La crítica más persistente desde el reformismo prosistémico ha sido durante todos estos años de la crisis la de que determinados empresarios, banqueros (el adjetivo con más carga “revolucionaria” en sus labios) y especuladores en general eran malvados por ser “avariciosos”.
En las cabezas de quienes compraban ese discurso aparecía algo así como la imagen del viejo banquero judío cuentamonedas murmurando la expresión tan habitual en el meme digital: “mi tesoro”.
Esta ha sido la bandera exhibida desde 15MPaRato (¿se acuerdan, o ya no?), hasta plataformas como Recortes 0 o Podemos, pasando por cualquiera que prefiriese repetir lo que llegaba a sus oídos por la creencia de que lo que opinan muchos posee calidad de certeza por la magia “incuestionable” del número.
Gran parte de la sociedad ni siquiera alcanza el nivel de la crítica moral al capitalista “avaro” y mucho menos a la naturaleza del capitalismo como sistema económico-social. La crítica a la codicia es más sonora cuando se produce desde la autopercepción y sentimiento de afectado por la misma. Es el signo de estos tiempos de insolidaridad: uno protesta cuando le va personalmente mal, y no siempre; muy rara vez por el dolor ajeno. La otra crítica, la que cuestiona al capitalismo en su conjunto, como formación económico-social, es mucho más inhabitual porque exige un mayor nivel de abstracción sobre lo particular para alcanzar una visión general.
¿Recuerdan ustedes a Bernard Madoff, el gestor de fondos de inversión que hizo una formidable estafa piramidal, o como dicen los que van de entendidos esquema Ponzi, de más de 68.000 millones de dólares por la que fue condenado en 2009? Para la gran mayoría de quienes hablaban de ello entonces, las razones para su condena moral se agotaban en su codicia que le condujo al delito. Si además se sabía que pertenecía a la comunidad judía de Nueva York, la imagen del malvado judío de nariz ganchuda y el gorro de dormir estaba servida.
Algunos periodistas y opinantes de ocasión quisieron ver incluso en estafas como ésta a través de fondos de alto riesgo las razones de esta fase -su origen hay que remontarlo al inicio de los años 70, con la tendencia descendente de la tasa de ganancia- de la crisis capitalista mundial que estaba aún en sus inicios.
Leheman Brothers, que combinaba la banca de inversión y la gestión de activos financieros con servicios bancarios más generales quebró en 2008, tras haber superado escándalos de los hedge funds, por el efecto de la crisis de los créditos subprime, concedidos a unos intereses insosteniblemente bajos y con riesgos de impagos muy altos, cosa que cuando se aprobaron los préstamos hipotecarios no se tuvo en cuenta pero a cuyo colapso sucedió un rosario de crisis en muchas entidades del sistema financiero mundial.
Explicación típica al canto: la avaricia desmedida de sus gestores provocó un comportamiento especulativo irracional que hizo no calculasen el riesgo real y que, cuando vinieron mal dadas, el castillo de naipes se viniera abajo.
Cada vez que algún magnate de los más conocidos de la lista Forbes aparece en los medios de comunicación de masas, sean Carlos Slim, Amancio Ortega o Warren Buffett, por centrarnos en tres de los más conocidos, en caso de surgir un discurso crítico hacia el volumen de sus fortunas o hacia alguna de sus operaciones especulativas (Ortega dedica parte de sus beneficios a la compra masiva de inmuebles), el binomio especulación-codicia aparece como esencia de esa crítica.
Los Rothschild, los Rockefeller o los Morgan, que no necesitan de ninguna lista Forbes, y que están tan en boca de los millones de páginas conspiranoicas sobre el gobierno mundial, llevan asociado a sus apellidos el de avaros, aunque connotados de un segundo atributo: actuar movidos por un deseo de poder absoluto (sólo el necio confunde poder y gobierno).
No creo necesario continuar mencionando ejemplos. La crítica moral sobre la avaricia de los grandes potentados, y también de los medianamente ricos a los que sus escándalos económicos han alcanzado en algún momento, tiene varias explicaciones, a mi entender en su mayoría interesadas.
● La crisis capitalista mundial, aunque no se produce en absoluto por factores financieros, detona de forma financiera, hasta el punto en el que lo financiero oculta la causa real de la crisis (crisis de sobreproducción, tendencia a la caída de la tasa de ganancia, desvío de una parte de los beneficios del sector productivo hacia el especulativo, sustitución de mano de obra por tecnología, crisis del sistema de mantenimiento inducido del consumo a crédito, estallido de las burbujas del ladrillo y financieras).
● Al adquirir una apariencia de crisis financiera, es mucho más sencillo desviar la crítica de la opinión publicada y de la “pública” hacia lo financiero, de manera más particular hacia el segmento inversor y de la bolsa. La variable especulación, preñada de significados concretos, conduce de un modo “natural” (o ideológicamente naturalizado y dirigido) hacia el “pecado” de la avaricia.
● Los creadores de opinión y los selectores de la información, que no son los periodistas, ni siquiera los directores de los medios, sino los consejos de administración de estos, decidieron en su día que el ruido de la calle que iban a priorizar era el de los clientes estafados por los bancos y entidades financieras antes que los de la protesta de la clase trabajadora ante despidos, precarización del empleo, recorte de los salarios y destrucción de los derechos sociales.
● Esos mismos creadores de opinión han estado muy interesados en personalizar/ particularizar su critica, en lugar de buscar explicaciones estructurales que pudieran cuestionar al sistema capitalista de un modo global.
● Una parte significativa de los sectores afectados por las consecuencias de una especulación con resultados fraudulentos pertenecía a sectores de las llamadas clases medias (pequeños y medianos inversores estafados) y estas clases, aunque laminadas paulatinamente por el capitalismo y el proceso de transferencia de las rentas nacionales hacia el gran capital, consideran la propiedad, por limitada que ésta sea, como un rasgo que les define. No cuestionarán, por tanto, el régimen económico sino las “disfunciones” del mismo que las afecte tanto a ellas como clases como a sus componentes individuales.
● Otra parte del “activismo” de estos años de la crisis proviene de sectores que no han vivido en sus carnes la contradicción capital-trabajo: estudiantes de clases medias que, por mucho que una parte de ellos vean oscuro su futuro, no se reconocen ni pueden reconocerse en el acervo histórico de la clase trabajadora. En lo político, ajenos a esa realidad de explotados, y en lo social imbuidos de la ideología transversal y negadora de las clases sociales y sus contradicciones llamada ciudadanismo, lo que les quedaba a la hora de señalar culpables de la crisis era el capitalismo financiero pero ni siquiera como un todo en sí mismo, sino desde la crítica moral a sus figuras descollantes. No se entiende de otro modo el eslogan aquél de “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”
¿Cuál es la utilidad sistémica de todo este aparataje de críticas morales centradas de manera casi exclusiva en la avaricia/codicia del capitalismo financiero, y de manera muy particular y específica en los magnates protagonistas de grandes estafas y que han ocasionado pérdidas cuantiosas a familias y a inversores pequeños, medianos o grandes, provocado cataclismos en las bolsas y un importante grado de alarma social tanto real como inducida?
● La primera es “salvar al soldado capitalismo”, entendido éste en su totalidad como sistema. El capitalismo es mucho más que las finanzas y aún muchísimo más que unos cuantos capitalistas señalados como avaros. Centrar el mal en una parte localizada salva al resto del sistema de una crítica general
● La segunda es ocultar y escamotear que la condición perversa del capitalismo no se encuentra en que los capitalistas sean avaros y malvados sino en la naturaleza de un sistema que produce socialmente pero cuyos beneficios son individuales; de un sistema que se apropia de la riqueza que generan quienes dan valor a las materias mediante su trabajo, al convertirlas en mercancías, lo que permite que entren en el circuito del consumo; de un sistema cuya plusvalía depende de la explotación de la clase trabajadora; de un sistema que esquilma, depreda y destruye la naturaleza poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana; de un sistema que en su forma imperialista necesita de la guerra para apropiarse de los recursos naturales de otros países y someterlos a su expolio, a la vez que permite “quemar un excedente” y abrir posteriormente un mercado de “reconstrucción”; de un sistema, en fin, que sale de sus crisis creando las condiciones para la aparición de otras nuevas.
● La tercera es que la naturaleza del capitalismo es independiente de la condición moral y de la voluntad de los capitalistas. Tiene reglas propias y no se sobrevive como capitalista sin respetarlas. Pretender jugar limpio, establecer un pretendido y supuesto justiprecio en el salario de los trabajadores, ofrecerles las mejores condiciones contractuales y de trabajo, en un mundo de competencia feroz entre capitalistas, conduce finalmente a la ruina de nuestro empresario filántropo. Como en la fábula del “Escorpión y la rana”, atribuida a Esopo, el capitalismo, si hablara con una sola voz, bien podría decir: “no he tenido elección, es mi naturaleza”. Destierren ustedes de él cualquier valoración en términos de moralidad o inmoralidad. Simplemente es amoral. Responde de acuerdo a fines, sin tener demasiados reparos en los medios, aunque necesite legitimarse a través de su moral que reside en el derecho de “propiedad”; en este caso, de propiedad de los medios de producción.
“En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad” (“Prefacio a la crítica de la economía política”. Karl Marx. 1859)
● La cuarta es la de transmitir la idea de que si los plutócratas fuesen bondadosos cual Santa Claus, probos ciudadanos y almas sensibles que compartiesen su riqueza “con los más pobres” (tipo Mark Zuckerberg) el mundo sería muy hermoso y el capitalismo más maravilloso de lo que ya les parece a muchos de los defensores de la teoría de la avaricia. Eso sin preguntarse de qué modo ha afectado a vidas ajenas su proceso de acumulación del capital. La idea es que se puede ser tiburón de las finanzas por la mañana y gran filántropo OeNeGero por la noche, al estilo George Soros, claro está
¿Significa todo lo anterior que carezca de sentido una crítica moral al capitalismo? No, en absoluto pero:
● No tiene demasiado sentido que esa crítica se establezca desde refutaciones éticas a actos individuales puesto que la moral lo es, salvo en el caso de unos pocos universales atemporales, siempre de una época y se asienta en valores colectivos.
● No debe olvidarse que en relación a lo económico y a la superestructura ideológica de una formación social e histórica concreta, “la moral fue siempre una moral de clase”, como afirma Engels en el “Anti-Dühring”
“Y como la sociedad se ha movido hasta ahora en contraposiciones de clase, la moral fue siempre una moral de clase; o bien justificaba el dominio y los intereses de la clase dominante, o bien, en cuanto que la clase oprimida se hizo lo suficientemente fuerte, representó la irritación de los oprimidos contra aquel dominio y los intereses de dichos oprimidos, orientados al futuro" (“La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring”, F. Engels. 1878)
En definitiva, y como conclusión final, tiene sentido una crítica moral al capitalismo como formación económico-social; esto es, desde lo general, no desde lo particular. Y esa crítica -que en el marxismo es en gran medida inmanente al análisis de las contradicciones entre lo que el pensamiento capitalista proclama y la realidad- adquiere su pleno significado cuando no se asume desde ningún pretendido consenso social de valores, que no sería otro que el nacido de la ideología dominante, la cual es siempre la de la clase dominante, sino desde la perspectiva de los oprimidos de clase.