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2 de noviembre de 2019

EXTINCIÓN PLANETARIA, DOMINACIÓN IDEOLÓGICA Y EMPOBRECIMIENTO DE LA CLASE TRABAJADORA


Por Marat

De entre los múltiples problemas que afectan al capitalismo actual -incremento exponencial de la deuda mundial, financiarización de la economía, guerra comercial, baja inversión en maquinaria y equipos en la industria manufacturera mundial, baja productividad, descenso del consumo, agotamiento del ciclo expansivo de los últimos años,...- el de las dificultades para colocar el beneficio en sectores productivos en los que la inversión sea lo bastante rentable para facilitar una acumulación de capital que eleve la ya declinante fase de crecimiento experimentada en los últimos años no es uno de los menores sino posiblemente el que esté teniendo una mayor importancia en el encadenamiento de esta nueva fase de la crisis capitalista. El propio Warren Buffet es un ejemplo de ello. Ésta es la tesis que el economista marxista Michael Roberts ha venido a sugerir en uno de sus recientes trabajos publicados en su interesante blog.

Aunque Roberts no explicita textualmente dicha “dificultad” sí que expone con claridad, como los índices PMI (Purchasing Manager´s Index o Índice de Gestor de Compras) vienen desde hace tiempo señalando la desaceleración económica mundial en la industria manufacturera (sin la cuál el sector financiero carece de otro objetivo que no sea la acumulación monetaria, ya que necesita materializarse en la producción a través de la inversión). Y tiende a generalizar este comportamiento a los principales sectores de la economía mundial. En una espiral-bucle malditos el dúo rentabilidad-inversión en la gran mayoría de los sectores productivos se retroalimenta, de modo que el descenso de la inversión capitalista, que es producto de la diferencia entre ganancias esperadas y ganancias obtenidas, acentúa el descenso de la rentabilidad del capital invertido. Dicho en términos marxistas clásicos, si la tasa de ganancia cae, el capital se vuelve conservador en cuanto a inversiones y tiende a reducirlas.

El problema subyacente muy probablemente sea que actualmente no existe un sector locomotora lo bastante potente como para tirar de la economía mundial en su conjunto, estimulando al resto de los sectores y favoreciendo una recuperación de la rentabilidad y de la inversión.

En los primeros años de la crisis capitalista se llevaron a cabo en los distintos países afectados por la misma políticas de contracción del gasto público, con fuertes recortes de salarios indirectos (gastos sanitarios y en educación pública) una congelación de los diferidos (pensiones), además de los recortes salariales (salario directo) como forma de frenar lo que el capital entiende como gasto improductivo, en el sentido de que no le genera rentabilidad. La estrategia subsiguiente del capital fue la de entrar en los sectores que quedaban parcialmente abandonados por lo público (sanidad, educación, pensiones, dependencia,...) para conquistarlos para el mercado. El éxito ha sido parcial, dado que el empobrecimiento de amplias capas de la población (clase trabajadora) a causa del desempleo, los bajos salarios o la pérdida de cobertura pública no permitía a una importante parte de la ciudadanía pagarse servicios privados.

El breve lapso de tiempo de la fase de recuperación de la economía mundial, a partir del primer trimestre de 2016 fue debido a una combinación de factores: la intervención de los bancos centrales de EEUU y la UE inyectando ingentes cantidades en la economía, el papel de China en el mercado mundial, un moderado incremento del consumo, la desaparición de una parte de las empresas menos competitivas, favoreciendo la concentración del capital y la contención de los costes fijos de producción, fundamentalmente los salarios, que experimentaron crecimientos muy limitados.

Pero esta recuperación tenía necesariamente que sufrir sus propios límites. Junto con una deuda mundial que seguía creciendo y que afectaba tanto a las empresas como a las familias, el consumo continuaba siendo globalmente insuficiente para una recuperación sostenida (lo drenaban el paro, la contención salarial y el empobrecimiento de importantes sectores de la población) y la inversión de capital en equipos era insuficiente para garantizar una ganancia a largo plazo. Los sectores que habían sostenido el consumo eran fundamentalmente los manufactureros (donde el automóvil era un sector clave) y de los servicios (TIC, ocio) y, secundariamente el inmobiliario.

Sorprendentemente nada nuevo aparecía en el horizonte de los sectores estratégicos para salir de una crisis del capitalismo que desde 1973 demuestra tener un carácter estructural, debido a la aceleración histórica con la que se producen una acumulación de crisis crecientemente más prolongadas, de alcance más mundial y de períodos de recuperación cada vez más cortos.

Cuando nada nuevo aparece como “solución” a una crisis de modelo de acumulación capitalista, cuando la financiarización se ha encontrado con los límites evidentes de un capital flotante, que no encuentra sectores productivos lo bastante dinámicos y regeneradores sobre los que aterrizar y que le permitan una valorización del mismo con pulso fuerte y sostenido, el capitalismo tiene un problema serio.

Y aquí es donde aparece la amenaza del apocalipsis antropocénico como gran justificación ideológica de una nueva revolución energética, de los transportes y su concepción del uso, industrial y postindustrial. En definitiva, una nueva era dorada para el capitalismo en el que tanto las infraestructuras de la producción y la distribución, así como las energías que la harán posible y el propio diseño de los transportes se verán afectados.

Si la revolución industrial del siglo XIX fue el mayor cambio histórico, social, económico y cultural desde el Neolítico, el proyecto de revolución energética, de los transportes, industrial y postindustrial pretende ser la transformación más importante de la historia humana. Veremos si lo logra.

En cualquier caso, para poner en marcha este objetivo de Gran Transformación el capitalismo necesitará de ingentes cantidades de ayuda pública de los Estados, inversiones en infraestructuras, subvenciones a las empresas “sostenibles” y de energías renovables, enormes gastos en comunicación institucional destinados a crear conciencia medioambiental, incentivos económicos a las empresas del automóvil que apuesten de forma decidida por el hidrógeno y la electricidad como medios motores, ayudas a la transformación de las empresas hacia equipos y formas de producción menos contaminantes, subvenciones a las familias para facilitar el ahorro energético en los hogares, sistemas de reciclaje más efectivo de los residuos, etc., etc.

Esos costes serán imputados antes a los ciudadanos que a las empresas y a las grandes fortunas. Bajo la lógica de que el respeto medioambiental debe equilibrarse con un funcionamiento eficaz de la economía, se pedirá a las clases más desfavorecidas crecientes y mayores sacrificios que durante la fase anterior de la crisis capitalista para salvar al Planeta, a la especie humana y las ballenas jorobadas. Así ha sido siempre y nada, ni la amenaza del Armagedón, va a cambiar esta pauta.

Pero los proyectos de la gran transformación capitalista no se detienen ahí. Con la amenaza de la emergencia climática se pretende cambiar los hábitos alimentarios de toda una civilización. Se culpa a los ganaderos y a los seres humanos omnívoros de las talas de árboles y destrucción de suelos en beneficio de la expansión de la ganadería. No se dice que las grandes corporaciones productos agrícolas obtendrían mayor beneficio con una alimentación basada sólo en verduras, hortalizas y frutas que los que obtendrían las grandes corporaciones de la carne. De lo que se trata es del mayor beneficio posible y no debe haber límites al objetivo de la acumulación capitalista. Una agricultura que nos presentan como permacultura respetuosa con el medio ambiente acabará por ser agricultura extensiva a la vez que intensiva, que empobrecerá tierras y destruirá bosques y selvas tropicales, aún más que los depredadores madereros en busca del beneficio.

En ese contexto, las deterioradas mentes que acusan de asesinos a quienes consumen carne y de que comer huevos es ser cómplice de las “violaciones que cometen los gallos contra las gallinas son las fuerzas de choque de negocios mucho más avispados . En tiempos de imbéciles las afirmaciones más idiotas tienen su razón de ser

Cuando los argumentos racionales sobre la posible hecatombe mundial debido al cambio climático se sustentan, antes que sobre sí mismos, sobre las emociones, pocas posibilidades de abrir otro debate sobre manipulación ideológica, pongamos por caso, o sobre quién pagará el coste de la Gran Transformación, pongamos también, carecen de posibilidades; lo que no significa que no deba enunciarse y hasta denunciarse el juego sucio que hay tras la apariencia de humanismo y lucha por la supervivencia de la especie. Cuando se ponen por delante a menores como Greta Thunberg, los escolares de medio mundo y a los niños cantores de Viena si es necesario, está claro que se está apelando antes a los sentimientos que a la razón y que cuando se hace esto se está practicando un juego de filibusterismo político digno de mejor causa destinado a infantilizar mentes supuestamente más adultas.

Todos los medios de comunicación un día sí y todos los demás también presentan escenarios de futuro dantescos, redenominan a las sempiternas gotas frías con nuevas nomenclaturas para hacerlas pasar como nuevos fenómenos (DANA) y a los viejos huracanes y ciclones como nuevos heraldos de la catástrofe climática que se avecina. Buscan la intimidación que remueva conciencias o que anule la capacidad crítica ante la Gran Transformación salvadora. Y si ello no fuera suficiente culpabilizan como criminal al que no recicla -todo porque el negocio de nuestra basura enriquezca cada vez más a empresas privadas como ECOENVES-, culpabilizan al consumidor que sigue empleando bolsas de plástico, aunque las grandes superficies que ahora se las venden, que no regalan, les entreguen kilómetros de papel con su ticket de compra y le interrogan sobre su huella de carbono. El culpable eres tú, consumidor, no el sistema capitalista en su conjunto, dentro del que 20 empresas generan el 35% de CO2 en todo el mundo. Y tú, disciplinadamente, asumes la culpa.

Entrar en la negación del cambio climático y de sus posibles efectos a nivel global o afirmarlo a partir de modelos predictivos y de efectos que estamos viendo en el presente de modo inmediato y sostener una u otra postura desde aprioris emocionales es la gran trampa a la que el capital pretende llevarnos para no abrir otro tipo de debate que es el de ¿quién va a pagar toda esta gran transformación, qué clases sociales van a verse beneficiadas por la misma y cuáles perjudicadas?

Los impuestos que sostengan la Gran Transformación energética, en los transportes y en la producción recaerán fundamentalmente en los sectores que no serán sus beneficiarios principales, sino que incluso serán excluidos de los mismos.

Vía Estado y mediante recaudación fiscal se financiará a los grandes inversores, a las industrias energéticas renovables y de la sostenibilidad, como antes se hizo con las eléctricas de generación no renovable, así como las nuevas infraestructuras, los equipos industriales, los servicios y los productos de uso individual que diseñen los fabricantes. la definición que hizo Marx del Estado bajo el capitalismo nunca ha sido tan cierta como ahora y eso que nunca dejo de serlo.

En la mesa redonda organizada por El Confidencial bajo el título Supervisar la lucha contra el cambio climático”, en la que han participado tanto personalidades del ámbito institucional (Ángel Estrada, director del Departamento de Estabilidad Financiera y Política Macroprudencial del Banco de España y Teresa Rodríguez Arias, coordinadora de Sostenibilidad de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), los cuáles no son propiamente Estado pero tienen gran influencia sobre él y sobre el gobierno de turno, del propio Estado (Ana García Barona, inspectora jefe del área de Regulación de la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones), como del privado (José López-Tafall, director de Regulación de Acciona y Cristina Sánchez, directora ejecutiva de la Red Española del Pacto Mundial.

En dicha reunión se enfatizaron las necesidades legislación que favoreciese la puesta en práctica de la transición ecológica, los incentivos económicos públicos al proyecto, facilitar la adaptación del sector financiero a los riesgos de catástrofes (seguros), replanteándose el concepto de las coberturas, la gran oportunidad de negocio de la transición (“nuevos servicios valorados en una horquilla de entre 125 y 140 billones de dólares al año, según la OCDE, un punto y medio más del PIB mundial”) y la traslación al consumidor de los costes de dicha transición (“El consumidor tiene que entender que coger un avión tiene sus consecuencias y costes en polución y que es imposible viajar a París por 40 euros. Todos tenemos responsabilidad y si queremos que la Administración Pública invierta, los consumidores también tenemos que asumir un gasto”)

La rebelión de los chalecos amarillos, que reaccionaron contra la fuerte subida del diesel en Francia, nació de los sectores populares que intuyeron la amenaza que se cernía sobre ellos. En un país en el que el vehículo es la opción principal de desplazamiento entre la casa y el lugar de trabajo ante la deficiente estructura de los servicios de transporte público en las poblaciones alejadas de la metrópoli parisina, ellos dieron la primera voz de alarma de lo que se le viene encima a la clase trabajadora y los sectores populares.

La revuelta en Ecuador contra el Impuesto Verde a los carburantes implantado por el gobierno de Lenin Moreno -conviene recordar que fue Vicepresidente cuando el país estaba bajo la dirección de su predecesor, Rafael Correa-, que empobrecía aún más a los sectores sociales de rentas más bajas, ha sido el segundo toque de atención ante unas políticas medioambientales que redundarán en una mayor desigualdad social.
Vendrán muchas más.

El Green New Deal que promete un sector de la izquierda del Partido Demócrata de EEUU es, como en la era Roosvelt, una gran inversión en infraestructuras y una promesa de salvación, esta vez frente al Apocalipsis. Y es que la izquierda norteamericana, europea y mundial todo lo más lejos que llega en economía es a ser keynesiana. Hace 50 años que no les importa la clase trabajadora. No les les preocupa lo más mínimo el abandono de ella que hicieron con su discurso transversal (gais, lesbianas, afroamericanos,...). Les queda la promesa de una salvación, tan propia de la sectas protestantes norteamericanas y a su sistema económico un pelotazo económico descomunal.

Bajo su aparente discurso anticapitalista solo queda la idea de que el dinero de los impuestos de los trabajadores norteamericanos vuelva a ser puesto al servicio del capital. Ahora bajo la apariencia de salvar al mundo. Cosas que hacen los progres.

El gurú y asesor de gobiernos de derechas y de izquierdas (tanto monta, monta tanto), Jeremy Rifkin anuncia que el colapso del petróleo se producirá exactamente en 2028, sin aclarar con datos concretos en qué se basa para una afirmación tan específica a fecha exacta, mientras afirma que la tecnología y el “mercado” (el capitalismo, para hablar claro, ese que es el causante los males que ahora nos amenazan) serán los que nos salven de la extinción planetaria. Y, consciente de que la transición ecológica generará desigualdad y pobreza, propone impuestos al carbono cuyo montante líquido sería transferido a las familias más pobres para gastos en alimentación y transportes. He ahí la propuesta con la que, según señala, no se hubiera producido el movimiento de los chalecos amarillos en Francia.

Hay una mezcla de indefinición calculada y de falsa ingenuidad en sus propuestas.

Rifkin no aclara si el impuesto al carbono se aplicará a las empresas energéticas que lo consumen, a las corporaciones industriales y de servicios que utilizan energías que lo generan o al consumidor final. Parece obvio que la tendencia dominante va por el segundo caso y no por los dos primeros, especialmente en un mundo en el que las empresas energéticas y las grandes corporaciones industriales y de servicios ponen gobiernos amigos y quitan a aquellos que pretenden que el gasto social (que para ellos es simplemente gasto que no les reporta beneficios), que las administraciones públicas recortan y solo podrían llevar a cabo vía fiscal, recaiga sobre sus espaldas.

Una cosa es la propaganda política, en el peor sentido del término, y otra muy distinta lo que los hechos reales demuestran.

Veamos un ejemplo concreto.

A partir del 1 de Enero de 2020, apenas dentro de 2 meses, el Consejo Metropolitano de Barcelona, presidido por la alcaldesa progre filopodemita Ada Colau aplicará una tasa de 2 euros diarios a los vehículos que carezcan del distintivo medioambiental de la Dirección General de Tráfico (DGT) si quieren circular un día laborable entre las 7 y las 20 horas por la Zona de Bajas Emisiones (ZBE) del área de las Rondas de Barcelona. Ello tras darse de alta en la base de datos del Registro Metropolitano y lograr la autorización para circular por dicho ámbito.

Los vehículos sin etiquetas medioambientales son, en la mayoría de los casos, los más antiguos, según el tipo de carburante, de antes de 2001 o de 2004 ó 2006. Son los que no pueden circular, por ejemplo por Madrid Central y que tienen determinadas restricciones de uso cuando se activen determinados protocolos de alta contaminación. Son vehículos destinados al achatarramiento y la prohibición de circular en cualquier zona a partir de 2025.

Es indiscutible que hay que avanzar hacia medios de transporte menos contaminantes. También lo es que se hace necesario potenciar el transporte público como medio privilegiado urbano. Pero limitarse a estas afirmaciones sin profundizar más allá es convertir las mismas en mera consigna simplista, requisito imprescindible para la manipulación y la demagogia.

Si exceptuamos a los usuarios que tienen un aprecio especial a su viejo coche, a los que lo conservan en un estado magnífico y a los tacaños que estiran su vida por encima de lo que dicta la lógica, cabe deducir, sin demasiado riesgo de equivocarse, que quienes mantienen su viejo vehículo lo hacen porque no pueden permitirse uno nuevo, mucho menos uno eléctrico, cuyo precio oscila entre 12.000 y 14.000 euros más que otro de gasolina o diesel de su misma gama.

Hablamos, por tanto, de que la nueva tasa de la señora Colau se aplicará sobre todo a personas y familias de rentas bajas, a clases trabajadoras y a autónomos, que emplean sus vehículos para su trabajo.

Si usted vive en una gran ciudad verá el gran número de furgonetas pequeñas y medianas antiguas que circulan por ella. Se trata de autónomos de rentas bajas, frecuentemente con situaciones no muy por encima de la supervivencia económica, que no pueden permitirse el lujo de comprar lo que los ridículos afectados llaman vehículos “eco-friendly”.

Afortunadamente, la progre alcaldesa de Barcelona ha pensado, al estilo de la vieja caridad de los conventos, en los límites que excluyen el pago de la tasa de 2 euros diarios a los carentes de la pegatina de la DGT. Los afortunados beneficiarios de tal generoso dispendio en la gratuidad de las autorizaciones serán quienes tengan una renta inferior al Iprem, por debajo de los 538 euros, más un 10% del Iprem vigente. Es decir, lograrán dicho “privilegio” quienes estén por debajo en un más de un tercio de sus ingresos del salario mínimo interprofesional. Por ahí deben de andar quienes están por debajo del umbral de pobreza. Fastuosas políticas de igualdad para “la gente”.

Lo que hoy parece “cool” y moderno, como es el desplazamiento en monopatines, skates eléctricos, bicicletas eléctricas y normales y los cien artilugios de entorpecimiento del tráfico urbano, que demuestran su más elemental falta de respeto a las reglas del tráfico (calzadas) y del tránsito de los viandantes (aceras), es la vía de cambio hacia la pérdida del medio automovilístico por la clase trabajadora. La no tan vieja imagen de los chinos en bicicleta dejará de ser una estampa idílica para volver a convertirse, como ya lo es, de nuevo, la tartera en la realidad cotidiana de muchos trabajadores que se desplazan hacia sus empleos desde lugares en los que el transporte público sigue sin llegar.

Si usted cree que los costes sociales de la transición ecológica se limitan ala automoción se equivoca de lleno.

Baste algunos ejemplos para aclarar de qué estamos hablando:
  • En el período de transición ecológica se impondrán tasas al consumo de energía eléctrica sucia (procedente de las centrales de ciclo combinado y de la energía nuclear). Si a las comercializadoras y productoras de energía eléctrica se les aplicase esa tasa, esa repercutiría sobre los consumidores. Evidentemente a las rentas altas y medias ello no les supondrá mucho pero a las familias de rentas bajas de clase trabajadora les golpeará directamente.
  • La implantación de sistemas de ahorro energético tanto en los hogares (evitar fugas de calor, electrodomésticos ecológicamente más sostenibles, eficaces y ecológicos, encarecimiento del gas ciudad para calefacciones, sensores para ahorro de consumo de agua caliente, sensores y termostatos para controlar la temperatura ambiental del hogar en verano e invierno...) como en las comunidades de vecinos (aislantes en las fachadas, implantación de placas solares y fotovoltáicas,...) supondrán un dispendio para muchas familias de clase trabajadora no asumibles. Y los ayuntamientos y comunidades autónomas están lo bastante endeudados como para no asumir importantes niveles de subvenciones. Prepárense las comunidades de vecinos para derramas en cascada.
  • El servicio del agua en los hogares se encarecerá, dado que bajo el argumento de la desertización y el calentamiento global, los recursos hídricos disminuirán. No es previsible que los años de elevada publiometría el coste del agua disminuya en la misma proporción en la que crezca en los años de sequía.
  • Conviene preguntarse hasta qué punto el discurso de una secta tan extravagante y totalitaria como la vegana y animalista no es sino la voz regada de recursos económicos para justificar ideológicamente el abandono de la carne y el pescado por parte de un creciente número de familias. Baste la cifra de que 100.000 castellano-manchegos no pueden permitirse comprar carne ni pescado y que 3,6% no puede comer carne, pollo o pescado cada dos días para que sea posible entender el creciente protagonismo mediático que se está concediendo a quienes defienden extravagancias como la denuncia de que comer huevos es ser cómplice de las “violaciones” de las gallinas por los gallos o las vigilias veganas que dan el último adiós a los cerdos que van al matadero. Quizá se trate de una nueva religión de la renuncia basada en convencer a quienes no pueden comer siquiera panga o pollo de que son asesinos si lo hacen. Si no te conformas con tu destino eres antiespecista hoy, ayer anticristiano.

El efecto de depauperación de amplias masas de población será aún más grave en los países emergentes y en los del tercer mundo. Al tratarse de sociedades con un menor nivel de capacidad de implantación de tecnologías caras y con amplísimos sectores populares de rentas muy bajas, el desfase tecnológico les condenará a unos impactos del cambio climático más devastadores y, muy probablemente, a tener que ser los consumidores de las tecnologías, transportes e infraestructuras que desechen los países centrales del capitalismo, en consonancia con la vieja práctica de los países más ricos de comprar a los más pobres su cuota de contaminación o de que estos acaben siendo los vertederos del desarrollo capitalista mundial.

Asistimos a una gran transformación del capitalismo en la que bajo la coacción del apocalíptico fin del mundo se impone a una clase trabajadora desideologizada y desorganizada una nueva vuelta de tuerca a la dictadura de clase de la burguesía.

Desafiar el relato hegemónico sostenido por la progresía y destinado a lograr una fase de recuperación de la tasa de acumulación hasta hoy no alcanzada es algo que se enfrenta a la incomprensión, la indiferencia o el rechazo de quienes carecen del sentido crítico necesario para entender que dichos cambios dejarán muchos millones de nuevos empobrecidos.

No se trata de poner en duda el hecho del cambio climático, ni la necesidad de frenar sus efectos, como tampoco de poner en marcha los medios que sean necesarios para paliarlos, pero lo cuestionable es el hecho de cómo la revolución energética y tecnológica que conllevará se dejará muchos millones de seres humanos por el camino, los cuales no podrán afrontar los costes económicos que ambas representan. Y si cabe alguna duda sobre que ello será así, las palabras cargadas de chantaje y de falsa dualidad de Rifkin lo aclaran: “¿Cómo puede haber otras prioridades cuando nos acercamos a la extinción?” Todos los objetivos supeditados a uno solo: que la salvación del planeta enriquezca aún más al capital, con el dinero de todos vía impuestos (que saldrán principalmente de los bolsillos de las clases trabajadoras, como siempre ha sido), financiación y legislación que imponga los cambios.

Lo mismo que la crisis capitalista la genera el propio capitalismo, la emergencia climática la ha generado un sistema económico depredador y contaminante del medio ambiente, un sistema para el que el beneficio es el único y sagrado deber. Es al capital al que debiera corresponderle pagar los platos rotos. Es a las grandes fortunas de la industria y los servicios, a las grandes corporaciones a las que habría que aplicarles los impuestos para que pagasen la necesaria transición ecológica.

Pero parece que no irán por ahí los tiros. Bajo el capitalismo no existe gobierno, del color que sea, que se enfrente a los objetivos de acumulación y ganancia del capital. Será el Estado, con nuestros impuestos, los de todos los ciudadanos, fundamentalmente con los de la clase trabajadora, el que financie el proceso de transición ecológica, cree estímulos fiscales e infraestructuras, avale a las grandes corporaciones industriales y de servicios implicadas en el nuevo gran negocio y compense sus pérdidas. Eso, y no otra cosa, es el Green New Deal, que tanto promueven Alexandria Ocasio y otros progres del Partido Demócrata. Hablan también de vincular la lucha contra el cambio climático a la lucha contra la pobreza y a sistemas de protección que compensen el desempleo que aparecerá con las empresas energéticas y contaminantes que desaparecerán. Pero lo mismo que es dudoso que desaparezcan hasta que dejen de producir suficiente beneficio, es mucho más dudoso que ese nuevo Estado del Bienestar que parecería promoverse con el Green New Deal no fuera otra cosa que dar con una mano lo que se quita con otra a las clases trabajadoras, pues, no nos engañemos, serán ellas quienes carguen con la enorme partida fiscal. Eso sin contar con que el apoyo del Estado a este “capitalismo verde” traerá un mayor gigantismo corporativo y concentración del capital. Ya ya sabemos cómo le va a la clase trabajadora cuanto más fuerte es el capital. En realidad, ese “renacimiento del welfarismo no es sino la zanahoria, el gancho con el que los progres buscan convencer a su clientela electoral de que sean ella quien pague la fiesta pero sin decírselo abiertamente. Este y no otro es el papel de la izquierda.

Defender el planeta en esta hora de enésima fase de la crisis capitalista que viene prologándose por más de cuatro decenios (crisis de 1973) no puede continuar siendo una razón para que los trabajadores continuemos siendo golpeados. Salvo que necesitemos muchos más golpes para despertar.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Agradezco a uno de los habituales seguidores de mi blog (Hartmann) un comentario a un texto mío anterior, en el que abordé de pasada esta cuestión. Sus reflexiones sobre el modo en el que la estrategia global de transición ecológica -no olvidemos, de energías, infraestructuras, transporte, industria, servicios y, muy importante, ideológica) afectarán negativamente a las condiciones de vida de la clase trabajadora, bajo la coartada de frenar el cambio climático o, no es contradictorio, para “adaptarse” a él, me han sido de gran ayuda para desarrollar el presente artículo.