Por
Marat
En
un acto sobre una lucha obrera que interesadamente ha enterrado en la
desmemoria el entreguismo sindical, la del Campamento de la Esperanza
de los trabajadores de Sintel, planteé que hay una línea de continuidad de la pretendida “izquierda
radical” desde la transición española a la actualidad que se basa
en la ficción o “ilusión” democrática y que ésta
línea que parece oponerse al reformismo desde el concepto de
"ruptura" es igualmente reformista. Pueden verlo en la
segunda intervención.
Si
buscásemos antecedentes del concepto de ruptura frente a
reforma los encontraríamos sin duda en las posiciones del ala
derecha de la Revolución Francesa, representada por la fracción de
la burguesía frente a los restos del Antiguo Régimen, tras la
convocatoria de los Estados Generales que, finalmente, abriría paso
a la Asamblea Nacional.
Más
allá de que se asistiera entonces a una recomposición de la
estructura social en la que la nobleza era desplazada -la iglesia
contaría mucho menos a partir de entonces- por una burguesía que
usurpó la representación de todo el "estado llano" en los primeros
años de la Revolución, la gran transformación de
la Revolución Francesa fue ante todo política. Ésta afectó, antes que
a otra cosa, a la concepción del Estado que, a partir de entonces, pasaría
a ser el Estado de la burguesía. Soy consciente de estar
simplificando y de dejar a un lado importantísimas transformaciones
en la concepción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la
ciencia, la filosofía y el laicismo entre otras muchas cuestiones
que en aquél momento histórico fueron revolucionarias.
El campesinado, el incipiente proletariado, la
pequeña burguesía y los artesanos entre otras clases sociales y
otros estratos de clase fueron olvidados en el esquema social y
político de la alta y mediana burguesías triunfantes. Solo la
aparición de grupos de izquierda como los “cordeliers”, y otros, que sí planteaban la cuestión de la propiedad privada y exigían
voz para los estratos ignorados por la gran burguesía, ya instalada en el
gobierno y en el poder económico y social, mostraría los límites y
contradicciones de aquella versión de la democracia.
En
realidad, lo que había ocurrido es que, por encima del ascenso
político de una nueva clase, que había estado ausente hasta el
momento del poder político, los cambios que se habían producido no
habían alterado el concepto de propiedad privada, aunque sí su
origen. Éste pasaba de la tierra fundamentalmente a la actividad
comercial e incipientemente fabril. El Estado había cambiado
su carcasa pero no su naturaleza de defensa de esa misma propiedad
privada para la acumulación de la riqueza.
La gran mayoría de nuestra
izquierda radical, en su palabrería, no en el significado de ir a la
raíz de las cosas, en la transición española defendía un programa
político que afectaba y a su vez apelaba directamente al Estado pero
no a la estructura de clases, a las relaciones sociales de producción
o a la propiedad privada de los medios de producción.
Me
refiero a lo que los marxistas denominamos como “demandas
democráticas” entre las que se encontraban por aquél cuestiones como
-
El referéndum sobre la forma de Estado: Monarquía o República
-
El derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado español
-
La depuración de los aparatos del Estado franquista
-
La depuración de los dirigentes políticos del franquismo
Por
supuesto, había otras exigencias en la hoja de ruta de la llamada
“izquierda radical” -dejo fuera al PCE de entonces, no sólo
porque, de hecho, era ya socialdemócrata, sino porque sus coqueteos
con la opción rupturista duraron poco y rápidamente se apuntó a la
línea de reforma del régimen con los sectores aperturistas del propio franquismo- pero
las principales que aglutinaban a la mayoría de las organizaciones
políticas proruptura de entonces eran éstas.
En
definitiva, las más importantes propuestas de la mayor parte de la
llamada “izquierda radical” eran perfectamente integrables dentro
del modelo del “parlamentarismo democrático-burgués”. Lenin
aclara esta cuestión y su diferencia con el concepto de una
auténtica democracia obrera:
“Precisamente
Marx que aquilató mejor que nadie la importancia histórica de la
Comuna, mostró, al analizarla, el carácter
explotador de la democracia burguesa y del parlamentarismo burgués
bajo los cuales las clases oprimidas tienen el derecho de decidir una
vez cada determinado número de años qué miembros de las clases
poseedoras han de "representar y aplastar" al pueblo en el
Parlamento. Precisamente ahora, cuando el movimiento soviético, extendiéndose a todo el mundo, continúa a la vista de todos la
causa de la Comuna, los traidores al socialismo olvidan la
experiencia concreta y las enseñanzas concretas de la Comuna de
París, repitiendo la vieja cantinela burguesa de la "democracia
en general". La Comuna no fue una institución parlamentaria”
Y
añadió:
“La
"libertad de imprenta" es asimismo una de las principales
consignas de la "democracia pura". Los obreros saben
también, y los socialistas de todos los paises lo han reconocido
millones de veces, que esa libertad será un engaño mientras las
mejores imprentas y grandísimas reservas de papel se hallen en manos
de los capitalistas y mientras exista el poder del capital sobre la
prensa, poder que se manifiesta en todo el mundo con tanta mayor
claridad, nitidez y cinismo cuanto más desarrollados se hallan la
democracia y el régimen republicano, como ocurre, por ejemplo, en
Norteamérica. A fin de conquistar la igualdad efectiva y la
verdadera democracia para los trabajadores, para los obreros y los
campesinos, hay que quitar primero al capital la posibilidad de
contratar a escritores, comprar las editoriales y sobornar a la
prensa, y para ello es necesario derrocar el yugo del capital,
derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los
capitalistas siempre han llamado "libertad" a la libertad
de lucro para los ricos, a la libertad de morirse de hambre para los
obreros” (“Tesis
e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del
proletariado”.
V. I. Lenin)
Se
podrá decir que la situación de la Rusia de 1919 era muy distinta a
la de la España de 1975 y efectivamente es así, pero los
comunistas jamás hemos ocultado cuáles son nuestros objetivos y en
esto Lenin no hacía otra cosa que seguir los pasos de Marx y Engels
en “El Manifiesto Comunista”:
“Los
comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e
intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden
alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social
existente”.
Dictadura
política (franquismo) o forma parlamentaria (lo que luego se
instauró), ambas suponían asumir la
pervivencia de la dictadura de clase de la burguesía sobre la clase
trabajadora. Por mucho que una parte de aquella izquierda hablase de
la necesidad de encausar a la oligarquía económica franquista, ello no significaba en sí mismo la exigencia de expropiación del
capital y la socialización
de los medios de producción.
Habrá
quien suelte como arma arrojadiza aquello de las condiciones
objetivas y las subjetivas, pero lo cierto es que cuando se colocaron
en primer lugar las demandas democráticas en relación al Estado, se
estaba viajando a ninguna parte con la mirada puesta en el hemiciclo
parlamentario de la burguesía y en la posibilidad de entrar en él.
Habrá
quien diga también que las demandas democráticas hubieran podido
abrir el paso a reivindicaciones superiores. Con ser cierto que
a la clase trabajadora le son útiles las libertades burguesas para
disponer de un mayor grado de “movilidad” para expresar sus
reivindicaciones, no lo es que tal tesis es una simple falacia.
En ningún país del mundo en el que se respeten los límites legales
y jurídicos que impone el Estado burgués se ha transitado hacia
otro sistema económico socialista. Dos años antes de la muerte de
Franco, el fin del gobierno de la Unidad Popular chilena, por un
golpe de Estado militar, comprobó en sus propias carnes en qué acababa la “ilusión
democrática”.
Hoy
sabemos que ni siquiera intentar sujetar y civilizar a la bestia
capitalista, ajustándose al modelo parlamentario de la democracia
burguesa, es posible. Que se lo pregunten al gobierno venezolano. Es
lo que tiene contemporizar con el capital y no acabar con su dictadura de clase. En
palabras de Lenin, “salvo el poder, todo es ilusión”. Ocupar el Estado no es tomarlo ni tener el poder sino el gobierno.
En
el fondo detrás de tales posiciones políticas, se asuman desde
posiciones reformistas o de “ruptura política”, hay una
concepción neutral del Estado, según la cuál se supone que el
margen de maniobra es muy grande, tanto a la derecha como a la
izquierda. Pero esa es, de nuevo, una falacia reformista que pretende
ignorar que el Estado tiene siempre una naturaleza de clase y que en
una sociedad capitalista, el Estado es siempre un Estado burgués, mientras no se destruya para sustituirlo por un Estado de clase
distinto, el de los trabajadores:
“Si
te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que
expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer
pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como
venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla” (Carta de Karl
Marx a Ludwig Kugelmann)
Y
es que ésta es una condición indispensable, aunque no suficiente si
no se toma, a su vez, el poder en las empresas para transformar la
sociedad en un sentido revolucionario.
A
la muerte del dictador gran parte de la llamada “izquierda radical”
e incluso, en un primer momento” de la abiertamente reformista
(PSOE, PCE) asumió un discurso “constituyente”.
Lenin
fue, al respecto de los planteamientos constituyentes, muy claro:
“La
república democrática es la mejor envoltura política de que puede
revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar esta
envoltura, que es la mejor de todas, cimienta su poder de un modo tan
seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de
instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática
burguesa, hace vacilar este Poder” (“El
Estado y la Revolución”. V.
I. Lenin)
No
se trata de negar las demandas democráticas que defendían los
rupturistas pero colocarlas como exigencia principal frente a un
programa de clase es tan reformista como las posiciones de quienes no cabe dudar que sí son reformistas.
Y
es que la apelación al Estado burgués, se revista de dictadura o de
democracia burguesa, de monarquía o de república, como eje
principal de acción política, es asumir de hecho que la
lucha no está tanto en trabajar para agudizar las contradicciones
del capitalismo como en arrancar reformas o cambios al Estado
burgués. Esto después de 1789 hubiera debido quedar claro.
Pues
bien, hoy organizaciones que
incluso como reformistas son más que moderadas, Podemos e IU, donde
una ha renunciado abiertamente a un discurso de clase (la “gente”)
y para la otra es terminología hueca a la que contradice su práctica
diaria, reclaman abiertamente el mismo “proceso constituyente”
que abrió en su día la Asamblea Nacional francesa y que pretendió
en su momento gran parte de la llamada izquierda radical española. Y ello lo hacen en un momento en el que la crisis del
capitalismo golpea más duramente incluso que en la transición sobre
las conquistas históricas de la clase trabajadora, creando unos
niveles de pobreza entre nuestra clase que no recordábamos quienes
tenemos menos de 60 años.
¿Es ese el discurso que necesita la clase
trabajadora?, ¿de
verdad creen estos vendedores de “ilusión” que cambiar aspectos
concretos del Estado burgués, sin que éste cambie su naturaleza de
clase, transforma
algo que no sea la mejora de su estatus como profesionales bien
pagados de la maquinaria institucional del capitalismo? ¿De
verdad cree esa Coordinadora 25S que su convocatoria “Ante el Golpe
de la Mafia, Democracia”, tiene algo que ver con las necesidades
reales de la clase trabajadora? ¿Es
que su patético reformismo no se ha dado ya de bruces en Grecia? ¿Acaso
su “proceso constituyente” habla de algo que no sea de una crisis
del régimen del 78, jugando
a confundir al personal para que olvide que el régimen que, de
verdad nos golpea, es el capitalista y que la mera fachada
institucional, a la que se aprestan a dar un lavado de cara, no es
otra cosa que su “consejo de Administración”, en palabras de
Marx?
La
charlotada del próximo día 29 de Octubre servirá para algo,
ciertamente. En primer lugar, para que algunos se desahoguen, con un
efecto similar al que tendría hacerlo en un campo de fútbol. El
segundo para que se evidencie el divorcio real existe entre sus
demandas democráticas y el abandono al que los demandantes de las
mismas han sometido a los trabajadores. Renuncian a plantear la
cuestión en términos de clase y a oponerse al vigente sistema
capitalista, apuntando a la cuestión de fondo, la sobreexplotación
de nuestra clase y el asunto de la propiedad de los medios de
producción.
Gobernase
quien gobernase, aceptando las reglas del juego de la legalidad
burguesa, los nuevos sacrificios que se seguirán imponiendo a la
clase trabajadora sólo podrán ser combatidos desde una política
clasista y organizándonos de forma absolutamente independiente de
cualquiera de las fracciones políticas que hoy representan al
capital (inmovilistas, reformistas y pseudorupturistas). Es
fundamental reorientar las reivindicaciones hacia la lucha contra
este sistema de dominación económica, sin olvidar las necesidades
inmediatas de los trabajadores, que no se reducen a echarles unas
migajas o a transmitir el falso mensaje de que se limita el alcance
de los recortes por supuestos acuerdos entre distintos grupos
parlamentarios.
Quien siga esperando cambios que vengan del
parlamentarismo burgués volverá a desilusionarse y a ser cómplice
del retraso en la organización de la clase trabajadora para
recuperar la iniciativa en la lucha por su emancipación.