Ha muerto el trovador incómodo de la revolución cubana. Con él se clausura un tiempo de esperanza que devino decepción. “Si se calla el cantor calla la vida” (Mercedes Sosa).
Hay quienes creen que a la revolución hay que acompañarla como devoto fanático que a todo dice amén y que jalea sus errores como grandes aciertos. Del fanático solo cabe esperar ceguera o arribismo.
“¿Dónde están los amigos que tuve ayer?” es el inicio del tema “Exodo”, quizá lo más crítico que cantó Pablo Milanés sobre el devenir del sistema político cubano.
El trovador defendió con la mayor belleza de sus canciones (“Amo esta isla”) el socialismo cubano durante decenios muy duros para la isla y sus gentes. También sus convicciones políticas (“La vida no vale nada”, “Yo pisaré las calles nuevamente”) . Pero no era ciego. Y, sobre todo, con sus poemas cantados era coherente con su ideología revolucionaria. Sin crítica no hay construcción.
Como Máximo Gorki o como Rosa Luxemburg ("El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias"), con la revolución de octubre, fue crítico siempre, no solo en los momentos de crisis del proceso político cubano sino también en los más épicos y de esperanza.
Más allá de acusarle de “gusano” en los últimos años por parte de sectores de la oficialidad, el régimen cubano siempre consideró a Pablo Milanés como un tesoro nacional. Pablo era la revolución, también con su crítica política. El sistema político cubano considera necesaria una dosis de disidencia para evitar su degeneración. Pero ya lo ha hecho al asumir un regreso al capitalismo dirigido desde el Estado.
Pablo se fue sabiendo que la revolución había muerto pero sin renunciar a serlo. Fidel lo supo también, al nombrar a su hermano para ser el Zhou Enlai cubano. Desafortunadamente tras Raúl no ha venido un Deng Xiaoping sino un burócrata gris y mediocre que seguramente tiene de comunista lo que yo de gran velocista mundial.
El peligro de considerar a Pablo Milanés como algo más que un accidente de la revolución cubana es olvidar su voz, sus letras, su pensamiento, su figura para la sociedad cubana y mundial.
Pablo Milanés merece convertirse para Cuba en lo que Carlos Gardel es para Argentina: una enseña de su identidad nacional.