Por
Marat
Hace
algún tiempo que he decidido no fustigar a nadie con mis larguísimos
textos de 11 a 16 páginas. Prometo cumplir la promesa también esta
vez. En algún momento habré de recuperar aquellas largas
reflexiones para mostrar que lo que parece evidente no lo es tanto,
que vivimos bajo la lógica de las ideas dominantes del capital y
trataré de desmontar sus falacias. Hoy será algo más apresurado.
Una especie de lunch para adelantar algunas conclusiones sobre lo que
le han pasado a las opciones “anticapitalistas” en estas breves y
recientes semanas.
Grecia
debió haber enseñado algo sobre la diferencia entre ganar unas
elecciones y tomar el poder. Voy a aclarar por enésima vez qué es
ocupar el poder:
“La
Comuna ha demostrado, sobre todo “que la clase obrera no puede
simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y
ponerla en marcha para sus propios fines. ” (Manifiesto
Comunista. Marx y Engels. 1848).
“Si
te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que
expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer
pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como
venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla. Y esta es justamente
la condición previa de toda verdadera revolución popular en el
continente” (carta a Ludwing
Kugelman. Karl Marx)
En
esa carta fue donde Marx expresó la idea de “tomar el cielo por
asalto” o “asaltar el cielo” -según traducciones-
en referencia al intento de la clase obrera parisina de tomar el
poder en la insurrección de la Comuna de París de 1871 tras la derrota de Napoleón III en la Guerra Franco-Prusiana. Obviamente no se refería a ninguna coleta
que en año y medio pasó de incendiario del sistema a bombero
preventivo de cualquier intención socialmente pirómana que pudiera
aparecer en un hipotético futuro, razón por la cuál esta siendo
recompensado por el capital y sus voceros.
Francia
tras tal intento revolucionario, por incompleto que fuese, no ha
conocido ningún otro momento que mereciese tal nombre, salvo para
los hijos universitarios de la pequeña y mediana burguesía que
empezaron una protesta más de indigestión que de rabia. Lo llamaron
Mayo del 68 y se inició porque a los chicos de los colegios mayores
no les dejaban pasar a follar con las chicas de las habitaciones
cercanas. Tiempo libre+aburrimiento+rebeldía generacional (no
revolución, que es otra cosa)+ “picores” acaban dando una
revolución “al pedo”, que dirían los argentinos.
En
nuestra Europa, a la clase trabajadora no le ha hablado nadie en
muchos decenios, salvo para pedirle el voto (ya no la nombran para
tal cosa) o pedirle los sindicatos mayoritarios que apoye una huelga
que pronto abandonarán a la primera oferta de pacto social
mínimamente ventajosa para la aristocracia obrera que dirige esas
organizaciones.
Hoy
Francia es un país que avanza hacia una fascistización moderna que
guarda las formas del discurso; un fascismo que muchos tildarían de
civilizado porque ya no viste de Hugo
Boss sino de Cacharel;
un fascismo que, como en los años 30 en Alemania, roba sus ideas a
los comunistas. Con una terrible y desoladora diferencia: los
supuestos comunistas oficiales y pseudoziquierdistas europeos han
renunciado a las ideas que en el pasado defendieron los viejos
comunistas y
que denunciaron como
intento de usurpación por parte del fascismo y del nazismo.
Hoy,
mientras las izquierdas ex comunistas, los falsos izquierdistas y los
social-liberales se han convertido en defensores del orden
republicano y burgués, en Francia y en toda Europa los neofascistas
y los neonazis aparecen como las voces que gritan la rabia social que
ya las izquierdas de origen obrero no hacen.
Sí
en 2013 el Front National defendía la salida de Francia de la OTAN,
¿creen ustedes que alguna de esas izquierdas defendía tal cosa? NO.
El
Front National de Marine Le Pen postula la nacionalización de
grandes sectores productivos, los impuestos a grandes fortunas,la
salida de la UE y las coberturas sociales a los sectores más
desprotegidos de la clase trabajadora.
No
hay dirección política de la rabia desde las ex izquierdas
francesas, hoy casi tan partidarias del orden republicano como los
Republicanos de Sarkozy.
La
ex izquierdas francesas, como las españolas, tampoco apelan a las
necesidades subjetivas de la clase trabajadora ahora defienden un
concepto vomitivamente neutro y burgués: los ciudadanos. Hace ya
muchos años que Marx y Engels explicaron que la burguesía creaba
conceptos universales, aparentemente para el conjunto social, con el
fin de imponer sus propios intereses de clase. El ciudadanismo
escamotea la existencia de clases sociales y sus antagonismos dentro
de esa ciudadanía. ¿Les suena a los españoles de IU y de Podemos
esta basura ideológica que les venden en torno a la Constitución
sus partidos en lugar de hablar de explotación y de lucha de clases?
De lo que en profundidad significan estos conceptos no podría hacer
piedra de toque ningún partido fascista. He aquí un territorio de
lucha política, si se quisiera defender y, si al hacerlo, no se
estuviera defendiendo mera terminología vacía de contenido sino un
proyecto de derribo del capitalismo.
El
punto de antagonismo actual entre el fascismo europeo y la
racionalidad es la xenofobia, el racismo y el antiislamismo de los
que el Front National hace bandera.
Convertida
en una corriente de opinión pequeñoburguesa, bienpensante y
“civilizada”, la “izquierda sistémica” francesa, tan
repulsiva y acobardada ideológicamente por el empuje reaccionario
como la española y europea, recurre a los lugares comunes progres y
“cumbayás”. Defiende, no a los árabes en tanto que tales, sino
a los musulmanes, cuando pide laicismo interno en sus sociedades.
Ignora que oponerse a la guerra de religiones no es aceptar que el
fanatismo religioso cree “zonas liberadas” en las zonas
deprimidas de las ciudades y abandona la visión unitaria de clase
que impida que los desposeídos caigan en ocasiones en las peores
respuestas posibles. Cuando no existe una voluntad laica de
emancipación de la explotación capitalista y de voz para los
marginados sociales que unifique a todos ellos por encima de credos,
culturas y etnias, lo peor está por llegar.
Esa
izquierda francesa. española y europea ha dado lugar, en el mejor de
los casos, a un “Sos Racismo” moñas del tipo “no toques a mi
amigo”. El día en el que el dirigente del mayor sindicato de
cualquier país citados del continente sea un latinoamericano, un
árabe o un africano habremos avanzado algo. Sobre todo si no se
trata de un asunto cosmético sino consecuencia de que la clase
trabajadora, la absolutamente mayoritaria, ya no distingue a los
trabajadores por su procedencia sino por la fraternidad que les
lleva a elegir a los mejores de la misma como sus dirigentes sin
mirar de dónde vienen.
Resultado
de todo ese comportamiento político de las “izquierdas sistémicas”
francesas: 43% de obreros y 38% de empleados han votado al Front
National francés.
Una
clase obrera que está desapareciendo y una nueva clase trabajadora
cada vez más amplia, como consecuencia de la proletarización de
amplias capas profesionales, ya no se reconocen en unas izquierdas defensoras del "status quo" del orden burgués que se conforman con una crítica sin daño al poder del capital. Denunciar la ausencia de “justicia social” no es otra
cosa que rogar redistribución de un Estado capitalista que ya ni
puede ni quiere redistribuir, pero que no cuestiona la base elemental
de la desigualdad: la propiedad privada de los medios de producción y
distribución.
Sin
integrar a todos los oprimidos, explotados, desposeídos en un
proyecto emancipador que acabe con la miseria, la necesidad, la falta
de perspectivas y horizontes vitales, sin darles una bandera por la
que luchar con todas sus energías, voluntades y esperanzas no se
sorprendan que abracen el fascismo y el yihadismo. Les da fuerza por
la que morir, cuando una ideología humanista debiera dárselas por
la que luchar.
Lo
peor de todo es que esas izquierdas, y más aún una sociedad
mentalmente entumecida y cómplice de sus verdugos mira al nuevo
fascismo con la mentalidad de pensar que ya se han civilizado, en
lugar de entender que necesitan tomarse su tiempo para derramar el
tarro de sus esencias.
Y
ahora hablemos de Argentina y Venezuela.
Saber
que un tipo serio y con el intelecto muy bien amueblado como Lula da
Silva ha dicho que “Podemos
me recuerda los el PT de los orígenes en 1980, eso es lo que me
parece ahora Podemos en Barcelona o Madrid”
me hace pensar en el Lula de las luchas (cuya radicalidad y honradez
ninguno de los dirigentes de Podemos alcanzaría) y en lo que ha
acabado siendo su partido. Me recuerda al “OTAN de entrada no”
de Felipe González y a la asistencia a la reunión antiyihadista de
Madrid con Podemos de asistente pero sin su firma o al “le dí
caladas -al canuto de hierba- pero no me tragué el humo”
de Bill Clinton. La misma estrategia mentirosa de un reformismo
hipócrita.
Sí
he de reconocerle a Lula da Silva y a Dilma algo que no es posible
admitirle al señor de la coleta. Han sido amigos de la revolución
bolivariana hasta su final. Ya se ha producido, por mucho que sus
herederos no lo admitan. Quizá la clave de esa lealtad esté en que
Lula vino de la lucha obrera y Dilma de la guerrilla, mientras
Iglesias venía del espacio pretencioso de la Universidad.
En
común tienen Argentina y Venezuela una línea política respecto a
la que parece que quienes no somos latinoamericanos no estamos en el
derecho de criticar: el populismo.
Siempre
he sido infinitamente más respetuoso con el populismo
latinoamericano que con el europeo, aun estando muy lejos de ambos.
Mientras
en Europa el populismo ha dado en el fascismo o le ha abierto sus
puertas, en América Latina con frecuencia no ha sido así. En muchas
ocasiones ha dado paso a gobiernos que han legislado a favor de las
clases trabajadoras, el campesinado y otros sectores populares como
los artesanos.
Pero
en los últimos 15 años, el populismo se ha alimentado de las
tonterías de un peronista como Laclau -lo de su “marxismo” es
tan auténtico como la condición intelectual de Monedero- que, a
partir de mitos (pueblo, nación, voluntad popular,…) ha construido
una enorme ficción donde las clases sociales desaparecían dentro de
un “colectivo” nosotros que no habría paso a una auténtica
transformación material de la sociedad sino a un movimientismo
permanente.
En
ese proyecto nacional, y sólo antiimperialista como
antineocolonialista (antiimperialismo nacionalista), faltaba una
perspectiva de clase desde las que proyectar un sujeto transformador
más ambicioso hacia otra sociedad: el socialismo.
Nacidas
del pueblo (la nación. La categoría pueblo incluye a todas las
clases desde la Revolución francesa), las voluntades del mal llamado
socialismo del siglo XXI (Venezuela y Bolivia, principalmente), y
apoyadas por sus aliados (Argentina, Brasil, Ecuador,..) dieron un
impulso social, económico (en términos de mejora de situación de
clase) y político (voces múltiples antes negadas) a los sectores
oprimidos y pobres de América Latina, en su conjunto, mucho más
allá de las naciones citadas.
Estar
con aquellos proyectos era no una cuestión ideológica -había
muchas razones para criticar sus insuficiencias- sino de moral
revolucionaria. Un comunista formado jamás hubiera llamado a aquello
socialismo, ni siquiera repúblicas populares, pero lo que estaban
haciendo en favor de los desposeídos debía poner toda nuestra
voluntad a su servicio: educación, salud, vivienda, acceso al
transporte,…
El período de redistribución de la riqueza social fue muy dependiente en Venezuela y en Argentina de los buenos precios del
petróleo y del período de transferencias de capital especulativo
desde el centro a la periferia. Ambas cuestiones acabaron.
Hay
que decir que Argentina y Venezuela son muy distintas. La primera es
sólo la ficha del dominó pensada, alternativamente también Brasil, para
hacer caer la ficha, ya derribada de Venezuela, con el objetivo de
derribar la cubana o de chinizar económicamente ésta, algo que ya
se está produciendo.
El
capìtalismo jamás ha sufrido tal crisis pero tiene una vocación de
Sansón derribando consigo el templo de los filisteos, mientras asume
la posibilidad de acabar medioambientalmente con el Planeta,
increíble. Jamás un sistema senil había llegado a tal grado de
psicosis. Y con él de casi toda una población mundial cómplice de
sus crímenes.
Si
Argentina se agotó en el proyecto sempiterno de un populismo que
amañaba hacia las clases trabajadoras, pero que sólo atendía a las
clases medias, y más allá de las contradicciones del peronismo, de
los efectos de la crisis y de los sucios montajes contra Cristina
Kirchner, a Venezuela le pasó lo mismo tras la muerte del dirigente
que galvanizaba un proyecto de construcción nacional digno pero
inacabado, cuyos continuadores mediocres y aburguesados carecieron de
la voluntad de dejar de hablar del socialismo y empezar a aplicarlo,
pasando a una radicalización de la revolución cuando era posible.
Hoy ya no.
Podría
ser mucho más crítico hacia la revolución bolivariana.
Públicamente no lo haré. La lealtad también pasa porque cierto
grado de crítica expresada abiertamente dé un aviso a los
compañeros pero no pueda ser fácilmente utilizada por nuestros
enemigos.
Argentina
volverá sobre su esencia “democrática” en períodos sin golpes:
alternancia entre populismo que legisla para las clases medias, sin
descuidar su integración en el “sistema global”, mientras ignora
a las clases trabajadoras, y disciplinamiento económico bajo la más
brutal dictadura del FMI contra las clases populares. No le veo
salida a corto plazo.
A
Venezuela le puede pasar algo mucho peor. Dependiendo de qué
sectores de la MUD se impongan en la nueva situación y de que el
PSUV y los sectores de izquierda resistan o no, es posible que se
pase a cuchillo a los militantes bolivarianos o que la revolución
pacte y se convierta en una especie de FSLN (sandinistas), ajena ya a
las razones que la vieron nacer y entregados sus dirigentes a una
alternancia caciquil entre élites. Hoy tú, mañana yo. La
revolución no merece tal destino. Quisiera pensar en una opción
distinta para un proyecto que pudo ser hermoso pero temo que ya
ha sido escrito su destino.
Va
siendo hora de que los comunistas cada vez tengamos más claro que
una cosa son las izquierdas y otra muy distinta nosotros y que el
camino de lucha hacia el socialismo pasa, de nuevo, como en el siglo
XIX y en XX por diferenciarnos de ellas.