Ni siquiera la que fue mi casa se parece ya a mi casa
Por
Marat
Este
martes 30 de enero me caen encima 56 años. Soy un viejo. Me
jode pero lo asumo. No temo a la muerte porque no creo en nada
después de ella pero admito que temo al dolor, a la pérdida de la
memoria y a dejar de ser quien soy. Ya noto cómo va fallando mi
cabeza y soporto una próstata poco compasiva Cada día soy un poco
menos yo. A veces me pasan cosas que desconozco cómo suceden. Me
asusta.
Según
se hacen vacías mis mañanas, con mayor fuerza acuden a mi mente los
recuerdos de aquellas tardes de invierno en las calles. Cuando el
ábrego me regalaba el sirimiri en la cara antes de volver a clase.
Nací
en un lugar al que llamaron barrio Venecia porque era un sitio de
marismas y terrenos robados al mar (al desgraciado siempre le puede
caer encima un sarcasmo), reconvertidos en casas para pobres. Ese
tipo de edificios que los arquitectos de cuarta categoría diseñan
con el fin de que no olvides que durante toda tu puta vida vas a ser
un pobre hombre. Cualquiera que pasee por las zonas obreras captará
la intención de ese diseño estético en el que lo de menos es la
calidad de los materiales, siendo lo relevante el mensaje de la
fealdad estética que uno nunca debería olvidar, salvo que sea un
transfuga de su clase y de su barrio.
Vengo
de un sitio en el que se gritaba ¡que viene la basura! para avisar
de que se escapaba el momento de pillar algo en ella antes de que
llegara el camión.
Las
tetas de la Elo, que más tarde murió de cáncer, eran el motivo de
nuestras mejores tempranas pajas.
Su
madre despachaba el pan, después de darse la crema contra las
erupciones de su enorme barriga.
En
clase, mi compañero de pupitre, Eugenio el gitano, me daba collejas
porque, según él, yo no debía dormirme. Aún lo hago en las
situaciones menos oportunas. No he aprendido mucho pero todavía me
acuerdo de Eugenio, el Gabarre, y de sus manotazos.
Al
barrio Venecia nunca le llamamos así. Era, y aún es, Candina, el
nombre de la fábrica en la que trabajaba mi padre. Enfrente, al otro
lado de la carretera, la molturadora, que era la parte más
industrial de la empresa. Por cada estuche de margarina una cucharilla
de café que hubiera hecho las delicias de Uri Geler.
Recuerdo
a pechoduro y a cabezabuque (mi padre era un peligro poniendo motes:
te caían, como una maldición, para siempre), que vivían en mi
escalera. Mi hermano mayor vivía con su mujer justo debajo de
nosotros y en la entrada del portal había una vieja mancha que me
asustaba porque parecía un gato muerto.
En
el patio entre los dos edificios los chavales jugábamos a
descalabrarnos. Cuando no estaba ocupado en esos menesteres le tocaba
el culo a la niña que más me gustaba. Era la hija de un amigo de mi
padre. Estaba enamorado de sus coletas. Ella me cogía furtivamente
la mano cuando creía que no nos veían. No la he olvidado.
La
antigua escuela unitaria, de primera cartilla hasta octavo (¿qué
fue de señorita Piedad?), acabó convertida en asociación de
vecinos y creo que también en albergue para pobres callejeros.
Sospecho que ahora será un centro de acogida en el que harán
estupideces tipo huertos urbanos para gente con pobreza habitacional
porque los hijos de puta de los progres hablan raro y para académicos
de tercera.
Desaparecieron
la bolera y los cañaverales, los bares y la barbería en la que
Gildo, empleado de la fábrica, me esquilaba por una pela. El cierre
de la fabrica fue el primer paso
Ahora
todo es vacío, calles muy anchas y polígonos en los que no sé
quien soy al visitarlos. Se fue mi infancia y murió un barrio,
también los obreros que habitaron el lugar. La memoria de un tiempo
del que nadie quiere hacer historia.
Hace
10 años volví al barrio con mi hijo para explicarle de dónde
vengo. Todo me pareció un sueño extraño. En él yo era un fantasma
más de mi pasado. En las casas de la desaparecida fábrica, donde
podías vivir hasta jubilarte, ahora vivían latinos, negros y otras
etnias inmigrantes que, seguramente, ignoraban todo del pasado pero no
dejan de ser personas que marcan con sus vidas el sitio en el que
habitan.
Éste será otro buen sitio para hacer gentrificación, expulsar a la clase obrera de él, acabar con la memoria y dar unas buenas oportunidades de estúpida felicidad para una asquerosa clase media, real o ideológica
En
algún lugar de mi memoria hay un chaval que cuenta aventis como los que contaba el Java de Juan Marsé.
El
domingo 21 fui a ver una película dividido entre un enorme deseo por asistir y el temor a que, una vez
más, presentaran a un revolucionario desde la perspectiva romántica,
como ha sucedido con figuras como Ernesto Guevara, o incluso una
imagen violenta y hasta malvada, tan del gusto de productoras y
distribuidoras cinematográficas. No me
defraudó en absoluto. En realidad podía haberse llamado, no por la
notoriedad que le hubiera aportado, sino por la importancia de 4
figuras centrales en ella: “El joven Marx y tres de sus
camaradas: Engels, Burns y von Westphalen”. Obviamente, un título
nada comercial pero muy próximo a cómo se presenta el filme: a
través de 4 personalidades muy poderosas, cada una a su modo: las de
Karl, Friedrich, Mary y Jenny, las dos últimas mujeres de los dos
primeros y compañeras, sostenes emocionales y cómplices ideológicas
y políticas de las luchas de los dos primeros.
El
retrato cinematográfico del joven burgués y calavera, sensible y
brillante agitador, Engels, me pareció muy cercana a lo que ya
conocía de él. El de Marx, fieramente humano, finísimo estratega
político, que sufre junto a la clase con la que ha elegido vivir y
el mayor pensador político de todos los tiempos, me sedujo. De
ambos se refleja bien la extraordinaria fuerza de su pensamiento y la
integridad y coherencia de sus vidas, algo tan necesario para
hablarle a nuestra clase, ganándose su respeto. Nada que ver con lo
que históricamente ha sido la izquierda (los comunistas están
hechos de otro material humano más valioso), ni con aquello en lo
que ha degenerado hoy, ideológica y vitalmente.
Mary
Burns, la obrera de la que no solo en la película se
dice que marcó moral,
humana y políticamente a Engels, impresiona.
Una valiente agitadora socialista, de
mente muy despejada. Es poco conocido que ella tiene mucho que ver en
la descripción tan acertada de
la obra de su pareja sobre “La
situación de la clase obrera en Inglaterra”.
Jenny von Westphalen, la esposa aristócrata de quien elige el camino de la persecución, el destierro y la miseria, de
quien no se doblegó nunca, y que entendió que para ella ese era la vía de
su libertad como ser
humano, se agiganta en la cinta. Poco se ha dicho de esta mujer por
parte de los biógrafos en cuanto a su papel de secretaria y
transcriptora de la letra endemoniada de Marx.
Es
un acierto que este film tenga el reconocimiento a las dos
mujeres que impulsaron la vida de sus parejas, a través del amor, la
coincidencia básica, no lacayuna (les “regalan” alguna puya que
las engrandece como seres humanos), con sus pensamientos y con sus
sus destinos.
Reivindicadas como merecen ellas, la película tiene muchos
aspectos a reseñar.
Uno es situar muy bien a los cuatro personajes, Karl es el
elemento central, pero sin restar papel a ninguno de los tres, como
tampoco a nadie de los líderes republicanos, anarquistas y
socialistas utópicos que en ella aparecen, dentro de su contexto
histórico, la pujanza de una clase ascendente en la historia, al
compás del desarrollo capitalista y la deshumanización del trabajo
asalariado y esclavista, el proletariado.
En
el film se señala muy bien el recuerdo de un desagradable
desencuentro, luego convertido en reunión afortunada que dará
lugar, para siempre, a una formidable e indestructible amistad, en la
que no falta la realidad de la vida, instantes de desencuentro. Las
escenas de brindis sucesivos y exaltación de la amistad en Paris, en
el “Cafe de la Regence”. 10 días, con sus correspondientes
noches, dan para mucho. Hasta para un boceto de texto a dúo. Entre
copas y puestas al día se forjó la peor alianza que ha sufrido el
capitalismo hasta nuestros días. No apto para puritanos de un
comunismo de catequesis y museos.
Hay
una faceta bien reflejada en la película, la del Marx deslenguado y
valiente, que lo
arriesga todo, incluido su menguado salario de director de “La
Gaceta Renana”
primero y, tras su cierre, de
su por paso la revista
“Anales
Franco-Alemanes”,
en la que él y Engels trabajarán ya juntos. En esa etapa vemos un
periodismo de confrontación al poder político de la burguesía
alemana, muy lejos en altura periodística
de hoy. Sin esa etapa de
combate nos costaría entender al Marx militante, no solo pensador.
Su concepto de la libertad ha sido recogido en el compendio de sus
artículos en “La
Gaceta Renana”,
presentados bajo el título de “En
defensa de la libertad”
. La cinta
se inicia casi con imágenes que
aluden a diversos
artículos publicados por él relativos a “los
debates sobre la ley acerca del robo de leña”. Las
frases que acompañan a esas escenas son auténticas sentencias de
condenas del periodista revolucionario sobre otro concepto de la
propiedad y del robo.
En
ellas
se
insinúa la acumulación primitiva u
originaria del
capital (faltan referencias inevitablemente,
es un filme),
que explica el germen
del capital inicial del empresariado
desde el paso de los bienes comunales, también del “aniquilamiento
de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es,
la expropiación del trabajador", a
la apropiación por desposesión.
Pero esta parte pertenece ya al Marx maduro de los
capítulosXXIV
y XXV del primer volumen de “El
Capital”, que
no veremos en la
proyección
porque ésta finaliza en su etapa juvenil, apenas llega
hasta
sus 30 años.
“El
joven Karl Marx”
acaba cuando entregan él y Friedrich a la imprenta “El
Manifiesto Comunista”, una
obra de encargo de la Liga de los Comunistas que iba a llamarse “El
catecismo comunista”,
un término que repugnaba a ambos por sus resonancias cristianas.
Vemos
desfilar cinematográficamente a personajes de la época más
o menos
conocidos, según
la cultura política del espectador, como
los Bauer, los Ruge, los Proudhon, los Bakunin, los Weitling
y tantos otros, desde los republicanos hasta los anarquistas, desde
los cristianos autodenominados comunistas (reaccionarios de fondo,
“La
sagrada familia”),
los charlatanes y amantes del amor universal y conciliador entre
clases (utópicos), hasta los primeros comunistas del socialismo
científico, basado en la lucha de clases. Los que siguen a Marx son
obreros, los que optan
en el filme por
Proudhon sobre todo artesanos, gente de etapas
anteriores
a la concentración fabril. Marx no hace prisioneros, combate, junto
a Engels a sus contrincantes, nunca enemigos. Casi
siempre hay respeto hacia ellos, a veces hasta un profundo afecto,
excepto hacia los petulantes, a los que combate sin piedad.
Comprender
a Marx y a Engels no es sencillo. Los rudimentos de su pensamiento,
primero en un materialismo dialéctico, al que nunca designan como
tal (fue Lenin quien le dio el acertado nombre) y también en su
materialismo histórico (tan marcado en “El Manifiesto
Comunista”) exige esfuerzo y
estudio. Ellos, al hablar
directamente a
los trabajadores, lo hacían más asequible. Pero el militante
comunista no puede conformarse con los retazos, colocados de la mejor
manera que se puede expresar en una película, un medio muy diferente
al de la reflexión. El
comunista necesita, para
tener algo valioso que ofrecer, ir
mucho más allá de la ristra de citas que se ve en los escritos de
quienes hoy se reivindican tales
y en las redes sociales. Ello
requiere la un autoformación
colectiva de la clase, porque
incendiar el viejo mundo para
construir el nuevo es un
esfuerzo coral, lo que se
apunta en la cinta.
Y para eso hace falta
reunirse, debatir y
comprender en conjunto y no
en cacareo
de redes sociales, donde
nadie escucha a nadie que no esté previamente convencido y donde
todo parece tener la misma importancia.
La fase de maduración del
movimiento que crean Marx y Engels y que va desde su incorporación a
la “Liga de los Justos”, en la que aún sus posiciones son
minoritarias frente a las concepciones idealistas, aún hegelianas en
parte y, en mucho anarquistas y cristianas, a la “Liga de los
Comunistas” lo cambia todo. En la cinta tiene una resolución
rápida pero suficiente para entender la gran transformación a la
que ellos contribuyen tan poderosamente en la conciencia del
proletariado. Estamos ante la lucha de clases y una concepción
materialista y dialéctica de la historia. No hay una historia
sagrada ni una fraternidad universal sino una solidaridad de los
explotados frente a los explotadores y una superación de la
mercantilización del ser humano para su elevación más allá de la
necesidad de venderse como fuerza de trabajo. He ahí un humanismo
radical, con una fuente muy distinta a la que crea una concepción
idealista del mundo. Nada que ver con los viejos subproductos, hoy
remaquillados bajo las nuevas formas de la Ciudad de Dios, vendidas
ahora bajo conceptos como “el bien común” o el “ciudadanismo
inclusivo” que nos colocan izquierdas, republicanos y perroflautas.
En cualquier caso, y mirando a
lo que hoy puede extraerse de la película para el aprendizaje
militante, dejo por aquí algunas reflexiones:
Sin teoría revolucionaria no
hay práctica revolucionaria.
Bajo la conciliación de clases
y la idea de los derechos para todos, que niegan la desigualdad
básica de la relación trabajo- capital, no hay teoría
revolucionaria sino farfolla cómplice del capitalismo. Entonces y
ahora.
La agitación se hace en el
mundo real. La idea de redes de Marx y Engels era de militantes en la
vida a nivel internacional (no hay patria por ningún lado), dando la
cara frente a la explotación, allí donde se produce, no en facebook
o en twitter, lugares de refugio de inútiles y cobardes.
La clase trabajadora no
necesita tribunos que, venidos de fuera, no estén dispuestos a
compartir su destino y sus condiciones de vida y que les utilicen
para medrar políticamente, como hoy sucede con esos parásitos que
componen la izquierda realmente existente, no la que otros pretenden
imaginarse como ideal en sus cabezas o la que dicen querer regenerar.
La izquierda de hoy son los cristianos, los republicanos, los
socialistas utópicos y los bienintencionados burgueses de ayer. Los
trabajadores no necesitan más plañideras, ni paños calientes, ni
timos ideológicos del tocomocho.
Sin organización, que no
manifestaciones procesionales de beatas, no hay clase como tal sino
estadística que a ningún trabajador que no lleve el escapulario
enamora y que, menos aún, a ningún patrono asusta.
A la clase no la sustituye el
partido, y menos el que ha fracasado. El comunismo es un movimiento
en marcha constituido desde la clase y por la clase como partido.
Al contrario de lo que dice
cierto sujeto que les da un enlace de la película para que sigan
ustedes siendo vacas estabuladas dentro de su cubículo en el
mundo-Matrix de las redes sociales e Internet, les propongo que vayan
a verla con alguien (su novia, sus amigos, su hermano, un compañero
de trabajo) y que, al salir, la discutan con quienes le han
acompañado. Pregúntense qué aprendizajes les ha dejado.
Esta película debiera ser
vista no solo por la vieja clase trabajadora, hoy en extinción, sino
por la nueva que soporta la vuelta a las muy antiguas formas de
explotación y de destrucción de las conquistas sociales, por la más
golpeada por esta crisis, por la que ha sido desregulada
laboralmente, por los parados sin esperanza de un empleo que les dé
unas formas de vida siquiera dignas, por los seiscientoseuristas, por
los jóvenes que pelean para encontrar un curro que les permita
compartir un piso entre varios, por los que empiezan a ser
conscientes de que lo que se nos vienen son pensiones de miseria,
antes de pasarnos directamente a la beneficencia, por la clase
trabajadora de hoy y, sobre todo, por la del abismo que asoma. Por
todos nosotros.
Por eso la encontrarán en
pocos cines de las grandes ciudades, menos aún de las pequeñas. Bájensela solo si no la ponen en su ciudad y véanla con su gente. Es
peligrosa. Hay verdad y esperanza en ella porque “las ideas
que se adueñan de nuestra mente, que conquistan nuestra convicción,
y en las que el intelecto forja nuestra conciencia, son las cadenas a
las que no es posible sustraerse sin desgarrar nuestro corazón”
(Marx Engels Werke)
Ah, y al purista que le parezca comercial porque no refleja no sé qué dato histórico de la biografía política de Marx, no se menciona la cita exacta o falta no sé qué ruptura epistemológica, que nunca existió, que le den pomada. Es un film para acercarse a personas que incluso desconocen quién es Marx pero descubren la esencia emancipadora de su mensaje, no para sectarios ni pseudoeruditos de cafetería que intenten secuestrarlo. NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Un breve apunte sobre la memoria afectiva que dejó aquél joven que murió mucho más tarde, en 1883, pero cuyo pensamiento y propuesta es, mientras hay capitalismo, inmortal.
Hablo
de desaparición porque muerta ya está. Solo que, como los zombies,
no lo sabe.
Aclararé
porqué creo que es una necesidad perentoria la desaparición
política de lo que tantos se empeñan en llamar la izquierda y que
prefiero llamar progre-liberales, porque eso es lo que son en la
práctica.
Son progre-liberales porque
autodefiniéndose como izquierda (desde la radical de Syriza,
hasta la transversal que ya no se reconoce en el concepto, o al menos
no hasta hace dos años, como Podemos, pasando por el PSOE, que dice
ser de centro-izquierda o por IU, que se autodenominaba hace tiempo
como izquierda transformadora), allá donde han gobernado esas
corrientes políticas lo han hecho traicionando sus programas (Syriza
y el PSOE), aceptando la lógica de la austeridad del gasto, la
privatización de la gestión de servicios municipales (el caso del
Ayuntamiento de Córdoba no escapa a esta pauta) y la pérdida de
soberanía de la institución en la aplicación del gasto (caso de
Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital de España). Conjugan
una retórica progresista, o más o menos de izquierdas, con una
gestión que no es transformadora en sentido progresivo sino en
mayor o menor grado liberal o, en el mejor de los casos
social-liberal (sometimiento a la lógica del capital conjugado con
un clientelismo por cuotas o colectivos sociales, que no por clases).
Y
aquí no vale el consabido “esos no son de izquierdas. La izquierda
es otra cosa”.
Lo que aún se empeñan en llamar muchos izquierda es
plural y conforma un mundo complejo en el que están desde progresistas,
hasta quienes confunden República con izquierda, cuando el
republicanismo es ideológicamente polimorfo, pasando por ideas de
izquierda difusa, socialistas y socialdemócratas, algunas corrientes
libertarias que se sitúan dentro de dicho espectro o quienes
confunden ideología comunista e izquierda. No voy a volver sobre
este último punto, ya que lo he explicado en artículos anteriores.
En cualquier caso, ésta es una simplificación porque estamos ante
una categoría no solo política sino también, y muy especialmente,
sociológica, dentro de la cuál influyen aspectos de tipo cultural e
incluso otros sujetos a las tradiciones políticas de cada país.
La tendencia a negar que sea izquierda lo que en la
práctica es ésta bajo la aceptación tácita o expresa de las
condiciones de juego del parlamentarismo burgués es algo tramposo porque elude la aceptación de la autocrítica sobre la
práctica política y tiende siempre a descargar en el resto de las
corrientes, salvo en la propia, la carga de la prueba.
La
izquierda es lo que es, lo que quienes se definen tal creen ser y lo
que la práctica política hace de ella y de ellos mismos. Aquí la
normativa no vale. “Es en la práctica donde el hombre tiene que
demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o
irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un
problema puramente escolástico.” (Karl Marx. II Tesis sobre
Feuerbach). Y en la práctica, la izquierda ha sido, en el mejor de
los casos, honestamente socialdemócrata y, casi siempre, cómplice
legitimadora del sistema capitalista. En el pasado con una posición
monjilmente bienintencionada pero con una cierta perspectiva de
clase. Hoy ya directamente negadora de la idea de clase, afirmadora
de un ciudadanismo de derechos políticos y sociales demandados al
Estado, como si éste fuese un aparato neutro dentro de una sociedad
de dominación capitalista, a pesar de la ocultación, dividida en intereses opuestos. En cualquier
caso, reivindicaciones hoy absolutamente desligadas de una
perspectiva de clase en el marco del escenario de la producción
capitalista en el que se produce la explotación, siempre
asociada a las relaciones sociales de producción asalariadas.
Para
la izquierda más consciente lo que los comunistas que, repito, no
somos izquierda, llamamos explotación es salario digno -es decir,
legitimación de la explotación nacida del plustrabajo, que se
convierte en plusvalía-, justificando a sus ojos el trabajo
asalariado, ligado siempre a la explotación. Lo que para los
comunistas es sobreexplotación -horas trabajadas no pagadas ni
declaradas por el patrón, incremento de la carga de trabajo y de la
intensidad del ritmo de producción, etc.- es lo que ellos llaman
simplemente explotación.
Para una parte de ese sector más consciente de
la izquierda, lo opuesto a la desposesión de las conquistas sociales
no es una sociedad socialista -quizá sí como liturgia nostálgica,
no como proyecto real- sino la “democracia”, sin adjetivos (al
menos en el pasado, cuando en su fuero interno su aspiración era el
modelo nórdico la apellidaban democracia socialmente avanzada, pura socialdemocracia). Pero la democracia sin más
connotaciones es lo que hay, democracia burguesa, mera representación de simulacro democrático en la esfera
exclusivamente política. Y eso con limitaciones notables.
Para
la menos consciente de lo que se llama la izquierda, y que en gran
medida coincide con la práctica política de sus organizaciones, la
perspectiva de clase es inexistente en sus postulados. La apelación
a una política autónoma desde la clase trabajadora y para la clase
trabajadora ha sido sustituida por la inclusiva ciudadanía o los
términos pueblo o gente. Los dos primeros representan un
concepto muy similar, que se triangula con la práctica totalidad de
la nación, a partir de la Revolución Francesa. El
discurso de la izquierda tiende a negar, dentro del todo
ciudadano/gente/pueblo, la existencia de clases sociales con
intereses antagónicos entre sí.
Pero
si ambas izquierdas, la más cercana a las tradiciones de la
socialdemocracia histórica, o con algunos rastros, casi del todo
apagados, de conciencia de clase, y la ciudadanista, ya sin pudor
interclasista e integradora en el sistema, son una evidencia de su
papel en el marco de la democracia capitalista, su infección por la
cultura política liberal post68 ha producido su plena degeneración. Entre buena parte de esos sectores menos conscientes y entre un sector creciente de los más concienciados sobre la
clase, dentro de quienes se revindican de izquierda, ha calado de
manera profunda, sin que atisbemos a adivinar en dónde acabará su
descomposición en permanente metamorfosis, el relato
posmoderno de las múltiples identidades que se fracturan en otras
menores, chocando progresivamente unas con otras en antagonismos
crecientemente acelerados. Dentro del feminismo, puede haber
escaramuzas, más aparentes que reales entre el feminismo de la
corriente hegemónica, la del “genero”, con el llamado “feminismo
de clase”; la identidad etno-religiosa puede chocar con la
feminista, la feminista con la transexual, como está empezando a
suceder en determinados foros y ambientes, un sector de la homosexual
masculina con “las locas”, determinados sectores del
ciudadanismo con el nacionalismo crecientemente identititarista; entre los ecologistas, los decrecentistas frente a los partidarios de
la economía sostenible; los veganos considerarán impuros a los
vegetarianos, y así hasta la extenuación de un proceso
hacia más identidades que personas que se identifican con ellas.
Es el todos contra todos.
Esta
izquierda, que ya se ha reconvertido literalmente en progre-liberal,
desprecia a la clase trabajadora, de la que solo se acuerda para
hacerle guiños elípticos en períodos electorales, mientras sus
mediocres pseudointelctuales posmodernos la insultan y acusan de
reaccionaria, al descubrir que no es como la habían fantaseado, sin
asumir que son unos y otros quienes la han traicionado y no la
representan.
El
proceso acelerado de descomposición del cadáver de la izquierda,
que da lugar a una ruptura metabólica en formas múltiples de
degradación ideológica, se origina en la ruptura política respecto
a la base social y material en la que se asienta. Al alejarse de la
producción, la izquierda negó la lucha de clases, nacida de la
realidad del trabajo asalariado que muestra la contradicción entre
el carácter colectivo del trabajo y la apropiación individual del
beneficio por el capital.
Frente
al eje vertebrador de la clase como elemento que aglutina a la
mayoría social de los asalariados, e incluso de otras formas
contractuales derivadas de la desregulación laboral de la fase
capitalista actual, como las del falso autónomo o el autónomo
dependiente, lo que se ha producido es una involución ideológica,
patrocinada y fomentada por la izquierda (a partir de aquí progres),
que se fragmenta en miles de identidades, cada vez más
individualizadas y contradictorias entre sí, sin que existan
elementos trasversales, por mucho que se predican, que les aglutinen
en una suerte de frente común. Es el paradigma de la
individualización liberal.
Si
estos argumentos no bastaran para explicar la muerte y desaparición
de la izquierda, el asalto progre a la razón, la renuncia de la
herencia de la Ilustración, al análisis materialista de la realidad
social y a la ciencia amplian el escenario de su degradación. Es lo que podríamos bautizar con el nombre
del progre
Pachamama.
Se
ha vuelto un reaccionario. Desconfía abiertamente del pensamiento y
el progreso científicos. Se apunta a cualquier cursillo de algún
charlatán disfrazado de chamán sobre crecimiento espiritual; le van
los cuencos
tibetanos; ha descubierto que en la pobreza de la India (siempre
la de otros) hay “gran sabiduría” difundida por algún santón
de nombre impronunciable, que hasta el año pasado trabajaba en un
call-center; está dispuesto a difundir cualquier delirante
conspiración de la mafia farmacéutica, siguiendo devotamente a la
monja antivacunas; hace saludos al sol en “Cusco”, tras visitar
las “Lineas de Nasca”, y busca ávidamente cualquier hierbajo por
las tiendas de parafarmacia, aunque a veces lo encuentra en el chino
del barrio, tipo la chia. Hace unos pocos años eran las bayas de
goji; le encanta la filosofía new age; es un iniciado en el
esoterismo y el ocultismo y cree firmemente que el cáncer hay que
tratarlo con medicina homeopática. Se ha montado su propia religión
mistérica “pret a porter”, a partir de un empacho de sándalo y
setas alucinógenas, que le han dejado más pallá que pacá. Entre
el reiki, la sofronización, la aromaterapia y las flores de bach
pasa la mayor parte de su tiempo libre; algo muy pacífico y
compatible con ser jefe de Recursos Humanos en una empresa en la que
se abusa de los becarios y raramente se alcanza el tercer contrato
temporal; desconfía radicalmente de la civilización y cree en el
mito del buen salvaje; sí un día jugó a revolucionario en los
fines de semana, porque durante los días laborales tampoco era cosa
de ser un héroe y jugársela en el trabajo, actualmente tiene
montado un huerto urbano por parcelas de jardineras en la terraza de
su casa.
La
última estupidez de estos progres Pachamama, versión pijos a lo
Silicon Valley, el modelo de empresa “diáfana”, “colaborativa”
y “humana”, es el “agua
cruda”, un agua que no se trata ni analiza, y que se vende a 6
€ el litro, con lo que podrían pillarse un bonito cólera de
diseño. Gente guay de la Era de Acuario.
El
progresismo practica el doble juego de epatar por la chorrada y la
bufonada y sorprender, al incauto y desclasado, con una política
directamente de derechas.
Entre
las primeras señalaré las relativas a dos medidas tomadas
recientemente:
“Suiza
prohíbe cocinar
langostas vivas en agua hirviendo”
. Se propone en su lugar que sean “aturdidas” por un golpe o
bien electrocutadas en su cerebro. No parece que el electroshock sea
una medida que respete los derechos humanos de la langosta, aunque
sí cabe que pueda curarles alguna depresión severa. Por mi parte,
soy más partidario del aturdimiento mediante un disco de Los Pekos.
“Carmena
paga 52.000 euros para un informe de impacto de género sobre el
soterramiento de la M-30”.
Dejando de lado que, como soy un machista heteropatriarcal,
desconozco el término “impacto de género”,
me pregunto cómo vincular dicho impacto “de género” y el
soterramiento. Y no dudo que ha de haberlo porque, como ha dicho la
mente clarividente de la concejal podemita Rita Maestre, "el
soterramiento de M-30 tiene por supuesto impacto de género",
aunque no ha concretado cuál. Me
pregunto si buscará una relación entre hacer deporte en Madrid Río
(con la peatonal y de recreo construida sobre parte de la M-30
soterrada) y ver cuál es el porcentaje de empoderamiento femenino
que ello aporta o si, directamente, es una traslación de la
metáfora sexual de la penetración representada por las escenas
cinematográficas de trenes entrando en túneles que alguna mente
aberrada puede ahora imaginar con los coches que circulan dentro
de la M-30. En cualquier caso, puede que en realidad lo que esté
mostrando son posibles corruptelas de financiar a amiguetes del
15-M, como parece sugerir la ampliación de la noticia. Esto
ya lo han hecho con anterioridad en un Ayuntamiento tan grande como
Alcalá de Henares, uno de los municipios de mayor población de la
región de Madrid. De
cualquier modo, y tras los recortes sociales que aceptaron de
Montoro, tirar el dinero en tal gilipollez, cuando son tan evidentes
las necesidades
sociales que hay en Madrid en barrios populares y que no son
atendidas por este equipo de progres, es del tamaño de la app
para encontrar las bolsas de excrementos de perros en los barrios
Entre
las segundas, las que no se diferencian significativamente de la
política que aplicarían los representantes políticos del capital,
cabe mencionar otras dos recientes:
La
propuesta por Ahora Madrid,
y apoyada por el PSOE, de
Carlos
Granados, uno de los fundadores de la Asociación Francisco de
Vitoria, la más ultraconservadora de la judicatura, como director
de la Oficina Municipal Antifraude de Madrid. Pero, como fue
Fiscal General del Estado con Felipe González, está garantizado
su progresismo.
Los
líos entre IU y Podemos por la exigencia del primero de mayor
visibilidad dentro de la coalición, una vez que el segundo pierde
fuelle. Añadamos cómo Carmena ha resuelto la crisis de Sánchez
Mato, tras destituirle como concejal de Hacienda y darle el premio
de consolación de la concejalía de un segundo distrito (Latina),
además del que ya tenía (Vicálvaro). La suma demuestra que resuelven sus querellas internas en claves de
intercambio de cromos, sillones y chalaneos
que permitan a esta alianza de arribistas sin escrúpulos vivir del
erario público, con las
mismas malas artes de lo que ellos antes llamaban la “vieja
política”. El debate
político sobre proyectos no
existe porque, además de no
tenerlos,
son intelectualmente mediocres.
A
estas alturas debiera quedar
claro que los progres son la quintacolumna contra la clase
trabajadora y sus conquistas sociales, a
los que han desdeñado
mientras se ocupaban de salvar
koalas, decidir qué cabalgata podría irritar más al carca del
barrio que, en algunos casos, es
un pobre desgraciado también explotado,
en lugar de organizar a los trabajadores contra el capital, soltar
alguna sandez en redes sociales y
esperar que el parlamentarismo burgués cayera rendido a sus pies y
les entregará al Ibex 35 (el capitalismo para ellos no es más que
unas cuantas marcas grandes y no las relaciones patrón-trabajador)
atado de pies y manos, como si fuera las murallas de Jericó.
El
progre de hoy es el que ha actuado de escudero
de un independentismo burgués catalán que, envuelto en su bandera,
ha intentado dividir a la clase trabajadora. El progre de hoy,
amparado en la ilusión de crear una crisis institucional en el
sistema político de la burguesía española, ha recibido el golpe de
lleno sobre su propia mollera y de sus organizaciones, tanto en
Cataluña como en España. En estos momentos, anda
dando vueltas intentando ver cómo se quita la patata de encima.
Desde España, pasando la responsabilidad de
cabalgar las contradicciones de período aquél del derecho a decidir
tan criticado desde dentro y
desde los aledaños del partido morado a
sus socios de En Común, Podemos
ha decidido hacer un mutis por el foro.
Del
mismo modo, muchas de esas organizaciones autodenominadas
“comunistas” consideraron una obligación “revolucionaria”
sustituir la lucha entre
capital y trabajo por la lucha entre burguesías centrales y
periféricas, esperando convertir un choque de trenes entre conceptos
de democracia burguesa enfrentados en una oportunidad para una
desestabilización del orden burgués y han acabado por comprobar que
ni tocaron un pelo del poder económico y social del capital ni
hicieron otra cosa que reforzar su hegemonía política.
A
estas alturas que nos
autoreivindiquemos quienes avisamos de las consecuencias que tendría
el juego de estos sucursalistas del
enfrentamiento interburgués
carece de sentido. Aquellos que quisieron conocerlo pudieron hacerlo. Como
cuando el 15-M o Podemos eran
invictus, progres y falsos
“commies” y mantenían su dictadura del “proGretariado” contra
quienes sosteníamos la eterna bandera comunista de ni guerra entre
pueblos ni paz entre clases, en esta ocasión también era
duro dar la cara y recibir los insultos de la troupe .
Éramos, según esos grandes pensadores de la revolución del nunca
jamás, nazbols, careciendo de todo conocimiento teórico y real
acerca de lo que significaba tal palabra, e “izquierda tricornio”.
Uno de esos partidarios de la
tiranía de lo que entonces era “políticamente correcto” dentro
de la fauna “izquierdista”, en el sentido que Lenin le dio al
término, ha terminado por admitir dónde ha acabado su
ensoñación, sin autocrítica alguna, por supuesto.
Aún
así, ha sido mucho más valiente, dado que no representa a nadie (es decir a
miles de seguidores twitter: nadie y nada en
el mundo real) que la fauna
progre que se dice de izquierdas y que incluso, en algunos casos,
secuestra el término comunista.
No
obstante, algún día habrá que analizar cómo la preeminencia del
discurso emocional de las patrias ha conducido a que dentro de
nuestra clase, y de sectores que se dicen comunistas, penetre la idea
irracional, primitiva y
nacionalista contra nuestra
clase. A día de hoy creo
que, como mínimo, hay que combatir contra dos: ésta
y ésta.
De la segunda diré que entiendo que en la lucha contra el fascismo
era necesario desplegar toda energía humana capaz de aplastarlo pero
también que emplearla dejó sus consecuencias posteriores y que
traicionar la idea comunista de la lucha de clases entonces sigue
significando algo hoy.
De
la mezcla de una y otra vías, nace
una corriente nacionalista, aquí falangista, allí defensora de
Pedro El Grande, que hoy
se encuentra con una idea de gloria representada en un caso por Blas
de Lezo y en el otro por Yuri Gagarin. Pero a las realidades de ambos países, lo que les ha
marcado en los siglos que hoy explican su devenir,
tuvieron más que ver con los maestros de la República española y
con los editores de la revista Iskra, con la primera CNT y con los
bolcheviques, a pesar de todas las diferencias ideológicas
entre ellos, que con visiones
exaltadas de una idea de pueblo que no era otra cosa que la
idealización de las élites
económicas y políticas que
las viejas y nuevas clases
usaron
en su momento en su provecho.
Quienes hoy aún seguís reivindicándooos de izquierda,
progres sin posibilidad de ser otra cosa, porque decís
que podéis cambiar algo que merezca la pena (un día discutimos qué
merece la pena), asumís que el cambio es que la Iglesia
Católica pague el IBI pero nunca la paga cuando gobiernan
los vuestros
(salen
en procesión), defendéis
el derecho a la palabra y os
parece que irrumpe cuando os ofende. En realidad, no tenéis nada que ofrecer a los trabajadores desde vuestros gobiernos de la nada.
Nada que la clase trabajadora
recibiera como homenaje o regalo vuestro. Nada que agradeceros y que
no hubiera que lograr sin amenaza de huelga o con ella. Como en el caso de cualquier gobierno burgués.
Lo
que hoy queda de vuestro paso por los parlamentos, los ayuntamientos
y alguna consejería autonómica, es un vacío superior al que dejó
Felipe González, padre de los tahúres y engañabobos desclasados. Votar bajo el régimen burgués es casi siempre error. Venís de la estupidez de un Presidente idiota y
oportunista, que solo actuaba con encuestas por delante, llamado Zapatero. Sois la
consecuencia ideológica del “algo
tiene que haber mejor que Aznar”. Pero Aznar solo era un sádico acomplejado. La opción estúpida de un capital
que pasaba al ataque sin la sutileza que hoy nos prestan los Macron y
los Rivera que ahora tocan. Finalmente, podemitas y progres de IU
sois tan inútiles a la idea de “progreso” que ya ha diseñado la
burguesía que os habéis quemado sin jugárosla políticamente. Al menos Tsipras tuvo el valor de atreverse a ser un traidor a los trabajadores. Vuestro asalto a los cielos solo es el de la rana que se queda en el charco sin intentar siquiera el brinco que simula acercarse a un gobierno que os atemoriza. Ese gobierno es sucio, es el que vende a los explotados pero, al menos, significa dar la cara. Os habéis rendido al capital antes que os insinuara siquiera la idea de compraros.
No
dejan de ser datos cogidos al azar entre los cientos que podrían ser
presentados pero que a los progres e izquierdas organizadas parece importarles nada, si no es con el
fin de lograr unos una interpelación parlamentaria o una entrada,
los extraparlamentarios, en
alguna web aún más desnortada ideológicamente que ellos.
Es
hora de enterrar los cadáveres. A la clase trabajadora no le le han
sido de utilidad ninguno de
ellos, ni los progres, ni los que supuestamente están a la izquierda
de tal izquierda.
La
respuesta de la clase trabajadora no vendrá de quienes la usan para medrar como forma de empleo ni de quienes creen que la respuesta
frente al momento político que le afecta sea seguir
organizando procesiones, como
tampoco antifascismos que degeneran en violencia de tribu urbana y
que carecen de vínculo alguno con la clase, allí donde se produce
la explotación y hay que pelear en la empresa cada día.
Organizar
a la clase trabajadora no lo harán ni de Podemos o sus próximos ex socios, IU,
ni los que sacralizaban la mani/concentración cuanto mas marginal mejor. La naftalina
y la pose no hacen
clase.
Organizar
a la clase trabajadora es otra cosa. Es ser con ella. Escucharla
antes de tener la osadía de soltarle la soflama rancia. Ser parte de
ella: vivir su propia historia en carne propia. No ser un liberado
profesional con sueldo generoso. Entender su propio lenguaje para no
decirle tonterías que no entiende ni tiene porqué entender
porque es jerga fosilizada. Tampoco idealizarla porque no es cierto
que la clase nunca se equivoque. Lo hace y mucho. Pero para que sus miembros más conscientes puedan estar siempre pegados a
ella es clave que sepan traducirse mutuamente. Es el militante más comprometido
el que debe ser capaz de extraer de la clase la explicación de lo que ésta pudiera llegar a entender por, su liberación. Es ahí donde debe producirse el diálogo entre clase y comunistas como parte de la misma.
Hoy
no existe la vanguardia comunista. Si existiera, el militante que os
habla no habría necesitado 8 páginas para aclararse a sí mismo y
compartir con otros militantes y con una parte de los sectores
conscientes de su clase su búsqueda de conclusiones que algunos
trabajadores, incluso escasamente conscientes, obtienen de forma más
directa.
La labor de un comunista es captar, como savia del
árbol, la esencia de la realidad, pero también la percepción de cada
trabajador sobre lo que es para él el trabajo, cómo lo vive, qué deposita en él y sobre cómo se evade de esa realidad, de las
miserias, de las cotidianeidades, de las pequeñas y grandes
esperanzas de nuestra clase y, pegados a ella, darle vida a su
proyección humana más allá de lo inmediato para entender, con
ella, qué significa, de verdad, la emancipación del ser humano del
reino de la necesidad, nacido de la realidad de la explotación, que
el trabajador no “siente” como tal.
A
partir de ahí, existe todo
un mundo de compromisos diarios, en el curro, en el
centro de salud como “pacientes” (nos llaman usuarios, con
mentalidad privatizadora), en la escuela/instituto/universidad (donde
toque como padres, donde sea como alumnos, siempre que podamos juntos
en ambas cosas), en el barrio, cuando peleamos por una cancha
deportiva para nuestros hijos o por un parque para andar nosotros, en
el centro de tercera edad, porque no hemos muerto y estamos muy vivos
y con ganas de decir que las cosas no son así, en...Y tratando de
organizar a nuestra clase porque lo que importa no es la victoria
inmediata, ni la que pudieran cedernos, sino que los trabajadores
sepamos que, si tomamos el poder en los centros de trabajo y en los
barrios, el universo es nuestro