NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Creo discutible la tesis económica que da título a
este artículo, la de que se ha agotado el período de crecimiento de los países
latinoamericanos –independientemente de su signo, algo que reconoce el autor:
que afectaría a todos los países exportadores de materias primas- ya que todos
los indicadores económicos así lo señalan.
Por otro lado, creo que ese menor crecimiento o
incluso, en algunos casos (Brasil) entrada en recesión, afectará políticamente
de un modo especial a los países del llamado socialismo del Siglo XXI
precisamente porque se producirá un retroceso –derivado de una menor liquidez- en
las políticas redistributivas de la renta nacional, salvo que toquen algo que
aún no han hecho: la propiedad privada de los medios de producción; es decir,
que socaven la naturaleza de un sistema que se habían limitado a hacer menos
injusto, lo cual es mucho con la que está cayendo contra la clase trabajadora y
las populares a nivel mundial. Las clases trabajadoras y populares de los
países con gobiernos de derechas no conocerán demasiados recortes de una
redistribución que no se ha producido en estos años, por lo que es previsible
un mayor grado de conformismo en ellos que en los anteriores, a pesar de la
depauperación que puedan experimentar sus clases oprimidas. Ello no quiere decir que no se produzcan tensiones sociales en los países dirigidos por gobiernos de derechas. Méjico es un caso paradigmático de un alto nivel de movilización y protesta, a pesar de una izquierda que cada vez renuncia más a serlo.
En cualquier caso, comparto plenamente que el
imperialismo y los capitalismos locales, la derecha política y sus voceros
mediáticos están aprovechando dicha situación para golpear contra la
legitimidad democrática de estos gobiernos, desestabilizarlos e intentar golpes
de Estado constitucionales (Brasil, Argentina) o directamente violentos (Venezuela). Y
para ello cuentan con el concurso de ciertas “izquierdas radicales” o para
entendernos, y hablando en plata, diversos sectores trotskistas de
Latinoamérica o Europa, lo mismo que en el caso sirio.
La posiciónd e cualwuier revolucionario no debe dejar lugar a la duda. Sin menoscabo de la crítica necesaria, que ha de ser siempre constructiva, mostrar la solidaridad con los gobiernos progresistas de Latinoamérica y denunciar el carácter criminal del imperialismo y sus esbirros locales, allá donde se encuentren.
Sin más, les dejo con el artículo que da nombre a
esta entrada en el blog.
Nils
Castro.
Página/12
Con más pirotecnia ideológica que examen de los
hechos, algunos asiduos columnistas se empeñan en emparejar la llegada de
partidos y dirigentes de izquierda a varios gobiernos latinoamericanos con el
recién pasado período de alto precio de las materias primas para, enseguida,
engarzar ese presunto dúo con la conjetura de que su enlace fue parte de un
“ciclo” y sentenciar que éste se agotó. Ese esquemático supuesto encierra más
simplezas y errores que otras fantasías de su género.
Para empezar, ¿de dónde sacan que el lapso
transcurrido desde la primera elección de Hugo Chávez a la probable reelección
del kirchnerismo constituye un “ciclo”? Lo reiteran sin sustentarlo. Evaden
decir en relación con cuáles otros ciclos previos y probables ciclos
subsiguientes, sus formas de sucesión y las conclusiones prácticas del caso. A
falta de mejor análisis de los procesos involucrados, pareciera que la
palabrita se reitera por el barniz doctoral que le presta al elemental
razonamiento que yace tras ese esquema.
Tales columnistas pasan por alto que el boom de
las commodities igualmente abarcó México, Colombia o Perú, asociándose a
gobiernos del opuesto signo político (y, en Perú, con la traición por la cual
el gobierno electo gracias a su programa “progresista” enseguida saltó al otro
bando). Además que en otras naciones, como Honduras o Paraguay, el mismo boom
acompañó a sendos golpes de derecha. No hay pues tal vinculación del precio de
las materias primas con el “progresismo”. Lo que sí hubo fue un buen
aprovechamiento de sus beneficios para resolver problemas sociales allí donde
la izquierda gobierna, versus su apropiación privada en los otros países.
El siguiente descubrimiento de dichos analistas es
que la caída del precio de las materias primas anticipa graves problemas, pues
afectará las políticas sociales impulsadas por los gobiernos “progresistas”. En
consecuencia, su base de apoyo desertará hacia la derecha en las siguientes
elecciones. ¿Es que acaso los actuales gobiernos de derecha estarán exentos de
consecuencias? ¿Hacia dónde emigrarán sus bases?
Acto seguido, afirman que esta inminente crisis
será oportuna para salir del modelo actual, pero no para salir del capitalismo
sino del modelo extractivista de prosperar mediante la exportación de
commodities. Lo podrá lograr emprendiendo las reformas estructurales no
realizadas o iniciadas con demasiada timidez. Pero evitan decirnos cómo esas
reformas podrán realizarse y sostenerse en países donde la izquierda llegó al
órgano ejecutivo pero carece de control sobre el judicial ni el parlamentario,
ni donde ella es minoritaria en los gobiernos locales.
Especialmente, donde ese acceso de la izquierda al
gobierno no resultó de un proceso revolucionario, sino apenas del rechazo de
muchos electores a las consecuencias sociales de la pasada arremetida
neoliberal, y de su repudio a los políticos tradicionales que la implementaron,
sin que aún esos electores estén dispuestos a asumir los costos y riesgos
–inmediatos y de mayor plazo– de un asalto popular al poder.
Los gobiernos “progresistas” latinoamericanos
llegaron al gobierno –que no al poder– a través de procesos electorales ganados
a despecho del sistema político vigente, dentro de las reglas establecidas por
el régimen oligárquico y neocolonial. Asumieron gobiernos que estaban en graves
problemas financieros, a la vez que comprometidos con sus electores a resolver
las mayores urgencias de la población.
Nada fue más oportuno que aprovechar el boom para
obtener recursos con qué instrumentar las necesarias inversiones sociales;
sabiendo que paralelamente tocaba mejorar las reglas y políticas ambientales y
obtener o crear otras fuentes de recursos para impulsar un desarrollo más
incluyente y equitativo. Obviamente, de país en país los resultados han sido
desiguales, puesto que son realidades y procesos históricos y políticos
diferentes. Llamarlos “progresistas” es apelar a un comodín lingüístico que
–como el de “populistas” que las derechas prefieren– es suficientemente
indefinido para abarcar esa heterogenidad. Pero el afán de imponerle una
definición común no expresa un interés académico útil sino ganas de enrevesar
los términos del asunto y contraponer al “progresismo” con la “auténtica”
izquierda, en vez de buscar complementarlos.
Entre esas experiencias no han faltado errores y
hasta retrocesos. Pero nadie puede negar los inmensos progresos obtenidos en
materia de lucha contra la pobreza, derechos ciudadanos, empleo y seguridad
social, etc. Como, asimismo, lo ganado en recuperación de soberanía y creación
de mecanismos de solidaridad y cooperación latinoamericana. Sin que tal cosa
implique que eso basta, nunca América latina había sido tan independiente y
autodeterminada como ahora. Aunque para esos comentaristas esto no satisface lo
que ellos reclaman que otros realicen, para la enorme mayoría popular esta ha
sido una experiencia extraordinaria.
Por eso mismo hoy confrontamos una poderosa
contraofensiva de las derechas y sus mentores transnacionales para desacreditar
y remplazar esos gobiernos. Ese esfuerzo ha conllevado multiformes inversiones
en renovar los recursos políticos y lenguajes mediáticos de la derecha,
incluyendo reciclar los métodos que antes sirvieron para justificar el
derrocamiento de Salvador Allende e imponer la contrarrevolución neoliberal en
su país. Esa contraofensiva sobresale entre las noticias de cada día en toda
Latinoamérica; pero dichos columnistas no la ven o procuran omitirla.