Marcos
Roitman Rosenmann. La Jornada
Son
muchas las novedades aparejadas al uso de Internet, entre otras,
tener datos sobre cualquier cosa, la mayoría de las veces
irrelevantes, tópicas o falsas. La superproducción de información
puebla sus páginas. El llamado big data inunda la vida
cotidiana: desde publicidad encubierta, experiencias místicas,
terapias alternativas, métodos antiestrés, mejoramiento de la
memoria, hasta consejos para adelgazar, restaurantes, etcétera.
Hasta aquí nada nuevo. Pero a medida que profundizamos se abre un
mundo siniestro y oscuro. El dato por el dato, acompañado de los
inevitables me gusta o no me gusta, incluido el
comentario sobre el comentarista, su vida privada, las
descalificaciones mutuas, los chats, transforman la red en un
basurero mundial en el cual se depositan las excrecencias.
Las
múltiples aplicaciones y los aparatos que lo hacen posible
(teléfonos móviles, portátiles, tablets) favorecen la
producción de información irrelevante a escalas exponenciales. El
voyerismo social se incrementa. Muchos confunden el significado de la
información con opiniones personales. Son fotógrafos, reporteros,
informadores. Un accidente de coche, una pelea callejera, un atasco
de circulación, un beso furtivo, cualquier cosa puede ser objeto de
filmación, comentario en red y más tarde mutar en un éxito viral.
Así logra relevancia y se recoge en los informativos de todo el
mundo, en horas de máxima audiencia. Sin olvidar los comentarios en
Twitter de quienes guardan anonimato con seudónimos peculiares como
“indignado furioso”, “revolucionario para siempre”,
“Carlos Marx”, “anarquista confeso”, “socialdemócrata
convencido”, etcétera.
Por
otro lado, entrar en Internet es abrir la ventana a cualquier tipo de
datos mezclados entre lo riguroso, lo banal y fútil. Así, nos
encontramos con descripciones sobre el uso de medicamentos, la
calidad de un restaurante, el estreno de una obra de teatro, el
servicio médico de un hospital, las condiciones de atención en las
administraciones públicas, el estado de las cárceles, la justicia,
la educación, la violencia de género, compras online, etcétera. En
este maremágnum, las opiniones se multiplican y la circulación de
basura copa todos los espacios. A este despropósito se le ha llamado
democracia en red.
Una
falsa democratización que pasa por el tamiz de las grandes empresas.
Google, Amazon, Facebook, Twitter son quienes controlan y deciden.
Realizan perfiles sicológicos donde emergen gustos, obsesiones,
preferencias literarias, itinerarios de viajes. Si en algún momento
usted consultó una agencia de viajes, recibirá ofertas para sus
vacaciones, hoteles, horarios de tren, autobús y avión. Asimismo,
si entró para verificar la disponibilidad de un libro, no podrá
escapar a las ofertas literarias de las más variopintas. Esta plaga
es difícil de combatir. No hay manera de bloquearlos, traspasan
todos los límites del decoro.
Seguramente,
muchos hemos utilizado Wikipedia para consultar fechas, hechos
históricos o la secuencia de presidentes de un país. Su acceso
soluciona problemas básicos y facilita información superficial. Es
una herramienta útil, pero no sustituye el conocimiento ni la
necesidad de corroborar lo expuesto. Sin embargo, se ha popularizado,
dejando de lado otras fuentes, como la enciclopedia temática que
solía adornar las estanterías de las casas más modestas, tanto
como un diccionario. Su consulta era un goce. Su redacción estaba a
cargo de especialistas, desde luego con carga ideológica y política.
Pero ello formaba parte de la selección y posterior fijación de la
información obtenida. Era una manera de articular la reflexión. El
argumento, el relato, las evidencias, el lenguaje, las maneras de
razonar, el método, las contradicciones, la refutación. Era una
construcción destinada a favorecer la capacidad crítica del lector
y realizar nuevas preguntas. Una aventura del conocimiento.
Hoy,
trabajos académicos, tesis de licenciatura, maestrías y doctorados
están llenos de referencias a Wikipedia. Datos irrelevantes como
fecha de nacimiento, premios obtenidos, escuela de pensamiento, grupo
político o currículum profesional. No hay, y hablamos de un nivel
de educación superior, citas a biografías contrastadas o
autobiografías. Sea Darwin, Einstein, Marx, Keynes, Julio Cortázar,
Borges, Juan Rulfo, todos terminan en Wikipedia. Eso sí, acompañados
por cantantes pop, futbolistas, artistas y cuanto personaje accede a
Wikipedia.
Buscar
documentación en la web es válido y pedagógico. Estudios y
trabajos se han digitalizado y están a disposición de los usuarios
para ser leídos y compartidos, pero ello requiere una formación
previa. Estar informado no es sinónimo de estar formado. Sin
capacidad de seleccionar, fijar y construir pensamiento, los datos se
trasforman en un arma para el control y la manipulación desde el
poder.
La
necesidad de compartir información acerca de amistades desconocidas,
fechas de matrimonio, cumpleaños, novias o las declaraciones de
actores, empresarios, deportistas, intelectuales, políticos y gente
de la farándula no aporta nada, salvo hacer mucho ruido, desviar la
atención y fortalecer el control del pensamiento. En un reciente
libro publicado por el grupo Ippolita, Ídolos: ¿la red es libre
y democrática?, ¡falso! , sus autores acuñan el concepto de
informática de la dominación para expresar el nuevo totalitarismo
de la red. La democracia no está en la red ni la red es democrática.
De lo contrario, ¿por qué las grandes compañías que controlan los
datos permiten su acceso gratis? Eso sí, a lo que les interesa.