Deportaciones gitanas en el siglo XX |
Eduardo Febbro. Página/12.
Los han perseguido por toda Europa, los siguen acechando y no siquiera el territorio de las palabras los protege de la infamia. El diccionario de la Real Academia Española asimila la palabra gitano con una connotación despreciativa, como si el hecho de ser gitano implicara “engaño” o una negatividad en potencia. Perseguidos, discriminados, expulsados y excluidos, en Europa los gitanos son objeto de un permanente e implacable acoso. Suecia acaba de admitir oficialmente que, durante el siglo XX, llevó a cabo una política de segregación contra los gitanos, quienes eran vistos como “incapacitados sociales”. Entre los años ’30 y ’70 el Estado sueco llegó incluso a esterilizar a las mujeres gitanas. El señalamiento y las políticas represivas contra los gitanos están hoy en pleno auge. En Europa occidental, Francia, Gran Bretaña y Alemania los tratan con mano de hierro mientras que en Europa del Este países como Hungría, Eslovaquia y la República Checa han llegado a un menosprecio racial extremo. En Gran Bretaña, los gitanos son regularmente expulsados de los terrenos donde viven, en Alemania el gobierno de la canciller Angela Merkel prepara un dispositivo destinado a que los romaníes –principalmente rumanos y búlgaros– no permanezcan más de seis meses en el país si no encuentran trabajo. En cuanto a Francia, desde que el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy se comprometió en 2010 a desmantelar los campamentos gitanos, las operaciones policiales y las expulsiones no han cesado. En 2013, el gobierno socialista de François Hollande desalojó a cerca de 21.000 gitanos de los terrenos que ocupaban.
Deportaciones gitanas en el siglo XXI |
Las tensiones se agudizaron tanto más cuando, en 2010, la ampliación de la UE a los países del Este incrementó la circulación de gitanos. 8 por ciento de la población húngara es gitana, 9 por ciento de la eslovaca, 10 por ciento de la búlgara, y 9 por ciento de la rumana. En Francia hay 400 mil (0,6 por ciento de la población), en Argentina 300 mil y en Brasil 800 mil. Según la Unión Romaní Internacional, en América latina habría poco más de un millón y medio de gitanos. Durante un coloquio organizado a principios de abril en Bruselas por la UE, Viviane Reding dijo que “la vida cotidiana de los gitanos empezaba a mejorar”. Nada es menos seguro. En París, la familia Muntean lleva años en busca de un departamento: “Es lo mínimo y lo imposible”, dice el padre. Los expulsaron en 2010 del terreno donde vivían (Sarkozy), estuvieron un tiempo en locales prestados por asociaciones, luego vivieron en una carpa en plena calle hasta que la policía los desalojó. Terminaron en un hangar perteneciente a la Municipalidad de París, pero el municipio hizo un juicio para sacarlos de ahí, además de las varias intimaciones que recibieron para dejar el territorio francés. De hecho, los gitanos que provienen de algunos países de la UE no gozan de los mismos derechos que otros ciudadanos de la Unión. Si son oriundos de Rumania o Bulgaria, su estatuto está sometido a las medidas de adhesión transitorias de esos países, lo que tiene como consecuencia limitar los oficios que pueden ejercer y el tiempo de residencia legal.
Las condiciones en que, en octubre del año pasado, fue expulsada de Francia Leonarda Dibriani, una estudiante kosovar de 15 años, pone de relieve la inhumanidad que impera en todo lo que hace a los gitanos. Leonarda fue detenida cuando participaba en una excursión escolar con sus compañeros del Colegio André Malraux, de la localidad de Pontalier, al este de Francia. La policía la fue a buscar al autobús, la hizo bajar frente a todos sus compañeros y luego la expulsó por no tener papeles junto a su madre y sus cinco hermanos. Ser nómada, vivir en casas rodantes, exponer los orígenes de otras culturas infunde miedo. Objeto de mitos, odios y supersticiones absurdas, los gitanos conforman una minoría contra la cual, a lo largo de los siglos, los poderes políticos se han ensañado. Allí donde van sufren un proceso feroz de aislamiento y desintegración. En Hungría, los hijos de gitanos son escolarizados mayoritariamente en escuelas para deficientes mentales.
Paul-Marie Couteaux, candidato del partido de extrema derecha Frente Nacional en el distrito 6 de París, en las elecciones municipales de finales de marzo y principios de abril, tiene muy claro lo que quiere hacer con ellos: pretende concentrarlos “en campos” y califica la presencia de los gitanos en su barrio como una “lepra” que “afea la estética de París”. Excluidos de la vivienda, de la educación y del trabajo, los romaníes no tienen muchas opciones al alcance. Por eso, en buena parte, montan campamentos para vivir, con lo cual se crea una suerte de villa miseria improvisada en localidades donde hay terrenos libres. Y allí se enciende otro foco de represión y menosprecio: “Vivir con una villa miseria al lado es tener delante de los ojos una miseria intolerable, así como los comportamientos ligados a la miseria. El romaní no es espontáneamente un ladrón o sucio, pero vivir en una economía de supervivencia puede acarrear comportamientos eventualmente delictuosos”, cuenta el doctor Laurent El Ghozi, miembro de Romeurope.