Por
Marat
“¡Qué bellos son los bosques, y sombríos!
Pero tengo promesas que cumplir,
y
andar mucho camino sin dormir,
y
andar mucho camino sin dormir.”
(“Alto
en el bosque en una noche de invierno”. Robert
Frost)
“Las
compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la
ira es muy delgada.”
(“Las
uvas de la ira”. John
Steinbeck)
El
poeta Robert Frost y el novelista John Steinbeck representan dos
antítesis de la visión de los Estados Unidos de Norteamérica.
El
primero es voz lírica y
embellecida de la ideología dominante en su país, el
individualismo, la visión conservadora del concepto pueblo desde el
alma de lo rural y el sentido de la independencia personal, que nos
vuelve
al individualismo.
El
segundo, John Steinbeck,
refleja la voz desgarrada de los que lo han perdido todo, de los
desesperados, pero también de la esperanza en lo colectivo,
expresada a través de la rabia bajo la que subyace el anhelo de
organizar esa misma ira.
¿Por
qué les cito a ambos autores? Paciencia. Todo tiene su porqué.
La
película “Nomadland”,
recientemente estrenada en
cines, y previamente en plataformas de pago y gratuitas –
si quiere verla es opción suya pagar o no. Yo no lo he hecho-, es
una mezcla de las dos tradiciones a las que he aludido anteriormente.
Sí,
hay denuncia, matizada, de las causas por
las que l@s trabajador@s de 60 años
y muchos más pierden sus viviendas, al desaparecer sus empleos, vinculados a la posibilidad de tener unas pensiones, ya que es
solo la clase trabajadora norteamericana,
no las empresas, la que cotiza por las mismas y, como consecuencia, se ven obligados a vivir en autocaravanas y
furgonetas, viajando por todo el país
a
la búsqueda de trabajos temporales, por salarios de miseria (el
parque de autocaravanas en el que duerme Fern, Frances McDormand,
durante el breve período navideño de su trabajo en el alienante
almacén de Amazon)
es
su expectativa de vida, seguir trabajando hasta la muerte.
Nueve millones de personas viven en estas condiciones en Estados Unidos, el país que antes fue de la esperanza de que partiendo de ser un niño repartidor de periódicos locales en una pequeña ciudad, uno podía llegar a ser dueño de una corporación de medios de comunicación. O eso es lo que nos ha contado su cine durante decenios.
A
lo
largo de la película veremos a McDormand
realizando
los más diversos empleos de mierda, como el de servicios
de limpieza de lavabos públicos o procesadora de tubérculos -allá
donde se encuentra a compañeros y compañeras de infortunio –
mientras vemos desfilar a personajes que hacen de sí mismos, ya que todos los demás son extras que se representan a sí
mismos y a sus miserables vidas, con la excepción de otro actor
profesional, David Strathairn (Dave),
que es su contrapunto enamorado de una mujer tierna y dura
a la vez.
No
se hagan ilusiones desde España. Aunque nos representen una realidad
aparentemente mucho más dura para la clase trabajadora desde Estados
Unidos, solo es porque su capitalismo es mucho más avanzado y
precursor que el nuestro. Y,
si no piensen en la desregulación de las relaciones laborales de los
últimos 40 años, donde las ETTs, las plataformas de empleo
flexible, las derogaciones legislativas sobre el empleo, la
protección al desempleo y los planes de pensiones para quienes puedan pagarlos son el futuro porque nos están diciendo que los viejos somos insostenibles. Eso es España.
La
crisis capitalista, cada vez más semejante la Gran
depresión
de 1929, es el resultado del
fin de un espejismo de
una clase trabajadora que aspiraba a ser medianamente burguesa entre
1945 y el principio de los años 70. Poco más de 25 años duró la
mentira de que el trabajo nos iba a permitir mejorar nuestra
situación de clase. A partir de 1973 el capitalismo descubrió que
era necesario devolver a la clase trabajadora a sus condiciones
históricas desde los finales del siglo XVIII hasta la Segunda Guerra
Mundial. La crisis de acumulación exigía la concentración de
capital y la
estrategia de desposesión de las conquistas históricas de la clase
trabajadora (David
Harvey).
Y
la fiesta se acabó para la clase trabajadora pero como la avisan por
fascículos, y enfrentándola en sus intereses conjuntos, continúa
sin enterarse, adormecida por el opio de la autorrealización y la
esperanza en un mañana mejor que no le llegará mientras acepte a
sus amos.
Volvamos
a la película.
Hay
en ella un indudable valor de la solidaridad, en
el
campamento de los nómadas de Rubber Tramp Rendezvous, en la ayuda
mutua entre los que se cruzan en el camino, en las pequeñas y
miserables cosas que se regalan unos a otros –
el
mechero, el cigarrillo, unas manoplas, pintura para disimular los
conchones de la autocaravana de Fern,...–
como
en los abrazos y los cuidados hacia quien se aproxima a la muerte por
una metástasis cancerígena que no será paliada por una seguridad social sobre la que Obama mintió.
Pero
la
repetida
frase
de
“nos
vemos en el camino”
esconde
el viejo mensaje del individualismo del nómada que para en su viaje
para reparar fuerzas y consuelo en lo colectivo sin ir más allá del
romanticismo del viaje hacia ninguna parte en la espera de un mañana
mejor que no construye un para todos.
No
voy a ser yo quien intente disuadirles de ver una película
estéticamente bella en sus imágenes – aunque cagar en una
furgoneta atestada de objetos de la pobreza, entre retortijones, dentro de una cubeta no es hermoso-, con una música
llena de lirismo, en la que los ojos de Frances McDormand llenan la pantalla de ternura y autenticidad. Solo por esa actriz ya merecería la pena verla.
Pero
me pregunto por qué tanto los medios progres como los reaccionarios
-
¿Dónde
quedaron los simplemente conservadores?-
insisten
tanto en comparar “Las
uvas
de
la
ira”
con esta película, cuando Jhon Ford se encargó de darle el mismo mensaje
positivo que se ve en “Nomadland”,
en
su caso la familia unida hacia un nuevo amanecer, y en enfatizar la
diferencia entre la novela de Steinbeck y la película de Chloé Zaho. Y, oigan, según pasan las horas y los días más me convenzo en que se está poetizando la miseria de los que ya no pueden ser ni explotados por el capital por tierra, mar y aire en Internet. Sospechoso. Ya solo falta que aparezca en algún programa tipo Sálvame o Supervivientes. Intereconomía y La Razón ya han hablado de la peli. En cuanto hable de ella Ayuso cambiaré mi voto...si me tragase el elegir entre los dados marcados que se me ofrecen.
Quizá
la respuesta a esa diferencia se encuentre en la escena de Fern que revive la misma experiencia que Linda May, una de las muchas
extras de la película, emocionada por el vuelo de las golondrinas y
el sentido de su mágica libertad. También
en el hecho de que el relato de Steinbeck, a pesar de haberse
convertido en la gran novela americana por sus valores estéticos, atisba la necesidad de organizar la rabia. Mejor decir que es
demasiado cruda.
Tampoco soy de los que se tragan el mensaje de la hermana de Fern, para justificar ante sus amigos porqué su hermana es una desgraciada sin casa ni trabajo permanente, cuando afirma que ella es fiel al espíritu de los pioneros. Estos fueron unos hijos de puta, llegados de la peor basura de las religiones fundamentalistas de Europa, para asesinar a los indios y robarles sus tierras. Estos nuevos adelantados solo lo son del oscuro futuro de la clase trabajadora agotada tras decenios de trabajar para perderlo todo.
Y
es que, al final de la película, el mensaje es el de la romantizada
libertad del miserable que lo ha perdido todo y parece encontrar su
emancipación de la dependencia material de su vida en convertirse en
un Diógenes pero en “fragoneta”,
como
si fuera una nueva pionera de las llanuras, solo que éstas no son
verdes sino desérticas y
en soledad.
De
momento, Amazon les provee ya tanto de la novela de Jessica Bruder
como de la película de Chloé
Zhao.
Y hará lo posible para que la última gane un Óscar. Más para la
caja.
Al final volvemos a Robert Frost.