Mariola
García Pedrajas.
Agenda
Roja
Recientemente
me encontré un programa de radio donde una feminista negra
estadounidense intentaba explicar a las feministas blancas de clases
más privilegiadas que había muchas realidades. Criticaba que las
feministas blancas tienden a pensar que en la discriminación de la
mujer no hay más realidad que la suya, y no tienen en cuenta esas
diversas realidades a la hora de organizar la lucha. Las palabras de
esta mujer a pesar del tono de crítica parecían resumirse en un
llamamiento a romper lo que ella llamaba las barreras sicológicas
que separan a las mujeres de distintas clases sociales y razas.
En
su texto "Feminism and class power" (1) la también feminista
estadounidense Bell Hooks hace la siguiente apreciación:
Aquellas
mujeres que se unieron a grupos feministas compuestos de mujeres de
diversas clases sociales fueron las primeras en darse cuenta que la
visión de una hermandad donde todas las mujeres se unieran para
luchar contra el patriarcado no podía materializarse hasta que no se
tratara la cuestión de clase.
De
nuevo nos encontramos ante la misma idea, que es posible un
movimiento que una los intereses de las mujeres de todas las clases
sociales, una hermandad de todas las mujeres (“sisterhood”), que
se trata de discutir el tema e integrar esos diversos intereses en la
lucha. Es interesante destacar que en el resto de este extenso texto
Bell Hooks se dedica a mostrar como las mujeres de clase trabajadora
se sintieron “traicionadas” por el movimiento feminista, que fue
usado básicamente por mujeres que buscaban incrementar su estatus y
poder dentro de su clase y aquellas que iban accediendo a privilegios
de “clase media” dentro del orden social existente.
Yo
por el contrario no hablaría en absoluto de “traición” sino de
la evolución natural y absolutamente esperable de un movimiento que
se articula de esta manera buscando la hermandad de todas las
mujeres.
En
la estructura de clases lo que separa a unas mujeres de otras no es
una cuestión psicológica relacionada con el hecho de que las
privilegiadas no aceptan que existe una realidad distinta a la suya y
que hay que integrar también en la lucha. Lo que las separa es la
realidad de las condiciones materiales de la existencia. Por mucho
que las mujeres que disfrutan de privilegios de clase acepten la
realidad de las explotadas, integrar la lucha contra la explotación
de clase en el movimiento significaría aceptar ir contra sus
privilegios de clase. Es pueril pensar que van a hacer eso. Casi
diría que eso es pedirles demasiado, su lucha está dirigida de
manera natural a poder disfrutar de sus privilegios de clase al mismo
nivel que los hombres de su clase, no precisamente a renunciar a
dichos privilegios.
Además,
tenemos que tener en cuenta algo que parece que hemos olvidado, eso
que se llama correlación de fuerzas. No sé cómo podemos pensar que
antes de hacer ningún trabajo duro de fortalecernos como clase,
podemos llegar a un movimiento conformado por mujeres de clases que
disfrutan de bastante más poder que la nuestra dentro del sistema, e
influenciarlo para que su lucha tenga un impacto determinante para
los intereses de la mujer de clase trabajadora. Así que vuelvo a
insistir, estos movimientos que se comportan básicamente como
lobbies de defensa de los intereses de las mujeres de clases
privilegiadas no son el resultado de ninguna “traición” a la
mujer de clase trabajadora por parte de unas cuantas traidoras, sino
el resultado más que esperable de la dirección que tomó el
movimiento feminista.
Curiosamente,
habrá que buscar sus causas, mientras más pruebas hay de que el
feminismo que pretende integrar a todas las mujeres está al servicio
primariamente de aquellas que disfrutan de privilegios de clase, más
hegemónico se hace, penetrando con fuerza en lo poco que queda de
los espacios con conciencia de clase. De hecho, el feminismo que se
considera hoy en día a sí mismo más avanzado y radical, y que es
por lo tanto el que tiene más posibilidades de penetrar en dichos
espacios, es el que más pone el énfasis en organizar la lucha en
torno al género, por encima de cualquier otra consideración
Un
elemento clave para que penetre esta forma de articular la lucha
feminista incluso en espacios que se declaran marxistas es la teoría
del patriarcado. ¿Por qué en este aspecto concreto debemos olvidar
la centralidad de la clase trabajadora y a pesar de ello seguir
reclamándonos marxistas? Pues porque al parecer hay un sistema de
opresión de la mujer, el patriarcado, que afecta a las mujeres de
manera tan opresiva y determinante que como marxistas hemos de
entender que todas las mujeres, independiente de su clase social,
tienen el potencial de unirse para luchar contra ese statu quo
existente y por una transformación tan profunda de la estructura
social que minará también la estructura de clases.
Evidentemente
no hay la más mínima prueba de que esto sea cierto, de que mujeres
que disfrutan de privilegios de clase, ni siquiera las de “clase
media”, en su interés por luchar contra el “patriarcado”
dirijan la lucha, ni la hayan dirigido nunca, hacía un cambio social
profundo que cuestione la estructura de clases. Mientras que hay
pruebas abundantes de lo contrario, de que han convertido su lucha en
algo perfectamente compatible con la estructura de clases sociales.
A
pesar de esta realidad tan patente, la teoría del patriarcado
intenta convencer a las mujeres que forman parte de los espacios de
clase trabajadora de que sigan apoyando esta forma “interclasista”
de organizar la lucha feminista. Para ello, la visión que se
esfuerza en darnos de la realidad social hace absolutamente imposible
ningún tipo de solidaridad de clase entre sexos, ni la posibilidad
de trabajar por ella siquiera, mientras que presenta a todas la
mujeres como hermanadas por idéntica opresión. La “sisterhood”
de la que hablan las feministas anglosajonas que son las que han
parido este feminismo.
En
ese esfuerzo para que todas nos sintamos hermanadas, y convencernos
pues de que la solidaridad primera, principal y permanente ha de ser
de género, la teoría del patriarcado nos presenta una relación
entre sexos básicamente inalterada desde el inicio de la humanidad,
en la que apenas admite evolución alguna. Efecto colateral, la lucha
por la construcción de sociedades igualitarias no es realmente
posible bajo esta teoría. Me referiré a esto más adelante.
La
influencia tan negativa, para la lucha por la igualdad y contra la
explotación desde una perspectiva de mujer de clase trabajadora, que
ha tomado el movimiento así dirigido se me hace evidente en el
propio texto de Bell Hooks(1) al que hacía referencia y en otros de
sus escritos. Siguiendo su exhaustivo análisis solo se puede
concluir que las mujeres de las clases explotadoras no pueden ser
nunca las aliadas de las mujeres de las clases explotadas, y que en
el feminismo que así se articula no hay tal alianza sino que está
al servicio de las mujeres privilegiadas. Sin embargo, la autora está
tan imbuida de esta teoría del patriarcado que no tiene otro destino
posible que el feminismo de la separación, que no parece estar
dispuesta a explorar la búsqueda de alianzas que no sean las
exclusivamente de género. Si seguimos esta línea de pensamiento,
parece que las opciones de la lucha feminista de clase se restringen
o bien a unirse a una lucha interclasista, de la que ella misma
aporta pruebas aplastantes en contra, o al más absoluto de los
aislamientos, siendo absolutamente imposible integrarla en el
movimiento más amplio de clase trabajadora.
Lo
cierto es que debemos ser cautas a la hora de adoptar y propagar
términos que se ponen de moda, y preguntarnos si reflejan la
realidad que queremos transformar mejor que aquellos que hemos venido
utilizando como machismo o sexismo, generadores de discriminación,
violencia y desigualdad. Básicamente lo que tenemos en la sociedad
son sentimientos de supremacía masculina que en su forma más
agresiva cuando se sienten cuestionados dan lugar a la violencia
machista. Pero ya no hablamos mucho de eso, ahora la palabra clave
que te hace estar en lo nuevo es “patriarcado”. ¿Estamos
reflejando con ello mejor la realidad social? Yo diría que al
contrario. Se trata de un término que al no reflejar ninguna
realidad objetiva claramente evidente de la sociedad actual, se
convierte en algo tan etéreo y vacío de contenido que cada una, y
cada uno, lo mete literalmente donde bien le parece creando más
confusión que otra cosa. Quienes lo usan no nos aclaran gran cosa de
qué están hablando y a que realidad específica se refieren. Esa
misma ambigüedad ya debería danos que pensar. Como bromea una
amiga, meten lo del patriarcado en todos lados y con tan poca
aclaración que no ha conseguido identificar lo que es, pero que por
el tono general entiende que debe ser algo muy chungo.
Asisto
a la popularización del término patriarcado de igual manera que
asistí a la de términos como ciudadanía y ciudadano, y como
entonces soy plenamente consciente de que el proceso se está dando.
Hace unos días en una revista cultural me encontré no menos de tres
artículos de “denuncia del patriarcado” anunciado el tema ya
desde el propio título de los artículos. Se trata de una de esas
revistas culturales que entiende muy bien cuáles son los límites
seguros de la crítica, que adopta posturas que puedan considerarse
más o menos novedosas pero sólo cuando ya están lo suficientemente
aceptadas como para no resultar polémicas. Me quedé pensando que si
por ahí anda ya la popularización del término patriarcado ya mismo
se nos hace primo hermano de la ciudadanía y los ciudadanos.
Algunas
de los argumentos que se esgrimen continuamente por parte de los
adeptos a la teoría del patriarcado dentro del movimiento de clase
para justificar que en la cuestión feminista incluso éste (el
movimiento de clase) ponga todo el énfasis en la solidaridad de
género y no en la centralidad de la clase trabajadora, en mi opinión
no resisten el más mínimo análisis. Tomemos por ejemplo el
argumento de que no podemos aplazar la lucha “contra el
patriarcado” hasta que se produzca una supuesta futura revolución
socialista.
En
primer lugar, ¿quién está hablando de dejar ninguna lucha por la
igualdad (esa es la lucha, ¿no?) hasta que llegue la revolución
socialista? Por supuesto que no vamos a dejar de trabajar por la
construcción de sociedades igualitarias hasta que se dé una futura
revolución socialista. Esa es una parte muy importante de nuestra
lucha revolucionaria en el aquí y el ahora. Y contribuiremos a ella
en todo lo que podamos. Tanto luchando contra los sentimientos de
supremacía masculina dentro del propio movimiento que se dice
revolucionario, como en las propuestas de lucha social que éste
haga. Lo que sí tenemos claro es que los problemas colectivos de la
mujer de nuestra clase solo se podrán resolver de manera adecuada
con las soluciones colectivas de una sociedad socialista. Pero eso es
algo muy distinto a afirmar que pretendemos aplazar toda lucha por la
igualdad hasta que llegue la revolución socialista.
Por
ejemplo, ¿fue la lucha de los comunistas sudafricanos contra el
racismo menos decidida que la de aquellos que pretendían que el
problema del Apartheid era únicamente racial? Yo diría que al
contrario, fueron un ejemplo de lucha contra las ideas de supremacía
blanca dentro del propio movimiento, a la vez que de sacrificio en la
lucha para acabar con el Apartheid. Nelson Mandela mostró su
admiración por los comunistas sudafricanos y afirmaba que no se unió
a ellos porque consideraba que en Sudáfrica el problema era
básicamente racial y no de clase.
Sudáfrica,
de hecho, ilustra perfectamente lo que ocurre cuando movimientos como
estos acaban en manos de quienes niegan el componente de clase como
Nelson Mandela. De quienes dejan completamente fuera del análisis el
hecho de que el racismo tiene mucho que ver con la deshumanización
de una raza por parte de colonos europeos blancos creando una
estructura de pensamiento que allana el camino a la explotación
brutal a la que es sometida. Tras la victoria contra el Apartheid, al
negarse el componente de explotación de clase nada se hizo por
cambiar las estructuras económicas, y hoy en día la inmensa mayoría
de la población negra sigue siendo pobre. Este “olvido” de que
estamos ante una lucha de clases nos lleva directamente a la matanza
de Marikana, donde mineros negros en huelga fueron masacrados con
impunidad por la policía(2), bajo el gobierno del Congreso Nacional
Africano. Esas minas que al igual que ocurría bajo el gobierno
racista blanco se siguen explotando para beneficio del capital
transnacional y con la explotación de la mano de obra negra.
Pongo
otro ejemplo para seguir ilustrando lo que quiero decir. Estos días
veía una película china, Tierra amarilla, ambientada en 1939 en una
provincia del centro del país en que la población sufría unas
condiciones de vida muy duras. Dirán qué mujer más frívola esta
que basa su argumentación política en una película. No es eso, lo
que ocurre es que este película me sirve para explicar de manera muy
sencilla lo que quiero decir. Y no se preocupen que en ningún
momento voy a sacar un ejemplo de Juego de Tronos. Los ejes de lucha
que muestra la película en el tema de mujer dentro del movimiento
comunista incluían la abolición de los matrimonios concertados, en
los que la mujer no tenía ni voz ni voto y que como refleja la
película tanta violencia ejercían sobre ella, la lucha por la
alfabetización de las mujeres, y la implicación de las mismas en
todos los aspectos del movimiento.
Ahora
bien, ¿cómo abordaríamos esa lucha bajo las premisas del feminismo
de hoy? Es evidente que de esos elementos, los matrimonios
concertados en China afectaban a las mujeres de cualquier estatus
socioeconómico, aunque lo cierto es que de manera muy diferente.
Este hecho hubiera servido de argumentación a favor de que en el
tema de la mujer incluso dentro del movimiento comunista la
centralidad no debía estar en la clase trabajadora sino en el género
(femenino). Y que el papel de las mujeres comunista era unir fuerzas
con las mujeres de cualquier clase social para luchar contra el
matrimonio concertado, en vez de centrarse en una lucha dentro de la
clase trabajadora que incluyera ese aspecto también. En mi opinión
ese planteamiento no tiene mucho sentido, ¿verdad? Pues de esa forma
que malgasta nuestras escasísimas fuerzas quieren que nos
organicemos hoy en día.
No
pretendo entrar en un debate sobre cuestiones históricas a través
de una película, lo que quiero resaltar es que en un movimiento
comunista consciente no es que no se den estas batallas, o que se
aplacen, sino que se dan como parte integral de su lucha
revolucionaria de clase.
Hay
un feminismo actual que afirmaría que dentro del movimiento de clase
no se podría dar esa batalla porque todos los hombres se benefician
supuestamente del matrimonio concertado y no permitirían un cambio.
Se trata de un feminismo que como dije nos muestra una sociedad
inamovible ajena a la realidad. Ignora que batallas de este tipo se
han dado dentro de movimientos “mixtos” no ya revolucionarios
sino incluso simplemente reformistas.
Cuando
dicha forma de pensar proviene de quienes se llaman marxistas mi
problema es aún mayor. Quienes no creen en la centralidad de la
clase trabajadora, en la lucha de clases como motor de la historia, y
en que las estructuras sociales pueden ser objeto de una
transformación profunda no son marxistas. Hasta la heterodoxia tiene
sus límites y llega un momento en que deja de ser heterodoxia y se
convierte en una ideología completamente diferente.
Otro
feminismo que se considera de clase trabajadora no llega a tanto,
pero cree que la unión con mujeres de cualquier clase social
refuerza mucho la lucha y que es donde hay que poner el esfuerzo
porque es la mejor manera de conseguir los objetivos de la mujer de
clase trabajadora. Este planteamiento presenta bastantes problemas de
los que podemos enumerar algunos.
En
primer lugar, al dejar que el análisis se lo hagan desde
perspectivas propias de la ideología dominante, no es consciente de
que incluso los elementos que afectan a todas las mujeres, afectan a
las de clase trabajadora de forma muy distinta a como afectan a las
de otras clases sociales. Acabará pues adhiriéndose a la visión de
cómo afectan estas cuestiones a quienes hacen el análisis, que con
altísima frecuencia en lo que refiere a la clase andan más cerca
del privilegio que de la explotación y/o forman parte de un
entramado de producción de ideas financiado por el propio sistema.
En
segundo lugar, esta unión centra necesariamente todos los esfuerzos
en aquellos aspectos de la lucha por la igualdad de la mujer que sean
totalmente compatibles con la estructura de clases. Es decir, lo que
en teoría podríamos ganar en la lucha sobre un aspecto concreto,
sería superado con creces por el efecto negativo que tendría en
otras luchas que son decisivas específicamente para la mujer de
clase trabajadora.
Analicemos
otro aspecto de este argumento de que no vamos a aplazar la lucha
contra el patriarcado hasta que se dé una supuesta revolución
socialista. Si se analizan las propuestas de organización de quienes
así argumentan se ve que lo que están diciendo es que su lucha la
van a centrar en una alianza de género (hermandad de mujeres) contra
el patriarcado. Veamos, ¿no podemos esperar a algo que nos fían a
tan largo plazo como la revolución socialista y por lo tanto nos
centramos en algo mucho más inmediato y sencillito como es unir
fuerzas con las mujeres de todas las clases sociales para luchar
contra el patriarcado? Ese patriarcado que según sostiene ese mismo
feminismo es algo que ha perdurado de manera básicamente inalterada
casi desde que existe la humanidad y que por lo tanto, ¿dónde hemos
de buscar sus causas? ¿En algo tan poco transformable como la
biología?
En
resumen, nos dicen que lo mejor es que nos centremos todas en la
lucha contra el patriarcado, pero para convencernos de que la
conciencia y solidaridad de género es la verdaderamente crítica
para toda mujer (algunas somos unas recalcitrantes con eso de la
conciencia de clase), nos pintan el patriarcado como algo tan
consustancial a las relaciones hombre-mujer que no puede ser
cambiado. Nos llaman a la lucha pero lógicamente ante este panorama
la única lucha posible es defender la existencia de espacios
segregados. Exactamente qué tipo de transformación social o que
sociedades igualitarias nos puede traer esto he de confesar que es
algo que se me escapa totalmente. Porque ese es nuestro objetivo,
¿no?
Hace
un tiempo una mujer que hoy en día medra como empleada a tiempo
completo de la “nueva” política me dijo que ella no tenía que
creer que los cambios sustanciales fueran realmente posibles para
formar parte de los movimientos sociales, que lo hacía porque ella
consideraba que era su obligación moral para mostrar su repulsa por
una serie de políticas. Pues será eso, que nosotros también nos
hemos vuelto posmodernos y si lo que nos mueve no es el deseo de
luchar por sociedades más igualitarias sino mostrar nuestra repulsa
contra el patriarcado, pues para eso sí sirve este tinglado, y
mientras más monolítico e inalterable presentemos a ese patriarcado
más valor tendrá ante nuestros ojos nuestra repulsa.
¿Cómo
hemos llegado a esta situación? Muchos factores habrán influido,
pero se me ocurre que el hecho de que hace ya mucho tiempo que la
izquierda dejó de hacer ideología, abandonando la generación de
ideas propias y adoptando como “progresistas” las creadas por los
think tanks financiados por el propio sistema, ha podido influir
algo. Hace ya mucho tiempo, unos 20 años, leí un análisis de una
organización de mujeres estadounidense que argumentaba que los
colegios solo de chicas eran mejores. Remitían a estudios en que
según ellas se demostraba que las chicas rendían más
académicamente en estos espacios en los que no estaban expuestas a
la violencia masculina. Me pareció una posición de lo más
reaccionaria, entendiendo que la lucha por la igualdad era
precisamente la contraria, imponer nuestra presencia en todos los
ámbitos y espacios.
Si
analizamos la postura actual del feminismo de la separación es
básicamente esa. Tanto hablar de patriarcado y en vez de reclamar
que las mujeres seamos consideradas adultos de pleno derecho en la
sociedad nos tratan como niñas con necesidad de protección
permanente.
Cuando
aplicamos esta mentalidad al movimiento de clase me encuentro
pensando que si nosotras mismas nos consideramos demasiado débiles
para argumentar nuestras posturas y someterlas a debate dentro del
movimiento en su conjunto, de hacer la revolución contra el capital
ya ni hablamos, ¿no?
Hace
más de 80 años mi abuela materna anduvo toda la noche con una hija
pequeña en brazos para poder votar por la mañana. Habían
convencido a mi abuelo que la dejara en un pueblo vecino la noche
anterior a las elecciones para que no pudiera votar. El argumento era
que estaba feo que estando él de interventor en la mesa de las
derechas, por tradición familiar no porque su propia situación
económica justificara tal cosa, su mujer fuera vista por todo el
mundo votando en la mesa de las izquierdas. Cuando mi abuela se dio
cuenta que habían partido sin ella y comprendió el motivo cogió a
su niña y, tras toda la noche andando, llegó la primera a votar por
la mañana. Cuando a mi abuelo le dijeron que cómo era que había
dicho que su mujer no podía venir a votar, que allí estaba la
primera en la cola de la mesa de las izquierdas, al parecer
simplemente se encogió de hombros y dijo que ya la conocían. He
oído esta historia muchas veces no de labios de mi madre sino de los
de mi padre.
La
vida de mi abuela no se restringía al ámbito privado, trabajaba
fuera del hogar haciendo los trabajos más duros. No creo que
represente ningún caso especial sino de lo más común dentro de los
estratos bajos de la clase trabajadora a los que pertenecía. Su
lucha hace ya tanto tiempo fue como mujer y como clase trabajadora;
fue la lucha de quienes creyeron que era posible un destino mejor
para la clase trabajadora.
El
caso de mi abuela paterna también merece mención, huérfana desde
muy niña y viuda joven con dos niños pequeños. Para ella eso de
que la pobreza tiene rostro de mujer fue una realidad muy palpable.
También trabajaba fuera del hogar. Entre sus trabajos más comunes
estaba el de lavar ropa ajena en el lavadero público del pueblo
junto a muchas otras muchas mujeres. Sí, una realidad muy palpable y
no pura retórica como en esas ONGs financiadas por el propio capital
que nos mezclan esto, la pobreza con rostro de mujer, con la denuncia
de que hay muy pocas mujeres entre las 500 mayores fortunas(3). Tan
asumida parece estar ya esa supuesta “hermandad de mujeres”, la
consideración de la mujer como una clase en sí misma, que ni se
molestan en argumentarnos como la lucha por aumentar la presencia de
mujeres entre las grandes fortunas y la de disminuir la presencia de
mujeres entre los muy pobres pueden darse juntas. Simplemente
presentan de forma natural a ambas como parte de la lucha general por
la “igualdad de género”.
He
pensado en mis dos abuelas estos días en los que desde el Espacio de
Encuentro Comunista recordábamos las luchas de las mujeres
obreras(4). También la siguiente generación, la de mi madre y mis
tías ha conocido el trabajo duro fuera del hogar desde niñas. Como
digo nada extraordinario, probablemente lo más normal dentro de ese
segmento de la clase trabajadora.
La
generación de mujeres de mi familia a la que pertenezco no está en
la misma situación que las dos generaciones anteriores. Pero tengo
meridianamente claro con quienes está mi lealtad y mi lucha. Si mi
clase cuando accede a una formación es para olvidar quién es, más
vale que los nuestros no hagan ningún sacrificio y nos dejen en la
más absoluta de las ignorancias; haremos menos daño.
Las
ideas que se presentan como nuevas, incluido lo último en
pensamiento “radical”, tienen que ser sometidas a un análisis
tan severo y riguroso como al que sometemos a cualquier otra. Porque
adjetivos como nuevo o radical (no de que va a la raíz sino de
extremo) no son necesariamente sinónimos de bueno o útil para
nuestra lucha de clase trabajadora. Tengo familiaridad con el mundo
anglosajón y reconozco su retórica desde lejos, y cuando escucho su
blablablá por mucho disfraz radical y rompedor que le quieran poner,
como tengo muy presente por qué sociedad lucho pienso, ¡vete a
empoderar a tu abuela!
Referencias:
(1)
Capítulo 9 de su libro Where we stand: class matters