Luis
Casado. alainet.org
Como
sabes, los enteraos de la comunidad financiera inventaron los
instrumentos que miden el riesgo con una confiabilidad semejante a la
de Yolanda Sultana (1) (sin faltarle el respeto a Yolanda…). Los
inversionistas miran el índice VaR (2) con la misma atención con la
que el capitán de un velero escruta la fuerza y la dirección de los
vientos.
Ahora
bien, si no dispones del dichoso índice, te queda el recurso de
consultar un “experto”. Un banco, por ejemplo, que vive de
eso. Los bancos gozan de un fino olfato que les permite identificar
los riesgos y evaluarlos en un santiamén, ya verás.
En
el año 2012 una filial londinense del banco JP Morgan comenzó a
perder dinero. El responsable: Bruno Iksil, un trader (3). Sin
embargo, la gerencia de la filial –aún más “expertos”
que Iksil, por algo eran sus jefes– convenció a Jamie Dimon,
patrón de JP Morgan, que todo iba bien. Dimon pudo declarar que todo
no era sino a tempest in a teapot (una tormenta en un vaso de
agua). Fin del cuento: JP Morgan perdió más de 6.000 millones de
dólares. Caro el vaso de agua…
En
el año 2008, el trader Jerôme Kerviel, cuyo trabajo consistía en
invertir en los mercados financieros, perdió –en un par de horas–
5 mil millones de euros. Kerviel era “uno de los mejores
especialistas” del banco Société Générale”. Daniel
Bouton, patrón del banco, intentó echarle toda la culpa a Kerviel y
sacudirse de encima toda responsabilidad. ¿Te sorprende?
El
9 de octubre de 2001, el banco Goldman Sachs calificó la empresa
Enron como “Lo mejor de lo mejor”. El 2 de diciembre,
apenas dos meses después, Enron declaró su quiebra, haciendo
desaparecer un 2% del PIB de los EEUU y las pensiones de más de 40
mil de sus trabajadores.
En
el año 1995, Nick Leeson ocasionó la pérdida de mil 400 millones
de dólares causando la quiebra del Barings Bank, el banco más
antiguo de Inglaterra. Si no sabías porqué la City de Londres es la
capital de los “expertos” financieros, ahora lo sabes.
La
crisis de los créditos subprime, que hizo quebrar el sistema
financiero planetario en los años 2008-2009, tuvo sus raíces en la
gigantesca incapacidad de los bancos para evaluar los riesgos, en su
inagotable codicia y su insondable voracidad, que les lleva a no
detenerse ante nada con el fin de aumentar el lucro. Ni siquiera ante
el suicidio.
Afortunadamente
nos quedan las agencias de calificación de crédito: tengo el
placer, el honor y la ventaja de nombrar a The Big Three:
Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s.
Las
tres ganan fortunas vendiendo su ciencia infusa en materia de
evaluación de riesgos. Ellas establecen, sin la sombra de una duda,
la capacidad de una entidad para pagar su deuda y el riesgo que
conlleva invertir en esa deuda.
Pongamos
que el gobierno de los EEUU necesita dinero (siempre es el caso).
Antes de comprar Bonos del Tesoro Americano con tus pinches ahorros,
le preguntas a una de las Big Three cual es su apreciación
del riesgo que comporta esa inversión. Por un puñado de dólares
tienes la respuesta.
El
tema es más sensible si se trata de la deuda soberana de Grecia, de
Irlanda, de España o de Italia, pero gracias a las agencias de
calificación de crédito puedes colocar tu capital a ojos cerrados.
Las
cosas se complican si se trata de una empresa privada que ‘levanta’
capital para su desarrollo, para nuevas inversiones o, –como
ocurre frecuentemente–, para pagar dividendos truchos (4). El
triste ignorante que eres, la AFP (5) de la cual eres víctima o el
consultor financiero que cobra por cosas que no sabe, le pregunta a
Moody’s, a Fitch o a Standard & Poor’s.
Escuchada
la palabra infalible, los inversionistas se precipitan a colocar sus
capitales. Y pueden optar –con plena tranquilidad– por la compra
de activos de renta fija o activos de renta variable. Todo está en
el riesgo, pero habida cuenta que The Big Three están ahí para
iluminar el sendero…
La
calificación del riesgo es presentada con una sencillez que la hace
accesible hasta a un economista: AAA quiere decir que no hay riesgo
ninguno. Si la calificación baja a C, o peor aún a D… quiere
decir que estás por desembarcar en Normandía en junio de 1944, ¡en
Omaha Beach!
¿Te
queda claro? Tanto mejor, porque ahora viene lo sabroso.
Una
empresa que quiere ‘levantar’ capitales se dirige a una de las
Big Three, y le pide, a título oneroso, que califique la
calidad de su crédito, o su solvencia si prefieres. Si la
calificación que obtiene no es satisfactoria, cambia de agencia. En
claro: las agencias calificadoras de riesgo ofrecen la calificación
que les piden y cobran por ello. La calidad del análisis del riesgo
es la última de sus preocupaciones. ¿No me crees? Mira ver.
Ninguna
de las Big Three señaló nunca la “toxicidad” de
los créditos subprimes. Muy por el contrario, estimulaban su compra,
aún cuando los miembros de la comunidad financiera sabían –y lo
decían– que estaban vendiendo “productos de mierda”
(sic).
El
5 de agosto del año 2011 Standard & Poor’s degradó la
calificación de la deuda de los EEUU. Los mercados bursátiles se
hundieron, hubo pánico y los inversionistas vendieron sus acciones
para huir del riesgo. Uno o dos días después, el Tesoro de los EEUU
(Hacienda) aclaró que Standard & Poor’s se había equivocado
en sus cálculos en la módica suma de… ¡dos billones de dólares!
Dos millones de millones de dólares, el equivalente a más del 13%
del PIB de los EEUU. ¿Qué nota le pondrías tú a Standard &
Poor’s?
El
campo de flores bordado también ofrece bellos ejemplos. El 7 de
febrero del año 2011, la agencia Moody’s le entregó pleno
respaldo al grupo Alsacia Express, –principal concesionario del
Transantiago–, para ‘levantar’ 464 millones de dólares en el
mercado financiero de New York.
Moody’s
Investors Service precisó: “La calificación del activo es
portadora de una proyección estable”. Como lo que abunda no
daña, Moody’s argumentó su juicio:
“La
calificación refleja el bien desarrollado y maduro marco de
concesiones en Chile y la solidez del intermediario financiero, que
es el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) del
Gobierno de Chile”.
Imitando
a Bachelet, Piñera no se detuvo ante nada para darle oxígeno al
zombi que es Transantiago. Lo bueno llegó poco después. El 3 de
marzo del año 2014, tras algunas dificultades, Moody’s mejoró la
calificación del Grupo Alsacia Express. Moody’s “revisó su
proyección a estable”, y agregó que eso se debía a la mejora
de los resultados financieros de Alsacia Express y a “la
reducción de los riesgos de default en los próximos seis a doce
meses”.
Para
no dejar dudas de su optimismo, Moody’s agregó:
“La
proyección de la calificación es estable, y refleja nuestra opinión
de que (…) los
resultados financieros mejorarán gradualmente en los próximos
meses”.
El
18 de agosto de 2014, o sea tres meses más tarde, el Grupo Alsacia
Express se declaró insolvente, o sea en default.
Desesperado,
te tornas hacia el mundo académico: ellos sí saben.
Frederic
Mishkin, eminente economista y profesor de “Instituciones
Bancarias y Financieras en la Escuela Superior de Negocios de la
Universidad de Columbia”, tiene un currículo más largo que el
columpio de Heidi. Gobernador de la FED (6) de 2006 a 2008, autor de
textos utilizados en universidades de todo el mundo, consultor del
BID 5, del BM y del FMI, Mishkin cometió un informe sobre la
economía de Islandia en el año 2006, opus que tituló “Estabilidad
Financiera en Islandia”. He aquí los subtítulos de algunos
capítulos:
1.2
Un país avanzado con excelentes instituciones
1.3
Una fuerte situación fiscal
1.4
La Naturaleza única del sector financiero
El
informe concluyó en que la situación financiera de Islandia era
fuerte e iba a mejor. Dos años y medio más tarde Islandia sufrió
un espectacular colapso financiero, y todo su sistema bancario
quebró. ¿Por qué razones Mishkin mintió? Una sola. Un cheque de
124 mil dólares que le pagó la Cámara de Comercio de Islandia.
Cuando todo se vino abajo, Mishkin modificó su currículo y le
cambió el título a su estudio sobre Islandia por “Inestabilidad
Financiera en Islandia”. Mentiroso y además pillín.
Justo
para terminar, –con el propósito confeso de no dejarte dormir–,
te preciso que las AFP, que mangonean con el dinero destinado a tu
pensión, siguen fielmente los consejos de los “expertos”
financieros.
NOTAS:
Con
el fin de hacer más comprensible el texto de Luis Casado, cuya
orientación general es muy sencilla de entender, he añadido por mi
cuenta algunas explicaciones a determinados conceptos manejados en su
texto.
(1)
Yolanda Sultana es una célebre pitonisa y tarotista chilena (en
palabras suyas, “consejera
familiar”). Su
equivalente en España sería Rappel, el del tanga de leopardo, las
gafas invertidas y las túnicas. De al seriedad de las predicciones
de esta buena señora podemos hacernos idea en este
vídeo.
(2)
El Índice VaR (Value at Risk) se emplea para medir el riesgo de
mercado en una cartera de inversiones de activos financieros. Mide la
probabilidad de una pérdida de precios de mercados en una cartera de
valores dentro de un período de tiempo establecido. Tiene, entre
otros, los siguientes usos: gestión del riesgo, medida del riesgo,
control financiero. Es un índice muy cuestionado, hasta el punto de
que hay quien lo considera pura “charlatanería”.
(3)
Trader: chamarilero de productos financieros. Especulador. Actúa en
el corto plazo.
(4)
Trucho (en Chile, Argentina o Uruguay): falso, fraudulento, ilegal.
(5)
AFP: Administradoras de Fondos de Pensiones. En el Chile del golpe de
Estado pinochetista, se hicieron los primeros experimentos
neoliberales de los Chicago Boys de Milton Friedman. Una de sus
hazañas fue sustituir las pensiones públicas por fondos privados de
pensiones, que han constituido una auténtica ruina para millones de
pensionistas chilenos. Ello no ha parecido importarle un pimiento a
los sucesivos “gobiernos democráticos”, que llegaron tras la
dictadura, incluidos los de la “socialista” Bachelet, que se ha
limitado a parcheos de este sistema. Esta basura financiera sigue
operativa y arruinando familias. En 2016 se realizaron gigantescas
manifestaciones contra las AFP y por la vuelta a un sistema público
de pensiones.
(6)
FED: Federal Reserve System.
Comunmente se la denomina Reserva Federal. Es el Banco Central de los
Estados Unidos que, por cierto, no es público sino autónomo del
gobierno, privado y controlado por los principales banqueros del
país. El sueño húmedo de un liberal.