Por Marat
1.-El derrumbe capitalista, el sálvese quien pueda y la pandemia
como convidada de piedra
La reunión de los Ministros de
Economía y Gobernadores de los Bancos Centrales de los países del G-20 –los 20
Estados que concentran el 85% del producto bruto mundial-, realizado
telemáticamente el pasado 23 de Marzo, es hasta el momento la evidencia más
clara de que no es tan importante para el sistema capitalista salvar a la
humanidad de la pandemia con mayor impacto mundial ce la historia (en cuanto al
número de países afectados y el porcentaje de población planetaria confinado en
sus casas) como salvarse a sí mismo.
La incorporación de la India
(1.300 millones de habitantes) a la lista de países (de un total de 195
reconocidos internacionalmente) que aplican el confinamiento de sus hogares y
otros establecimientos) es alrededor del 40% de la población mundial (más
de 3.000 de unos 7.800 millones de seres humanos que habitan el Planeta)
los que se encuentran en tal situación.
Dicha reunión, preparatoria de la
Cumbre de Presidentes del G-20, aparentemente convocada con el fin de hacer
frente a la pandemia del coronavirus, ha puesto en realidad el énfasis en el
impacto económico que traerá esta nueva “peste negra” del siglo XXI.
Dada la extensión de la epidemia
y el tiempo transcurrido desde que el brote inicial apareció en la provincia
china de Wuhan no puede decirse que el G-20 haya actuado precisamente con
precipitación.
Los Ministros de Economía y
Gobernadores de los Bancos Centrales del G-20 "acordaron seguir de cerca la
evolución de la pandemia de Covid-19, incluyendo su impacto en los mercados y
las condiciones económicas, y tomar más medidas para apoyar la economía durante
y después de esta fase", señala el documento aprobado al final de
la reunión.
Por su parte el Ministro de
Economía francés Bruno Le Marie expresó en un tuit el interés de la pasada
reunión por el "impacto violento de
la pandemia en la economía global, el necesario apoyo financiero para los
países en desarrollo y los preparativos para una estrategia de salida común de
la crisis".
No se avanzó en dicha reunión
ninguna propuesta de actuación contra el coronavirus, ni siquiera orientación
concreta ante la inminente celebración de la cumbre de presidentes y primeros
ministros.
Cómo no podía ser de otro modo,
porque al capitalismo le mueve solo el beneficio y le duele éste cuando es
amenazado, sea por una revolución social, una de sus periódicas e inevitables
crisis o un desastre que amenace su realización, la Cumbre del G-20 del jueves 26 de Marzo ha concluido en fracaso
para las víctimas del coronavirus y para quienes cada día engrosan las brutales
cifras de afectados y de muertos y en éxito en la toma de decisiones
económicas, que ya veremos hasta dónde alcanza.
Para combatir el coronavirus la
notificación final de la Cumbre alude a declaraciones tan pobres como "compartiremos información oportuna y
transparente; intercambiaremos datos epidemiológicos y clínicos; compartiremos
materiales necesarios para la investigación; y fortaleceremos los sistemas de
salud a nivel mundial", sin concretar ninguna partida económica para
lograr este objetivo.
Tampoco es que el comunicado
final de la Cumbre del G-20 destaque por su concreción en relación con el
COVID-19 y su afectación a los países subdesarrollados
"Estamos firmemente comprometidos a
presentar un frente unido contra esta amenaza común". Bla, bla,
bla
[Nos comprometemos a hacer] “lo que sea necesario” para superar la
pandemia del coronavirus. “No ahorraremos ningún esfuerzo, ni individual ni
colectivamente”. Bla, bla, bla con redoble de tambor y brindis al sol.
Por el contrario, en el caso de
las medidas aprobadas ha hablado mucho más claro: 5 billones, con B, de euros
(4,5 billones de dólares) para estimular la economía mundial
Porque, en el fondo, al capital
le importa lo que le importa
Y no duda, para ello, de
revestirlo del camelo del “bien común” y el “interés general”
“La magnitud y el objetivo de esta respuesta reanimarán la economía
global y pondrán una sólida base para proteger trabajos y recuperar el
crecimiento”
“Vamos a proteger la vida humana, restablecer la estabilidad económica
global y sentar bases sólidas para un crecimiento sostenible, equilibrado e
integrador"
Esta semana ha sido prolija en
reuniones internacionales de tipo virtual.
El pasado miércoles 25, un día
antes de la cumbre del G-20 concluía la del G-7, formado por Alemania, Canadá,
Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, sin acuerdo de comunicado
final, por lo que no se tomaron decisiones.
La insistencia de Mike Pompeo,
secretario de Estado USA, en referirse a la pandemia como “virus chino” o
“virus de Wuhan” llevó al resto de los miembros del grupo a no suscribir un
comunicado final.
En paralelo a la Cumbre del G-20,
el mismo jueves tenía lugar la reunión telemática de presidentes y primeros
ministros de la UE buscando un plan anticrisis de reactivación de la economía
europea, que está entrando en recesión por causa tanto de la enfermedad como de
las medidas adoptadas para frenar el COVID-19.
Pero la pretensión de una
“estrategia coordinada”, una vez que se superase la pandemia, para volver a
arrancar la máquina económica, afectada del mayor parón desde la fundación de
la UE, fracasó.
Para su puesta en marcha se
demandaba desde los países del sur, capitaneados por España, Italia y Francia,
una emisión de deuda con respaldo de la UE (“coronabonos”) y no simplemente de
cada país como pretendían las naciones más ricas de la eurozona. Alemania,
Austria y Holanda se opusieron frontalmente, sabedores de que los países más
ricos de la UE tendrían que hacer un aporte económico mayor para la emisión de
deuda pública.
Los 9 países, incluidos los 3 del
sur citados, que apoyaron la petición de coronabonos son los más endeudados de
la UE, por lo que la capacidad de respuesta derivada del coronavirus asentada
en sus propios medios económicos es mucho más limitada que una actuación
en conjunto derivada de una respuesta
mancomunada. España y Francia con un volumen de deuda alrededor del 100%, e
Italia con un nivel superior, apenas poseen capacidad de maniobra financiera.
En este punto las tentaciones de
culparse entre los países miembros de la UE se han hecho ya operativas.
Mientras el Ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, ya acusa a los PIGS
de derrochadores, en un argumentario que recuerda los primeros años de la
crisis capitalista del 2007 en Europa, los del sur acusan a los más ricos de
insolidarios y abandonarles a su suerte.
Así pues, el aplazamiento de la
próxima reunión a 2 semanas más tarde solo puede ser una repetición aún más
frustrante de las expectativas de ese remedo de Plan Marshall porque Alemania
fundamentalmente no está dispuesta a seguir tirando de la máquina de fabricar
dinero.
Cualquier calificación moral que
se exprese en binomios de solidaridad/insolidaridad entre los socios de la UE es
absurdo e inútil. La lógica del capitalismo es el beneficio, no la solidaridad
o el apoyo mutuo entre las naciones. Cuando el capitalismo entra en la UCI no
hay Oda a la Alegría (himno dela UE) que valga sino My Way (A mi manera) para
cada uno de los países que componen una UE en crisis que podría acabar siendo
terminal.
De todas las reuniones celebradas
en estos días, la de la UE expresa el mayor grado de fracaso no ya porque la
cooperación europea en la lucha contra el coronavirus sea inexistente, que lo
es, o porque no hay existido una actuación conjunta en las medidas de
protección sanitaria de la población, que tampoco se ha producido, actuando
cada país a su aire, o porque no haya habido una puesta en común de recursos sanitarios
y una contratación centralizada de recursos y medios sanitarios que potenciase
la eficacia en la respuesta a la propia pandemia, sino porque ha fulminado
elementos centrales de la esencia de la propia UE
·
Si la crisis capitalista de 2007 puso en jaque
el proyecto de hacer de la eurozona un tercer polo económico, capaz de diseñar
y llevar a cabo estrategias comunes para hacer del área geográfica un mercado
potente y con capacidad de competir tanto frente a China como frente a Estados
Unidos, esta nueva fase de la crisis que ahora detona con el coronavirus, ha
demostrado que la UE ni siquiera es capaz de dar respuesta en términos de
financiación conjunta de la deuda que los países miembros están asumiendo para
impedir la muerte de sus economías.
·
El espacio común europeo, nacido del Acuerdo de
Schengen, ya no existe. Del total de socios, 12 países han vuelto a levantar
fronteras al tránsito de mercancías y personas, más allá de que el control de
personas entre países sea o no necesario en estos momentos.
·
El cuestionamiento de la eficacia de la UE para
resolver problemas compartidos de los países miembros se incrementará, al
evidenciar que ni siquiera existen intereses comunes, con el aumento del
euroescepticismo, el repliegue nacionalista dentro de cada país y el incremento
de la fuerza de los partidos de ultraderecha.
·
La propuesta, finalmente retirada en las
conclusiones de la reunión del pasado jueves de recurrir al MEDE (Mecanismo
Europeo de Estabilidad), puesto en marcha para el rescate determinados países
europeos en la anterior fase de la crisis capitalista, huele de nuevo a
austeridad y recortes sociales, ya que se contempla como deuda de los países
que pudieran acogerse a él.
·
La desconfianza y los reproches norte-sur,
incrementarán las tensiones intercomunitarias, dificultando aún más llegar a
acuerdos beneficiosos para el conjunto de las economías de los socios.
·
La sugerencia del Ministro de Finanzas holandés,
Wopke Hoekstra, en el sentido de que la Comisión Europea debiera abrir una
investigación a España e Italia para averiguar por qué carecen de margen de
maniobra financiero para hacer frente a la crisis del coronavirus y sus
consecuencias económicas es una acusación sin precedentes que rompe con la
necesaria confianza entre los socios.
Se aprueben las inversiones
económicas que se aprueben en las distintas instancias internacionales, y por
supuesto nacionales, para mantener la economía y reactivarla cuando la pandemia
lo permita, estarán centradas fundamentalmente en ayudar a las empresas y en
mucha menor medida a los autónomos, las familias y la clase trabajadora, y esto
solo con el objetivo de mantener el consumo para que la maquinaria del
capitalismo siga funcionando
Pero esas ayudas para cubrir la
deuda privada derivada de las necesidades de financiación de las empresas se
transformarán en deuda pública que asumirán los Estados, sea por su papel de
prestamistas, como fiduiciarios o como avalistas de las empresas. Y, como
muchos de ustedes han experimentado en sus propias carnes, la deuda asumida por
los Estados acabarán pagándola los trabajadores y las familias a través del
mismo tipo de recetas que se aplicaron en el período anterior de la crisis
capitalista (políticas de austeridad, recorte del gasto público,
privatizaciones de los servicios públicos, abaratamiento de los despidos,
rebajas salariales, impuestos,…)
La fase anterior (2007) de la
larga crisis capitalista se resolvió de este modo. Nada, y la correlación de
fuerzas en la lucha de clases no hace esperar algo mejor, permite una visión
más optimista para el futuro inmediato y a medio plazo que se nos presenta.
En USA el presidente Trump ha
ordenado la inyección de 2 billones de euros para mantener viva la economía del
país.
De ellos, 500.000 millones, en
préstamos garantizados y subvencionados, van dedicados a la ayuda a las grandes
empresas y 367.000 millones de dólares para que los pequeños negocios sigan
pagando los salarios mientras los trabajadores se ven obligados a quedarse en
casa, lo que constituye una forma de apoyar la liquidez de las empresas.
Más allá de otras cifras que
estén dedicadas de manera indirecta al mantenimiento económico del sistema y
descontando que podamos creer que las ayudas a las familias tienen por objeto
salvarlas de la pobreza que se les viene encima y no al sustento del consumo (1.200
dólares a cada ciudadano adulto que cobre menos de 75.000 dólares al año, además
de otros 500 por hijo), lo cierto es que las medidas ya aprobadas parecen poco
compasivas con la vida humana amenazada por la pandemia que ya se ha cobrado
más de 27.000 muertes a nivel mundial.
2.-Los intereses del capitalismo son antagónicos con la lucha por la
vida
En mi anterior artículo, al
inicio de la pandemia en Europa, señalé que cuando se pusiera en peligro la
economía capitalista veríamos con qué rapidez remitiría la alarma social por el
coronavirus.
Esta afirmación quisiera
matizarla, del mismo modo en que creo que debo revisar mi cuestionamiento del
confinamiento como medio de poner coto a la extensión del virus.
Con el crecimiento casi
geométrico de la pandemia en España y en otros lugares del mundo, la
experiencia de llevar cerca de 2 semanas encerrado en mi propia casa y el
sometimiento intensivo y permanente a la información sobre la enfermedad dudo en
gran medida de lo corecto de mi crítica de entonces a la necesidad del
confinamiento
Del mismo modo, cuestiono mi
propia reflexión acerca de la relativización que entonces hice de la
importancia de la amenaza del coronavirus, frente a otras enfermedades, ya que
la diferencia, fundamental, con ellas es que es nueva y se carece de los
remedios médicos probados y eficaces para combatirla, lo que hace que, aunque
sea mortal solo en una minoría muy reducida de los casos, su extensión parezca
universal e imparable y la posibilidad de morir se convierta en una especie de
siniestra lotería.
Creo que la autocrítica es
necesaria cuando se ha podido contribuir involuntariamente por irreflexión a
que otros adoptasen el mismo punto de vista.
No obstante, mantengo que la
reclusión de la población en sus hogares se está convirtiendo en un gran experimento
social, en vivo y en directo, sobre el consentimiento y sometimiento de
poblaciones enteras a nivel mundial y que esta cuestión puede traer en el
futuro gravísimas consecuencias para las libertades y garantías ciudadanas, una
vez comprobada la aceptación social.
Y ahora volvamos a la cuestión
que entonces señalaba acerca de que si el coronavirus amenazaba gravemente al
capitalismo y a la realización de su beneficio, se produciría una reacción que
cuestionaría la alarma social generada.
En estos momentos se entrecruzan
en el mismo tiempo crecientes medidas de aislamiento social en un número cada
vez mayor de países con reacciones que afirman que la gravedad de un
hundimiento económico de los países sería peor que la propia enfermedad.
En el momento presente, no
sabemos lo que dirá dentro de unos días, ya que la situación es tan cambiante
como las veleidades del presidente Trump en general y en este ahora en
particular, la máxima autoridad USA pretende relajar las restricciones al
confinamiento y la movilidad de los ciudadanos antes del 12 de Abril, fecha del
Domingo de Pascua, mientras los infectados controlados superan ya los 104.000 (el
país con más número de afectados) y el número de muertos alcanza los 1.700.
“Perdemos miles de personas cada año por la gripe y nunca hemos cerrado
el país. Perdemos mucha más gente en accidentes de automóvil y no los
prohibimos. Podemos distanciarnos socialmente, podemos dejar de darnos la mano
por un tiempo. Morirá gente. Pero perderemos más gente si sumimos al país en
una recesión o una depresión enorme. Miles de suicidios, inestabilidad. No
puedes cerrar Estados Unidos, el país más exitoso. La gente puede volver al
trabajo y practicar el buen juicio” , ha dicho Donald Trump.
Como poco es discutible su
afirmación. No sabemos cuanta gente moriría si la crisis se acentuara por
cerrar los sectores productivos no indispensables pero sí sabemos cuanta está
muriendo y podemos imaginarnos que mucha más lo hará en adelante, dado que,
aunque el coronavirus ha llegado a Estados Unidos más tardíamente, su
progresión ha sido geométrica de manera muy rápida.
Por su parte, el vicegobernador
de Texas Dan Patrick, de 70 años, ha declarado. “Nadie me ha preguntado si, como persona mayor, estaría dispuesto a
arriesgar mi supervivencia para mantener los Estados Unidos que amamos para mis
nietos y bisnietos. Si ese es el trato, yo lo acepto”. Ganaría mucho en
credibilidad si su oferta fuera acompañada por los hechos.
No nos engañemos, Dan Patrick
busca aligerar el coste de las jubilaciones a las empresas que sustentan el
sistema de pensiones privadas. Hablamos del capital financiero, muy afectado en
la crisis del 2007.
Tanto a él como a Trump hay que
agradecerles el descaro y la sinceridad con la que se expresan porque no
permiten albergar demasiadas dudas sobre cuál es el valor superior para el
capitalismo cuando se trata de elegir entre el beneficio y la vida.
Los viejos son , en medio de esta
crisis pandémica, la expresión más acabada de un capitalismo que, tras acabar
de exprimir la última gota del esfuerzo humano del trabajo traducido en
explotación y plusvalía, se transforman en generadores de beneficio para
grandes corporaciones financieras que se enriquecen a costa de la
vulnerabilidad humana y la dependencia en residencias en las que el abandono,
la soledad, el miedo y la tristeza les cercan en una habitación en la que
mueren a cada hora, alejados del mundo en el que habitan el resto de los
humanos, como si fueran de otra especie diferente al resto. Un motivo más para
reflexionar sobre el capitalismo que nos toma, nos exprime y nos regurgita en
la última etapa de la vida. Cuando el coronavirus haya pasado no habrá
cambiado, sin embargo, esa realidad que a la inmensa mayoría de la población de
las sociedades del capitalismo tardío le espera.
En Brasil, el presidente fascista
Bolsonaro calificó de “gripecita” o “resfriadito” el coronavirus, se opuso a
las limitaciones de movimientos de la población y al confinamiento, como medio
de frenar la virulencia inicial de la crisis pandémica, mientras animaba a
continuar con la actividad económica porque, en sus propias palabras, "con la economía quebrada habrá una
pérdida de vidas gigantesca".
En consecuencia la crudeza con la que
remarcó su falta de empatía hacia el dolor ajeno no pudo expresarse de un modo
más cruel: "¿Algunos van a morir?
Van a morir. Lo lamento, lo lamento, esa es la vida, es la realidad"
Envuelto en un papel de seda
moral, el periodista
Thomas L. Friedman, tres veces premio Pulitzer, presenta el argumento de que la
crisis por la paralización de la actividad económica, derivada del aislamiento
social para combatir el COVID-19, puede producir más muertos que la propia
pandemia.
Y para ello recurrió al
razonamiento de otras eminencias como el Dr. Steven Woolf, director emérito del
Centro de Sociedad y Salud de la Virginia Commonwealth University, del que
destaca algunas reflexiones como ésta:
“Los salarios perdidos y los despidos laborales están dejando a muchos
trabajadores sin seguro médico y obligando a muchas familias a renunciar a la
atención médica y los medicamentos para pagar los alimentos, la vivienda y
otras necesidades básicas. Las personas de color y los pobres, que han sufrido
durante generaciones con tasas de mortalidad más altas, serán las más afectadas
y probablemente las menos ayudadas. Son las amas de casa en los hoteles
cerrados y las familias sin opciones cuando se cierra el transporte público.
Los trabajadores de bajos ingresos que logran ahorrar el dinero para comprar
comestibles y llegar a la tienda pueden encontrar estantes vacíos, dejados por
los compradores de pánico con los recursos para el acaparamiento"
Los capitalistas y sus voceros
siempre que pueden juegan al solitario (sin discutir con quienes cuestionan su
sistema económico) y lo hacen con las cartas marcadas y con trampas para
engañar al resto de la sociedad.
Esta preocupación filantrópica
que manifiesta Steven Woolf escamotea la realidad de que no es el COVID-19, ni
la paralización de la actividad económica los responsables de que un alto
porcentaje de trabajadores norteamericanos carezcan de seguros médicos o deban
elegir entre medicamentos y alimentos o que existan pobres sino el propio
sistema capitalista y, entre ellos, de un modo particularmente desigual el de
USA. Es evidente que la paralización de la actividad económica no afectaría por
igual a una sociedad socialista que a otra regida por el objetivo de la
rentabilidad y que solo medidas que buscasen el dinero donde lo hay, entre las
grandes corporaciones y las grandes fortunas, podría disminuir mucho las
consecuencias sociales del parón económico pero lo mismo que el gato no se pone
a sí mismo el cascabel, el capital no se hace el harakiri.
Bastaría con señalar la falacia
de los argumentos “sanitarios” contrarios a paralizar la actividad productiva
no imprescindible para la supervivencia social para desnudar lo que ocultan. El
señor Thomas L. Friedman recurre como argumento de autoridad al Doctor David L.
Katz, director fundador del Centro de Investigación de Prevención Yale-Griffin
financiado por la Universidad de Yale y un experto en salud pública y medicina
preventiva, para justificar un confinamiento de solo dos semanas y una vuelta
al trabajo posterior a quienes no presentan síntomas:
“Use una estrategia de aislamiento de dos semanas”, respondió Katz.
Dígales a todos que básicamente se queden en casa por dos semanas, en lugar de
indefinidamente”
Y continúa: “Aquellos que tienen infección sintomática deben aislarse a sí mismos,
con o sin pruebas, que es exactamente lo que hacemos con la gripe”, dijo Katz.
“A aquellos que no lo hacen, si están en la población de bajo riesgo, se les
debe permitir regresar al trabajo o la escuela, después del final de las dos semanas”
Se le “escapa” al señor Katz que
la infección no sintomática contagia igual que la sintomática y que en un país
que solo ha aplicado los test de coronavirus, como en la gran mayoría de los
países, a una parte pequeña de la población, podría haber millones de personas
moviéndose libremente como bombas ambulantes. Eso sin contar con que las
reinfecciones, aunque escasas, existen.
Otro “bastión ético” del
capitalismo práctico, el presidente de la CEOE, señor Garamendi, intenta lograr
la cuadratura del círculo afirmando respetar el confinamiento total pero sin
paralizar el país:
Sería bueno que el señor Garamendi
aclare los conceptos porque da la sensación de que la idea de proteger a las
personas no está en su agenda o, al menos no de protegerlas tanto que se ponga
en peligro el beneficio empresarial, que parece siempre el meollo del asunto.
Es evidente que hay en marcha a
nivel mundial un intento de convencernos –a los trabajadores, que somos los que
arriesgamos nuestras vidas- de que existen unos niveles de riesgo vital
asumibles –por los que menos ponen en peligro su existencia- con tal de que la
maquinaria capitalista no gripe.
Y por si alguno duda de lo que
viene después de que el coronavirus haya sido controlado, el señor Garamendi
nos lo aclara:
“No entendíamos la derogación de la reforma laboral y ahora todavía la
entenderíamos menos. Si en fase de crecimiento era posible a negociar alguna
cosa, ahora sería muy complicado. Los ERTEs de ahora es la reforma laboral
flexibilizada. Como se toque la reforma laboral y se meta rigidez, conseguirán
que los empresarios no puedan salir adelante”
Por cierto, ni el Gobierno
Sánchez en su conjunto, ni en particular la señora Ministra de Trabajo, de
Unidos Podemos, Yolanda Díaz pretendían
derogarla sino, a lo sumo, darle unos ligeros retoques para consolar a la
hinchada progre.
Lo que sí es evidente es que,
tras el coronavirus y las medidas económicas aprobadas por el gobierno Sánchez,
se acabó cualquier ilusión de gobierno de progreso que pudieran tener los más
incautos.
Las medidas económicas que el
gobierno español ha probado son ayudas extraordinarias a las empresas y
liberación de la presión de los contratos, que pagaremos con dinero público
(ERTEs) y que se convertirán en recortes y ataques al gasto público como no
hemos conocido ni siquiera en la etapa anterior de la crisis y, para que los
trabadores pasen el temporal, pero sólo durante el período de confinamiento,
evitar el corte de energía en los hogares, de desahucios por imago de hipotecas
o la prórroga de la prestación por desempleo y los subsidios. Luego vendrán las
curas de caballo que siempre se han aplicado a los mismos.
Todos los presidentes y primeros
ministros europeos han actuado de un modo muy similar: lentos, cautelosos, como
si el coronoavirus fuera un asunto solo de China, luego de Italia, después de
España, más tarde de Alemania y Francia, estableciendo restricciones paso a
paso, cerrando espacios públicos mientras se dejaban otros, confinando
seriamente a poblaciones a la vez que se permitían cientos de vulnerabilidades
de las mismas,…
Hay muchas razones que pueden
explicar la cautela de los pasos dados: Europa era culturalmente más abierta
que China, los países europeos aprecian más la libertad individual que el
sentimiento colectivo chino (no es socialismo, inexistente, sino conciencia
nacional), si China aisló un territorio concreto por qué cerrar un país, no
estábamos preparados para reaccionar ante el coronavirus, viniendo de una experiencia
asumida de la gripe,…
Pero hay una razón mucho más de
peso. El temor de los gobiernos a paralizar la actividad económica de un país
antes de que el descontrol de las cifras de muertos e infectados les obligase a
ello porque, sea cuál sea el signo político del gobierno de cada país bajo un
sistema económico capitalista, ninguno actúa en primer lugar para proteger la
vida, ninguno defiende eso de lo que tanto alardea, la falacia del “bien común”
que, bajo el capitalismo es solo el modo de justificar el interés particular
bajo la apariencia de un” interés general”.
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