Elvira Huelbes.
CuartoPoder
Esta es la historia ejemplar de una
vida desdichada. La de una mujer de clase alta irlandesa, Violet Gibson, que atentó
contra la vida de Benito
Mussolini, en 1926, por razones que ella se llevó consigo a la tumba. Un
ser que pasó sus años juveniles entre notables y bailes aristocráticos, para
morir, abandonada, en un manicomio de aires victorianos, Saint Andrew,
Northampton, con las peores referencias.
La autora de esta biografía
contextualizada y minuciosa es la historiadora y periodistaFrances Stonor
Saunders, que se ha tomado la
tarea de desenterrar a este personaje insólito como una manera de honrar su
memoria y denunciar la lamentable injusticia que sufrió y que arruinó su vida.
A ciencia cierta, nadie sabe por qué
una mañana luminosa de abril de 1926, la honorable Gibson, que se encontraba
disfrutando de una temporada en Roma, abriéndose paso entre la multitud,
dispara a pocos metros del Duce su revolver Lebel, agujereando apenas la nariz
del mostrenco, con tan mala fortuna que se encasquilló el trastito impidiendo a
Violet terminar su misión con éxito. Además salió de milagro viva del
linchamiento que la jauría humana enfebrecida intentó inmediatamente después.
La
propia heroína lo había dicho a uno de sus médicos en el frenopático: “Decir
o no decir la verdad no es importante. Lo importante es no decir lo que no se
puede decir. Hay ciertos secretos que una nunca puede revelar”. (Pág. 235)
Violet Gibson era una mujer
físicamente endeble –medía algo más de metro y medio y pesaba alrededor de 40
kilos- pero anímicamente fortalecida por sus convicciones morales, políticas y
religiosas. Militó entre sufragistas, pacifistas y socialistas, y se propuso
combatir el fascismo en un tiempo en que hasta el mismo Winston Churchill tenía buenas palabras para Mussolini;
igual que el rey Jorge V y las clases dominantes británicas en
general. Esta simpatía se hacía extensiva al mismo Hitler. Pero, a lo que íbamos.
Saunders cuenta la historia
contextualizando muy bien los asuntos y las personas implicadas en ellos,
salpicando oportunamente el relato con nombres y citas de escritores como Virginia Woolf,James Joyce, Ezra Pound, Robert Musil, que lo ilustran y enriquecen. Su
trabajo minucioso de investigación desvela sorpresas hasta en las biografías
más estereotipadas y conocidas, como la del propio Mussolini.
Pero la creación del personaje de
Violet, para cuyos rasgos la autora ha tenido que indagar en archivos en los
que esos papeles estaban olvidados, reconstruyendo sus pasos y sus
pensamientos, es la parte del león de este libro, me parece. Se detecta la
simpatía que despierta esta figura debilucha y empecinada en su misión, como
una Juana de Arco decidida a cumplir lo que ella cree la
voluntad de Dios, sin considerar el peligro para sí misma.
Después del atentado, la irlandesa
queda un tiempo largo vigilada por las autoridades italianas que estudian el
caso antes de decidir si la enjuician o la consideran trastornada y la deportan
a su país. Junto al de ella, otros dos atentados al Duce se saldan con sendas
cadenas perpetuas para sus autores y uno más, cuando Violet ya estaba detenida,
acabó con el linchamiento del joven de quince años que lo intentó.
Por fin, Violet es trasladada a Gran
Bretaña, por su propia familia que la mantiene engañada con la falsa promesa de
la libertad, cuando en realidad, su futuro, el más negro imaginable, estaba
escrito en el sanatorio de los horrores en el que también acabó sus días Lucía Joyce, la hija del autor
del Ulyses. Ambas murieron
treinta años después de un ingreso. Ambas están enterradas, de cualquier
manera, a pocos metros de distancia en el cementerio de Kingsthorpe, “una
lúgubre extensión de llanuras que se topaban contra una ruidosa travesía de
Northampton”. (Pág. 363)
Saunders desvela que el mismo
psiquiatra que trató a Violet había tratado también a Virginia Woolf: Maurice Craig, “el
psiquiatra favorito del grupo Bloomsbury” (pág. 288) que disuadió a los
Woolf, Virginia y Leonard,
de tener hijos. La escritora lo retrata en La
señora Dalloway, de manera bastante cáustica. La venganza del escritor no
tiene límites.
En resumen, una biografía muy bien
escrita, con su carga de suspense y de poesía y dotada del deseo de su autora
de hacer una mínima justicia a la memoria de la pequeña y decidida Violet
Gibson.