Por
Marat
"Quien
con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo al abismo, también éste mira dentro de
ti" (Friedrich Nietzsche. “Más allá del bien y del
mal”)
A
estas alturas explicar cómo fueron los juegos florales que
precedieron a las dos últimas sesiones fallidas de investidura del
candidato Sánchez o cuáles fueron los pasos que condujeron al doble
fiasco sería ocioso. Quienes hayan seguido el proceso ya tienen sus
propias configuraciones de los hechos en sus cabezas.
Me
parece mucho más interesante tratar de entender cuáles fueron las
motivaciones -frenos en realidad- que llevaron a los dos
protagonistas, Sánchez e Iglesias, principales del frustrado pacto
de investidura a hacerlo fracasar.
El
argumento aireado desde ciertos columnistas de la prensa de derechas
de que Iglesias podría merendarse cuando quisiera a Sánchez en un
gobierno de coalición, dada su supuesta mayor altura política, es
pintorescamente falaz, dado que el Presidente del gobierno tiene
siempre la potestad de nombrar y, sobre todo, de cesar ministros y
hasta vicepresidentes del mismo. Recuérdese el caso de Alfonso
Guerra y de su salida del gobierno González. Lo del menos sería la
argumentación de los motivos, dado que en política, algo que
debiera saberse, las decisiones preceden a las justificaciones.
En
cualquier caso, las crisis de gobierno para cambiar a miembros o
partes del ejecutivo son situaciones que los Presidentes de gobierno
prefieren no verse en la necesidad de afrontar, mucho más en una
situación como la que nos ocupa en la que la derecha y sus medios se
han ocupado de anunciar como de administración débil, dado los
apoyos que necesitaría para su constitución.
Tampoco
parece que el argumento sostenido por Podemos y su entorno,
“reconocido” por el propio Sánchez en noviembre de 2017 en el
programa “Salvados”, espolón de proa televisivo de as progresía,
de presiones por parte del IBEX (parece no haber otro capitalismo que
el que representan estas empresas cotizadas para los progres) para
que Podemos no entrase en el gobierno.
Es
obvio que el capital tratará siempre de potenciar las posibilidades
para formar gobierno a las opciones políticas que más le aseguren
la continuidad en la realización de sus beneficios y de poner
obstáculos a su logro por aquellos que puedan poner en peligro su
acumulación de capital. Pero éste, el de Podemos, no es el caso.
No
lo ha sido en el caso de la Comunidad de Castilla-La Mancha, no lo ha
sido en los gobiernos municipales de Barcelona o de Madrid. En el de
Madrid, la dedicación de la hasta hace muy poco socia de Podemos,
señora Carmena, a reducir el gasto, también sus partidas sociales y
a apoyar el pelotazo urbanístico del plan Chamartín no parecen
medidas que amenacen demasiado los intereses del capital.
Por
otro lado, la constante rebaja programática de Podemos desde su
constitución en marzo de de 2014 indica una constante e incansable
busca de la respetablidad burguesa dentro del supermercado de marcas
electorales.
Si
esto no fuera suficiente, el ejemplo del león griego (como le
denominó Pablo Iglesias en el cierre de la campaña de Syriza en
septiembre de 2015) Tsipras deja claro lo que cabe esperarse de la
denominada “izquierda alternativa”.
Podemos
es, como Iznogud, el califa en lugar del califa. Para entendernos la
socialdemocracia que viene a llenar el hueco dejado por el
social-liberalismo del PSOE, como la llamada izquierda radical
europea hace con respecto a los partidos socialistas. Esto, y no otra
cosa, es la izquierda de la izquierda. Y a estas alturas de la
historia ya debiera quedar claro cuál ha sido el papel histórico de
la socialdemocracia y su desfase actual respecto a un capitalismo que
ya no necesita pacto social alguno, que da por superada la etapa del
Estado del Bienestar y que en realidad es el que gobierna con títeres
interpuestos, sean estos del color asumido que sean.
Al
menos a Podemos, a pesar de la puesta en escena gritona e
hiperventilada de sus huestes (radicales de salón), cabe admitirle
una mayor dignidad que la de la Izquierda Unida de antes de Garzón y
con Garzón, muchos de cuyos miembros se autodenominan comunistas,
insultando a tan digna ideología, al igual que hacen los cabestros
de la extrema derecha cuando tildan de comunista a Podemos. Una
formación cuya autodenominación es la de “la izquierda” no es
otra cosa que socialdemocracia mal disfrazada que intenta legitimarse
desde el voto y su presencia en el circo parlamentario del Estado
burgués. A la altura del siglo XXI los intentos de justificar su
“parlamentaritis” (cretinismo parlamentario para Marx) con el
recurso a la presencia de los bolcheviques en la Duma rusa
prerevolucionaria indica que ni han aprendido las elecciones
posteriores de la historia en cuanto a la “utilidad” que dan las
lecciones a los comunistas y que ellos de tal no tienen nada.
Así
pues, el argumento de las presiones de la CEOE que dio Sánchez para
la no presencia de Podemos en un hipotético gobierno PSOE hace algo
más de año y medio suena a cuerno quemado y a anticipación de la
fase de disculpas cambiantes de estos meses para no integrarle en el
mismo.
En
realidad, los ataques mediáticos a Podemos y a Iglesias desde los
medios de la derecha y la extrema derecha no son tan diferentes a los
que le hacen al PSOE y a Sánchez, a pesar de que este partido y la
izquierda no son otra cosa que una de las patas de la legitimación
del orden político y económico de la burguesía y Sánchez un
cínico sin escrúpulos ni ideología pero con una autoconfianza
digna de mejor causa. Y es que para que la ficción de un pluralismo
real funcione es necesaria una apariencia de tensión sistémica
donde todo es consenso respecto al sistema de dominación del
capital, cuyo instrumento de legitimación es la democracia burguesa,
que cada vez se niega más a sí misma.
El
motivo por el que Sánchez y el PSOE han hecho todo lo posible para
evitar un auténtico gobierno de coalición no es otro que el de
cobrarse la pieza de Podemos y de su dirección, acabando con este
partido, al arrastrarle a unas nuevas elecciones generales.
Unas
elecciones generales que le pueden costar al PSOE y a su secretario
general la presidencia del gobierno, al desmovilizar a parte de su
electorado, harto del espectáculo de estos meses. Pero Sánchez,
animado por esa especie de Rasputín palaciego que es Iván Redondo,
ha visto la ocasión para que los votos perdidos primero por
Zapatero, un patético correveidile de las izquierdas, y después por
el fallecido Pérez Rubalcaba, y guarecidos en Podemos durante estos
años, vuelvan ahora a lo que en el pasado llamaban “la casa común
de la izquierda”, el PSOE. Podemos
ya cumplió su papel de guardar los votos del PSOE y ahora Sánchez
pasa a recogerlos....si le sale bien la operación.
Luego
habrá factores coadyuvantes y añadidos a la decisión de frustrar
el pacto de gobierno de coalición por la dirección “socialista”,
tales como el carácter errático e inestable de Iglesias o la imagen
que pueda contaminar a un gobierno el tener un socio en
descomposición política. Pero todos ellos son de orden menor y no
la razón principal de la teatralización del desencuentro desde el
PSOE.
Asistimos
a una lenta recuperación del bipartidismo, no por la confianza en
los dos grandes partidos (PP y PSOE) sino por la creciente decepción
que van generando los ya no tan nuevos partidos (C´s y Podemos). La
dirección del PSOE añora los viejos tiempos sino de las grandes
mayorías de González sí al menos la del último Zapatero y sabe
que la estabilidad la logrará en buena medida, aunque no en
exclusiva (vuelve a a amenazar una nueva fase de la ya eterna crisis
capitalista en el horizonte, lo que acabará con cualquier veleidad
de incremento del gasto público) mediante mayoría absoluta o
suficiente para gobernar cómodamente. Es la hora de que los votos
del PSOE, guardados durante estos últimos 5 años en Podemos vuelvan
a casa. E Iglesias también lo sabe.
Desde
la actuación de Podemos la razón principal del fracaso de las
negociaciones ha estado en la tensión entre la necesidad de ocupar
“poder” para parar la hemorragia en sus filas y retener el máximo
posible del voto que se le escapa como arena entre los dedos, por un
lado, y por el otro, la intuición de Iglesias de que por mucho
ministerio social que lograse, con contenido o sin él, la podadora
de Bruselas iba a recortar el gasto al máximo -y sin él no el no
hay política social ni reversión de anteriores recortes que valgan-
y los pocos éxitos que el gobierno pudiese materializar los iba a
capitalizar Sánchez y el PSOE y no el coletas ni Podemos, pues el
primero sería el Presidente (él concentra la valoración de una
administración) y el PSOE, por conformar la mayoría de los
ministerios.
Como
la Penélope de la Odisea, que deshacía por la noche lo que tejía
por el día, el Podemos negociador, favorable al pacto y hasta
contemporizador, mostrándose flexible y haciendo concesiones una
detrás de otra (el sacrificio del Mesías redimiendo a los suyos)
era saboteada por poner la entrada en el gobierno muy por delante del
acuerdo programático, las exigencias en público de ministerios
concretos, la demostración ante su auditorio de la desconfianza en
el candidato a socio y la actitud de vigía receloso que exhibe sus
exigencias como modo de control al gobierno, papel que le está
encomendada a la oposición en una sistema de democracia formal.
Ingenuo
papel este último pues no hay mayor vigilante sobre el gobierno, sea
monocolor o compuesto, que el poder fáctico del capital, de sus
medios de opinión, de las instancias judiciales del Estado y de los
poderes en la sombra de los altos estamentos del funcionariado.
La
realidad es que Iglesias temía que, al asumir Podemos sus parcelas
de gobernabilidad adquiriese también la factura del coste social de
carecer de autonomía de lo político para llevar a cabo políticas
sociales con presupuesto real y suficiente en un país
semiintervenido en lo económico desde las altas instancias de la UE
y del capital.
Como
el asno de Buridán que muere por inanición al no saber elegir
entre un montón de avena y un cubo de agua (la versión dominante
habla de dos montones de heno), Iglesias (el “negociador”
Echenique fue solo su brazo tonto o chico de los recados, lo que ha
sido siempre) entró en catatonía y finalmente implosionó en un
fracaso de unas negociaciones (ahora sigue atrapado en el bucle del
gobierno de coalición sin encontrar la puerta de salida) que el
tahúr Sánchez jamás se planteó llevar a buen puerto, pues solo
ganaba tiempo para agotar los plazos y convocar nuevas elecciones,
que ya veremos si no son un fiasco, no solo para Podemos sino también
para el PSOE y el propio Sánchez.
En
realidad, ninguno de los dos actores, Sánchez e Iglesias, cada uno
por distinto motivo, tenía intención real de un pacto de coalición
de gobierno pero, como son malos actores y abusaron de la
sobreexposición de su teatro de vodevil, se les notó demasiado, lo
que ha acabado con la paciencia de un tipo de votante que oscila
entre el cinismo y la penosa ingenuidad de creerse que hay
diferencias reales entre los gobiernos de derecha y de izquierda,
máxime en tiempos de crisis capitalista, en la que el gasto es
absolutamente antagónico con el beneficio y la elevación de la tasa
de ganancia.
Otras
consideraciones de carácter más psicológico, como la mala sintonía
entre los dos machos alfa, la desconfianza mutua, la torpeza de los
negociadores y otros “relatos” queden para los Peñafieles de la
opinión publicada y el chascarrillo fácil.
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