Luis
Casado. Politika.cl
Hace
unos años, en el 2005 para más señas, el ‘pensador
posmoderno’ Jean Baudrillard iluminó el debate sobre el sí y
el no en el referendo francés que debía aprobar o rechazar la
Constitución europea. Dicha Constitución establecía, como norma
definitiva e insustituible, el libre mercado. Los franceses la
rechazaron: el no obtuvo un 54,68%. Tres días más tarde los
holandeses también le dijeron no al texto pergeñado en Roma (2004).
No
creo que la intervención de Baudrillard jugase un papel mayor en el
resultado, o bien no percibí el grado de memez de los electores. El
‘filósofo’ declaró el 17 de mayo de ese año:
“No
es pues un no a Europa, es un no al sí, como evidencia infranqueable
(…) El sí en si mismo no es exactamente un sí a Europa
(…) Se transformó
en un sí al sí, al orden consensual, un sí que no es una
respuesta, sino el contenido mismo de la cuestión” (sic).
Por
su parte, Jean-Pierre Raffarin, primer ministro francés, había
osado una declaración en un inglés tan macarrónico que los
británicos consideraron seriamente declararle la guerra a Francia:
“To
win, the yes needs the no to win against the no!” (resic).
Si
te cuento estas payasadas es porque leo de vez en cuando las
reflexiones de algunos mendas que le buscan –obcecada y
valerosamente– una salida al desmadre de corrupción y venalidad
que trajo consigo la transición y sus actores. Lo que leo me hace
pensar que mi libro Lingua Comoediae Chilensis, o “la lengua del
circo chileno”, le dio el palo al gato.
Se
impuso la costumbre de hablar, y de escribir, utilizando palabras que
no quieren decir nada. Nos habituamos a usar un lenguaje elíptico y
metafórico. Soportamos estoicamente que vocablos de uso común sean
despojados de su significación, prontamente sustituida por otra que
genera confusión. Apropiarse de virtudes inexistentes forma parte de
la mutación de la herramienta de comunicación que es el idioma.
Así, cuando tal o cual político venal asegura: “Chile no es un
país corrupto”, los miembros de la Real Academia de la Lengua
deben dudar de lo que pusieron en el diccionario. La “transparencia”
devino una suerte de panacea universal, como los ungüentos que usaba
Don Quijote, que servían para todo. El “consenso” es
sinónimo de crema wira sacha, una pomada analgésica, anti-reumática
y anti-inflamatoria, que previene la deformación de las
articulaciones, elimina los bochornos, sirve de relajante muscular,
apacigua las migrañas, calma el mal de aire, detiene la gripe y el
resfrío común, y alivia el lumbago y los cólicos menstruales.
Leyendo
a nuestros propios ‘pensadores posmodernos’ veo que para
salir de la pesadilla tenemos que –ineludiblemente – resucitar la
“Metafísica de la Nación”. Sin cachondearse, uno
entiende que no se trata del diario pero lo corroe la duda…
El
mismo autor estima que hemos caído en el “nihilismo”, que
define como “la pérdida absoluta del valor de los valores”.
Hasta ahora uno entendía que el nihilismo es una corriente
filosófica que sostiene la imposibilidad del conocimiento y niega la
existencia y el valor de todas las cosas. Algo que pudiésemos
resumir en un panorámico pot-ta ná mí. No es que servidor les suba
al columpio, pero afirmar primero que es imposible conocer nada,
luego que las cosas no existen para finalmente negarles todo valor…
es un razonamiento que se parece demasiado al zurullo en la
compuerta.
También
se describe el nihilismo como la negación de toda creencia, de todo
principio moral, religioso, político o social. Amén. La definición
que pretende que se trata de “la pérdida absoluta del valor de
los valores” me inclina a pensar en la cháchara de los
economistas.
Otra
afirmación que me toca los pirindolos: “Nuestra política
actual ha perdido valencia y valor”. Por un microsegundo pensé
en mi amigo José Luis, natural de Valencia, España, pero lo cierto
es que la frase me retrotrajo a los maravillosos años de la
enseñanza secundaria pública, laica y gratuita, y a mi profesor de
Química que apodamos cariñosamente ‘Berilio’.
El
primer día de clases Berilio nos entregó la Tabla Periódica de los
Elementos del químico ruso Dmitri Ivánovich Mendeléyev, que define
el valor combinatorio de un elemento en función del número de
enlaces que puede establecer con un átomo o radical. Ese valor es la
valencia. “Se los deben aprender de memoria, advirtió Berilio,
o les voy a unificar”. Unificar quería decir que le pondría
nota 1 a quien no las supiera recitar. Así fue: en la clase
siguiente nos unificó a todos.
(Anota
por ahí, en tus archivos, que en biología la valencia es el poder
de un anticuerpo para combinarse con uno o más antígenos.)
De
ahí que leer: “Nuestra política actual ha perdido valencia y
valor” me deje perplejo. Hago esfuerzos por apreciar la
metáfora. No me sale. Mi no entender.
Todo
esto sería pecata minuta si no fuese porque, según el autor del
citado artículo, en Chile asistimos a una “decadencia
valórica”. Aquí estamos en plena Lingua Comoediae Chilensis,
visto que aparte su uso inmoderado en el campo de flores bordado la
palabrita no existe en ningún diccionario. De modo que asistimos a
la decadencia de algo que no tiene definición, o si la tiene,
tendríamos que encontrar el significante que lo significa. Si andas
sobrado de tiempo… ahí tienes curro.
Lo
mejor de lo mejor –last but not least– queda para el final. Fino
bocado que, habida cuenta de su aspecto suculento y sabrosón, se
hace más y más deseado a medida que avanza el yantar.
Tal
o cual candidato, aparte sus defectos aparentes o reales, implícitos
o explícitos, notorios o disimulados, evidentes o velados, adolece
“de una carencia total de relato”.
Una
vez más, te vas al diccionario. Uno cualquiera. La palabra es de uso
común, sus étimos los encontramos en el latín, no hay mucho donde
entrar a picar: “Narración de carácter literario y
generalmente breve”. O bien: “Narración con palabras de un
hecho”. Relator es el que narra.
De
ahí que uno entienda que el candidato no habla, es mudo, o bien
tatarita, tartajoso o tartamudo: son palabras de origen
onomatopéyico.
La
cosa me inquieta porque otro ‘pensador posmoderno’, uno que
empuja el carro del embrión llamado Frente Amplio, estima que hay
que “empezar a construir un relato coherente” (sic). El
objetivo es loable donde los hubiere: ponerse en un escenario en el
que el Frente Amplio gana las elecciones y se apresta a “gobernar
exitosamente”.
De
donde colijo que en materia de “relato”, entre tener o no
tener, más vale tener.
Al
mismo tiempo recuerdo las palabras de Frédéric Lordon en una
conferencia pronunciada en HEC, reputada escuela de negocios de
París. Lordon sostiene que la fraseología, el lenguaje de la
izquierda, ya no “muerde”, ya no produce efecto. Aún
cuando –precisa Lordon– tuvo mérito. La lucha de clases existe,
la dominación y la explotación existen, la violencia de la relación
salarial existe, la acumulación de la riqueza en manos de un puñado
de privilegiados no es un cuento chino. Sin embargo, por razones que
conviene analizar, esa fraseología no surte efecto.
Entre
otros porque la ‘izquierda’, aparte repetir como loro
algunos conceptos mal entendidos, se dejó imponer SU lenguaje de
ellos, los que dominan, los poderosos. Los autores de las notas que
comento no pueden impedirse usar esa basura de lenguaje.
Peor aún, osan utilizar neologismos desprovistos de contenido, de significación, de sustancia. Lo que augura mal de los resultados de su crítica (que se sustenta en una realidad indesmentible) y del mensaje que intentan hacer pasar.
Una
reflexión transpira la resignación, no logra imaginar otra vía que
la de esperar que Boric, Jackson y consortes se hagan mayores
–¿viejos?– lo que no parece muy auspicioso. Hay millones de
compatriotas (entre los que me cuento) a los que el paraíso para el
año 2050 les toca una sin mover la otra: ya no estarán (estaremos)
vivos. El paraíso para cuando servidor esté bajo tierra desde hace
medio siglo le da igual. Si en ese momento hay aire puro, vegetación,
vida, o bien el planeta ya vio desaparecer la especie humana... me
afectará menos que el paso incesante de billones de neutrinos
provenientes de la galaxia GNz-11 en la constelación de la Osa
Mayor.
El
otro ‘pensador posmoderno’ imagina la victoria como
escenario –¿guión?– de una película en la que no faltan ni los
padawanes, ni los jedis, ni Obi-Wan Kenobi, ni C3-PO. Es una
reflexión de tipo “habría que, bastaría con…”.
Nadie
que desee cambiar el mundo puede ignorar la necesaria, ineludible,
lucidez. Ninguna de las reflexiones a las que hago referencia abordan
la eterna cuestión del qué hacer. El de hoy.
Ex
nihilo nihil... De la nada no sale nada. Tengo para mí que la
‘izquierda’ de hoy es nada.
Comenzando
por el lenguaje. O el “relato”, si prefieres.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG
Hace unos meses di por
casualidad con el aborto escrito de un niñato posmoderno. Les pongo
el enlace
para que rían, lloren y se irriten a la vez. Fue en kaosenlared pero
también hubiera sido muy apropiado en rebelion.org. Me dio por
divulgarlo en redes sociales para echarme unas risas con el personal
y el cachondeo duró varios días en una de ellas, amén del chorreo
de comentarios ácidos y jocosos que le endosaron a continuación de
su “artículo”.
Recientemente he comenzado a
colaborar con una radio digital y me ha tocado “en suerte”
debatir con algunos de esos aspirantes a candidatos de proyecto de
“intelectuales” de la nada. Yo los llamo “che güebones”, ya
que, con frecuencia, algunos de ellos proceden de allende los mares.
Por allí encuentra uno a esos hijos de la pequeña burguesía que
sienten la desgracia de no haber nacido franceses para poder codearse
con Deleuze, Derrida, Barthes, Baudrillard, Guattari o Lacan.
Francia, la del Siglo de las Luces, produjo poco antes y, sobre todo
alrededor del 68 (pre y post) un terrible asesinato de bosques para que estos
ilustres pedorros emborronaran cuartillas.
Sus herederos, los de “la
generación de más preparada de la historia”, hoy llenan las
facultades de Ciencias Políticas en España y nos hablan del “relato”, la
“subjetividad”, los “dispositivos”, las “bifurcaciones”,
los “rizomas” y otras soplapolleces al uso.
La utilidad para el mundo de su "producción intelectual" es
el equivalente en ciencias físicas, por tomar ejemplo de otra
disciplina del saber humano, al experimento de prenderse sus propios
pedos con un mechero.
Intentan ocultar, con la
pedantería de quien se cree superior a cualquier mortal, su propia
estulticia y su impotencia mental con un “aparataje conceptual”
-término que les resulta muy querido-, que no es otra cosa que mera
jerga chamánica del nivel de las estupideces de Jodorowsky y su
Psicomagia.
Llamativamente, suele caerles
alguna migaja de instituciones culturales, editoriales, fundaciones,
revistas, para que continúen propalando la basura que excretan a
través de su neolenguaje, de su intento de disfrazar la dolorosa
realidad de un mundo desigual e injusto con sus relatos relativistas
y amodorrantes de la conciencia política, a la que se llega tomando
contacto con las vidas de los seres humanos de carne y hueso y con el
modo en el que el poder económico del capital las destruye.
Ese es su papel y no otro. Para
eso los poderes económicos, a través de sus centros de producción
de ideología, les arrojan esas monedas de escaso valor alimenticio
pero alto estímulo narcisista. Son los nuevos “progres” que creen ser "núcleos irradiadores" de no se sabe qué cosa.
Hace cerca de 30 años escuché, en un acto de una fundación de “izquierdas”, intervenir a un tarado con ínfulas de “pensador”, haciendo una pregunta, desde el gallinero, a uno de los ponentes en estos términos: “¿El
constructo teórico que has hipotetizado se enmarca en el paradigma
neoclásico o, por el contrario,...”. No recuerdo cómo terminó
aquella mierda pero a punto estuve de saltar y calzarle una hostia
por hijo de puta soberbio, uno de esos que pretenden reírse del resto
del mundo pensando que es imbécil. No descarto acabar haciéndolo.