado
gradual de la transformación de la circulación” (ídem).
Ninguna de esas reformas monetarias puede “suprimir las
contradicciones inherentes a la relación dinero” (p. 46,
ídem). Naturalmente, el ultra prudente “plan B” del reformista
Varufakis, no escapa a las generales de la ley.
En
resumen, la clave de
la crítica marxista al socialismo burgués o pequeño burgués es
entender el sencillo hecho de que la forma de producción material, y
el intercambio que corresponde a ese modo de producción, constituyen
las circunstancias objetivas con las que cada individuo y generación
se encuentran como algo dado, y son el fundamento de su actividad
política. Esto es así, tanto si se quiere reformar lo existente, o
revolucionarlo. Una cuestión que “prácticamente” le fue
recordada, hace poco, a Syriza y a sus apologistas desparramados por
el mundo (ver aquí)