Por Marat
Tras un período de larga sequía en la
que los conflictos eran particulares, específicos de empresas
concretas y circunscritos a colectivos limitados en su número, hemos
ido viendo cómo ha ido multiplicándose su número, aumentando el
número de sus afectados y participantes y generalizándose de un
modo amplio.
Mucho antes hubimos de pasar por el
sarampión ciudadanista, inclusivo y desclasado de los sectores menos
concienciados en la lucha de clases. Acabamos de pasar el séptimo
aniversario de un 15M que se ha ido convirtiendo en huérfano de
padres y defensores.
Luego habría de llegar su subproducto,
Podemos, que de prometer asaltar los cielos acabó por convertirse en
una nueva alternativa, junto con Ciudadanos, de intercesores para el
mantenimiento del status quo político legitimador del sistema
capitalista.
El 8M del feminismo de la sororidad de
todas las mujeres, independientemente de la clase social a la que
unas y otras perteneciesen, logró un éxito mediático y solo
parcialmente ideológico pero de escasa repercusión en su capacidad
de convertir su pretendida huelga en una paralización del país. Su
resultado final es la conversión del feminismo burgués en un
intento fallido de enfrentamiento de sustituir la lucha de clases por
la de géneros -la lucha de clases está volviendo a llenar las
calles y a parar centros de producción- y a generar un
enfrentamiento interno del todas contra todas: trans contra sectores
feministas y viceversa, partidarias de legalizar la prostitución
contra partidarias de abolirla, partidarias de la gestación
subrogada contra enfrentadas a la venta de sus úteros,...Desde la
realidad del caos actual de un feminismo que no es capaz de resolver
sus propias contradicciones, la afirmación de que “la revolución
será feminista o no será” empieza a ser tan cierta como la
esperanza de que la revolución sea televisada, salvo que no sea
revolución sino involución y que, no esté protagonizada por la
clase trabajadora sino por su vieja enemiga, la burguesía.
En otro plano identitario, el de las
patrias, el procés catalán va llegando hasta sus últimas
consecuencias, las de su regresión ideológica hacia la xenofobia,
el supremacismo y el ridículo de ver cómo los pretendidos
procesistas de izquierda son solo nacionalistas que ponen toda
cuestión de clase al servicio de un bien superior: el de la
burguesía que dirige el proyecto hacia la supervivencia de los
miembros de la misma instalados en las instituciones que les han
permitido acumular capital por la vía de la acumulación por
desposesión y de la autosubvención institucional.
Por mucho que intenten los defensores
del independentismo catalán lanzar balones fuera sobre el
agotamiento de su procés en base al nacionalismo español
centralista y reaccionario lo cierto es que los intereses de clase de
unos y otros se acercan mucho más de lo que se separan cuando votan
juntos PdeCat, PP, Ciudadanos y PNV para defender el sagrado derecho
a la propiedad de la vivienda o cuando PP
y PdeCat lo hacen para evitar una legislación que incremente el
control sobre los partidos (la corrupción no se toca. Cada
territorio es un cortijo de quien lo controla) o cuando
lo hacen directamente para proteger al corrupto . No tiene
sentido continuar señalando casos que demuestran hasta qué punto
una cosa es la bandera, tras la que hacer formar a sus mesnadas, y
otra muy distinta la cartera.
Pero la realidad se impone.
Los expertos y gurús económicos del
capital ya no discuten sobre la llegada de la próxima crisis. Su s
únicas divergencias son las de cuándo llegará y si su efecto será
mayor, igual o menor que la fase actual de la que dicen los
gobernantes que estamos saliendo y que no es sino una fase más de la
que se inició con la crisis de acumulación del pasado siglo, en
1973 y que no ha hecho otra cosa que replicarse en fases sucesivas
como una gran matrioska que crece exponencialmente.
A pesar del optimismo que vende el
gobierno del PP y de los últimos 4 años de fabricación mediática
de ilusión, solo comprada por los sectores con capacidad de
recuperar ciertos niveles de consumo, lo cierto es que la crisis
capitalista ha dejado un coeficiente
de Gini relativo a los índices de desigualdad económica realmente
calamitoso en comparación a las fases de recuperación de los
distintos momentos de esta crisis sistémica que se acerca a los 50
años de existencia.
No es de extrañar que esto suceda
cuando el precio de la vivienda nueva se ha disparado ya por
encima de 2007, año clave en la conformación de la burbuja
especulativa, cuando las viviendas
de alquiler han subido una media de un 7,8% según cifras del mes
de abril, en ciudades como Madrid, cuando los sueldos (lo que los
marxistas llamamos salario directo) continúan congelados, salvo en
algunas grandes empresas y para los empleos de cualificaciones
medias-altas, cuando
la capacidad adquisitiva de las pensiones (el salario diferido) ha
caído, como mínimo, cuatro puntos desde 2010,
cuando siguen los recortes en Sanidad y Educación (salario
indirecto). Estas son las previsiones de recortes de “los
presupuestos más sociales de la historia”
Renace la
conciencia de lucha pero aún desarticulada
Quienes pensaban que la clase trabajadora y su capacidad de
intervención en medio del escenario general había desaparecido para
siempre -progres posmodernos y liberales- deberán hacer un cierto
acopio de paciencia y esperar un poco más, del mismo modo que los
partidarios de mil identidades contrapuestas entre sí y los de las
patrias. Aún queda aire dentro recinto que tantos sueñan cerrado
para enterrar la lucha de clases. Ésta ni siquiera nace de la
conciencia política sino de la necesidad de supervivencia física de
una clase social que, como en tantos momentos de la historia, debe
pasar su propio Rubicón para conocerse a sí misma.
De esa falta de conciencia para llegar a ser parte su debilidad. De
la explosión de mil necesidades perentorias de supervivencia y del
fin de la rabia contenida nace su potencialidad. Como clase, aúnen
sí, necesita comprender que bajo el capitalismo, y de un modo agudo,
en su fase senil actual, basada en la rapiña de lo que en el pasado
conquistaron los trabajadores, ya no hay posibilidad de componendas.
El futuro de capital y de trabajo está en saber qué clase
aniquilará a la otra pero eso es parte de un largo camino por
recorrer.
Ya
en 2017 era evidente
el aumento de la conflictividad laboral.
En ese año aparecieron, en medio de múltiples luchas laborales,
algunos protagonistas:
- Los portuarios como sector histórico y muy organizado pero encapsulado en su capacidad de generar emulación en sectores de la clase trabajadora.
- Las camareras de piso en hoteles, las Kellys, trabajadoras con gran capacidad de irradiación en sus luchas respecto a la idea del “orgullo de clase” y a la realidad de muchas otras mujeres trabajadoras precarias (obreras manuales, limpiadoras de hogar, cuidadoras de niños, ancianos y dependientes, la mayoría no regularizadas).
- Los trabajadores de algunos sectores ligados a la los niveles menos cualificados de las TIC (Tecnologías de la Comunicación y la Información) que en las plataformas externalizadas de servicios de bancos, seguros, proveedores de servicios de telecomunicaciones, exigían una mejora de sus condiciones laborales y salariales.
- Algunos sectores amenazados con la desregularización, como el del taxi, en el que cabe distinguir asalariados de empresas y pequeños autónomos por un lado y flotistas por el otro, atacados todos, pero de distinto modo, por los tiburones de Cabify y de Uber, entre otros.
Entre
el final de 2017 y el momento actual de 2018 surgen nuevos
conflictos, no todos situados en el marco de trabajadores activos y
ocupados (la lucha de los pensionistas es clave por su relevancia, su
capacidad de enfrentamiento al gobierno actual del capital y su
resistencia) pero en el que su aparición en escena señala el fin
del antiguo Estado welfarista (del Bienestar) y de su
voluntad/capacidad de regulación del marco laboral:
- Los anteriores protagonistas de los conflictos del pasado año que, por tiempo, seguirán entre nosotros batallando por sus derechos.
- La ya citada pelea de los jubilados, nacida del agotamiento del sistema de financiación de las pensiones del Pacto de Toledo. La característica de este conflicto es que sus dirigentes se sitúan al margen del sindicalismo de concertación, que son la generación que protagonizó la lucha por la democracia durante la transición y que conforman un colectivo dirigente bien cohesionado y con capacidad de iniciativa y resistencia. Su riesgo está en agotarse si no doblegan a medio plazo al goberno.
- Los trabajadores de plataformas de servicio y desregulación de las relaciones laborales: Amazon, Glovo o Deliveroo. Comprenden bien la pérdida de derechos que significa trabajar para esas nuevas formas de esclavitud y están dispuestos a la lucha. Falta en ellos la resolución y la capacidad de resistir un conflicto en el que puedan resistir vitalmente. Requieren una caja de resistencia especialmente fuerte y una conciencia del derecho a relaciones laborales establecidas que no les tienten al permanente nomadismo en la búsqueda de empleo. Ello debilitaría su lucha.
- La lucha aún no reconocida públicamente de los empleados de la administración ante el mayor ERE de la historia. Entre 700.000 y 900.000 de ellos pueden perder sus empleos. Su potencialidad de conflicto requiere de componentes de experiencia y compromiso. Necesitan autoorganizarse y llegar a ser auténtica fuerza de presión, más allá de sí misma. Su riesgo es ser divididos por las competencias autonómicas o la relevancia numérica de lo que cada colectivo afectado representa a la hora de negociar.
- Pero estén atentos porque su propia necesidad de supervivencia y su número pueden llevarles a hacer historia, si saben sortear las trampas que pronto les llegarán, entre ellas las de los sindicatos que nunca les defendieron pero que, escarmentados de su derrota en la batalla de las pensiones, están tomando posiciones
- De momento, así fue el jueves 17 de Mayo ante la Asamblea de Madrid (parlamento regional)
Necesidad de
organizar la lucha como respuesta frente al capital y su gobierno de
turno:
Si algo define al conjunto de los colectivos de trabajadores
emergentes o en fase de perdida de conquistas sociales es la
precarización creciente de sus condiciones laborales y la
desconexión de sus luchas que en gran medida se producen frente al
viejo modelo de estabilidad, ya rechazado por el capital ,de los
sindicatos del pacto social.
La correlación de fuerzas actual, la desorientación de las
organizaciones que dicen ser de clase, no permiten proyectar pasos
demasiado avanzados respecto a éxitos o siquiera estabilidades de lo
conquistado en el pasado. Ese tren ya partió hace mucho tiempo,
aunque muchos, por pereza intelectual o la profesionalización
institucionalizada del conflicto -o en su condición de apagafuegos-,
pretendan hacer creer que puede lograrse otras cosas.
Incluso los pasos modestos, si son sólidos, pueden significar
grandes avances frente a los límites con los que se encuentra
actualmente la lucha de clases desde el lado de los trabajadores.
Avanzar en una solidaridad de cada grupo de trabajadores con los de
otros en combate es una necesidad imperiosa. Hay que superar el nivel
de las declaraciones públicas para acoger en la pelea de cada sector
obrero las de otros compañeros de clase implicados en parecidas
circunstancias frente al capital. Es necesario superar los recelos y
temores a que el aliento a una lucha ajena le dé tal protagonismo
que oscurezca la propia. Si la acción del apoyo mutuo implica a
todos, no desdibuja el protagonismo de cada reivindicación sino que
lo fortalece al hacerle aparecer ante nuestros enemigos de clase
reforzado por un frente común.
Es necesario desencapsular cada lucha parcial y particular de un
entorno que le es limitado. Salvo el caso de los pensionistas, porque
son muchos años y, sobre todo, porque todos aspiramos a alcanzar esa
condición, el resto de las luchas carecen de los conflictos
laborales y, de forma más general, planteados desde la clase
trabajadora y sus necesidades, carecen de la capacidad para
generalizarse. Por sí mismos no pueden hacerlo, requieren superar su
inmediatez y la reivindicación propia del grupo afectado para
convertirse en un bandera bajo la cuál puedan reconocerse otros
muchos miembros de nuestra clase. Se trata de hacer ver qué hay más
allá de una reivindicación concreta que permita que muchos más se
reconozcan en ella.
Es necesario construir argumentarios que muestren que lo que en cada
momento afecta a cada sector de trabajadores pronto lo hará a otros
(desregulación laboral), que la situación de bajos salarios la
sufre la gran mayoría de los empleados y no solo los que en cada
momento reivindican su mejora, que las batallas ganadas en cada
empresa son un acicate para otros que pronto se verán empujados a la
pelea,....
La clase trabajadora necesita un rearme ideológico que pasa,
inevitablemente, por percibirse a sí misma como un conjunto desde su
condición de asalariada, de agredida por el capital y sus gobiernos
y de necesitada de reivindicar sus derechos para no quedarse en un
mero agregado estadístico (clase en sí) y ser dueña de su futuro.
Y en el inmediato, antes de alzar el vuelo hacia otras conquistas
superiores, la clase trabajadora necesita no solo pan sino respeto.
No logrará éste último sin creer merecerlo.
Pero las ideas no viven sin organización. Entre los burócratas
vendeobreros y la sospecha permanente y agresiva contra toda forma
articulación de los trabajadores hay enormes posibilidades de
coordinarnos y de dotarnos de formas organizativas flexibles pero
eficaces, democráticas pero útiles para nuestros objetivos.
Pero ello exige compromiso, trabajo de quienes se impliquen en las
tareas que en cada ocasión surjan. La democracia obrera en las
relaciones entre compañeros exige la corresponsabilidad con lo que
en cada momento se apruebe y el sacrificio personal antes que el
medre particular.
Hay una contradicción esencial en cada combate de clase que no debe
ser olvidado: si ante cada agresión del capital debe responderse de
modo proporcional y, al menos tan contundente, como la amenaza
potencial, es necesario el realismo que tiene en cuenta el nivel de
enfrentamiento que en cada momento están dispuestos a asumir los
afectados por dicha agresión.
En la tensión dialéctica de ambas cuestiones se encontrará el
camino de la lucha en cada ocasión, siempre que se sea capaz de
superar los obstáculos y no de convertirlos en imponderable para la
claudicación.
Nada me queda por decir, salvo aquella alusión de Lenin a la célebre frase de Gohete: «la teoría es gris amigo mío, pero el árbol de
la vida es eternamente verde».