Hedelberto López Blanch. Fotografía: Virgilio Ponce |
Cuando se cumplen 13 años de la invasión estadounidense a Afganistán y aunque resulte difícil creerlo, Washington ha gastado o despilfarrado un billón de dólares en su hipotética reconstrucción, según cálculos del diario inglés Financial Times.
El rotativo agrega que además del millón de millones de dólares derrochados, la administración norteamericana deberá asumir nuevos gastos para que el régimen de Hamid karsai pueda mantenerse en el poder con la ayuda de las tropas del Pentágono.
Recopilando datos de varias agencias financieras y Organizaciones No Gubernamentales, Financial Times señala que también, la guerra y ocupación en Irak le ha costado a la Casa Blanca la enorme cantidad de 1 700 000 millones, mientras en ambos países perdura la inseguridad, la corrupción y la falta de atenciones básicas de la población. En total 2 700 000 millones.
Uno de los principales suministradores de datos oficiales ha sido el inspector general especial para la Reconstrucción de Afganistán, John Sopko quien aseguró que lo gastado por Estados Unidos en esa nación, es mayor que el costo del ambicioso Plan Marshall para reconstruir Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Este inspector, aprobado en el cargo por la Casa Blanca y el Congreso, informó que miles de millones de dólares se han perdido o robado en proyectos que a menudo tenían poco sentido en las condiciones de Afganistán.
Desde lanchas rápidas para una nación que no tiene acceso al mar, numerosos equipos de guerra y autos civiles obsoletos, aviones oxidados que aparecen en cualquier parte del país o un programa de plantación de soja en una nación cuyo pueblo esta acostumbrado a consumir trigo, son algunas de las acciones que han servido para ocultar los grandes desfalcos y estafas.
Sopko, que fue nombrado hace dos años junto a un equipo de 200 personas, acusó en una conferencia a las agencias estadounidenses de tirar dinero por el desagüe y catalogó de “descarada” la corrupción de funcionarios afganos y estadounidenses.
En su declaración, el inspector general para Afganistán sentenció: “Hemos construido escuelas que se han derrumbado, clínicas donde no hay médicos; hemos construido carreteras que se deshacen a pedazos. Es grotesco y todo se ha realizado sin ninguna supervisión”.
En un enorme proyecto para cultivar soja, sin discutirlo con las autoridades afganas, Washington ha gastado 34,4 millones de dólares, lo que Sopko catalogó de “una actitud prepotente de Estados Unidos” porque esos pobladores no atienden esos cultivos.
Y resulta lógico que a los ciudadanos de ese país asiático no les interese atender la soja pues para que la mayoría de sus pobladores logren obtener algún dinero para sobrevivir del grave desastre que ha dejado la invasión estadounidense y los constantes ataques y enfrentamientos armados con los diferentes grupos armados, deben dedicarse al cultivo de la amapola.
La proliferación de la producción de opio ha ascendido en 3 000 % desde que los talibán fueron expulsados del gobierno en 2001. En 1999 el talibán ilegalizó ese cultivo y dos años más tarde la planta estaba prácticamente erradicada, indicó un informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas.
Datos de Organizaciones no Gubernamentales indican que el gobierno presidido por Hamid Karzai, obtiene el 25 % del Producto Interno Bruto (PIB) del negocio de la droga.
La cifra alcanza a cerca de 3 000 millones de dólares y con la producción total proveniente de las distintas fuentes se abastece el 90 % del mercado europeo y el 40 % del estadounidense.
Con un país destruido y empobrecido, muchas familias afganas tratan de sobrevivir con el negocio del opio. De sus 30 000 000 habitantes, carecen de empleo el 65 % de la población económicamente activa; el analfabetismo se cifra en 80 %; la carencia de agua potable y alcantarillado es casi generalizada en todo el territorio; el 50 % de los niños padecen malnutrición y a diario mueren 600 por enfermedades evitables; 22 millones sobreviven del cultivo de la amapola.
En ese sentido, Sopko señaló que el programa estadounidense de lucha contra los estupefacientes “ha sido un fracaso pues desde 2001 a la fecha han crecido las hectáreas cultivadas y las cifras de exportación de esa droga”.
Lo que le faltó explicar a Sopko es que los campesinos cosechan la planta de amapola y recolectan su leche, pero después se debe realizar un tratamiento químico para el que se necesita disponer de laboratorios, procesar el líquido y convertirlo en heroína o morfina.
El productor afgano no cuenta con dinero ni capacidad para procesar la droga y el negocio pasa a manos de los llamados Señores de la Guerra que controlan las distintas regiones del país, así como de integrantes del gobierno impuesto por Estados Unidos. También participan miembros de las fuerzas de ocupación y de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana.
Para sacar el opio de Afganistán es necesario tener transportes y grandes contactos para atravesar fronteras y ponerlo a disposición de los consumidores en las naciones occidentales.
A 13 años del inicio de la ocupación, las promesas de reparar las viviendas y construir otras nuevas se han desmoronado y los tres pequeños hospitales erigidos se encuentra sin techo, con falta de agua y sin personal profesional para la atención asistencial.
En definitiva, el gran perdedor ha sido el pueblo afgano mientras muchos invasores se han llenado sus bolsillos.