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8 de julio de 2024

LEGISLATIVAS FRANCESAS. ÉXITO ANTIFASCISTA ENVENENADO


Por Marat

El fantasma lepenista en Francia tendrá que esperar una mejor ocasión. El bisoño pelele de 28 años de Madame Le Pen, Jordan Bardella, no será primer ministro; ni seguramente ella lo pretendía tampoco. De otro modo, hubiera presentado para dicho cargo a un personaje con mayor peso, empaque y trayectoria política. La carrera hacia la Presidencia de la V República francesa está siendo para Marion Anne Perrine Le Pen más larga de lo que ella quisiera. Trece años han pasado desde que sucedió a su padre, Jean Marie, en la dirección del Front National (FN), al que cambió de nombre en 2018 por el de Rassemblement National, en un claro guiño al gaullismo -el partido fundado por Charles de Gaulle en 1958 se llamó Rassemblement du Peuple Français- al que ha apelado con frecuencia para separarse del poujadismo charcutero en el que estuvo presente su padre, junto con antiguos dirigentes nazis del colaboracionismo de la Francia ocupada y ex paracaidistas de la guerra de Argelia, un movimiento golpista al que de Gaulle no fue ajeno pero de cuyo proceso se postuló como salvador, hacia una extrema derecha nacional, patriótica (a Francia le pierde su nacionalismo transversal), popular y social; en definitiva, políticamente aceptable (¡qué fascismo tan normal y de andar por casa!), en un país en el que la idea de pueblo (la nación en la revolución francesa) sustituye a la de clase. Fue el marxista Anton Pannekoek quien afirmó “El pueblo no existe. Sólo existen las clases”.

La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas indicaba que el maquillaje de “la Francia calmada”, que Marine Le Pen lanzó en 2016, conociendo la contradicción nacida de un régimen político liberal con el llamado Estado Bienestar, en el que el capital nacional e internacional ya no necesitaba del pacto social con un clase trabajadora descompuesta e integrada y una izquierda política derrotada y sin proyecto, iba a ser un éxito.

El discurso oficial de la opinión “democrática” insistirá durante un tiempo en la idea de lo inesperado, de la sorpresa de la reacción democrática y popular. Algo hay de ello.

Existe una Francia que no se ha entregado a los fascistas. Está compuesta tanto de una idea desorganizada, como organizada de clase que no se ha creído el travestismo social y hasta obrerista, desde hace ya dos años opuesto a las políticas de protección social contra la pobreza de todos, que defiende el “ius sanguinis” contra la vieja y decente “ius solis” y una clase burguesa, que defiende libertades, muy poco sociales, pero que sabe que sus modos de concebir sus vidas privadas también acabarían siendo atacadas.

Entre la revolución de 1789 y la de Comuna de París de 1871 hay casi 100 años. La primera burguesa. La segunda básicamente proletaria.

Ya no habrá revoluciones proletarias, al menos pronto, pero en las “banlieus”, donde los desgraciados franceses de otros orígenes que eran invisibles, han votado contra el fascismo.

Y ahora hablaremos de política.

El frente popular ha sido una mentira.

Melenchon ha sido ya asesinado tanto por los medios de la progresía como por la derecha "democrática". Él y su populismo de socialdemocracia hiperventilada han sido ya condenados como enemigos de la gobernabilidad.

Lo que viene es mierda de extrema derecha pero entregada por etapas, una vez que la izquierda se haga realista y asuma la "necesidad" de entenderse de una forma pragmática con los restos del macronismo. 

A partir de ahí, la decepción en la izquierda respecto a un éxito desaprovechado abrirá el camino a un nuevo salto electoral del fascismo lepenista que en las próximas presidenciales francesas puede ser el definitivo. Nunca logró un triunfo mayor en una derrota legislativa. Éste no era aún su momento y Marine Le Pen lo sabía. Las presidenciales francesas de 2027, si no se adelantan, son su meta.

Ponga usted a socialistas como Hollande en un Frente Popular (Macron fue criado a sus pechos, primero cómo asesor de su Presidencia y luego como ministro de economía) y sabrá de qué modo se rompe una mayoría, insuficiente, pero lo bastante poderosa como para intentar un juego diferente, y verá cómo el realismo político se impone.

12 de junio de 2024

9 DE JUNIO EN EUROPA: EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

 

Por Marat

Le vi extender un brazo que más bien parecía una aleta y señalar hacia la selva, la ensenada, el barco, el río; parecía sellar con un gesto vil ante la iluminada faz de la tierra un pacto traidor con la muerte en acecho, el mal escondido, las profundas tinieblas del corazón humano.” (Joseph Konrad. “El corazón de las tinieblas”)

Los resultados de las elecciones europeas han representado un éxito parcial para la extrema derecha continental. El seísmo político ha sido menor de lo esperado.

Ciertamente la ultraderecha europea ha crecido en conjunto mucho. También en España con VOX y su frikicompetidor Se Acabó la Fiesta, un grupo de reciente factura, dirigido por un difamador profesional de indecente catadura.

El triunfo por mayoría suficiente del Partido Popular Europeo (PPPE) de von der Leyen limita la capacidad de los fascistas europeos para condicionar alianzas y políticas del Parlamento Europeo, a pesar de que en conjunto (divididos en tres grupos parlamentarios) hayan superado a los social-liberales. La propia cabeza de lista, ya electa, del PPE llamaba a estos últimos a reeditar su alianza, a pesar de sus coqueteos previos con Meloni. Previsiblemente, los social-liberales la aceptarán como clavo ardiendo al que asirse, dado el nuevo paso que han supuesto estas elecciones hacia una irrelevancia quizá ya irreversible.

Sin embargo, la sacudida política del avance de los fascistas en Europa ha tenido algunas lecturas nacionales que sin duda condicionarán, desde los Estados más que desde el Europarlamento, el proyecto de convergencia europea, que ya daba signos de ralentización.

La dimisión del primer ministro belga, tras el triunfo de dos partidos separatistas flamencos, uno de extrema derecha y otro nazi y la convocatoria de elecciones legislativas en Francia, tras el éxito aplastante de la lista de la RN de Le Pen, deja a los más “proeuropeístas” sin dos puntales fundamentales, sobre todo en el caso francés.

A pesar de los intentos de la diplomacia europea de homologar democráticamente a Meloni y Le Pen, más que a sus respectivos partidos, Fratelli d´Italia y Rassemblement National, como democráticamente aceptables, lo cierto es que añadir el nombre de Francia a los 5 países de la UE que ya tienen partidos fascistas en el gobierno (uno de ellos es Italia) crearía notables dificultades de gobernanza y acuerdos en la Comisión Europea.

Mención aparte merece el caso de Alemania, donde los nazis de la AfD han quedado en segundo lugar, el primero en todos los estados de Alemania oriental, mientras la coalición semáforo, encabezada por el socialdemócrata Scholz, ha sufrido una derrota devastadora.

Si Alemania y Francia son los dos motores principales de la unidad política europea -la convergencia económica no es cuestionada por los partidos fascistas-, es obvio que los resultados electorales van a tener un efecto negativo sobre dicho objetivo.

El peso combinado de los partidos fascistas en gobiernos de países miembros, en sus parlamentos nacionales, en el Europarlamento y en los próximos Consejo de la Unión Europea y Comisión Europea, es evidente que va a condicionar mucho más de lo que ya lo hace las posiciones políticas de conservadores, social-liberales, liberales y verdes -los socialdemócratas ex comunistas no cuentan por ser un grupo marginal, sin influencia sustancial, en el Parlamento Europeo- en materias migratoria, de seguridad, de derechos económicos, laborales y sociales (Le Pen ha abrazado ya el neoliberalismo económico) y de libertades políticas y personales. Y, como dicta la experiencia del anterior período, no será para bien.

Si algo positivo ha tenido la UE para las clases trabajadoras europeas durante largo tiempo ha sido la contención de los bríos nacionalistas en sus países miembros. La historia del continente europeo se ha edificado sobre océanos de sangre. Las dos Guerras Mundiales se desarrollaron fundamentalmente en suelo europeo, alimentadas por nacionalismos, fervores patrióticos, banderas y odios étnicos y siempre al servicio de la misma clase social: la gran burguesía capitalista.

La creación del antecedente de la UE, el Mercado Común Europeo, fue la primera piedra para pasar del sistema de soberanía de los Estados-nación (modelo westfaliano) a otro de alianzas voluntarias supranacionales con una aspiración de soberanía europea (modelo postwestfaliano).

El modelo de soberanía política europea nunca llegó a cuajar plenamente porque dependía de la voluntad de los Estados y los poderes sustentados en ellos no tenían el mismo interés en desplegar la agenda política que la económica.

No obstante, la UE funcionó relativamente bien como muro de contención de la fiebre nacionalista y del auge fascista en los países europeos mientras la prosperidad económica permitió creer en la ficción de la democracia económica.

A partir de la crisis capitalista de 1973 y posteriores (con especial significado de la de 2007) y de la implantación del modelo económico neoliberal, todo el edificio político-ideológico que sustentaba el modelo del llamado Estado del Bienestar (sistema de partidos derecha-izquierda clásico, consenso de democracia liberal,…) comienza a implosionar.

Los partidos fascistas no ocultan su ideario: Europa de las naciones, identidad nacional (europea frente a la inmigración no continental), xenofobia, esencialismo cristiano, homofobia y proyecto económico ultraliberal oculto. Se nos está quedando una Europa de las grandes potencias entre pre-I GM y pre-II GM estupenda.

La Europa de las tribus, los odios, la violencia (2500 actos violentos fascistas en Alemania en 2023), las asquerosas banderas nacionales avanza orgullosa y salvaje. La de la razón y la civilización retrocede desorientada y acobardada.


ALGUNAS REFLEXIONES DE URGENCIA SOBRE EL MOMENTO POLÍTICO EUROPEO:

El fascismo no va ser parado esta vez. Todo favorece su expansión e implantación.

En realidad tampoco lo fue políticamente en los años veinte y treinta del pasado siglo. Tan sólo lo fue mediante una gigantesca trituradora humana de decenas de millones de trabajadores en la II GM, lo que hace de la victoria democrática de entonces algo menos aplastante que su derrota ideológica pues ésta hubiera mostrado la superioridad de la razón sobre el horror, algo que hoy se está poniendo en tela de juicio.

La combinación de miedos ante las amenazas (bélicas, medioambientales, económicos, laborales, de creciente desigualdad de clases sociales…), incertidumbres ante el futuro (cambios de los paradigmas morales, de creencias, de identidad sexual, de relaciones de poder hombre -mujer, crisis de representación política, crisis/destrucción de las redes clásicas de socialización…) y de fabricación masiva de odio hacia chivos expiatorios del malestar social (inmigrantes, pobres, personas de izquierdas, homosexuales,…) mediante bulos y difamaciones en medios clásicos y modernos de desinformación, produce gigantescas olas de estupidez, maldad y fascismo. Y funciona porque es catártico y actúa como mecanismo de descarga y de carga en retroalimentación permanente de ira y violencia sociales a favor de un objetivo político: la toma del poder.

Esta fuerza es tan avasalladora que ejerce un poder centrípeto creciente frente a personas, ideas políticas y organizaciones diferentes e incluso opuestas al fascismo porque por la potencia de lo irracional y la emoción impone su discurso al resto de quienes tratan de combatirlo con el frío razonamiento del argumento y el dato que cada vez importan menos porque la realidad ha sido previamente desautorizada por la fábrica de mentiras fascista.

Históricamente tampoco ha funcionado la combinación de razón y emoción desde posiciones democráticas y progresistas contra la irracionalidad fascista. Cuando la clase trabajadora y sus organizaciones han tenido de elegir entre nacionalismo y guerra, por un lado, y conciencia de clase y paz entre los pueblos, por el otro, eligieron nacionalismo y guerra. Se podrá matizar esto, alegar la manipulación histórica de los conceptos por el fascismo y la traición del sector mayoritario de las organizaciones obreras pero entre la representación política y su base social había entonces una relación más estrecha que ahora y pasó en 1914 y en otros conflictos entre Estados lo que pasó. Sáquense las consecuencias.

Hoy la clase trabajadora no mantiene la identidad y conciencia de clase del pasado ni vínculos sólidos con las que dicen ser sus organizaciones y no porque las pasen por la izquierda sino porque lo hacen por la derecha. Hay más voto obrero a Le Pen que a Mélenchon. Quienes esperen no sé qué realización de destino histórico por parte de la clase trabajadora harían bien en sentarse al amor de la lumbre de Twitter y contarse unos a otros esos bonitos cuentos de caballería proletaria de hace más de un siglo con el que se lamen el lomo mutuamente.

Falta una práctica política pegada a la materialidad cotidiana de los problemas de las clases populares, donde lo ideológico no aparezca en primer plano sino como consecuencia de las necesidades materiales concretas por las que se pelea en cada momento. A modo de ejemplo, hace más antifascismo real un desalojo parado por un Sindicato de Inquilinos en el que puede que estén codo con codo un antifa, uno de Vox, una chica marroquí y un inquilino que dice ser apolítico, porque todos ellos se saben en el ojo del mismo huracán, que mil tuits de citas antifascistas con el archimanoseado sermón brechtiano de “Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo" ¿Acaso hay que ser anticapitalista para ser admitido como antifascista? Curioso que este mantra lo repitan tanto una parte de quienes celebran los Frentes Populares antifascistas de los años treinta del siglo pasado en los que había partidos burgueses y también partidos socialistas cuando muy pocos años antes había afirmado Stalin “la socialdemocracia es el ala izquierda del fascismo”.

Lo que tiene ya muy poca eficacia es la lucha antifascista desde la denuncia de lo que fue en el pasado el fascismo porque gran parte de quienes no lo han vivido desconectan voluntariamente de esa información. Una parte de quienes la conocen la ponen en duda, al menos parcialmente, o la relativizan, repartiendo culpas entre todos porque quien vota fascista no puede admitir que lo está haciendo por un partido heredero de genocidas, a menos que sea un hijo de la gran puta, que los hay, o un tonto de los cojones, que también, pero no son ni una cosa ni otra la mayoría de ellos.

Por otro lado, aunque es evidente que existen similitudes entre los años veinte y treinta del siglo pasado (pobreza de amplias capas de la población, crisis capitalista, crisis política y de legitimación, tensiones sociales,…) y el presente, pero también lo es que el fascismo de hoy se camufla bajo una máscara más civil, menos militarista y sanguinaria. Ahora los fascistas son projudíos porque son mucho más antiárabes aún y porque el sionismo se está encargando de hacerles el trabajo sucio. La exhibición de películas y documentales sobre el ascenso del nazismo en el siglo pasado, lejos de hacer didáctica antifascista, normaliza y blanquea el fascismo de hoy porque hace pensar que es mucho más civilizado de lo que en realidad es.

La lucha contra el fascismo del presente y en el presente necesita ojos abiertos, mentes despejadas, sentido crítico, nulo autoengaño, conocimiento del momento y sus circunstancias, alta competencia en psicología social (Reich, Vigotsky, Bettelheim, Hoffman,…) y un enfrentamiento desde los presupuestos que el fascismo dice defender hoy y sus contradicciones en la práctica hoy.

La izquierda -o lo que sea que signifique, si es que aún significa algo, ese término gastado, con el que el marxismo originario nunca se identificó- hoy sólo tiene relato y éste es absolutamente inútil porque está muerto en la práctica. Ya no posible mantener el mito de la igualdad en un Estado del Bienestar creciente y redistributivo porque está siendo desmantelado desde hace mucho tiempo y porque la redistribución se ha reorientado hacia las rentas altas y el capitalismo tiene sobrados instrumentos para impedir reformas sociales progresivas profundas e intocables. Ya se trate del social-liberalismo o de la socialdemocracia postcomunista los límites de la política posible y deseable están referenciados en el Partido Demócrata de EEUU, sea en su ala derecha o en su ala izquierda.

Dentro de la llamada izquierda el espectro ideológico que aún se reclama comunista, salvo muy escasas excepciones más bien individualidades intelectuales, se caracteriza por una profunda incapacidad para comprender el momento presente y operar sobre la realidad. Su pobreza teórica, la incapacidad de actualización de sus análisis y su sectarismo se lo impiden.

Hoy la izquierda es parte del problema, no de la solución.

Esto ha contribuido al alejamiento tanto generacional como cultural de buena parte de los jóvenes respecto de la izquierda. Que los partidos fascistas hayan encontrado su principal caladero de votos entre la juventud no se debe sólo a las habilidades comunicativas de la extrema derecha sino también a las torpezas de sus mayores de izquierda que, cuando les han hablando del monstruo lo han hecho en pasado, y cuando les han hablado del presente y el futuro, han transmitido una imagen paternalista de instalados en el sistema, lo que sólo es parcialmente cierto, ante unos jóvenes con una visión pesimista y cínica sobre su futuro.

A una parte de las generaciones jóvenes de clases trabajadora o media ocupadas, o de adscripción familiar de origen, ya no les quedaban muchos saltos ideológicos que dar. Si los jóvenes universitarios de clases medias de la generación anterior protagonizaron el movimiento de los indignados ante su temor a proletarizarse, y luego se volcaron en Podemos o en Syriza, en un sarpullido pasajero de ilusión democrática y esperanza en una felicidad futura, un sector juvenil, sociológicamente no muy diferente, pero sí envenenado por las cotidianas sesiones de odio del Gran Hermano de la fachosfera mediática y de las redes sociales, ha acabado por abrazar el proyecto fascista, seguramente sin serlo la mayoría de ellos, dada su estética radical pero de otro signo.

Pero a diferencia de los 15mayistas o las bases podemitas, que creían que sus performances de revuelta se hacían en las redes sociales, el fascismo se limita a usarlas como propaganda pero construye un suelo más sólido y real, conforma un tejido social propio, que también tiene una potente dimensión propagandística, porque es propio de todo movimiento “anti”, pero con un proyecto de hacer militantes, construir organización y durar; justo lo que ya no hace la izquierda, fascinada por la alfombra de las modas de usar y tirar de la política líquida que le tienden los creadores de opinión liberales.

Se tarda relativamente poco en destruir proyectos cuando se carece de la teoría y la práctica correctas y mucho tiempo en levantar y expandir con base sólida uno nuevo. La cosa se complica mucho más cuando se va ya muy tarde pero la construcción de un movimiento antifascista poderoso y pujante no se hará desde las redes sociales. Allí predominan el ruido, el caos, un ambiente repugnantemente encanallado en el que la basura fascista impone su estilo y sus contenidos, consiguiendo sacar de quicio al imbécil izquierdista que se pasa las horas muertas peleándose inútilmente con sus trolls y sus bots, mientras se cree la reencarnación de la francotiradora matanazis soviética Liudmila Pavlichenko. Unas redes sociales en las que sólo se escuchara, como en la que Donald Trump es su propietario, Truth Social, el monopólico eco del discurso fascista dejaría de serle útil porque ya no estarían en ellas más que los convencidos. Construir base social, hacer asociacionismo abierto y no para convencidos, tejer redes en el mundo real de solidaridad y antifascismo no da el chute de los “me gusta” de twitter pero sí que sirve para algo.

La base social de la izquierda, como la de cualquier orientación democrática que rechace el fascismo, condene o no el capitalismo, es imprescindible porque, si tanto nos cuesta cavar trincheras contra los fascistas -embebidos muchos en una estúpida y cómplice retórica de la tolerancia y la convivencia- cuando tendríamos, hace ya demasiado tiempo, que haber salido a por ellos, imagínense si las ponemos entre nosotros. Pero tampoco puede haber tolerancia con quienes están dispuestos a destruirnos. Con el fascismo no se debate. Se le combate.

Ello no significa, en absoluto, renunciar a la teoría y la práctica anticapitalistas. De hecho, es necesario explicar que en el presente el capitalismo también necesita del fascismo porque la dureza de las medidas que requiere aplicar contra la clase trabajadora y los sectores sociales empobrecidos harán más imperativo el uso de la violencia y la represión “legal” del Estado y de grupos de acción fascista no estatales. Pero esta argumentación no debe impedir la colaboración antifascista sincera con sectores no socialistas/comunistas.

26 de abril de 2022

PRESIDENCIALES FRANCESAS: CUANDO EL ABISMO SÓLO SE POSPONE

Por Marat

Podemos contar con Francia cinco años más”

(Tuit del Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, tras conocer la victoria de Macron en las presidenciales francesas)

La cuestión no es si sucederá sino cuándo.

Hay frases como la del belga Charles Michel que delatan el temor premonitorio de la amenaza que se acerca en el horizonte europeo.

Si hace cinco años Macrón casi dobló en porcentaje electoral a Le Pen, el pasado domingo la distancia entre ambos se redujo casi a la mitad.

La desinflada victoria de Macron no se explica por las simplezas con las que algunos periodistas sentencian su figura. No es su soberbia, su prepotencia, su frialdad o su distanciamiento respecto a la realidad de los graves problemas de la sociedad francesa los que han menguado su apoyo electoral (hay que remontarse a 1969, 52 años atrás, cuando aún la familia Le Pen estaba iniciando su andadura política con un grupo más nazi que fascista absolutamente maeginal, para encontrar un nivel de abstención semejante).

El desencanto con Macron viene de lejos y es anterior a él. Es el desencanto primero con los partidos de la representación y hoy con la democracia liberal, lo más próximo a cualquier ficción democrática que hoy se represente en cualquier lugar del mundo. Viene al menos desde Sarkozy y Hollande, aunque el problema empezó a dar la cara con los acuerdos de Maastricht y del déficit 0 de la UE y con las políticas de recortes sociales y empobrecimiento de las clases trabajadora y populares en toda Europa.

Mucho antes Miterrand y su programa común de la izquierda con el PCF habían mostrado los límites de esa izquierda con el límite de campo de juego que le había marcado el orden jurídico constitucional del capital. Recuerdo una frase de la mujer, Danielle, de François Miterrand, ya Presidente: “si no podemos ser pan, seamos al menos levadura”. Para entendernos, si no vamos a hacer ninguna revolución, cantemos, mechero encendido, el “no nos moverán”. Consecuencia, un cuarto de siglo más tarde, Anne Hidalgo, alcaldesa de París, y candidata en la primera vuelta de las presidenciales francesas, obtiene un 2%; eso sí, con muchos carriles bici para posmodernos y obreros que no pueden pagar sus carburantes ni coches eléctricos y multitud de restaurantes veganos para neopijos progres. Eso es el PSF. Del PCF ya sólo queda un lejano recuerdo por su pasado peso en la CGTF.

Mientras la democracia liberal de Macron, que ha mantenido la deslocalización de empresas francesas, precarizado empleo, desempleo, pensiones y sanidad pública y ha penalizado con impuestos a los carburantes a las clases trabajadora y populares hace vías de agua, Marine Le Pen ofrece soluciones sencillas para sectores asustados: renacionalizar Francia, aunque ello signifique un discurso chauvinista hacia un enemigo que buscará primero fuera de Europa y luego en el continente, como en el período previo a las dos guerras mundiales, luego dentro de Francia contra los no nacidos en ella y contra los franceses hijos de inmigrantes, sin olvidar a aquellos franceses de pura cepa que se le opongan.

Marine Le Pen tiene un programa. Es el de envolverse en el patrioterismo francés excluyente, el de propagar el odio buscando al enemigo externo e interno y lograr una Francia en la que todos sospechen de todos y en la que la policía deje de estar sujeta a los derechos constitucionales del ciudadano.

Una vez logrado esto, veremos cómo sus políticas de protección social son tan falsas como las polacas, húngaras o rusas. No serán mejores que las de Macron pero sí aún más represivas sus actuaciones policiales porque las pocas garantías constitucionales que él no destruyó ya no existirán. Y no, la lucha contra el fascismo no es más fácil que contra el liberalismo de su Estado policía. El matiz diferencial puede ser el que está entre la vida y la muerte.

Cuando la resistencia casi no existe o está en las catacumbas, distinguir entre el grado de velocidad en la que el liberalismo se convierte en reaccionario y el fascismo asumido de los Le Pen y los Abascal es fundamental. Nos va la vida en ello.

Y ahora me toca comportarme como un traidor para algunos. Me importa una MIERDA su opinión. A estas alturas de como viene la cosa no me van a hacer ni concejal de Illán de Vacas (4 habitantes)

Parece que las posibilidades de que Mélenchon gane las generales francesas (tercera vuelta) es limitada pero no imposible.

Defiende a la clase trabajadora, aunque también al mundo woke. Me quedo con lo primero.

He combatido desde 2011 a los agitamanitas del 15M. A Podemos le he abofeteado hasta agotarme. Hoy ya no dan ni pena. Sólo vergüenza ajena.

Pero mi pregunta es muy sencilla, la misma que cabe hacerles a quienes pensaron que abstenerse en la segunda vuelta  de las presidenciales francesas era una decisión digna: ¿Vais a dar una lección al PSOE o a Podemos favoreciendo que de su derrota salga el VOX imparable?

Y mi pregunta a los que van dando lecciones: ¿,creéis que es mejor experimentar el fascismo para que la gente aprenda lecciones? En ese caso creo que sois basura

Siempre tenemos la posibilidad de defender a la clase trabajadora mostrando que nuestra revolución es pura y que la haremos en. . .2570


17 de noviembre de 2019

EL GOBIERNO DE COALICIÓN SERÁ UN NUEVO ZAPATERISMO: SOCIAL EN LOS SIGNOS, LIBERAL EN LA PRÁCTICA

Por Marat

A estas alturas dar especial atención a las incoherencias de Sánchez y sus insomnios y de Iglesias y sus desconfianzas hacia Sánchez frente al ultrarápido abrazo de Vergara es jugar en el campo que le interesa al capital y a los partidos que no formarán gobierno, el de la politiquería, la espuma de los días, en palabras de Boris Vian, que oculta el movimiento más profundo de las aguas.

Lo primero que supimos del acuerdo exprés es que no se habló de cuestiones programáticas. Fue un viejo intelectual político, Tierno Galván, el que señaló hace muchos años que “las promesas electorales están para no ser cumplirse”. Pero cuando ni siquiera tuvieron en la breve campaña electoral del 10-N relevancia alguna, ni en los mítines ni en los debates televisivos, y no se planteó en la gran noticia del acuerdo de gobierno de izquierdas (sí izquierda, porque la izquierda es la realmente existente, no la que quiere que sea el izquierdista con sentimiento de cornudo apaleado por ella) cuestión programática alguna, hubieran debido saltar todas las alarmas desde una perspectiva de clase. Pero como en la izquierda no existe tal cosa, salvo la de ciertos sectores de la mal llamada clase media que piensa en clave ideológica de clase media real, lo que ha sonado es el discurso conservador del secretario general del PSOE y Presidente en funciones preocupado por dar estabilidad al país, y una mezcla de “alarma antifascista” y atención a la justicia social por parte de Iglesias para explicar las razones por las que ha mutado desde el sentirse traicionado a asumir, sin tiempo de negociar cuestiones de relevancia política real, su anhelada entrada en el ejecutivo “socialista”.

Pero si no fuera suficiente para desconfiar del programa oculto sobre el que sin duda hay ya acuerdos, siquiera bosquejados, la carta de Iglesias a los inscritos de Podemos debiera ser lo bastante significativa respecto a cuál será la orientación programática del futuro gobierno de coalición.

En una especie de encíclica a los fieles, Iglesias ya no afirma que el cielo se tome por asalto (la expresión de Marx aludiendo a la necesidad de tomar por la fuerza y destruir el aparato del Estado burgués para sustituirlo por uno de la clase trabajadora) sino “con perseverancia” lo que, traducido al momento político español, significa mediante el BOE o, lo que es lo mismo, ya no tomando el Estado capitalista sino ocupando marginal (solo algún ministerio) y temporalmente (lo que da de sí el período hasta que una crisis de gobierno le saque de él o unas elecciones les desalojen a ellos y a sus socios) ejecutivo. La vieja tesis reformista de los Bernstein que en el mundo han sido se repite cínicamente una vez más.

Concretando mucho más, Iglesias llega a afirmar en la misiva que "Vamos a gobernar en minoría dentro de un Ejecutivo compartido con el PSOE, en el que nos encontraremos muchos límites y contradicciones, y en el que tendremos que ceder en muchas cosas"

Meses atrás, a finales de julio, el Santander (banco) urgía a formar gobierno, tras el fracaso de la investidura del presidente en funciones, Sánchez. Al ser éste el único que contaba con alguna posibilidad de alcanzar el gobierno, las declaraciones del consejero delegado del banco ("La certidumbre siempre da estabilidad y favorece las inversiones. Ese escenario es más fácil con un Gobierno estable que sin Gobierno"), José Antonio Álvarez, no podían ser interpretadas de otro modo que como un apoyo tácito al mismo. En ningún momento se pronunció en contra de que Podemos se integrase en su gobierno.

Que el PNV, partido de derechas y neto representante de los intereses de una gran corporación energética como Iberdrola, haya sido uno de los más activos y entusiastas alentadores de la recién firmada coalición, junto con los sectores más posibilistas de ERC (Junqueras y Rufián), la pequeña burguesía catalana, debiera dar alguna pista de por dónde irán las políticas públicas del futuro gobierno progresista.

El propio ex banquero y tecnócrata liberal Macron, a través de una fuente acreditada del Palacio del Elíseo ha dado sus bendiciones al acuerdo PSOE-Unidos Podemos: “Todo lo que vaya en el sentido de la estabilización y la capacidad de actuar con una mayoría fuerte es más bien un buen signo”. No le preocupa la entrada podemita en el gobierno Sánchez: “No, no nos inquieta. Lo más importante es que, en un país que es socio europeo, haya un Gobierno cuanto antes”. Sigue la línea de pronunciamiento. El presidente francés sigue la línea marcada por Bruselas unos días antes: “Lo importante es que España tenga un Gobierno con plenos poderes cuanto antes”. Fuentes de la UE concluyen: “La sensación de urgencia que han querido dar Sánchez e Iglesias apunta en la buena dirección”.

Este no es un planteamiento que deba leerse en términos políticos de izquierda-derecha sino de los intereses antagónicos entre el capital y el trabajo. Ambas dualidades no son equivalentes porque lo objetivo (la clase) no se traslada mecánica y directamente a la conciencia -la cantidad de trabajadores que son de derecha y/o votan a la derecha lo demuestra- y la izquierda ya no es una corriente de pensamiento de una clase social concreta, lo que demuestra cuando se empeña en afirmar que su papel en el gobierno es el de representar a los intereses del conjunto del país. La derecha lo tiene mucho más claro. Diga lo que diga sobre esa cuestión tiene muy claro que su función es la de representar los intereses del capital. La izquierda hace lo mismo pero lo disfraza tras el discurso del “interés general”, justo lo que Marx denuncio hace más de 150 años como el ardid ideológico de la burguesía que presentaba sus intereses particulares como clase bajo la apariencia de intereses de toda la sociedad.

Con todos estos antecedentes cabe sospechar que ni el IBEX es el gran enemigo de los podemitas, como estos pretenden hacernos creer, ni estos lo son del capital. El león de Atenas, Tsipras, del que los sectores de la izquierda que le reivindicaban ya no se acuerda, dejó bien claros los límites de la acción antiausteridad progre.

Aún recuerdo a Podemos defendiendo a los “empresarios patrióticos”, la pequeña y mediana empresa -como si en ella no se diera el comportamiento necesario para el beneficio empresarial, la explotación laboral, casi siempre con mayor desprotección sindical que en la grande- y a un sujeto que fue dirigente de Podemos en Madrid y empleado de Botin afirmando que hay banqueros con sensibilidad social como la saga que desde hace tantos años dirige el Santander.

Que después de todo esto, los rebuznos de los parafascistas de Vox y su chulopiscinas y matón de discoteca Pachá, Abascal, hablen para gilipollas acusando al futuro gobierno de comunista bolivariano (una mixtura tan coherente como el agua y el aceite salvo para algún simple que jamás leyó a Marx) es como para explicarles por el método expeditivo a ellos y a los escritores de panfletos de La Razón, ABC, Libertad Digital, Periodista Digital y otros vomitorios de la extrema derecha que insultar a los comunistas acusando a tamaña patulea de progre-liberales, con “sensibilidad social”, de tales no sale gratis.

Será divertido ver cómo los podemitas y su miniyó, IU-PCE, cabalgan la contradicción de estar en el gobierno de un partido, PSOE, que lleva en su programa la mochila austriaca, que se niega a retirar la reforma laboral (que es la que aplicó Rajoy, no la suya) y la de las pensiones de Zapatero, que mantendrá el artículo 135 de la Constitución, introducido por Zapatero para consagrar la prioridad del pago de la deuda sobre la protección social, que no ha hecho nada por imponer la regularización (todavía lo está estudiando) de los trabajadores que los modernillos llaman “riders” (Deliveroo, Glovo,...), que en la lucha del sector del taxi pasó la patata caliente de limitar las licencias a las VTC a comunidades autónomas y ayuntamientos, que ha lanzado un ERE contra cerca de 900.000 empleados públicos interinos, que no ha hecho nada para blindar las pensiones (salvo subirlas este año, sin garantizar su futuro) mediante su vinculación a los Presupuestos Generales del Estado y el aumento de las cotizaciones empresariales y que deberá obedecer a los recortes que el capital europeo ya le está sugiriendo

Si algo positivo podría aportar el gobierno Sánchez sería la desinflamación, intentada anteriormente, del problema catalán. Pero, puesto que ello sería una grave noticia para la derecha y el capital porque pondría en primer lugar del debate y la preocupación colectivas la cuestión económica de la desigualdad, la pérdida de derechos sociales, la pobreza y la precariedad, va a ser algo enormemente difícil porque necesitan asegurar que las cuestiones de clase no aparezcan como un tema prioritario. En ello encontrarán cierta colaboración de la izquierda, que centrará su agenda en cuestiones como la igualdad sexual, sin distinción de clase, la transición ecológica y la ley de eutanasia.

El gobierno progre-liberal que se forme, porque se formará, dado que el capital sabe, y es muy consciente de, que la derecha clásica y la nueva ultraderecha no están aún preparados (necesitan tiempo para recuperarse unos y fortalecerse aún más otros) para asumir el desgaste que supondría enfrentar una nueva etapa tan complicada como la que se avecina, además de no estar en condiciones de sumar para formar gobierno.

Ese gobierno PSOE-Podemos será un regreso al zapaterismo. Para entendernos, una política liberal con medidas sociales. Recortes, legislación laboral regresiva, contención salarial y de las pensiones y pequeños gestos de gasto social, muy estudiados para buscar impacto y medidos en su cuantía para no irritar a Bruselas con la deuda y al empresariado nacional con unos impuestos a la gran empresa y las grandes fortunas que, de darse, serán mínimos. Volvemos a Zapatero pero con coleta.

La nueva fase de la ya muy larga crisis capitalista, iniciada en 1973, con los inicios de una crisis de acumulación, puede agitar el panorama social, al igual que le ocurrió al PSOE a partir del 2008, iniciando una nueva fase de movilizaciones que no tendrá por protagonistas a la izquierda organizada sino a la autoorganización de sectores de la clase trabajadora y populares, ajena a cualquier sector parlamentario (Podemos estaría incapacitado para influir en dichas movilizaciones tras su descrédito al participar de un gobierno que deberá aplicar recortes sociales y nuevas privatizaciones e IU ha muerto), similar a la abierta en Francia por los chalecos amarillos.

Conviene hacer un pequeño alto en este análisis para referirnos al primer aniversario de una explosión social, que es síntoma de la creciente pérdida de la legitimación política de la democracia burguesa, la de los chalecos amarillos. Las manifestaciones de este movimiento el sábado 16 de Noviembre han sido débiles y se han producido en un contexto de reflujo y decepción por los límites con los que aquél se ha encontrado. Pero se olvidan algunas cosas: el momentáneo triunfo de Macron sobre ellos, tras poner en jaque a su gobierno y hacerle retirar la ley de los impuestos sobre los carburantes, que iniciaron la protesta, ha necesitado más de 10.000 detenidos, unos 3.100 condenados, 2.448 manifestantes heridos y 600 encarcelados. Han dado voz a un malestar de sectores de las clases trabajadoras que no estaban en las reivindicaciones de los sindicatos ni de los ciudadanistas de “La Nuit Debout”, han puesto en evidencia el viejo sistema de representación y liderazgo de las demandas sociales desde una izquierda que ya no les representa, han demostrado que cuando la clase trabajadora, y sus sectores aliados próximos (segmentos de la pequeña burguesía en descomposición), se organiza es capaz de hacerse presente frente a un discurso que la niega y han alimentado a una corriente subterránea de ira social que mutará pero que no desaparecerá porque no pueden hacerlo las razones que les han llevado a expresarse: la necesidad del capital de acumular beneficio mediante la desposesión de la clase trabajadora.

Frente a la condena clásica de los sectores más retrógrados e incapaces de entender las nuevas realidades de contestación social que genera el capitalismo en su etapa de hiperconcentración (absorción del mercado de los pequeños autónomos y salarización de los mismos) y de búsqueda desesperada del “beneficio marginal” (el que ya no se obtiene del crecimiento sino de una transferencia acelerada de las rentas del trabajo al capital), explosiones espontáneas como la chilena y autoorganizaciones de la clase como la de los chalecos amarillos serán cada vez más frecuentes, a pesar de los límites que encontrarán en conciencia, organización y entendimiento de sus necesidades subjetivas pero se encaminan hacia un principio de negación, e incluso de identidad, que la izquierda ya no representa.

La demanda de comunismo puede volver a tener toda su vigencia si quienes nos reclamamos marxistas somos capaces de analizar y comprender el fenómeno, organizarnos e insuflar nuestras aspiraciones dentro las necesidades inmediatas de la clase trabajadora y los sectores que están siendo proletarizados. Ello exige de nosotros los comunistas el abandono de cualquier forma de dogmatismo y la vuelta a las fuentes originarias de nuestro pensamiento: la dialéctica antagónica capital-trabajo y la necesidad de su superación emancipatoria de la clase, realizada por ella misma y no por ningún ente clarividente en su lugar.

De no abrirse un giro hacia las posiciones de clase dentro del debate nacional, estamos ante el riesgo del “aggiornamento” de la extrema derecha representada por VOX que podría darle nuevos bríos. De hecho ya está ensayando este escenario por la vía de reunirse con los representantes de la ultraderecha de apariencia más social como Salvini o Le Pen y lo verbaliza últimamente con sus citas, no del señorito repeinado José Antonio, sino de quien fue el enlace entre el fascismo sindicalista de las JONS y la izquierda nazi de los hermanos Strasser, Ramiro Ledesma Ramos. El viraje está siendo lento y sutil, de forma que no chirrié para que no les ocurra como a C´s por sus bandazos ideológicos, pero se está produciendo, aunque muy pocos lo detecten.

Entonces estaríamos ante el enorme riesgo de un prefascismo popular de apariencia social; el peligro de una extrema derecha que penetre aún más profundamente dentro de estratos inferiores precarizados y de la pequeña burguesía. Empezarían a conformar unas fuerzas de choque del fascismo mucho más amplias y peligrosas de las que hasta ahora nos amenazan en las calles.

2 de diciembre de 2018

LA REVUELTA DE LOS “CHALECOS AMARILLOS” REFUTA AL SISTEMA POLÍTICO FRANCÉS

Fuente: dprezat. Flickr. París: Rue de Rivoli

Por Marat

Estos días los medios de comunicación españoles cuentan, con calculada medida (no sea que se extienda fuera de Francia, como ha sucedido en Bélgica), la revuelta francesa de los “chalecos amarillos” (“gilets jaunes”). Llama la atención que lo que sucede en Francia, aquí al lado, tenga un tratamiento limitado y tan escaso en explicaciones, más allá de las relativas al efecto de la subida de los carburantes sobre los usuarios y a un intencionado intento de vincularlo al lepenismo.

Sin embargo, apenas he leído contextualizaciones que traten de buscar explicaciones más allá de que Macron sea un presidente liberal, elitista y poco dado a escuchar la voz de la calle y al diálogo y de la ya mencionada subida de los carburantes sobre las clases populares francesas.

Desde el estallido de la crisis capitalista a nivel mundial, Francia ha conocido tres presidentes -Sarkozy, Hollande y Macron- cada uno promotor de políticas más reaccionarias, antipopulares y liberales que el siguiente. Durante estos años los tres presidentes han sido elementos de gran importancia en el mantenimiento del eje germano-francés, que ha sido decisivo en la implantación de las políticas de austeridad y recortes sociales contra las clases trabajadoras en toda la UE y que ha tenido su plasmación en el conjunto de las economías nacionales de la Unión.

En Francia, como en España o Grecia, hubo huelgas generales contra estas políticas pero ello no era obnstáculo para que en Francia y en España, como en Italia, Alemania, los Países Bajos o los nórdicos la izquierda y el sindicalismo mayoritario hayan formado parte del entramado de relaciones que hace años definí como “la corporación”. Es decir, ni la izquierda ni el sindicalismo mayoritario han estado en los últimos 50 años al menos dispuestos a romper los límites del juego político que el Estado capitalista había marcado. En el caso del sindicalismo mayoritario en esos países se ha venido caracterizando desde hace mucho tiempo como un sindicalismo de concertación, o incluso de cogestión de las relaciones sociales de producción capitalistas y no de combate contra el capital. La única excepción de la que puede hablarse en Europa dentro del sindicalismo mayoritario la representa el PAME griego.

Mientras tanto, no ya los partidos autodenominados socialistas o socialdemócratas sino la gran mayoría de sectores de la izquierda excomunista, que incluso tiene el descaro de seguir llamándose comunista, y de la llamada “izquierda alternativa”, fueron abandonando la práctica de clase -el discurso, lo ejerzan o no, importa muy poco si la práctica lo niega- para irse integrando en los cien mil identitarismos posmodernos, negadores de la clase como eje del principal antagonismo, el de capital-trabajo.

En ese vacío es donde surge en las luchas de carácter social el espontaneismo, el rechazo a ser representados en las luchas por organizaciones clásicas, el aparente apoliticismo, que más que apoliticismo es prepolítica y apartidismo, la transversalidad ideológica de movimientos cuya chispa prende a partir de circunstancias, cuestiones y revindicaciones concretas.

Hay quienes han sentido la tentación de establecer comparaciones entre el movimiento de los “chalecos amarillos” y el de los indignados españoles del 15M. Fuera de los elementos de transversalidad ideológica, aparente apoliticismo y surgimiento en las redes sociales nada en lo que se parezcan.

Si el 15M fue principalmente un movimiento nacido de la generación joven de unas clases medias urbanas, fundamentalmente de las grandes ciudades, que veían el fantasma de su proletarización y descenso social, como luego se vio en la composición de sus figuras más relevantes y que hicieron carrera en la política, el movimiento de los chalecos amarillos es ante todo un movimiento de las clases trabajadoras y pequeños autónomos de los barrios dormitorio populares alejados de las grandes ciudades y sus centros y de la Francia agrícola. Personas que utilizan sus vehículos particulares para desplazarse a sus lugares de trabajo porque la red de transporte pública francesa es muy insuficiente para sustituir el uso de medios privados.

Si el 15M nació con un programa en el que en primer lugar destacaban los elementos de tipo político (aquello de la democracia participativa), al que luego se le añadieron los de tipo económico, básicamente referentes a la economía financiera (la banca), a la que se incorporaron ciertos utopismos de la llamada economía colaborativa, que ya sabemos hoy lo que es, el movimiento de los chalecos amarillos ha arrancado con una agresión claramente económica y muy concreta la brutal subida de los carburantes, a la que se ha sumado la llamada ecotasa del gobierno de Macron.

De hecho, Macron se envuelve en la bandera ecologista de parar mediante estas medidas impopulares el cambio climático.

Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.

Entramos con esta cuestión de carácter aparentemente solo medioambiental en una temática de la que prácticamente nadie, a derecha e izquierda -¡cuanto se parecen ambas!-, parece interesado en hablar. Que la transición energética de unas energías muy contaminantes y no renovables a otras pretendidamente limpias (ya veremos cuánto lo son y su impacto ecológico en el futuro) y renovables va a golpear fundamentalmente sobre las espaldas de la clase trabajadora, que la llamada sostenibilidad es la gran coartada para sacar de las calzadas a millones de trabajadores que no pueden permitirse comprar un vehículo nuevo (ecológico o no) y del mayor pelotazo económico que pegará el capitalismo en toda su historia. Hasta ahora no estamos viendo prácticamente medidas económicas gubernamentales, ni a derecha ni a izquierda, que ayuden a la clase trabajadora a hacer más llevadera esa transición energética pero no faltan las ayudas de esos mismos gobiernos a sectores como el del automóvil, ya sea en sus versiones eléctrica o de hidrógeno. Para la clases medias-altas y ricas la transición ecológica será, en cambio, algo muy soportable y que les ayudará a sentirse ambientalmente responsables y mejores personas.

El mayor efecto que ha tenido el 15M ha sido el del empleo de centenares de personas en la política, ya sea como representantes, asesores o técnicos. La lucha de los “chalecos amarillos” apunta directamente contra esta nueva forma de austeridad que dejará fuera del acceso al vehículo a quienes lo necesitan para trabajar o para desplazarse a sus trabajos por falta de alternativas de transporte público adecuadas y que tendrá el correlato de un gigantesco negocio para la gran industria. Para quienes tengan que desplazarse una media de 50 o 100 kms al día, y les aseguro que son muchos más de los que puedan pensar, la bicicleta o el patinete eléctrico no serán una alternativa. Hoy son más bien una moda urbanita.

He visto en estos días a personas que se dicen de izquierda, algunos de las cuáles se autodefinen comunistas, condenar a este movimiento porque dicen que está infiltrado por el partido de Marine Le Pen, algunos incluso se atreven a decir que está dirigido. La ignorancia siempre ha sido mala cosa. Es madre de la estupidez, la falsedad y el comportamiento reaccionario; ese al que algunos dicen combatir para acabar por caer en aquello que condenan.

Éste es un movimiento, como todo el que tiene débil organización, estructuras líquidas y es politicamente diverso -con trabajadores y pequeños autónomos de izquierda, de derecha y mediopensionista, que es lo que casi todo el mundo es en este mundo ideológicamente tan confuso-, y con liderazgos muy débiles, cambiantes y, desde luego, no unánimemente reconocido desde dentro.

No debe sorprender, por tanto, que haya en su interior elementos lepenistas. Lo que sí debiera sorprender es que la izquierda francesa y los sindicatos mayoritarios, lo acogieran con desconfianza, cuando no abruptas descalificaciones, sobre todo cuando muy mayoritariamente está compuesto por trabajadores. Claro que si llevas decenas de años practicando el discurso de clase media y mirando hacia ella para buscar el voto, quizá no conozcas nada de los intereses y necesidades inmediatas de la clase a la que en el pasado decías representar. Cierto que a última hora los Melenchones, las Segolenes Royales y hasta los muy social-liberales Hollandes se van sumando oportunistamente a un tibio apoyo de lo que antes condenaron, no sea que acaben en un hoyo electoral mayor del que ahora están.

De la miopía de la izquierda y buena parte de los izquierdistas y comunistas españoles me sorprendo menos. Los conozco mejor. Su discurso es más o menos éste: hay gente de Le Pen, le han entregado la dirección del movimiento (lo que es tan estúpido como pensar que este partido ultraderechista está dispuesto a arriesgar su ilegalización, dado el cariz que van tomando los acontecimientos del incendio social en Francia, sobre todo cuando Marine Le Pen intenta dar un barniz de respetabilidad y moderación a su partido de extrema derecha). Lo que no se les ocurre a estas mentes clarividentes es que si abandonas y rechazas a un movimiento que nace de un aa demanda popular y hasta de clase, el vacío de influencia que tú dejas puede ser rellenado parcialmente por otro. Es de primera cartilla de marxismo.

Éste es el tipo de gente que confunde sus posiciones partidarias con las de todo un movimiento, lo que es propio de quienes se instalan en las redes sociales, sin un mínimo de formación política, imparten clases de su ignorancia y no participan de los movimientos populares porque recelan de ellos y temen el rechazo de los mismos, en lugar de ganarse su respeto por sus posicionesy su compromiso.

Que haya quien se atreva a decir que los chalecos amarillos se oponen a las ecotasas y a los impuestos para sostener el Estado del Bienestar, cuando los impuestos indirectos (iva, impuestos sobre los combustibles,...) históricamente han sido una medida reaccionaria y desigualitaria, y han sido precisamente los gobiernos franceses de la crisis los que han ido desmontándolo, es muestra de una profunda estupidez y de un revolucionarismo tan de cortos vuelos que aquí lo podrían comprar el PP o Ciudadanos y que en Francia lo aplaudiría rabiosamente Macron. Precisamente el mismo Macron que eliminó el impuesto a las grandes fortunas, que ahora planea bajar los impuestos a las grandes empresas y que él mismo afirma con orgullo que es el presidente de los ricos ¿Hay mayor afrenta a la clase trabajadora que alguien que hace esto trate de arruinarles mediante ecotasas y subidas brutales de los carburantes? Me temo que alguno de esos giliprogres si se declara el estado de emergencia en Francia y comienza una represión mucho más brutal que la que hemos visto estos días, acabará aplaudiéndola. Al fin y al cabo, algunos de ellos condenan la violencia ejercida por una parte de los manifestantes, como si los grandes cambios sociales se hicieran con batucadas, ponerse una nariz de payaso y hacer sentadas en las que te forran a hostias. Lo de que la medida del Estado francés sea una auténtica acción violenta y declaración de guerra contra la clase trabajadora...eso ya. Ellos lo cambiarían en las urnas ¡Ja!

A donde llegue el movimiento será cosa tanto del propio movimiento, como de la correlación de fuerzas en esa lucha, como de la traición de la izquierda francesa. No soy optimista al respecto, soy consciente de que es un movimiento inmaduro, centrado en lo inmediato, pero estoy convencido de que de las experiencias de las luchas, de sus avances y sus derrotas la clase aprende mucho más que de esperar sentada a que la inexistente vanguardia se cree un día con tanto cretino que la compone y venga con las tablas de la ley a salvarla.

De todas las aportaciones de las luchas de la clase trabajadora, que hoy no pueden ser más que autónomas y parciales, porque esa vanguardia se niega a nacer y prefiere oscilar entre las tentaciones parlamentarias y la nostalgia de Don Pepe, una de las más positivas sería la liquidación política de la izquierda por extenuación y zafiedad. Solo con una nueva generación de militantes, que no activistas, puede surgir el necesario instrumento del que hoy carece.