Por Marat
¡Qué nombre tan pretencioso para un fin tan patéticamente ridículo!
Todo lo que podía salir mal en aquella especie de supositorio pretendidamente sumergible salió mal.
Ni las advertencias premonitorias, años atrás, de ingenieros, experimentados oceanógrafos, autoridades en asuntos navales y el propio diseño de juguete de aquel minicíclope absurdo y sin homologación industrial convencieron al grupo de imbéciles, comandado por un aventurero chiflado y sin escrúpulos de no ir a una muerte segura, tan segura como el documento de descargo de su propio fin que firmaron antes de enfrentarse a su destino.
Al contrario de lo que cierto moralismo barato pretende, los muertos no son más respetables de lo que se hayan ganado en vida. La muerte no hace mejor a nadie. El escándalo es propio de hipócritas.
Últimamente a los megamillonarios les ha dado por hacer de capitanes intrépidos en viajes al espacio y ahora al fondo del mar, matarile rile rile. Ya no les sirven ni sus vivaques llenos de basura de hamburguesas y botellas de Evian en aventuras con sherpas tibetanos ni las orgías berlusconianas, o de jeques criminales, con putas caras y coca por el ano.
Hay algo tras esa sed por el camino del exceso que al contrario de lo que afirmó William Blake, en su caso, no conduce al palacio de la sabiduría sino al Saló de Pasolini.
Su afirmación del repugnante slogan del “porque yo lo valgo” tiene la indudable marca de las clases dominantes; de quienes mean el territorio para marcarlo como exclusivo y afirmar que a donde ellos alcanzan no llegan los demás mortales, los subalternos. Olvidan que no son héroes de frontera sino turistas caros que pagan su pasaje, en este caso letal. Mala suerte. Entre susto y muerte debían haber pedido susto.
Esto sucede en un mundo en el que el filósofo Yusuke Narita, de la Universidad de Yale, propone el Seppuku en masa (no se atreve a llamarlo así) de los ancianos del país. Llama a suicidios colectivos de ancianos del país para reducir el envejecimiento de la población. Hay que ser un hijo de la gran puta con galones para proponer algo así. En Europa, somos más civilizados: el capital y sus gobiernos, progres, liberales y ultras, han impuesto el aumento de la edad de jubilación para acercarla a la de la muerte. Con eso la reducción de la cuantía de las pensiones y la destrucción de la sanidad públicas se irá rejuveneciendo el Viejo Continente.
Mientras tanto en la honesta, compasiva y generosa , o eso dicen de esa gente, Canadá, gran parte de la sociedad apoya la eutanasia para pobres. Si eres un paria, tirado en la calle y sin futuro, el Estado podría llegar a garantizarte el derecho a la muerte ¿Recuerdan las leyes eugenésicas del nazismo? Hay que quitarse de encima lo defectuoso. Pero usted mañana podría ser uno de ellos. Ellos sí, pero yo no ¿Cómo era eso?
Ayuso recientemente aprobó que “Las familias de la Comunidad de Madrid con ingresos superiores a los 100.000 euros podrán optar a las becas para la escolarización en centros privados tanto en Infantil como en Bachillerato y FP”. Eso después de anunciar al día siguiente de las elecciones autonómicas la subida del 12,7% de los comedores escolares en lo que va quedando de escuela pública. Grandioso.
Detrás del caso Titan hay un síndrome, un conjunto de patologías que apuntan a una realidad económica y social. El caos civilizatorio en el que unos pretenden que hablemos sólo del ChatGPT, el pretendido fin del mundo, con sus asquerosos predicadores evangélicos, las estupideces de TikTok, sospechosamente presentes en casi todos los periódicos digitales y el problema de las baterías de los coches eléctricos, mientras el mundo se paró para hablar del drama de cinco hombres del Titan y casi ocultó la terrible tragedia del Summer Love en la que murieron más de 79 mujeres, niños y hombres, en el mar Jónico, y más de 500 desaparecidos, frente a las costas de Grecia, mientras los asesinos del FRONTEX europeo miraban para otro lado y muy pocos barcos hicieron un mínimo esfuerzo por acercarse a la zona de salvamento. Periodistas dicen que son los cómplices del silencio de entonces y damas desconsoladas de ahora. Tengo otro nombre para ellos pero ya lo emplee con el japonés.
El síndrome de Titan tiene nombre: se llama odio de clase.