1.
Introducción
Hace
muchos años un defensor del sistema capitalista, un señor llamado
Mandeville, escribió un libro que en su momento fue famoso, La
fábula de las abejas.
Ahí sostenía que “…para contentar al pueblo aun en su mísera
situación, es
necesario que la gran mayoría siga siendo tan ignorante como pobre”.
Mandeville pensaba que el conocimiento por parte del pueblo era
peligroso porque “amplía y multiplica nuestros deseos, y cuanto
menos desea un hombre tanto más fácilmente pueden satisfacerse sus
necesidades”.[1] Y
mucha gente sigue pensando así; de hecho, incluso, hace poco en el
diario La
Nación,
de amplia circulación entre la clase pudiente, apareció un largo
artículo, lleno de elogios a Mandeville y su La
fábula de las abejas.
Pues
bien, el objetivo de este pequeño escrito es hacer exactamente
lo opuesto de lo que quería Mandeville. O sea, vamos a
explicar, de la manera más sencilla posible, qué es el sistema
capitalista, por qué es un sistema que produce concentración de la
riqueza, por un lado, y al mismo tiempo genera miseria, desocupación,
y trabajos mal pagos y agotadores. Queremos ayudar a ubicar en una
perspectiva amplia las luchas sociales que el pueblo emprende
diariamente. O sea, que los trabajadores, los desocupados, conozcan
por qué el actual sistema económico podría cambiarse, y la
sociedad podría organizarse de manera que millones de personas no
tengan que estar en una situación mísera. Que se conozca por
qué tenemos el derecho de conocer para “ampliar y multiplicar
nuestros deseos”, y para que algún día tengamos un mundo libre de
miserias y privaciones.
Empecemos
explicando las clases sociales.
2. Las dos grandes clases sociales
El
sistema capitalista se caracteriza, en primer lugar, por el hecho de
que las fábricas, los campos, los bancos, los comercios, es
decir, los medios
para producir, comerciar y para el intercambio,
son propiedad privada de un grupo social, los capitalistas.
Frente a ellos se encuentra una inmensa mayoría de personas que no
son propietarias de ningún medio para producir, y deben trabajar
para los capitalistas por un salario. Son los obreros.
Ser
obrero o capitalista no es algo que podamos elegir a voluntad, porque
está determinado por la forma en que está organizada la sociedad.
Para comprender este importante punto, supongamos dos niños, uno
hijo de obreros, el otro de empresarios. El primero, cuando
llegue a adulto, a lo sumo tendrá como herencia la casa de sus
padres; con eso no podrá para mantenerse, y deberá hacer lo
mismo que hicieron sus padres: contratarse como empleado u obrero. Es
decir, pertenece a la clase obrera desde su nacimiento, a la
clase que no es propietaria de los medios para producir. Es una
situación que no elige, porque la conformación de la sociedad lo
destina a ese lugar. El segundo, en cambio, cuando llegue a
adulto va a heredar la empresa de sus padres, y estará destinado
"socialmente" a ser empresario. Como vemos, cada uno de
estos niños pertenecerá a grupos sociales distintos. ¿Qué los
distingue? El hecho de que uno de esos grupos es propietario de
los medios de producción, el otro no lo es. Los que no son
propietarios están obligados a trabajar bajo el mando de los que son
propietarios.
A
los grupos de personas que se distinguen por la propiedad o no
propiedad de los medios de producción, se los llama CLASES SOCIALES.
La clase capitalista es la clase o grupo de gente
propietaria de los medios de producción. La clase
obrera es el grupo que no es propietario de los medios de
producción y debe trabajar por un salario, bajo el mando de los
capitalistas. Un obrero puede ganar más o menos dinero, pero
mientras no sea propietario de las herramientas y máquinas con las
que trabaja, y esté obligado a emplearse por un salario bajo las
órdenes del empresario, seguirá perteneciendo a la clase obrera.
En
esta sociedad existen dos grandes clases sociales, los
propietarios de los medios de producción, que emplean obreros; y los
no propietarios de los medios de producción, que trabajan como
asalariados para los primeros.
Entre
estas dos grandes clases sociales existe otra clase, que llamaremos
la pequeña burguesía. Este grupo ocupa una posición
intermedia entre la clase obrera y la clase capitalista, porque por
lo general tienen una propiedad (por ejemplo, un taxi, un pequeño
comercio, son profesionales independientes), pero no emplean
obreros, y viven de su trabajo.
También
existen otros sectores, que son más difíciles de clasificar;
por ejemplo, los ladrones, los mendigos. Pero lo importante es que
nos concentremos por ahora en las dos grandes clases, la
capitalista y la obrera, para analizar qué relación existe entre
ambas. Esta relación nos mostrará el secreto del funcionamiento de
este sistema capitalista.
Antes
de terminar este punto, queremos refutar una idea que tratan de
inculcar, y que viene a decir que es "natural" que los
seres humanos pertenezcan a clases diferentes. Según este
argumento, pareciera que la naturaleza ha dispuesto que algunos
vengan a este mundo siendo propietarios de los medios para producir y
comerciar, y otros no. En el mismo sentido, se nos quiere hacer creer
que hace muchos años, hubo un grupo de gente que ahorraba y
trabajaba mucho, y otro que haraganeaba todo el día. Entonces, el
primer grupo se hizo propietario, y a partir de allí sus hijos y
todos sus descendientes ya no tuvieron que trabajar. Mientras que los
del segundo grupo, los holgazanes, se vieron obligados a trabajar
como empleados, y todos sus descendientes también, y ya no
pudieron salir de esa situación.
Como
se puede intuir, todos estos son cuentos para disimular el hecho de
que esta sociedad está dividida en clases, que esta situación ha
sido provocada por la evolución de la historia humana, y por lo
tanto es modificable. Veamos ahora qué sucede cuando un obrero
trabaja para el patrón.
3. La explotación I: ¿qué es el valor?
Vamos
a comenzar por una pregunta que está en la base de toda la
economía: de dónde viene el precio de las cosas que compramos
o vendemos. Aquí vamos a dar una explicación muy sencilla,
que nos servirá para lo que sigue.
Cuando
hablamos de precio, nos referimos al valor económico que
tiene una mercancía. Por ejemplo, si un reloj tiene un precio
muy alto, decimos que tiene mucho valor; de un producto de mala
calidad, decimos que vale muy poco. Entonces, ¿Qué es lo que da
valor a las cosas? ¿Por qué algunas tienen mucho valor (son caras)
y otras no?
En
el siglo pasado, varios economistas llegaron a la conclusión de
que lo que otorga valor a las mercancías (por lo menos, de todas las
que se hacen con vistas a la venta) es el trabajo humano
empleado para producirlas.
Por
ejemplo, si un mueble tiene una madera muy pulida, si tiene muchas
manos de barniz, es decir, si tiene muchas horas de trabajo
invertidas en su fabricación, tendrá más valor que otra
mesa mal terminada, mal pulida. Supongamos que en la primera se
han empleado 20 horas de trabajo, y en la segunda 10 horas. La
primera tendrá el doble de valor que la segunda y eso se manifestará
en el precio: podemos suponer que la primera costará el doble de
dinero que la segunda. Por ejemplo, si la primera vale 100 pesos y la
segunda 50 pesos,[2] esa
diferencia expresará que en la primera se empleó
aproximadamente el doble de tiempo de trabajo para producirla.
La
fuente de valor es el trabajo humano que se invierte en producir,
en modificar materias tomadas de la naturaleza, para crear los bienes
de uso que empleamos en nuestras vidas.
Entonces
el valor es una cualidad, una propiedad, de los bienes que compramos
o vendemos, que tiene algo así como dos "caras": por un
lado, es el tiempo de trabajo que se emplea para producir ese bien;
ésta sería la cara oculta, la que no vemos a primera vista, cuando
estamos en el mercado. Por otro lado, ese tiempo de trabajo se nos
muestra en el precio, en el dinero que pagamos cuando lo compramos o
que recibimos cuando lo vendemos; esta es la cara visible del valor,
que hace que no nos demos cuenta de que, al comprar o vender cosas,
estamos comprando o vendiendo tiempos de trabajo.
Por
eso, cuando decimos que un bien (una mesa, una camisa, etc.) vale
tanto dinero, estamos diciendo en el fondo que se empleó una cierta
cantidad de trabajo para producirla. A pesar de que esto no aparece a
la vista, los empresarios siempre están calculando los tiempos de
trabajo empleados. Por ejemplo, los empresarios del acero calculan
que en Argentina, para producir una tonelada de acero, hoy hacen
falta 11 horas de trabajo, en Brasil 8 y en México 12. Estas
diferencias pueden estar dadas por las diferentes técnicas, o por
otros motivos.
Por
supuesto, un trabajo más complejo, más difícil, agrega más valor.
Daremos un ejemplo. Supongamos que un campesino leñador va a un
bosque y corta un árbol, y lo transporta hasta el pueblo, donde
vende la madera, y que toda esa operación le lleva 10 horas de
trabajo; supongamos que en cada hora de trabajo los hacheros generan
5 pesos de valor. Por lo tanto, este campesino podrá vender la
madera en 50 pesos (10 horas de trabajo x 5 pesos = 50 pesos). Pero
quien compra ahora la madera es un artesano, tallador experto, que
saca de ella un bonito adorno. Supongamos que este artesano emplea
otras 10 horas de trabajo, pero esta vez, como su trabajo es más
complejo, más difícil, en cada hora de trabajo agrega 15 pesos de
valor, en lugar de los 5 que generaba el leñador. Por lo tanto,
habrá sumado a la madera un valor de 150 pesos (10 horas de trabajo
x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de conjunto, valdrá 200 pesos =
50 pesos (valor creado por el leñador) + 150 pesos (valor creado por
el tallador). Estos 200 pesos representarán 10 horas de trabajo
"simple", del leñador, y 10 horas de trabajo
complejo, del artesano tallador. También podríamos reducir todo a
horas de trabajo simple, por ejemplo, decir que los 200 pesos que
vale el adorno representan 40 horas de un trabajo tan simple como el
que realizó el leñador.
4.
La explotación II: ¿qué es el plusvalor?
Conociendo
qué es el valor, podemos saber cómo surge la ganancia del
empresario. Veamos qué sucede cuando el obrero trabaja en una
fábrica por un salario.
Supongamos
que en una empresa el obrero utiliza un telar, e hila algodón. El
algodón que emplea diariamente para hacer el hilado tiene un valor
de 100 pesos. Supongamos también que el obrero hace un trabajo
simple, durante 10 horas, y crea un nuevo valor, de 50
pesos. Por otra parte, por el desgaste del telar, los gastos de luz,
agua, y otros, hay que agregar otros 10 pesos de valor. La cuenta es:
100
pesos que vale el algodón que emplea
+50
pesos que agrega el obrero con su trabajo diario de 10 horas
+10
pesos de gastos del telar, y otros gastos
Total:
160 pesos que vale el hilado.
¿Dónde
está la ganancia del dueño de la empresa? ¿De dónde puede salir?
Esta era la gran pregunta que se hacían los economistas en el
siglo pasado, y no acertaban a responder. La respuesta que dio Carlos
Marx es la siguiente: el obrero agregó con su trabajo 50 pesos de
valor al hilado. Pero el dueño de la empresa no le devuelve ese
valor que produjo, porque sólo le paga de acuerdo a lo que
necesita para mantenerse él y su familia, que será menos que los 50
pesos de valor que ha creado. Por ejemplo, si el obrero necesita -en
promedio- 25 pesos por día para comer, vestirse, pagar el alquiler,
mantener a sus hijos (aunque sea a nivel mínimo), el dueño de la
empresa procurará pagarle sólo esos 25 pesos, que representan 5
horas de trabajo. De esta manera, el obrero habrá empleado 5 horas
en producir un valor igual a su salario, de 25 pesos. Y otras 5 horas
habrá trabajado gratis, produciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA
de 25 pesos, que se los apropia el capitalista.
En
algunos casos los obreros, con sus luchas, consiguen aumentos,
por ejemplo, llevar la paga a 27 pesos; en otros casos, el dueño de
la empresa logrará bajar el salario, por ejemplo a 23 pesos. Pero
siempre existirá ese plusvalor en favor del capital. Hagamos
ahora las cuentas totales:
El
dueño de la empresa invirtió: 100 pesos en comprar algodón;
invirtió antes en las instalaciones y las máquinas, y esto se lo va
cobrando poco a poco, cargando 10 pesos por día en sus costos[3];
además, pagó 25 pesos al obrero: Por lo tanto el costo del hilado
para él es de 125 pesos. Pero como el obrero creó un nuevo valor
"extra" por 25 pesos, podrá vender el hilado en 150 pesos.
Le quedan 25 pesos de ganancia. Ahora, en cuentas:
100
pesos de algodón
+10
pesos de desgastes de la máquina
+25
pesos de salario del obrero
+25
pesos de plusvalía
Total:
160 pesos
Observemos
entonces que el capitalista le paga al obrero no de acuerdo al valor
que produjo, sino de acuerdo al valor de los alimentos, de la ropa,
de la vivienda, que necesita para vivir. Por eso Marx dice que el
dueño de la empresa le paga al obrero el valor de su fuerza
de trabajo. El valor de la fuerza de trabajo es el valor de la
canasta de bienes que consume el obrero para vivir y reproducirse.
De
esta manera el dueño de la empresa dispone de una forma de generar
ganancias sin tener que trabajar; o a lo sumo, trabaja en la
vigilancia de los trabajadores, en cuidar que éstos produzcan
lo debido. Pero cuando es poderoso, contrata a los capataces y
supervisores para esa tarea. A esto le llamamos explotación,
porque el obrero produce más valor que el que recibe a cambio.
¿Por
qué el capitalista pudo hacer esto? Recordemos lo básico: porque es
el dueño de los medios de producción, es decir, de los medios para
crear lo que necesitan los seres humanos para vivir. Sin
herramientas, sin materias primas, sin dinero para mantenerse
mientras produce, el obrero no puede vivir. Por eso está obligado a
vender su fuerza de trabajo al empresario, y a producir plusvalía
para éste. Recordemos lo que decíamos al comienzo: desde su cuna
los obreros están destinados a ir a trabajar por un salario, porque
no disponen de los medios para producir. Y si carecemos de
herramientas y de las materias primas, si tampoco tenemos un pedazo
de naturaleza para proveernos, es imposible alimentarnos,
vestirnos, tener vivienda. Estar carente de propiedad es como estar
encadenado al capital; el obrero es libre sólo en apariencia.
5.
¿Qué es capital?
Ahora
estamos en condiciones de definir qué es capital: es el
dinero, los medios de producción, y las mercancías, que son
propiedad de los empresarios y se utilizan en la extracción de
plusvalía. Veamos esto con detenimiento.
Cuando
el empresario decide invertir su dinero, ese dinero es la forma que
toma su capital. Con ese dinero compra el algodón, el telar, el
edificio de la fábrica; por lo tanto, en esta segunda etapa, su
capital está compuesto por algodón, telar, edificio de la fábrica;
o sea, el capital del empresario cambia de forma:
antes era dinero, ahora se transformó en medios de producción.
Pero
además, nuestro empresario contrata obreros, y por lo tanto una
parte de su dinero se transforma en el trabajo humano que genera la
plusvalía. Así, otra parte de su capital que tenía la forma
dinero, ahora, mientras trabaja el obrero, se ha transformado en
trabajo, que está creando valor.
Posteriormente,
aparece el hilado terminado, que se destinará a la venta. Por
consiguiente, ahora el capital tomó la forma de hilado, existe como
hilado; nuevamente el capital cambió de forma. Por último, cuando
el empresario vende el hilado, habrá obtenido dinero, es decir,
su capital ha vuelto a la forma de dinero.
Si
lo analizamos desde el punto de vista del valor, podemos ver que, por
ejemplo, había un valor igual a 1.000 pesos, que estaba en billetes;
luego ese valor se transformó en medios de producción
(algodón, telar, etc.), y en trabajo de los obreros; al salir
del proceso de producción, los 1.000 pesos de valor se habían
transformado en hilado, y además se había engendrado una
plusvalía, supongamos de otros 50 pesos. Por lo tanto, el valor
originario, de 1000 pesos, se ha incrementado; decimos que el
valor se ha valorizado, gracias al trabajo del obrero.
En
vista de esto, podemos decir que el capital es valor en
movimiento y transformación: primero aparece bajo la forma de
dinero, luego de medios de producción y trabajo, luego de
mercancía, y por último de nuevo como dinero. Capital es
entonces valor que genera más valor sustentado por la
explotación de los obreros. El telar es capital porque está
dentro de este movimiento; lo mismo podemos decir del algodón, de la
fábrica, o del dinero.
Observemos
que si el capitalista comprara el algodón y el telar, y contratara
al obrero para que le hiciera un hilado para su uso personal, el
dinero gastado, el algodón, el telar o el trabajo noserían
capital. En este caso, el capitalista probablemente estaría
mejor vestido, pero no habría incrementado el valor del dinero
que poseía; por el contrario, lo habría gastado. Sólo hay capital
cuando se invierte con vistas a obtener una ganancia.
6. La acumulación de capital
Una
vez puesto en funcionamiento un capital, es decir, una vez que un
capitalista inició el proceso de comprar medios de
producción y fuerza de trabajo, para producir plusvalor, puede
seguir acrecentando su capital.
Supongamos
que un capitalista tiene 10.000 pesos iniciales, invertidos en
máquinas y materia prima, con los cuales explota a un obrero.
Supongamos que este obrero gana 200 pesos mensuales, y produce otros
200 pesos de plusvalía por mes. Supongamos también que el
capitalista tiene ahorrado dinero, de manera que puede vivir
como vive el obrero, durante varios meses. Si hace trabajar al obrero
durante varios meses, y ahorra la plusvalía, al cabo de 50 meses
habrá reunido un fondo de 10.000 pesos (200 de plusvalía por mes x
50 meses). Con este dinero ahora podrá comprar otra maquinaria y
contratar un segundo obrero, al que le pagará también 200 pesos y
del cual sacará otros 200 pesos de plusvalor. Con dos obreros bajo
su mando, nuestro capitalista podrá utilizar 200 pesos de plusvalía
para consumir y ahorrar otros 200 pesos de plusvalía por mes. O sea,
ya no necesita vivir de su fondo de reserva; ahora vive de la
plusvalía.
Así,
al cabo de otros 50 meses tendrá otros 10.000 pesos, con
los que podrá contratar a un tercer obrero. Si todo sigue
igual, ahora obtendrá otros 200 pesos de plusvalía. Ahora podrá
consumir un poco más, por ejemplo, vivir con 250 pesos, y le
quedarán 350 para ahorrar. Ahora podrá contratar a un cuarto obrero
en poco más de 28 meses. Si lo hace, y continúan las ventas de sus
productos, y los salarios siguen al mismo nivel, su plusvalía
pasará a 800 pesos por mes. Y después de varios ciclos tendrá
necesidad de ampliar su establecimiento, para contratar más
obreros, que le darán más plusvalía. Por supuesto, ya no
tendrá ninguna necesidad de vivir estrechamente. Y
dispondrá de un capital de varias decenas de miles de dólares.
Este
ejemplo es imaginario, pero en líneas generales se reproduce en la
vida real. Muchos capitalistas en sus orígenes vivieron pobremente.
De allí que muchos empresarios nos digan que ellos, o sus
padres, o sus abuelos "empezaron desde cero". Pero esto no
es cierto, porque tuvieron la posibilidad de tener un pequeño
capital inicial, y además tuvieron la suerte de que nada
interrumpiera la acumulación. Si se dieron esas condiciones, a
partir de la explotación del obrero el capitalista
pudo acumular la plusvalía, acrecentando más y más su
capital. Esto se llama la ACUMULACIÓN DE CAPITAL.
Por
otra parte, los obreros, condenados a vivir con 200 pesos mensuales
-el valor de su fuerza de trabajo- no pueden acumular. Después de
varios años habrán perdido su salud trabajando, y estarán tan
pobres como cuando empezaron. En el otro polo, el capitalista
habrá acumulado riqueza. El hijo del obrero estará condenado, con
toda probabilidad, a repetir la historia de su padre. El hijo del
capitalista estará destinado a otra historia, porque iniciará
su carrera sobre la base de la riqueza acumulada.
Volvemos
en cierto sentido al principio, pero ahora viendo cómo este
movimiento del capital reproduce
en un polo a los obreros y en el otro a los capitalistas,
es decir, reproduce las clases sociales. Y no sólo las reproduce,
sino que las reproduce de forma ampliada,
porque el capitalista cada vez contrata más obreros, al tiempo que
concentra más capital.
Si
los capitalistas se enriquecen cada vez más, si con ello aumentan
las fuerzas de la producción y la riqueza, y si los trabajadores
siguen ganando lo mismo, entonces, en proporción,
los trabajadores son cada vez más pobres. Incluso los obreros
pueden aumentar el consumo de bienes, pero no por ello dejan de ser
pobres, porque la pobreza o la riqueza están en relación con la
situación de la sociedad y el desarrollo de la producción. Por
ejemplo, en el siglo 19 prácticamente ningún trabajador
tenía reloj; el reloj era para los ricos y nadie se consideraba
extremadamente pobre si no tenía reloj. En las fábricas hacían
sonar unas sirenas para despertar a los obreros a las mañanas y
anunciar la hora de entrada al trabajo. Sin embargo hoy, en
Argentina un obrero que no tenga dinero para comprar un reloj
(aunque sea uno "descartable") es considerado
extremadamente pobre. Con relación a la riqueza producida
por las modernas fuerzas productivas, podemos decir que los obreros y
las masas oprimidas son hoy tan o más pobres que lo eran hace cien
años.
7. La lucha entre el capital y el trabajo y el ejército de desocupados
Pero
a medida que ha ido creciendo el número de obreros agrupados
bajo el mando de los capitales, se fueron organizando para luchar por
una parte de esa riqueza. Los sindicatos, los partidos obreros y
otras formas de organización surgieron al calor de este movimiento
de los trabajadores. Los obreros pelearon por aumentos del salario,
para que se les pagara mejor el valor de lo único que pueden vender,
su fuerza de trabajo. Esta es una manifestación de la lucha
de clases en la sociedad capitalista, es decir, de la lucha
en defensa de los intereses de clase, unos por aumentar la
explotación, otros por ir en el sentido contrario. Todas las mejoras
de los trabajadores se consiguieron gracias a esa presión, a las
huelgas, manifestaciones, incluso revoluciones contra el
sistema explotador. Las mejoras de vida de la
clase obrera no fueron el resultado de la bondad de los empresarios,
sino conquistas que se arrancaron con pelea, es decir, con la lucha
de la clase obrera. Los políticos de la burguesía, así como la
iglesia y otros ideólogos, tratan de frenar y desviar la lucha de
clases, predicando la conciliación entre obreros y patronos. Los
actuales dirigentes de los sindicatos, que han pasado al lado de
la patronal, hacen lo mismo. Los revolucionarios, en cambio,
mostramos la raíz de la explotación para fortalecer la
conciencia de clase obrera, para demostrar que la lucha
entre el capital y el trabajo es inevitable y necesaria, y el único
camino para acabar con la explotación.
A
pesar de las gigantescas luchas obreras dentro del sistema
capitalista, los empresarios lograron, a lo largo de la historia,
mantener a raya los salarios; los trabajadores muchas veces
obligaron a ceder, pero nunca pudieron hacer desaparecer la
plusvalía con la lucha sindical. Tomemos el ejemplo anterior, en
donde al obrero le pagaban 25 pesos diarios por su fuerza de trabajo,
y producía 25 de plusvalía. Dijimos que las luchas obreras
podían arrancar aumentos de salario y disminuir la plusvalía.
Por ejemplo llevar el salario a 27 pesos y la plusvalía a
23 pesos. Tal vez a 30 de salario y 20 de plusvalía; incluso si
la lucha obrera fuera muy fuerte, y los capitalistas estuvieran
muy necesitados de trabajo, los salarios podrían llegar a 35 pesos
por día y la plusvalía bajar a 15. ¿Puede seguirse así hasta
acabar con la plusvalía y la explotación?
La
experiencia nos muestra que no, que esta lucha económica tiene
un límite. Llegado un punto los capitalistas aceleran las
innovaciones, introducen maquinarias que reemplazan la mano
de obra y despiden obreros. Marx cuenta un caso de una zona de
Inglaterra en que faltaban cosechadores, y los
trabajadores conseguían más y más aumentos salariales. Pero
llegó un momento en que a los empresarios les convino comprar
máquinas cosechadoras, en lugar de contratar obreros. Al poco
tiempo había enormes masas de desocupados, que peleaban
por un puesto de trabajo, y los salarios se desplomaban. Hoy en
todos lados los capitalistas reemplazan a los obreros por
máquinas; en las fábricas automotrices, por ejemplo, en muchas
líneas de montaje los robots hacen el trabajo de varios obreros.
Así
se generan más y más desocupados, es decir, se crea un EJÉRCITO DE
DESOCUPADOS, que es la principal arma que tiene el capital para
derrotar las luchas sindicales. Por eso Marx decía que la maquinaria
se ha transformado en un arma poderosa contra la
clase obrera. La maquinaria debería ser un instrumento para liberar
al ser humano de las penalidades del trabajo manual, pero bajo el
dominio del capital se convierte en un instrumento para
esclavizar más al obrero; porque crea desocupados, pero
también porque los que conservan el empleo son sometidos a mayores
ritmos de producción, a peores salarios.
Pero
existe otra vía por la cual se crea desocupación. Cuando los
capitalistas ven que las ganancias están disminuyendo,
comienzan a interrumpir sus inversiones. Por ejemplo, el
empresario que vende el hilado, en lugar de contratar de nuevo a los
obreros, guarda el dinero a la espera de que mejoren las condiciones
para sus negocios. Cuando muchos capitalistas hacen lo mismo,
hablamos de una crisis, y por todos lados aparecen obreros sin
trabajo. En estos períodos se crean enormes masas de desocupados.
En
el mundo capitalista desde hace por lo menos 20 años que ha estado
creciendo la masa de desocupados, porque se frenaron las inversiones
y porque se introducen maquinarias que desplazan a los
obreros. Cuando se habla de la cantidad de robos que existen
actualmente, de que no hay seguridad en las calles, de que las
cárceles están llenas, se pasa por alto la raíz del fenómeno: la
explotación capitalista y las leyes de la acumulación. Estos
desocupados y marginados por el sistema presionan hacia abajo los
salarios; y los capitalistas chantajean a los que tienen trabajo con
la amenaza de mandarlos a la miseria si no se someten a sus
exigencias.
El
capitalismo crea constantemente una masa de marginados, de pobres
absolutos, que son utilizados como arma de dominación contra la
clase obrera.
Tomar
conciencia de los límites de las luchas por las reivindicaciones
económicas es fundamental para que la clase obrera no siga atada a
los políticos de la burguesía y para empezar a forjar
su independencia de clase, esto es, sus propias
organizaciones, con un programa y una estrategia que apunten contra
la explotación del capital.
8.
Hablan defensores del sistema capitalista
Hace
años, cuando el sistema capitalista estaba surgiendo, los defensores
del sistema capitalista eran bastante conscientes de lo que estaba
sucediendo.
Para
verlo, volvamos un momento al señor Mandeville, quien escribía:[4]
“La
única cosa que puede hacer diligente al hombre que trabaja es un
salario moderado: si fuera demasiado pequeño lo desanimaría o,
según su temperamento, lo empujaría a la desesperación; si fuera
demasiado grande se volvería insolente y perezoso…”
Observemos
en esto tan importante: hay que mantener a la gente de manera que
esté siempre “a raya”; si los salarios son altos, los obreros
son “insolentes”, o sea pueden desafiar al patrón. Mandeville
continúa:
“… en
una nación libre, donde no se permite tener esclavos, la riqueza más
segura consiste en una multitud de pobres laboriosos”
Efectivamente,
“pobres laboriosos”, esto es, gente que trabaja y es
pobre. Vean más abajo cómo éste es un rasgo típico del sistema
capitalista actual.
Otro
autor defensor del sistema capitalista, llamado Morton Eden,
escribía:
“Las
personas de posición independiente deben su fortuna
casi exclusivamente al
trabajo de otros,
no a su capacidad personal, que en absoluto es mejor que la de los
demás. Es… el poder de disponer del trabajo lo que distingue a los
ricos de los pobres…”
Morton
Eden también decía que lo que convenía a los pobres no era una
situación “abyecta o servil”, sino “una relación de
dependencia aliviada y liberal”. Esto para que estén más
entusiasmados por trabajar. Pero que nunca ganen lo suficiente como
para liberarse del capitalismo.
Otro
teórico, llamado Storch, escribía:
“El
progreso de la riqueza social engendra esa
clase útil de
la sociedad que ejerce las ocupaciones más fastidiosas, viles y
repugnantes, que echa sobre sus hombros todo lo que la vida tiene de
desagradable y de esclavizante, proporcionando así a
las otras clases el
tiempo libre, la serenidad de espíritu y la dignidad convencional
del carácter.”
Una
clase hace las tareas más “fastidiosas”, para que la otra
clase tenga tiempo libre para disfrutar sus countries,
Punta del Este, recreaciones de todo tipo y puedan, además, cultivar
sus exquisitos espíritus.
Un
reverendo, llamado Towsend, agregaba:
“… el
hambre no
sólo constituye una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino
que además… provoca los
esfuerzos más intensos”
Este
señor “lo tenía muy claro”,
como se dice hoy: la amenaza del hambre es una “presión
silenciosa” que hace trabajar intensamente. ¿Qué trabajador
no se siente reflejado en estas palabras?
Pero
además, estas viejas ideas, ¿se siguen defendiendo hoy? La
respuesta es que sí, que se siguen defendiendo. Por ejemplo, a los
alumnos de Ciencias Económicas se les enseña, en los cursos que
dictan los docentes que adhieren a la doctrina “oficial”,
que:
a)
Debe existir un nivel de desempleo, que ellos llaman “natural”,
para que la economía funcione de mil maravillas.
b)
Que por lo tanto el gobierno no debe intentar bajar esa tasa natural;
lo único que puede hacer es deteriorar más las condiciones de
trabajo y bajar salarios.
c)
Que el que está desocupado es porque quiere, porque no acepta
trabajar por el salario que se le ofrece. Hace algunos años, en
2001, un alto funcionario del Ministerio de Economía dijo que la
desocupación en Argentina era voluntaria. Lo dijo cuando millones de
seres humanos estaban desesperados buscando un trabajo.
Estas
teorías justifican entonces la desocupación y los bajos salarios,
porque de lo que se trata es de mantener sobre los obreros esa
“presión pacífica, silenciosa e incesante” para que
hagan los “esfuerzos más intensos”, de manera que siga
aumentando la acumulación de riqueza y el goce de la clase
propietaria de los medios de producción.
9.
El racismo, la discriminación, la xenofobia, ayudan al capital
El
capitalismo no sólo ha dominado a través de la desocupación y la
amenaza del hambre. O de la represión abierta de los trabajadores
cuando éstos quisieron cuestionar seriamente el sistema (aunque este
aspecto del problema no lo vamos a tocar en este curso).
El
sistema capitalista también ha dominado con las divisiones que se
producen entre los trabajadores a partir de la discriminación.
De múltiples maneras en la sociedad se inculca la idea de que, por
ejemplo, los negros son inferiores. Expresiones como “negro
villero” son comunes, y meten la idea de que una persona de piel
oscura puede ser sometida a las peores condiciones de trabajo porque
“es un ser inferior”.
De
la misma manera las mujeres son discriminadas sistemáticamente. Por
ejemplo, está comprobado que en promedio, y por igual trabajo, una
mujer gana un 30% menos de salario que el hombre.
Otro
ejemplo es lo que sucede con nuestros hermanos paraguayos,
bolivianos, peruanos. Constantemente en los medios se los presenta
como “sucios”, “ladrones”, incluso como “no
ciudadanos”. Hace un tiempo el diario Crónica tituló
una noticia: “Mueren tres ciudadanos y dos bolivianos en un
accidente de tránsito”. De esta manera también a ellos se los
presiona para que acepten las peores condiciones de trabajo.
Todo
luchador social debería combatir por todos los medios estas formas
de discriminación, que dividen al pueblo. Toda división del pueblo
trabajador sólo favorece el dominio del capital.
Y no habrá liberación de los trabajadores de la explotación del
capital en tanto no superemos estas lacras.
10. La competencia y la concentración de la riqueza
Si
bien los capitalistas están unidos cuando se trata de mantener la
explotación, entre ellos existe la más feroz competencia.
Cada empresario trata de vender más que sus competidores, sacarle
clientes. Para eso, cada uno busca aumentar la explotación de sus
obreros y tecnificarse. Si un capitalista descubre una técnica mejor
para producir, procura que la competencia no la conozca, con la
esperanza de bajar los precios y arruinar a los otros. Los
capitalistas que no logran seguir el ritmo de la renovación
tecnológica, se arruinan y son absorbidos por la competencia o
van a la quiebra.
Por
eso Marx decía que la competencia es como un látigo, que obliga a
cada empresario a ir hasta el fondo en la explotación de sus
obreros. Esta es una ley de hierro en la sociedad actual. Por esta
razón la explotación no tiene que ver con la buena o mala voluntad
de algunos empresarios individuales. Puede haber dueños de
empresas que consideren inhumanas las condiciones en que viven
los trabajadores, pero seguirán manteniendo los salarios bajos
y exigiendo más y más ritmo de trabajo, argumentando que "si
no lo hacemos la competencia nos va a arruinar". Por eso no
hay que esperar que los capitalistas "comprendan"
las necesidades de los trabajadores y modifiquen voluntariamente
sus comportamientos.
Hoy
este impulso del sistema capitalista se ve multiplicado por la
competencia internacional. Los capitalistas de todos los
países están lanzados a una carrera desesperada por bajar los
costos, por aumentar la explotación, para sobrevivir en el Mercosur
y en otros mercados mundializados. Los empresarios hacen un chantaje
a los trabajadores porque dicen: "si no aceptan todas las
condiciones de trabajo que impongo, voy a invertir en otro
país".
Esta
lucha entre los capitalistas por aumentar la explotación para
sobrevivir es la razón principal por la cual en el capitalismo
existe un impulso permanente a aumentar la explotación.
En
la lucha entre los capitales, inevitablemente muchos caen, y son
"comidos" por los más fuertes. Como dice el dicho
popular, el pez gordo se come al pez chico. Todos los días se
fusionan capitales, hay empresarios que compran fábricas en
quiebra, hay comercios y bancos que caen en problemas y no pueden
sobrevivir. Millones de cuentapropistas, de pequeños
campesinos, aun de pequeños empresarios, se funden, y van a la
pobreza absoluta o a trabajar de obreros. Un ejemplo es lo que
sucedió con la entrada de los hipermercados. Miles y miles de
almaceneros, panaderos, carniceros, se arruinaron y ellos, o sus
hijos, tuvieron que emplearse como asalariados, muchas veces en los
mismos supermercados que los hundieron.
Así
los capitales cada vez más se concentran en pocas manos. Hoy, las
200 corporaciones más grandes del planeta tienen ventas
equivalentes al 28% de la actividad económica del mundo.
En cada país podemos ver cómo un puñado de 300 o 400 empresas
tiene un peso descomunal en la economía; algunas compañías
transnacionales tienen ventas anuales por sumas que superan
largamente los presupuestos de la mayoría de los países.
En manos de algunas decenas de miles de grandes capitalistas se
concentra el poder de dar trabajo o no a cientos de millones de
desposeídos.
11.
¿Qué es el capitalismo hoy?
Lo
que explicamos teóricamente tiene su reflejo en la realidad del
mundo. El sistema capitalista impulsa a aumentar la explotación.
Tengamos entonces una visión global.
En
todos los países se procura que cada producto “contenga el máximo
posible de trabajo impago” y para eso todo capitalista busca
acelerar los ritmos de trabajo y reducir el valor de la fuerza de
trabajo. Se desarrolla de así un hambre incesante por el plusvalor,
por el tiempo de trabajo excedente. ¿Por qué puede el capital
imponer esto?
Una
razón es la amenaza de mudar plantas o de no invertir si la fuerza
laboral no se allana a las exigencias del capital. Los empresarios
muchas veces dicen: si los sindicatos de este país no aceptan tal o
cual condición laboral, o tal o cual salario, nos vamos a otro país.
O sea, es el chantaje de la llamada huelga de inversiones.
“Si no se allanan a lo que pido, no invierto”. También está la
presión de las importaciones. Es que hay empresarios que dicen: “si
no se aceptan estos salarios y condiciones de trabajo, cierro la
empresa porque me conviene importar más barato desde otro país”.
En
segundo lugar, como hemos dicho, por la presión que ejercen el
ejército de desocupados. Según la Organización Internacional del
Trabajo, en 2004 había unos 188 millones de desocupados en el mundo.
En Argentina la desocupación, a pesar de que bajó en los últimos
años, sigue siendo muy alta.
A
esto se suman las corrientes migratorias de mano de obra,
especialmente hacia los países adelantados. Y la incorporación a la
fuerza laboral de mujeres, niños, inmigrantes y minorías que en su
mayoría tiene bajos índices de sindicalización.
De
esta manera reaparecen formas de explotación que nos retrotraen a
las escenas de Inglaterra de los siglos 18 y 19 en los orígenes del
capitalismo industrial. Por ejemplo, en las fábricas de computadoras
de China se imponen condiciones que pueden calificarse directamente
de “carcelarias”; en muchas empresas los trabajadores o
trabajadoras no pueden hablar, no pueden levantarse para ir a tomar
agua o al baño; existen regímenes de castigo durísimos por faltas
leves o distracciones, con jornadas de trabajo que pueden prolongarse
hasta 16 horas. En muchas fábricas las trabajadoras duermen en las
empresas, en condiciones extremadamente precarias. El desgaste físico
y nervioso es tan grande que a veces son “viejas” con
apenas 30 años; además hay problemas auditivos y visuales, debido a
las largas horas que pasan probando monitores y equipos. Sobre los
salarios, escuchemos este testimonio de C., trabajadora en una
empresa china de productos electrónicos:
“He
estado en la fábrica desde hace dos años y medio y lo más que he
ganado ha sido un poco más de 60 dólares (por mes). Eso fue lo que
obtuve después de haber trabajado más de 100 horas extra. … ¿Cómo
puede ser eso suficiente para nosotros? Uno tiene que comprar por lo
menos las provisiones diarias y si me compro algo de ropa se me
termina el sueldo. Es incluso peor en la temporada baja, cuando no
tenemos horas extra. Cuando nos obligan a tomar un día porque no hay
pedidos y no tenemos trabajo que hacer, nos lo deducen del sueldo”.
En
muchos sectores y países se repiten estas situaciones. El siguiente
es un testimonio de K., un trabajador del vestido de Bangladesh:
“No
he tenido descanso en dos meses y trabajo desde las 8 de la mañana
hasta las 9 o 10 de la noche; algunas veces incluso toda la noche.
Por eso estoy enfermo. … Tengo fiebres y no tengo energía. … No
pagan las horas extras, dicen que he trabajado 30 o 40 horas en un
mes cuando en realidad he hecho 150. No hay registro, de manera que
pueden decir lo que quieren”.
Y
el siguiente es el testimonio de Helena, ex trabajadora nicaragüense
de una maquila:
“Los
malos tratos eran permanentes. Cualquiera puede cometer un
error: si te equivocabas, te golpeaban en las manos, en la cabeza, te
trataban de burra, de animal. Si parabas un segundo para tomar un
vaso de agua, aullaban. El salario de base era de 22 dólares por
semana. Yo llegaba a las 7 de la mañana y salía, en general, a las
9 de la noche; hacía cuatro horas extras, pero me pagaban dos
Seguramente
cada uno de ustedes puede encontrar testimonios semejantes en
Argentina. Indaguemos cómo se trabaja en talleres, en comercios, en
empresas del transporte. Ausencia de derechos sindicales, falta de
respeto a cualquier norma de seguridad o higiene, desconocimiento de
francos y licencias por enfermedad, salarios que muchas veces no
alcanzan siquiera para mantenerse con el mínimo de subsistencia.
Por
otra parte se calcula (datos de 2000) que en el mundo trabajan unos
186 millones de niños y niñas de entre cinco y 14 años; de ellos,
5,7 millones realizan trabajos forzados; 1,8 millones están en la
prostitución y 0,3 millones en conflictos armados.
Pero
si se toman los que trabajan en forma intermitente, la cifra se eleva
a entre 365 y 409 millones, y si se agrega el trabajo no
contabilizado de las niñas –en su mayoría hogareño- la cifra
oscila entre 425 y 477 millones. Los niños y niñas realizan
trabajos tan diversos como agricultura, confección, fabricación de
ladrillos, actividades mineras, armado de cigarros, cosido de pelotas
de béisbol o pulido de piedras preciosas, entre otros. Casi por
regla general están sometidos a condiciones infrahumanas, son
prácticamente esclavos privados de su niñez y, por supuesto, de
todo acceso a la educación; en los países subdesarrollados uno de
cada siete niños o niñas en edad escolar no concurre a la escuela.
Dicen dos economistas del Banco Mundial:
“En
los noventa, luego de la Convención de los Derechos del Niño (1989)
y una confluencia de factores desde la globalización a la
recolección sistemática de estadísticas por la Organización
Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y diversos países, el
mundo se hizo consciente de que desde una perspectiva global la
situación del trabajo infantil no era mucho mejor de lo que había
sido durante la Revolución Industrial.”
Aclaremos
que durante al Revolución Industrial, ocurrida en Inglaterra a fines
del siglo 17, se registraban abusos terribles de explotación del
trabajo infantil. Desde entonces se nos ha dicho que aquellas épocas
habían quedado definitivamente en el pasado, que en el capitalismo
moderno ya no sucedían. Pero vemos que no es así, que siguen
sucediendo y a una escala mayor, porque ahora se trata del
capitalismo en todo el mundo.
Incluso
en países desarrollados como Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos
muchos menores en edad escolar están trabajando. En Gran Bretaña
algunos estudios consideran que en los últimos 35 años entre un
tercio y dos tercios de los niños en edad escolar estuvieron en
trabajos remunerados; si se toma en cuenta a quienes alguna vez
trabajaron (en lugar de a quienes están trabajando en el momento de
la encuesta) la cifra se eleva a entre el 63 y 77%.
En
la Unión Europea de conjunto en los noventa aproximadamente un 7% de
los niños de entre 13 y 17 años trabajaba.
En
lo que respecta a las mujeres, en promedio reciben un salario
equivalente a las dos terceras partes de lo que reciben los hombres,
muchas veces carecen de protección frente a malos tratos y abusos; y
sufren más agudamente la precarización laboral que los hombres,
además de estar obligadas a realizar trabajos por los que no reciben
en absoluto remuneración alguna.
En
los países desarrollados también se registra la tendencia al
aumento de la explotación de la clase obrera en su conjunto. Por
ejemplo en Gran Bretaña en los últimos años se facilitó y abarató
el despido de trabajadores, se estableció que los chicos de 13 o 14
años pueden ser empleados hasta 17 horas semanales, se extendió el
contrato temporario, se redujeron las licencias, se suprimió el
salario mínimo, se extendieron los “períodos de prueba” (hasta
24 meses), se suprimió el límite a la jornada de trabajo (incluso
para los jóvenes de 16 a 18 años) y se dio plena libertad para
trabajar los domingos. En algunos sectores los salarios apenas
permiten reproducir el valor de la fuerza de trabajo. Un obrero
típico de la industria de la confección de Birmingham, con 17 años
de antigüedad, a mediados de la década de 1990 debía destinar dos
terceras partes de su salario a pagar el alojamiento y las facturas
de electricidad. En la industria del vestido son “normales”
jornadas de 12 horas por día de lunes a viernes y 8 horas los
sábados, y es común encontrar empresas que no pagan las horas
extras ni los días de ausencia por enfermedad. Como resultado de la
caída general de los ingresos de los trabajadores y de la
desocupación de largo plazo, a mediados de la década se constataba
que el número de gente sin hogar se había duplicado, que el 26% de
los niños dependía de la ayuda social para vivir, que 13,7 millones
de personas vivían en la pobreza, que había 1,1 millones menos de
empleos a tiempo completo que en 1990, que 300 mil personas ganaban
menos de 1,5 libras por hora y aproximadamente 1,2 millones menos de
2,5 libras por hora.
En
lo que respecta a Estados Unidos, a mediados de la década de 1990,
sobre los 38 millones de estadounidenses que vivían por debajo de la
línea de la pobreza, 22 millones tenían un empleo o estaban ligados
a una familia en la cual uno de sus miembros trabajaba; esto dio
origen a la expresión “hacerse pobre
trabajando”. Además, y obligados a
compensar los bajos salarios, casi 8 millones de personas tenían
doble empleo. Por otro lado la duración media anual del trabajo
aumentó el equivalente de un mes desde la década de 1970; en
algunas empresas del automóvil había asalariados que trabajaban
hasta 84 horas por semana.
En
lo que hace a los procesos de trabajo, a partir 1988 se extendió
toyotismo. Con esta forma de organización de organización laboral
la dirección de la empresa fomenta la competencia entre los
trabajadores y debilita la solidaridad sindical; introduce la
multiplicidad de tareas; reduce las calificaciones y aumenta la
“íntercambiabilidad”
de los puestos; disminuye la importancia de la antigüedad o incluso
la abandona o modifica; descarga en los obreros una mayor
responsabilidad por el cumplimiento de las tareas, sin compensación
salarial y sin darles mayor autoridad; y fomenta el
sindicalismo de empresa en detrimento de la unión a nivel de
rama. El resultado es el trabajo súper
intensivo:
“Mientras
en las plantas manufactureras tradicionales el proceso de trabajo
ocupa al obrero con experiencia aproximadamente 45 segundos por
minuto, en las plantas de producción flexible la cifra es de 57
segundos. Los trabajadores de producción en las líneas de
ensamblaje de Toyota en Japón hacen 20 movimientos cada 18 segundos,
o un total de 20.600 movimientos por día” (tomado
de un estudio sobre el toyotismo).
El
ataque a las condiciones laborales abarca también a países con
fuerte tradición sindical y de izquierda. En algunos lugares la
ofensiva del capital comenzó por los trabajadores inmigrantes,
aprovechando la inseguridad jurídica a la que están sometidos.
En
Francia, por ejemplo, el trabajo en negro y la contratación a tiempo
parcial de inmigrantes están extendidos en la construcción (pública
o privada), limpieza, hotelería, gastronomía, confección de ropa y
agricultura, entre otras actividades. Los salarios de estos
trabajadores son inferiores hasta un 50% a la media y
carecen de organización.
En
Alemania el capital y el gobierno están empeñados, desde hace años,
en una campaña por reducir salarios sociales y prolongar la jornada
laboral.
Además,
se atacan los salarios sociales, los sistemas de jubilación y salud.
Italia, Alemania y Suecia son representativas de la tendencia. Y en
todos lados se tiende al disciplinamiento de la fuerza laboral
mediante el desempleo y a la precarización laboral.
Como
resultado de estos procesos en la mayoría de los países aumentó la
desigualdad. Según la OIT, que realizó un estudio (publicado en
2004) de 73 países, en 12 desarrollados, 15 atrasados y 21 países
con “economías en transición”, aumentó la desigualdad entre el
decenio de 1960 y el decenio de 1990; estos 48 países comprenden el
59% de la población total de los países bajo estudio. En tres
países desarrollados, 12 atrasados y uno con “economía en
transición”, que de conjunto representan el 35% de la población
bajo estudio, la distribución se mantuvo estable. Por último, sólo
en dos países desarrollados y siete atrasados (y ninguna economía
en transición) mejoró el ingreso.
12.
Desarrollo cada vez más desigual y carencias y padecimientos
sociales
Una
de las teorías que se han planteado muchas veces es que a medida que
el capitalismo se desarrolla, y se hace más mundial, los ingresos
entre los países tienden a igualarse. Pero la realidad es otra.
Según las Naciones Unidas (Informes sobre el desarrollo humano) si
la diferencia entre el ingreso de los países más ricos y los más
pobres era de alrededor de tres a uno en 1820, había pasado a 35 a 1
en 1950, a 44 a 1 en 1973 y a 72 a 1 en 1992; y a comienzos del nuevo
siglo llegaba a 77 a 1.
Por
otra parte, se puede ver la desigualdad de riqueza e ingresos que se
genera en este sistema. Los datos, también de las Naciones Unidas y
otros organismos internacionales, nos dicen que el 20% de los seres
humanos que vive en los países más ricos participa del 86% del
consumo privado total; utiliza el 58% de la energía mundial y el 84%
del papel; tiene el 87% de los vehículos; representa el 91% de los
usuarios de Internet y tiene el 74% de las líneas telefónicas
totales.
En
el otro polo, el 20% de la población que vive en los países más
pobres participa con sólo el 1% del consumo total; utiliza el 4% de
la energía, el 1,1% del papel, tiene menos del 1% de los vehículos
y el 1,5% de las líneas telefónicas.
En
Argentina también se ha producido una gran polarización social.
Así, en 2006, el 10% más rico de la población tiene ingresos 31
veces más altos que el 10% más pobre. Esto significa que en el 10%
más rico cada persona gana, en promedio, $2012, mientras que en el
10% más pobre cada persona gana sólo $64. En el 10% más pobre que
sigue a este estrato, cada persona gana sólo $143. Esta situación
se ha mantenido desde los años noventa, más o menos estable.
Más
en general, agreguemos que de los 4.400 millones de habitantes que
están en los países llamados “en desarrollo”, casi tres
quintas partes no tienen las infraestructuras sanitarias básicas,
casi un tercio no tiene acceso al agua potable, una quinta parte no
tiene acceso a servicios modernos de salud; un tercio de los niños
menores de cinco años sufren malnutrición, 30 mil mueren por día
por causas prevenibles y uno de cada siete niños en edad de escuela
primaria no asiste a la escuela.
A
comienzos del nuevo siglo había 840 millones de personas en todo el
mundo desnutridas, lo que representaba el 14% de la población
mundial. Recordemos que en 1980 vivían en condiciones severas de
desnutrición 435 millones de personas, que representaban el 9,6% del
total mundial.
De
los 840 millones de personas que hoy están desnutridas, 10 millones
se encuentran en los países adelantados, 34 millones en los ex
países socialistas en transición al capitalismo y 798 millones en
los países atrasados.
En
República del Congo, Somalia, Burundi y Afganistán, más del 70% de
la población está desnutrida. Según la Organización Mundial de la
Salud, las posibilidades de vida de un recién nacido en un país
avanzado son 12 veces mayores que las de un recién nacido en un país
atrasado; si éste nace en África subsahariana es 23 veces mayor.
En
Argentina, un país “granero del mundo”, que puede alimentar a
300 millones de personas, hay hambre crónica, millones que no
alcanzan al mínimo calórico diario vital.
La
Agencia Católica para el Desarrollo señala una cifra que en sí
misma constituye todo un símbolo de la desigualdad: la vaca promedio
europea recibe un subsidio de 2,2 dólares por día,más que el
ingreso diario que recibe la mitad de la población mundial.
13.
Conclusión
Hemos
visto por qué y cómo el sistema capitalista tiende a generar en un
polo una riqueza creciente, y cada vez más concentrada, y en el otro
polo masas de gente que está obligada a hacer trabajos monótonos,
repetitivos, o con salarios bajos y condiciones laborales precarias,
sometidos a presión constante. Y también por qué se regeneran,
periódicamente, grandes ejércitos de desocupados.
Todo
esto nos obliga a ubicar las luchas reivindicativas, por mejoras
laborales, por seguros de desempleo, por salud y educación, en
una perspectiva correcta. Esto es, peleamos por mejorar en todo
lo posible dentro del sistema; necesitamos defender reformas
que hagan más llevadera la vida bajo el sistema capitalista. Pero al
mismo tiempo hay que tomar conciencia de que estas mejoras tienen un
límite. Como decía una gran socialista europea de principios del
siglo 20, llamada Rosa Luxemburgo, en tanto no se acabe este sistema
de explotación los sindicatos y los trabajadores estarán obligados
a recomenzar siempre sus luchas, porque el hambre por el plusvalor
del capital es insaciable. Lo cual plantea la necesidad de tomar
conciencia de que existe un problema de fondo, que es social,
y a él tenemos que apuntar.
NOTAS
[1]
Esto lo tomamos de un libro que escribió Carlos Marx, El Capital,
donde cita a Mandeville.
[2]
Esto siempre es aproximado, porque la primera mercancía puede tener
un precio de 101, 102, 99, etc., y lo mismo sucede con la segunda:
puede costar 48, 51, 49, 53, etc. Es decir, los precios oscilan
alrededor de un promedio.
[3]
Calcula que al cabo de determinado tiempo habrá recuperado esa
inversión para comprar de nuevo máquinas y la fábrica.
[4]
Todas las citas las tomamos de El Capital, de Marx.