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14 de agosto de 2024

NORMALIZANDO A MICHEL HOUELLEBECQ

Por Marat

La plataforma de cine Filmin ha estrenado recientemente una película -“En la piel de Blanche Houellebeq”-, una especie de “tanto monta, monta tanto” Michel (Houellebecq) como (Blanche) Gardin, del director Guillaume Nicloux en la que, como en el caso de Isabel y Fernando, quien de verdad corta el bacalao es el hombre, por mucho que aparente un coprotagonismo entre el extravagante escritor y la prolífica humorista.

Para quien no esté familiarizado con Houellebecq baste decir que es el autor de “Ampliación del campo de batalla”, “Las partículas elementales”, “Plataforma”, “Sumisión” o “Aniquilación” y el más leído en Francia. Esto no quiere decir mucho. Durante años lo han sido las novelas del conspiranoico estadounidense Dan Brown (“El código Da Vinci”). Ambos hacen una literatura muy útil para leer en el metro, donde la exigencia intelectual no es muy alta pero sí la necesidad de llenar el tiempo en ese no lugar apto para topos y zombis urbanos. La ventaja de Brown sobre Houellebecq es que escribe biblias cuyo tamaño permite su lectura durante la duración de un abono transporte de 30 días en la línea más larga de una gran metrópoli. La de Houellebecq sobre Brown es que, a diferencia de éste, él sí escribe literatura, aunque cargada de pus, odio, resentimiento y prejuicio. Cuando se lee “Plataforma” o “Aniquilación” es fácil sentir como el tufillo a vómito y a bilis evoca, ciertamente con más ironía y un punto más de sutileza, al “Viaje al final de la noche” del escritor, entonces en transición hacia el fascismo, Louis-Ferdinand Céline. De hecho, él no niega la influencia de este último en su obra y en su pensamiento.

Hay una virtud en el estilo sociológico de la literatura de Houellebecq -sólo los necios niegan los méritos de sus enemigos- Sus novelas y ensayos reflejan bien un cierto estado de ánimo de una parte de las sociedades del capitalismo avanzado francés y europeo, el de quienes se van acercando al fascismo como reacción a sus miedos al futuro y a la ausencia de esperanza.

Detecta con agudeza los síntomas del liberalismo de las sociedades modernas en el vacío existencial del ser humano masificado y, a la vez, artificialmente individualizado y desarraigado de su ethos social. Pero su artillería no la descarga contra el liberalismo y el capitalismo a los que dice enfrentarse, sino contra las expresiones culturales, ideológicas, sociales y políticas que se producen en el marco de la sociedad capitalista: el feminismo, el antirracismo y el internacionalismo, el ecologismo o el islamismo, potenciado (Afganistán, Siria, Irak, Libia) por el propio globalismo de los EE.UU. y sus títeres. Llamativamente su esquema teórico se parece mucho al del rojipardo Diego Fusaro, si bien las piruetas retóricas de este último resultan extremadamente empalagosas y pedantes y sin la acidez irónica que destila el francés.

No voy a caer en la tentación de exponer un conjunto de párrafos de sus libros más conocidos para mostrar la misoginia, el racismo y la xenofobia de Houellebecq, especialmente si su rechazo étnico se sustenta desde el tamiz religioso, de modo que la actitud hacia la procedencia de una persona y hacia esa misma persona venga marcada por la religión dominante en su país de origen o de sus padres. Al fin y al cabo, yo también creo que la religión, sin distinción de fe, es el opio del pueblo y Houellebecq tiene nostalgia del dios católico -quizá por eso su imagen pública sea la de alguien permanentemente a un estado de viaje psicodélico- en cuyo nombre hoy se mata mucho menos que el terrorismo islámico sencillamente porque desde las cruzadas y la inquisición acá ha perdido bastante fuelle. En esa tarea violenta pronto la basura sectaria evangélica sustituirá al catolicismo.

Condenar a Houellebecq por lo que dicen los personajes de sus novelas es no distinguir la ficción propia de la novela de la realidad, la literatura como fantasía del mundo concreto, el personaje que habla en el libro de la persona que la escribe, por repugnante y vomitivo que resulte el relato. Eso sería propio de talibanes y censores.

En su accionar de la vida real Houellebecq necesita también un personaje. Necesita cultivar la imagen de un “enfant terrible pour épater le bourgueois”. -Nada tan burgués como querer escandalizar para no parecerlo- Necesita que la clase media, que es la que compra sus libros, sienta que está ante un personaje tan auténtico y excesivo como los que pueblan sus novelas. Mal que bien lo iba logrando, si bien con una eficacia decreciente, una vez que sus declaraciones públicas de ultrafacha en permanente estado etílico han conducido a que se imite en bucle a sí mismo y a que el vídeo haya matado a la estrella, el personaje al actor. En cualquier caso, si de epatar se trata, lo consigue mejor que Juan Manuel de Prada -otro de la misma cuerda político-ideológica-, ese niño aburrido y gordito en día de primera comunión que gusta a los neofalangistas que dicen que son comunistas y escribe, como el francés, desde la nostalgia reaccionaria pero con un tono de ñoño jugando a parecer malote.

El punto más álgido de Houellebecq como piedra de escándalo, y pretendida conciencia profética de los males de la sociedad occidental, lo alcanza el escritor el 16 de noviembre de 2022 en la entrevista que Michel Onfray le realiza para la revista Front Populaire. Conviene aclarar que Front Populaire es una publicación transversal, lo que en la propia definición de la revista se expresa así: “Desde 2020, un sitio web y una revista para todos los soberanistas, de izquierda, de derecha, de ninguna parte y de otros lugares”. Con una izquierda en crisis posiblemente terminal (hay incluso zombis. Están en twitter-X) y una extrema derecha reclamando horda (patria) y soberanía y buscando respetabilidad y aceptación, saquen ustedes sus propias conclusiones. Allí Houellebecq realiza explosivas declaraciones del tipo:

La Reconquista empezó en España cuando estaba bajo la dominación musulmana. Todavía no estamos en esta situación, pero lo que podemos ver es que la gente se está armando. Compran armas, hacen cursos en campos de tiro. Y no son exaltados. Cuando territorios enteros estén bajo control islamista, creo que se producirán actos de resistencia. Habrá atentados y tiroteos en mezquitas, en cafés frecuentados por musulmanes... En resumen, habrá un Bataclan al revés. Y ellos no se van a contentar con poner velitas y flores, así que sí, las cosas pueden ir bastante deprisa”.

El gran reemplazo no es una teoría, es un hecho. No hay una conspiración de las élites para acabar con la raza blanca pero se está produciendo un traspaso de población desde África donde las tasas de natalidad son demasiado altas”.

El deseo de la población francesa originaria no es que los musulmanes se asimilen, sino que dejen de robarles y atacarles…

Frente a este tipo de declaraciones cabe preguntarse si no se está incitando a que otro Anders Breivik tenga su día de la venganza en otra carnicería como la de Utoya (Noruega, 2011). Entonces fue contra jóvenes socialistas. Mañana…

Pero ya es hora de que hablemos de la película “En la piel de Blanche Houellebeq”.

Guillaume Nicloux, su director, ha colaborado ya en varias películas con Houellebecq como protagonista: “Thalasso” (con Depardieu de compañero), y “El secuestro de Michel Houellebecq” (tras unos días de desaparición del escritor, la explicación es esta película en la que acusa del hecho a François Hollande y se hace amigo de sus secuestradores-cuidadores).

Tras la publicación de “Sumisión” en 2015, en la que un islamista moderado gana en 2022 las elecciones presidenciales francesas e inicia una involución islámica y proyecta un califato europeo, Nicloux anunció que llevaría a las pantallas la obra. El primer anuncio lo hizo en 2019. La duda era si en formato serie o película. Volvió a anunciarlo en 2020, 2022. La última referencia es 2023 y nunca más se supo.

Quizá es que “aún no esté madura la situación”, quizá que la polémica tras la entrevista que hizo Onfray al escritor hace algo menos de dos años haya revelado un Houellebecq menos presentable de lo que sería necesario. Ahora que “Madamme” Le Pen y su partido “Rassemblement National” están haciendo notables esfuerzos para enmascarar a la vieja derecha fascista, no va a ser cosa de que a uno de sus intelectuales más influyentes sobre la opinión pública le salga un bigotito estrecho debajo de la nariz. Houellebecq todavía puede ser útil unos años más a la causa

En la piel de Blanche Houellebeq” es un intento de normalizar/estabilizar la figura de Houllebecq. Cierto que para una gran parte de Francia, la que vota tanto a Le Pen como a Zemmour, Houellebecq no necesita ser reivindicado o redimido porque se siente reflejada en sus posiciones racistas y misóginas pero asusta y enfurece al resto, ya se trate de una persona de ideas simplemente democráticas, un militante de izquierdas, consciente de lo que se avecina, o un alguien mediáticamente encumbrado al famoseo liberal-progresista. Él mismo reconoce que tras su entrevista con Onfray “de repente había pasado de candidato al Nobel a paria nacional”. Menos mal que, uno de los actores, Luc Schwartz, ex captor de Houellebecq en El secuestro de Michel Houellebecq” y amigo personal y guardaespaldas del escritor, aclara repetidamente en varias escenas de “En la piel de Blanche Houellebeq” que dichas declaraciones le fueron arrancadas a traición por el fundador y figura principal de Front Populaire cuando estaba borracho. Sin duda hacer una brutal manifestación de xenofobia en estado de embriaguez la convierte en “pecatta minuta”. Parece que llevar un pedo como Alfredo realizando actividades ajenas a la escritura es la coartada houellebequiana habitual cuando sus actos afectan a su imagen. Al menos es lo que afirma que sucedió cuando cedió los derechos de explotación y exhibición de la película porno “Kirac 27” en la que participaba como protagonista al director de la misma, Stefan Ruitenbeek y al colectivo Kirac al que éste representa, aunque parece que no estaba intoxicado cuando aceptó participar en dicha “performance” junto con alguna actriz del género. Cabe preguntarse si es que al susodicho se le fue definitivamente la pinza hace ya tiempo o tales excesos son parte del cultivo de la imagen de escritor maldito, que también ayuda a vender libros. Lo cierto es que cuando escribe se le nota fascista pero no perjudicado.

Pero, como el autor de “Sumisión” es un tanto incontrolable cuando habla, su papel en esta película destaca mucho más por sus silencios que por su participación en los diálogos. De hecho, muchos de los personajes tienen más frases en el filme que él, no sólo la cotorra logorreica Blanche Gardin; también su secretario Franck Monier, el guardaespaldas del escritor Luc Schwarz o el vengativo conductor de la limusina, Jean-Louis Gautier. Las intervenciones de Houellebecq son de frases cortas, con frecuencia sin terminar, como guiño al espectador que le conoce suficientemente o que incluso comparte su imaginario, expresiones con un cierto sobreentendido, los equívocos,...un personaje muy civilizado, autocontenido y cínico. Houellebecq aparenta ser el protagonista mentalmente ausente que cede la máxima notoriedad a una Blanche Gardin excesiva, incluso en su papel de madre protectora de un escritor que se deja llevar por los acontecimientos y se muestra indiferente ante las opiniones que escucha, con apariencia de ser un anciano físicamente más acabado de lo que su edad cronológica (68 años) debiera indicar.

El único asomo de rebeldía del novelista es la ironía, que casi se deja caer, como si careciese de importancia. Veamos algunos ejemplos:

  • No me habías dicho que tenías un sobrino ¿Es hijo de tu hermano? (pregunta Houellebecq a la actriz Françoise Lebrun, refiriéndose al actor, director y rapero Jean-Pascal Zadi, que la acompaña). “No, de mi hermana” (Lebrun) “¿Se parece a ti?” (Houellebecq, refiriéndose a la hermana) “Pareces sorprendido” (Lebrun). “Sí, completamente. No me lo esperaba. No me esperaba un chico tan alto” (Houellebecq. Jean-Pascal Zadi es muy negro). Previamente Vincent Volkoff, que hace de asistente del escritor, y J-P Zadi han tenido la misma conversación y éste le dice, un tanto aturullado, que es hijo del hermano, no de la hermana de Lebrun. La respuesta de Volkoff es la misma que la del novelista. Ese cambio de sexo, hermana /hermano sugiere que la supuesta relación tía/sobrino, el cuál en otro momento manifiesta querer dedicarse al porno porque tengo lo que hay que tener, es en realidad de otro tipo.

  • ¿Has visto cómo ha escrito tu nombre?”/“Al menos no ha puesto una K”: diálogo entre su guardaespaldas y antiguo secuestrador en El secuestro de Michel Houellebecq” y el escritor cuando les recoge en el aeropuerto de Pointe-à-Pitre (Guadalupe. Antillas francesas) el conductor negro, Jean-Louis Gautier, de la “limousine” que debe llevarles a la presentación de un libro del novelista, donde finalmente no llegará.

  • Tendrás que contarnos qué ha pasado, Luc” (Blanche a Luc, tras salir huyendo ésta y Houellebecq de una tienda de Pointe-à-Pitre donde se ha cometido un asesinato con machete en el que parece haber participado, cómo no, un musulmán pero de donde Luc sale después de ellos, tras escucharse tres disparos). “Nada, hemos visto lo mismo” (Luc). “Sí, la verdad es que lo que hemos visto es demasiado” (Blanche) “Es un accidente. Se ha resbalado y se ha caído” (Luc refiriéndose al muerto). “Se ha caído justo en el machete y se ha partido el cráneo en dos” (Houellebecq)

  • Más tarde, en relación con el homicidio y los disparos: “Por última vez: ¿has matado a alguien hace poco?” (Houellebecq a Luc) “No Michel, no empieces con eso” (Luc a Houellebecq) “No hemos hecho nada” (Blanche tercia en la conversación) “Nooo” (Houelllebecq).

Junto al casi mutismo, comportamiento al que Blanche reiteradamente le invita, casi le conmina a ejercer, tras el asunto de la famosa entrevista de Onfray – “Al contrario que usted no doy entrevistas, no doy mi opinión sobre las cosas, Michel. Ese es su problema. Deje de dar entrevistas...Usted es un escritor fabuloso. Escriba libros y cállese”-Houellebecq se pasa la película dejándose conducir por los vericuetos y despropósitos por los que sus acompañantes le traen y le llevan (incluido su asistencia al concurso de imitadores de Houellebecq) y lo hace, cuando no dormido (en la escena del taxi su rostro parece la máscara mortuoria de un anciano), medio muerto (tras su casi ahogamiento, por no saber nadar, en la piscina), directamente moco (pimpla vodka como un cosaco del Don) o con un cuelgue que ni Tarzán (DMT, éxtasis, setas alucinógenas y lo que caiga).

La imagen de un anciano desdentado, desgalichado, ridículo hasta la hilaridad con un albornoz criollo, exánime, obediente y traqueteado por un grupo grotesco, zaherido por algunos e interrogado por otros, produce casi pena y ternura. Mostrarle inerme y carente de peligrosidad pública alguna es el primer objetivo de Guillame Nicloux. Conseguido.

El otro, poner en evidencia a la corriente mayoritaria de la izquierda,la liberal-progresista o “mainstream”, que diría ella misma, atacada por el papanatismo de imitar toda la basura ideológica que venga de EE.UU., es aún más fácil. Basta con escuchar sus sandeces:

  • ¿Puedo decir una cosa? Deberías hacer más negras tus novelas. Es importante” (Jean-Pascal Zadi)/“¿Negras?” (Houellebecq)/“Sí, hay demasiados blancos” (J-P Zadi)/ “Ah, negras en ese sentido. Yo creía que decías de humor negro” (Houellebecq). No parece la mejor de las ideas pedirle a un escritor racista que introduzca más personajes negros en sus novelas. A saber qué otros papeles, además de los de chuloputas y narcotraficantes les endilga.

  • A las mujeres directores les llamamos “directoras””/“Yo siempre uso esa palabra”/“Hace poco aprendí a decir “directora””/“Cuando yo era niño decíamos director”/“Que no lo hiciéramos antes no quiere decir que no lo podamos decir ahora”/“Os presento a Nathaly Coualy, que es la directora, como le gusta que digan”/“No especialmente. Me da igual” (diálogo de besugos entre varios que discuten el tratamiento a dar a la coordinadora del certamen de imitadores del escritor. Refleja bien la banalidad del nominalismo en la izquierda).

  • En una de las escenas a Luc, mafioso judío blanco, que se ha hecho unas rastas, una de las organizadoras del concurso de dobles le acusa de “apropiación cultural” por no ser negro. Es como si a un japonés se le recriminara aprender a bailar flamenco por no experimentar la discriminación del pueblo andaluz o del gitano. Dele un puesto de profesor de antropología a un cultureta imbécil y hará de la universalidad de la cultura compartimentos estancos por tribus, justo lo opuesto al internacionalismo y el universalismo.

  • Michel, quería preguntarle una cosa. Sobre lo que pasa hoy en la sociedad, todos los movimientos de la mujer y eso. Cuando leo sus novelas no parece que para usted sea una prioridad la igualdad. Quería saber que piensa usted, ¿me equivoco o…? ¿Qué opina usted de la posición de la mujer en la sociedad actualmente, qué piensa del feminismo” (Elise Cresson). Su intervención refleja muy bien algunos de los grandes males de la izquierda mayoritaria: su tolerante “buenrollismo” con el fascismo. Preguntar a un reputado misogino qué piensa del movimiento de liberación de la mujer resulta obscena e idiotamente ingenuo. Es como preguntar al león si simpatiza con la gacela. Seguro que sí pero de aquella manera.

  • Se produce una situación kafkiana cuando durante la preparación del concurso de dobles del novelista se propone que el público pueda hacerle preguntas sobre diversos temas de actualidad. Houellebecq aclara que ya hace tiempo que no hace coloquios y Luc explica el asunto Onfray. Aún así le plantean varias cuestiones: feminismo, cuestión racial, mujer negra, esclavitud, colonialismo (presente en toda la película, con la revuelta en marcha en Guadalupe, el discurso reivindicativo de líderes independentistas en paralelo, el alegato vindicativo- vengativo del conductor de la limusina a cuenta de la negritud y el pasado esclavista de la colonia). De pronto, Houellebecq resume todas las intervenciones en una frase muy breve, en la que se muestra ausente y completamente indiferente: “Hay muchos temas, sí. La raza, el hombre negro, la mujer, la mujer negra”. Un larguísimo silencio incómodo de 25 segundos en el que, en un recorrido de planos, se miran unos a otros, mientras el escritor permanece abstraído y hastiado, muy lejos de allí. La siguiente escena, que nada tiene que ver con la anterior, es ya un diálogo entre Blanche y Houellebecq en un cuarto de aseo.

El colmo de la incongruencia, el cinismo y la vacuidad lo representa Blanche Gardin que en una discusión de todo el pasaje con el terco, rompepelotas y resentido conductor (“por las atrocidades que hubo en la esclavitud”) de la limusina, Jean-Louis Gautier, que se niega a encender el aire acondicionado del vehículo para atenuar el calor asfixiante y húmedo de Guadalupe al que han puesto un acento créole (criollo), tipo “señorita Escarlata”, le espeta como gran argumento de autoridad “Aquí todos somos de izquierdas”; eso después de que en la entrevista de un medio independentista diga sucesivamente que la lucha independentista de Guadalupe “me da igual” para acto seguido, presionada por el periodista, afirmar que los independentistas “deben ir a por todas”.

A partir de aquí Houellebecq ha sido normalizado. En silencio autoimpuesto ha dejado que sea la fauna excéntrica de la izquierda de las identidades la que se derrote a sí misma. Frente al odio, la llamada de la tribu, la apelación patriotera a dar un significado xenófobo a los versos de la Marsellesa Qu'un sang impur/Abreuve vos sillons!” (¡Que la sangre de los impuros riegue vuestros campos!), la izquierda liberal-progresista no tiene nada que ofrecer; sólo un llamamiento al respeto y la paz social, mientras gran parte la base social que hace mucho tiempo fue suya marcha con los nuevos bárbaros hacia el Elíseo, esta vez sin necesidad de tomar la Bastilla.

Pero lo cierto es que, a pesar de que el lberalismo de izquierda centre su naturaleza en la defensa de las libertades personales y sólo muy secundariamente medidas paliativas que ralenticen el ritmo de crecimiento de la desigualdad, están aumentando el odio, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la misoginia,...y los constructores de ideología tipo Houellebecq tienen mucho que ver en ello. Ninguna posición que reivindique la emancipación de la clase trabajadora merece respeto alguno si en dicha lucha no incluye las libertades personales y democráticas.

Aquí no sirve el autoengaño. Frente al diletantismo de pseudoizquierda, no existe ninguna organizada y con crédito entre la clase trabajadora que defienda por igual las libertades y derechos personales y una igualdad de hecho, no meramente de derecho, basada en la lucha por acabar con la explotación del ser humano y el sistema que la genera, el capitalismo.

Por el contrario, lo que sí tenemos son grupos, con cierto peso virtual y, afortunadamente, exiguo real de entusiastas de los Cuatro Fantásticos (Kim Jong-un, Alí Jamenei, Putin, Maduro), cuyo supuesto antiimperialismo responde a intereses de Estado de sus clases dominantes, envueltas en un nacionalismo frenético, que les sirve para intentar desviar la atención de la opresión, y la represión cuando emerge el descontento, que ejercen contra sus propios pueblos y sus clases trabajadoras.

Llamativamente, en su crítica a la izquierda liberal, buena parte de esos fervorosos partidarios de los Cuatro Fantásticos coinciden con personajes como Houellebecq (xenófobo, homófobo, misógino) y sus versiones políticas – Diego Fusaro, Sahra Wagenknecht o Roberto Vaquero-, aunque no con el manifiesto odio del francés -eso es más propio de Alí Jamenei o Putin- sino revestido de la supuesta conspiración del capitalismo para descentrar la lucha de clases. Mal argumento para quienes centran su discurso en la lucha entre Estados, -la existente entre los de los Cuatro Fantásticos y EE.UU.-, como si la lucha entre Estados reflejase la lucha de clases a nivel mundial y no los intereses de sus clases dominantes y, en el caso de las grandes potencias, los intereses de las fracciones del capital al que cada una defiende y la penetración de los mismos en espacios territoriales concretos. Pero lo disfrazan bajo el eufemismo de geoestrategia.

Por fin, tras unas cuántas vueltas de rosca más, un Houellebecq vestido de submarinista sale del agua en una isla privada en la que el señor -Oh là là!- Majid Mounsif lee detenidamente ¿cosas islamistas? ¡NO! Lee “Le Point”, un periódico de centro-derecha porque el señor Mounsif es un hombre, musulmán, moderado y de orden, no como esos jóvenes airados y radicales de las “banlieues”. Y, “mon Dieu”, el señor Mounsif le reconoce y ahora ambos caminan en amigable conversación hacia el chalé de aquél.

¡Qué punto final tan edificante! La próxima vez que media Francia pida su cabeza, tras un nuevo exabrupto, borracho o sereno, Houellebecq podrá decir “Soy amigo del señor Mounsif, el rector de la Gran Mezquita de París me ha perdonado y esta tarde he quedado con François Hollande y Marine Le Pen para comernos unas setas”.

Un gran trabajo el de Guillaume Nicloux. Que sea cinematográfico ya es otra cosa.