Por Marat
1.-ASISTENCIALISMO SÍ, PERO DENTRO DE UN ORDEN
La oposición que ha mostrado la
Conferencia Episcopal Española al proyecto del Ingreso Mínimo Vital (IMV) que
pretende poner en marcha el Gobierno, aprovechando la crisis económica que ha
desatado el coronavirus puede, de entrada, llevar a muchos a presuponer que
hay una posición correcta y otra incorrecta en relación con la introducción de dicha
especie de Renta Básica, aunque sin pretensión de ser Universal (para toda la
población).
Veamos qué es lo que decía el
portavoz de la más alta instancia de los obispos españoles, Luis Argüello, sobre
el IMV. Adelanto ya que su oposición es al carácter “permanente” de la medida y no a su condición asistencial de
emergencia y para un tiempo dado. Guarden este detalle porque, más adelante,
acabará llevándonos a las auténticas razones de la oposición de la conferencia
Episcopal a la IMV.
"Es muy importante que las personas puedan ejercer sus capacidades
con un puesto de trabajo. La necesidad perentoria de una renta mínima en este
momento no debería ser una coartada para una especia subsidio permanente que retirase del horizonte de las personas el pensar
en poder tener un trabajo, desarrollar sus capacidades y en la relación con
otras personas"
Independientemente del tufillo
reaccionario, despectivo y de darwinismo social, tan querido por la
ultraderecha, que conlleva la expresión “ciudadanos
que vivan de manera subsidiada”, lo que propone la IMV de carácter
permanente es un subsidio- no nace de los derechos adquiridos a través del
trabajo, por lo que no es contributivo: no cotiza para una pensión de
jubilación contributiva-, del mismo modo que lo que practica la Iglesia Católica con su legión de
pobres, sostenida permanentemente por sus ONGs y Cáritas (desde 1957), es caridad. El IMV, al no estar ligado al salario que nace del trabajo, es un
acto potestativo del gobierno, una medida asistencial, caritativa si prefieren
mayor grado de crudeza, que puede ser anulada por otra decisión posterior del
mismo o de otro gobierno pero que, además implica un paso muy importante hacia
la perdida de conquistas sociales que la clase trabajadora logró arrancar en el
pasado al Estado capitalista con sus luchas. Para una mejor comprensión de lo
que significa el IMV sugiero la lectura de este
documento del Espacio de Encuentro Comunista (EEC), que explica con gran
acierto las implicaciones sociales del mismo
Aquí hay que hacer una salvedad
fundamental. El trabajador en paro o en activo (muchos salarios siguen siendo
de miseria, no digamos en la economía sumergida), el que no cobra desempleo,
porque se le ha agotado o nunca alcanzó la posibilidad de cobrarlo, no puede
permitirse el lujo de cuestionarse si es un subsidiado o no, no puede rechazar
una ayuda puramente asistencial, porque eso es la IMV, sea ésta laica y del
Estado o privada y religiosa. La primera obligación del ser humano es
sobrevivir, por muy humillante que sea recibir ese tipo de ayudas en una
sociedad en la que el dedo acusador que señala al “perdedor” ha asumido los
valores del éxito social, propios de la ideología dominante del capital,
incluso por parte de quienes pudieran mañana estar en la misma situación que
hoy desprecian y condenan.
Es habitual que la gran mayoría
de la gente busque confirmar sus propias posturas a partir de la negación de
quienes las atacan y, viceversa, que ataque determinados posiciones según quién
las defienda. Desafortunadamente el ser humano no ha evolucionado
intelectualmente demasiado desde que nuestros ancestros se bajaron de los
árboles.
Casi siempre los puntos de vista
se sostienen más sobre cuestiones morales que sobre la corrección o
incorrección de los mismos en base al análisis de la realidad. Desgraciadamente
la opinión pública se construye no solo en base a la manipulación informativa
de todos los canales, oficiales y “alternativos” (“mi medio me miente mejor”), sino también
mediante toneladas de chorreante y viscosa moralina, esa elaboración propia de
curas y profesores de ética y tan del gusto en los últimos decenios de la mojigatería
beata y viejuna de la izquierda.
La interpretación de los hechos
sociales, políticos y económicos que no se corresponda con el análisis concreto
de la realidad concreta, y que no busque una explicación de los mismos en su realidad
material, en la realidad que se sustenta sobre el modo de producción capitalista, será una construcción puramente
ideológica, en el sentido que daba Marx a la ideología como “inversión de la
realidad”, como expresó en su obra conjunta con Engels, “La ideología alemana”.
2.- PELEA LAICO-RELIGIOSA POR EL
MERCADO DE LA POBREZA
La Conferencia Episcopal sangra por su herida. Es el carácter “permanente” del IMV lo que hace temblar
sus melífluas voces y sus carnes no endurecidas por el
trabajo.
Una ayudita temporal del Estado a
la ingente cantidad de nuevos pobres no le viene mal a la Iglesia. Tiene mucha tarea en su labor social. Con el coronavirus han crecido mucho más las
necesidades sociales que sus grandes recursos -tampoco es cosa de tirar de sus bienes
y propiedades sino de los ajenos-, obtenidos a través de los impuestos (7.191.387
declarantes marcaron con una X la casilla de asignación tributaria en su declaración
del IRPF en 2019) y de las donaciones ajenas, además de las exenciones del IBI
y del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales. Nunca un Estado aconfesional
trató tan bien a una Iglesia, incluyendo los gobiernos “progres”, cuyos partidos
cacarean contra los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 en la oposición y mantienen
el “statu quo” cuando ocupan el Ejecutivo. Una cosa es que Jesucristo fuese
pobre y otra muy distinta que los obispos sean gilipollas, que no lo son.
284,4 millones de euros son los
que obtiene de modo directo la Iglesia Católica vía impuestos, sin contar con
la casilla de fines sociales en la declaración de IRPF. Estos mercaderes del
miedo a la muerte si no te pillan por un lado te pillan por el otro. Gente
inteligente. Cáritas recibió de esa cantidad (la de financiación directa de la
Iglesia), a través de la Conferencia Epsicopal, 6 millones de €, si bien tiene otras vías de financiación estatal, de
las Comunidades Autónomas y donaciones privadas.
Aproximadamente unas 30 ONGs católicas,
(el 35% del total de las ONGs que reciben subvenciones vía impuestos) incluyendo
Cáritas, recibieron en 2018 unos 115 millones de euros.
La Iglesia Católica tiene en el
país 48 hospitales que mantienen un concierto con el Ministerio de Sanidad en
eso que obscenamente se ha venido a llamar colaboración público-privada de la
sanidad, mientras se ha ido desmontando la sanidad pública. Ahora vemos sus
consecuencias en la escasez de recursos en los centros. Desconozco la cuantía
que se llevan los hospitales católicos con conciertos con el Estado pero
sospecho que la partida no será magra.
Sin embargo, la subvención de la
Iglesia Católica no se agota en estas cifras, ni mucho menos. Según Europa
Laica, “el
Estado español aporta a la Iglesia católica, a través de subvenciones directas
y exención de tributos once mil millones de euros anuales” lo que supone más
del 1% del Producto Interior Bruto”. No está nada mal para un país que
ha sufrido, después de Grecia, los mayores recortes sociales durante el
anterior período de la crisis capitalista.
Si una conclusión puede sacarse de
los datos del presente apartado es que la atención a la pobreza y la caridad
cristiana no consumen precisamente la mayor parte de los ingresos que la
Iglesia Católica recibe de uno u otro modo del Estado “aconfesional”, sino más
bien una fracción claramente menor.
Pero la “doctrina social de la
Iglesia”, con sus principios de “dignidad de la persona humana”, “primacía del
bien común” (concepto compartido por derecha e izquierda en una sociedad
dividida en clases y con intereses antagónicos), “principio de solidaridad”, “participación
social” –acompañados de los principios que dan una
de cal y otra de arena: “destino universal de los bienes y propiedad privada” y
“principio de subsidiareidad”-, son la coartada con la que la Iglesia Católica española pretende justificar su condición de subvencionada
permanente.
“¡Qué gran negocio son los pobres!”, escuché decir a un cura obrero
de Vallecas en un acto en el que participábamos ambos, organizado por una ONG
católica, dentro de la Campaña pro-Regularización de Inmigrantes de 1991, de la
que formábamos parte más de 100 organizaciones del Estado español. ¡Y qué
cierto es! Que se lo digan a las decenas de miles de licenciados en Trabajo
Social que han encontrado su empleo gracias a los pobres. En las partidas
destinadas a la erradicación de la pobreza hay que incluir los gastos en
Recursos Humanos e infraestructuras para su atención, además de centenares de
empresas que conciertan sus servicios con las ONGs para tal fin (incluyendo a
las ETTs que contratan, por míseros salarios, a quienes ofrecen en la calle la
posibilidad de hacerse socio de las mismas pagando una cuota anual). No parece que quede mucho para los menesterosos.
No dudo de que una parte de los
trabajadores sociales encuentren en su profesión una motivación ética y estén
convencidos de su utilidad para quienes viven las situaciones económicas más
precarias, del mismo modo que dudo mucho menos de la generosidad y buenas
intenciones de quienes hacen esta tarea voluntaria y gratuitamente, dedicando
parte de su tiempo libre, y muchas veces parte de su dinero, a ello pero no es
esa la cuestión.
Pero lo cierto es que la pobreza sigue creciendo en los países centrales del capitalismo. En ellos, los sectores de la clase trabajadora más castigados por la acumulación de las sucesivas crisis capitalistas van sumando golpes sobre sus ya deterioradas vidas. Y en los países en desarrollo y subdesarrolados la lucha contra la erradicación de la pobreza amenaza con ser tan dilatada en el tiempo como el viaje del PP hacia el centro político.
El mercado de la pobreza está en
disputa entre el Estado y la Iglesia Católica con la aparición de la IMV. Mientras el primero
busca sustituir sus obligaciones para con los parados (si no es capaz de garantizar
el trabajo para todos, su responsabilidad es dar una cobertura de desempleo ligada al trabajo y al salario y no una limosna en forma de raquítico subsidio
no contributivo que acabará llevando a una pensión no contributiva y de miseria), mediante una forma de asistencialismo (caridad) laico, la segunda teme que el
IMV permanente le quite gran parte de su “justificación” social y le arruine el
negocio.
Habrá progres que digan que es un
avance que la caridad se sustituya por la asistencia. Cráneos privilegiados los
suyos. Esperemos que no sufran un esguince cerebral, por el bien del cociente
intelectual de la humanidad. Lo que se sustituye es el término con el que se
designa a un mismo tipo de comportamiento, sea éste ejercido por el Estado o
por la iglesia Católica.
Cuando el Estado deja de vincular
una parte de las coberturas de desempleo, las no contributivas, y el IMV lo es,
al salario (al que estuvo ligado históricamente) y lo hace al 80% del IPREM (Indicador
Público de Rentas de Efectos Múltiples), que es la mitad del salario mínimo, y
cuando el IMV no cotiza para una pensión contributiva, es una mera ayuda,
bastante escasa. Esta nueva especie de renta básica dirigida a determinados colectivos
es asistencialismo, “humanitarismo”, limosna, caridad. No parece que ello haga
mucho por el sentimiento de dignidad del perceptor, por mucho que lo necesite y
que no le quede otro remedio que aceptarlo. Y, muy importante, es un paso
previo a la voladura de las pocas conquistas sociales de la clase trabajadora que
aún quedan en pie y que el capitalismo prefirió en su día llamar Estado del
Bienestar.
Es justo reivindicar que
todo tipo de cobertura de desempleo esté ligado al trabajo y al salario, con el
fin de que no sea una concesión "altruista" sino un derecho nacido del hecho del
trabajo porque, cuando el Estado capitalista no es capaz de garantizar empleo
para todos, es su responsabilidad cubrir nuestras necesidades. La nuestra es
trabajar, cuando dispongamos de un empleo, ya que nadie debe de vivir del trabajo
de otros. Claro que eso afecta al propio empresario, el cuál vive del trabajo
de quienes lo hacen para él a través de la plusvalía que obtiene de aquellos.
Mientras exista el capitalismo la
erradicación de la pobreza será, no una utopía, sino una quimera porque la lógica
del beneficio conlleva la desposesión y la concentración creciente de la
riqueza.