Por
Marat
Los
resultados electorales del 21-D arrojan en Cataluña un claro giro a
la derecha en una sociedad que políticamente no se venía expresando
en términos electorales desde el antagonismo capital-trabajo
(tampoco en España) desde hace ya muchos años.
Pero
al menos, durante buena parte de los años previos a la crisis
capitalista, se había mantenido la ficción de un eje
derecha-izquierda como sucedáneo o eco cada vez más apagado, en el
mejor de los casos, del citado antagonismo. Lo cierto es que en la
práctica, independientemente de a quién apelasen como sujeto social, ambas corrientes políticas lo hacían pensando en captar un voto
desclasado que se identificaba con el concepto ideológico de clases
medias. Eso vale para Cataluña y para España, como también para el
mundo capitalista occidental.
Más
allá del antagonismo nacionalismo catalán-nacionalismo español o,
si lo prefieren independentismo catalán vs.
unionismo/constitucionalismo, los resultados
electorales arrojan una mayoría aritmética de 74 diputados electos
en el Parlament abiertamente liberales en sus políticas económicas
(37 de Ciudadanos, 34 de Junts per Catalunya y 3 del PP) de un total
de 135; una mayoría absoluta que no se configurará como tal para la
formación del Govern pero sí para aprobar medidas contra la clase
trabajadora. No duden ustedes que, si los independentistas forman
gobierno (Junts per Catalunya, ERC y CUP) y llegan a legislar, si no
se produce la continuación del artículo 155 de la Constitución que
imposibilite el funcionamiento del Govern de la Generalitat, habrá
entendimiento entre indepes y españolistas en las políticas de
recortes y contención del gasto social.
Descontados
esos 74 diputados, abiertamente liberales, tenemos dos grupos
políticos no muy alejados de políticas de derechas,
independientemente de cuál sea su autodefinición política, que
suman 49 diputados arrojando, como saldo provisional junto a los
anteriores, la suma de 123 diputados:
-
32 diputados de ERC que representan a la pequeña burguesía catalana y que han sido coautores dentro de la anterior formación con los ex convergentes (Partido Demócrata Europeo Catalán, PDeCat) de las políticas antisociales llevadas a cabo por el Govern.
-
17 diputados del PSC, partido de orientación social-liberal, al igual que su hermano a nivel estatal, el PSOE.
Nos
quedan, hasta alcanzar la cifra total de 135 parlamentarios, 12
diputados de “izquierdas”, formados por:
-
8 diputados de Catalunya en Comú-Podem (antes Catalunya Sí que es Pot), cuyo mensaje ha sido percibido confuso respecto a la dinámica de oposición entre banderas y patrias (creo que no es muy necesario perder el tiempo en explicaciones sobre las ambivalentes y oportunistas posturas de Ada Colau o las idas y venidas de Pablo Iglesias respecto al caso catalán). No se molesten en justificarlas ni en dar explicaciones sobre la dificultad de disponer de un perfil propio en medio de la polarización de discursos nacionalistas de unos y otros. El caso es que los trabajadores catalanes las han rechazado.
-
4 diputados de las CUP, partido clave para sostener al anterior Govern de los recortes sociales y cuyas objetivos electorales han fracasado con rotundidad al perder 6 de sus 10 diputados anteriores. Su propósito de reorientar la hegemonía de “izquierdas” dentro del bloque independentista ha fracaso estrepitosamente, toda vez que ERC, partido al que generosamente tildan de izquierda, ya ha asumido que votará a Puigdemont como Presidente, el cuál ha salido reforzado dentro de las pugnas internas del tripartito.
Ésta
es la radiografía de la composición del parlamento catalán
entrante desde el eje derecha-izquierda. No haré perder el
tiempo a los lectores con lo que gana o pierde cada fuerza política
con representación en el mismo ni con los votos que ha obtenido cada opción y las pérdidas o ganancias de ellas en relación con las
anteriores elecciones autonómicas. Con los cambios de nombre en el caso de la coalición Junts per Sí, ahora Junts per
Cataluña y ERC-Cat Sí por separado, y de Catalunya Sí que es Pot,
ahora Catalunya en Comú-Podem, disponen ustedes de los resultados
provisionales en este
enlace.
En
cualquier caso, las autodenominadas izquierdas han
dejado de lado dicha categoría para subordinarse a la agenda
nacionalista en términos de independencia sí/independencia no. Da
igual los aspectos sociales que llevasen en su programa porque:
-
Catalunya en Comú-Podem tenía por objetivo fundamental defender una salida al atolladero catalán en clave de un referéndum pactado con el Estado español, lo que subordinaba todos los demás aspectos a los “derechos democráticos de Cataluña”, quedando oscurecida cualquier otra cuestión. Como partido que no era de clase sino de “la gente” era incapaz de conectar con el hilo rojo de las luchas históricas de los trabajadores, de disponer de una propuesta propia y ajena a la centralidad de la cuestión nacional catalana y vinculaba la defensa de lo público a derechos humanos y no a las conquistas logradas por dichas luchas. Al no sentirse representados los trabajadores en esa supeditación a la hegemonía del discurso nacionalista que impregnaba toda la campaña, no solo no ganó votos sino que los perdió respecto a las anteriores autonómicas, si bien no de forma muy acentuada, en sus propios feudos. A ello se añade el fracaso de que presentándose como una candidatura “fresca” no conectó con los nuevos votantes jóvenes de clase trabajadora.
- Su único consuelo es que no serán la llave para la formación de un gobierno independentista burgués que no les necesita, ni se verán en la disyuntiva de apoyar al sector unionista, al que la aritmética parlamentaria no le da para proponer un gobierno alternativo. Pero las tensiones internas que se le acumulan al Podemos nacional, entre otras muchas razones también por el tema catalán, acabarán abriendo unas heridas en la coalición con “los comunes”, por las posiciones de Ada Colau, que tensarán las relaciones internas de la misma y pueden acabar, con el tiempo, por hacer saltar su unidad.
-
En cuanto a la CUP, su adscripción a la categoría izquierda es la del izquierdismo pequeñoburgués, en el sentido que Lenin da a este tipo de posiciones, un radicalismo de formas antes que de fondo. La absoluta claudicación de sus demandas sociales y económicas al objetivo de la independencia, como mostró en el pasado sosteniendo al gobierno independentista de los recortes, le ha pasado factura y sus posibilidades de presión, más allá de que sean necesarios para sostener al futuro Govern, serán menores porque ya no pueden desandar su estrategia, so pena de incrementar los enfrentamientos entre sus distintas corrientes hasta acabar con este grupo político.
El
éxito de Ciudadanos, logrado especialmente en el llamado “cinturón
rojo”, nada ha tenido que ver con el falso relato sobre el supuesto
españolismo fascista de los sectores obreros inmigrantes sino con que
los trabajadores de esas ciudades han sentido el vértigo de la
desestabilización económica y el enfrentamiento entre comunidades
al que le abocaba la aventura independentista.
La
sociedad abomina del vacío. Cuando una posición es abandonada, no
queda desierta sino que es ocupada por otros. Si la izquierda no ha
puesto por delante la unidad de los trabajadores a un lado y otro del
Ebro, desde la identidad de clase que abandonó hace ya muchos años,
no debe sorprender que en las ciudades con mayoría de trabajadores
esa unidad haya sido sustituida por la de permanencia dentro del
Estado, sobre la base de la memoria de a dónde conducen los
enfrentamientos “nacionales”. No obstante, pronto veremos a
ciertos grupúsculos pseudorevolucionarios tildar de fascistas a los
trabajadores que han votado Ciudadanos, lo que indica la distancia de
una posición clasista en su delirante discurso y su absoluta
desconexión con la realidad de la clase a la que estigmatizarán.
Lo importante del resultado electoral no es la correlación de fuerzas en el circo parlamentario catalán, como tampoco lo sería dentro del español, sino lo que representa como plasmación de las corrientes ideológicas dominantes en la sociedad o, como dirían los progres postmodernos, el relato que se impone.
Lo importante del resultado electoral no es la correlación de fuerzas en el circo parlamentario catalán, como tampoco lo sería dentro del español, sino lo que representa como plasmación de las corrientes ideológicas dominantes en la sociedad o, como dirían los progres postmodernos, el relato que se impone.
En
cuanto a correlación de fuerzas entre las derechas del Estado
español es de prever una reorientación de las preferencias
políticas por parte del capital y de sus medios de comunicación
hacia Ciudadanos, en la medida en que el Partido Popular pudiera ser
ya una opción políticamente amortizada.
La
posibilidad de condena de la cúpula del PP por su entramado mafioso,
unida a la eventualidad de que la estrategia de este partido abra una
crisis interna en su liderazgo, si éste no es capaz de impulsar un
patriotismo españolista que actué de revulsivo ante el rebrote de
la crisis catalana o de encontrar fórmulas de pacto entre la
burguesía independentista catalana y la española, podría
precipitar la necesidad del capital de encontrar un nuevo “juguete”
político de sustitución.
Si.
hasta el momento, Ciudadanos ha sido una opción en barbecho en la
estrategia del capitalismo dentro de su supermercado electoral de
marcas parlamentarias, la emergencia de los acontecimientos y la
necesidad de estabilidad política para mantener la confianza
empresarial e inversora, bien podría ser éste el momento para el
recambio dentro de la derecha política española.
Podríamos
asistir entonces a una versión más o menos controlada en el tiempo
de una operación Macron, en este caso Rivera, a la española. Cierto
que el factor sorpresa ya no existe en cuanto al joven político
catalán, ya que no es un recién llegado a la política nacional,
que ha deteriorado un tanto su imagen en sus pactos con el gobierno
del PP y que su carisma es limitado pero, si fue posible con un
mediocre empáticamente plano como Aznar, porqué no con Albert
Rivera.
Si
éste es el nuevo caballo de refresco, como antes lo fue Podemos
frente a un PSOE absolutamente en la UCI tras el agotamiento del
zapaterismo, pronto veremos una intensiva labor mediática de
maquillaje de Ciudadanos que atenúe su liberalismo mediante
“imaginativas” propuestas sociales y que acentúe su liberalismo
político en cuanto a libertades personales (sexuales, de género,
etc.) para modernizarlo con tintes progres, al igual que la llamada
izquierda hizo en el pasado con el invento podemita.
Por lo que respecta a Podemos cabe esperar que su crisis se acentúe no solo por
los factores “nacionales” (Bescansa frente a Iglesias) sino por
su derechización progresiva (Ayuntamiento de Madrid, elección del
ex JEMAD Julio Rodríguez como secretario general de Madrid), sus
divisiones internas (anticapitalistas, errejonistas, pablistas),
tensiones crecientes en sus confluencias estatales (con IU),
autonómicas (Mareas) y locales (cese de Sánchez Mato y posibilidad
de salida del grupo Madrid-129 de Ahora Madrid), sino por el carácter
de lastre de Pablo Iglesias dentro de la coalición, derivado de su
liderazgo bonapartista y sus zigzagueantes cambios tácticos.
Dicha
crisis, podría facilitar que un PSOE que no acaba de recuperarse con
suficientes bríos, pero que empieza a invertir a su favor el saldo
de votantes que antes migró hacia Podemos, encuentre un balón de
oxígeno que refuerce el liderazgo de Pedro Sánchez.
En
este caso, y con los retoques constitucionales que sean necesarios,
veremos que el llamado “régimen del 78” empieza a resolver su crisis, si encuentra un acomodo a la cuestión catalana que, a pesar
de la euforia con la que los líderes independentistas han recibido
su triunfo electoral requiere, para sus burguesías, de una solución
que impida el deterioro inversor y económico que incluso puede
acentuarse en los próximos días. Si ello es así, en
las próximas semanas se incrementará la presión del gran capital
catalán y español para un entendimiento y racionalización del
conflicto sobre la pequeña burguesía catalana y los partidos
independentistas y unionistas en pro del “bien común” porque con
las cosas del beneficio empresarial no se juega (léase en modo
ironía).
Si
la hipótesis del aggiornamento del “régimen del 78” se cumple, es probable que volvamos a una segunda transición política en la que
un partido de la derecha clásica (PP) es sustituido por otro
remozado de los denominados emergentes (Ciudadanos) y que la otra
pata del “régimen” (PSOE), que estuvo en la UCI, vaya pasando a
convaleciente y se vea paulatinamente recuperado. Ese será el fin de la
izquierda, hace tiempo reconvertida en progre. Su apuesta por una
reforma exclusiva del sistema político, fuera de la lucha de clases,
la ha ido enajenando de los trabajadores desde mucho antes de la
crisis catalana.
En
cuanto a los sectores pseudoradicales en lo político, que esperaban
de una crisis de la legitimación institucional su transformación en
revolución social, mediante la subordinación a todo independentismo
burgués habido y por haber que procurase la destrucción del Estado
español, su línea política los ha alejado absolutamente de la
clase trabajadora respecto a la que históricamente han sido
inoperantes frente al reformismo oficial. Son absolutamente ajenos a los trabajadores y a sus necesidades reales. Ésta les percibe
como sectores con vocación marginal que intentan utilizarla sin
atender a su propia realidad.
Sea
en la versión del reformismo oficial o del marginalismo
izquierdista, lo cierto es que izquierda no es igual a socialismo,
que el camino de ambas pasa por limitarse a cambiar la forma de
Estado, sin luchar por acabar con la base social y económica del poder capitalista, y que cualquier intento de recuperar la idea de izquierda es baldío
porque la expresión política no es equivalente a la realidad social y solo desde la realidad de ésta puede abordarse un proyecto
revolucionario.
Merece una mención muy de pasada, pues su peso político real en España es progresivamente decreciente, la situación de ese republicanismo pequeñoburgués, defendido por unas izquierdas que ven en la República el curalotodo de nuestra realidad nacional y de la situación de la clase trabajadora, que ahora cree ver un acelerador para una República Federal española, tras la reincidencia de Puigdemont en la República catalana. Un mínimo repaso de las hemerotecas demuestra palmariamente que Convergencia Democrática de Cataluña, lo mismo que Unió Democrática en su momento, fueron vireyes representantes del monarquísmo en Cataluña. La República catalana sería tan oportunista y tan burguesa como lo fue el republicanismo de las derechas españolas en 1931 porque la correlación política e ideológica de fuerzas del momento se lo permite.
Merece una mención muy de pasada, pues su peso político real en España es progresivamente decreciente, la situación de ese republicanismo pequeñoburgués, defendido por unas izquierdas que ven en la República el curalotodo de nuestra realidad nacional y de la situación de la clase trabajadora, que ahora cree ver un acelerador para una República Federal española, tras la reincidencia de Puigdemont en la República catalana. Un mínimo repaso de las hemerotecas demuestra palmariamente que Convergencia Democrática de Cataluña, lo mismo que Unió Democrática en su momento, fueron vireyes representantes del monarquísmo en Cataluña. La República catalana sería tan oportunista y tan burguesa como lo fue el republicanismo de las derechas españolas en 1931 porque la correlación política e ideológica de fuerzas del momento se lo permite.
Apelar
tercamente a una recuperación del concepto izquierda es tan inútil
como hacerlo a la conciencia de clase de los trabajadores, pensando en
el innatismo de la misma. Consuela a quienes hacen tales proclamas
pero es absolutamente inútil porque parte de deseos que carecen
de relación con el análisis concreto de la realidad concreta. La
izquierda es lo que es. Su degradación en todos los sentidos la hace
irrecuperable. Para los sectores subalternos carece de otro significado que no sea la del “todos son iguales” y, en
consecuencia, no funcionará por más que uno se empeñe en repetir
fórmulas mágicas.
Solo
desde la vuelta a lo social, desde el descenso al escalón de lo
material, no al idealismo, a la realidad concreta de la clase, a la
escucha activa y respetuosa de sus voces múltiples y contradictorias, pero vividas desde la inmediatez de su existencia, desde el ejemplo
del compromiso no oportunista, desde el compartir sus propias
experiencias y desde el ser uno más entre muchos, se puede ganar la
dirección política de la clase. Quienes hablan de izquierda
debieran saber que Lenin no se movió en sus términos, como Marx
tampoco lo hizo, y que Octubre se construyó desde las necesidades
concretas del pan, paz y tierras. Solo sobre ello se pudo asentar la revolución socialista.
En
mi opinión, eso ya no se construye desde la idea de partido porque
el parlamentarismo burgués está en crisis (crisis del reformismo) y
porque la idea de partido como guía o como hacedor de los cambios
sociales es falsa. Son los trabajadores quienes cambian el mundo y
no las organizaciones como algo externo y superior a ella.
Esto requiere organizarse fuera de la política entendida como aceptación de las
formas de representación burguesa, y desde la democracia de base, no como
transversalidad interclasista al estilo del asambleismo de las
plazas, sino frente a los intereses de otras oposiciones intermedias incapaces de expresarla. Se trata de volver a recuperar la idea de clase contra clase.
El
tiempo pasa, los acontecimientos no se repiten más que en la
apariencia de sus formas. Repetir la misma fórmula que se ha
demostrado errónea solo conduce al fracaso. Pero, si todo vacío
tiende a ser rellenado, quienes han abandonado una acción pegada a
los trabajadores están dando en toda Europa, también en España,
una baza preciosa a un fascismo que está aprendiendo de un modo muy
inteligente a conectar con lo que les afecta en su día a
día.