SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
17 de noviembre de 2019
EL GOBIERNO DE COALICIÓN SERÁ UN NUEVO ZAPATERISMO: SOCIAL EN LOS SIGNOS, LIBERAL EN LA PRÁCTICA
Por
Marat
A
estas alturas dar especial atención a las incoherencias de Sánchez
y sus insomnios y de Iglesias y sus desconfianzas hacia Sánchez frente al ultrarápido abrazo de Vergara es jugar en
el campo que le interesa al capital y a los partidos que no formarán
gobierno, el de la politiquería, la espuma de los días, en palabras
de Boris Vian, que oculta el movimiento más profundo de las aguas.
Lo
primero que supimos del acuerdo exprés es que no se habló de
cuestiones programáticas. Fue un viejo intelectual político, Tierno
Galván, el que señaló hace muchos años que “las promesas
electorales están para no ser cumplirse”. Pero
cuando ni siquiera tuvieron en la breve campaña electoral del 10-N
relevancia alguna, ni en los mítines ni en los debates televisivos,
y no se planteó en la gran noticia del acuerdo de gobierno de
izquierdas (sí izquierda, porque la izquierda es la realmente
existente, no la que quiere que sea el izquierdista con sentimiento
de cornudo apaleado por ella) cuestión programática alguna,
hubieran debido saltar todas las alarmas desde una perspectiva de
clase. Pero como en la izquierda no existe tal cosa, salvo la de
ciertos sectores de la mal llamada clase media que piensa en clave
ideológica de clase media real, lo que ha sonado es el discurso
conservador del secretario general del PSOE y Presidente en funciones
preocupado por dar estabilidad al país, y una mezcla de “alarma
antifascista” y atención a la justicia social por parte de
Iglesias para explicar las razones por las que ha mutado desde el
sentirse traicionado a asumir, sin tiempo de negociar cuestiones de
relevancia política real, su anhelada entrada en el ejecutivo
“socialista”.
Pero
si no fuera suficiente para desconfiar del programa oculto sobre el
que sin duda hay ya acuerdos, siquiera bosquejados, la carta de
Iglesias a los inscritos de Podemos debiera ser lo bastante
significativa respecto a cuál será la orientación programática
del futuro gobierno de coalición.
En
una especie de encíclica a los fieles, Iglesias ya no afirma que el
cielo se tome por asalto (la expresión de Marx aludiendo a la
necesidad de tomar por la fuerza y destruir el aparato del Estado
burgués para sustituirlo por uno de la clase trabajadora) sino “con
perseverancia” lo que,
traducido al momento político español, significa mediante el BOE o,
lo que es lo mismo, ya no tomando el Estado capitalista sino ocupando
marginal (solo algún ministerio) y temporalmente (lo que da de sí
el período hasta que una crisis de gobierno le saque de él o unas
elecciones les desalojen a ellos y a sus socios) ejecutivo. La vieja
tesis reformista de los Bernstein que en el mundo han sido se repite
cínicamente una vez más.
Concretando
mucho más, Iglesias llega a afirmar en la misiva que "Vamos
a gobernar en minoría dentro de un Ejecutivo
compartido con el PSOE, en el que nos encontraremos muchos
límites y contradicciones, y en el que tendremos
que ceder en muchas cosas"
Meses
atrás, a finales de julio, el Santander (banco) urgía a formar
gobierno, tras el fracaso de la investidura del presidente en
funciones, Sánchez. Al ser éste el único que contaba con alguna
posibilidad de alcanzar el gobierno, las declaraciones del consejero
delegado del banco ("La
certidumbre siempre da estabilidad y favorece las inversiones. Ese
escenario es más fácil con un Gobierno estable que sin Gobierno"),
José Antonio Álvarez, no podían ser interpretadas de otro modo que
como un apoyo tácito al mismo. En ningún momento se pronunció en
contra de que Podemos se integrase en su gobierno.
Que
el PNV, partido de derechas y neto representante de los intereses de
una gran corporación energética como Iberdrola, haya sido uno de
los más activos y entusiastas alentadores de la recién firmada
coalición, junto con los sectores más posibilistas de ERC
(Junqueras y Rufián), la pequeña burguesía catalana, debiera dar
alguna pista de por dónde irán las políticas públicas del futuro
gobierno progresista.
El
propio ex banquero y tecnócrata liberal Macron, a través de una
fuente acreditada del Palacio del Elíseo ha dado sus bendiciones al
acuerdo PSOE-Unidos Podemos: “Todo
lo que vaya en el sentido de la estabilización y la capacidad de
actuar con una mayoría fuerte es más bien un buen signo”. No
le preocupa la entrada podemita en el gobierno Sánchez: “No,
no nos inquieta. Lo más importante es que, en un país que es socio
europeo, haya un Gobierno cuanto antes”. Sigue
la línea de pronunciamiento. El presidente francés sigue la línea
marcada por Bruselas unos días antes: “Lo importante es
que España tenga un Gobierno con plenos poderes cuanto antes”.
Fuentes de la UE concluyen:
“La sensación de urgencia que han querido dar Sánchez e Iglesias
apunta en la buena dirección”.
Este
no es un planteamiento que deba leerse en términos políticos de
izquierda-derecha sino de los intereses antagónicos entre el capital
y el trabajo. Ambas dualidades no son equivalentes porque lo objetivo
(la clase) no se traslada mecánica y directamente a la conciencia
-la cantidad de trabajadores que son de derecha y/o votan a la
derecha lo demuestra- y la izquierda ya no es una corriente de
pensamiento de una clase social concreta, lo que demuestra cuando se
empeña en afirmar que su papel en el gobierno es el de representar a
los intereses del conjunto del país. La derecha lo tiene mucho más
claro. Diga lo que diga sobre esa cuestión tiene muy claro que su
función es la de representar los intereses del capital. La izquierda
hace lo mismo pero lo disfraza tras el discurso del “interés
general”, justo lo que Marx denuncio hace más de 150 años como el
ardid ideológico de la burguesía que presentaba sus intereses
particulares como clase bajo la apariencia de intereses de toda la
sociedad.
Con
todos estos antecedentes cabe sospechar que ni el IBEX es el gran
enemigo de los podemitas, como estos pretenden hacernos creer, ni
estos lo son del capital. El león de Atenas, Tsipras, del que los
sectores de la izquierda que le reivindicaban ya no se acuerda, dejó
bien claros los límites de la acción antiausteridad progre.
Aún
recuerdo a Podemos defendiendo a los “empresarios
patrióticos”,
la pequeña y mediana empresa -como si en ella no se diera el
comportamiento necesario para el beneficio empresarial, la
explotación laboral, casi siempre con mayor desprotección sindical
que en la grande- y a un sujeto que fue dirigente
de Podemos en Madrid y empleado de Botin afirmando que hay
banqueros con sensibilidad social como la saga que desde hace tantos años dirige el
Santander.
Que
después de todo esto, los rebuznos de los parafascistas de Vox y su
chulopiscinas y matón de discoteca Pachá, Abascal, hablen para
gilipollas acusando al futuro gobierno de comunista bolivariano (una
mixtura tan coherente como el agua y el aceite salvo para algún
simple que jamás leyó a Marx) es como para explicarles por el
método expeditivo a ellos y a los escritores de panfletos de La
Razón, ABC, Libertad Digital, Periodista Digital y otros vomitorios
de la extrema derecha que insultar a los comunistas acusando a tamaña
patulea de progre-liberales, con “sensibilidad social”, de tales
no sale gratis.
Será
divertido ver cómo los podemitas y su miniyó, IU-PCE, cabalgan la
contradicción de estar en el gobierno de un partido, PSOE, que lleva
en su programa la mochila austriaca, que se niega a retirar la
reforma laboral (que es la que aplicó Rajoy, no la suya) y la de las
pensiones de Zapatero, que mantendrá el artículo 135 de la
Constitución, introducido por Zapatero para consagrar la prioridad
del pago de la deuda sobre la protección social, que no ha hecho
nada por imponer la regularización (todavía lo está estudiando) de los trabajadores que los
modernillos llaman “riders” (Deliveroo, Glovo,...), que en la
lucha del sector del taxi pasó
la patata caliente de limitar las licencias a las VTC a comunidades
autónomas y ayuntamientos, que
ha lanzado un ERE contra cerca de 900.000 empleados públicos
interinos, que no ha hecho nada para blindar las pensiones (salvo
subirlas este año, sin garantizar su futuro) mediante su vinculación
a los Presupuestos Generales del Estado y el aumento de las
cotizaciones empresariales y que deberá obedecer a los recortes
que el capital europeo ya le está sugiriendo
Si
algo positivo podría aportar el gobierno Sánchez sería la
desinflamación, intentada anteriormente, del problema catalán.
Pero, puesto que ello sería una grave noticia para la derecha y el
capital porque pondría en primer lugar del debate y la preocupación
colectivas la cuestión económica de la desigualdad, la pérdida de
derechos sociales, la pobreza y la precariedad, va a ser algo
enormemente difícil porque necesitan asegurar que las cuestiones de
clase no aparezcan como un tema prioritario. En ello encontrarán
cierta colaboración de la izquierda, que centrará su agenda en
cuestiones como la igualdad sexual, sin distinción de clase, la
transición ecológica y la ley de eutanasia.
El
gobierno progre-liberal que se forme, porque se formará, dado que el
capital sabe, y es muy consciente de, que la derecha clásica y la
nueva ultraderecha no están aún preparados (necesitan tiempo para
recuperarse unos y fortalecerse aún más otros) para asumir el
desgaste que supondría enfrentar una nueva etapa tan complicada como
la que se avecina, además de no estar en condiciones de sumar para
formar gobierno.
Ese
gobierno PSOE-Podemos será un regreso al zapaterismo. Para
entendernos, una política liberal con medidas sociales. Recortes,
legislación laboral regresiva, contención salarial y de las
pensiones y pequeños gestos de gasto social, muy estudiados para
buscar impacto y medidos en su cuantía para no irritar a Bruselas
con la deuda y al empresariado nacional con unos impuestos a la gran
empresa y las grandes fortunas que, de darse, serán mínimos.
Volvemos a Zapatero pero con coleta.
La
nueva fase de la ya muy larga crisis capitalista, iniciada en 1973,
con los inicios de una crisis de acumulación, puede agitar el
panorama social, al igual que le ocurrió al PSOE a partir del 2008,
iniciando una nueva fase de movilizaciones que no tendrá por
protagonistas a la izquierda organizada sino a la autoorganización
de sectores de la clase trabajadora y populares, ajena a cualquier
sector parlamentario (Podemos estaría incapacitado para influir en
dichas movilizaciones tras su descrédito al participar de un
gobierno que deberá aplicar recortes sociales y nuevas
privatizaciones e IU ha muerto), similar a la abierta en Francia por
los chalecos amarillos.
Conviene
hacer un pequeño alto en este análisis para referirnos al primer
aniversario de una explosión social, que es síntoma de la creciente
pérdida de la legitimación política de la democracia burguesa, la
de los chalecos amarillos. Las manifestaciones de este movimiento el
sábado 16 de Noviembre han sido débiles y se han producido en un
contexto de reflujo y decepción por los límites con los que aquél
se ha encontrado. Pero se olvidan algunas cosas: el momentáneo
triunfo de Macron sobre ellos, tras poner en jaque a su gobierno y
hacerle retirar la ley de los impuestos sobre los carburantes, que
iniciaron la protesta, ha necesitado más de 10.000 detenidos, unos
3.100 condenados, 2.448 manifestantes heridos y 600 encarcelados. Han
dado voz a un malestar de sectores de las clases trabajadoras que no
estaban en las reivindicaciones de los sindicatos ni de los
ciudadanistas de “La Nuit Debout”, han puesto en evidencia el
viejo sistema de representación y liderazgo de las demandas sociales
desde una izquierda que ya no les representa, han demostrado que
cuando la clase trabajadora, y sus sectores aliados próximos
(segmentos de la pequeña burguesía en descomposición), se organiza
es capaz de hacerse presente frente a un discurso que la niega y han
alimentado a una corriente subterránea de ira social que mutará
pero que no desaparecerá porque no pueden hacerlo las razones que
les han llevado a expresarse: la necesidad del capital de acumular
beneficio mediante la desposesión de la clase trabajadora.
Frente
a la condena clásica de los sectores más retrógrados e incapaces
de entender las nuevas realidades de contestación social que genera
el capitalismo en su etapa de hiperconcentración (absorción del
mercado de los pequeños autónomos y salarización de los mismos) y
de búsqueda desesperada del “beneficio marginal” (el que ya no
se obtiene del crecimiento sino de una transferencia acelerada de las
rentas del trabajo al capital), explosiones espontáneas como la
chilena y autoorganizaciones de la clase como la de los chalecos
amarillos serán cada vez más frecuentes, a pesar de los límites
que encontrarán en conciencia, organización y entendimiento de sus
necesidades subjetivas pero se encaminan hacia un principio de
negación, e incluso de identidad, que la izquierda ya no representa.
La
demanda de comunismo puede volver a tener toda su vigencia si quienes
nos reclamamos marxistas somos capaces de analizar y comprender el
fenómeno, organizarnos e insuflar nuestras aspiraciones dentro las
necesidades inmediatas de la clase trabajadora y los sectores que
están siendo proletarizados. Ello exige de nosotros los comunistas el abandono de cualquier forma de dogmatismo y la vuelta a las
fuentes originarias de nuestro pensamiento: la dialéctica
antagónica capital-trabajo y la necesidad de su superación
emancipatoria de la clase, realizada por ella misma y no por ningún
ente clarividente en su lugar.
De
no abrirse un giro hacia las posiciones de clase dentro del debate
nacional, estamos ante el riesgo del “aggiornamento” de la
extrema derecha representada por VOX que podría darle nuevos bríos.
De hecho ya está ensayando este escenario por la vía de reunirse
con los representantes de la ultraderecha de apariencia más social
como Salvini o Le Pen y lo verbaliza últimamente con sus citas, no
del señorito repeinado José Antonio, sino de quien fue el enlace
entre el fascismo sindicalista de las JONS y la izquierda nazi de los
hermanos Strasser, Ramiro Ledesma Ramos. El viraje está siendo lento
y sutil, de forma que no chirrié para que no les ocurra como a C´s
por sus bandazos ideológicos, pero se está produciendo, aunque muy
pocos lo detecten.
Entonces
estaríamos ante el enorme riesgo de un prefascismo popular de
apariencia social; el peligro de una extrema derecha que penetre aún
más profundamente dentro de estratos inferiores precarizados y de la
pequeña burguesía. Empezarían a conformar unas fuerzas de choque
del fascismo mucho más amplias y peligrosas de las que hasta ahora
nos amenazan en las calles.
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11 de noviembre de 2019
VOX, TERCER PARTIDO PARLAMENTARIO. AHORA SÍ QUE SOMOS EUROPEOS
Por
Marat
Con
algo más de 3.640.000 votos, un 15,1% del voto emitido y 52
diputados, VOX se ha convertido en la tercera fuerza del Parlamento
español en estas elecciones del 10 de Noviembre de 2019.
La
excepción española ha desaparecido. La normalización que los
medios de comunicación habían venido realizando con la extrema
derecha nacional, la polazarización entre los nacionalismos catalán
y español, el coqueteo de las izquierdas con el nacionalismo español
y en con el catalán (una vela al diablo y otra también), según
supuestas conveniencias de cada una de las corrientes que la componen
y la ausencia en esas izquierdas de eso que los progres llamaban
hasta no hace mucho “relato” propio (y práctica), centrados en
una perspectiva de clase, han dado sus frutos.
El
giro a la derecha hoy es un giro hacia la extrema derecha, a un
cuarto de hora, en términos de tiempo histórico, de ser abierta y
declaradamente fascista. Su discurso xenófobo, nacionalista,
identitarista y patriotero, autoritario y cargado de violencia verbal
ya lo es.
No
podía ser de otro modo. Las enormes fuerzas antidemocráticas
desatadas a nivel mundial (Trump, Putin, Bolsonaro, Modi, Erdogan,
Duterte) y europeo (Le Pen, Wilders, Orbán, Salvini, Kaczynski,
Strache, Akesson Meuthen, Gauland, Halla-aho) han alcanzado un apoyo
popular impensable para la gran mayoría hace solo 20 años. En
términos históricos muy poco tiempo.
Han
venido empujados, no ya por el simplista argumento de las fake-news y
las grandes redes sociales (esos eran solo un medio y un síntoma)
sino por un magma social de descontento y miedo a la gigantesca
crisis civilizatoria, social y cultural que se está produciendo,
impulsado por una ya muy larga (con distintas fases desde 1973) y
creciente crisis capitalista (agotamiento de un modelo de
acumulación), que está impactando de manera brutal en forma de
creciente deslegitimación del sistema de democracia liberal mundial.
Ese magma social se asienta no solo en las amenazadas clases medias
sino en sectores crecientes de la clase trabajadora.
Cualquier
análisis que se limite a explicar el ascenso vertiginoso de los
nacionalismos e identitarismos a niveles nacional, europeo y mundial
como una apuesta de las élites para dar respuesta a la crisis
capitalista mundial será parcial e incompleto, al olvidar que cuando
cala en sectores que van mucho más allá de las clases medias y
altas es porque falta la explicación del porqué un número
creciente de quienes son víctimas de la clase capitalista optan por
apoyar a corrientes políticas que en el pasado les utilizaron como
carne de cañón en sus crisis y en sus guerras.
Del mismo modo, atribuir a VOX el ser depositario del franquismo sería un enorme error. No estamos ante los fascistas casposos y ridículos, ni ante un grupo de viejos nostálgicos, VOX es la reproducción a escala nacional del prefascismo europeo y norteamericano. Mucho más sutil, más capaz de conectar con los temores y las necesidades de amplios sectores sociales de vomitar sus odios y frustraciones sociales sobre quienes no puedan defenderse: parados, perceptores de ayudas sociales, inmigrantes sin papeles,...
Del mismo modo, atribuir a VOX el ser depositario del franquismo sería un enorme error. No estamos ante los fascistas casposos y ridículos, ni ante un grupo de viejos nostálgicos, VOX es la reproducción a escala nacional del prefascismo europeo y norteamericano. Mucho más sutil, más capaz de conectar con los temores y las necesidades de amplios sectores sociales de vomitar sus odios y frustraciones sociales sobre quienes no puedan defenderse: parados, perceptores de ayudas sociales, inmigrantes sin papeles,...
En
tiempos de cambios vertiginosos, de desajustes radicales entre una
economía que colapsa repetidamente y unas instituciones políticas
nacionales y supranacionales (UE) cuyas credibilidades comienzan a
desmoronarse, en unos tiempos en los que la seguridad económica,
política, ideológica y de valores es cosa del pasado, vuelven los
fundamentalismos irracionalistas de la familia tradicional, el
identitarismo étnico o sexual y la nación (siempre frente a otras
naciones) como falsos cobijos que parecen ofrecer un manto protector
a quienes creen que pueden perderlo todo y necesitan las certezas de
lo que creen perenne.
Se
atribuye al intelectual conservador Samuel Johnson la frase “El
patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Yo añadiría que el nacionalismo es la bandera de quienes no
encuentran nada a lo que agarrarse y el valor supremo de quienes no
hayan cualidades y razones que den sentido en sí mismas a sus vidas.
Es
así como opresor/explotador y víctima/trabajador o pequeño burgués
que ve peligrar sus limitados privilegios disuelven la contradicción
esencial en la idea de la nación.
Del
mismo modo en el que los últimos tiempos de la República de Weimar
fueron los del descoyuntamiento político, ideológico y cultural de
un país, la crisis española, mucho más allá del “problema
catalán” expresa el agotamiento de un tiempo de esperanzas,
manifiesta con toda su crudeza el pesimismo hacia el futuro y parece
buscar el castigo ante un “exceso” de libertad de pensamiento y
vida cotidiana, que no política porque en lo público ya hacía
tiempo que había comenzado la represión (Código Penal, peticiones
de penas a 600 sindicalistas, Ley Mordaza) contra la disidencia más
social que política.
Un
sistema político que se iba haciendo cada vez menos liberal en las
libertades y más ultraliberal en la economía política (la que
afecta a las vidas de las personas) no podía menos que allanar el
camino hacia un fascioliberalismo. Con la excepción de la Agrupación
Nacional de Marine Le Pen, el resto de las extremas derechas europeas
y mundiales son turboliberales y darwinistas en economía. Represión
hacia el pobre porque se lo merece.
No
es algo local. No forma parte de la idiosincrasia española. Quien
quiera encontrar en el concepto España las justificaciones de una
condena moral respecto a una identidad esencialmente reaccionaria se
equivoca. Cualquiera que conozca algo de la historia de países como
Alemania, Inglaterra o EEUU encontrará miles de ejemplos de condena.
Cada nación tiene sus fantasmas fundacionales y posteriores.
Lo
que en realidad vivimos aquí y en muchos lugares del mundo es el
agotamiento político del sistema democrático de la burguesía sin
apenas discusión sobre el sistema económico del capitalismo. En
realidad uno y otro están ligados.
Pero
el político está al alcance de la pedrada más cercana mientras la
estructura del capitalismo está cada vez más mundializada y se va
haciendo más difusa, excepto si se trata de la empresa en la que se
trabaja, donde la disidencia tiene un duro coste personal, o los
pocos nombres conocidos de grandes empresarios, también
inalcanzables, pero cuyo cuestionamiento no supone en absoluto el del
sistema. Baste ver cómo Podemos anuló cualquier atisbo de
anticapitalismo limitando su crítica al IBEX, cuando hablamos de un
sistema en su conjunto y en cada una de sus manifestaciones
cotidianas en el mundo del trabajo.
Es
en esa fisura entre institucionalidad política y poder real (el
capitalismo y sus estructuras económicas globales) donde nace el
neofascismo. Ya no se disfraza de anticapitalista porque no necesita
enfrentarse a un movimiento comunista que ha muerto. Ahora es
simplemente antidemocrático, antihumanista, antisocial.
La
fase de concentración capitalista a nivel mundial ante la que nos
encontramos requiere un poder crecientemente dictatorial, aunque
mantendrá la carcasa democrática mientras le sea necesario. Ello es
así porque el grado de sacrificio social que el capitalismo necesita
ahora es tan grande que prevé múltiples explosiones sociales a
nivel mundial. Están controladas en tanto que no existen una
conciencia de clase colectiva entre los explotados como tampoco
organizaciones de esa clase de carácter emancipatorio y socialista
(comunista)
Disculpen
que me importen un bledo cómo les haya ido al resto de las fuerzas
políticas, la formación del gobierno, su signo y demás. Todas
ellas forman parte del estado corporativo del capital y ninguna de
ellas haría nada distinto en el gobierno ante las medidas que el
capitalismo nacional e internacional les dictase. Al fin y al cabo,
¿alguna de las opciones de gobierno que se formen, que se formarán,
estaría dispuesta a aplicar la ley de partidos para ilegalizar a un
partido antidemocrático y propagador del odio, del mismo modo en el
que ese partido estaba dispuesto a ilegalizar a otros? A algunos se
les habrá pasado que VOX se proponía también prohibir a partidos
comunistas.
PD: Sería bueno preguntarse en qué consistía el centrismo de los votantes de C´S, estimulado por el propio partido, cuyo batacazo mortal se ha traducido en el subidón brutal de VOX.
PD: Sería bueno preguntarse en qué consistía el centrismo de los votantes de C´S, estimulado por el propio partido, cuyo batacazo mortal se ha traducido en el subidón brutal de VOX.
2 de noviembre de 2019
EXTINCIÓN PLANETARIA, DOMINACIÓN IDEOLÓGICA Y EMPOBRECIMIENTO DE LA CLASE TRABAJADORA
Por
Marat
De
entre los múltiples problemas que afectan al capitalismo actual
-incremento exponencial de la deuda mundial, financiarización de la
economía, guerra comercial, baja inversión en maquinaria y equipos
en la industria manufacturera mundial, baja productividad, descenso
del consumo, agotamiento del ciclo expansivo de los últimos
años,...- el de las dificultades para colocar el beneficio en
sectores productivos en los que la inversión sea lo bastante
rentable para facilitar una acumulación de capital que eleve la ya
declinante fase de crecimiento experimentada en los últimos años no
es uno de los menores sino posiblemente el que esté teniendo una
mayor importancia en el encadenamiento de esta nueva fase de la
crisis capitalista. El propio Warren Buffet es un ejemplo de ello. Ésta
es la tesis que el economista marxista Michael Roberts ha venido a
sugerir en uno de sus recientes trabajos publicados en su interesante
blog.
Aunque
Roberts no explicita textualmente dicha “dificultad” sí que
expone con claridad, como los índices PMI (Purchasing Manager´s
Index o Índice de Gestor de Compras) vienen desde hace tiempo
señalando la desaceleración económica mundial en la industria
manufacturera (sin la cuál el sector financiero carece de otro
objetivo que no sea la acumulación monetaria, ya que necesita
materializarse en la producción a través de la inversión). Y
tiende a generalizar este comportamiento a los principales sectores
de la economía mundial. En una espiral-bucle malditos el dúo
rentabilidad-inversión en la gran mayoría de los sectores
productivos se retroalimenta, de modo que el descenso de la inversión
capitalista, que es producto de la diferencia entre ganancias
esperadas y ganancias obtenidas, acentúa el descenso de la
rentabilidad del capital invertido. Dicho en términos marxistas
clásicos, si la tasa de ganancia cae, el capital se vuelve
conservador en cuanto a inversiones y tiende a reducirlas.
El
problema subyacente muy probablemente sea que actualmente no existe
un sector locomotora lo bastante potente como para tirar de la
economía mundial en su conjunto, estimulando al resto de los
sectores y favoreciendo una recuperación de la rentabilidad y de la
inversión.
En
los primeros años de la crisis capitalista se llevaron a cabo en los
distintos países afectados por la misma políticas de contracción
del gasto público, con fuertes recortes de salarios indirectos
(gastos sanitarios y en educación pública) una congelación de los
diferidos (pensiones), además de los recortes salariales (salario
directo) como forma de frenar lo que el capital entiende como gasto
improductivo, en el sentido de que no le genera rentabilidad. La
estrategia subsiguiente del capital fue la de entrar en los sectores
que quedaban parcialmente abandonados por lo público (sanidad,
educación, pensiones, dependencia,...) para conquistarlos para el
mercado. El éxito ha sido parcial, dado que el empobrecimiento de
amplias capas de la población (clase trabajadora) a causa del
desempleo, los bajos salarios o la pérdida de cobertura pública no
permitía a una importante parte de la ciudadanía pagarse servicios
privados.
El
breve lapso de tiempo de la fase de recuperación de la economía
mundial, a partir del primer trimestre de 2016 fue debido a una
combinación de factores: la intervención de los bancos centrales de
EEUU y la UE inyectando ingentes cantidades en la economía, el papel
de China en el mercado mundial, un moderado incremento del consumo,
la desaparición de una parte de las empresas menos competitivas,
favoreciendo la concentración del capital y la contención de los
costes fijos de producción, fundamentalmente los salarios, que
experimentaron crecimientos muy limitados.
Pero
esta recuperación tenía necesariamente que sufrir sus propios
límites. Junto con una deuda mundial que seguía creciendo y que
afectaba tanto a las empresas como a las familias, el consumo
continuaba siendo globalmente insuficiente para una recuperación
sostenida (lo drenaban el paro, la contención salarial y el
empobrecimiento de importantes sectores de la población) y la
inversión de capital en equipos era insuficiente para garantizar una
ganancia a largo plazo. Los sectores que habían sostenido el consumo
eran fundamentalmente los manufactureros (donde el automóvil era un
sector clave) y de los servicios (TIC, ocio) y, secundariamente el
inmobiliario.
Sorprendentemente
nada nuevo aparecía en el horizonte de los sectores estratégicos
para salir de una crisis del capitalismo que desde 1973 demuestra
tener un carácter estructural, debido a la aceleración histórica
con la que se producen una acumulación de crisis crecientemente más
prolongadas, de alcance más mundial y de períodos de recuperación
cada vez más cortos.
Cuando
nada nuevo aparece como “solución” a una crisis de modelo de
acumulación capitalista, cuando la financiarización se ha
encontrado con los límites evidentes de un capital flotante, que no
encuentra sectores productivos lo bastante dinámicos y regeneradores
sobre los que aterrizar y que le permitan una valorización del mismo
con pulso fuerte y sostenido, el capitalismo tiene un problema serio.
Y
aquí es donde aparece la amenaza del apocalipsis antropocénico como
gran justificación ideológica de una nueva revolución energética,
de los transportes y su concepción del uso, industrial y
postindustrial. En definitiva, una nueva era dorada para el
capitalismo en el que tanto las infraestructuras de la producción y
la distribución, así como las energías que la harán posible y el
propio diseño de los transportes se verán afectados.
Si
la revolución industrial del siglo XIX fue el mayor cambio
histórico, social, económico y cultural desde el Neolítico, el
proyecto de revolución energética, de los transportes, industrial y
postindustrial pretende ser la transformación más importante de la
historia humana. Veremos si lo logra.
En
cualquier caso, para poner en marcha este objetivo de Gran
Transformación el capitalismo necesitará de ingentes cantidades de
ayuda pública de los Estados, inversiones en infraestructuras,
subvenciones a las empresas “sostenibles” y de energías
renovables, enormes gastos en comunicación institucional destinados
a crear conciencia medioambiental, incentivos económicos a las
empresas del automóvil que apuesten de forma decidida por el
hidrógeno y la electricidad como medios motores, ayudas a la
transformación de las empresas hacia equipos y formas de producción
menos contaminantes, subvenciones a las familias para facilitar el
ahorro energético en los hogares, sistemas de reciclaje más
efectivo de los residuos, etc., etc.
Esos
costes serán imputados antes a los ciudadanos que a las empresas y a
las grandes fortunas. Bajo la lógica de que el respeto
medioambiental debe equilibrarse con un funcionamiento eficaz de la
economía, se pedirá a las clases más desfavorecidas crecientes y
mayores sacrificios que durante la fase anterior de la crisis
capitalista para salvar al Planeta, a la especie humana y las
ballenas jorobadas. Así ha sido siempre y nada, ni la amenaza del
Armagedón, va a cambiar esta pauta.
Pero
los proyectos de la gran transformación capitalista no se detienen
ahí. Con la amenaza de la emergencia climática se pretende cambiar
los hábitos alimentarios de toda una civilización. Se culpa a los
ganaderos y a los seres humanos omnívoros de las talas de árboles y
destrucción de suelos en beneficio de la expansión de la ganadería.
No se dice que las grandes corporaciones productos agrícolas
obtendrían mayor beneficio con una alimentación basada sólo en
verduras, hortalizas y frutas que los que obtendrían las grandes
corporaciones de la carne. De lo que se trata es del mayor beneficio
posible y no debe haber límites al objetivo de la acumulación
capitalista. Una agricultura que nos presentan como
permacultura respetuosa con el medio ambiente acabará por ser
agricultura extensiva a la vez que intensiva, que empobrecerá
tierras y destruirá bosques y selvas tropicales, aún más que los
depredadores madereros en busca del beneficio.
En
ese contexto, las deterioradas mentes que acusan de asesinos a
quienes consumen carne y de que comer huevos es ser cómplice de las
“violaciones
que cometen los gallos contra las gallinas”
son las fuerzas de choque de negocios
mucho más avispados . En tiempos de imbéciles las afirmaciones
más idiotas tienen su razón de ser
Cuando
los argumentos racionales sobre la posible hecatombe mundial debido
al cambio climático se sustentan, antes que sobre sí mismos, sobre
las emociones, pocas posibilidades de abrir otro debate sobre
manipulación ideológica, pongamos por caso, o sobre quién pagará
el coste de la Gran Transformación, pongamos también, carecen de
posibilidades; lo que no significa que no deba enunciarse y hasta
denunciarse el juego sucio que hay tras la apariencia de humanismo y
lucha por la supervivencia de la especie. Cuando se ponen por delante
a menores como Greta Thunberg, los escolares de medio mundo y a los
niños cantores de Viena si es necesario, está claro que se está
apelando antes a los sentimientos que a la razón y que cuando se
hace esto se está practicando un juego de filibusterismo político
digno de mejor causa destinado a infantilizar mentes supuestamente
más adultas.
Todos
los medios de comunicación un día sí y todos los demás también
presentan escenarios de futuro dantescos, redenominan a las
sempiternas gotas frías con nuevas nomenclaturas para hacerlas pasar
como nuevos fenómenos (DANA) y a los viejos huracanes y ciclones
como nuevos heraldos de la catástrofe climática que se avecina.
Buscan la intimidación que remueva conciencias o que anule la
capacidad crítica ante la Gran Transformación salvadora. Y si ello
no fuera suficiente culpabilizan como criminal al que no recicla
-todo porque el negocio de nuestra basura enriquezca cada vez más a
empresas privadas como ECOENVES-, culpabilizan al consumidor que
sigue empleando bolsas de plástico, aunque las grandes superficies
que ahora se las venden, que no regalan, les entreguen kilómetros de
papel con su ticket de compra y le interrogan sobre su huella de
carbono. El culpable eres tú, consumidor, no el sistema capitalista
en su conjunto, dentro
del que 20 empresas generan el 35% de CO2 en todo el mundo. Y
tú, disciplinadamente, asumes la culpa.
Entrar
en la negación del cambio climático y de sus posibles efectos a
nivel global o afirmarlo a partir de modelos predictivos y de efectos
que estamos viendo en el presente de modo inmediato y sostener una u
otra postura desde aprioris emocionales es la gran trampa a la que el
capital pretende llevarnos para no abrir otro tipo de debate que es
el de ¿quién va a pagar toda esta gran transformación, qué clases
sociales van a verse beneficiadas por la misma y cuáles
perjudicadas?
Los
impuestos que sostengan la Gran Transformación energética, en los
transportes y en la producción recaerán fundamentalmente en los
sectores que no serán sus beneficiarios principales, sino que
incluso serán excluidos de los mismos.
Vía
Estado y mediante recaudación fiscal se financiará a los grandes
inversores, a las industrias energéticas renovables y de la
sostenibilidad, como antes se hizo con las eléctricas de generación
no renovable, así como las nuevas infraestructuras, los equipos
industriales, los servicios y los productos de uso individual que
diseñen los fabricantes. la definición que hizo Marx del Estado bajo el capitalismo nunca ha sido tan cierta como ahora y eso que nunca dejo de serlo.
En
la mesa redonda organizada por El Confidencial bajo el título
“Supervisar
la lucha contra el cambio climático”, en
la que han participado tanto personalidades del ámbito institucional
(Ángel Estrada, director del Departamento de Estabilidad Financiera
y Política Macroprudencial del Banco de España y Teresa Rodríguez
Arias, coordinadora de Sostenibilidad de la Comisión Nacional del
Mercado de Valores (CNMV), los cuáles no son propiamente Estado pero
tienen gran influencia sobre él y sobre el gobierno de turno, del
propio Estado (Ana García Barona, inspectora jefe del área de
Regulación de la Dirección General de Seguros y Fondos de
Pensiones), como del privado (José López-Tafall, director de
Regulación de Acciona y Cristina Sánchez, directora ejecutiva de la
Red Española del Pacto Mundial.
En
dicha reunión se enfatizaron las necesidades legislación que
favoreciese la puesta en práctica de la transición ecológica, los
incentivos económicos públicos al proyecto, facilitar la adaptación
del sector financiero a los riesgos de catástrofes (seguros),
replanteándose el concepto de las coberturas, la gran oportunidad de
negocio de la transición (“nuevos servicios valorados en
una horquilla de entre 125 y 140 billones de dólares al año, según
la OCDE, un punto y medio más del PIB mundial”)
y la traslación al consumidor de los costes de dicha transición
(“El consumidor tiene que entender que coger un avión
tiene sus consecuencias y costes en polución y que es imposible
viajar a París por 40 euros. Todos tenemos responsabilidad y si
queremos que la Administración Pública invierta, los consumidores
también tenemos que asumir un gasto”)
La
rebelión de los chalecos amarillos, que reaccionaron contra la
fuerte subida del diesel en Francia, nació de los sectores
populares que intuyeron la amenaza que se cernía sobre ellos. En un
país en el que el vehículo es la opción principal de
desplazamiento entre la casa y el lugar de trabajo ante la deficiente
estructura de los servicios de transporte público en las poblaciones
alejadas de la metrópoli parisina, ellos dieron la primera voz de
alarma de lo que se le viene encima a la clase trabajadora y los
sectores populares.
La
revuelta en Ecuador contra el Impuesto Verde a los carburantes
implantado por el gobierno de Lenin Moreno -conviene recordar que fue
Vicepresidente cuando el país estaba bajo la dirección de su
predecesor, Rafael Correa-, que empobrecía aún más a los sectores
sociales de rentas más bajas, ha sido el segundo toque de atención
ante unas políticas medioambientales que redundarán en una mayor
desigualdad social.
Vendrán
muchas más.
El
Green New Deal que promete un sector de la izquierda del Partido
Demócrata de EEUU es, como en la era Roosvelt, una gran
inversión en infraestructuras y una promesa de salvación, esta vez
frente al Apocalipsis. Y es que la izquierda norteamericana, europea y mundial todo lo más lejos que llega en economía es a ser keynesiana. Hace 50 años que no les importa la clase
trabajadora. No les les preocupa lo más mínimo el abandono de ella que hicieron con
su discurso transversal (gais, lesbianas, afroamericanos,...). Les
queda la promesa de una salvación, tan propia de la sectas
protestantes norteamericanas y a su sistema económico un pelotazo
económico descomunal.
Bajo
su aparente discurso anticapitalista solo queda la idea de que el
dinero de los impuestos de los trabajadores norteamericanos vuelva a
ser puesto al servicio del capital. Ahora bajo la apariencia de
salvar al mundo. Cosas que hacen los progres.
El
gurú y asesor de gobiernos de derechas y de izquierdas (tanto monta,
monta tanto), Jeremy Rifkin anuncia que el colapso del petróleo se
producirá exactamente en 2028, sin aclarar con datos concretos en
qué se basa para una afirmación tan específica a fecha exacta,
mientras afirma que la tecnología y el “mercado” (el
capitalismo, para hablar claro, ese que es el causante los males que
ahora nos amenazan) serán
los que nos salven de la extinción planetaria. Y, consciente de
que la transición ecológica generará desigualdad y pobreza,
propone impuestos al carbono cuyo montante líquido sería
transferido a las familias más pobres para gastos en alimentación y
transportes. He ahí la propuesta con la que, según señala, no se
hubiera producido el movimiento de los chalecos amarillos en Francia.
Hay
una mezcla de indefinición calculada y de falsa ingenuidad en sus
propuestas.
Rifkin
no aclara si el impuesto al carbono se aplicará a las empresas
energéticas que lo consumen, a las corporaciones industriales y de
servicios que utilizan energías que lo generan o al consumidor
final. Parece obvio que la tendencia dominante va por el segundo caso
y no por los dos primeros, especialmente en un mundo en el que las
empresas energéticas y las grandes corporaciones industriales y de
servicios ponen gobiernos amigos y quitan a aquellos que pretenden
que el gasto social (que para ellos es simplemente gasto que no les
reporta beneficios), que las administraciones públicas recortan y
solo podrían llevar a cabo vía fiscal, recaiga sobre sus espaldas.
Una
cosa es la propaganda política, en el peor sentido del término, y
otra muy distinta lo que los hechos reales demuestran.
Veamos
un ejemplo concreto.
A
partir del 1 de Enero de 2020, apenas dentro de 2 meses, el
Consejo Metropolitano de Barcelona, presidido por la alcaldesa progre
filopodemita Ada Colau aplicará una tasa de 2 euros diarios a los
vehículos que carezcan del distintivo medioambiental de la
Dirección General de Tráfico (DGT) si quieren circular un día
laborable entre las 7 y las 20 horas por la Zona de Bajas Emisiones
(ZBE) del área de las Rondas de Barcelona. Ello tras darse de alta
en la base de datos del Registro Metropolitano y lograr la
autorización para circular por dicho ámbito.
Los
vehículos sin etiquetas medioambientales son, en la mayoría de los
casos, los más antiguos, según el tipo de carburante, de antes de
2001 o de 2004 ó 2006. Son los que no pueden circular, por ejemplo
por Madrid Central y que tienen determinadas restricciones de uso
cuando se activen determinados protocolos de alta contaminación. Son
vehículos destinados al achatarramiento y la prohibición de
circular en cualquier zona a partir de 2025.
Es
indiscutible que hay que avanzar hacia medios de transporte menos
contaminantes. También lo es que se hace necesario potenciar el
transporte público como medio privilegiado urbano. Pero limitarse a
estas afirmaciones sin profundizar más allá es convertir las mismas
en mera consigna simplista, requisito imprescindible para la
manipulación y la demagogia.
Si
exceptuamos a los usuarios que tienen un aprecio especial a su viejo
coche, a los que lo conservan en un estado magnífico y a los tacaños
que estiran su vida por encima de lo que dicta la lógica, cabe
deducir, sin demasiado riesgo de equivocarse, que quienes mantienen
su viejo vehículo lo hacen porque no pueden permitirse uno nuevo,
mucho menos uno eléctrico, cuyo precio oscila entre 12.000 y 14.000
euros más que otro de gasolina o diesel de su misma gama.
Hablamos,
por tanto, de que la nueva tasa de la señora Colau se aplicará
sobre todo a personas y familias de rentas bajas, a clases
trabajadoras y a autónomos, que emplean sus vehículos para su
trabajo.
Si
usted vive en una gran ciudad verá el gran número de furgonetas
pequeñas y medianas antiguas que circulan por ella. Se trata de
autónomos de rentas bajas, frecuentemente con situaciones no muy por
encima de la supervivencia económica, que no pueden permitirse el
lujo de comprar lo que los ridículos afectados llaman vehículos
“eco-friendly”.
Afortunadamente,
la progre alcaldesa de Barcelona ha pensado, al estilo de la vieja
caridad de los conventos, en los límites que excluyen el pago de la
tasa de 2 euros diarios a los carentes de la pegatina de la DGT. Los
afortunados beneficiarios de tal generoso dispendio en la gratuidad
de las autorizaciones serán quienes tengan una renta inferior al
Iprem, por debajo de los 538 euros, más un 10% del Iprem vigente. Es
decir, lograrán dicho “privilegio” quienes estén por debajo en
un más de un tercio de sus ingresos del salario mínimo
interprofesional. Por ahí deben de andar quienes están por debajo
del umbral de pobreza. Fastuosas políticas de igualdad para “la
gente”.
Lo
que hoy parece “cool” y moderno, como es el desplazamiento en
monopatines, skates eléctricos, bicicletas eléctricas y normales y
los cien artilugios de entorpecimiento del tráfico urbano, que
demuestran su más elemental falta de respeto a las reglas del
tráfico (calzadas) y del tránsito de los viandantes (aceras), es la
vía de cambio hacia la pérdida del medio automovilístico por la
clase trabajadora. La no tan vieja imagen de los chinos en bicicleta
dejará de ser una estampa idílica para volver a convertirse, como
ya lo es, de nuevo, la tartera en la realidad cotidiana de muchos
trabajadores que se desplazan hacia sus empleos desde lugares en los
que el transporte público sigue sin llegar.
Si
usted cree que los costes sociales de la transición ecológica se
limitan ala automoción se equivoca de lleno.
Baste
algunos ejemplos para aclarar de qué estamos hablando:
- En el período de transición ecológica se impondrán tasas al consumo de energía eléctrica sucia (procedente de las centrales de ciclo combinado y de la energía nuclear). Si a las comercializadoras y productoras de energía eléctrica se les aplicase esa tasa, esa repercutiría sobre los consumidores. Evidentemente a las rentas altas y medias ello no les supondrá mucho pero a las familias de rentas bajas de clase trabajadora les golpeará directamente.
- La implantación de sistemas de ahorro energético tanto en los hogares (evitar fugas de calor, electrodomésticos ecológicamente más sostenibles, eficaces y ecológicos, encarecimiento del gas ciudad para calefacciones, sensores para ahorro de consumo de agua caliente, sensores y termostatos para controlar la temperatura ambiental del hogar en verano e invierno...) como en las comunidades de vecinos (aislantes en las fachadas, implantación de placas solares y fotovoltáicas,...) supondrán un dispendio para muchas familias de clase trabajadora no asumibles. Y los ayuntamientos y comunidades autónomas están lo bastante endeudados como para no asumir importantes niveles de subvenciones. Prepárense las comunidades de vecinos para derramas en cascada.
- El servicio del agua en los hogares se encarecerá, dado que bajo el argumento de la desertización y el calentamiento global, los recursos hídricos disminuirán. No es previsible que los años de elevada publiometría el coste del agua disminuya en la misma proporción en la que crezca en los años de sequía.
- Conviene preguntarse hasta qué punto el discurso de una secta tan extravagante y totalitaria como la vegana y animalista no es sino la voz regada de recursos económicos para justificar ideológicamente el abandono de la carne y el pescado por parte de un creciente número de familias. Baste la cifra de que 100.000 castellano-manchegos no pueden permitirse comprar carne ni pescado y que 3,6% no puede comer carne, pollo o pescado cada dos días para que sea posible entender el creciente protagonismo mediático que se está concediendo a quienes defienden extravagancias como la denuncia de que comer huevos es ser cómplice de las “violaciones” de las gallinas por los gallos o las vigilias veganas que dan el último adiós a los cerdos que van al matadero. Quizá se trate de una nueva religión de la renuncia basada en convencer a quienes no pueden comer siquiera panga o pollo de que son asesinos si lo hacen. Si no te conformas con tu destino eres antiespecista hoy, ayer anticristiano.
El
efecto de depauperación de amplias masas de población será aún
más grave en los países emergentes y en los del tercer mundo. Al
tratarse de sociedades con un menor nivel de capacidad de
implantación de tecnologías caras y con amplísimos sectores
populares de rentas muy bajas, el desfase tecnológico les condenará
a unos impactos del cambio climático más devastadores y, muy
probablemente, a tener que ser los
consumidores de las tecnologías, transportes e infraestructuras que
desechen los países centrales del capitalismo, en consonancia
con la vieja
práctica de los países más ricos de comprar a los más pobres su
cuota de contaminación o de que estos acaben siendo los
vertederos
del desarrollo capitalista mundial.
Asistimos
a una gran transformación del capitalismo en la que bajo la coacción
del apocalíptico fin del mundo se impone a una clase trabajadora
desideologizada y desorganizada una nueva vuelta de tuerca a la
dictadura de clase de la burguesía.
Desafiar
el relato hegemónico sostenido por la progresía y destinado a
lograr una fase de recuperación de la tasa de acumulación hasta hoy
no alcanzada es algo que se enfrenta a la incomprensión, la
indiferencia o el rechazo de quienes carecen del sentido crítico
necesario para entender que dichos cambios dejarán muchos millones
de nuevos empobrecidos.
No
se trata de poner en duda el hecho del cambio climático, ni la
necesidad de frenar sus efectos, como tampoco de poner en marcha los
medios que sean necesarios para paliarlos, pero lo cuestionable es el
hecho de cómo la revolución energética y tecnológica que
conllevará se dejará muchos millones de seres humanos por el
camino, los cuales no podrán afrontar los costes económicos que
ambas representan. Y si cabe alguna duda sobre que ello será así,
las palabras cargadas de chantaje y de falsa dualidad de Rifkin lo
aclaran: “¿Cómo puede haber otras prioridades cuando nos
acercamos a la extinción?” Todos los objetivos supeditados a
uno solo: que la salvación del planeta enriquezca aún más al
capital, con el dinero de todos vía impuestos (que saldrán
principalmente de los bolsillos de las clases trabajadoras, como
siempre ha sido), financiación y legislación que imponga los
cambios.
Lo
mismo que la crisis capitalista la genera el propio capitalismo, la
emergencia climática la ha generado un sistema económico depredador
y contaminante del medio ambiente, un sistema para el que el
beneficio es el único y sagrado deber. Es al capital al que debiera
corresponderle pagar los platos rotos. Es a las grandes fortunas de
la industria y los servicios, a las grandes corporaciones a las que
habría que aplicarles los impuestos para que pagasen la necesaria
transición ecológica.
Pero
parece que no irán por ahí los tiros. Bajo el capitalismo no existe
gobierno, del color que sea, que se enfrente a los objetivos de
acumulación y ganancia del capital. Será el Estado, con nuestros
impuestos, los de todos los ciudadanos, fundamentalmente con los de
la clase trabajadora, el que financie el proceso de transición
ecológica, cree estímulos fiscales e infraestructuras, avale a las
grandes corporaciones industriales y de servicios implicadas en el
nuevo gran negocio y compense sus pérdidas. Eso, y no otra cosa, es
el Green
New Deal, que tanto promueven Alexandria Ocasio y otros progres
del Partido Demócrata. Hablan también de vincular la lucha contra
el cambio climático a la lucha contra la pobreza y a sistemas de
protección que compensen el desempleo que aparecerá con las
empresas energéticas y contaminantes que desaparecerán. Pero lo
mismo que es dudoso que desaparezcan hasta que dejen de producir
suficiente beneficio, es mucho más dudoso que ese nuevo Estado del
Bienestar que parecería promoverse con el Green New Deal no fuera
otra cosa que dar con una mano lo que se quita con otra a las clases
trabajadoras, pues, no nos engañemos, serán ellas quienes carguen
con la enorme partida fiscal. Eso sin contar con que el apoyo del
Estado a este “capitalismo verde” traerá un mayor gigantismo
corporativo y concentración del capital. Ya ya sabemos cómo le va a
la clase trabajadora cuanto más fuerte es el capital. En realidad,
ese “renacimiento del welfarismo no es sino la zanahoria, el gancho
con el que los progres buscan convencer a su clientela electoral de
que sean ella quien pague la fiesta pero sin decírselo abiertamente.
Este y no otro es el papel de la izquierda.
Defender
el planeta en esta hora de enésima fase de la crisis capitalista que
viene prologándose por más de cuatro decenios (crisis de 1973) no
puede continuar siendo una razón para que los trabajadores
continuemos siendo golpeados. Salvo que necesitemos muchos más
golpes para despertar.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Agradezco
a uno de los habituales seguidores de mi blog (Hartmann) un
comentario a un texto
mío anterior, en el que abordé de pasada esta cuestión. Sus
reflexiones sobre el modo en el que la estrategia global de
transición ecológica -no olvidemos, de energías, infraestructuras,
transporte, industria, servicios y, muy importante, ideológica)
afectarán negativamente a las condiciones de vida de la clase
trabajadora, bajo la coartada de frenar el cambio climático o, no es
contradictorio, para “adaptarse” a él, me han sido de gran ayuda
para desarrollar el presente artículo.
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