El general James Mattis, el "Perro Rabioso" Foto:theepochtimes.com |
Guadi
Calvo. alainet,net
Apenas
12 días después de lanzar la madre de todas las bombas, la
GBU-43/B, o para sus íntimos MOAB (massive ordnance air blast), el
jefe del Pentágono, el general James Mattis, mejor conocido por sus
hombres como el “Perro Rabioso”, viajó sorpresivamente a
Afganistán, lo que significa la primera llegada de un alto
representante de la administración Trump.
Junto
a la llegada de Mattis, se conocieron las renuncias del ministro de
Defensa Abdulah Habibi, y el jefe de estado mayor afgano, Qadam Shah
Shahim, tras la incursión del Talibán a la base Balj, sede
del 209º Cuerpo del ejército, en las proximidades de ciudad de
Mazar-i-Sharif en la norteña provincia de Balkh, el viernes 21 que
dejó un total de 135 muertos, aunque el vocero de los talibanes
Zabihullah Mujahid, habló de 500 militares muertos, además de
informar que el ataque fue en venganza por el asesinato de varios
líderes talibanes en el norte del país, entre ellos los
comandantes, el Mullah Basir en la provincia de Uruzgan, y los Mullah
Toryali y Ahmad en la provincia de Helmand.
El
cuerpo 209°, es responsable de la seguridad de gran
parte del norte de afgano, incluyendo la estratégica provincia de
Khunduz, donde el accionar talibán ha desbordado las fuerza
gubernamentales, alcanzando a tomar la ciudad capital, Khunduz, a 250
de kilómetros de Kabul, en octubre de 2016 y septiembre de 2015.
En
su mayoría, los muertos eran jóvenes reclutas sin entrenamiento,
provenientes de diferentes lugares del nordeste afgano como
Badakhshan y Takhar.
La
visita del general Mattis, un veterano de Afganistán, abre la
expectativa de que los Estados Unidos, reforzarán, una vez más, su
presencia en el país centro asiático.
En
la actualidad, en el marco de la operación Resolute Support
(Apoyo Decidido) de la OTAN intervienen Estados Unidos, que cuenta
con unos 9800 efectivos, Europa, con 5 mil efectivos, y un número
desconocido de “consejeros”, léase “mercenarios”,
de distintas empresas de seguridad occidentales.
Mientras
el avión de Mattis aterrizaba, “como si alguien lo hubiera
sabido” y quisiera alentar la intervención de Washington,
dándole material a la prensa y a los senadores que deberán votar la
nueva intervención, un coche bomba estalló en la entrada de la base
norteamericana Camp Chapman, donde además se encuentran un
gran número de mercenarios estadounidenses en la provincia de Jost,
en el este del país. El portavoz militar Willian Salvin informó que
solo hubo diez muertos de nacionalidad afgana, sin que ningún
norteamericano se viera afectado.
En
plena campaña de primavera, como era previsible, el Talibán,
se presenta más virulento, el ataque del viernes pasado fue una
demostración de su preparación.
La
semana anterior a la incursión a la base de Balj, en dos atentados
suicidas coordinados, contra edificios de los servicios de seguridad
en Kabul, había asesinado a 16 personas.
Los
insurgentes iniciaron el ataque el viernes, el día sagrado del
Islam, cuando un comando compuesto de 10 hombres, además varios
insurgentes que se encontraban infiltrados en las filas del ejército,
ingresó a la base conduciendo vehículos militares y vistiendo
uniformes del ejército afgano; sorprendieron a la dotación de la
base en la mezquita durante la oración y atacaron con granadas
propulsadas por cohetes, rifles, ametralladoras y chalecos
explosivos.
El
último ataque de envergadura por parte del Talibán, que
podríamos considerar como el inicio de la Campaña de Primavera, se
había ejecutado el 8 de marzo pasado contra el hospital militar más
grande del país, el Sardar Daud Khan, en pleno centro de Kabul que
duró más de siete horas y dejó 42 muertos y más de 120 heridos.
Las
operaciones cada vez más virulentas y espectaculares por parte del
Talibán, podrían apuntar bien a fortalecer sus posiciones en
una mesa de negociaciones, a las que llamó el gobierno del
presidente Ashraf Ghani en enero de 2016, junto a diversos líderes
políticos y señores de la guerra, pero que hasta ahora los hombres
del Mullah Haibatullah Akhundzada no han logrado un punto de
entendimiento. O bien a forzar un intervención norteamericana,
obligando a Washington al juego del gato y el rato, con el desgaste
político que eso significa, tras más de 16 años de intervención
en el país, sin ningún logro realmente destacable, más allá del
formalismo de una democracia tan endeble como absurda para un país
milenariamente tribal como Afganistán.
Desde
finales de 2014, en que la administración Obama retiró la mayoría
de las fuerzas de Estados Unidos, seguida rápidamente por el resto
de la OTAN, el Talibán ha vuelto a posicionarse, atacando con
un sinfín de operaciones al ejército local, que se ha replegado de
innumerables posiciones, a pesar de la asistencia tanto de “asesores”
como de ataques aéreos occidentales.
Prácticamente
la mitad del territorio afgano, 15 de las 34 provincias, está bajo
control del Talibán o mínimamente en disputa con Kabul.
El
ensayo norteamericano con la MOAB no le ha puesto mejor las cosas al
endeble presidente Ghani, que ha debido soportar una andanada de
críticas del establishment afgano, encabezadas por su
competidor más inmediata en el ejecutivo, algo así como un
vicepresidente con más atribuciones, el pashtu Abdullah-Abdullah, y
por el ex presidente Hamid Karzai, por permitir que el país sea
usado como campo de pruebas norteamericano.
Guerra
sin cuartel entre el Daesh y el Talibán
La
sorpresiva visita del secretario de Defensa, un hombre conocedor del
territorio, pues fue jefe de las tropas especiales tras la invasión
norteamericano de 2001, estaría enmarcada en las nuevas políticas
internacionales de la administración Trump.
El
nuevo presidente estadounidense estaría obligado a desplegar no solo
en Afganistán sino, como ya lo hemos visto, en Medio Oriente,
Somalia y en el mar de la China, un rol más “intenso”
presionado por los personeros del aparato militar-industrial dentro
de las fuerzas armadas norteamericanas.
Por
otra parte, el comandante de las fuerzas estadounidenses en
Afganistán, general John Nicholson, declaró en febrero ante el
Comité de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos en
Washington que necesita “unos cuantos miles más de soldados
para apoyar al ejército afgano”, al tiempo que el Consejero
Nacional de Seguridad, el general H.R. McMaster, quien estuvo en
Afganistán dos semanas atrás, se informó in situ, del
importante crecimiento del Talibán.
También
el jefe de las fuerzas especiales alemanas, las Kommando
Spezialkräfte, general de brigada Dag Baehr en Afganistán, que
han tenido la responsabilidad de vigilar el norte del país, informó
a Berlín que “la situación demuestra que no podemos dejar de
apoyar, entrenar y asesorar a nuestros socios afganos”.
Las
referencias de los jefes de las distintas fuerzas que operan en el
país coinciden que la situación es cada vez más compleja ya no
solo por el resurgimiento del Talibán, sino también la cada
vez más fuerte presencia del Daesh o Wilayat Khorasan,
como se conoce la fuerza del Abu-Bark al-Bagdadí, que opera en Asía
Central.
La
guerra con el Talibán ya ha dejado de ser esporádica: se
producen operaciones casi a diario; pocos días después del ataque a
la base Balj, se supo que fuerzas de seguridad afgana lograron
aniquilar a sesenta militantes del Daesh, que opera junto a la
frontera con Pakistán, en las localidades de Deh Bala y Achin en la
provincia de Nangarhar, en las cercanías de donde el Pentágono
lanzó la MOAB.
También
se intensifican los enfrentamientos entra ambas fuerzas wahabitas
(Talibán y Daesh) que desde hace dos años vienen
protagonizado una guerra cada vez más cruenta, fundamentalmente por
el control del tráfico de opio, clave para la sustentación de su
guerra, que se articula con varios carteles de los países del mar
Caspio y especialmente Turquía de donde sigue camino a Europa. Tanto
el opio, como su subproducto: la heroína, son, junto a la miel, los
únicos productos de exportación afganos, siendo, en el caso de
opio, el mayor productor mundial. Los sembradíos de la adormidera
(variante de la amapola) de donde se extrae la goma para la
fabricación del opio, particularmente en la provincia de Helmand,
son el centro de la disputa.
Según
fuentes rusas, en el norte de Afganistán un enfrentamiento entre
ambas organizaciones fundamentalistas dejó casi cien muertos, el
último martes en el distrito de Darzab, combates que continuaban
hasta la noche del miércoles.
La
inestabilidad política y la guerra declarada entre el ejército
afgano, el Talibán, Daesh y algunas otras
organizaciones armadas, vinculadas al tráfico de drogas y el
contrabando, convierte al país en una caldera inmanejable, por lo
que muchos líderes tribales esperan que Mattis y Ghani lleguen a un
acuerdo sobre el envío y aumento de tropas norteamericanas y que el
“Perro Rabioso” vuelva otra vez al ataque.