Gilberto López y Rivas. La Haine
"Nueva arma crucial en las operaciones
contrainsurgentes": un equipo de antropólogos y otros científicos sociales
para su utilización permanente en Afganistán e Irak
Fragmentos del libro "Estudiando
la contrainsurgencia de Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la
antropología", de Gilberto López y Rivas, México 2012
El 5 de octubre de 2007, el 'New York Times' publicó un
artículo de David Rohde (“El Ejército enlista a la antropología en zonas de
Guerra”), sobre la considerada por los militares estadounidenses como “nueva arma crucial en las operaciones
contrainsurgentes”: un equipo integrado por antropólogos y otros científicos sociales para
su utilización permanente en unidades de combate de las tropas de ocupación de
Estados Unidos en Afganistán e Irak. El corresponsal informa que este singular
involucramiento de las ciencias sociales en el esfuerzo bélico estadounidense
constituye un exitoso programa experimental del Pentágono que, iniciado en
febrero de 2007, ha sido tan recomendado por los comandantes en el teatro de la
guerra que en septiembre de ese año el Secretario de Defensa Robert M. Gates
autorizó una partida adicional de 40 millones de dólares para asignar equipos
similares a cada una de las 26 brigadas de combate en los dos países
mencionados.
En el mismo artículo se destacan las reacciones críticas por
parte de un sector importante de la academia estadounidense que no duda en
considerar el programa como “antropología mercenaria” y “prostitución
de la disciplina”, comparándolo con lo ocurrido en la década de los
sesenta, cuando se utilizaron antropólogos en campañas contrainsurgentes en
Vietnam y América Latina (Plan Camelot).
Ya en su sesión anual en noviembre de 2006 y con la presencia
de cientos de sus integrantes, la American Anthropological Association condenó
por unanimidad “el uso del conocimiento antropológico como elemento de
tortura física y sicológica”, ante el alegato de que los torturadores de la
prisión Abu Ghraib, en Irak, pudieron ser inspirados por la obra de un
antropólogo, a partir de la idea que “hombres árabes humillados sexualmente
podrían llegar a ser informantes comedidos” (Matthew B. Stannard. “Montgomery McFate’Mission. Can one anthropologist possibly steer the
course in Iraq?” San Francisco Chronicle, April 29,
2007).
En julio de 2007, el antropólogo Roberto J, González
escribió un excelente artículo (“¿Hacia una antropología mercenaria? El
nuevo manual de contrainsurgencia del Ejército de Estados Unidos FM- 3-24 y el
complejo militar-antropológico”. Anthropology Today, Vol. 23, No. 3, June
2007), en el que detalla críticamente las contribuciones de antropólogos en la
elaboración de dicho manual. González demuestra, incluso, que algunas de estas
“contribuciones” no son innovadoras desde el punto de vista de la teoría
antropológica y más bien parecen “un libro de texto introductorio de
antropología simplificado –aunque con pocos ejemplos y sin ilustraciones.”
La antropología mercenaria estadounidense se caracteriza por
la beligerancia y el cinismo con que justifica la estrecha colaboración entre
antropólogos y militares en guerras imperialistas y violatorias de los más
elementales derechos humanos y los principios fundacionales de la Organización
de Naciones Unidas. Una de sus más aguerridas defensoras y autoras
intelectuales es la antropóloga estadounidense Montgomery Mcfate, quien se
impuso la tarea de “educar” a los militares y cuya misión en los últimos cinco
años ha sido convencer a los estrategas de la contrainsurgencia de que la “antropología
puede ser un arma más efectiva que la artillería”. Mcfate ignora y le
exasperan las críticas de sus colegas en la academia, a quienes considera
encerrados en una torre de marfil y más “interesados en elaborar resoluciones
que en encontrar soluciones”. Ella es ahora la “comisaría política” de los
militares, una de las autoras del citado manual de contrainsurgencia, creadora
del programa Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno, iniciado
por el Pentágono, y consejera de la Oficina del Secretario de Defensa. Todo un
éxito del American way of life.
En realidad, la participación de antropólogos en misiones
coloniales e imperialistas es tan antigua como la propia antropología, la cual
se establece como ciencia estrechamente ligada al colonialismo y a los
esfuerzos por imponer en el ámbito mundial las relaciones de dominación y
explotación capitalistas. Un clásico sobre el tema es el libro de Gérard
Leclercq, Anthropologie et colonialisme (Paris: Librairie Arthéme Fayard, 1972)
que en su introducción asienta: “El nacimiento común del imperialismo
colonial contemporáneo y de la antropología igualmente contemporánea puede
situarse en la segunda mitad del siglo XIX. Trataremos de poner en evidencia la
relación de la ideología imperialista, de la que la antropología no es sino uno
de sus elementos, con la ideología colonial, y las razones por las cuales una
investigación ‘sobre el terreno’ se hacía necesaria y posible por la
colonización de tipo imperialista.” (p. 15)
Hay que recordar en México el papel protagónico que jugaron
los antropólogos en la elaboración de las políticas indigenistas desde el
momento en que Manuel Gamio, ―padre fundador de la disciplina en este país―,
definió a la antropología como “la ciencia del buen gobierno”,
iniciándose un maridaje entre antropólogos y el Estado mexicano que fue roto en
parte hasta que el movimiento estudiantil-popular de 1968 creó las condiciones
para que las corrientes críticas se manifestaran y denunciarán el papel de
complicidad de la antropología mexicana posrevolucionaria en el afianzamiento
del colonialismo interno que rompió la rebelión zapatista.
El grotesco maquillaje cultural de la antropología
contrainsurgente no cambia la naturaleza brutal de la ocupación imperialista ni
ganará la mente y los corazones de la resistencia y de los millones de
estadounidenses que se manifiestan de manera creciente contra la guerra.
El manual 3-24 de contrainsurgencia estadounidense
Como expresión del grado de involucramiento de la alta
burocracia académica en los esfuerzos belicistas del imperialismo
estadounidense, la Universidad de Chicago publicó en julio de 2007 una edición
de bolsillo ―de chaqueta militar, naturalmente― del nuevo Manual de campo de
contrainsurgencia (No. 3-24). Está abierta complicidad de los círculos de
educación superior con la maquinaria de guerra de Estados Unidos, provocó un
alud de críticas de los intelectuales independientes estadounidenses, quienes
con rigor analizaron el texto coordinado por el general David H. Petraeus y
condenaron el vergonzoso papel jugado por las autoridades universitarias que
consintieron en editar un manual destinado a la persecución, tortura y
asesinato de seres humanos y a la ocupación militar de países en los “oscuros
rincones del mundo” en los que Estados Unidos pretende hacer prevalecer sus
intereses.
Uno de estos críticos es David Price, autor de un demoledor
artículo traducido al castellano y publicado por Rebelión: “Prostitución de
la antropología al servicio de las guerras del imperio”, en el que
demuestra el plagio realizado ―en particular en el capítulo tercero del Manual―
de autores como Victor Turner, Anthony Giddens, David Newman, Susan Silbey,
Kenneth Brown, Fred Plog, Daniel Bates, Max Weber, entre otros. Este capítulo,
considerado por Price como central, fue escrito por la antropóloga Montgomery
Mcfate, quien –recordemos― es una de las más fervientes partidarias de la
utilización de la ciencia antropológica en la contrainsurgencia a partir de
equipos de antropólogos “empotrados” en las unidades de combate en Afganistán e
Irak.
Price destaca esta carencia de ética intelectual debido a
que “las pretensiones de integridad académica constituyen el fundamento
mismo de la estrategia promocional del Manual”, que ha sido alabado por los
mercenarios intelectuales del Pentágono en los medios masivos de comunicación y
en periódicos y revistas como el 'New York Times, Newsweek' y otras
publicaciones estadounidenses.
También, el Manual ha provocado una reacción de alborozo en
los medios militares de otras altitudes. El general brasileño Álvaro de Souza
Pinheiro, por ejemplo, lo considera “el documento doctrinario de
contrainsurgencia más bien elaborado que el mundo occidental ha visto hasta hoy
en día” e informa que “gran parte de los ejércitos de la OTAN ya está en
proceso de reformulación de sus documentos similares, teniendo como base el
reciente manual norteamericano”. ('Chile Press', 02/04/2007).
Seguramente que la Secretaría de la Defensa Nacional
mexicana, a través del Plan México, está analizando tal novedad editorial para
poner al día sus viejos manuales de guerra irregular y mejorar sus campañas
contrainsurgentes en Chiapas y otros estados de la república, ahora con el
auxilio de antropólogos empotrados ―a la moda Mcfate― que ayuden a “comprender”
a los militares las culturas de los “nativos” que se rebelan contra el orden
establecido.
La lectura del Manual es obligatoria para entender la
mentalidad de los intelectuales de la guerra “contra el terrorismo”. El
prefacio firmado por el general Petraeus (que estuvo a cargo de las fuerzas
expedicionarias de Estados Unidos en Irak) y por el general James F. Amos, del
tristemente célebre Cuerpo de Marines, muestra que los militares
estadounidenses se tornaron si no marxistas por lo menos dialécticos pues
descubren que: “El Ejercito y el Cuerpo de Marines reconocen que cada
insurgencia es contextual y presenta su propio conjunto de retos”. Por
ello, una campaña de contrainsurgencia requiere que “Soldados y Marinos (así,
con mayúsculas en todo el texto) utilicen una mezcla de tareas de combate con
habilidades más frecuentemente asociadas con agencias no militares…
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