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7 de octubre de 2015

APRENDER A CAMBIAR DE HOJA EN EL CALENDARIO COMUNISTA

Por Marat

Las elecciones generales de Diciembre traerán por anticipado el definitivo ”invierno del descontento” (Ricardo III. W. Shakespeare) de varias generaciones de personas que se autodefinen como comunistas dentro de un partido cuya metástasis se ha extendido más allá de su marca electoral y que, precipitado en su agonía terminal por el golpe de gracia de la combinación de agentes internos y externos, ha sido incapaz de comprender que su tercer y último acto no es sino la carta de defunción de un proceso que viene de muy lejos y que tiene que ver con la enorme distancia entre el nombre del partido, por un lado, y su teoría y práctica por el otro.

Un partido que quiso alcanzar electoralmente las cotas de representación electoral de su desaparecido hermano, en siglas y en reformismo, italiano y que ahora da sus últimas boqueadas sin haber logrado travestirse con éxito para alcanzar sus dirigentes las ansias de gobierno, que no poder, de aquellos que durante tantos años fueron su modelo y aspiración parlamentaria.

Un partido que en el camino de la transición política perdió bandera de Estado, ruptura, identidad ideológica, desde muchos años antes proyecto revolucionario, sus mejores cuadros, a los que nunca reemplazó porque la formación política hubiera sido un obstáculo a su imparable camino hacia la nada programática y su inevitable pérdida de influencia social, la cuál ha sido paralela a la desaforada cooptación de su sindicato de referencia hacia las estructuras corporativas de un Estado del Bienestar en extinción.
Un partido que un día tuvo 200.000 afiliados, que no militantes, y hoy apenas llega a los 10.000 cotizantes. Quien se adentre en las oficinas del Comité Central del partido en la calle Olimpo de Madrid sabrá que dicho órgano de dirección apenas se ha reunido 2 veces en todo 2015. Que 4 secretarias son las que coordinan telefónicamente su actividad, que en la práctica no existen comisiones tan trascendentales para un partido comunista como la de Internacional o la de Economía, por citar sólo dos de las que no operan. Un partido en fin cuya máxima institución teórica, la Fundación de Investigaciones Marxistas, languidece sin pena ni gloria. Un partido sin vida orgánica pero ya me contarán ustedes cómo uno se desdobla un lunes en la asamblea de una agrupación comunista y el miércoles en la asamblea de su coalición electoral y qué actividad con proyección política propia tiene la primera que no sea la de modular la velocidad de la voladura de su coalición para inyectar a algunos de sus dirigentes a sueldo en uno u otro lugar, o en ambos a la vez, en ese engendro desclasado de “la gente”.

Hace bastantes años un hoy ex coordinador general de la marca comercial de dicho partido que operaba –digo en pasado- en el supermercado electoral, siempre enamorado de su propia pedantería rimbombante dijo una frase que él mismo ignoraba hasta qué punto llegaría a ser profética: “algún día el alma inmortal del PCE transmigrará en Izquierda Unida”. Y muy posiblemente antes de 6 meses ambas serán enterradas juntas.

Las organizaciones políticas, como los productos y las marcas en las sociedades capitalistas, responden a los principios de la biología: nacen, crecen, se reproducen (casi siempre por mitosis) y mueren. Esto le ha pasado ya al PCE, sólo que muchos de sus afiliados aún no lo saben.

Hoy veo a militantes de una u otra formación o de ambas rechinar dientes, retorcerse de dolor ante lo que sucede, dividirse en 100 fracciones minúsculas cada una de ellas, enfrentarse unos con otros por defender las marcas mucho antes que los contenidos que fueron abandonados hace ya muchos muchos años sin que apenas se quejasen más que unos pocos, mientras iban siendo abandonados por miles en silencio o de un portazo, la mayoría hacia sus casas, muy pocos hacia otros lugares, a pesar de que muchos de quienes marcharon sigan sintiéndose comunistas pero perdidos como vacas sin cencerros.

El sentimiento de orfandad y de vacío de que quienes han hecho de la pertenencia a un grupo un sentido y/o una forma de vida es terrible, causa angustia, vértigo y profunda tristeza. Quienes hace ya muchos años conocimos aquellos sinsabores, al abandonar la falsa sensación de seguridad que da el sentido de pertenencia a un grupo, sabemos de ello. Muy pocos han comprendido en esta vida que el auténtico militante comunista sabe y debe autodisciplinarse y tener sentido de lo colectivo sin perder su  carácter de librepensador, rasgo indispensable para que un comunista, y cualquier persona más allá de cualquier ideología, no pierda el sentido crítico y sea capaz de comprender cuándo la herramienta es imprescindible y cuándo ha perdido su función y su condición de tal.

Abrazarse al ser querido que yace inerte y frío, abrazarse a un cadáver en descomposición no consuela ni da calor pero conlleva el terrible riesgo de la septicemia por contagio.
Hay un proceso de duelo inevitable. Incluso hay una necesaria etapa de descompresión que ha de hacer quien ha vivido muchos años bajo la forma de una visión de la vida muy condicionada por una militancia que la llena de sentido, en ausencia de otras cualidades que la enriquezcan-algo muy triste, por otro lado-; algo así como una desprogramación.

La frustración vivida por el fracaso de los proyectos colectivos, que tan a menudo se confunden con los personales, requieren de un proceso de introyección y de reflexión que permitan empezar a ver sin orejeras,  analizar qué ha tenido uno mismo que ver en ese fracaso, en qué medida no se ha sido corresponsable por acción o por omisión ante el mismo.

Sólo una profunda autocrítica de cada militante que se autodenomina comunista respecto a las políticas que ha aceptado disciplinadamente (mal entendimiento del centralismo democrático) dentro de su moribundo partido –Pactos de la Moncloa, aceptación y/o defensa de un sindicalismo de concertación en el que ha militado, pactos de gobierno de la marca electoral de su partido con los social-liberales sin lograr el cumplimiento de uno sólo de los puntos programáticos pactados, apoyos de su partido a la disidencia controlada de la revolución de color española que supuso el 15-M con su ciudadanismo, transversalidad, inclusividad, oposición radical a un discurso de clase y de lucha de clases y actuación como ariete antiizquierda, las políticas de alianza con las nuevas socialdemocracias representadas por los partidos del PIE y Syriza o los intentos de hacerlo en España con la involución podemita, fetichismo parlamentario, malas relaciones con los pocos partidos realmente comunistas que quedan en Europa, etc etc- podría permitirle entender qué ha pasado, cómo su partido ha llegado a su actual situación, decidir si desea ser parte de la reconstrucción de la idea comunista en España, volverse a casa a llorar impotentemente su rabia o acabar con Ángel Pérez a la cabeza en el Partido Socialista de Madrid, tras el pacto de éste con Rafael Simancas para ingresar en esa cosa que hace muchos años llamaron “la casa común de la izquierda”.

No suelo acudir al argumento de la traición como explicación de las derivas ideológicas actuales de las izquierdas y de sus prácticas políticas tan ajenas a lo que proclaman ser y pretender programáticamente. Advierto que cuando hablo de programa no lo hago en clave electoral sino en cuanto al proyecto de sociedad que los partidos dicen perseguir.
Como decía, el argumento de la traición no me parece lo bastante sólido para explicar las derivas ideológicas de las izquierdas hacia la derecha, el turboreformismo y su conversión en “izquierdas del sistema”.

Con frecuencia ese recurso oculta mucho más de lo que explica, funciona como apelación tranquilizadora para quien lo emite, por cuanto que presupone una perspectiva contraria a la llamada traición y se agota en sí mismo, sin llegar a desentrañar las auténticas razones de unas involuciones ideológicas y políticas.

La traición política ha existido desde siempre, desde los señores Vogt, hasta los agentes provocadores y los infiltrados, pasando por los dirigentes que se venden “no por el poco dinero que hace falta para comer, ni tampoco por el mucho que hace falta para ser libre. Lo hacen siempre por sumas intermedias: las que sirven para comprarse un coche más grande, o una casa, o una lancha motora, o cualquier otra de las mierdas a las que la publicidad reduce el horizonte vital de tantos cretinos”, como le hace decir Lorenzo Silva a León Zaldivar, personaje de “El alquimista impaciente”.

Pero eso no resuelve el interrogante de porqué sólo una parte de la militancia de dicho partido y de su marca electoral no reaccionan ante el proyecto de sus dirigentes de disolver en breve ambas organizaciones en nuevos engendros –porque hay varias alternativas a cada cuál peor- ciudadanistas, desclasados, antiobreros y derechizados, mientras el resto calla y quienes hoy vociferan sus cabreos –principalmente en redes sociales en plan taberna cibernética- callaron durante tantos años.

Una primera interpretación es que a muchos de los que reaccionan ante la destrucción de las siglas les importa muy poco el contenido ideológico porque si les importara no estarían en organizaciones socialdemócratas para las que sus interlocutores son Syriza pero no el KKE, en organizaciones parlamentaristas que sólo creen en la vía electoral para alcanzar el gobierno, que no el poder, cuyos interlocutores son vulgares socialdemócratas desvergonzados como los Melenchon, los Lafontaine o los Tsipras, y cuyas más “radicales” posiciones son el no al euro pero sí a la UE. “Otra UE es posible” dicen descaradamente, obviando de forma cínica que el euro carece de sentido sin la UE, que la UE es irreformable y antidemocrática de origen y que su génesis está en la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero), lo que es capitalismo sin más.

No señores, la socialdemocracia no es el PSOE, que es social-liberal, cosa que prefieren negar para no admitir que la socialdemocracia de hoy son su partido y su marca electoral.
Estoy convencido de que muchos de ustedes se declaran comunistas por puro sentimentalismo (revolución rusa de 1917, revolución cubana, papel del PCE durante la guerra civil española) pero, si les hablan de dictadura del proletariado o de toma insurreccional del poder, un escalofrío de rechazo les recorre la espalda a la mayoría de ustedes, nos califican a quienes creemos en ello de radicales, nostálgicos, fundamentalistas o cualquier otra cosa parecida, casi como lo haría cualquier afiliado “izquierdista” del PSOE, de esos que creen que se puede ser marxista y militar en tal partido.   

El problema es que ustedes han sido educados o deformados durante decenas de años en la negación de lo que es el comunismo, en un trabajo político pensado para dar cobertura a sus grupos parlamentarios y en una lucha de masas de la que esperan recoger rápidamente réditos electorales antes que para educar a la clase trabajadora, crear conciencia de clase y acumulación de fuerzas. Sí, son una parte de ustedes muy luchadores, eso es innegable, pero luchan por sacar un diputado más, con esa perspectiva política. Tsipras y Syriza ya nos han demostrado para qué sirven los votos, los grupos parlamentarios y el gobierno cuando se aceptan las reglas del juego de la legalidad burguesa.

Por otro lado, muchos de los que callan lo hacen porque creen que así le prestan el servicio a sus organizaciones de no poner las cosas peor y porque gran parte de su afiliación es ya demasiado mayor como para quedarle fuerza alguna de rebelión ante ese estado de cosas.

Eso sin contar con los trepas de la dirección y de sus bases dispuestos a hacer carrera profesional dentro de las mil plataformas “en común” más o menos filopodemitas en las que ha estallado el confluying desnaturalizado y desvergonzadamente claudicante a la que les han llevado sus mediocres jefecillos.

No voy a negar algunas correctas posiciones mantenidas por su partido y su marca electoral como el apoyo a las huelgas generales o su posición ante el tratado de Maastrich pero cuando el otro día un viejo militante del PCE me hablaba del papel de su partido en la lucha contra la OTAN no puede evitar revolverme. Yo entonces aún compartía partido con ustedes. Y sé muy bien que las movilizaciones anti OTAN fueron principalmente obra de la extrema izquierda con organizaciones como el Comité AntiOTAN o la CEOP (Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas). La Mesa ProReferéndum no era otra cosa que una superestructura de notables, sin proyección social o réplicas locales de otras mesas. Eso sí, sirvió para que a partir de ella se creara Izquierda Unida con izquierdistas tan importantes como Ramón Tamames y su partidillo de bolsillo, los Carlistas o la secta del Partido Humanista. ¿Saben ustedes que en los Pactos de la Moncloa que su partido y su sindicato de referencia firmaron existía una cláusula por la que la izquierda se comprometía a no criticar al gobierno de la UCD por su convenio con los Estados Unidos sobre el uso de territorio español para el mantenimiento en él de bases militares USA y de la OTAN? ¿Entienden ahora por qué los primeros años de las Marchas a Torrejón su partido se negaba a apoyarlas?  ¿Entienden por qué al principio del movimiento antiOTAN el PCE se resistía a meter el tema de las bases porque decía que aquello dividía al movimiento? Por supuesto que lo dividía, entre aquellos que entendían que no se podía hablar de la OTAN sin hablar también de las bases militares USA en España y quienes aún atendían a pactos secretos respecto al asunto de las mismas.

Lo destruido ya no es reversible. Los muertos no resucitan. Quien diga creerlo una de dos, o bien es un idiota sin remedio o bien un cínico impenitente incapaz de tener la valentía y la honestidad de admitir su cooperación necesaria, por acción o por omisión, en dicha destrucción.

En cualquier caso, todos nos hemos equivocado alguna vez o muchas. Lo que convierte a una persona en general, y a un comunista en particular, en alguien valioso como ser humano y en parte de la solución a la ya larga crisis del pensamiento y del movimiento comunista español, europeo y mundial es su capacidad de análisis de la situación, de autocrítica y de voluntad sincera de corregir el rumbo errático.

Ello exige un gran esfuerzo de evolución personal por parte de quienes hoy están enterrados hasta la cintura en luchas fraticidas internas, atrapados en una cultura autodestructiva, en el resentimiento por los fracasos políticos y en el ensimismamiento en una actitud de plañideras que conduce a la parálisis y a la caquexia política, impidiendo a cada militante desplegar lo mejor de sí mismo.

Y conlleva, tras el análisis de la situación, un profundo ejercicio de humildad, que debe superar aquella cultura del nosotros somos el centro del mundo, porque hace ya muchos años que no es verdad, y la generosidad para volver a la lucha decididos a dar lo mejor de sí mismos.

Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Pasad la hoja de un calendario que ya ha cumplido su ciclo. Aprended de Marx y Engels, que no sólo fueron unos extraordinarios pensadores revolucionarios sino agitadores y militantes políticos que, cuando comprendían que unas herramientas políticas habían dejado de ser útiles, se esforzaban en crear otras más eficaces y que superasen las inercias y vicios anteriores. Hoy eso significa reforzar aquello que intenta recuperar la identidad comunista y superar la mentalidad fraccionaria, cainita y sectaria pero también de cortos vuelos reformistas y, sobre todo y por todo, como buenos marxistas, revisar lo hecho hasta el momento, deshacerse de lo que no sirve y fortalecer lo que sirve. Eso o cocerse uno en su propia salsa en un ejercicio de masoquismo autodestructivo.  

Siento haber sido muy duro con ustedes y con sus organizaciones pero no me pidan que entone un panegírico respecto a las mismas, ni siquiera un responso piadoso, cuando ni ellas ni ustedes mismos dan ejemplo público de autocontención, mesura, sensatez y “buen rollo” sino que ventilan sus vendettas en plaza pública, atrapados en el interior de un cadáver del que no aciertan a salir.