Karine
Bechet- Golovko. Movimiento Político de Resistencia Global
Para
ajustar el presupuesto, la idea de las privatizaciones se ha
apoderado de nuevo del gobierno ruso. Sin gran originalidad, el mismo
esquema se empleó en los años 90 por Yeltsin y su entorno,
“demócrata”, “liberal” y “pro- europeo”.
Fue la época en que las “élites”
pusieron a Rusia a hacer la calle, prostituída en nombre de la
democracia. No estoy hablando de Ucrania, sino de Rusia. La de
los años 90, tan querida por Occidente. Y tan añorada. Y con
motivos; veámoslo más en detalle.
La
privatización no es un instrumento económico ni presupuestario. Es
un instrumento ideológico. Se trata de sacar de la esfera estatal
las empresas estratégicas o económicamente interesantes. Porque,
por principio, una empresa que no presenta ningún interés, bien en
el plan económico bien en el aspecto estratégico, nunca podrá
encontrar comprador en el mercado interior o internacional.
Para
protegerse, es cierto que es posible poner como condición la
inversión interior. Pero, ¿qué impedirá la reventa? ¿Y al cabo
de cuanto tiempo, aunque esté condicionada, será autorizada? No
puede llevarse a cabo una prohibición eterna. Por consiguiente, la
protección es solamente temporal.
La
privatización, en tiempos de crisis, se supone que permite al Estado
cumplir el presupuesto. Pero vendiendo empresas interesantes, pierde
también los ingresos regulares. Y los pone a la venta en un mercado
que no está en su mejor momento, lo que limita automáticamente las
posibles ganancias inmediatas.
Por
tanto, si se descarta la incompetencia, el objetivo es otro. Y en
este caso, la privatización es un instrumento en primer término
ideológico. Como lo declaraba A. Chubais, en su “juventud
política”, las privatizaciones yeltsinianas se hicieron
para poner punto final al comunismo. Poco importaba el precio.
Poco importaba el comprador. Se trataba de matar el comunismo, y para
ello, vaciarlo de su sangre. Matar el tejido económico comunista
fundado sobre la producción industrial y la agricultura. Sobre la
economía real de un modo real. Llevando así a la gente al
desempleo, gentes cuyas competencias son inútiles en una economía
de servicios post moderna. Y, de esa manera, matar la fuerza vital de
resistencia en la población.
La
economía de rodillas, la población lo mismo. El país también.
Todos haciendo cola ante el MacDonald. La democracia tiene un precio.
Gaidar, padre espiritual de este “liberalismo”, hablaba de
“terapia de choque”. Ni Ucrania ha inventado nada, ni
tampoco hemos aprendido nada.
Sobre
esta cuestión os aconsejo encarecidamente la excelente emisión de
N. Mijalkov, quien se pregunta sobre el período Yeltsin, con ocasión
de la apertura del enorme edificio a la gloria del “padrecito de
la democracia rusa”. Una reflexión que da escalofríos, con la
reescritura de la historia rusa como fondo. Ahí están, por lo que
concierne a las privatizaciones, algunos elementos interesantes.
Lo
esencial de la producción industrial fue privatizada por Yeltsin;
261 empresas militares. La compañía norteamericana Nick and Co.
Corporation, por si sola, tomó el control de 19 de ellas.
No
fue difícil adquirirlas, estando literalmente regaladas. Era
necesario librarse de ellas, rápidamente y a cualquier precio. El
más bajo posible, así el Estado pierde los beneficios de las
empresas, no pudiendo compensar sus pérdidas por una entrada de
dinero significativa.
De
la venta de empresas, cuyo valor mercantil se estimaba en más de un
billón de dólares, el Estado ruso percibió 7.200 millones de
dólares.
Por
ejemplo,
-
la fábrica metalúrgica de Samarsky fue vendida por 2,2 millones de
dólares
-
la fábrica de automóviles Ljatcheva por 4 millones de dólares
-
Uralmach, con sus 34.000 empleados por 3,72 millones de dólares
-
la fábrica metalúrgica de Cheliabinsk, con 35.000 empleados, por
3,73 millones
-
la fábrica mecánica de Kovrovsky (que producía armas para toda la
policía, ejército y servicios especiales) fue vendida por 2,7
millones de dólares
-
o la fábrica de tractores de Cheliabinsk, con 54.000 empleados
vendida por 2,2 millones
Ingleses,
alemanes y norteamericanos, principalmente, obtuvieron minorías
decisivas en las mayores empresas estratégicas de los sectores de la
construcción de motores y aviones rusos (Tupolev, MIG). La empresa
Siemens tomó el control de la fábrica que producía los
equipamientos para los submarinos rusos nucleares.
Ni
siquiera el Tribunal de Cuentas dejó sin destacar la amplitud del
ataque a la seguridad nacional. Subrayaba que la
privatización permitió poner bajo control extranjero las mayores
empresas rusas militares estratégicas.
Si
ese no era tal vez el fin perseguido, fue en cualquier caso el fin
alcanzado.
El
Estado permanecía presente. Conservaba alrededor del 14 por ciento
de la participación, lo que no le permitía ni influir sobre la
política de la empresa.
Por
ello, cuando los grandes “liberales” del gobierno se ponen
a hablar de privatizaciones, necesariamente surgen sospechas.
Debe
aparecer una “lista” de empresas a privatizar en 2016,
declara el ministro de Economía. En la cual debiera figurar, por
ejemplo, las mayores empresas del sector petrolífero, como Rosneft o
Bachneft. Esta vez son las materias primas las que están en el punto
de mira. Pero, rápidamente, el portavoz del Kremlin calma el juego;
no hay lista definitiva, todo se discutirá. Y el Presidente
reenviará al Gobierno la tarea para proteger mejor los intereses
nacionales.
Porque,
efectivamente, ¿es este el momento? Los puntos de vista son
compartidos, incluso en el Gobierno, entre el clan, de hecho
neoliberal y los liberales. El vice primer ministro, Y. Trutnev
cuestiona la bondad del enfoque del ministerio de Finanzas a
propósito de la privatización de Alrosa, concretamente. Hay que
decir que Alrosa es un grupo ruso muy interesante. Ocupa el primer
lugar del mundo en la extracción de diamantes.
En
cifras, Alrosa posee el 97 por ciento del mercado interior ruso, y el
27 por ciento de la producción mundial de diamantes. Es tentador.
¿Pero es del interés público? Me refiero al interés del país, el
interés defendido por el Estado. Las dudas se formulan de forma
expresa:
“Vender
es posible. Pero vender ahora, en un mercado en descenso ¿Por qué,
con que fin? ¿No puede esperar? ¿No tenemos medios para esperar?
Esto no es verdad, podemos esperar”, ha declarado, denominando
a esta iniciativa “extraña”. Según la estimación de
Trutnev, el Estado puede recibir en dos años de la compañía los
beneficios netos que obtendría de la privatización de sus acciones.
“Los colegas del ministerio de Finanzas contemplan todas las
posibilidades para cuadrar los presupuestos, causa de que esta
discusión continúe. Ya veremos que decisión tomará la cabeza del
país”.
Ciertamente,
la historia es un eterno reinicio. Especialmente porque se olvida
demasiado rápido.