SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
24 de febrero de 2017
LA RENTA BÁSICA: UNA VÍA RÁPIDA A LA PRECARIEDAD
Alex
Anfruns. Investig´action
La
renta básica (o prestación universal), ¿ sería la reforma
milagrosa que permitiría reducir las desigualdades sociales y sacar
a millones de personas de la pobreza? Tanto a derecha como a
izquierda, el proyecto sedujo. El candidato del Partido Socialista,
Benoît Hamon ha hecho de la renta básica una propuesta estrella de
su programa para las próximas elecciones presidenciales. Manuel
Valls y Marine Le Pen también se habían mostrado igualmente
favorables a la idea. ¿Sorprendente? Para entender mejor lo que
esconde la renta básica y los detalles de una propuesta
aparentemente progresista, hablamos con Mateo Alaluf, autor de
“Prestación Universal. Nueva etiqueta de la precariedad”
y co-director del libro colectivo “Contra la Prestación
Universal”.
Según
usted la Renta básica, tal como la presenta el candidato Hamon,
¿representa una alternativa real de izquierdas? ¿Cuáles son sus
orígenes históricos?
Mateo
Alaluf : No es una alternativa de izquierdas sino una alternativa a
la izquierda. En primer lugar, si se pone al lado la mitología
idealizada que se le ha dado a posteriori: Tomás Moro, Charles
Fourier… La idea de una renta básica es más reciente y se
relaciona con la aparición del pensamiento neoliberal y en especial
de Milton Friedman en la década de 1960. Sin embargo, más tarde,
los economistas críticos del neoliberalismo como James Tobin o
pensadores de derecha e izquierda se unieron a la idea de una renta
básica incondicional.
Además,
la concepción de la justicia social que vehicula la renta básica
reposa en el principio de que cada individuo recibe de manera
incondicional un mismo ingreso en efectivo, del que es responsable
del uso que realice. La concesión de una renta básica se basa pues
en el principio de la igualdad de oportunidades que caracteriza el
pensamiento liberal. Esta idea difiere del principio de igualdad
basado en la redistribución de las riquezas y que supone que cada
uno aporta según sus capacidades y se beneficia según sus
necesidades.
La
igualdad a secas, no la igualdad de oportunidades es, en mi opinión,
el principal marcador de la izquierda. Esta visión de la igualdad ha
impregnado nuestros sistemas de protección social. Así, por
ejemplo, cotizamos un seguro de salud en función de nuestros
ingresos y nos beneficiamos según estemos o no enfermos. Desde este
punto de vista la propuesta de una prestación universal de Benoît
Hamon supone abandonar el principio de igualdad en favor del de la
igualdad de oportunidades.
En
teoría se nos presenta esta idea como casi milagrosa. En la
práctica, ¿ha sido ya ha implementada en otros países? Si es así,
¿con qué resultados?
La
idea de un ingreso básico no se ha implementado en ningún sitio, a
menos que consideremos el caso de Alaska en los Estados Unidos, donde
se concede una renta petrolera a los residentes del Estado. Así que
los “experimentos” que habitualmente se mencionan consisten en
conceder ingresos a los pobres en la India y Namibia, por ejemplo, y
constatar que su situación mejora. O aún observar que los parados
que reciben ingresos sin someterse a los controles a los que están
normalmente obligados, buscan, sin embargo, activamente trabajo sin
ser animados a ello. No se trata, pues, de un ingreso remunerado sin
ninguna condición tanto a los pobres como los ricos.
La
experimentación de una renta básica de 560 € al mes concedida a
una población de 2.000 desempleados en Finlandia es actualmente muy
comentada. Se lleva a cabo por un gobierno de derechas que une a tres
partidos, Kesk (centro), Verdaderos Finlandeses (extrema derecha) y
Kok (nacionalista conservador), en el marco de una política de
austeridad con miras a reducir el gasto público y contener los
salarios.
La
motivación esencial de esta iniciativa reside en el hecho de que un
parado actualmente goza de muchas ayudas (desempleo, vivienda, los
niños …) y que un puesto de trabajo, para alcanzar el nivel de las
asignaciones acumuladas por un parado, debe corresponder a un salario
de 2.300 € brutos. El propósito de la concesión de este ingreso
básico es reducir el gasto en desempleo, contener los costes
salariales y reducir el desempleo, que se eleva al 9%. Estamos aquí
bien lejos de las promesas maravillosas de una prestación universal.
Alrededor
de esta idea, habría pues varias ofertas bajo horizontes políticos
diversos: renta básica, Prestación universal, salario de por vida…
Con el riesgo para el elector de encontrarse frente a un engaño
sobre el producto. ¿Cómo no ser engañado?
Hay
tantas versiones de la renta básica como de personas que las
promueven. Se diferencian principalmente por su grado de
incondicionalidad, su montante, su grado de sustitución de la
seguridad social y su modalidad de financiación.
Algunos
sostienen que para una formulación de izquierdas la renta básica se
caracterizaría principalmente por el carácter “suficiente”, es
decir, elevado, de los ingresos asignados y el mantenimiento de las
prestaciones de la seguridad social. Ahora bien, a medida que
aumentase la renta, su financiación afectaría a las prestaciones
sociales. Así por ejemplo, en Bélgica Georges-Louis Boucher (MR)
propone una subvención de 1.000 € en lugar de todas las otras
ayudas y el seguro de enfermedad limitado solo a los grandes riesgos.
Por contra Felipe Defeyt (Ecolo) se pronuncia por 600 €, que
Philippe Van Parijs propone alcanzar en etapas, para tratar de
preservar la seguridad social.
La
paradoja, entonces, consiste en si hay que abogar por una prestación
universal de una cantidad alta, cuya viabilidad implica el
cuestionamiento de la seguridad social y los servicios públicos y
por lo tanto aceptar una regresión social importante; o bien
conformarse con un modesto subsidio que podría conciliarse en su
totalidad o en parte, con el sistema de protección social. En este
último caso, la cantidad modesta de la prestación necesitaría,
para vivir o sobrevivir, recurrir a trabajos complementarios
condenando así a los beneficiarios a aceptar “pequeños trabajos”
precarios y mal pagados.
En
lugar de permitir a cada uno elegir entre ocupar o no un trabajo y
consagrarse a actividades que podría haber escogido determinar, con
plena autonomía, su finalidad, los beneficiarios de una asignación
universal estarían limitados a aceptar no importa que trabajo a
tiempo parcial. Tal sistema, por lo tanto, es un poderoso incentivo
para aceptar un empleo y lleva a la institucionalización de la
precariedad.
Concretamente,
¿cuál es la oferta propuesta por el candidato francés Benoit
Hamon?
La
prestación universal propuesta por Benoît Hamon parece por el
momento muy imprecisa. Ha variado mucho en sus versiones e incluso ha
planteado la idea de que su sistema podría estar condicionado por
los recursos y sólo afectaría a los salarios por debajo de 2.000 €.
Se trata, de hecho, en estas formulaciones, de ingresos para los
jóvenes de entre 18 y 25, resultantes de la fusión de los mínimos
sociales y la ampliación de la base del RSA (ingreso de solidaridad
activa) para cualquier grupo de edad .
Estamos,
en efecto, lejos de los principios que fundamentan generalmente la
renta incondicional. Un tal sistema, aún muy edulcorado, conlleva el
riesgo de disminución de los salarios y de constituir una subvención
a los empleadores. Suponiendo que un joven perciba una prestación de
750 €, por ejemplo, ¿podemos suponer que su empleador no lo tendrá
en cuenta para fijar su salario? La puerta estaría en cualquier caso
abierta en Francia para el SMIC joven que había sido hasta ahora
combatido por los jóvenes y por toda la izquierda.
Ciertamente
uno puede concebir fórmulas de renta incondicional que, al
apartarse del principio de incondicionalidad dura defendido por sus
promotores, pueden ser concebidos sin socavar demasiado las
protecciones sociales. Pero cuando la izquierda se inscribe en esta
perspectiva pierde su brújula que no es la igualdad de
oportunidades, sino la igualdad y abandona el terreno del conflicto
entre capital y trabajo.
Usted
afirma categóricamente que la defensa de una prestación universal
equivale al abandono de la lucha contra las desigualdades. ¿Por qué
razones?
Al
hacer suyo el principio de la prestación universal, la izquierda
hace confesión de impotencia. Bajo su presidencia, Francois Hollande
ha capitulado ante su “enemigo la finanza”. Su gobierno ha
hecho pasar a la fuerza la ley Macron “crecimiento y actividad”
que subvenciona largamente sin contrapartidas a las empresas y la
“ley del trabajo” que desmonta la legislación laboral.
La
renta universal aparece entonces como un señuelo bajo las
apariencias de la renovación que oculta su impotencia ante las
políticas de austeridad. Consiste en hacer un paso a un lado en
lugar de repensar el sistema de protección social, para frenar la
inversión en servicios públicos y, especialmente, oculta la
cuestión central de los salarios.
Sin
embargo, este concepto tiene la ventaja de desplazar la orientación
de los debates políticos bajo el ángulo de la emancipación social,
en lugar de la estrategia del miedo y la regresión prometida por
Valls, Fillon y Le Pen. ¿Podríamos considerar la aplicación de
esta medida complementándola con otras prestaciones?
Vale
más, efectivamente, discutir sobre la renta universal en lugar de
exacerbar como Valls, Fillon y Le Pen las luchas identitarias y
estigmatizar a los musulmanes. Además este debate tiene el mérito
de poner de relieve la necesidad de un ingreso mínimo -diferente de
la renta básica-, que comparto plenamente.
También
es posible, aunque su montante sea modesto, considerarlo como
complemento de las otras prestaciones de la seguridad social. Yo
pienso, no obstante, que hay que ser más ambicioso. En lugar de una
cantidad irrisoria concedida a todos ¿no es mejor dedicar todos los
recursos que podrían ser liberados para unos mínimos sociales
dignos bajo la condición de los recursos económicos y dar más
autonomía a los jóvenes mediante la concesión de una prestación
que les permita financiar sus estudios y su formación continua?
Frente a la ofensiva
neoliberal todavía vigente a escala europea y en el contexto de la
construcción de una alternativa progresista, ¿qué acciones están
a nuestro alcance para avanzar hacia una dinámica de conquistas
sociales?
En
función de todo lo precedente, se ve bien que una nueva dinámica de
las conquistas sociales debe romper con las políticas de austeridad
y poner el acento en los salarios y el aumento de los mínimos
sociales. La izquierda, en la tradición que le es propia, debería
imaginar en el presente el estado de bienestar en un nuevo contexto
mundializado.
La
abolición del concepto de convivencia en la reglamentación del
desempleo, la individualización y la universalización de los
regímenes de seguridad social deben inscribirse en la ampliación de
los derechos sociales. La inversión en los servicios públicos y un
sistema fiscal más justo son también elementos esenciales.
La
cuestión principal sigue siendo, no obstante, el de la reducción
colectiva del tiempo de trabajo. En un pequeño libro escrito en 1930
y titulado “carta a nuestros nietos” John Meynard Keynes
preconizaba para nuestra época el pleno empleo de 15 horas a la
semana. Es, en mi sentido, la perspectiva que debería movilizarnos.
23 de febrero de 2017
UN AÑO MARCADO POR LA CONTINUIDAD DE LA CRISIS CAPITALISTA
Librered.net
Al
igual que no se puede tapar la Luna con un dedo, una mentira es una
mentira, por mucho que se repita hasta la saciedad. Lejos de la
engañosa propaganda gubernamental, el año 2017 se caracterizará
por la continuidad de la crisis capitalista.
Escaso
crecimiento mundial y estancamiento de la eurozona
Por
sexto año consecutivo, las previsiones económicas de distintos
organismos confirman que, en 2017, la economía mundial volverá a
crecer por debajo del 3%, calculando los más optimistas que el
crecimiento puede alcanzar el 2,8%.
El
capitalismo mundial, en general, no avanza. La eurozona, según todos
los cálculos, continúa estancada, previéndose un débil
crecimiento de entorno al 1,4%, perdiendo peso, por tanto, en el
mercado mundial.
Economía
y geopolítica
Todos
los analistas sitúan los factores geopolíticos como una de los
mayores riesgos para la economía mundial en el 2017. Sin embargo, a
nuestro modesto entender, las cosas suceden al revés. Es
precisamente la continuidad de la crisis capitalista y su
intensificación en algunas regiones, la que provoca una fuerte
tensión geopolítica, que se expresa en forma de guerras
comerciales, cambios y realineamientos en el ámbito de la alianzas
internacionales, incremento de las rivalidades y, en última
instancia, de la guerra: continuidad de la política imperialista por
otros medios, precisamente, por medios violentos.
La
debilidad del capitalismo español
La
materialización del Brexit a lo largo de 2017, las incertidumbres
tras el referéndum en Italia, las Elecciones en Francia y Alemania,
los planes de la administración Trump en Estados Unidos, la
intensificación de las contradicciones con China y Rusia, o la
evolución que puedan tener los actuales escenarios de guerra
imperialista, afectarán, no obstante, a las previsiones económicas,
lo que se percibe con claridad en el caso español.
El
débil crecimiento experimentado en los últimos años, se
ralentizará en 2017. El Fondo Monetario Internacional fija sus
previsiones en un 2,3%, mientras que el Gobierno lo hace en un 2,5%,
por encima de la media de la eurozona, pero por debajo del ritmo de
crecimiento mundial. En todo caso, esas previsiones se apoyan en
bases sumamente débiles, pues dependen, en gran medida, de la buena
marcha del comercio exterior y de que se mantengan las cifras récord
cosechadas por el sector turístico en 2016. En ambos casos, cobra
especial relevancia la forma en que se desenvuelvan las actuales
contradicciones internacionales, en uno u otro sentido.
Por
otra parte, la subida del precio de las materias primas, que casi
todo el mundo da por hecho, no beneficia al capitalismo español. Más
aún cuando parece que, de nuevo, se apuesta por el sector
inmobiliario en un escenario caracterizado por el gran endeudamiento
y con un sector bancario sobre el que siguen existiendo serias dudas.
Los
trabajadores no deben confiar en el Gobierno
Más
allá de las previsiones de los distintos actores, lo único cierto
es que durante 2017 el nuevo Gobierno, más allá de la propaganda de
unos y otros, adoptará nuevas medidas dirigidas a intensificar la
explotación. Bajo la retórica del crecimiento del empleo, se
imponen trabajo sin derecho laboral de ningún tipo y con salarios de
miseria, entre la clase obrera se generaliza la pobreza.
A
40 años de la matanza en el despacho laboralista de Atocha, nuestro
mejor homenaje y nuestra inaplazable tarea continúa siendo defender
cada derecho como una trinchera y fortalecer la organización
sindical y política de los trabajadores. Hoy, como hace cuarenta
años, no habrá ningún cambio sin lucha, ninguna conquista sin
pagar un alto precio.
Ninguna
confianza en el nuevo Gobierno, ninguna confianza en los
representantes políticos de la patronal.
22 de febrero de 2017
¿HACIA DÓNDE VA PAKISTÁN?
Guadi
Calvo. portalalba.org
El
atentado del último jueves revindicado por el Daesh, que opera en
Asia Central, también conocido como Wilayat Khorasan contra el
mausoleo sufí más importante del país, con 800 años de antigüedad
en memoria del santo Lal Shahbaz Qalandar en Shewan en la provincia
Sindh, en el sur de Pakistán, dejó por lo menos 88 muertos, 343
heridos, 76 de ellos de gravedad por lo que el número de muertos
puede aumentar.
El
ataque fue perpetrado por un suicida que tras arrojar una granada que
no llegó a explotar, hizo detonar el chaleco explosivo que llevaba
puesto, en el momento del rezó donde se habían convocado más de
500 personas, ya que es el jueves el día en que los sufís celebran
sus rituales más importantes.
A
pesar del ataque los devotos llegaron otra vez al santuario al
amanecer del viernes, con sus habituales naqqara (tambores
batientes) para completar su danza sagrada, al son de los dayereh
y daf sus tambores sagrados.
No
es ninguna novedad que los santuarios sufíes, sean blanco del
integrismo wahabita, ya que a ellos acuden también chiís, suníes,
sikhs, cristianos y budistas, en su mayoría agricultores y
trabajadores pobres.
En
junio último el popular cantante de qawwali (música
devocional sufí que alaban a Dios, al Profeta y a Alí, el primer
imam del chiismo, además de otros santos sufíes), Amjad Sabri, fue
asesinado en Karachi, por un comando del grupo Hakimullah Mehsud,
componente del talibán pakistaní. Integristas wahabitas
atacaron el santuario del poeta sufí Rahman Baba del siglo XVII en
las afueras de Peshawar. En noviembre último un ataque suicida
produjo 52 muertos y más de un centenar de heridos en el templo Shah
Noorani, en el distrito Khuzdar en la provincia de Beluchistán.
Desde 2005 más de 25 santuarios sufíes han sido atacados en todo el
país.
El
integrismo wahabita, donde abrevan organizaciones como al-Qaeda,
Daesh y el Talibán, consideran takfir (herejes) a
todo aquello que no se apegue estrictamente a la interpretación del
Corán que ellos hacen. Y es justamente el sufismo, muy popular en el
todo el sur de Asia, que practica la versión más tolerante del
sunismo y podría ser considerada como punto de convergencia entre
las dos grandes ramas del islam.
Quienes
acuden a un dargah (santuario construido sobre la tumba de un
santo), como lo justamente el templo atacado el jueves Lal Shahbaz
Qalandar, donde todos practican el rito de dhaga atar hilo
rojo en las ventanas o pilares de los santuarios como ofrenda y
procuran taweez o amuletos. Los santuarios se han convertido
en espacios de introspección, en la que tanto pueden participar
hombres como mujeres, salteando el purdah la estricta norma
que segrega de las mujeres, en ceremonias como el dhamal o
dhikr una danza que lleva al trance, acompañados por
timbales, tambores y canciones en cuya repetición rítmica del
nombre de Dios o sus atributos, llevan al paroxismo, como los
conocidos bailarines derviches. Algunas de estas canciones hacen
referencia explícita al pluralismo religioso y la tolerancia.
Los
dargahs sufíes del sur de Pakistán se contraponen a los
oscuros principios del wahabismo, ya que son un símbolo del
sincretismo de la región, donde se mezcla al Islam con las culturas
locales. Y fueron los poetas filósofos sufí consiguieron la gran
difusión de Corán en el sur del continente.
El
ataque contra el templo sufí, fue el sexto de la semana que
totalizaron cerca de 120 muertos.
En
la ciudad de Lahore, un ataque similar había dejado 14 muertos,
mientras que en la provincia de Beluchistán, el mismo jueves fueron
asesinados tres policías.
La
respuesta de Islamabad, no se demoró y practicó intensos ataques
con artillería y bombardeos aéreos sobre la frontera con
Afganistán, los sectores pakistaníes que se conocen como
“territorios tribales” y las provincias afganas de
Nangarhar y Kunar, donde según informes de la inteligencia tanto
norteamericana como pakistaní existen campos de entrenamiento de
integristas, a los que le produjeron más de un centenar de bajas.
Kabul,
ha denunciado que en los ataques murieron varios civiles inocentes.
Otros lugares como en Sindh y en el paso Khyber Pakhtunkhwa, los
extremistas fueron atacados por grupos paramilitares ranger y
la policía, sin que se conozcan el número de bajas.
Pakistán
entregó a las autoridades afganas una lista de 72 terroristas que se
encuentran en sus territorios y de quienes exige la inmediata
detención. Además, como ya lo había hecho en junio de 2016, cerró
los dos principales pasos fronterizos Chaman y Torkham, vitales para
la endeble economía afgana, ya que por allí llega al puerto
pakistaní de Karachi la producción de frutas y verduras que
exporta. Estos pasos se mantendrán cerrados por tiempo
indeterminado, incluso para peatones. Y la orden de Islamabad es
abrir fuego contra cualquiera que pretenda cruzarla.
La
tensión política entre Kabul e Islamabad va en aumento, tras las
acusaciones cruzadas de dar acogida a grupos extremistas. Islamabad
acusa a Kabul de albergar organizaciones como Jamaat-ur-Ahrar
(JuA), una de las tantas que han jurado fidelidad al líder del
Daesh, el califa Ibrahim. Mientras que Kabul protesta de la
presencia de talibanes en diferentes zonas fronterizas con Pakistán.
La
tensión se acrecienta por la presencia en Pakistán de un 1.5 millón
de refugiados afganos, de los 5.3 millones que llegó a haber durante
la guerra soviética, sumados al interregno talibán y la invasión
norteamericana. Además en la actualidad hay otro millón de afganos
indocumentados. Desde el 2014 el ejército pakistaní lleva a cabo la
operación Zarb-e-Azb con epicentro en la provincia de
Waziristán del Norte, prácticamente un santuario terrorista donde
es notoria la presencia de extranjeros provenientes principalmente de
las ex repúblicas soviéticas como Uzbekistán, Tayikistán o
Turkmenistán.
La
venganza de la historia.
Fue
la dictadura del general Muhammad Zia-ul-Haq, la pieza clave para que
Pakistán se convirtiera en 1979, en el gran “portaaviones”
norteamericano que abasteció de armas, comunicación y víveres a
los muyahidines afganos. Por lo que finalmente pudieron vencer
al ejército soviético.
En
este engendro de asistencia anticomunista, Arabia Saudita, jugó un
papel preponderante, no solo aportando miles de millones de dólares,
mercenarios sino que también Riad regó Pakistán de las oscuras
madrassas (escuelas coránicas) que durante la guerra
convirtieron a sus miles de estudiantes (talib) en combatientes que
enfrentaron a Moscú, entrenados y armados por la CIA.
Esto
es lo que finalmente dio como resultados la aparición del Talibán,
y otras organizaciones wahabitas como al-Qaeda y casi
20 años después Estado Islámico.
Fueron
esas madrassas wahabitas, donde se suele escuchar “si
matas a un chií, matas a 10 kafirs (infieles)”,
donde germinó el terrorismo que hoy ataca desde California a
Yakarta, y que asolan Pakistán, Afganistán, Siria e Irak,
fundamentalmente.
El
wahabismo se opone a la “cultura del santuario”
como la que tienen tanto chiíes como sufíes. Ellos ven la adoración
de una tumba, un acto de apostasía, que puede alejar a los fieles de
la fervor a Allah.
Arabia
Saudita, cuna y epicentro del wahabismo, en 2014, propuso
destruir la tumba del mismísimo Profeta Mahoma, plan que permanece
suspendido por temor a la reacción del resto de los musulmanes.
Por
su parte Islamabad, es responsable directa del accionar wahabita, ya
que ha operado durante años como santuarios de los Talibanes y
al-Qaeda recordemos que Osama bin Laden fue encontrado en la
localidad pakistaní de Abbottabad y líder talibán afgano Mullah
Akhtar Mansour, fue muerto por un dron norteamericano cuando se
desplazaba libremente en el área de Dalbandi en la provincia de
Beluchistán, en mayo pasado.
Islamabad,
acusa Kabul de tolerar los santuarios terroristas, mientras que
responsabiliza a Nueva Delhi de financiar estos grupos y boicotear
así los millonarios planes de inversiones chinas en el país, al
tiempo que dice también India financia a los grupos separatistas de
Beluchistán.
Aunque
esta situación es compleja, les sigue sirviendo a los militares
pakistaníes para conservar su omnímodo poder tras la creación de
un imponente complejo empresarial, industrial e inmobiliario.
La
crítica situación Pakistán se complica, además con la
indefinición de los sardars o jefes tribales, que expectante esperan
un resolución de la crisis antes de tomar una posición, que los
podría acercar a las organizaciones terroristas.
Mientras
que a fin de mes se cumple un año de la ejecución de Mumtaz Qadri,
un militante wahabita condenado por el asesinato del gobernador de
Punjab, Salmaan Taseer, ejecución que produjo grandes disturbios,
por lo que se espera se repitan en estos días.
Pakistán,
se debate en las tormentas que supo fabricar para otros y hoy se
abaten contra sus propios intereses.
21 de febrero de 2017
USTED TRANQUILO, ESTÁ EN BUENAS MANOS…
Luis
Casado. alainet.org
Como
sabes, los enteraos de la comunidad financiera inventaron los
instrumentos que miden el riesgo con una confiabilidad semejante a la
de Yolanda Sultana (1) (sin faltarle el respeto a Yolanda…). Los
inversionistas miran el índice VaR (2) con la misma atención con la
que el capitán de un velero escruta la fuerza y la dirección de los
vientos.
Ahora
bien, si no dispones del dichoso índice, te queda el recurso de
consultar un “experto”. Un banco, por ejemplo, que vive de
eso. Los bancos gozan de un fino olfato que les permite identificar
los riesgos y evaluarlos en un santiamén, ya verás.
En
el año 2012 una filial londinense del banco JP Morgan comenzó a
perder dinero. El responsable: Bruno Iksil, un trader (3). Sin
embargo, la gerencia de la filial –aún más “expertos”
que Iksil, por algo eran sus jefes– convenció a Jamie Dimon,
patrón de JP Morgan, que todo iba bien. Dimon pudo declarar que todo
no era sino a tempest in a teapot (una tormenta en un vaso de
agua). Fin del cuento: JP Morgan perdió más de 6.000 millones de
dólares. Caro el vaso de agua…
En
el año 2008, el trader Jerôme Kerviel, cuyo trabajo consistía en
invertir en los mercados financieros, perdió –en un par de horas–
5 mil millones de euros. Kerviel era “uno de los mejores
especialistas” del banco Société Générale”. Daniel
Bouton, patrón del banco, intentó echarle toda la culpa a Kerviel y
sacudirse de encima toda responsabilidad. ¿Te sorprende?
El
9 de octubre de 2001, el banco Goldman Sachs calificó la empresa
Enron como “Lo mejor de lo mejor”. El 2 de diciembre,
apenas dos meses después, Enron declaró su quiebra, haciendo
desaparecer un 2% del PIB de los EEUU y las pensiones de más de 40
mil de sus trabajadores.
En
el año 1995, Nick Leeson ocasionó la pérdida de mil 400 millones
de dólares causando la quiebra del Barings Bank, el banco más
antiguo de Inglaterra. Si no sabías porqué la City de Londres es la
capital de los “expertos” financieros, ahora lo sabes.
La
crisis de los créditos subprime, que hizo quebrar el sistema
financiero planetario en los años 2008-2009, tuvo sus raíces en la
gigantesca incapacidad de los bancos para evaluar los riesgos, en su
inagotable codicia y su insondable voracidad, que les lleva a no
detenerse ante nada con el fin de aumentar el lucro. Ni siquiera ante
el suicidio.
Afortunadamente
nos quedan las agencias de calificación de crédito: tengo el
placer, el honor y la ventaja de nombrar a The Big Three:
Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s.
Las
tres ganan fortunas vendiendo su ciencia infusa en materia de
evaluación de riesgos. Ellas establecen, sin la sombra de una duda,
la capacidad de una entidad para pagar su deuda y el riesgo que
conlleva invertir en esa deuda.
Pongamos
que el gobierno de los EEUU necesita dinero (siempre es el caso).
Antes de comprar Bonos del Tesoro Americano con tus pinches ahorros,
le preguntas a una de las Big Three cual es su apreciación
del riesgo que comporta esa inversión. Por un puñado de dólares
tienes la respuesta.
El
tema es más sensible si se trata de la deuda soberana de Grecia, de
Irlanda, de España o de Italia, pero gracias a las agencias de
calificación de crédito puedes colocar tu capital a ojos cerrados.
Las
cosas se complican si se trata de una empresa privada que ‘levanta’
capital para su desarrollo, para nuevas inversiones o, –como
ocurre frecuentemente–, para pagar dividendos truchos (4). El
triste ignorante que eres, la AFP (5) de la cual eres víctima o el
consultor financiero que cobra por cosas que no sabe, le pregunta a
Moody’s, a Fitch o a Standard & Poor’s.
Escuchada
la palabra infalible, los inversionistas se precipitan a colocar sus
capitales. Y pueden optar –con plena tranquilidad– por la compra
de activos de renta fija o activos de renta variable. Todo está en
el riesgo, pero habida cuenta que The Big Three están ahí para
iluminar el sendero…
La
calificación del riesgo es presentada con una sencillez que la hace
accesible hasta a un economista: AAA quiere decir que no hay riesgo
ninguno. Si la calificación baja a C, o peor aún a D… quiere
decir que estás por desembarcar en Normandía en junio de 1944, ¡en
Omaha Beach!
¿Te
queda claro? Tanto mejor, porque ahora viene lo sabroso.
Una
empresa que quiere ‘levantar’ capitales se dirige a una de las
Big Three, y le pide, a título oneroso, que califique la
calidad de su crédito, o su solvencia si prefieres. Si la
calificación que obtiene no es satisfactoria, cambia de agencia. En
claro: las agencias calificadoras de riesgo ofrecen la calificación
que les piden y cobran por ello. La calidad del análisis del riesgo
es la última de sus preocupaciones. ¿No me crees? Mira ver.
Ninguna
de las Big Three señaló nunca la “toxicidad” de
los créditos subprimes. Muy por el contrario, estimulaban su compra,
aún cuando los miembros de la comunidad financiera sabían –y lo
decían– que estaban vendiendo “productos de mierda”
(sic).
El
5 de agosto del año 2011 Standard & Poor’s degradó la
calificación de la deuda de los EEUU. Los mercados bursátiles se
hundieron, hubo pánico y los inversionistas vendieron sus acciones
para huir del riesgo. Uno o dos días después, el Tesoro de los EEUU
(Hacienda) aclaró que Standard & Poor’s se había equivocado
en sus cálculos en la módica suma de… ¡dos billones de dólares!
Dos millones de millones de dólares, el equivalente a más del 13%
del PIB de los EEUU. ¿Qué nota le pondrías tú a Standard &
Poor’s?
El
campo de flores bordado también ofrece bellos ejemplos. El 7 de
febrero del año 2011, la agencia Moody’s le entregó pleno
respaldo al grupo Alsacia Express, –principal concesionario del
Transantiago–, para ‘levantar’ 464 millones de dólares en el
mercado financiero de New York.
Moody’s
Investors Service precisó: “La calificación del activo es
portadora de una proyección estable”. Como lo que abunda no
daña, Moody’s argumentó su juicio:
“La
calificación refleja el bien desarrollado y maduro marco de
concesiones en Chile y la solidez del intermediario financiero, que
es el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) del
Gobierno de Chile”.
Imitando
a Bachelet, Piñera no se detuvo ante nada para darle oxígeno al
zombi que es Transantiago. Lo bueno llegó poco después. El 3 de
marzo del año 2014, tras algunas dificultades, Moody’s mejoró la
calificación del Grupo Alsacia Express. Moody’s “revisó su
proyección a estable”, y agregó que eso se debía a la mejora
de los resultados financieros de Alsacia Express y a “la
reducción de los riesgos de default en los próximos seis a doce
meses”.
Para
no dejar dudas de su optimismo, Moody’s agregó:
“La
proyección de la calificación es estable, y refleja nuestra opinión
de que (…) los
resultados financieros mejorarán gradualmente en los próximos
meses”.
El
18 de agosto de 2014, o sea tres meses más tarde, el Grupo Alsacia
Express se declaró insolvente, o sea en default.
Desesperado,
te tornas hacia el mundo académico: ellos sí saben.
Frederic
Mishkin, eminente economista y profesor de “Instituciones
Bancarias y Financieras en la Escuela Superior de Negocios de la
Universidad de Columbia”, tiene un currículo más largo que el
columpio de Heidi. Gobernador de la FED (6) de 2006 a 2008, autor de
textos utilizados en universidades de todo el mundo, consultor del
BID 5, del BM y del FMI, Mishkin cometió un informe sobre la
economía de Islandia en el año 2006, opus que tituló “Estabilidad
Financiera en Islandia”. He aquí los subtítulos de algunos
capítulos:
1.2
Un país avanzado con excelentes instituciones
1.3
Una fuerte situación fiscal
1.4
La Naturaleza única del sector financiero
El
informe concluyó en que la situación financiera de Islandia era
fuerte e iba a mejor. Dos años y medio más tarde Islandia sufrió
un espectacular colapso financiero, y todo su sistema bancario
quebró. ¿Por qué razones Mishkin mintió? Una sola. Un cheque de
124 mil dólares que le pagó la Cámara de Comercio de Islandia.
Cuando todo se vino abajo, Mishkin modificó su currículo y le
cambió el título a su estudio sobre Islandia por “Inestabilidad
Financiera en Islandia”. Mentiroso y además pillín.
Justo
para terminar, –con el propósito confeso de no dejarte dormir–,
te preciso que las AFP, que mangonean con el dinero destinado a tu
pensión, siguen fielmente los consejos de los “expertos”
financieros.
NOTAS:
Con
el fin de hacer más comprensible el texto de Luis Casado, cuya
orientación general es muy sencilla de entender, he añadido por mi
cuenta algunas explicaciones a determinados conceptos manejados en su
texto.
(1)
Yolanda Sultana es una célebre pitonisa y tarotista chilena (en
palabras suyas, “consejera
familiar”). Su
equivalente en España sería Rappel, el del tanga de leopardo, las
gafas invertidas y las túnicas. De al seriedad de las predicciones
de esta buena señora podemos hacernos idea en este
vídeo.
(2)
El Índice VaR (Value at Risk) se emplea para medir el riesgo de
mercado en una cartera de inversiones de activos financieros. Mide la
probabilidad de una pérdida de precios de mercados en una cartera de
valores dentro de un período de tiempo establecido. Tiene, entre
otros, los siguientes usos: gestión del riesgo, medida del riesgo,
control financiero. Es un índice muy cuestionado, hasta el punto de
que hay quien lo considera pura “charlatanería”.
(3)
Trader: chamarilero de productos financieros. Especulador. Actúa en
el corto plazo.
(4)
Trucho (en Chile, Argentina o Uruguay): falso, fraudulento, ilegal.
(5)
AFP: Administradoras de Fondos de Pensiones. En el Chile del golpe de
Estado pinochetista, se hicieron los primeros experimentos
neoliberales de los Chicago Boys de Milton Friedman. Una de sus
hazañas fue sustituir las pensiones públicas por fondos privados de
pensiones, que han constituido una auténtica ruina para millones de
pensionistas chilenos. Ello no ha parecido importarle un pimiento a
los sucesivos “gobiernos democráticos”, que llegaron tras la
dictadura, incluidos los de la “socialista” Bachelet, que se ha
limitado a parcheos de este sistema. Esta basura financiera sigue
operativa y arruinando familias. En 2016 se realizaron gigantescas
manifestaciones contra las AFP y por la vuelta a un sistema público
de pensiones.
(6)
FED: Federal Reserve System.
Comunmente se la denomina Reserva Federal. Es el Banco Central de los
Estados Unidos que, por cierto, no es público sino autónomo del
gobierno, privado y controlado por los principales banqueros del
país. El sueño húmedo de un liberal.
20 de febrero de 2017
LA GLOBALIZACIÓN: MÁS ALLÁ Y MÁS ACÁ DE DONALD TRUMP
Paula
Bach.La Izquierda Diario
La
defunción del nonato Tratado Transatlántico, el retiro de Estados
Unidos del TPP, la –por ahora- comedia de Trump con Peña Nieto por
el muro y el NAFTA, las medidas xenófobas promulgadas –luego
frenadas por la Justicia- y las acaloradas discusiones sobre el
“impuesto
fronterizo”, hablan por sí solos tanto de los límites de
la “globalización” como de los obstáculos para
cercenarla. Señalamos desde
esta columna que el choque entre “éxitos” y
desventuras de la globalización dibujaba el terreno más escabroso
que tendría que transitar el novel presidente norteamericano. Y,
efectivamente, si Wall Street recibió su asunción con una cálida
bienvenida superando la barrera de los 20.000 puntos, la firma
del decreto que suspendía temporalmente el programa para aceptar
refugiados y limitaba el ingreso de ciudadanos de siete países de
mayoría musulmana, no tuvo igual acogida. Wall Street mostró su
peor
caída en un año. Es que Wall Street habla y en un sentido
parece estarle diciendo a Trump que se cuide con el nivel arancelario
para importaciones mexicanas y chinas… Discúlpesenos la digresión
pero Trump también respondió decretando el inicio del proceso de
revisión de la ley Dodd Frank –una regulación financiera débil
implementada en 2010 por la administración Obama- y adelantó luego
que anunciaría
rebajas impositivas. Las bolsas volvieron a subir…Hay ahí un
diálogo sintomático e imperdible.
En
cuanto al decreto xenófobo, las estrellas chispeantes de Silicon
Valey pero también Goldman Sachs –origen del flamante Secretario
del Tesoro-, la Ford Motors, la General Electric, la Boeing, Nike y
otras “no tecnológicas”, salieron inmediatamente a
repudiarlo. Incluso las que como Ford están negociando a cuenta
gotas sus planes de deslocalización empresaria, le están avisando a
Trump que no se meta demasiado con la globalización –o por lo
menos que no se pase de la raya. A causa del decreto, el CEO
de Uber tuvo que renunciar a su cargo de asesor económico del
gobierno mientras el mayor impulsor de los autos eléctricos prefirió
permanecer dentro del consejo –del que entre otros también forman
parte los directivos de las súper “globals” innovadoras
Tesla, Space X, IBM y la cadena de ventas internacionales Wal-Mart
Stores- para así poder influir en la opinión de Trump, según sus
palabras…Los organismos y élites “globales” políticas y
económicas internacionales incluyendo desde la ONU hasta Mutter
Ángela –como retrató a Merkel hace no mucho tiempo el
influyente semanario alemán Der Spiegel- jugaron su carta
filantrópica defendiendo a refugiados y migrantes a quienes –de
más no está recordar- dejan morir por miles a diario en las aguas
del Mediterráneo, segregan en campos de concentración o –en el
“mejor” de los casos- usan como mano de obra barata.
El
asunto es que “globalización” y baratura de la mano de
obra extranjera –cuestión para la cual la inmigración representa
un potente símbolo- son aspectos inescindibles y resultan “la”
sustancia mediante la cual el capital restableció su dominio tras el
fin de las condiciones excepcionales de los años de posguerra. Y
esta sustancia es –nada más ni nada menos- que lo que hoy está en
cuestión. Donald Trump es el símbolo más cabal de un proceso que
durante los últimos 8 o 9 años fue perdiendo
–moderadamente, hay que remarcarlo- su dinámica económica y
que en ese curso fue horadando
con mayor virulencia el pilar de los mecanismos políticos que le
daban sustento. Este movimiento complejo reúne en la figura de Trump
gran parte de los difíciles interrogantes sobre el derrotero próximo
de la economía capitalista.
Sobre
glorias y paradojas
Señalamos
reiteradamente
desde esta
columna la dualidad entre éxito y fracaso del neoliberalismo
que, en lo fundamental, puede distinguirse temporalmente. Para
decirlo sintéticamente: la más amplia libertad al movimiento de
capitales –incluida la conquista
de nuevos espacios para la acumulación- y una “libertad”
restringida y opresiva al movimiento de personas, acompañada del
creciente retroceso de las condiciones de existencia de las clases
trabajadoras de los países centrales, constituyó
la esencia de las décadas de moderado crecimiento neoliberal que
siguieron a la crisis de los años ’70. Este trípode que alentó
la instauración de una nueva división mundial del trabajo y se
erigió en garantía de continuidad del liderazgo norteamericano tras
la ruptura del “pacto social” de posguerra, no estuvo
exento de la creación de elementos de nuevos “consensos”.
El lugar del crédito como estímulo al consumo, máscara del
estancamiento salarial y pérdida de beneficios de amplias franjas de
trabajadores en los países centrales –Estados Unidos es un
paradigma- fue escalando posiciones.
La
ilusión de la “democratización
de las finanzas” alcanzó su máximo impulso con las
hipotecas subprime en los años 2000. En paralelo, la inversión de
capital se fue localizando en regiones y países que adquirían la
fisonomía de “talleres industriales” como el Sudeste
Asiático, México,
la India y luego China y Europa del Este. En el mismo proceso en el
que el capital foráneo usufructuaba altos estándares de explotación
de la mano de obra, incorporaba a millones –muchos de los cuales
pasaban de la miseria absoluta a un ingreso miserable- al mercado de
trabajo y de consumo capitalista. Al calor de la industrialización
de algunas regiones periféricas particulares surgieron tanto
sectores de trabajadores especializados y mejor pagos, como nuevas
clases medias numerosas que -como en los casos de China o México-
tuvieron roles protagónicos en el desarrollo del proceso
“consumista”. En síntesis crédito y consumo –como
formas derivadas de un capital ficticio creciente- resultaron las
estrellas más brillantes de las últimas décadas neoliberales, a la
vez que la desigualdad crecía a ritmos desconocidos desde fines del
siglo XIX.
Pero
no sólo de raigambre económica fueron los elementos de lo que
podría llamarse un “consenso” frágil. En un interesante
artículo, la intelectual feminista estadounidense, Nancy
Fraser, habla de un neoliberalismo “progresista” al que
define como “alianza de las corrientes principales de los nuevos
movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y
derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de
negocios de gama alta ‘simbólica’ y sectores de servicios (Wall
Street, Sylicon Valey y Hollywood)”, Agrega Fraser que “En
esta alianza las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con
las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la
financiarización. Aunque maldita sea la gracia lo cierto es que las
primeras prestan su carisma a este último”.
Quizás
lo más significativo –al menos para el asunto que estamos
tratando- resulte que el antirracismo –o la antidiscriminación, da
igual- le haya “prestado su carisma" a aquellos cuyas
ganancias se encuentran “ontológicamente” asociadas a la
superexplotación –sujeta en múltiples oportunidades a prácticas
aberrantes e incluso “ilegales”- de mano de obra
extranjera tanto migrante como en su lugar de origen. Hoy las
multinacionales cognitivas –y las que no lo son no tanto- están
embanderando ese “carisma” para defender las bases de una
producción “globalizada”, el secreto de su ascenso.
El
desencanto
El
asunto es que el armado de aquellos múltiples consensos neoliberales
sufrió un shock tras la caída de Lehman y comenzó a hacer agua al
calor de las débiles condiciones de recuperación que le siguieron.
Como explicamos en diversas oportunidades no
existió “tierra arrasada” durante el pos 2008
–cuestión que en parte se debió la puesta en escena de una
relativa coordinación interestatal. La recuperación económica
resultó lo suficientemente “sólida” como para aventar el
fantasma de los años ’30 pero lo suficientemente débil –y este
es el núcleo del “estancamiento
secular”- como para demoler los frágiles consensos
internos conquistados hasta entonces. En el curso de esos años la
carroza se fue transformando en calabaza… el
hechizo del crédito estaba roto y amplios sectores de las clases
trabajadoras –fundamentalmente de los países centrales-
empezaron a sentir el peso de las conquistas perdidas en décadas
previas –incluyendo entre ellas, empleos de buena calidad.
Y
¿qué hay del “neoliberalismo progresista”? Dice bien
Fraser que “la victoria de Trump no es solamente una revuelta
contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue
el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista”.
Y se explica: “Clinton fue el principal ingeniero y
portaestandarte de los ‘Nuevos Demócratas’ (…)
en vez de la coalición del New Deal entre nuevos obreros
industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas,
Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos
movimientos sociales y juventud”. Y agrega que “Durante
todos los años en los que se abría un cráter tras otro en su
industria manufacturera el país estaba animado y entretenido por una
faramalla de ‘diversidad’, ‘empoderamiento’ y ‘no
discriminación”. Y resulta que fue “Fue esa amalgama la
que desecharon in toto los votantes de Trump (…)
Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió
el insulto del moralismo progresista que se acostumbró a
considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización,
los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita
identificado con ella”
Cabe
agregar –otra vez- que aquella amalgama “liberal progresista
antidiscriminatoria” constituyó la base de una potente
operación ideológica destinada a ocultar la discriminación de los
trabajadores chinos o mexicanos cuyos salarios resultan, para el
último caso, entre
6 y 10 veces menores que aquellos de sus pares norteamericanos.
Trabajadores estos últimos que por supuesto y a la vez, también
fueron “discriminados” con la pérdida de sus empleos,
viéndose sometidos luego a múltiples formas de precarización. Pero
al producirse esa especie de movimiento en reversa en el que tienden
a desarmarse múltiples consensos, las cosas aparecen invertidas de
resultas que un lado de las víctimas –la mano de obra barata-
emerge como victimaria, como quienes “robaron” el trabajo
a los “locales” que integran, por supuesto, la otra parte
de las víctimas. Y en ese perverso juego de cambio de roles –que
tuvo una contraparte poderosa en el voto a Bernie Sanders y en
sectores de los electores de Trump que al parecer se oponen a las
políticas antiinmigrantes- las empresas “globales”
especializadas en explotación de mano de obra extranjera, asoman
como los “progres”, defensores/salvadores de quienes son
en realidad sus víctimas directas.
China
y Vietnam: consensos en “deconstrucción”
Si
bien el fenómeno de desencanto y repudio a las élites políticas y
económicas está localizado primordialmente en los países
centrales, hay quienes están hablando de elementos de un proceso
similar en China, una suerte de “The end of the chinese
dream” –con todas las limitaciones que se le deben reconocer
al “chinese dream”. Contrariamente a lo sucedido en Estados
Unidos y en el “centro”, durante los últimos años y por
esas cuestiones de la “demanda”, los miserables salarios
chinos devinieron bastante menos miserables. El asunto bastó para
que comenzaran las deslocalizaciones…hacia Vietnam –donde el
salario básico oscila entre los 150 y 200 dólares mensuales contra
un promedio de 650 en China (ver Le Monde diplomatique,
febrero 2017)-, Bangladesh, Birmania e incluso…México. Nike,
Adidas, Puma, Lacoste, Foster, Samsung, Foxconn, Apple, Cannon, son
algunas de las empresas filantrópicas que se están retirando de
China hacia localizaciones más “económicas” (Idem).
Mientras
el desarrollo tecnológico avanza en China, parece estar adquiriendo
cierto peso un sector de trabajadores cuya fuerza de trabajo no
resulta lo suficientemente barata ni posee los perfiles tecnológicos
requeridos. Cuestión que a su vez se encuentra íntimamente
relacionada al hecho de que China no puede continuar sosteniendo
–también debido a la debilidad de la recuperación mundial- el
modelo exportador que construyó el consenso chino-americano de las
últimas décadas. Un consenso que –vale aclarar- se sostuvo sobre
sus pies en los años pos Lehman y empezó a exteriorizar debilidades
a partir del año 2014. Para seguir pensando derivaciones de la
“deconstrucción” de los consensos, los límites al modelo
exportador chino y su tortuosa –y necesaria- lucha por convertirse
en algo más que la segunda economía mundial, están transformando
al gigante asiático de un soporte para el modelo anglosajón en una
amenaza potencial.
Hay
ahí una suerte de diálogo profundo entre la economía y la
política, al que venimos
haciendo referencia hace ya tiempo. Si Donald Trump –por solo
hablar del más shockeante de los fenómenos recientes- es el
resultado de las características económicas particulares de la
recuperación posterior a la crisis de 2008, la defunción del
Tratado Transpacífico es una consecuencia -previsiblemente- derivada
del ascenso de Trump.
Y
el fin del Tratado Transpacífico, entre otras cuestiones de alto
calibre como las aún inciertas consecuencias geopolíticas y
económicas sobre la relación chino-norteamericana, le está
cortando el aliento a países que, como Vietnam, se imaginaban como
el “segundo taller del mundo” (ver Le Monde…) tras el
encarecimiento de la mano de obra china y el cerco económico que se
le dibujaba al gigante asiático si se concretaba el tratado. Es
decir que la pretensión de eventuales “nuevos consensos”
internos y externos, parecería estar quedando relegada al mundo de
la ilusión.
Comienzan
a ponerse en juego variados factores que como mínimo delinean una
tendencia hacia la ruptura de los múltiples consensos construidos
durante las últimas décadas, algunos de ellos prorrogados con
bastante habilidad –como el chino-norteamericano- o forjados –como
los elementos de coordinación interestatal- en el escenario pos
Lehman.
Ser
o no ser global…
Si
Trump tiene el objeto de mostrarse a sí mismo como el representante
del más radical de todos los cambios, lo cierto es que enfrenta la
ímproba tarea de intentar conformar a sus electores –a quienes
prometió el oro y el moro…- sin atacar demasiado las bases de la
internacionalización del capital. Justamente una de las
contradicciones actuales más flagrantes –venimos insistiendo
sobre este asunto- es aquella que muestra que no es la catástrofe
económica sino las derivaciones políticas de una crisis
potencialmente catastrófica, el fenómeno que está colocando en el
centro al “nacionalismo” y al –por ahora- discurso
proteccionista.
Pero
el tipo de “protección” al que pueden aspirar en las
condiciones actuales las grandes empresas de origen norteamericano es
naturalmente muy distinto al que pueden ansiar los hombres y mujeres
-trabajadores comunes- para los cuales el “sueño americano”
se está transformando en pesadilla. Aunque dicho un poco
esquemáticamente, si la “protección” que persiguen los
primeros tiene básicamente la forma de los mal llamados “Tratados
de libre comercio” –una práctica habitual de las últimas
décadas asentada en pactos sobre los derechos internacionales de
los inversores-, la que buscan los segundos está asociada a una
–difícilmente imaginable- reindustrialización de Estados Unidos.
Un tercer sector -parte fundamental de los electores de Trump- lo
integra la pequeña y mediana empresa naturalmente interesada en
exenciones impositivas y un crecimiento del consumo interno, aunque a
la vez estrechamente dependiente –en múltiples oportunidades, al
menos- del trabajo súper barato de los inmigrantes ilegales.
Pero
cuando Trump envía señales del carácter pretendidamente “real”
de su discurso, sugiriendo que frenará la inmigración e impondrá
fuertemente las importaciones, “amigos” y enemigos le
saltan a la yugular. Por solo dar dos ejemplos, el iPod
de Apple viene con un sello que dice “Hecho en China,
diseñado en California” y la propia Boeing –la mayor empresa
exportadora de bienes manufacturados de Estados Unidos- produce una
porción significativa de las piezas
de avión en México desde donde además importa –entre otros
productos- cocinas para los aviones, sistemas de cableado, aires
acondicionados, timbres y mantas de aislamiento. Pero no sólo las
“top” estarían en problemas, sino también los
empresarios tamberos…Las deportaciones podrían provocar la
desaparición de más de 7000
tambos que no tendrían quién les trabaje (*)… Más allá de
negociaciones parciales -como en el caso de Carrier, Ford o Boeing,
entre otros- Trump no puede modificar cualitativamente una estructura
de cadenas de valor diseñada para aprovechar múltiples ventajas en
diversos rincones del planeta y construida con tanto “esmero”
durante los últimos cuarenta años. Estructura que –de más no
está repetir- constituyó la esencia de la salvación del capital
posterior a la crisis del ’70. Es difícil imaginar cuál podría
ser la nueva “gran empresa” capitalista que sustituya el
armado neoliberal.
En
el terreno que podríamos llamar “financiero” vale dejar
planteado como interrogante –aunque no vamos a desarrollar el
asunto aquí- si la previsible liquidación de la ley Dodd Frank
y la resurrección de los proyectos de construcción de los polémicos
oleoductos de Keystone XL y Dokota Access, implican una
apuesta de Trump al armado de alguna nueva burbuja petrolera.
Cuestión que empero nacería rodeada de múltiples contradicciones
como la muy probable revaluación
del dólar que –sin ser el único factor que lo determina-
repercutirá negativamente sobre el precio de las materias primas
incluido, por supuesto, el petróleo.
Con
toda la incertidumbre que sigue sobrevolando la escena, lo cierto es
que las políticas de Trump apuntarán como mínimo a una “reforma”
de la globalización, asunto que –amén de las formas políticas,
es claro- tiene elementos de contacto con las sugerencias de
distintos liberales “aterrados” o neokeynesianos pro
global, como Paul
Krugman. El problema es que la idea de “reformar la
globalización” con medidas proteccionistas –aunque sean
débiles- tiene aroma a contrasentido y es muy probable que en su
intento derrame crisis de todo tipo. En el plano interno,
profundizando grietas
en las alturas que tenderán a combinarse con la crisis de
consenso latente. En el plano internacional, incrementando las
fricciones –cuestión que ya es evidente- y tal como observamos
desde esta
misma columna, estableciendo un límite estricto a la
“coordinación interestatal” que cumplió un rol tan
destacado en la contención de la crisis durante los últimos años.
(*)
establos
17 de febrero de 2017
NEOLIBERALISMO Y CRÍTICA MARXISTA
Rolando
Astarita. rolandoastarita.wordpress.com
Los
gráficos sobre aumento relativo del gasto estatal en las economías
capitalistas, que he presentado en la nota anterior (aquí),
han movido a algunas personas a preguntarse si estoy negando la
existencia del neoliberalismo. En realidad, en ningún momento negué
el neoliberalismo. Simplemente defiendo una caracterización de ese
fenómeno distinta de la que sostiene la mayoría de la izquierda. En
particular, sostengo que lo distintivo del neoliberalismo no fue la
mayor o menor participación del Estado en la economía; y que es
equivocado interpretarlo en términos de ascenso del capital
financiero sobre otras formas del capital.
Traté
este asunto en varios lugares. Por ejemplo, en El capitalismo
roto, donde critiqué la tesis de la financiarización; o en la
nota reciente sobre keynesianismo (aquí).
También incorporaré el tema en la segunda edición (corregida y
aumentada) de Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos,
que espero se publicará en 2017. Allí escribo:
“El
ascenso desde mediados de la década de 1970 del neoliberalismo
-englobando con este término al conjunto de doctrinas que desembocan
en el nuevo consenso neoclásico keynesiano- ha sido interpretado por
buena parte del pensamiento progresista y de izquierda como un asalto
del sector financiero a los puestos de mando del capital.
Nuestra
interpretación es diferente. Consideramos que el neoliberalismo
expresa una política de todo el capital, no solo de una de sus
fracciones. Esto es, el apoyo que tuvieron, y tienen, las políticas
recomendadas por monetaristas, nuevos clásicos, nuevos keynesianos y
similares excede en mucho al capital financiero. Los ataques a los
derechos sindicales; los ajustes que implican caídas del salario;
las legislaciones para flexibilizar las relaciones laborales; la
reducción o supresión de subvenciones a los desempleados; el
empobrecimiento de pensionistas y jubilados; las ofensivas contra los
inmigrantes, fueron medidas que apuntaron a restablecer la
rentabilidad del capital de conjunto. Por esta razón fueron apoyadas
a nivel global no solo por los bancos y financistas, sino también
por las cámaras empresarias de la industria, el comercio, el agro,
la minería, el transporte, más amplios sectores de las clases
medias y de las patronales pequeñas y medianas.
Por
otra parte, las privatizaciones, las aperturas comerciales y las
libertades para el movimiento transnacional de los capitales tuvieron
como efecto someter de manera más abierta y plena a todas las
economías a la ley de la ganancia. Y esta orientación fue alentada
por capitales industriales, comerciales, agrarios, junto al capital
financiero. Incluso las fracciones más débiles de los capitales
nacionales buscaron insertarse en esta mundialización del capital.
La
reacción neoliberal, a su vez, fue acompañada por una movilización
reaccionaria en la política, la cultura y la ideología. En muchos
ámbitos se impuso la consigna “que gane el mejor y el más
fuerte”, que por lo general son los más ricos. Se rechazaron los
movimientos críticos y las culturas contestatarias; resurgieron
movimientos racistas y xenófobos; y se exaltaron valores
conservadores burgueses. Todo ello contribuyó a que el trabajo fuera
subsumido de forma más completa al capital de conjunto, sin
distinciones. Por eso pensamos que el neoliberalismo expresa el
programa de la clase capitalista global frente a la crisis de
rentabilidad que estalló en los 1970, y la posterior profundización
de la mundialización del capital”.
Lo
esencial: aumento de la tasa de explotación
En
esta descripción el tema de si el gasto del Estado tuvo más o menos
intervención en la economía no tiene mayor relevancia para la
caracterización de las políticas que se aplicaron en los países
capitalistas en las últimas décadas. Lo esencial es que el
programa del capital pasó por aumentar la tasa de explotación del
trabajo. Lo cual explica también por qué el neoliberalismo tuvo la
adhesión de prácticamente todas las facciones del capital;
naturalmente, el aumento de la tasa de explotación del trabajo es la
raíz de la hermandad del capital.
En
este respecto, en la nota en la que analizo el libro de Piketty
(aquí)
señalé que hay mucha evidencia empírica del aumento de la
participación de los beneficios en el ingreso a nivel global; eso
es, hubo una tendencia al aumento de la relación beneficios /
salarios, que nos da un proxy a la tasa de plusvalía. Escribí:
“Según
Kristal (2010), y para 16 países industrializados, la relación W/Y
aumenta en promedio en la posguerra y hasta los 1970, pero baja desde
el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos últimas
décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos
salariales.
Por
otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la
participación de los salarios ha estado declinando a nivel global
desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de
las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años,
desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos
entre 1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la
participación del trabajo. La tendencia se verifica también en
China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también
encuentran la caída de la participación de los salarios en los
países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el
aumento de la participación de los beneficios en el ingreso es a
través de la distancia entre los ingresos de los CEO de las grandes
corporaciones (plusvalía) y los salarios promedio. En EEUU, en 2013,
la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor que la de la media
de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que menos
cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive
Paywatch, de la AFL-CIO).
También
el “Informe mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT
muestra esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción
media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados
de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis de 2007. En Japón
la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en 1970
al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del
71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en
1970 al 63,66% en 2010. A su vez, en 16 economías en desarrollo y
emergentes, disminuyó del 62% del PBI en los primeros años de los
1990 al 58% justo antes de la crisis.
Por
otra parte, la evolución de la plusvalía relativa parece clara.
Según la OIT, el índice de productividad del trabajo (producto por
trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999, se
había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los
salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la
productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola
aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la remuneración salarial lo hizo
el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas, la productividad
se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales permanecieron
sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía aumenta,
aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China,
a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el
PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó” (W:
salario; Y: ingreso).
Subrayamos
entonces que la cuestión de si el Estado tuvo más o menos
participación en las economías capitalistas es secundaria a la
hora de definir en qué consiste el neoliberalismo. Más
importante aún es que no tuvo un papel neutral en la ofensiva contra
el trabajo. Contra lo que piensa el sentido común del izquierdismo
progresista, el Estado no está por fuera de las relaciones de clase;
no se lo puede pensar haciendo abstracción de su carácter de clase.
De hecho, a lo largo de las últimas décadas el Estado contribuyó
(y sigue haciéndolo) al fortalecimiento de las posiciones del
capital frente al trabajo. Así, por ejemplo, las empresas que se
mantienen bajo control estatal se rigen cada vez más según la
lógica de la rentabilidad: compiten con empresas privadas, cotizan
en bolsa, establecen relaciones con el mundo financiero según las
reglas del mercado, subcontratan trabajo y lo precarizan, y remuneran
a sus ejecutivos como cualquier otra empresa capitalista. De la misma
manera, cada vez más en reparticiones del Estado encontramos trabajo
precarizado y trabajadores con derechos laborales mínimos. Todo
apunta a la misma conclusión: el Estado no está por fuera de la
unidad orgánica que conforma el modo de producción capitalista.
Por
eso, el punto de partida del análisis deben ser las relaciones entre
las clases sociales fundamentales de la sociedad moderna. Y por eso
también, y contra lo que imaginan los ideólogos del reformismo
pequeño burgués, el aumento de la explotación del trabajo es
perfectamente compatible con la no reducción o el aumento de la
participación del gasto estatal en el producto. Más aún, la
participación del gasto social en el producto ha tendido a aumentar,
en el promedio de los países de la OCDE, entre 1980 y 2015. Las
razones de por qué sucedió así deberán investigarse, pero de
nuevo esto no impidió el aumento de la tasa de explotación (en
Argentina esta cuestión tiene particular relevancia a la hora de
caracterizar a la política del gobierno de Macri). En otras
palabras, el aumento del gasto público no está en contradicción
con la ofensiva del capital desde mediados de los 1970.
Textos
citados
Blanchard,
O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation
and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal
of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis
L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”,
NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall,
T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of
National Income in Capitalist Democracies”, American
Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
A pesar de la vileza del
furibundo ataque de Astarita contra el Presidente sirio Al Assad y
contra quienes defendemos su legítimo gobierno, en el pasado mes de
diciembre, en dos artículos que encontrarán en su blog, considero a
Rolando Astarita como uno de los más notables teóricos marxistas en
el plano económico. Hoy los marxistas no estamos sobrados de
especialistas en este área, dado que muchos de los que se
identifican como tales son meros propagandistas de la vulgata
keynesiana, postkeynesiana o neokeynesiana. No soy sectario y, aunque
Astarita, pueda decir barbaridades en determinadas cuestiones, en mi
opinión es enormemente interesante en otras.
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