Aram
Aharonian. alainet.org
¿De
qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la
comunicación y de la información? ¿Hablamos solo de redistribución
de frecuencias radioeléctricas para garantizar el derecho humano a
la información y la comunicación? ¿De qué forma la redistribución
equitativa de frecuencias –éstas patrimonio de la humanidad- entre
los sectores comercial, estatal o público, y popular (comunitario,
alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de la
comunicación e impedir la concentración mediática?
A
veces pienso que nos instan, nos empujan a pelear en campos de
batalla equivocados o permitidos, mientras se desarrollan estrategias,
tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza,
la tecnología avanza… y pareciera que nosotros –desde lo que
llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos,
reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.
El
mundo cambia sí, pero el tema de la comunicación, de los medios de
comunicación social, sigue siendo, como en 1980 cuando el Informe McBride, fundamental para el futuro de nuestras democracias. El
problema de hoy es la concentración oligopólica: 1500 periódicos,
1100 revistas, 9000 estaciones de radio, 1500 televisoras, 2400
editoriales están controlados por sólo seis trasnacionales. Pero
ese no es el único problema.
Hoy
los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración
vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías
que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los
dispositivos móviles, la transnacionalización de la comunicación y
su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de
la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet,
el "ruido" en las redes y el video como formato a reinar en
los próximos años.
Estos
son, hoy en día, juntos al largamente anunciado ocaso de la prensa
gráfica y la vigencia de la guerra de cuarta generación y el
terrorismo mediático, los vértices fundamentales para reflexionar
sobre el tema de la democracia de la comunicación, mirando no hacia
el pasado, sino hacia el futuro que nos invade.
Hipotéticamente,
si realmente en nuestra región, el 33 por ciento de las frecuencias
fueran concedidas a los medios populares, ¿quién abastecería de
contenidos a tal cantidad de canales y radios? Entonces, ¿de qué
estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la
comunicación y de la información?
Los
que controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos,
satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los
contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y
hegemonizar la información-formación del ciudadano.
¿Adiós
televisión? Controlar los contenidos
Pasaron
140 años desde que Alexander Graham Bell utilizó por primera vez su
teléfono experimental para decirle a su asistente de laboratorio:
“Señor Watson, venga, quiero verlo”. Su invención transformaría
la comunicación humana y el mundo. La empresa creada por Bell creció
hasta transformarse en un inmenso monopolio: AT&T.
El
gobierno estadounidense consideró luego que era demasiado poderosa y
dispuso la desintegración de la gigante de las telecomunicaciones en
1982… pero AT&T ha regresado, anunciando la adquisición de
Time Warner, una de las principales compañías de medios de
comunicación y producción de contenidos a nivel mundial, para
conformar así uno de los más grandes conglomerados del
entretenimiento y las comunicaciones del planeta.
La
fusión propuesta, que aún debe ser sometida a estudio por las
autoridades, representa desde ya no solo una significativa amenaza a
la privacidad y a la libertad básica de comunicarse, sino también
un cambio paradigmático en lo que a lo que hoy entendemos como
comunicación. Sería la mayor adquisición hasta la fecha y llegaría
un año después de que AT&T comprara a DirecTV.
AT&T
es hoy la décima entre las 500 compañías más grandes de Estados
Unidos y si adquiriera Time Warner, que ocupa el lugar 99 de la lista
Forbes, se crearía una enorme corporación, integrada verticalmente
que controlaría no solo una amplia cantidad de contenidos
audiovisuales, sino o la forma en que la población accedería a esos
contenidos.
Según
Candace Clement, de Free Press, esta fusión generaría un imperio
mediático nunca antes visto. AT&T controlaría el acceso a
Internet móvil y por cableado, canales de televisión por cable,
franquicias de películas, un estudio de cine y televisión y otras
empresas de la industria. Eso significa que AT&T controlaría el
acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el
contenido que miran, lo que le permitiría dar prioridad a su propia
oferta y hacer uso de recursos engañosos que socavarían la
neutralidad de la red.
Pelear
guerras que ya no existen
El
mundo no es el mismo de antes (tampoco el del 1980 cuando el Informe
McBride), aunque tanto derecha como izquierda crean que seguimos en
1990. Es difícil, a quienes como uno vienen de la época de la
tipografía y la linotipia, de los télex y teletipos -o del
dogmatismo y la repetición de consignas-, asimilar los cambios
tecnológicos y la realidad del mundo actual, del big data, de la
inteligencia artificial, de la plutocracia…
Según
los últimos cálculos, en el mundo hay unos 10 zetabytes de
información (un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que si se
ponen en libros se pueden hacer nueve mil pilas que lleguen hasta el
sol. Desde 2014 hasta hoy, creamos tanta información como desde la
prehistoria hasta el 2014. Y la única manera de interpretarlos es
con máquinas.
El
Deep Learning es la manera como se hace la Inteligencia Artificial
desde hace cinco años: son redes neuronales que funcionan de manera
muy similar al cerebro, con muchas jerarquías. Apple y Google y
todas las Siri en el teléfono, todos lo usan.
El
Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y
adelantarse a nuestras intenciones, cuánto saben las grandes
empresas de nosotros, y lo que más le preocupa: lo fácil que está
siendo convertir la democracia en una dictadura de la información,
haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.
Si
uno tiene Gmail en su celular con wifi, puede ver en Google Maps un
mapa mundial que muestra dónde estuvo cada día, a cada hora,
durante los últimos dos o tres años (no tiene por qué creerme: vea
www.google.com/maps/timeline).
Es una información que uno les permites coleccionar al aceptar los
términos de licencia cuando instala la aplicación.
También
las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el
plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart
Steps es la empresa de Telefónica que vende los datos de los
celulares Movistar. De la noche a la mañana, la gente pasó a tener
un sensor de sí mismo 24 horas al día. Hoy se puede saber dónde
están las personas, pero también qué compran, qué comen, cuándo
duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida
social.
El
alemán Martin Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del
Congreso de EE.UU. señala que algunos estudios ya han logrado
predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en
Facebook. “Se puede abusar también, como Barack Obama y Donald
Trump lo hicieron en sus campañas, como Hillary Clinton no lo hizo,
y perdió. Esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y
250 likes (me gusta) tuyos en Facebook, se puede predecir tu
orientación sexual, tu origen étnico, tus opiniones religiosas y
políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas drogas,
si tus papás son separados o no”, señala el científico.
Y
“con 150 likes, los algoritmos pueden predecir el resultado de
tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes, mejor
que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un
empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató
a Cambridge Analytica para la elección”.
“Usaron
esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada
ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama, que
también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones
de perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú tienes unos
5000 puntos de datos de cada estadounidense. Y una vez que
clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a
atacar”, señala Hilbert.
Por
ejemplo, si Trump dice “estoy por el derecho a tener armas”,
algunos reciben esa frase con la imagen de un criminal que entra a
una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más
patriotas la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su
hijo. Es la misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero
aquí crearon 175 mil. Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que
ver con democracia. Es populismo puro, te dicen exactamente lo que
quieres escuchar”. Lo más delicado es que no sólo pueden mandar
el mensaje como más le va a gustar a esa persona, sino también
pueden mostrarle sólo aquello con lo que va a estar de acuerdo.
Al
final, el juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas
se pueden automatizar y cuáles no. Si un robot reconoce células de
cáncer, uno se ahorra al médico. Más del 50% de los actuales
empleos son digitalizables, afirma Hilbert. Y ya no hablamos de
reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial, sino
también los trabajos de la clase más educada: médicos, contadores.
El 99% de las decisiones de la red de electricidad en EEUU son
tomadas por IA que localiza en tiempo real quién necesita energía.
No
es en ningún caso el fin de la humanidad, es la evolución que sigue
su camino. Y lo más importantes es entender en qué mundo vivimos.
Por eso llama la atención que operadores mediáticos, que se
autodefinen como radicales de izquierda, sigan insistiendo en la
necesidad de pelear en escenarios que ya no existen, con léxicos que
no corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en
aferrarse al pasado, lo cual es por demás retrógrado.
La
dictadura y la posverdad
Hoy
más que nunca la dictadura mediática, en manos de cada vez menos
“generales” de las corporaciones, busca las formas novedosas de
implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, narrativas,
discursos, verdades e imágenes únicas. Es el lanzamiento global de
la guerra de cuarta generación, directamente a los usuarios
digitalizados de todo el mundo.
Si
hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición
de imaginarios, se dilucidaba en la calle, en las fábricas, en los
partidos políticos y movimientos, en los parlamentos (o en la
guerrilla), hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan
una ofensiva que saltean los medios tradicionales para llegar
directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a
los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.
¿De
qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la
comunicación y de la información? ¿Hablamos de redistribución de
frecuencias radioeléctricas cuando hoy el control emerge de la
conjunción de medio y contenido? Los que controlan los sistemas de
difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen
y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta
por monopolizar mercados y hegemonizar la información-formación del
ciudadano.
Cambia
la radio. Bajo la mirada vigilante de otras naciones, Noruega se ha
convertido desde el enero de 2017, en el primer país del mundo en
apagar su señal de Frecuencia Modulada (FM), considerando que tiene
22 estaciones nacionales de radio digital, y aún hay espacio en su
plataforma digital para otras 20.
La
tendencia mundial –y latinoamericana- demuestra que los jóvenes
televidentes ya están pasando del uso lineal de televisión hacia un
consumo en diferido y a la carta, que bien puede optar el dispositivo
fijo (el televisor) y optar por una segunda pantalla (computadora,
tablet, teléfonos inteligentes).
Para
los comunicólogos optimistas, de receptores pasivos, los ciudadanos
están pasando a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales,
productores-difusores, o productores-consumidores (prosumidores).
Para los menos optimistas, si bien esa es una posibilidad teórica,
la práctica demuestra que la producción y difusión quedarán en
manos de grandes corporaciones, en especial estadounidenses, y los
ciudadanos podrán ocupar la casilla de consumidores, en una
arremetida del pensamiento, el mensaje, la imagen únicos.
Quizá
aquellos que estamos desde hace años en la lucha creemos que la
discusión sobre la democratización de las comunicaciones está
socializada/masificada en nuestras sociedades. No lo está siquiera
en aquellos donde se han hecho esfuerzos de esclarecimiento en este
campo, como Argentina y Ecuador. Hay quienes sostienen que aún se
trata de una discusión elitesca, entre los militantes políticos, de
la comunicación y allegados.
¿De
qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la
comunicación y de la información en la que ahora se da en llamar la
época de la posverdad, donde los hechos objetivos son menos
influyentes en la opinión pública que las emociones, los
imaginarios y las creencias personales?
Hoy,
la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión
pública que emplean los grandes medios de comunicación y todos los
líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un
plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que
las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina,
dijera Baudrillard.
En
2016, The Economist hablaba del arte de la mentira, y señalaba que
Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que
se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen
ninguna base real. Una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir
descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas
mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo.
Hoy
se manipulan, se omiten, se tergiversan o se falsifican desde las
cifras de la desocupación o del costo de la vida, mientras
opinadores muy mediatizados predican distintas variantes del there is
no alternative (no hay alternativa) thatcheriano.
Disculpe,
entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la
democratización de la comunicación y de la información?
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE TEXTO
El
alemán Martin Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del
Congreso de EE.UU. Miente. Hillary Clinton abusó de los medios de
predicción de la opinión, además de la intoxicación y de las
mentiras en su campaña, y antes, durante el ejercicio de su cargo,
en relación con los países en conflicto con Estados Unidos. Perdió,
simplemente por ser menos eficaz en su relato y en el mensaje
político que enviaba a los electores y, sospecho que, porque una
parte del poder económico buscaba un títere con nueva cara, más
acorde a los tiempos actuales.
Por
lo demás deseo detenerme en una figura, Sean McBride, que ha
nombrado el autor de este texto, y en su informe a la UNESCO: “Un
solo mundo, voces múltiples. Leí
este texto hace ya 33 años. Se lo recomiendo. Me impresionó la
certeza de su análisis, el carácter visionario sobre el mundo que
se avecinaba en las comunicaciones y, sobre todo, la valentía que se desprendía de sus propuestas, tanto que provocó la salida de EE.UU. de dicha
institución, declarando la guerra frontal al citado informe.
El
señor McBride era un auténtico socialdemócrata; de esos que creyendo
que no es posible acabar con el capitalismo, están dispuestos a
probar sus límites y a intentar reformarlo. Se equivocan plenamente,
como la cruel realidad demostró más tarde con dicho informe, que
acabó siendo rechazado años más tarde de su fecha de publicación (1980), tras un acoso insufrible contra su autor, y sustituido por otras líneas
comunicacionales de trabajo acordes con los intereses de los grandes
países capitalistas y con su concepto de la “libertad de
información”, tan en línea con lo que hoy representan los grandes
sistemas de manipulación de conciencias dominantes.
Solo
algunas notas sobre el señor McBride. Fue jefe del Estado Mayor del
Ejército Republicano Irlandés (IRA). Fundó el Partido Republicano
Irlandés, de orientación socialista. En 1977 recibió el Premio
Lenin de la Paz y tres años antes (1974) el Premio Nobel de la Paz,
por su defensa de los derechos humanos. En 1977 fue presidente de la
Comisión Internacional de Comunicación de la Unesco y
en 1980 fue nombrado presidente de este organismo internacional. La
Unesco entonces era otra Unesco. Y sí, fue miembro fundador de Amnistía Internacional y fue su presidente desde 1961 a 1974. Pero esa era también otra Amnistía Internacional y no el títere de los intereses del imperialismo norteamericano en el que se ha ido convirtiendo a partir de la década de los 80 del pasado siglo.