John
Pilger. La Haine
Lo
indecible en la campaña electoral británica es esto. Las causas de
la atrocidad de Manchester, donde 22 personas (mayoritariamente
niños) fueron asesinadas por un yihadista, se han ocultado para
proteger los secretos de la política exterior británica.
Las
preguntas claves (por ejemplo, por qué el servicio de seguridad M15
mantuvo “activos” terroristas en Manchester y por qué el
gobierno no advirtió al público de la amenaza en su seno)
permanecen sin respuesta y se desvían mediante la promesa de una
“revisión” interna.
El
presunto terrorista suicida, Salman Abedi, formaba parte de un grupo
extremista, el Grupo de Combate Islámico Libio [LIFG, por sus siglas
en inglés] que floreció en Manchester y fue cultivado y utilizado
por el M15 durante más de 20 anos.
El
LIFG está proscrito en Gran Bretaña como organización terrorista
que promueve una posición dura sobre un “Estado islámico”
en Libia y “forma parte del movimiento extremista islamista más
amplio y global, inspirado por al Qaeda”.
La
prueba es que mientras Theresa May fuera Ministra del Interior se
permitió a yihadistas del LIFG viajar sin limitaciones por Europa y
se les animó a participar en “combate”: primero para
expulsar a Muamar el Gadafi en Libia y luego para unirse a los grupos
afiliados a al Qaeda en Siria.
El
año pasado el FBI supuestamente puso a Abedi en una “lista de
vigilancia terrorista” y advirtió al M15 que este grupo estaba
buscando un “objetivo político” en Gran Bretaña. ¿Por
qué no fue detenido, previniendo así que la red a su alrededor
planificara y ejecutara la atrocidad del 22 de mayo?
Estas
preguntas surgen debido a una filtración del FBI que desmorona la
versión del “lobo solitario” a raíz del ataque del 22 de
mayo –de ahí la indignación llena de pánico y poco usual
dirigida a Washington desde Londres, y la disculpa de Donald Trump.
La
atrocidad de Manchester quita la piedra angular de la política
exterior británica y revela su alianza fáustica con el extremismo
islámico, especialmente con la secta conocida como wahhabismo o
salafismo, cuyo principal custodio y banquero es el reino del
petróleo de Arabia Saudita, el mayor comprador de armas de Gran
Bretaña.
Este
matrimonio imperial se remonta a la Segunda Guerra Mundial y a los
primeros días de los Hermanos Musulmanes en Egipto. El objetivo de
la política británica era detener el panarabismo, esto es, el
desarrollo de un laicismo moderno en los Estados árabes, el afirmar
su independencia del Occidente imperial y controlar sus recursos. La
creación del rapaz Israel estuvo destinada a acelerarlo. Desde
entonces se ha aplastado el panarabismo: la meta ahora es dividir y
conquistar.
De
acuerdo con Middle East Eye, en 2011 el LIFG era conocido en
Manchester como los “Chicos de Manchester”. Opuestos
implacablemente a Muamar el Gadafi, se les consideraba de alto riesgo
y algunos de ellos permanecieron bajo control del Ministerio del
Interior (en arresto domiciliario) cuando las manifestaciones contra
Gadafi estallaron en Libia, un país forjado por un sinfín de
enemistades tribales.
Repentinamente,
se levantaron las órdenes de control. “Se me permitió ir sin
preguntas”, dijo un miembro de LIFG. El M15 les devolvió sus
pasaportes y a los agentes de contraterrorismo en el aeropuerto de
Heathrow se les ordenó que les dejaran tomar sus vuelos.
El
derrocamiento de Gadafi (que controlaba las reservas de petróleo más
grandes de África) venía siendo planificado desde hacía tiempo
desde Washington y Londres. De acuerdo con la inteligencia francesa,
el LIFG llevó a cabo varios intentos de asesinato contra Gadafi
durante la década de 1990 financiados por la inteligencia británica.
En marzo de 2011 Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos aprovecharon
la oportunidad de una “intervención humanitaria” y
atacaron Libia. Los acompañó la OTAN bajo la cobertura de una
resolución para “proteger a los civiles”.
El
pasado septiembre una investigación del Comité de Asuntos
Específicos de la Cámara de los Comunes concluyó que el Primer
Ministro David Cameron había enviado el país a la guerra contra
Gadafi basándose en una serie de “presunciones erróneas”
y que el ataque “había llevado al crecimiento del Estado
Islámico en África del Norte”. El Comité de los Comunes citó
lo que denominó la descripción "concisa" de Barack
Obama del papel desempeñado por Cameron en Libia: un “show de
mierda” [ a shit show ].
De
hecho, Obama fue un actor principal en este “show de mierda”,
urgido por su belicista Secretaria de Estado Hillary Clinton y por
unos medios que acusaba a Gadafi de planificar un “genocidio”
contra su propia gente. “Sabíamos […] que si
esperábamos un día más”, dijo Obama, “Bengasi, una
ciudad del tamaño de Charloote, podía sufrir una masacre que
hubiera retumbado en toda la región y manchando la conciencia del
mundo”.
El
cuento de la masacre fue fabricado por las milicias salafistas que
estaban siendo derrotadas por las fuerzas gubernamentales de Libia.
Dijeron a Reuters que iba a haber “un baño de sangre real, una
masacre como la que vimos en Ruanda”. El Comité de los Comunes
reportó que “la afirmación de que Muamar el Gadafi habría
ordenado la masacre de civiles en Bengasi no se apoyada en ninguna
prueba de la que se dispusiera”.
Gran
Bretaña, Francia y Estados Unidos efectivamente destruyeron Libia
como Estado moderno. Según sus propias cifras, la OTAN lanzó 9.700
“misiones de ataque”, de las cuales más de un tercio alcanzó
objetivos civiles. Estos ataques incluyeron bombas de fragmentación
y misiles con cabezas de uranio. Las ciudades de Misurata y Sirte
fueron completamente bombardeadas. La UNICEF (la organización de la
ONU para la infancia) reportó que una alta proporción de niños
asesinados “eran menores de diez años”.
Más
que “dar lugar” al Estado Islámico (ISIS ya se había
asentado sobre las ruinas de Irak luego de las invasiones de Blair y
Bush el 2003), estos medievalistas tardíos tienen ahora todo el
norte de África como base. Los ataques también desencadenaron una
huida de refugiados a Europa.
Cameron
fue celebrado en Trípoli como “liberador”, o imaginó que
lo era.
Entre
las masas que lo aclamaban se incluían aquellos secretamente
provistos y entrenados por las SAS británicas e inspirados en el
Estado Islámico, como los “Chicos de Manchester”.
Para
los estadounidenses y británicos el verdadero crimen de Gadafi fue
su independencia iconoclasta y su plan de abandonar el petrodólar,
pilar del poder imperial norteamericano. Audazmente había
planificado proponer una moneda común africana sustentada en el oro,
establecer un banco para toda África y promover la unión económica
entre países pobres con recursos preciados. Hubiese ocurrido esto o
no, la mera idea era intolerable para EE.UU. que se preparaba para
“entrar” en África y sobornar gobiernos africanos con
“asociaciones” militares.
El
dictador caído huyó por su vida. Un avión de la Real Fuerza Aérea
apuntó a su convoy y en los escombros de Sirte fue sodomizado con un
cuchillo por un fanático al que en las noticias se calificaba de
“rebelde”.
Habiendo
saqueado el arsenal de 30.000 millones de dólares de Libia, los
“rebeldes” avanzaron hacia el sur aterrorizando pueblos y villas.
Cruzando
hacia Mali subsahariano destruyeron la frágil estabilidad de ese
país. Los siempre entusiastas franceses enviaron aviones y tropas a
su antigua colonia “para combatir a al Qaeda” o a la
amenaza que ellos mismos habían ayudado a crear.
El
14 de octubre del 2011 el presidente Obama anunció que enviaría
tropas de fuerzas especiales a Uganda para incorporarse ahí en la
guerra civil. En los meses siguientes se enviaron tropas de combate
estadounidenses al sur de Sudán, al Congo y a la República
Centroafricana. Con Libia asegurada, estaba en curso una invasión
norteamericana del continente africano de la que no se informaba en
absoluto.
El
gobierno británico organizó en Londres una de las ferias de armas
más grandes del mundo. Lo que se rumoreaba en los stands era que se
trataba del “efecto demostración en Libia”. La Cámara de
Comercio e Industria de Londres hizo un preestreno titulado: “Oriente
Medio: un vasto mercado para las compañías de defensa y seguridad
del Reino Unido”. El anfitrión fue el Banco Real de Escocia,
un importante inversionista en bombas de racimo, profusamente
utilizadas contra objetivos civiles en Siria. La propaganda de la
fiesta de las armas en el banco elogiaba las “oportunidades sin
precedentes para las compañías de defensa y seguridad del Reino
Unido”.
El
mes pasado la Primera Ministra Theresa May estuvo en Arabia Saudita
vendiendo armas británicas por valor de más de 3.000 millones de
libras, armas que los saudíes han utilizado contra Yemen. Asesores
militares británicos instalados en salas de control en Riyadh ayudan
a llevar a cabo los bombardeos, que han matado a más de 10.000
civiles. Ahora hay claros signos de hambruna. Un niño yemení muere
cada 10 minutos de enfermedades prevenibles según la UNICEF.
La
atrocidad de Manchester del 22 de mayo fue producto de esta constante
violencia estatal en lugares remotos, gran parte patrocinada por Gran
Bretaña.
Casi
nunca conocemos las vidas y nombres de las víctimas.
La
verdad pelea por hacerse escuchar, como peleó para hacerse escuchar
cuando hubo un atentado en el Metro de Londres el 7 de Julio de 2005.
Ocasionalmente
un miembro del público podría romper el silencio, como el
londinense del este que se puso delante de un equipo de cámaras de
CNN y de un periodista que decía perogrulladas. “Irak!”,
dijo, “Nosotros invadimos Irak. ¿Qué esperábamos? Vamos,
dilo”.
En
una enorme reunión de medios a la que asistí muchos de los
importantes invitados pronunciaron “Irak” y “Blair”
como una suerte de catarsis por lo que no se atrevían a decir
profesional y públicamente.
Pero
antes de invadir Irak, el Comité de Inteligencia Conjunto advirtió
a Blair de que “la amenaza de al Qaeda se incrementará en
cuanto empiece cualquier acción militar contra Irak […]
La amenaza mundial de otros grupo e individuos terroristas islámicos
aumentará significativamente”.
Del
mismo modo que Blair trajo a suelo británico la violencia del
sanguinario “show de mierda” suyo y de George W. Bush,
David Cameron (apoyado por Theresa May) agravó su crimen en Libia y
sus horribles consecuencias, incluidas las personas asesinadas y
mutiladas en el Manchester Arena el 22 de mayo.
Como
era de esperar, vuelve la versión [del lobo solitario]. Salman Abedi
actuó solo. Era nada más que un pequeño criminal. La extensa red
que reveló la semana pasada la filtración norteamericana se ha
desvanecido, pero las preguntas no.
¿Por
qué Abedi pudo viajar libremente a través de Europa hacia Libia y
volver a Manchester sólo días antes de cometer su terrible crimen?
¿Theresa May fue informada por el M15 de que el FBI le había
seguido la pista como parte de una célula islámica que planificaba
atacar un “objetivo político” en Gran Bretaña?
En
la actual campaña electoral el líder laborista Jeremy Corbyn ha
hecho una cauta referencia a una “guerra contra el terrorismo
que ha fracasado”. Como él sabe, nunca ha sido una guerra
contra el terrorismo sino una guerra de conquista y subyugación.
Palestina. Afganistán. Irak. Libia. Siria. Se dice que Irán es el
próximo. Antes de que haya otro Manchester, ¿quién tendrá el
coraje de decirlo?