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31 de enero de 2012

¿QUÉ TEORÍA?, ¿QUÉ CRISIS? Y ¿QUÉ PODER?

Iñaki Gil de San Vicente. Tercera Información


Hoy vamos a debatir en esta Venezuela tan vibrante algunas ponencias sobre el contexto mundial. Debido al poco tiempo disponible voy a hablar casi telegráficamente para poder explicar que no podemos realizar un buen análisis del contexto si no utilizamos el método marxista, si no utilizamos la teoría marxista de la crisis y si no fijamos el objetivo de la toma del poder, según lo explica la teoría marxista de la revolución.

1. Un comentario generalizado dentro de las organizaciones internacionales del capital, de la gran banca, de los Estados imperialistas, de la prensa burguesa especializada, es que apenas se sabe nada seguro sobre qué está ocurriendo en la actualidad, sobre sus causas, su duración y su desenlace. Recordemos que cuando estalló la crisis financiero-inmobiliaria en el Japón de 1990 se nos dijo desde la pomposa “ciencia económica” que aquello pasaría pronto, que era un simple “catarro” de la entonces segunda economía del mundo. Recordemos que la crisis de los “tigres asiáticos” de 1997 fue negada como tal por el FMI. Recordemos que el argentinazo de 2001 sorprendió hasta a dios, y que la crisis actual crisis iniciada en 2007 ha sido negada como tal hasta prácticamente 2009 o 2010. Hemos recurrido sólo a unos muy pocos y recientes ejemplos del estrepitoso fracaso de la “ciencia económica”. Ahora mismo, aparte de constatar la gravedad de la situación, la intelectualidad burguesa no sabe realmente qué es lo que sucede. Pero no creamos que lo sabe el reformismo, de hecho el fracaso teórico y político del reformismo es aun mayor, si cabe, que el del imperialismo. Recordemos que fue el reformismo el que elaboró o ayudó a elaborar las famosas “nueva economía”, “economía inmaterial”, “economía de la inteligencia” y otras que venían a decir que el capitalismo había superado las crisis para siempre, que eran cosa del pasado, que nunca volverían a producirse.

Por tanto, no estamos sólo ante una crisis sistémica, también estamos ante una crisis de la “ciencia económica” burguesa, que es una ideología destinada a ocultar la realidad objetiva de la explotación asalariada. Este punto es central para definir el contexto mundial ya que no debemos abordarlo exclusivamente desde un economicismo mecanicista, sino a la vez desde el fracaso histórico del pensamiento burgués. Tomar conciencia de este hecho nos vacuna contra la superficialidad y la unilateralidad ya que nos pone ante una lección histórica: las clases propietarias de las fuerzas productivas son tanto más inhumanas y salvajes cuanto más ignorantes y ciegas son, porque entonces ni siquiera prestan oídos a las propuestas reformistas que siempre quieren ayudarles, sino que más temprano que tarde terminan recurriendo a la violencia reaccionaria más atroz.

Si ha fracasado la “ciencia económica” ¿a qué teoría explicativa debemos recurrir? El marxismo se enfrenta a la ideología burguesa en todo, pero especialmente en cuatro puntos irreconciliables: uno, la teoría de la explotación asalariada y de la economía en general; dos, la teoría del Estado, de la democracia y de la violencia en general; tres, la teoría del conocimiento, la dialéctica materialista; y, cuatro, la teoría ética y moral. Se trata de un choque frontal, inevitable y obligado, sobre todo en los períodos de crisis sistémica como el actual. Hasta no hace mucho, la casta intelectual había jurado que el marxismo era un cadáver putrefacto. Ahora incluso sectores de esta casta empiezan a citar a Marx descontextualizándolo, pero no al marxismo como corriente rica y compleja, crítica y creativa, para no perder audiencia.

En realidad el marxismo no ha “vuelto” porque nunca se fue. Siempre que exista explotación económica, opresión estatal, dominación cultural y miseria ético-moral, además de otras injusticias, el marxismo estará activo porque es la teoría-matriz que explica por qué todas las opresiones por pequeñas que sean, por aisladas que parezcan estar, todas, sin embargo están relacionadas entre sí mediante una dinámica interna, un hilo rojo que las recorre y conecta por debajo de la apariencia inmediatamente visible, y eso que las une no es otra cosa que la propiedad capitalista de las fuerzas productivas. Por eso el marxismo afirma contundentemente que las crisis resurgirán una y otra vez siempre que siga existiendo el capitalismo, como sucede ahora mismo. El contexto actual vuelve a certificar la validez científico-crítica del marxismo. Pero el marxismo es la única concepción del mundo, la única praxis, que reafirma y asume que su destino es desaparecer, extinguirse a la vez que se extingue y desaparece el capitalismo, que es su causa. Después, con el avance del socialismo al comunismo surgirá una nueva forma de ser humano, con un pensamiento que ahora no podemos ni imaginar.

2. Las primeras interpretaciones de la crisis, entre 2007 y 2009, echaban la culpa a los préstamos de “mala calidad”, a la insolvencia de la gente pobre, explotada, que se había dejado llevar por su afán consumista sin disponer de recursos para devolver la deuda. Más tarde, bajo la presión de los hechos, se añadió la responsabilidad de los banqueros “irresponsables” y hasta corruptos, y, por último y en general, a la “mala gestión” financiera. Verdades a medias destinadas a ocultar la responsabilidad última, la del capitalismo en cuanto tal. No se podía ni debía criticar la raíz del mal: la propiedad privada, y por ello había que recargar la culpa en diversas expresiones de la personalidad humana tal cual la entiende la burguesía, o sea, una interpretación psicologicista, biologicista, esotérica e idealista. De la misma forma en que se habla de la “mano invisible del mercado” -negando el puño de acero del Estado- se recurre también a los “instintos consumistas” y a la “naturaleza humana” cegada por el afán de lucro.

Lenin decía que la realidad es tozuda. Los hechos terminaron imponiéndose y se supo que poco antes de otoño de 2007 la CEOE había reconocido que los beneficios mundiales estaban a la baja, pero esta verdad cruda no convenía airearla porque surgirían las preguntas: ¿no confirma eso una de las críticas marxistas al capitalismo, que la tasa media de beneficio tiende a la baja? Era una verdad tan incómoda que la misma burguesía la negó incluso aunque ya la habían descubierto sus dos fundamentales economistas, Smith y Ricardo. La verdad es revolucionaria, decía con razón Gramsci, y por eso el capital necesitaba negarla. Pero la avalancha de verdades rompió todos los diques de censura: la burguesía estaba invirtiendo en masa capitales sobrantes, excedentarios e improductivos en la corrupta ingeniería financiera de alta rentabilidad inmediata y decreciente soporte material; invertía también en masa en el ladrillo, en el cemento, en las armas y menos en industria. La razón es que esta rama productiva daba poco beneficio en comparación con las otras. Y el beneficio máximo en el menor tiempo posible es el dios de la civilización del capital.

A la vez fueron conociéndose más en detalles otras contradicciones que también forzaban a la financiarización y a la baja del beneficio por los sobrecostos y gastos improductivos que generaban a la larga. La crisis energética, ecologista y alimentaria sobrecarga los costos totales y anima a la burguesía a refugiarse en la “economía del cemento” y en el capital ficticio. La crisis de hegemonía política del imperialismo le obliga a multiplicar sus gastos militares para asegurarse los recursos energéticos cada día más escasos, y la crisis de legitimidad del imperialismo occidental en el mundo merma su poder. Estas tres grandes subcrisis, o crisis parciales, venían de antes pero se agudizan con el tiempo e interactúan con la crisis estrictamente económica produciendo una sinergia demoledora. Más aún, estas cuatro subcrisis tienen todas ellas la misma raíz profunda: la lógica del máximo beneficio, aunque se han gestado cada una de ellas con ritmos y en áreas diferentes, pero siempre dentro de la unicidad del capitalismo.

El contexto actual no es sino la síntesis política de la dialéctica de estas cuatro crisis parciales que crean una crisis global superior, más grave que ninguna otra en la historia humana. Hasta ahora, las anteriores crisis estructurales o civilizacionales han provocado revoluciones, contrarrevoluciones y devastadoras guerras mundiales. Las teorías marxistas de la crisis y del imperialismo aportan las herramientas teóricas necesarias para conocer e intervenir en las tendencias que fuerzan el choque mortal entre las contradicciones irreconciliables del capitalismo, aprendiendo que la tendencia a la sobreproducción, al subconsumo, a la desproporción entre el sector I y el sector II, más la presión de la caída tendencial del beneficio medio, hacen que se vaya cuarteando el sistema desde sus bases profundas. Allí donde además este resquebrajamiento se acelera por la debilidad sociopolítica del Estado burgués, allí tiende a reproducirse lo que se define como eslabón débil de la cadena imperialista, aumentando las posibilidades de salto revolucionario.

3. Hablamos siempre de tendencias y de posibilidades, y es que la dialéctica, el materialismo histórico, insisten en el papel crucial de la acción humana, de la lucha de clases y de emancipación nacional en las salidas que puedan tener las crisis sistémicas. La importancia clave de la acción humana, siempre dentro de los encuadres objetivos dados, es la que explica la función del poder de clase, del Estado como centralizador estratégico de las violencias del capital contra el trabajo y de las decisiones socioeconómicas. El marxismo no oculta sus objetivos: acabar con la propiedad burguesa mediante la revolución social que instaure un poder popular y un Estado obrero, defendido por el pueblo en armas. Estado que debe buscar conscientemente su autoextinción en la medida en que se avanza al socialismo.

Pues bien, la tercera característica del contexto mundial es que ha puesto a la orden del día el problema radical del poder. Ninguna de las cuatro subcrisis aisladas, ni menos aún la crisis civilizacional en sí misma, tienen solución democrático-socialista si la humanidad trabajadora no instaura su poder, del mismo modo, pero a la inversa, de que no tienen salida para la burguesía si no refuerza brutalmente su criminal poder, terrorista en última instancia. La lucha de poderes irreconciliables va a adquirir cada vez más rango decisorio porque cada día se va a pudrir más la civilización del capital. La democracia-burguesa, ya muy debilitada desde la anterior gran crisis, la que desembocó en la guerra mundial de 1939-1945, es desahuciada por la clase dominante que gira ostensiblemente a la derecha, a la tecnocracia burocrática, al bonapartismo, al caudillismo, al poder oculto de la alianza financiero-industrial militarizada, con el apoyo descarado y desesperado del fundamentalismo cristiano.

La democracia en abstracto existe sólo en los delirios de algún intelectual idiota y en las mentiras propagandísticas. Sí existe la dictadura encubierta del capital, su sorda coerción que estalla estrepitosamente cuando recurre a la violencia injusta. Frente a esto se yergue el proceso que va del contrapoder popular y obrero a la democracia-socialista y a su Estado, pasando por el doble poder y el poder popular. El contexto actual actualiza la cuestión del poder, de saber qué clase social es propietaria de las fuerzas productivas, la burguesía o el proletariado, porque la irracionalidad capitalista está llevando a la humanidad al borde del desastre. La democracia-socialista, el poder popular y obrero son la única fuerza consciente que puede detener esta marcha desquiciada que mediante una escabechina sangrienta reactive una nueva fase capitalista, hasta su siguiente e inevitable gran crisis. En este contexto nos encontramos luchando a muerte por el comunismo como única alternativa al caos.

30 de diciembre de 2011

POR UNAS IZQUIERDAS QUE NO NOS AVERGÜENCEN

Continuación de “Construir el presente, dibujar el futuro”

Por Marat

“-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
(“Esperando a los bárbaros”. Kostantin Kavafis)

“El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda”
(“Esperando a los bárbaros”. John Maxwell Coetzee)

Los bárbaros de Kavafis y Coetzee no lo son tanto por su fiereza ni por su tosquedad como por el significado original que les atribuyeron los habitantes del decadente Imperio Romano de Occidente: el de extranjeros o extraños a su sociedad.

Si trasladamos esa idea de bárbaros como extraños o ajenos y la extendemos a la estructura social y política, en el declinante Sistema Capitalista de Occidente no hay bárbaros que sean la solución para una sociedad enferma. No existe el sujeto político con voluntad de destruir el conjunto del edificio social, económico y político que, carcomido por dentro, amenaza con sepultar a la sociedad en el derrumbe controlado de sus salas más “dignas” –las que hasta hace muy poco tiempo albergaban sucedáneos de justicia social, igualdad y solidaridad- por parte de los globalistas del Nuevo Orden Mundial para lograr la más descomunal concentración de la riqueza en el mínimo de manos que la humanidad haya conocido.

En un mundo que agoniza, la ausencia de fuerzas que le den fin y que abran paso a otra forma de sociedad más habitable es el más grave de sus problemas porque supone la ausencia de salidas a la terrible expectativa del retroceso colectivo a un nivel en el que las condiciones de vida de la gran mayoría de la sociedad se degraden muy por debajo de lo que comúnmente aceptamos como humanas.

La inmensa mayoría de quienes hoy formulan una crítica al capitalismo lo hacen desde presupuestos económicos y políticos que no suponen una ruptura con el mismo sino un intento de ajuste frente a lo que hoy constituye la psicosis del sistema.

La inmensa mayoría de eso que culturalmente seguimos llamando por inercia las izquierdas hoy no son anticapitalistas, ni aunque se proclamen tal. Se conforman con declararse “antineoliberales”, declaran no a Marx su profeta sino a Keynes su santón. Frente al carácter incendiario de un capitalismo senil pero lo bastante poderoso para convertir a los asalariados en esclavos al borde de la supervivencia, las izquierdas optan por actuar como pudorosas guardesas y amas de llave de un pacto social (1) que ha sido unilateralmente roto por el capital y piden su reconstrucción, negándose a encabezar el llamamiento a una revolución social. Renuncian a declararse liberadas del contrato social al que se han mostrado sumisas durante tantos años del Estado del Bienestar -edificado sobre la pobreza y extracción de la plusvalía al Tercer Mundo- y a levantar un discurso de recuperación de su identidad original que no podría ser otro que la lucha contra el capitalismo.

Son “izquierdas sistémicas” metabolizadas por el Estado del Bienestar, hoy en proceso de voladura, y que corren el riesgo severo de agonizar con su muerte.

Hoy las izquierdas se han convertido en el último bastión conservador de un modo de vida, de unas relaciones sociales de producción, de un tipo de Estado ya quebrados definitivamente por la vuelta al decimonónico Estado liberal que vuelve a ser también Estado policía.

Los enemigos de la clase trabajadora han hecho girar tanto en unos pocos años la tuerca de la opresión económica y social que ya es imposible contar las vueltas de su rosca. Cada nuevo atentado contra las conquistas sociales de los trabajadores entierra en el olvido los anteriores retrocesos. Ante una situación tal, unas izquierdas que se mantienen fijas en el mismo punto, sin aceptar que ya no gestionarán el Estado social de la burguesía porque ésta le ha matado y que su crítica periférica, culturalista, democratista y altermundista es inútil porque no va a la raíz de la vieja/nueva realidad, se convierten, inevitablemente, en derechas reaccionarias; si entendemos por reaccionarias las ideas que pretenden restaurar un estado de cosas anterior al presente. Cuando el enemigo de clase destruye aquello que pactó a cambio de legitimación y paz social, la insumisión y la destrucción de su “orden” social es la única opción progresista legítima.

Pero ¿es cierto que las izquierdas se mantienen fijas en el mismo punto? En esto, como en muchas otras cosas de la vida, es necesario matizar.

Si rebuscamos en las corrientes social-liberales, herederas bastardas de una socialdemocracia que, al menos desde los años sesenta del pasado siglo, se había convertido en gestora del capitalismo, encontramos que en sus principales corrientes ya sólo queda una retórica vacía de contenido en la que es difícil de encontrar rastros de un discurso y de un proyecto que tengan algo de social.

Tomemos el caso de los PPSS que han gobernado hasta hace poco tiempo con la crisis capitalista azotando a las economías de sus países (España, Grecia, Portugal, Gran Bretaña,...en ninguno de ellos están ya en el gobierno, en un mapa europeo gobernado por conservadores y liberales). Han puesto en práctica políticas de recortes sociales y del gasto público y han sido fieles adaptadores de las recetas liberales, aunque en algunos casos con un aterrizaje en las mismas más suave que las derechas. Este matiz, como ya estamos empezando a comprobar los españoles con el Gobierno Rajoy no es poco, en términos de dolor y sacrificio humanos, pero no deja de ser frustrante que esto sea todo lo que nos pueden ofrecer los ex socialdemócratas.

Cínicamente, en cuanto pierden el poder empiezan a hablarnos de la necesidad de políticas expansivas y de inversión pública, de recuperar “una defensa clara de las políticas socialdemócratas”, ¡cómo si no la hubieran dejado de ser socialdemócratas muchos decenios antes de la crisis capitalista! ¿Cuánto tiempo hace que desaparecieron de los programas de la socialdemocracia el internacionalismo de clase, la nacionalización de la banca, la socialización de los medios estratégicos de producción y la participación de los trabajadores en las decisiones de gestión de los mismos? Esa era la socialdemocracia original y no todo el resto de basura impuesta en su nombre. El nombre socialista en esos partidos es hoy un sarcasmo que ofende a las personas decentes de izquierda. El arrepentimiento posterior a las políticas que primero pusieron en práctica es la cantinela a la que el mundo de la Internacional Socialista nos tiene acostumbrados, quizá un viejo residuo del hipócrita trámite del examen de conciencia previo a la confesión católica. Pero la estrategia para hacerse perdonar sus desmanes anteriores se agota cuando el capitalismo globalizado se ha merendado las últimas migajas que quedaban por redistribuir y ya no queda nada social que ofrecer ni que redistribuir.

Derecha liberal o conservadora e “izquierda” socialiberal, sola o en combinación con progresistas, excomunistas o verdes, alcanzan gobiernos no por sus programas sino por hartazgo del partido/s que está/n hasta ese momento en ellos. La cuestión programática es un asunto absolutamente banal porque ni se cumple ni marca nunca diferencias sustantivas respecto al “modelo de sociedad” y casi siempre tampoco frente a las terapias ante la crisis planteadas por la derecha oficial. La democracia se ha convertido no en el medio de elegir al gobernante sino, por desgracia, como decía el ultraliberal Karl Popper de “quitarse de encima los Gobiernos insoportables”. Poca cosa si los nuevos van a seguir haciendo más o menos lo mismo.

En el momento presente la corriente política que conforman los PPSS es un barco a la deriva, que ha perdido el timón, el palo mayor y tiene una profunda vía de agua en su costado. Pero discuten de cosas tales como qué rostro de timonel será más atractivo para la marinería, la recentralización de la democracia en su discurso, cómo retomar la cuestión de la igualdad -ahora que han perdido la oportunidad de ponerla en práctica desde sus gobiernos- cómo comunicar mejor a la sociedad, o cómo estar más cerca de ésta, aunque no tengan nada nuevo que ofrecerle. Los “expertos” politólogos de su órbita aluden a también a cuestiones relativas al marketing político: el perfil de un partido moderno del siglo XXI en una sociedad compleja, la elaboración de un discurso propio de un partido solvente, serio, riguroso, y la discusión del proyecto y del modelo de partido. Bla, bla, bla. Bazofia intelectual que avergonzaría a un estudiante de 1º de Ciencias Políticas y les aseguro que el temario es de lo más generalista y de baja exigencia formativa.

En cuanto a los excomunistas y a sus marcas electorales, muchos de los cuales mantienen el nombre en sus organizaciones, y a la mayor parte de la “izquierda radical” que se hace llamar a sí misma “alternativa”, quizá más por su deseo irrefrenable de serlo electoralmente frente a los primeros que por ofrecer una alternativa al capitalismo, se encuentran mucho más cerca de la crítica al capitalismo desde planteamientos neokeynesianos –rezan con ungida devoción a los Galbraith, entre los difuntos santones económicos, y a los Navarro, los Torres López, los Stigliz o los Krugman, los Lapavitsas,... entre los vivos, todos ellos reunidos en santo recogimiento por la reformista ATTAC- que desde el marxismo. Marx queda para ambos como un recurso para subir ocasionalmente el tono izquierdista pero se alejan de él avergonzados ante el primer señalamiento como seguidores de un pensamiento “desfasado” por parte de cualquier analfabeto político que les reproche su falta de “modernidad” o les exija un discurso que integre “lo nuevo”.

Señores excomunistas y también de la “izquierda radical” de la que luego hablaré, Keynes no era un socialista. Simplemente era un economista capitalista que buscaba incrementar la eficiencia del capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad mediante la intervención pública. ¿Es eso lo que pretenden ustedes, incrementar la eficiencia del capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad? Nos ahorraríamos mucho esfuerzo en saber qué queda en ustedes de izquierda conociendo su empacho keynesiano.

¿Qué ha aportado la corriente excomunista a la idea de la izquierda en los años anteriores y en los actuales de la crisis? Poca cosa propia, salvo la de intentar convertirse ellos mismos en los auténticos socialdemócratas, en la vieja idea de ocupar los espacios que los social-liberales dejan vacíos, lo que no deja de ser un viraje hacia su derecha.

No es original ni propio el copia y pega zafio y oportunista de hacer suyo el discurso “indignado” de “democracia frente al capitalismo financiero” (no socialismo frente al capitalismo global, ¿o es que el capitalismo financiero no es parte del capitalismo como sistema general), “revolución ciudadana” (no de clase) el uso abusivo del término “ciudadanos”, auténtica amanita faloides que envenena el concepto de clase social, disolviendo la lucha de clases en una macedonia ideológica en la que el enemigo se escamotea porque desaparecen tanto éste (la burguesía capitalista) como el sujeto social que ha de combatirlo, unidos ambos en una misma categoría “cívica”. ¿Tanto alejarse de la revolución de 1917, por eso de ser modernos y actualizar el discurso, para acabar retrocediendo hasta la Revolución de 1789? Si al menos hubieran adoptado la posición ideológica de los sans-culottes o de los cordeliers cabría pensar que aún puede esperarse de ellos algo provechoso para la izquierda, aunque fuera retrocediendo más de 200 años

¿Ignoran estos excomunistas que la categoría “ciudadanos” ha sido esgrimida por la derecha política y económica desde hace muchos años antes de la crisis capitalista para oponerla al de trabajadores? ¿Acaso desconocen cómo se han empleado a fondo desde esa derecha para desacreditar el ejercicio del derecho a huelga por parte de cualquier colectivo de trabajadores con capacidad de presión para defender los sacrosantos “derechos de los ciudadanos”? No les vendría mal la lectura de un libro muy esclarecedor y oportuno al momento actual de cómo se antagonizan los conceptos obrero-ciudadano. Escrito hace unos veinte años, el libro del tristemente desaparecido sociólogo comunista Andrés Bilbao, es“Obreros y ciudadanos. La desestructuración de la clase obrera”. Quienes tuvimos la fortuna de ser alumnos suyos nunca olvidaremos su rigor analítico, su compromiso político, su brillantez y su capacidad de aportar renovación al marxismo sin restarle un ápice de su contenido revolucionario.

Si hablamos de ese espacio político de difícil delimitación llamado “izquierda radical” o “izquierda alternativa”, en el que a título individual hay quienes se declaran comunistas pero raramente lo hacen sus organizaciones, tenemos un espectáculo devastador: gentes que se identifican políticamente con intelectuales que justifican los pasados bombardeos a Libia, economistas keynesianos de referencia como en el caso de los excomunistas, ideólogos que hablan de la transición al socialismo pero escamotean la idea de la toma del poder, militantes influidos por la izquierda postmoderna tipo Negri, Halloway, Hard, Slavoj Žižek, Guy Debord y los restos del naufragio situacionista. Cuando se nace al calor del 68 francés se acaba, como él, en el culturalismo de una ya vieja y aún más estéril postmodernidad. Deletérea formación político-ideológica en la que el texto descontextualizado sustituye al seminario de formación y la Universidad de Verano a la formación continúa y abierta a todo tipo de textos, sin restricciones, y no a los del marco teórico previamente establecido. Trotsky, Gramsci o Rosa Luxemburg sólo son para ellos referencia a la que acudir como principio de autoridad.

La izquierda postmoderna se alimenta de artículos autorreferenciales en lo ideológico, en la mayoría de los casos de escasa imbricación entre teoría y praxis, donde el brillantismo artificioso y la finta dialéctica sustituye al valor práctico de la tesis. Aquí sí que el arma de la crítica ha reemplazado a la crítica de las armas, corrigiendo a Marx en su tesis sobre Feuerbach, pero por exceso de teoricismo vacío.

No hay teoría de partido de vanguardia pero tampoco de partido de masas, no hay propuesta revolucionaria sino programa político reformista, no hay teoría económica marxista –seamos justos, quizá porque hay muy pocos economistas marxistas solventes en la actualidad- sino recurso a la nomenclatura de profesores keynesianos ilustres de universidades USA y asesores de fundaciones tipo Eleanor Roosevelt o de catedráticos de políticas públicas.

En este caso sí puede decirse que sin pensamiento revolucionario no hay acción revolucionaria y no la hay porque tampoco la esperan de verdad en ese entorno. Precisamente por ese motivo no se esfuerzan en anticiparla desde el pensamiento.

Al colmo de la degradación ideológica en un ámbito próximo a la izquierda radical llegamos cuando alguno de los intelectuales orgánicos de ese territorio político destaca tres grandes retos del socialismo: el machismo –lo será de la civilización humana, más que particularmente del socialismo-(la acotación entre guiones es mía), el carnivorismo (¡¡¡¡¡!!!!!) y el agonismo (¿¿¿¿¿??????). ¡Pa´habernos matao!

Algún día alguien debería hacer un análisis de cómo la influencia ideológica de sectas de diseño New Agee, místicos, conspiranoicos y otras especies integrantes de la fauna indignada ha dado en dañar la capacidad intelectual de gentes de izquierda que hasta poco antes sostenían un discurso mucho menos errático y más consistente.

A través de esta contaminante relación entre lo que debiera ser agua y aceite hemos visto cómo la izquierda radical integraba categorías conceptuales, aparentemente mediaciones entre el pensar y el hacer, que no aportan nada al proceso de la lucha de clases sino que más bien la desvirtúan al aparecer estos - transversalidad, horizontalidad, rechazo de los liderazgos, “ser inclusivo”- como valores “per se” de lo que ese mundo llama “lo nuevo” en lugar de los elementos impulsores de la conciencia, las vías de derrota del capital y la definición de la utopía que se busca. Lo medial es importante para lograr un objetivo, e incluso puede definirlo en parte, pero está siendo utilizado como narcótico de entretenimiento porque centra en ello el núcleo del debate político, cuando la clave está en cómo salir del capitalismo y hacia que sociedad avanzar, aspecto estos que se escamotean sistemáticamente.

En realidad, casi todos esos elementos son partes de la construcción de un sujeto colectivo amorfo ajeno a la identidad de clase en el que cabe el “ciudadanismo” integrador de todas las contradicccones sociales. Que nadie se engañe: transversalidad y “ser inclusivo” son la trampa del interclasismo- La horizontalidad es un corrector de lo vertical pero no la forma de organización pura de la democracia ni de la toma de decisiones. La delegación y la representación son formas permanentes de cualquier organización compleja y la sociedad actual lo es. Aunque la idea del rechazo al liderazgo tiene un origen progresista –el anarquismo- es necesario ya desmontar su falacia: todas las figuras emblemáticas del pensamiento libertario han marcado de uno u otro modo su impronta, bien como dirigentes, bien como intelectuales o pensadores del mismo, bien como ambas cosas y ello los ha hecho líderes. Que no lo sean en el sentido vertical organizativo no significa que sus tesis no se impusieran en muchas ocasiones más por el peso de sus figuras que por las posiciones defendidas.

No diré más de los libertarios. Prefiero dejarles fuera del análisis de las actuales izquierdas políticas, no sólo por su posición frente al Estado sino porque tampoco existe acuerdo pleno entre ellos mismos respecto a si son parte o no de la izquierda.

Por otro lado, tampoco es fácil la discusión con un sector del anarquismo –no todos, sería injusto afirmar tal cosa- después del subidón de asambleitis que los movimientos indignados les han producido. Están demasiado crecidos y despectivos para que los marxistas entremos al debate político con quienes pretenden arrojarnos al museo de la Historia, aquél al que van los que sí la han hecho y han dejado algún tipo de poso bastante más perdurable que alguna primavera. Cuando el 15-M sea un hecho del pasado –parece estar en ese proceso- y el general invierno lleve a los Occupy Wall Street al calor de sus hogares, les veremos probablemente más relajados y quizá sea posible discutir políticamente con ellos de un modo útil para todos.

En cuanto la izquierda comunista más clásica –la mayor parte de la marxista-leninista- mantiene una posición declaradamente revolucionaria y con centralidad en la lucha de clases y el derrocamiento del capitalismo pero le mata el relato. Éste está sobrecargado de un peso de la historia que no le impulsa sino que le oprime, a través de un fetichismo cuasi religioso, unos totems, una retórica y una concepción institucionalizada del socialismo rechazables desde una visión de la política laica y que demanda la participación social en los procesos de transformación. El problema no está tanto en lo que desean de un modo abstracto sino en el modo en que lo formulan y pretenden plasmarlo.

Su seguimiento de la teoría campista –que tuvo su correlato en la teoría norteamericana del “realismo político”de las Relaciones Internacionales- de la época de la Unión Soviética, cuando hoy ya no existen los campos o polos clásicos sino la tendencia a un mundo de poderes multipolar –irrupción de China, India, Brasil junto al papel declinante de Rusia y USA- les lleva a justificar regímenes y mandatarios enormemente alejados del papel progresista que en su día jugó el bloque socialista y que no cumplen un papel reequilibrador del peso del Imperialismo por mucho que sea justo oponerse a la amenaza y la agresión militar imperialista a esos países. El caso más paradigmático de mantenimiento acrítico de la teoría campista se está poniendo en evidencia en la defensa de la figura de un autócrata corrupto como Putin cuando el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero del PCUS, se le opone frontalmente buscando su derrota política en Rusia.

En su fidelidad a la transmisión generacional de un único modo de concebir el proyecto revolucionario presenta una grave incapacidad para asumir que socialismo y libertades democráticas –las que reivindica para su derecho al ejercicio de su actividad política- no son antítesis ni las libertades meras plasmaciones de la democracia burguesa sino elementos indisolubles porque sólo el socialismo es un auténtico régimen democrático –social, económico y político- y no hay auténtica democracia sin la socialización –no la simple estatalización- de los medios de producción y distribución y la libre discusión colectiva sobre el proyecto político.

Su mundo simbólico, su iconografía, la divinización de las figuras a las que rinden culto cuasi religioso, la representación proyectada del mundo que imaginan, su percepción de los procesos históricos como algo ineluctable, casi independiente de la voluntad expresada en las luchas, los convierten en fieles a la doctrina, no al método de análisis y transformación de la realidad –radicalmente laico-, contradiciendo la propia letra de La Internacional -“ni en dioses, reyes, ni tribunos está el supremo salvador”- y hace de ellos compañeros deseables en la lucha pero no en la dirección del proyecto.

Respecto a los verdes lo que tuviera que decir de ellos ya lo ha hecho con muchísima más inteligencia y brillantez Vicente Romano. Los verdes son –y el caso de EQUO en el Estado español es su paradigma más evolucionado- el modo en que un votante que se autocalifica de izquierdas intenta justificar ante sí mismo y ante los demás su giro a la derecha, como dentro del populismo nacionalista español pasa con UPyD. Significativo que ambas opciones sean escisiones por la derecha de izquierdas claudicantes y significativo también del giro a la derecha de la sociedad y de cómo con su actuación política lo han potenciado las izquierdas.


¡Basta ya de avergonzarnos!
Nos avergüenzan las izquierdas a las que el capitalismo y la derecha reaccionaria les ha perdido el respeto y el menor temor, viéndolas no como amenaza sino como inútiles compañeros de un simulacro de enfrentamiento inexistente porque no ofrecen un proyecto de sociedad radicalmente distinto.

Nos avergüenzan porque nos llevan a los trabajadores por un camino de perdición y derrota al habernos desarmado ideológica y físicamente con su falta de voluntad de lucha contra el capitalismo.

Nos avergüenzan las izquierdas que condenan lo que llaman pudorosamente neoliberalismo, cuando es sólo el capitalismo más auténtico frente al que se niegan luchar para derrocarlo y a proclamar con orgullo la superioridad moral del socialismo cuyo nombre les abochorna pronunciar.

Nos avergüenzan las izquierdas porque no creen en lo que dicen defender –justicia social e igualdad- y mendigan un nuevo pacto social que les restituya un “capitalismo de rostro humano” que el propio sistema ya no necesita porque quienes fueron sus opositores se han derrotado a sí mismos.

Nos avergüenzan las izquierdas que nos mienten y ocultan que el capitalismo no tiene salidas que nos devuelvan al momento anterior a esta crisis . Nos avergüenzan con sus espantajos de propuestas keynesianas, más irrealizables que un programa realmente socialista, porque el capitalismo no pacta con quienes desprecia porque no respeta; respeto que sólo puede nacer de las posiciones de fuerza, el único lenguaje que el sistema conoce.

Nos avergüenzan porque no han formado militantes conscientes sino hooligans irracionales ante las mínimas críticas hacia sus formaciones, con un orgullo de partido incoherente con la patética situación de sus organizaciones.


Esperando a los bárbaros
Las ideas de izquierdas necesitan de unos nuevos "bárbaros" –de una izquierda no sistémica- arrojados en la lucha, resueltos en sus decisiones, orgullosos de aquello en lo que creen, dispuestos no a mendigar indignamente un nuevo marco social de relegitimación del capital sino a luchar por derrotarlo.

Necesitamos unas izquierdas que, dentro de toda la actualización que sea necesaria, recuperen lo mejor de las tradiciones combativas que les dieron vida original, su espíritu irredento, insumiso frente al capital, rebelde contra este sistema económico depredador, capaces de asumir que el socialismo no lo heredaremos de un capitalismo senil que ceda amablemente el testigo sino que sólo puede ser construido mediante una revolución que tome el poder político, económico, social, cultural por la fuerza de los hechos.

Necesitamos unas izquierdas que no pretendan gestionar mejor un capitalismo que ya no permite el menor control por parte de los Estados; unas izquierdas que no nos hagan perder el tiempo en programas económicos para salvar un sistema que sólo merece ser destruido a manos de sus víctimas.

Necesitamos unas izquierdas que no teman atravesar el desierto de la incomprensión de amplios sectores de las clases medias y trabajadoras que hoy tampoco las comprenden porque en el mejor de los casos las perciben similares a las organizaciones del sistema.

Necesitamos unas izquierdas que recuperen su función pedagógica y de vanguardia entre las clases trabajadoras, que sean el elemento mediador de su toma de conciencia, que organicen a los trabajadores más allá de su filiación sindical, construyendo el tejido social de una nueva hegemonía de clase.

Necesitamos unas izquierdas que reconstruyan su identidad, que creen la teoría desde sí mismas, no que tomen conceptos ajenos inoculados por quienes nada tienen que ver con un proyecto emancipador: menos ciudadanismo y más clases trabajadoras, menos evolucionismo y más revolución social, menos asambleismo amorfo e interclasista y más democracia de base obrera, menos demanda de vuelta a una “democracia” idealizada que nunca lo fue frente a los “mercados” y más construcción de un programa socialista frente al capital.

Necesitamos de unas izquierdas en las que los social-liberales sean desplazados por quienes estén dispuestos a recuperar el mensaje de la vieja socialdemocracia, no de ese sucedáneo en cuyo nombre cometen sus tropelías.

Necesitamos de unas izquierdas en las que los comunistas que dejaron de serlo avergonzados de sus principios, sean sustituidos por quienes de verdad lo sean, orgullosos de recuperar su mejor pasado.

Necesitamos de unas izquierdas en las que la “izquierda radical” sea izquierda de verdad y no sólo radical al modo sesentayochista y altermundista.

Necesitamos de unas izquierdas en la que los comunistas ortodoxos no le teman a un socialismo que respete y practique las libertades democráticas porque no nos fueron regaladas sino que hubimos de arrebatarlas mediante una dura lucha y el socialismo será democrático o no será.

Necesitamos una nueva generación de sindicalistas honrados, generosos en la entrega, luchadores decididos por los derechos laborales de los trabajadores, combativos en la acción sindical que, desde su trabajo a pie de empresa, barran estos años de ignominia, entreguismo al patrón y pactismo sin más contrapartidas que el bienestar de las castas burocráticas de las estructuras sindicales y el sacrificio y la pérdida de derechos históricos de su base social.

En ese nuevo sindicalismo digno y de combate es fundamental impregnar a todas las formas de lucha –huelga, ocupaciones de empresas y tierras, huelgas de consumo, sabotajes,...- un carácter político y anticapitalista a las luchas que vaya preparando un proceso insurreccional contra el capital y que lleve en su interior el germen de las formas que ha de adquirir la nueva sociedad.

Necesitamos recuperar el espíritu de unidad por la base de las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores en una nueva articulación supranacional que recupere el sentido original que tuvo la I Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores en la que fueron capaces de convivir marxistas y anarquistas del mismo modo en que mañana debieran serlo también auténticos socialdemócratas, comunistas de todas las corrientes y libertarios, desde el respeto mutuo a la discrepancia y la lealtad entre todos los que la conformen.

Los Estados no pueden parar solos, ni coordinados, el ataque de un capitalismo enloquecido (carecen de mecanismos y de poder coactivo y coercitivo sobre el capital globalizado) en su lucha por la máxima concentración mundial del capital y la eliminación de las estructuras políticas, tal como las hemos conocido; de un capitalismo que camina hacia un Nuevo Orden Internacional en el que toda estructura institucional dejará de ser pública y política para ser privada y económica.

Sólo la acción conjunta y solidaria a nivel internacional de los trabajadores del mundo puede parar ese golpe e iniciar un proceso de acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. Porque sólo los trabajadores hacen que el mundo se mueva también pueden pararlo.

Remedando a Pirandello puede afirmarse que no somos seis sino cientos de miles los “personajes en busca de autor” que no hallamos un espacio de militancia organizada en las izquierdas actuales que nos satisfaga pero que podríamos llegar a ser millones si encontrásemos unas organizaciones en las que reconocernos y de las que no avergonzarnos sino sentirnos orgullosos.

Vendrán tiempos mucho más difíciles que los presentes pero sólo si llegan esos nuevos bárbaros –difícilmente del interior de las “izquierdas sistémicas” ya que aunque parte de sus militancias son sanas y luchadoras, la mayoría de sus miembros están escasamente formados y carentes del necesario sentido autocrítico hacia sus organizaciones- será posible una esperanza para la civilización humana que impida nuestra degradación como especie hacia una medievalización tecnológica en la que otros bárbaros –ejércitos y policías privadas neofascistas- impongan no la barbarie de la rebeldía sino el horror de su crueldad y las más groseras formas de opresión sobre los seres humanos.





NOTAS:
(1) Para quien aún le quepan dudas sobre lo que hoy defienden las izquierdas, en el siguiente párrafo del documento colectivo de “Hay alternativas”, de ATTAC España y elaborado colectivamente por Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa, se le aclararán: “la Unión Europea debería reestructurarse según una estructura federal que permitiera un pacto social capital-trabajo a nivel europeo. Tales cambios deberían hacerse con cierta urgencia, pues la propia viabilidad de la Unión Europea está en peligro” (Op. cit. Pág. 178)