Diario
Octubre
Karl
Marx, de origen alemán, filósofo, político, editor y padre de la
Internacional, recibe en su hogar londinense a R. Landor,
corresponsal del diario neoyorkino “The World”. Una charla
imprescindible para descifrar la historia de aquel momento y de las
décadas siguientes.
Me
han pedido ustedes que averigüe algo acerca de la Asociación
Internacional [de Trabajadores], y eso es lo que he intentado hacer.
En este momento, la empresa resulta difícil, pero los ingleses están
atemorizados y huelen a Internacional por todas partes, del mismo
modo que el rey James olía pólvora tras la famosa conjura. La
conciencia de la asociación ha crecido naturalmente junto con las
sospechas de la opinión pública; y si quienes la lideran tienen
algún secreto que guardar, son el tipo de hombres que saben
guardarlo bien. Me he puesto en contacto con dos de sus miembros más
destacados, he hablado libremente con uno de ellos y aquí les
ofrezco lo sustancial de nuestra conversación. En un aspecto, he
satisfecho mis dudas: se trata de una auténtica asociación de
trabajadores, aunque esos trabajadores estén dirigidos por teóricos
sociales y políticos sociales pertenecientes a otra clase. Un hombre
con el que me reuní, uno de los líderes del Consejo, estuvo sentado
en su banco de trabajo durante toda nuestra entrevista, e interrumpía
de cuando en cuando su conversación conmigo para recibir quejas
–formuladas en un tono no precisamente amable- de cualquiera de los
muchos maestrillos para los que trabajaba, que rondaban por allí.
Había visto a ese mismo hombre pronunciar en público elocuentes
discursos, inspirados, pasaje a pasaje, por la energía del odio
hacia aquellas clases que se llaman a sí mismas dirigentes.
Comprendí sus soflamas tras echar un vistazo a la vida cotidiana del
orador. No podía por menos que tener la sensación de que disponía
de cerebro más que suficiente para organizar un gobierno funcional
y, aun así, se veía obligado a dedicar su vida al repugnante
desempeño de una tarea meramente mecánica. Era un hombre orgulloso
y sensible, pero cada tres por cuatro se veía obligado a responder
con una respetuosa inclinación a un gruñido y con una sonrisa a una
orden que reflejaba aproximadamente el mismo nivel de cortesía que
el que muestra un cazador hacia su perro. Ese hombre me permitió
entrever una faceta de la naturaleza de la Internacional, la del
enfrentamiento entre trabajo y capital, entre el obrero que produce y
el intermediario que disfruta. Allí estaba la mano que se abatiría
implacable cuando llegara el momento y, por lo que se refiere al
cerebro planificador, creo que tuvo ocasión de conocerlo en mi
entrevista con el doctor Carlos Marx.
Carlos
Marx es un doctor en filosofía, alemán, dotado de esa extensa
erudición germánica producto tanto de los libros como de la
observación del mundo. Debo señalar que nunca ha sido un trabajador
en el sentido habitual del término. Su entorno y apariencia son los
de un hombre de clase media al uso. El salón en el que fue recibido
la noche de la entrevista habría podido ser el agradable refugio de
un próspero corredor de Bolsa que hubiese demostrado ya su
competencia y estuviera ahora enfrascado en la tarea de amasar su
fortuna. Era la confortabilidad personificada, el apartamento de un
hombre de buen gusto y situación desahogada, pero sin nada que
reflejara particularmente la personalidad de su propietario. Con
todo, un hermoso álbum de vistas al Rhin que había sobre la mesa
daba una pista sobre su nacionalidad. Escudriñé cautelosamente el
interior de un jarrón que había en una mesita auxiliar en busca de
una bomba. Agucé el olfato por si percibía algún olor a petróleo,
pero sólo olía a rosas. Retrocedí casi a hurtadillas hasta mi
asiento y me senté, taciturno, a esperar lo peor.
Ha
entrado, me ha saludado cordialmente y estamos sentados frente a
frente. Sí, estoy tête-à-tête con la encarnación de la
revolución, con el auténtico fundador y guía espiritual de la
Asociación Internacional, con el autor de un discurso que le dice al
capital que si le declara la guerra a los trabajadores no puede por
menos que esperar que la casa arda hasta los cimientos. En pocas
palabras, me encuentro frente a frente con el apologeta de la Comuna
de París. ¿Recuerdan el busto de Sócrates, aquel hombre que
prefirió morir antes que creer en los dioses de su tiempo, aquel
hombre de frente despejada y hermoso perfil mezquinamente rematado
por una especie de gancho hendido que hacía las veces de nariz?
Imaginen ese busto, pónganle una barba oscura salpicada aquí y allá
por pinceladas de gris. Seguidamente, unan esa cabeza a un tronco
corpulento propio de un hombre de estatura media, y tendrán ante
ustedes al doctor Marx. Si cubren con un velo la parte superior de su
rostro podrían estar en presencia de un miembro nato de la junta
parroquial protestante. Si dejan al descubierto su rasgo más
esencial, su inmenso ceño, sabrán de inmediato que se encuentran
frente a la más formidable conjunción de fuerzas: un soñador que
piensa, un pensador que sueña.
Otro
caballero acompañaba al doctor Marx, y casi me atrevería a decir
que también era alemán, aunque dado su dominio de nuestro idioma no
podría asegurarlo. ¿Habría acudido como testigo del bando del
doctor? Así lo creo. El Consejo podría solicitar al doctor que le
informase sobre el contenido de la entrevista, ya que, por encima de
todo, la Revolución sospecha de sus propios agentes. Así pues, el
otro hombre estaba allí para corroborar a posteriori la exactitud de
su testimonio.
Fui
directamente al asunto que me interesaba. El mundo, dije, parecía
estar a oscuras respecto a la Internacional, odiarla a muerte; pero
al mismo tiempo se mostraba incapaz de explicar qué era exactamente
lo que odiaba. Había gente que afirmaba haber atisbado más allá
que los demás en la oscuridad y aseguraba haber descubierto una
especie de figura de Jano con una honrada y sincera sonrisa de obrero
en una de sus caras y en la otra la agresiva mueca de un conspirador
homicida.
¿Podría
arrojar alguna luz sobre el misterio en el que se desenvolvía la
teoría?
El
profesor rió, se diría que con cierto regocijo, ante la idea de que
le tuviéramos tanto miedo.
Marx:
No hay ningún misterio que aclarar, estimado señor –comenzó, con
una versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann-, excepto
quizá el misterio de la estupidez humana en aquellos que
perpetuamente pasan por alto el hecho de que nuestra asociación es
pública y que edita informes exhaustivos de sus sesiones para todo
aquel que desee leerlos. Puede comprar nuestros estatutos al precio
de un penique, y si invierte un chelín en panfletos sabrá casi
tanto acerca de nosotros como nosotros mismos.
Landor:
Casi… Sí, quizá sí; ¿pero no será acaso lo poco que no llegue
a conocer lo que constituya el misterio más importante? Para ser muy
franco con usted, y para poner el asunto tal como lo ve un observador
ajeno a él, este general clamor de desprecio contra ustedes debe
significar algo más que la ignorante mala voluntad de la multitud. Y
todavía es pertinente preguntar, incluso después de lo que usted me
ha dicho, ¿qué es la Sociedad Internacional?
Marx:
Sólo tiene que fijarse en quiénes la componen: trabajadores.
Landor:
Sí, pero el soldado tiene que ser exponente del sistema político
que lo pone en movimiento. Conozco a algunos de sus miembros, y creo
que no son de la misma pasta de que se hacen los conspiradores.
Además un secreto compartido por un millón de hombres no sería de
ninguna manera un secreto. Pero ¿qué pasaría si éstos fuesen
únicamente instrumentos en manos de, y espero que me perdone usted
por lo que sigue, un cónclave audaz y no muy escrupuloso?
Marx:
No hay pruebas que avalen tal idea.
Landor:
¿La pasada insurrección en París?
Marx:
En primer lugar, exijo pruebas de que existiera una confabulación,
de que ocurriese algo que no fuese el legítimo resultado de las
circunstancias del momento. O, incluso aceptando el supuesto de que
existiera tal complot, exijo pruebas de que en él participara la
Asociación Internacional.
Landor:
La presencia en la Comuna de numerosos miembros de la asociación.
Marx:
En ese caso, fue también una conspiración de los francmasones, ya
que participaron en ella en idéntica proporción. De hecho, no me
sorprendería en absoluto que el Papa les atribuyese toda la
responsabilidad por la insurrección. Pruebe usted con otra
explicación. La insurrección fue obra de los trabajadores de París.
Los más capaces entre ellos debieron ser necesariamente sus líderes
y dirigentes, y se da la circunstancia de que los trabajadores más
capaces son miembros de la Internacional. Aun así, la asociación
como tal no es forma alguna responsable de su acción.
Landor:
No obstante, al mundo le parece de otra manera. La gente habla de
instrucciones secretas desde Londres, e incluso de aportaciones de
dinero. ¿Puede afirmarse que el carácter supuestamente abierto de
los procedimientos de la Asociación impide todo secreto en las
comunicaciones?
Marx:
¿Ha existido alguna vez una asociación que realizara su trabajo sin
la mediación de agencias tanto públicas como privadas? Hablar de
instrucciones secretas provenientes de Londres, como si se tratara de
decretos sobre la fe y la moral procedentes de algún centro de
dominación e intriga papales, es una concepción enteramente errónea
sobre la naturaleza de la Internacional. Eso implicaría un
mecanismo centralizado de gobierno en el seno e la misma, mientras
que su verdadera forma es, deliberadamente, la que mayor juego otorga
a la energía y la independencia locales. De hecho, la Internacional
no es propiamente un gobierno para la clase obrera en absoluto. Es un
vínculo de unión más que un mecanismo de control.
Landor:
¿Y de unión para qué fin?
Marx:
La emancipación económica de la clase obrera por medio de la
conquista del poder político. La utilización de ese poder político
para alcanzar fines sociales. Así pues, es necesario que nuestros
objetivos sean amplios para dar cabida a todas las formas de
actividad de la clase obrera. El haberles atribuido algún carácter
especial habría sido equivalente a adaptarlos a las necesidades de
una sección, a una nación compuesta exclusivamente por
trabajadores. Pero ¿cómo iba a ser posible pedirle a todos los
hombres que se unieran en beneficio de unos pocos? Para hacer algo
así, la asociación habría tenido que renunciar al nombre de
Internacional. La asociación no dicta la forma de los movimientos
políticos; sólo requiere un compromiso en lo que se refiere a sus
fines. Es una red de sociedades afiliadas que se extiende por todo el
mundo del trabajo. En cada parte se pone de relieve algún aspecto
especial del problema, y los trabajadores implicados lo estudian a su
modo y manera. Las interacciones entre los trabajadores no pueden ser
absolutamente idénticas hasta el último detalle en Newcastle y en
Barcelona, en Londres y en Berlín. En Inglaterra, por poner un
ejemplo, está abierto a la clase obrera el camino para poner de
manifiesto su poder político. Una insurrección sería una locura
allá donde la agitación pacífica pueda lograr los mismos objetivos
más rápida y seguramente. En Francia, cientos de leyes represivas y
el antagonismo entre las clases parece hacer necesaria la solución
violenta de una guerra social. Optar o no por dicha solución es
competencia de las clases trabajadores de ese país. La Internacional
no tiene la presunción de emitir dictámenes al respecto;
prácticamente no da ni consejos, aunque sí ofrece a cada movimiento
su simpatía y apoyo dentro de los límites que dictan sus propias
leyes.
Landor:
¿Y cuál es la naturaleza de esa ayuda?
Marx:
Por poner un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento
de emancipación son las huelgas. Antaño, cuando se producía una
huelga en un país, ésta era derrotada por la importación de
trabajadores de otro país. La Internacional casi ha puesto fin a
eso. Recibe información sobre la huelga propuesta y distribuye esa
información entre todos sus miembros, que ven inmediatamente que
para ellos el territorio de la lucha debe ser terreno prohibido. Así,
se deja que los amos se enfrenten solos a las demandas de sus
hombres. En la mayoría de los casos, los trabajadores no requieren
más ayuda que ésa. Sus propias cuotas, o las de las sociedades, a
las que están más directamente afiliados, les abastecen de fondos,
pero, caso de que la presión a la que se ven sometidos llegue a ser
excesiva, y si la huelga goza de la aprobación de la asociación, se
cubren sus necesidades con la bolsa común. Merced a esto, la huelga
de los cigarreros de Barcelona concluyó victoriosamente el otro día.
Sin embargo, la sociedad no tiene interés en las huelgas, aunque las
apoya en determinadas condiciones. Es imposible que saque nada en
claro de ellas desde el punto de vista pecuniario, y es muy probable
que salga perdiendo. Resumamos todo esto en pocas palabras. Las
clases trabajadoras siguen sumidas en la pobreza mientras a su
alrededor crece la riqueza; son miserables entre tanto lujo. Su
depravación material reduce su estatura, tanto física como moral.
No pueden confiar en otros para encontrar el remedio. Así pues, en
su caso, hacerse cargo de su propio destino se ha convertido en una
necesidad imperativa. Deben revisar las relaciones entre ellos y los
capitalistas y propietarios, y eso significa que deben transformar la
sociedad. Éste es, en general, el fin de todas las organizaciones de
trabajadores conocidas. Las ligas de campesinos y obreros, las
sociedades comerciales y de amistad, las tiendas y centros de
producción en régimen de cooperativa no son más que medios
encaminados a ese fin. Implantar una perfecta solidaridad entre estas
organizaciones es el objetivo de la Asociación Internacional. Su
influencia empieza a percibirse en todas partes. En España hay dos
periódicos que difunden su ideario, en Alemania tres, el mismo
número en Austria y Holanda, seis en Bélgica y seis en Suiza. Y
ahora que le he explicado qué es la Internacional, probablemente
esté ya en situación de formarse su propia opinión acerca de
supuestas confabulaciones.
Landor:
No acabo de comprenderle.
Marx:
¿Acaso no ve que la vieja sociedad, en su búsqueda de las fuerzas
necesarias para hacerle frente con sus propias armas, se ve obligada
a recurrir al fraude de imputarle todo tipo de conspiraciones?
Landor:
Pero la policía francesa declaró que están en condiciones de
probar su complicidad en el último caso, para no hablar de los
intentos anteriores.
Marx:
No comentaremos nada sobre esos acontecimientos, si no le importa,
porque son la mejor prueba de la gravedad de todos los cargos de
conspiración que se han dirigido contra la Internacional. Recordará
usted la penúltima confabulación. Había anunciado un plebiscito y
se sabía que muchos de los electores empezaban a mostrarse
indecisos. Ya no creían tan intensamente en el valor del gobierno
imperial, dado que empezaban a dudar de la realidad de los peligros
sociales de los que supuestamente éste les había salvado. Hacía
falta dar con otro fantasma terrorífico, y la policía se ocupó de
encontrarlo. Lógicamente, dado que para ello todos los trabajadores
son igualmente detestables, le debían a la Internacional una mala
pasada. Se les ocurrió una feliz idea: ¿y si convertían a la
Asociación Internacional en su anhelado fantasma, logrando así el
doble objetivo de desacreditarla y ganar el favor de la sociedad
hacia la causa imperial? De ahí surgió el ridículo complot contra
la vida del emperador, como si tuviéramos algún interés en matar a
ese pobre anciano. Detuvieron a los principales miembros de la
Internacional, se inventaron pruebas, prepararon el caso para
llevarlo a juicio y, en el ínterin, celebraron su plebiscito. Pero
aquella comedia no era más que una farsa grosera. La Europa
inteligente, que fue testigo del espectáculo, no cayó en el engaño
ni un solo instante y sólo los electores del campesinado francés se
creyeron la farsa. La prensa inglesa, que informó sobre el inicio de
ese miserable caso, ha olvidado dar cuenta de su final. Los jueces
franceses, que dieron por buena la existencia de la conspiración por
cortesía entre funcionarios, se vieron obligados a concluir que no
había nada que demostrara la complicidad de la Internacional.
Créame, la segunda conspiración es igual a la primera. El
funcionariado francés ha vuelto a poner manos a la obra: se le pide
que explique el mayor movimiento civil jamás visto sobre el planeta.
Hay cientos de signos de nuestra época que deberían indicar cuál
es la explicación correcta: la inteligencia creciente entre los
trabajadores; el incremento del lujo y la incompetencia entre sus
gobernantes; el proceso histórico enmarca, que concluirá con la
transferencia final del poder de una clase al pueblo; la aparente
adecuación del momento, el lugar y las circunstancias con vistas al
gran movimiento de emancipación. Pero para percibir esto el
funcionario tendría que ser un filósofo y no es más que un
mouchard. Por la propia naturaleza de su ser, pues, ha
recurrido a la explicación del mouchard: una conspiración.
Su viejo portafolios repleto de documentos falsificados le
suministrará las pruebas. Esta vez, Europa, arrastrada por el miedo,
creerá su cuento.
Landor:
Europa difícilmente puede evitarlo, viendo que todos los periódicos
franceses difunden la noticia.
Marx:
¡Todos los periódicos franceses! Mire, aquí tiene uno de ellos
(cogiendo La Situation), y juzgue por sí mismo el valor de
sus pruebas en lo que se refiere a su fidelidad a los hechos. (lee):
“El Dr. Karl Marx, de la Internacional, ha sido arrestado en
Bélgica, cuando trataba de escapar a Francia. La policía de Londres
vigilaba desde hace tiempo la sociedad a la que aquél está
vinculado, y ahora está adoptando activas medidas para su
supresión”. Dos frases y dos embustes. Ponga a prueba la
evidencia percibida por sus propios sentidos. Como puede ver, en vez
de estar en una cárcel belga estoy en mi casa en Inglaterra. También
sabrá, sin duda, que la policía inglesa es tan impotente para
interferir con la Asociación Internacional como ésta lo es respecto
a la policía. Y aun así, cabe esperar que ese informe sea difundido
por toda la prensa de la Europa continental sin que nadie lo
contradiga. Seguirían haciéndolo aunque me dedicara a enviar
desmentidos a todos y cada uno de los periódicos europeos desde este
lugar.
Landor:
¿Ha intentado usted rebatir muchas de estas falsas informaciones?
Marx:
Lo he hecho hasta quedar exhausto por el trabajo. Para que pueda
apreciar el grosero descuido con el que son pergeñados, podría
mencionar que en uno de ellos se citaba a Félix Pyat como miembro de
la Internacional.
Landor:
¿Y no lo es?
Marx:
La asociación difícilmente podría haberle hecho hueco a un hombre
tan insensato. En una ocasión tuvo el atrevimiento de publicar una
encendida proclama en nuestro nombre, pero fue inmediatamente
desautorizado, aunque, a fuer de ser justos, hay que decir que la
prensa, por supuesto, ignoró la desautorización.
Landor:
¿Y Mazzini? ¿Es miembro de su grupo?
Marx:
(Riéndose). Desde luego que no. Poco habríamos avanzado si no
hubiéramos superado el alcance de sus ideas.
Landor:
Me sorprende usted. Ciertamente hubiera creído que él representaba
las posiciones más avanzadas.
Marx:
No representa nada más avanzado que el viejo concepto de una
república de la clase media. Nosotros no queremos saber nada de
la clase media. Él se ha quedado tan rezagado dentro del
movimiento moderno como los profesores alemanes, que, no obstante,
siguen siendo considerados en Europa los apóstoles de la democracia
cultivada del futuro. Y lo fueron en su día, probablemente antes de
1848, cuando la clase media alemana, en el sentido inglés del
término, no había alcanzado un grado de desarrollo apropiado. Ahora
se han pasado de hoz y coz a la reacción y el proletariado ya no
sabe nada de ellos.
Landor:
Algunas personas han creído ver signos de un elemento positivista en
su organización.
Marx:
No hay nada de eso. Hay positivistas entre nosotros, y otros, que no
pertenecen a nuestro grupo, colaboran también, pero no es sólo en
virtud de su filosofía, que no tiene nada que ver con un gobierno
popular, tal y como nosotros lo entendemos, y que sólo busca colocar
una nueva jerarquía en el lugar de la vieja.
Landor:
Se diría entonces que los líderes del nuevo movimiento
internacional han tenido que formar una filosofía así como una
asociación para sí mismos.
Marx:
Exactamente. Es poco probable, por ejemplo, que pudiéramos tener la
menor esperanza de prosperar en nuestra lucha contra el capital si
deriváramos nuestras tácticas de la política económica de Mill,
por citar a alguien. Él ha seguido la pista a un tipo de relación
entre capital y trabajo. Nosotros esperamos demostrar que es posible
establecer otra.
Landor:
¿Y con respecto a la religión?
Marx:
A ese respecto no puedo hablar en nombre de la sociedad.
Personalmente soy ateo. Sin duda resulta sorprendente escuchar una
declaración así en Inglaterra, pero hasta cierto punto es
reconfortante saber que no es necesario hacerla en voz baja en
Francia ni en Alemania.
Landor:
¿Y sin embargo usted ha establecido su cuartel general en este país?
Marx:
Por razones obvias; el derecho de asociación es aquí un derecho
establecido. Existe, efectivamente, en Alemania, pero está asediado
por innumerables dificultades. En Francia, durante muchos años no ha
existido en absoluto.
Landor:
¿Y en Estados Unidos?
Marx:
Nuestros principales centros de actividad están por el momento entre
las viejas sociedades europeas. Son muchas las circunstancias que han
tendido a impedir hasta hoy que el problema del trabajo asuma una
importancia dominante en Estados Unidos, pero dichas circunstancias
están ya en proceso de desaparición. Al igual que en Europa, el
trabajo empieza a ganar importancia a grandes pasos gracias al
crecimiento de una clase trabajadora distinta del resto de la
comunidad y disociada del capital.
Landor:
Parecería que en este país la esperada solución, cualquiera que
ella sea, podrá alcanzarse sin los medios violentos de una
revolución. El sistema inglés de agitar mediante los discursos y la
prensa hasta que las minorías se conviertan en mayorías es un signo
esperanzador.
Marx:
Yo no soy tan optimista como usted. La clase media inglesa siempre se
ha mostrado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayoría en la
medida en que ha ostentado el monopolio del derecho al sufragio. Pero
recuerde lo que le digo, en cuanto pierda una votación referente a
algo que considere vital seremos testigos de una nueva guerra de
esclavistas.
He
expuesto aquí, en la medida en que mi memoria me lo ha permitido,
los momentos más destacados de mi conversación con este hombre
notable. Dejaré que saquen ustedes sus propias conclusiones. Por
mucho que pueda decirse a favor o en contra de la posibilidad de su
participación en el movimiento de la Comuna, podemos tener la
seguridad de que la Asociación Internacional es un nuevo poder en el
seno del mundo civilizado con el que éste tendrá que echar cuentas,
para bien o para mal, más pronto que tarde.