Por Marat
Pocas veces me he sentido cómodo en las manifestaciones populares a las que he acudido a lo largo de mi vida. A pesar de que en algunos momentos de mi vida me haya tocado incluso organizarlas, no he podido evitar las más de las ocasiones una escisión entre mente y emociones que me impedía fundirme en los protocolarios coros de las masas, en los lemas gastados y viejos por demasiado ritualizados y repetitivos, por la autocontenida expresión de la protesta en esta larga transición desde un postfranquismo casposo a una democracia por decenas de años atada y bien atada.
Esta vez no ha sido así. Ayer martes 10 de Julio acudí con verdaderas ganas a recibir a los mineros en Moncloa, no con el autoimpuesto esfuerzo de otros casos, movido por el imperativo moral de reclamar unos derechos o condenar una acción injusta, a sabiendas de que los límites de juego estaban marcados de antemano.
Ahora la esperanza de un despertar colectivo de, al menos, una parte de mi clase, la trabajadora, animaba mi impulso para estar allí, fundiéndome con la masa que ya una hora y cuarto antes de la cita desbordaba el final de la calle Princesa, las proximidades de la estación de Metro, la campa próxima a la Junta Municipal de Moncloa y más allá del odioso Arco de Triunfo franquista, perdiéndose la visión del gentío hasta donde alcanzaba la vista.
El rojo de las pancartas y banderas políticas y sindicales y el tricolor de la que para muchos de nosotros es nuestra auténtica bandera de Estado se agitaban con entusiasmo, mezcladas entre la asturiana, la aragonesa, la andaluza y las de las dos Castillas, representando a las tierras de las que los héroes de negro carbón llegaban al Madrid, “rompeolas de todas las Españas”, que dijo el republicano Antonio Machado, entre cánticos de “Santa Bárbara Bendita”, gritos de “Madrid entero se siente minero”, “Madrid entero está con los mineros” o el lema de la Unidad Popular Chilena “El pueblo unido jamás será vencido”
Confieso que me sentía entre expectante y ansioso por verlos llegar, que me embargaba un nerviosismo que me hacía mirar con el rabillo del ojo el reloj cada pocos minutos, mientras trataba de mantener la calma hablando con varios compañeros, conociendo a otros de los que sólo tenía referencia a través de las redes sociales y liándome un cigarrillo tras otro.
En eso que pasó un pequeño grupo de militantes del PSOE con sus banderitas. No pude ni quise reprimir el acto de golpearme la mejilla derecha con la mano extendida, mientras les gritaba “mucho papo”.
Nunca confundiré al disciplinado afiliado al partido socialiberal con sus dirigentes, tan sensatos ellos que, después dar pellizcos de monja a la ultraderecha gobernante, se limitan a comprender la necesidad de las medidas antisociales del partido natural del capital. Pero no está de más hacerles sentir alguna incomodidad cuando ahora vienen a manifestarse y en el pasado callaban cómplices ante las medidas que aplicaba su partido en el Gobierno contra los trabajadores.
La impaciencia para llenar la larga hora que faltaba hasta las 10 de la noche y la demora de quienes han demostrado infinitamente más ser nuestros héroes que los pateapelotas de una “roja” que no es la de muchos de nosotros me hizo bajar con varios compañeros hacia la A-6 en su busca.
Pronto nos encontramos dos enormes pancartas de la Federación de Foros de la Memoria Histórica en las que sólo se leían en grandes letras las siglas duplicadas UHP (Unión de Hermanos Proletarios), que conmemoraban la alianza de lucha de UGT y CNT durante la Revolución de Asturias de 1934 y que recibían a los mineros que ya llegaban con sus cascos iluminados, dentro de un cordón sindical flanqueado por los combativos bomberos de Madrid. Estos fueron los primeros que los recibieron en la capital
Conviene recordar de los bomberos de Madrid que, cuando acamparon en defensa de sus recortados derechos el pasado verano ante El Prado, fueron ignorados por los medios de comunicación capitalistas y “alternativos”, infinitamente más complacientes e interesados en otros acampados, los agitamanitas de Sol, esos que consideraban la lucha de clases una antigualla y el trasversalismo interclasista y burgués el gran hallazgo de “lo nuevo”. ¡Qué gran paradoja para ellos tener que pronunciar ayer 100 veces la palabra obrero y clase obrera y callar su sucedáneo de “ciudadanos”!
Alguno de ellos, megáfono en mano –les encanta este instrumento más que a un tonto un lápiz, tanto que alguno de sus grupos se representa a sí mismo con una silueta femenina con el aparato (megáfono) en la mano- tenía que seguir la letra que muchos conocemos desde nuestra niñez, sin necesidad de ser mineros ni asturianos, -“Santa Bárbara Bendita”- para tratar de dirigirnos a quienes tenemos muy claro lo que somos, clase trabajadora, muchos años antes de que recién lo hayan descubierto ellos. Quizá sea sobre todo responsabilidad de muchos de sus mayores –yayoflautas o no- que no hicieron la transmisión intergeneracional de educarles en el orgullo y la conciencia de clase, bajo el argumento de la renuncia que se expresaba en el “yo no voy a adoctrinar a mis hijos como me hicieron los curas a mí” y que ponía en evidencia el abandono y traición a sus propias convicciones. Así de lights les han salido. O quizá sea que la conciencia que les transmitieron sea la de clase media.
Por mucho que ahora se disfracen de lo que nunca han sido estos modernos buscadores del remedio, para nuestros males, de la “democracia participativa”, sin principio activo socialista, sabemos muy bien que no tenemos nada que agradecerles; antes al contrario, son los mineros los Sísifos que han robado el fuego sagrado de la rebelión a los dioses para entregárselo a sus hermanos de clase.
Fue un momento especialmente emocionante cuando los mineros llegaron hasta donde estábamos. Miles de gargantas expresaban su cariño a quienes habían tenido la entereza y el sentido de la lucha, caminando 400 kilómetros para, defendiendo sus derechos, señalarnos con su ejemplo el camino del combate al resto de los trabajadores, no sólo madrileños sino de todo el Estado español. Se respiraba el ambiente cargado de sentimientos, las bocas expresando su admiración hacia quienes completaban una parte de la etapa pero no su camino, porque el de la clase trabajadora nunca termina y la emancipación colectiva es parte de un ejercicio que no se gana de una vez para siempre sino que ha de ser defendido de forma permanente.
Junto a los mineros, mineras. Muy cerca de ellos sus mujeres, madres, hijas y hermanas, sin las cuales su lucha hubiera sido imposible porque les hubiera faltado el aliento y la energía suficientes no ya para continuar su larga lucha sino siquiera para iniciarla. Combativas como ellos mismos, han sufrido la represión y se han enfrentado a las fuerzas represivas con tanta entereza como sus hombres. En sus pechos late la misma profunda convicción de la justeza de una furia cuya razón de ser nace de la misma profundidad de la tierra.
Los flashes iluminaban los brillantes ojos de muchos rostros de hombres y mujeres, en alguno de los cuales vi el atisbo de una lágrima, seguramente por tanta intensidad contenida en 20 días de espera desde que aquellos hombres y mujeres abandonaron a sus tierras y familias para visitarnos y traernos el mensaje de su fecunda rabia.
A ratos acompañándoles desde fuera del cordón sindical, a ratos superándoles en su marcha, mucho más lenta por la dureza de tantos días sobre el asfalto seguimos caminando y perdiéndonos el grupo de amigos y camaradas en la masa compacta de hombres y mujeres de todas las edades, en un estado de exaltación ante la fuerza tranquila de una multitud que se sabía clase y sentía el orgullo de pertenencia, gracias a quienes nos habían contaminado de nuevo de un sentimiento, para muchos, largo tiempo aletargado.
El relato, la subjetividad que se conforman en un colectivo que se reconoce como clase, que rechaza el destino que quieren imponerle sus enemigos, que comienza a adquirir confianza en su fuerza potencial y que, en sus consignas y en las miles de microconversaciones que se producen en los pequeños grupos que forman la masa, expresa el atisbo de un discurso alternativo al desorden que sobre sus vidas imponen las clases que rigen sus destinos.
Ese latir, esa vivencia que se hace identidad colectiva, son muy distintos que el de la multitud amorfa de “ciudadanos”, cruzada de todas las contradicciones sociales de clase y cuyo resultado se agota en mantener intacto el orden del capital, aunque ligeramente “embellecido” por la blandengue quimera de conciliación de intereses opuestos para justificar el embuste de un 99% que no puede ser porque en ese porcentaje hay quienes jamás estarán a favor de la derribar el capitalismo porque identifican con él la miseria moral de sus sueños pequeñoburgueses.
Quizá por todo ello hacía mucho tiempo que no veía tantas banderas rojas con sus hoces y martillos agitándose al viento, tantas banderas comunistas que son de todos los que no nos limitamos a la única disciplina de un solo partido comunista porque en casi todos ellos reconocemos una parte de nuestra propia herencia ideológica.
En esta manifestación, los reaccionarios del “inclusivismo”, los interclasistas trasversales ni de derechas ni de izquierdas han tenido que tragarse sus sapos del “no a las banderas” que imponían en el pasado y ponerse a la cola. De ahí, quizás el camuflaje de enrojecerse por fuera para seguir intentando colarnos de matute sus mercancías averiadas. Esto para los del 15M, recién convertidos, oportunistas que pretenderán darnos lecciones de lucha de clases que hasta ayer negaban a quienes les combatimos por su reaccionario discurso pretendidamente superador de las contradicciones que genera el capitalismo, y que son mucho más que tomar al banquero por el todo capitalista, que rechazaban a quienes sí teníamos un discurso ideológico y político, que despreciaron como caduco, cuando “lo nuevo” de lo que alardean es mucho más viejo que cualquier otro pensamiento al que niegan.
De forma tímida, escuché a varios rastafaris “indignados” el intento de lanzar la consigna de que los mineros debían acampar en Sol, a lo que les pregunté si para hacer batucadas o para participar en posición de flor de loto en uno de esos happenings que organizaban sus Comisiones de Espiritualidad. Nada dijeron, ignoro si por falta de agilidad mental o ante la evidencia de ausencia de quórum de sus propuestas.
Lo de acampar no es otra cosa que el intento de algunas sectas políticas que llevan varios días lanzando con poco éxito sus consignas de, por un lado, desmovilizar la lucha minera y, de paso, la antorcha que está recogiendo el resto de los trabajadores y, por el otro, de enlazar las acciones de la minería que, han levantado la lucha social, con ese engendro de convocatoria para el 21 de Julio, un culebrón veraniego más al que nos tiene acostumbrado el entorno “indignado”. Como en el kárate, utilizar la fuerza del enemigo en beneficio propio y contra él mismo. Malas noticias para ellos. Los sindicatos de los mineros ya han dejado claro que no acamparán en Sol.
Los mineros no necesitan música mística, ni sectas Zeitgeist, ni Comisiones de Espiritualidad que se abracen con los chicos de las JMJ Papales, ni talleres de reflexoterapia o papiroflexia, ni huertos urbanos, ni adoptar la posición del loto en actitud meditativa, ni fascistas que se declaren ni de derechas ni de izquierdas, ni chivatos, ni amigos de Punset, ni traidores pseudoizquierdistas que les hagan el trabajo sucio a los que quieren una revolución de colores del 99% que integre los intereses de clase de la burguesía.
Si algo necesitan los mineros es vencer pero el camino no es el de permanecer en las tiendas “quechua”, convertidos en parque temático, amodorrados por la canícula y viendo desfallecer sus fuerzas en un quietismo espiritualista a lo gandhiano. Eso es lo que quieren sus enemigos de clase (su derrota y la del resto de los trabajadores), aunque estos se disfracen de lagarterana ideológica.
Y para vencer tienen que moverse, como se han movido con sus lanzacohetes y a hostias con las fuerzas represivas –¡cómo callan cínicamente esto los espiritualistas del maestro Gandhi y su pacifismo destinado a desarmar a las víctimas!-, como se han movido estos 400 kms hasta Madrid.
Y para vencer y moverse necesitan que nos movamos el resto de los trabajadores. Los bomberos que los han recibido con cariño, los maestros y los profesionales de la sanidad, los del sector de la automoción y de la construcción, los del metal y los de la mensajería, los de la banca y los de telemarketing,...todos,... los precarios y los que aún mantienen sus puestos de trabajo, los parados y los de contrato temporal, los pensionistas y los que aún no comenzaron a trabajar, los estudiantes –que algún día serán trabajadores o parados-, los becarios y los que dejaron de estudiar,...todos.
Y todos los trabajadores necesitamos imponer a las direcciones reformistas, claudicantes y desmovilizadoras de CCOO y UGT y a los alternativos que cacarean “huelga general” como el gallo de Morón pero sin más acción que la verbal, salvo excepciones, una nueva dinámica de luchas para generar un proceso sostenido de movilizaciones; un proceso movilizador que confluya en una nueva huelga general, a la que le suceda un tsunami de protestas convergentes y coordinadas, con un claro posicionamiento de clase, y no ciudadanista, ni tranversal ni interclasista. El objetivo no puede ser otro que el derrocamiento de este gobierno y la preparación de un nuevo proyecto sindical y político de las izquierdas, capaz de coordinarse con el resto de trabajadores organizados europeos hacia la derrota de los programas de austeridad y recortes sociales en el Viejo Continente.
Los mineros tienen que vencer sí, pero su victoria no se puede desligar de la necesaria lucha y victoria del resto de los trabajadores españoles y europeos, ni ser condenada a tostarse al sol, viendo languidecer su fuerza, porque en ésta en que estamos, o se salva el conjunto de nuestra clase, derribando al capital y levantando un programa revolucionario y socialista, o nos hundimos todos.
No las tengo todas conmigo respecto a la próxima manifestación de hoy día 11 de Julio a la que acudiré dentro de unas horas. Y no las tengo todas conmigo, como no las tenemos miles de trabajadores y militantes de izquierdas, porque conozco bien la práctica sindical de CCOO y UGT que nuestra clase lleva tantos años padeciendo.
Como dice mi amigo Benjamín Balboa, “sólo la traición puede impedir la victoria” (http://dedona.wordpress.com/2012/07/10/huelga-minera-y-tracion-la-gran-baza-del-gobierno-benjamin-balboa/)
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11 de julio de 2012
12 de junio de 2012
DEL RESCATE DEL REINO DE ESPAÑA COMO PRETEXTO
Por Marat
1.-¿Hacemos un dibujito para enterarnos de qué va la cosa?
Finalmente, tras un año al menos anunciándose, se ha producido el rescate de España. Sí, digo bien, del rescate de España, no de los bancos españoles, como pretende hacernos creer el Gobierno Rajoy.
El ex Presidente Zapatero reconocía en el verano del 2011 que había visto el borde del abismo en forma de rescate.
“Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada” decía Nietzsche.
Quizá el predecesor de Rajoy y éste mismo pensaran en la frase del filósofo alemán y tal vez vieran en la señora Merkel a la esquiva “venus de las pieles” que, con su cruel dominación, sentenciaba los destinos de ellos mismos, de sus gobiernos y del país que creían gobernar. Muchos años antes de que ésta se convirtiese en Canciller, Maastrich se había convertido en el contrato de sumisión de los países de la UE a lo que luego sería la bota económica alemana.
Por mucho que Luis de Grandes diga que el rescate, al que evita llamar rescate, es un “apoyo financiero” o que Rajoy afirme que dicho rescate “es una línea de crédito –lo que, en condiciones normales de la economía pide un empresario para tener liquidez- sin condiciones macroeconómicas”, y sólo aplicables a la banca, lo cierto es que fue el Estado español el que pidió ese rescate, por lo que será su aval, y que la Troika ha exigido la continuación de las reformas estructurales (dolor para los trabajadores).
Vaya, que casi estamos de suerte. No nos van a computar la deuda de 100.000 millones, sólo los intereses, y tenemos la inmensa dicha de que haya venido Papa Noel, aún en primavera, a traernos su delicado presente.
Resulta difícil imaginarse que la patada de una bota Martins (empleada por los nazis y por el Papa), con refuerzo de acero en la puntera, en los huevos, pueda ser un delicioso y sutil placer. Casi estoy por comprobarlo...un día de estos.
Mientras tanto Christine Lagarde (FMI) afirma que a Europa le quedan 3 meses para evitar la caída del euro, los capos europeos imaginan ya una Grecia fuera de la moneda única, los ataques especulativos de las sociedades de riesgo de la deuda sitúan la española, de nuevo, por encima de los 500 puntos básicos e Italia es ya la nueva pieza a abatir en el edificio en demolición europeo. El corralito para Grecia y el resto de Europa está a la vista.
Ninguna medicina capitalista –ni la liberal, ni la keynesiana- pueden salvar al centro del capitalismo de su viaje hacia la locura. Ya no hay BRICS que puedan salvarle comprando la deuda europea porque Brasil, Rusia, India, China viven ya sus propios, aunque de momento, suaves, espasmos.
Lo que está cayendo en el abatimiento en sucesión de las fichas de dominó europeas -primero las pequeñas, luego las medianas, más tarde serán las grandes- no son las economías nacionales sino el modelo de capitalismo diseñado en Bretton- Woods para el Viejo Continente y los países centrales de este sistema de dominación económica.
Bretton-Woods representaba la consolidación keynesiana de los Estados Corporativos del Bienestar, del compromiso social entre explotadores y explotados, entre capitalistas y trabajadores, entre una izquierda que hacía muchos años que había agotado su capacidad de impulsar revoluciones en Europa, como anunció Lenin pocos años antes de su muerte, y un capitalismo de masas que necesitaba de la paz social para su expansión mundial hacia las neocolonias del sur y un incremento de sus tasas de ganancia que permitiese su reproducción permanente.
Vana ilusión. Los espasmos de las crisis capitalistas de mediados de los 70 del pasado siglo, de 1987 de finales de los 90 y de los inicios del nuevo milenio en diversas áreas del mundo capitalista (países del centro, mundial, asiática, de América Latina, con el corralito argentino tan fantasmático, por cercano y real hoy, para España) y la mundial iniciada en el otoño de 2007, ponen en evidencia dos absolutas certezas anunciadas: la primera por Marx y, más tardíamente por Rosa Luxemburg, de que el capitalismo sólo podía recuperar sus tasas de beneficio tras los estertores de sus crisis anteriores y, la segunda, que, como anunciaba Engels en una nota anexa al libro III de El Capital, casi siglo y medio antes de nuestros días, “se ha operado un viraje desde la última gran crisis general (1867). La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que se venía observando hasta entonces parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión...".
El pensador y revolucionario alemán se burla hoy también desde la tumba de las predicciones del ruso Kondrátiev sobre los ciclos económicos largos de crecimiento, seguidos de otros de contracción, continuados por expansión y así de modo sucesivo “ad infinitum”.
2.- Se acabó la fiesta hace mucho y aún no hay modo de echar a los últimos borrachos:
La realidad es que desde hace casi 40 años las ondas de los períodos de crisis capitalistas se reproducen de manera casi continuada, con breves períodos de recuperación que no alcanzan a recuperar las tasas de beneficio de períodos anteriores.
Este hecho es el que explica la necesidad del capital mundial de alternar diversas recetas que, lejos de permitirle salidas exitosas hacia su reproducción, ahondan aún más sus crisis:
1.-decrecimiento continuado de los salarios reales desde hace al menos 20 años
2,.descentralización productiva, acelerada por la tecnología informática y la robotización
3.-reducción de las formas de salario indirecto
4.-recortes a los Estados del Bienestar desde finales de los años 70 del pasado siglo hasta su desmonte actual
5.-precarización de las formas de contratación y las condiciones de trabajo
6.-deslocalización de partes de la producción o de ella entera hacia países del tercer mundo o emergentes, con salarios, derechos laborales y condiciones de trabajo más ventajosos para las grandes corporaciones multinacionales capitalistas
7.-sobreproducción capitalista por encima de las necesidades reales de la demanda y de la capacidad adquisitiva –menguante- de crecientes capas de la población laboral.
3.-¿Sobraban botellas, faltaban bebedores o es que alguien pinchó los globos?:
La cuestión de la sobreproducción capitalista es un asunto central porque del modo en que se determine la naturaleza y origen de la crisis capitalista actual dependen en buena medida lo acertado o desacertado de las luchas sociales contra las consecuencias de la crisis sobre las clases populares y respecto a qué segmentos de esas clases debiera corresponder el protagonismo de dichas luchas.
La tesis que socialmente se ha impuesto, entre otras cosas porque a los voceros del capital les interesa como forma de dirigir las protestas sociales en una dirección que no cuestione globalmente al capitalismo, es la de que estamos ante una crisis financiera del capitalismo; esto es, que la crisis del capitalismo es financiera y no de otra índole.
Examinemos por un momento qué implicaciones sociales y políticas tiene dicha tesis.
El capital financiero es, por su naturaleza, aquél que se destina a actividades especulativas de tipo inversor y de economía no productiva.
La característica del capital financiero fue, en los períodos iniciales del capitalismo, la de servir en primer lugar a las necesidades de inversión productiva e industrial, como consecuencia de las crecientes demandas de inversión en capital material y para el crecimiento y la expansión de la actividad fabril.
Esta realidad siempre ha sido compatible –incluso antes del modo de dominación capitalista- con los negocios puramente especulativos en los que la realización del beneficio era ajena al mundo de la producción.
Pero más allá de los productos financieros cuya realización del beneficio está aparentemente –pero sólo aparentemente- desconectada de lo que los teóricos de las escuelas dominantes llaman economía real y cuyo objetivo es captar capital para asegurar la liquidez y solvencia del propio sistema financiero, la gran mayoría de las inversiones especulativas tienen un respaldo en la producción material (mercados emergentes, mercados de futuro, mercados de commodities,...)
Incluso la oficialidad de los creadores de información/ opinión han considerado el origen de la última gran crisis capitalista–hipotecas subprime- en la necesidad del sistema económico de facilitar la adquisición de viviendas (producción) por parte de amplios sectores de la población USA con escasa solvencia.
Llegado un momento en que el se impusieron el paro y la imposibilidad de hacer frente a los pagos de los hipotecas, el castillo de naipes empezó a venirse abajo.
Aún si se admitiera que en el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria fue decisivo el inadecuado cálculo del riesgo de impagos, lo cierto es que ello no dejaría de señalar al hecho de una sobreproducción en el sector de la construcción, sostenido artificialmente mediante el crédito.
Pero éste no es un fenómeno aislado. La producción y venta de vehículos, de las tecnologías de la comunicación y la información, del turismo,... del consumo habitual, han sido mantenidos desde finales de los 70 a través del crédito, bien fuera en forma de préstamos personales o de las familiares (ya no tanto) tarjetas de crédito.
Sin ellos no hubiera sido posible mantener las altas tasas de producción porque lo cierto es que los salarios reales llevan más de 20 años descendiendo en el mundo capitalista avanzado, lo mismo que la capacidad adquisitiva de dichos salarios.
Pero volvamos a los escenarios de protesta social a los que nos llevan las interpretaciones de la crisis sistémica actual del capitalismo desde una (financiera) u otra (de sobreproducción) causas de su origen.
Si la crisis capitalista tuviese un origen financiero, el tipo de protestas coherentes a las consecuencias de la misma serían aquellas que integrasen al conjunto de los clientes del sistema financiero, no sólo el bancario (AUSBANC, ADICAE), sino de los clientes de las bolsas, las sociedades de inversión y riesgo, etc . Y de un modo consecuente, y a la vez complementario, con lo anterior de unas formas de lucha en las que la cuestión del consumo fuera un elemento central en el que se dirimieran las batallas sociales (huelgas de consumo, consumo responsable, asociaciones de consumidores,...), puesto que aquél fue inducido y sostenido desde al menos el final de la II GM mediante su financiación.
Estaríamos ante un tipo de movilizaciones sociales en las que el consumidor-cliente del sistema financiero es la inmensa mayoría de la población (99%), sin distinción de clases (interclasista), en la que las definiciones ideológicas derecha-izquierda serían rechazadas por cuanto “todos somos víctimas de los bancos, de sus crisis y de su rechazo a seguir financiando el consumo”.
A nadie debiera escapársele las implicaciones que ello tiene respecto al sistema económico vigente y a las relaciones entre las clases sociales: existiría un capitalismo malo (el financiero) y otro bueno (el productivo), “víctima” incluso de la ruina que le estarían causando los bancos”. Cabe entonces incluir al capital productivo en el mítico 99% y, cómo no, la conciliación de clases como un objetivo deseable, pero no declarado, para formar un bloque unido que derrotase al capitalismo malo, ese mítico 1%.
De ahí que el sujeto de ese movimiento social contra el “avaricioso” capitalismo malo fuese el “ciudadano”, correlato político del consumidor-cliente del sistema financiero, y no el trabajador o explotado en el sistema clásico de antagonismo de intereses dentro del capitalismo.
Sólo desde este esquema que escinde falsamente el capitalismo en uno malo y en otro bueno, o no tan cuestionable, se entiende el apoyo de los grandes medios de comunicación a las movilizaciones centrales de los movimientos indignados.
Puesto que la rabia social existe es mejor para el propio sistema capitalista proyectarla en una dirección que no vaya directamente contra sí mismo sino sólo contra aquella parte “malvada” (avaricioso, ladrón, las consabidas expresiones del pan y el chorizo,...) que parece serlo más por una determinada pauta “perversa” de comportamiento de los capitalistas (concretos) financieros antes que por la naturaleza y estructura del propio capitalismo que necesita de la explotación en las relaciones sociales de producción, de la acumulación, la apropiación privada de lo social y el creciente empobrecimiento de amplias capas de la población para la sobreacumulación de capital, aunque ello, finalmente, le conduzca a la repetición de sus crisis.
Pero no existen varios capitalismos sino un único sistema mundializado en el que capital productivo y capital financiero, incluso el ficticio o imaginario de la arquitectura financiera, son partes integradas entre sí.
No es posible el funcionamiento del capital productivo sin su sistema de refrigeración o, si lo prefieren, sin su sistema de circulación sanguínea, que es el capital financiero. La financiarización de la economía es una consecuencia inevitable de la creciente necesidad financiar la actividad productiva de unas empresas que disponen de un flujo de liquidez limitado, por un lado, y de valorización del capital industrial y de los servicios en busca de una sobreacumulación.
El capital financiero es sólo una enorme “pompa de jabón”, como diría Marx de las burbujas financieras, que sólo se sustenta a partir de un grado de sobreproducción (como mínimo mediante nuevos sistemas y medios de producción) que busca la reproducción ampliada del capital.
La realidad es que no existe un punto en el que sea posible establecer el corte segmentador entre capitalismo financiero y capitalismo productivo porque uno y otro están inextricablemente entrelazados en forma de corporaciones, truts, grandes inversores, gigantescas marcas “umbrellas” multinegocios, ...en las que se participa a la vez en forma de capital financiero y de capital productivo.
La separación dentro del capitalismo mundializado entre unos y otros no es más que una ficción útil para entender la función de cada uno de esos tipos de capital, modelos ideales para explicar la realidad que no constituyen la realidad misma.
4.-Parece que su empresario le arrea con ganas, camarada:
La crisis capitalista iniciada en 2007 ha supuesto la más brutal transferencia de las rentas del trabajo a las del capital por vías tanto impositivas sobre la renta (a cuya progresividad escapan las rentas altas por diversos caminos tanto legales como ilegales), como de reducciones de los salarios, la pérdida de derechos históricos de los trabajadores, el abaratamiento de los despidos, la reforma brutal de las relaciones labores y de contratación, una mayor precarización de los empleos, la tendencia según países al recorte de las prestaciones de desempleo, la desaparición de las formas de salario indirecto,...
El capital necesita recuperar una parte de la caída de su tasa de ganancia provocada por la crisis mundial a través de la reducción de los salarios, el abaratamiento de los despidos y la distribución de la renta nacional, concentrando cada vez más partes de la misma en menos manos. Aunque ello conduzca a la agudización de la crisis capitalista, por la reducción de la capacidad de los trabajadores de acceder al mercado de consumo, es el medio más directo del que disponen los capitalistas para tratar de contrarrestar dicha caída de la tasa de beneficios.
Es obvio que ese modo de actuar del capital tiene un evidente carácter de clase. Como también lo es que expresa una agudización de la lucha de clases, al menos desde la posición de los capitalistas.
Pero que el proceso social, económico y político tenga un carácter de clase no quiere decir que, automáticamente, se exprese como un conflicto organizado desde los trabajadores contra el capital.
Ninguna clase social es revolucionaria por naturaleza. Son los procesos históricos los que les hacen o no tomar una dirección ascendente.
Por mucho que la clase trabajadora contenga dentro de sí las contradicciones fundamentales del capitalismo, éstas no poseen la potencialidad de expresarse políticamente más que en momentos históricos de graves crisis capitalistas, con el empobrecimiento de amplias capas de dicha clase y siempre que exista una dirección revolucionaria capaz de hacer madurar su conciencia como clase para sí y de dirigir la estrategia de las luchas.
Éste no es, desgraciadamente para la clase trabajadora, ese momento histórico. No digo que no pueda llegar a serlo pues los factores objetivos –la agudización de las contradicciones del capitalismo- están madurando aceleradamente, bien que aún no hayan llegado a su cenit, pero son los subjetivos, los que afectan a la conciencia de la necesidad de destruir el capitalismo y los de organización y dirección revolucionaria de la lucha los que aún están por aparecer.
La relación entre clase trabajadora y organizaciones de los trabajadores, sean éstas sindicales o políticas, es dialéctica. Una y otra interactúan entre sí. Una y otra son, a la vez, causa y reflejo.
Las organizaciones sindicales y las de las izquierdas políticas (salvo honrosas y más que contadas excepciones) están hoy dominadas por el derrotismo, el entreguismo, el guerracivilismo entre sus distintas corrientes, el marasmo y la descomposición política e ideológica, la ausencia de proyecto transformador (la mayor parte de ellas no aspiran al socialismo) y la carencia de visión y comprensión del significado real de esta crisis. La mayoría de ellas, tanto moderadas como “radicales” (pseudoizquierdistas) aún esperan inútilmente ver llegar al Séptimo de Caballería en forma de los discípulos de Keynes. Confunden el keynesianismo con la socialdemocracia cuando esta corriente de pensamiento nunca fue socialdemócrata sino la tabla contracíclica de salvación que el capitalismo se dio a sí mismo en el pasado y la socialdemocracia, en su claudicante y burguesa versión del socialismo (el de Kautsky y Bernstein) pretendían un gradualismo que cambiase cualitativamente la realidad social. Aproximarse a un socialismo, en el que en realidad no creían, a través de la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y de un poder social creciente de los mismos. La historia vino a demostrar que esta ilusión era vana pero los presupuestos de una y otra corrientes de pensamiento y sus propios objetivos no eran los mismos. Si finalmente se produjo la convergencia entre keynesianismo y socialdemocracia es porque ésta última dejó de ser socialdemócrata. Cuando apunto este hecho no es con la intención de salvar a una socialdemocracia asesinada por sí misma sino de señalar la trampa keynesiana, que sólo sirve para paralizar, esperando a Godot, la puesta en pie de otras esperanzas realmente revolucionarias que, por supuesto, no pasan por ninguna reedición de las versiones más progresistas de ninguna versión de la socialdemocracia.
La clase trabajadora en los países centrales del capitalismo acabó aceptando el capitalismo, no sin derrotas sangrientas de sus batallas, no sin grandes combates incluso reformistas, cuando encontró el sucedáneo de democracia social y económica a través del consumo y de cotas de bienestar que anteriores generaciones no habían conocido. Hay muchas otras razones de ello que no veo necesario explicar aquí pero tiendo a desterrar la de la traición si veo que puedo caer en el conformismo ak buscar la comprensión de los hechos.
Lo cierto es que la relación sindicato/partido –clase trabajadora produjo influencias mutuas en las que los primeros modelaron el deseo de transformación social de la segunda y ésta modeló los límites disidentes de los primeros hasta integrar en el capitalismo las luchas de unos y otra.
5.-Disculpen el breve inciso, enseguida vuelvo:
No se entiende de otro modo que la clase haya sido sustituida por el ciudadano, que la rabia revolucionaria haya sido suplantada por una “indignación” chata, interclasista y de dirección ideológica pequeñoburguesa. El movimiento de los indignados, con su expresión 15Mayista es el síntoma de la inexistencia de la voluntad revolucionaria de las izquierdas y la ausencia de una clase trabajadora del centro del escenario, que tampoco se siente representada por esos “indignados”, aunque ellos intenten apropiarse incluso de expresiones de la protesta que no son suyas ni les pertenecen, con el único fin de entregársela domesticada en forma de flashmob de sevillanas indignadas en alguna sucursal bancaria.
En este sentido es sintomático que “las izquierdas” indignadas llamen izquierda y socialdemocracia a un movimiento y a sus propuestas que, en su versión más “izquierdista y radical” es puro keynesianismo. Alguien debiera decirles que Keynes era un liberal, profundamente antilaborista y no digamos antibolchevique. Hacen verdad aquél viejo aserto de “cuanto más “izquierdistas” (en el sentido crítico que Lenin les aplica), más reformistas”. Sólo que, en la practica, por lo que defienden, el reformismo les queda demasiado a la izquierda.
Es significativo que últimamente algunos de esos “izquierdistas” indignados recurran como al pope Georgi Gapón como antecedente histórico de que un movimiento de signo no revolucionario puede dar lugar, por proceso de decantamiento, a otro auténticamente revolucionario, tratando de ocultar que desde su génesis hasta su evolución actual el 15M fue y continúa siendo una válvula de escape a las tensiones sociales que no camina en ningún sentido anticapitalista, salvo que el capitalismo se agote en cuestiones como los bancos, Bankia y Rato. ¡Qué cosa tan llamativa la “indignación” con lo particular del sistema capitalista y no con sus carácter general! De las relaciones sociales de producción para qué hablar, no sea que Coca-Cola (anuncio de la Roja con la Eurocopa), Movistar –detalle el de Sanex con el spot de las miles de manos hacia arriba, tan blancas y “neutras”- y el complejo mediático del capital dejen de insuflarles vida.
Decir que la Revolución rusa de 1905 fue dirigida por el pope Gapón sólo puede nacer de la mala fe tergiversadora de la historia o de la más absoluta ignorancia, señor Manuel Navarrete.
Confundir el “domingo sangriento” con la revolución rusa de 1905 es tomar el rábano por las hojas o la parte por el todo, como confundir al Pope Gapón, agente provocador al servicio del Departamento de Policía y la Ojrana (represora de los movimientos revolucionarios anteriores, de ese año y posteriores), que aparentemente pretendía abolir la autocracia zarista pero salvaba la figura de Nicolás II (los manifestantes del domingo 22 de Enero de 1905 llevaban retratos religiosos y del zar, que era precisamente la piedra angular de todo el sistema autocrático ruso), con la revolución rusa de 1905 es faltar a la verdad por omisión, señor Navarrete.
Los efectos sobre la población de la guerra ruso-japonesa, el hambre en las aldeas y las ciudades, la represión de las luchas por las libertades políticas y sindicales, de las demandas de las minorías étnicas, entre otros, fueron los antecedentes auténticos de la revolución rusa de 1905 y en ella se movían fuerzas muy distintas, sin conformar ningún único movimiento, y con sus propias reivindicaciones, desde las expresadas por la “intelligentsia” rusa, hasta las planteadas por los bolcheviques, pasando por los liberales, los eseristas o los propios mencheviques, por citar algunas fuerzas presentes en el momento histórico ruso de 1905. No había amalgama alguna, ni bloque común de objetivos, ni ocultamiento de la identidad, las banderas o los objetivos de cada organización.
Respecto al resto de las caricias que el señor Manuel Navarrete y algún otro tonto a las 4 dedica a mis artículos anteriores sobre el 15M correré un tupido velo, ya que la bajeza argumental que emplea, el tono de descalificación y ataque personal y la tergiversación de un argumento que elude las fuentes directas, resulta un juego tan sucio que responder a él supone caer en una bajeza que un revolucionario debe rechazar.
Sólo un apunte más sobre la cuestión en respuesta a los voceros del 15M. Criticar y rechazar ese movimiento no supone quedarse en casa, negarse a participar en las luchas (como si no hubiera otras que las “indignadas”) o limitarse al purismo revolucionario “desde el ordenador”. ¿Acaso el 15M tiene un derecho de pernada que le permite someter a todas las posiciones políticas y a todas las expresiones de la protesta social bajo su tutela? Lo pretende pero no lo logrará porque su pretensión hace evidente aquello, tan falangista, de “no somos de derechas ni de izquierdas”. El mero hecho de desenmascarar lo que representa ese movimiento es ya, en sí mismo, “activismo” (esa palabra que tanto les gusta) revolucionario.
Por otro lado, ¿acaso el 15M tiene el derecho de imponer silencio y acatamiento a la disidencia de su “indignado” movimiento nacional y ciudadano, so pena del linchamiento político al que someten al disidente insumiso, ellos tan omnipotentes y mediáticamente tan omnipresentes? Me parece que no, salvo que se conciba la “democracia real” como una forma de tiranía o de fascismo.
6.-¿Ven cómo no les engañaba? Volvamos al momento de la clase trabajadora y de sus organizaciones:
La crisis capitalista actual representa la muerte del pacto social, la regresión de las condiciones de vida de los trabajadores a siglos pretéritos y la creciente polarización entre poseedores y desposeídos, entre explotadores y explotados, entre trabajo (aún como potencia cuando se plasma en la figura del parado) y capital.
Eso es algo que han comprendido bien la clase trabajadora griega y sus organizaciones sindicales de clase y partidos revolucionarios, básicamente los comunistas, ya que Syriza no tardará en decepcionar si alcanza el gobierno. Sus componentes ideológicos y su visión de cambios desde el gobierno hacen muy difícil (no digo imposible) que esto no suceda. Ojalá me equivoque.
La persistencia de las huelgas con contenido combativo y político, decisivo para enfocarlas con un objetivo útil que no se agote al día siguiente de su realización, y la comprensión de los comunistas griegos de la necesidad de derrocar el sistema capitalista desde el poder social de clase, y no desde el parlamento (válido sólo como caja de resonancia de la protesta) o el gobierno, acabarán por dar sus frutos, por mucho que el apoyo expresado en las urnas (test puntual de apoyo político pero no necesariamente social) pueda expresar vaivenes e impasses e incluso retrocesos en un momento dado. Si la línea política es correcta, en un proceso de agravamiento de la crisis capitalista, acabará por imponer su hegemonía entre los trabajadores y sus aliados de clase. Allí no cupieron los “indignados” griegos. El PAME y el KKE desenmascararon su naturaleza en la Plaza de Syntagma.
Lo comprendieron también en su día los trabajadores franceses y sus organizaciones sindicales, especialmente en cuanto a tenacidad en las huelgas y a dirección inteligente de las mismas. Pero se enfrentaban todavía a un momento menos agudo de la crisis capitalista en Francia y a un menor grado de rabia y desesperación de sus trabajadores. Por otro lado, sus izquierdas, desde el PSF (menos claudicante que el PSOE y concitador desde España de menos odios, como todo lo que corresponde a lo que queda más lejos) hasta la diversa oferta trotskista, pasando por el PCF y su Frente de Izquierdas, aunque más combativos que sus homólogos españoles, siguen pensando en institucional. Será amarga la experiencia de gobierno. Por cierto, en Francia, tampoco parece que la franquicia indignada haya obtenido mucho rédito. La gente sabe si es de derechas o de izquierdas, por caducas que sean las izquierdas actuales.
En España, las huelgas generales llegan sin solución de continuidad. A lo largo de la historia del sindicalismo en el período “democrático” hemos visto la alternancia de días aislados gloriosos con largos períodos de silencio sindical, colaboración de clases y entreguismo sindical a costa de los trabajadores, con el objetivo de la permanencia del sindicalismo dentro de los espacios de influencia corporativa del Estado y de las grandes empresas.
Nadie se engañe. Frente a ese sindicalismo burocrático de concertación y pacto social no nos hemos encontrado más que minorías sindicales alternativas vociferantes pero poco combativas en la práctica, salvo momentos puntuales y excepciones honorables, hoy en su práctica totalidad entregada a la causa ciudadanista e interclasista de las plazas, de nuevo salvo honrosas salvedades.
Pero lo que durante los años 90 del pasado siglo fue la excepción española, con tasas de crecimiento casi asiáticas, siempre compatibles con otras cotas altas de paro y de desregulación del mercado de trabajo poco europeas, se ha convertido en “el invierno de nuestra desventura” como nación y en las horcas caudinas sobre los trabajadores.
Ningún cambio en la correlación histórica de la lucha de clases sucede de un modo rápido e inmediato, salvo que la acumulación de fuerzas haya vivido en el silencio de una actividad clandestina y esto no es así en el caso español.
Las respuestas de funcionarios (con enseñantes y trabajadores del Sistema Nacional de Salud a la cabeza), de trabajadores sometidos a EREs, de empleados de multinacionales y, en las últimas semanas de los heroicos mineros, son luchas todavía parciales y descoordinadas, sin una dirección estratégica general y con prácticas locales sindicales correctas pero carentes de una práctica estatal combativa y decente.
Más allá de lo que las burocracias sindicales representan como freno a las luchas, debemos ser conscientes de las limitaciones de sus bases sociales, a las que la angustia, el fatalismo y el miedo a la protesta frena su justa ira. Ello tiene una evidente expresión en la desorientación del movimiento sindical en su conjunto, oficial y alternativo, respecto al qué hacer en el presente.
De la izquierda política no cabe esperar nada mejor. Todo lo contrario. Su fuerza de base es aún menor, toda vez que nunca constituyó en el Estado español una fuerza organizada poderosa. Hoy, contando tanto las izquierdas de obediencia estatal a la izquierda del PSOE como las de ámbito identitario- nacionalista, es muy posible que no superen los 45.000 militantes; muchos de ellos viejos.
Ante este “estado del arte” uno tiene la tentación de desear la desaparición definitiva de dichas izquierdas, otra vez salvo honrosas excepciones. Pero, no nos engañemos, en ellas militan fuerzan sanas, revolucionarios auténticos y cuadros valiosos, que no están buscando, como Diógenes con un quinqué encendido a plena luz del día, qué hay del valioso en el mundo “indignado” sino que batallan por la construcción de un polo revolucionario y de la construcción de un proyecto comunista.
Poco decir que no haya dicho ya anteriormente en relación a la necesidad de reconstrucción de las izquierdas y específicamente del partido de los comunistas (2). Dicen que los tiempos de baja intensidad en las luchas son muy dados al pensamiento político y que los de combate son poco dados a la reflexión política. En todo caso, lo que yo pueda aportar sobre la orientación y la organización de la emancipación de los trabajadores no está exento de las limitaciones intelectuales que nos aquejan a los comunistas y a la izquierda revolucionaria. Ningún ser humano es una isla.
Pero si algo necesitan hoy la clase trabajadora y sus amigos es épica, ese tipo de esperanza heroica que atrapa nuestros corazones y nos lleva a emocionarnos con la justicia buscada por los Prometeos que anhelan en la igualdad la esperanza de un mañana sin opresión del hombre por el hombre.
Esa épica la representan, en este preciso instante, como en tantas ocasiones del pasado, los mineros, no sólo los asturianos o leoneses, sino también los andaluces, o los aragoneses, por citar sólo algunos ejemplos.
Es cierto, nadie lo niega, que las luchas de los mineros hoy representan, como ayer, la combatividad de un segmento de los trabajadores que se niega a desaparecer, como en los años 80 lo fueron los trabajadores de las grandes industrias del metal o de la naval, con aquella combatividad que nos llevo a muchos hijos de la clase obrera (distingo entre clase obrera y clase trabajadora. No soy el imbécil que mis enemigos de clase pretenden presentar) a expresar el orgullo de nuestra clase de pertenencia.
Caerán como cayeron los trabajadores de determinados sindicatos de las Trade Unions británicas ante el ataque liberal de la señora Tatcher pero lo harán con el mismo sentido del respeto a sí mismos y “ayudados” en su agonía por la indecencia de un movimiento “indignado” que cuando toca defender el empleo habla de Medio Ambiente y empresas contaminantes.
Pero en esa caída hacia un olvido que no se producirá, porque son parte de la vieja memoria de nuestra clase, habrán combate, el pálpito de la sangre transmitida de padres a hijos, la vieja cultura de la resistencia obrera, las múltiples y creativas formas de lucha (asambleas de trabajadores que no niegan a su clase sino que la afirman, cortes de carreteras, barrenazos contra “la madera” innoble, lanzamiento de cohetes, barricadas que cierran la calle pero abren el camino, solidaridades de madres, hijos, esposas, familias, pueblos, vecinos,...gentes que, como en el pasado volverán a echar maíz al paso de los esquiroles,...).
Los silicóticos, los hoy mal pagados, con salarios de la muerte de apenas 1.100 euros mensuales, los prejubilados ante la falta de horizontes de la mina y de sus cuencas, antes de tomarse el culín, volverán a gritarnos a la cara de nuestras cobardías y miedos el viejo caudal pulmonar del “Puxa Asturies, borracha y dinamitera”.
Sólo los malnacidos, los desinformados, los analfabetos políticos, aquellos sinsangre que jamás sintieron la empatía de su propia clase, el latir de los corazones valientes, la limpia belleza humana de los tiznados por el carbón que extraen a la tierra, a costa de sus vidas, el material de los milenios, pueden hoy ignorar el combate.
Como aquella muchacha de la agrupación socialista de Somorrostro que un día de 1918 escribió aquel artículo en “El Minero Vizcaíno” que le convirtió en Pasionaria para la historia y en una de los 100 militantes iniciales de aquel PCE, hoy la tarea, no de cualquier revolucionario, sino de cualquier ser humano con hambre y sed de justicia e igualdad, es estar al lado de los mineros, aquellos que mejor representan la rabia de nuestra clase y su voluntad de combate.
La semilla, que parece seca y arrugada, será mañana un nuevo fruto.
Y mañana, o dentro de unos días, que todo muda pero las ideas no son rápidas, más.
El combate que hoy nos abre el rescate del Estado español, sin eufemismos, no se resolverá con #15MpaRato sino con la voluntad de nuestra clase de construir sobre las ruinas del antiguo un mundo nuevo que será socialista o, por el contrario, otra variante más de la ley de la selva con algún listo de clase media resolviendo aquello del “qué hay de lo mío”
NOTAS:
(1) “La venus de las pieles”: Leopold von Sacher-Masoch. Una de las obras cumbres del inspirador de la tendencia masoquista.
(2) “POR UNAS IZQUIERDAS QUE NO NOS AVERGÜENCEN”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/12/por-unas-izquierdas-que-no-nos.html y “CONSTRUIR EL PRESENTE, DIBUJAR EL FUTURO”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/11/construir-el-presente-dibujar-el-futuro.html
1.-¿Hacemos un dibujito para enterarnos de qué va la cosa?
Finalmente, tras un año al menos anunciándose, se ha producido el rescate de España. Sí, digo bien, del rescate de España, no de los bancos españoles, como pretende hacernos creer el Gobierno Rajoy.
El ex Presidente Zapatero reconocía en el verano del 2011 que había visto el borde del abismo en forma de rescate.
“Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada” decía Nietzsche.
Quizá el predecesor de Rajoy y éste mismo pensaran en la frase del filósofo alemán y tal vez vieran en la señora Merkel a la esquiva “venus de las pieles” que, con su cruel dominación, sentenciaba los destinos de ellos mismos, de sus gobiernos y del país que creían gobernar. Muchos años antes de que ésta se convirtiese en Canciller, Maastrich se había convertido en el contrato de sumisión de los países de la UE a lo que luego sería la bota económica alemana.
Por mucho que Luis de Grandes diga que el rescate, al que evita llamar rescate, es un “apoyo financiero” o que Rajoy afirme que dicho rescate “es una línea de crédito –lo que, en condiciones normales de la economía pide un empresario para tener liquidez- sin condiciones macroeconómicas”, y sólo aplicables a la banca, lo cierto es que fue el Estado español el que pidió ese rescate, por lo que será su aval, y que la Troika ha exigido la continuación de las reformas estructurales (dolor para los trabajadores).
Vaya, que casi estamos de suerte. No nos van a computar la deuda de 100.000 millones, sólo los intereses, y tenemos la inmensa dicha de que haya venido Papa Noel, aún en primavera, a traernos su delicado presente.
Resulta difícil imaginarse que la patada de una bota Martins (empleada por los nazis y por el Papa), con refuerzo de acero en la puntera, en los huevos, pueda ser un delicioso y sutil placer. Casi estoy por comprobarlo...un día de estos.
Mientras tanto Christine Lagarde (FMI) afirma que a Europa le quedan 3 meses para evitar la caída del euro, los capos europeos imaginan ya una Grecia fuera de la moneda única, los ataques especulativos de las sociedades de riesgo de la deuda sitúan la española, de nuevo, por encima de los 500 puntos básicos e Italia es ya la nueva pieza a abatir en el edificio en demolición europeo. El corralito para Grecia y el resto de Europa está a la vista.
Ninguna medicina capitalista –ni la liberal, ni la keynesiana- pueden salvar al centro del capitalismo de su viaje hacia la locura. Ya no hay BRICS que puedan salvarle comprando la deuda europea porque Brasil, Rusia, India, China viven ya sus propios, aunque de momento, suaves, espasmos.
Lo que está cayendo en el abatimiento en sucesión de las fichas de dominó europeas -primero las pequeñas, luego las medianas, más tarde serán las grandes- no son las economías nacionales sino el modelo de capitalismo diseñado en Bretton- Woods para el Viejo Continente y los países centrales de este sistema de dominación económica.
Bretton-Woods representaba la consolidación keynesiana de los Estados Corporativos del Bienestar, del compromiso social entre explotadores y explotados, entre capitalistas y trabajadores, entre una izquierda que hacía muchos años que había agotado su capacidad de impulsar revoluciones en Europa, como anunció Lenin pocos años antes de su muerte, y un capitalismo de masas que necesitaba de la paz social para su expansión mundial hacia las neocolonias del sur y un incremento de sus tasas de ganancia que permitiese su reproducción permanente.
Vana ilusión. Los espasmos de las crisis capitalistas de mediados de los 70 del pasado siglo, de 1987 de finales de los 90 y de los inicios del nuevo milenio en diversas áreas del mundo capitalista (países del centro, mundial, asiática, de América Latina, con el corralito argentino tan fantasmático, por cercano y real hoy, para España) y la mundial iniciada en el otoño de 2007, ponen en evidencia dos absolutas certezas anunciadas: la primera por Marx y, más tardíamente por Rosa Luxemburg, de que el capitalismo sólo podía recuperar sus tasas de beneficio tras los estertores de sus crisis anteriores y, la segunda, que, como anunciaba Engels en una nota anexa al libro III de El Capital, casi siglo y medio antes de nuestros días, “se ha operado un viraje desde la última gran crisis general (1867). La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que se venía observando hasta entonces parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión...".
El pensador y revolucionario alemán se burla hoy también desde la tumba de las predicciones del ruso Kondrátiev sobre los ciclos económicos largos de crecimiento, seguidos de otros de contracción, continuados por expansión y así de modo sucesivo “ad infinitum”.
2.- Se acabó la fiesta hace mucho y aún no hay modo de echar a los últimos borrachos:
La realidad es que desde hace casi 40 años las ondas de los períodos de crisis capitalistas se reproducen de manera casi continuada, con breves períodos de recuperación que no alcanzan a recuperar las tasas de beneficio de períodos anteriores.
Este hecho es el que explica la necesidad del capital mundial de alternar diversas recetas que, lejos de permitirle salidas exitosas hacia su reproducción, ahondan aún más sus crisis:
1.-decrecimiento continuado de los salarios reales desde hace al menos 20 años
2,.descentralización productiva, acelerada por la tecnología informática y la robotización
3.-reducción de las formas de salario indirecto
4.-recortes a los Estados del Bienestar desde finales de los años 70 del pasado siglo hasta su desmonte actual
5.-precarización de las formas de contratación y las condiciones de trabajo
6.-deslocalización de partes de la producción o de ella entera hacia países del tercer mundo o emergentes, con salarios, derechos laborales y condiciones de trabajo más ventajosos para las grandes corporaciones multinacionales capitalistas
7.-sobreproducción capitalista por encima de las necesidades reales de la demanda y de la capacidad adquisitiva –menguante- de crecientes capas de la población laboral.
3.-¿Sobraban botellas, faltaban bebedores o es que alguien pinchó los globos?:
La cuestión de la sobreproducción capitalista es un asunto central porque del modo en que se determine la naturaleza y origen de la crisis capitalista actual dependen en buena medida lo acertado o desacertado de las luchas sociales contra las consecuencias de la crisis sobre las clases populares y respecto a qué segmentos de esas clases debiera corresponder el protagonismo de dichas luchas.
La tesis que socialmente se ha impuesto, entre otras cosas porque a los voceros del capital les interesa como forma de dirigir las protestas sociales en una dirección que no cuestione globalmente al capitalismo, es la de que estamos ante una crisis financiera del capitalismo; esto es, que la crisis del capitalismo es financiera y no de otra índole.
Examinemos por un momento qué implicaciones sociales y políticas tiene dicha tesis.
El capital financiero es, por su naturaleza, aquél que se destina a actividades especulativas de tipo inversor y de economía no productiva.
La característica del capital financiero fue, en los períodos iniciales del capitalismo, la de servir en primer lugar a las necesidades de inversión productiva e industrial, como consecuencia de las crecientes demandas de inversión en capital material y para el crecimiento y la expansión de la actividad fabril.
Esta realidad siempre ha sido compatible –incluso antes del modo de dominación capitalista- con los negocios puramente especulativos en los que la realización del beneficio era ajena al mundo de la producción.
Pero más allá de los productos financieros cuya realización del beneficio está aparentemente –pero sólo aparentemente- desconectada de lo que los teóricos de las escuelas dominantes llaman economía real y cuyo objetivo es captar capital para asegurar la liquidez y solvencia del propio sistema financiero, la gran mayoría de las inversiones especulativas tienen un respaldo en la producción material (mercados emergentes, mercados de futuro, mercados de commodities,...)
Incluso la oficialidad de los creadores de información/ opinión han considerado el origen de la última gran crisis capitalista–hipotecas subprime- en la necesidad del sistema económico de facilitar la adquisición de viviendas (producción) por parte de amplios sectores de la población USA con escasa solvencia.
Llegado un momento en que el se impusieron el paro y la imposibilidad de hacer frente a los pagos de los hipotecas, el castillo de naipes empezó a venirse abajo.
Aún si se admitiera que en el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria fue decisivo el inadecuado cálculo del riesgo de impagos, lo cierto es que ello no dejaría de señalar al hecho de una sobreproducción en el sector de la construcción, sostenido artificialmente mediante el crédito.
Pero éste no es un fenómeno aislado. La producción y venta de vehículos, de las tecnologías de la comunicación y la información, del turismo,... del consumo habitual, han sido mantenidos desde finales de los 70 a través del crédito, bien fuera en forma de préstamos personales o de las familiares (ya no tanto) tarjetas de crédito.
Sin ellos no hubiera sido posible mantener las altas tasas de producción porque lo cierto es que los salarios reales llevan más de 20 años descendiendo en el mundo capitalista avanzado, lo mismo que la capacidad adquisitiva de dichos salarios.
Pero volvamos a los escenarios de protesta social a los que nos llevan las interpretaciones de la crisis sistémica actual del capitalismo desde una (financiera) u otra (de sobreproducción) causas de su origen.
Si la crisis capitalista tuviese un origen financiero, el tipo de protestas coherentes a las consecuencias de la misma serían aquellas que integrasen al conjunto de los clientes del sistema financiero, no sólo el bancario (AUSBANC, ADICAE), sino de los clientes de las bolsas, las sociedades de inversión y riesgo, etc . Y de un modo consecuente, y a la vez complementario, con lo anterior de unas formas de lucha en las que la cuestión del consumo fuera un elemento central en el que se dirimieran las batallas sociales (huelgas de consumo, consumo responsable, asociaciones de consumidores,...), puesto que aquél fue inducido y sostenido desde al menos el final de la II GM mediante su financiación.
Estaríamos ante un tipo de movilizaciones sociales en las que el consumidor-cliente del sistema financiero es la inmensa mayoría de la población (99%), sin distinción de clases (interclasista), en la que las definiciones ideológicas derecha-izquierda serían rechazadas por cuanto “todos somos víctimas de los bancos, de sus crisis y de su rechazo a seguir financiando el consumo”.
A nadie debiera escapársele las implicaciones que ello tiene respecto al sistema económico vigente y a las relaciones entre las clases sociales: existiría un capitalismo malo (el financiero) y otro bueno (el productivo), “víctima” incluso de la ruina que le estarían causando los bancos”. Cabe entonces incluir al capital productivo en el mítico 99% y, cómo no, la conciliación de clases como un objetivo deseable, pero no declarado, para formar un bloque unido que derrotase al capitalismo malo, ese mítico 1%.
De ahí que el sujeto de ese movimiento social contra el “avaricioso” capitalismo malo fuese el “ciudadano”, correlato político del consumidor-cliente del sistema financiero, y no el trabajador o explotado en el sistema clásico de antagonismo de intereses dentro del capitalismo.
Sólo desde este esquema que escinde falsamente el capitalismo en uno malo y en otro bueno, o no tan cuestionable, se entiende el apoyo de los grandes medios de comunicación a las movilizaciones centrales de los movimientos indignados.
Puesto que la rabia social existe es mejor para el propio sistema capitalista proyectarla en una dirección que no vaya directamente contra sí mismo sino sólo contra aquella parte “malvada” (avaricioso, ladrón, las consabidas expresiones del pan y el chorizo,...) que parece serlo más por una determinada pauta “perversa” de comportamiento de los capitalistas (concretos) financieros antes que por la naturaleza y estructura del propio capitalismo que necesita de la explotación en las relaciones sociales de producción, de la acumulación, la apropiación privada de lo social y el creciente empobrecimiento de amplias capas de la población para la sobreacumulación de capital, aunque ello, finalmente, le conduzca a la repetición de sus crisis.
Pero no existen varios capitalismos sino un único sistema mundializado en el que capital productivo y capital financiero, incluso el ficticio o imaginario de la arquitectura financiera, son partes integradas entre sí.
No es posible el funcionamiento del capital productivo sin su sistema de refrigeración o, si lo prefieren, sin su sistema de circulación sanguínea, que es el capital financiero. La financiarización de la economía es una consecuencia inevitable de la creciente necesidad financiar la actividad productiva de unas empresas que disponen de un flujo de liquidez limitado, por un lado, y de valorización del capital industrial y de los servicios en busca de una sobreacumulación.
El capital financiero es sólo una enorme “pompa de jabón”, como diría Marx de las burbujas financieras, que sólo se sustenta a partir de un grado de sobreproducción (como mínimo mediante nuevos sistemas y medios de producción) que busca la reproducción ampliada del capital.
La realidad es que no existe un punto en el que sea posible establecer el corte segmentador entre capitalismo financiero y capitalismo productivo porque uno y otro están inextricablemente entrelazados en forma de corporaciones, truts, grandes inversores, gigantescas marcas “umbrellas” multinegocios, ...en las que se participa a la vez en forma de capital financiero y de capital productivo.
La separación dentro del capitalismo mundializado entre unos y otros no es más que una ficción útil para entender la función de cada uno de esos tipos de capital, modelos ideales para explicar la realidad que no constituyen la realidad misma.
4.-Parece que su empresario le arrea con ganas, camarada:
La crisis capitalista iniciada en 2007 ha supuesto la más brutal transferencia de las rentas del trabajo a las del capital por vías tanto impositivas sobre la renta (a cuya progresividad escapan las rentas altas por diversos caminos tanto legales como ilegales), como de reducciones de los salarios, la pérdida de derechos históricos de los trabajadores, el abaratamiento de los despidos, la reforma brutal de las relaciones labores y de contratación, una mayor precarización de los empleos, la tendencia según países al recorte de las prestaciones de desempleo, la desaparición de las formas de salario indirecto,...
El capital necesita recuperar una parte de la caída de su tasa de ganancia provocada por la crisis mundial a través de la reducción de los salarios, el abaratamiento de los despidos y la distribución de la renta nacional, concentrando cada vez más partes de la misma en menos manos. Aunque ello conduzca a la agudización de la crisis capitalista, por la reducción de la capacidad de los trabajadores de acceder al mercado de consumo, es el medio más directo del que disponen los capitalistas para tratar de contrarrestar dicha caída de la tasa de beneficios.
Es obvio que ese modo de actuar del capital tiene un evidente carácter de clase. Como también lo es que expresa una agudización de la lucha de clases, al menos desde la posición de los capitalistas.
Pero que el proceso social, económico y político tenga un carácter de clase no quiere decir que, automáticamente, se exprese como un conflicto organizado desde los trabajadores contra el capital.
Ninguna clase social es revolucionaria por naturaleza. Son los procesos históricos los que les hacen o no tomar una dirección ascendente.
Por mucho que la clase trabajadora contenga dentro de sí las contradicciones fundamentales del capitalismo, éstas no poseen la potencialidad de expresarse políticamente más que en momentos históricos de graves crisis capitalistas, con el empobrecimiento de amplias capas de dicha clase y siempre que exista una dirección revolucionaria capaz de hacer madurar su conciencia como clase para sí y de dirigir la estrategia de las luchas.
Éste no es, desgraciadamente para la clase trabajadora, ese momento histórico. No digo que no pueda llegar a serlo pues los factores objetivos –la agudización de las contradicciones del capitalismo- están madurando aceleradamente, bien que aún no hayan llegado a su cenit, pero son los subjetivos, los que afectan a la conciencia de la necesidad de destruir el capitalismo y los de organización y dirección revolucionaria de la lucha los que aún están por aparecer.
La relación entre clase trabajadora y organizaciones de los trabajadores, sean éstas sindicales o políticas, es dialéctica. Una y otra interactúan entre sí. Una y otra son, a la vez, causa y reflejo.
Las organizaciones sindicales y las de las izquierdas políticas (salvo honrosas y más que contadas excepciones) están hoy dominadas por el derrotismo, el entreguismo, el guerracivilismo entre sus distintas corrientes, el marasmo y la descomposición política e ideológica, la ausencia de proyecto transformador (la mayor parte de ellas no aspiran al socialismo) y la carencia de visión y comprensión del significado real de esta crisis. La mayoría de ellas, tanto moderadas como “radicales” (pseudoizquierdistas) aún esperan inútilmente ver llegar al Séptimo de Caballería en forma de los discípulos de Keynes. Confunden el keynesianismo con la socialdemocracia cuando esta corriente de pensamiento nunca fue socialdemócrata sino la tabla contracíclica de salvación que el capitalismo se dio a sí mismo en el pasado y la socialdemocracia, en su claudicante y burguesa versión del socialismo (el de Kautsky y Bernstein) pretendían un gradualismo que cambiase cualitativamente la realidad social. Aproximarse a un socialismo, en el que en realidad no creían, a través de la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y de un poder social creciente de los mismos. La historia vino a demostrar que esta ilusión era vana pero los presupuestos de una y otra corrientes de pensamiento y sus propios objetivos no eran los mismos. Si finalmente se produjo la convergencia entre keynesianismo y socialdemocracia es porque ésta última dejó de ser socialdemócrata. Cuando apunto este hecho no es con la intención de salvar a una socialdemocracia asesinada por sí misma sino de señalar la trampa keynesiana, que sólo sirve para paralizar, esperando a Godot, la puesta en pie de otras esperanzas realmente revolucionarias que, por supuesto, no pasan por ninguna reedición de las versiones más progresistas de ninguna versión de la socialdemocracia.
La clase trabajadora en los países centrales del capitalismo acabó aceptando el capitalismo, no sin derrotas sangrientas de sus batallas, no sin grandes combates incluso reformistas, cuando encontró el sucedáneo de democracia social y económica a través del consumo y de cotas de bienestar que anteriores generaciones no habían conocido. Hay muchas otras razones de ello que no veo necesario explicar aquí pero tiendo a desterrar la de la traición si veo que puedo caer en el conformismo ak buscar la comprensión de los hechos.
Lo cierto es que la relación sindicato/partido –clase trabajadora produjo influencias mutuas en las que los primeros modelaron el deseo de transformación social de la segunda y ésta modeló los límites disidentes de los primeros hasta integrar en el capitalismo las luchas de unos y otra.
5.-Disculpen el breve inciso, enseguida vuelvo:
No se entiende de otro modo que la clase haya sido sustituida por el ciudadano, que la rabia revolucionaria haya sido suplantada por una “indignación” chata, interclasista y de dirección ideológica pequeñoburguesa. El movimiento de los indignados, con su expresión 15Mayista es el síntoma de la inexistencia de la voluntad revolucionaria de las izquierdas y la ausencia de una clase trabajadora del centro del escenario, que tampoco se siente representada por esos “indignados”, aunque ellos intenten apropiarse incluso de expresiones de la protesta que no son suyas ni les pertenecen, con el único fin de entregársela domesticada en forma de flashmob de sevillanas indignadas en alguna sucursal bancaria.
En este sentido es sintomático que “las izquierdas” indignadas llamen izquierda y socialdemocracia a un movimiento y a sus propuestas que, en su versión más “izquierdista y radical” es puro keynesianismo. Alguien debiera decirles que Keynes era un liberal, profundamente antilaborista y no digamos antibolchevique. Hacen verdad aquél viejo aserto de “cuanto más “izquierdistas” (en el sentido crítico que Lenin les aplica), más reformistas”. Sólo que, en la practica, por lo que defienden, el reformismo les queda demasiado a la izquierda.
Es significativo que últimamente algunos de esos “izquierdistas” indignados recurran como al pope Georgi Gapón como antecedente histórico de que un movimiento de signo no revolucionario puede dar lugar, por proceso de decantamiento, a otro auténticamente revolucionario, tratando de ocultar que desde su génesis hasta su evolución actual el 15M fue y continúa siendo una válvula de escape a las tensiones sociales que no camina en ningún sentido anticapitalista, salvo que el capitalismo se agote en cuestiones como los bancos, Bankia y Rato. ¡Qué cosa tan llamativa la “indignación” con lo particular del sistema capitalista y no con sus carácter general! De las relaciones sociales de producción para qué hablar, no sea que Coca-Cola (anuncio de la Roja con la Eurocopa), Movistar –detalle el de Sanex con el spot de las miles de manos hacia arriba, tan blancas y “neutras”- y el complejo mediático del capital dejen de insuflarles vida.
Decir que la Revolución rusa de 1905 fue dirigida por el pope Gapón sólo puede nacer de la mala fe tergiversadora de la historia o de la más absoluta ignorancia, señor Manuel Navarrete.
Confundir el “domingo sangriento” con la revolución rusa de 1905 es tomar el rábano por las hojas o la parte por el todo, como confundir al Pope Gapón, agente provocador al servicio del Departamento de Policía y la Ojrana (represora de los movimientos revolucionarios anteriores, de ese año y posteriores), que aparentemente pretendía abolir la autocracia zarista pero salvaba la figura de Nicolás II (los manifestantes del domingo 22 de Enero de 1905 llevaban retratos religiosos y del zar, que era precisamente la piedra angular de todo el sistema autocrático ruso), con la revolución rusa de 1905 es faltar a la verdad por omisión, señor Navarrete.
Los efectos sobre la población de la guerra ruso-japonesa, el hambre en las aldeas y las ciudades, la represión de las luchas por las libertades políticas y sindicales, de las demandas de las minorías étnicas, entre otros, fueron los antecedentes auténticos de la revolución rusa de 1905 y en ella se movían fuerzas muy distintas, sin conformar ningún único movimiento, y con sus propias reivindicaciones, desde las expresadas por la “intelligentsia” rusa, hasta las planteadas por los bolcheviques, pasando por los liberales, los eseristas o los propios mencheviques, por citar algunas fuerzas presentes en el momento histórico ruso de 1905. No había amalgama alguna, ni bloque común de objetivos, ni ocultamiento de la identidad, las banderas o los objetivos de cada organización.
Respecto al resto de las caricias que el señor Manuel Navarrete y algún otro tonto a las 4 dedica a mis artículos anteriores sobre el 15M correré un tupido velo, ya que la bajeza argumental que emplea, el tono de descalificación y ataque personal y la tergiversación de un argumento que elude las fuentes directas, resulta un juego tan sucio que responder a él supone caer en una bajeza que un revolucionario debe rechazar.
Sólo un apunte más sobre la cuestión en respuesta a los voceros del 15M. Criticar y rechazar ese movimiento no supone quedarse en casa, negarse a participar en las luchas (como si no hubiera otras que las “indignadas”) o limitarse al purismo revolucionario “desde el ordenador”. ¿Acaso el 15M tiene un derecho de pernada que le permite someter a todas las posiciones políticas y a todas las expresiones de la protesta social bajo su tutela? Lo pretende pero no lo logrará porque su pretensión hace evidente aquello, tan falangista, de “no somos de derechas ni de izquierdas”. El mero hecho de desenmascarar lo que representa ese movimiento es ya, en sí mismo, “activismo” (esa palabra que tanto les gusta) revolucionario.
Por otro lado, ¿acaso el 15M tiene el derecho de imponer silencio y acatamiento a la disidencia de su “indignado” movimiento nacional y ciudadano, so pena del linchamiento político al que someten al disidente insumiso, ellos tan omnipotentes y mediáticamente tan omnipresentes? Me parece que no, salvo que se conciba la “democracia real” como una forma de tiranía o de fascismo.
6.-¿Ven cómo no les engañaba? Volvamos al momento de la clase trabajadora y de sus organizaciones:
La crisis capitalista actual representa la muerte del pacto social, la regresión de las condiciones de vida de los trabajadores a siglos pretéritos y la creciente polarización entre poseedores y desposeídos, entre explotadores y explotados, entre trabajo (aún como potencia cuando se plasma en la figura del parado) y capital.
Eso es algo que han comprendido bien la clase trabajadora griega y sus organizaciones sindicales de clase y partidos revolucionarios, básicamente los comunistas, ya que Syriza no tardará en decepcionar si alcanza el gobierno. Sus componentes ideológicos y su visión de cambios desde el gobierno hacen muy difícil (no digo imposible) que esto no suceda. Ojalá me equivoque.
La persistencia de las huelgas con contenido combativo y político, decisivo para enfocarlas con un objetivo útil que no se agote al día siguiente de su realización, y la comprensión de los comunistas griegos de la necesidad de derrocar el sistema capitalista desde el poder social de clase, y no desde el parlamento (válido sólo como caja de resonancia de la protesta) o el gobierno, acabarán por dar sus frutos, por mucho que el apoyo expresado en las urnas (test puntual de apoyo político pero no necesariamente social) pueda expresar vaivenes e impasses e incluso retrocesos en un momento dado. Si la línea política es correcta, en un proceso de agravamiento de la crisis capitalista, acabará por imponer su hegemonía entre los trabajadores y sus aliados de clase. Allí no cupieron los “indignados” griegos. El PAME y el KKE desenmascararon su naturaleza en la Plaza de Syntagma.
Lo comprendieron también en su día los trabajadores franceses y sus organizaciones sindicales, especialmente en cuanto a tenacidad en las huelgas y a dirección inteligente de las mismas. Pero se enfrentaban todavía a un momento menos agudo de la crisis capitalista en Francia y a un menor grado de rabia y desesperación de sus trabajadores. Por otro lado, sus izquierdas, desde el PSF (menos claudicante que el PSOE y concitador desde España de menos odios, como todo lo que corresponde a lo que queda más lejos) hasta la diversa oferta trotskista, pasando por el PCF y su Frente de Izquierdas, aunque más combativos que sus homólogos españoles, siguen pensando en institucional. Será amarga la experiencia de gobierno. Por cierto, en Francia, tampoco parece que la franquicia indignada haya obtenido mucho rédito. La gente sabe si es de derechas o de izquierdas, por caducas que sean las izquierdas actuales.
En España, las huelgas generales llegan sin solución de continuidad. A lo largo de la historia del sindicalismo en el período “democrático” hemos visto la alternancia de días aislados gloriosos con largos períodos de silencio sindical, colaboración de clases y entreguismo sindical a costa de los trabajadores, con el objetivo de la permanencia del sindicalismo dentro de los espacios de influencia corporativa del Estado y de las grandes empresas.
Nadie se engañe. Frente a ese sindicalismo burocrático de concertación y pacto social no nos hemos encontrado más que minorías sindicales alternativas vociferantes pero poco combativas en la práctica, salvo momentos puntuales y excepciones honorables, hoy en su práctica totalidad entregada a la causa ciudadanista e interclasista de las plazas, de nuevo salvo honrosas salvedades.
Pero lo que durante los años 90 del pasado siglo fue la excepción española, con tasas de crecimiento casi asiáticas, siempre compatibles con otras cotas altas de paro y de desregulación del mercado de trabajo poco europeas, se ha convertido en “el invierno de nuestra desventura” como nación y en las horcas caudinas sobre los trabajadores.
Ningún cambio en la correlación histórica de la lucha de clases sucede de un modo rápido e inmediato, salvo que la acumulación de fuerzas haya vivido en el silencio de una actividad clandestina y esto no es así en el caso español.
Las respuestas de funcionarios (con enseñantes y trabajadores del Sistema Nacional de Salud a la cabeza), de trabajadores sometidos a EREs, de empleados de multinacionales y, en las últimas semanas de los heroicos mineros, son luchas todavía parciales y descoordinadas, sin una dirección estratégica general y con prácticas locales sindicales correctas pero carentes de una práctica estatal combativa y decente.
Más allá de lo que las burocracias sindicales representan como freno a las luchas, debemos ser conscientes de las limitaciones de sus bases sociales, a las que la angustia, el fatalismo y el miedo a la protesta frena su justa ira. Ello tiene una evidente expresión en la desorientación del movimiento sindical en su conjunto, oficial y alternativo, respecto al qué hacer en el presente.
De la izquierda política no cabe esperar nada mejor. Todo lo contrario. Su fuerza de base es aún menor, toda vez que nunca constituyó en el Estado español una fuerza organizada poderosa. Hoy, contando tanto las izquierdas de obediencia estatal a la izquierda del PSOE como las de ámbito identitario- nacionalista, es muy posible que no superen los 45.000 militantes; muchos de ellos viejos.
Ante este “estado del arte” uno tiene la tentación de desear la desaparición definitiva de dichas izquierdas, otra vez salvo honrosas excepciones. Pero, no nos engañemos, en ellas militan fuerzan sanas, revolucionarios auténticos y cuadros valiosos, que no están buscando, como Diógenes con un quinqué encendido a plena luz del día, qué hay del valioso en el mundo “indignado” sino que batallan por la construcción de un polo revolucionario y de la construcción de un proyecto comunista.
Poco decir que no haya dicho ya anteriormente en relación a la necesidad de reconstrucción de las izquierdas y específicamente del partido de los comunistas (2). Dicen que los tiempos de baja intensidad en las luchas son muy dados al pensamiento político y que los de combate son poco dados a la reflexión política. En todo caso, lo que yo pueda aportar sobre la orientación y la organización de la emancipación de los trabajadores no está exento de las limitaciones intelectuales que nos aquejan a los comunistas y a la izquierda revolucionaria. Ningún ser humano es una isla.
Pero si algo necesitan hoy la clase trabajadora y sus amigos es épica, ese tipo de esperanza heroica que atrapa nuestros corazones y nos lleva a emocionarnos con la justicia buscada por los Prometeos que anhelan en la igualdad la esperanza de un mañana sin opresión del hombre por el hombre.
Esa épica la representan, en este preciso instante, como en tantas ocasiones del pasado, los mineros, no sólo los asturianos o leoneses, sino también los andaluces, o los aragoneses, por citar sólo algunos ejemplos.
Es cierto, nadie lo niega, que las luchas de los mineros hoy representan, como ayer, la combatividad de un segmento de los trabajadores que se niega a desaparecer, como en los años 80 lo fueron los trabajadores de las grandes industrias del metal o de la naval, con aquella combatividad que nos llevo a muchos hijos de la clase obrera (distingo entre clase obrera y clase trabajadora. No soy el imbécil que mis enemigos de clase pretenden presentar) a expresar el orgullo de nuestra clase de pertenencia.
Caerán como cayeron los trabajadores de determinados sindicatos de las Trade Unions británicas ante el ataque liberal de la señora Tatcher pero lo harán con el mismo sentido del respeto a sí mismos y “ayudados” en su agonía por la indecencia de un movimiento “indignado” que cuando toca defender el empleo habla de Medio Ambiente y empresas contaminantes.
Pero en esa caída hacia un olvido que no se producirá, porque son parte de la vieja memoria de nuestra clase, habrán combate, el pálpito de la sangre transmitida de padres a hijos, la vieja cultura de la resistencia obrera, las múltiples y creativas formas de lucha (asambleas de trabajadores que no niegan a su clase sino que la afirman, cortes de carreteras, barrenazos contra “la madera” innoble, lanzamiento de cohetes, barricadas que cierran la calle pero abren el camino, solidaridades de madres, hijos, esposas, familias, pueblos, vecinos,...gentes que, como en el pasado volverán a echar maíz al paso de los esquiroles,...).
Los silicóticos, los hoy mal pagados, con salarios de la muerte de apenas 1.100 euros mensuales, los prejubilados ante la falta de horizontes de la mina y de sus cuencas, antes de tomarse el culín, volverán a gritarnos a la cara de nuestras cobardías y miedos el viejo caudal pulmonar del “Puxa Asturies, borracha y dinamitera”.
Sólo los malnacidos, los desinformados, los analfabetos políticos, aquellos sinsangre que jamás sintieron la empatía de su propia clase, el latir de los corazones valientes, la limpia belleza humana de los tiznados por el carbón que extraen a la tierra, a costa de sus vidas, el material de los milenios, pueden hoy ignorar el combate.
Como aquella muchacha de la agrupación socialista de Somorrostro que un día de 1918 escribió aquel artículo en “El Minero Vizcaíno” que le convirtió en Pasionaria para la historia y en una de los 100 militantes iniciales de aquel PCE, hoy la tarea, no de cualquier revolucionario, sino de cualquier ser humano con hambre y sed de justicia e igualdad, es estar al lado de los mineros, aquellos que mejor representan la rabia de nuestra clase y su voluntad de combate.
La semilla, que parece seca y arrugada, será mañana un nuevo fruto.
Y mañana, o dentro de unos días, que todo muda pero las ideas no son rápidas, más.
El combate que hoy nos abre el rescate del Estado español, sin eufemismos, no se resolverá con #15MpaRato sino con la voluntad de nuestra clase de construir sobre las ruinas del antiguo un mundo nuevo que será socialista o, por el contrario, otra variante más de la ley de la selva con algún listo de clase media resolviendo aquello del “qué hay de lo mío”
NOTAS:
(1) “La venus de las pieles”: Leopold von Sacher-Masoch. Una de las obras cumbres del inspirador de la tendencia masoquista.
(2) “POR UNAS IZQUIERDAS QUE NO NOS AVERGÜENCEN”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/12/por-unas-izquierdas-que-no-nos.html y “CONSTRUIR EL PRESENTE, DIBUJAR EL FUTURO”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/11/construir-el-presente-dibujar-el-futuro.html
22 de febrero de 2012
EN EL LABORATORIO DE LA PRODUCCIÓN BURGUESA
Alejandro Nadal. La Jornada
Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de la crisis global. Los economistas heterodoxos y post-Keynesianos han hecho importantes contribuciones. Pero parece que siempre se les queda algo crucial en el tintero. Las perspectivas de corte marxista sobre los orígenes y evolución de la crisis son claves para suplir estas lagunas y completar nuestra comprensión de la naturaleza de la crisis.
Los enfoques de Marx sobre las crisis del capital se encuentran diseminados en muchos trabajos (entre los que destaca la Contribución a la crítica de la economía política, los Gründrisse y, por supuesto El Capital y las Teorías sobre la plusvalía). Pero en todos existe un hilo conductor: la crisis no es una patología del capital, es resultado de las contradicciones que le definen como modo de producción históricamente determinado. La crisis está íntimamente ligada a la lucha de clases.
El descalabro en el sector de las hipotecas chatarra en Estados Unidos es sólo un eslabón en una cadena que arranca de acontecimientos que arranca en los años setenta con la caída en la tasa de ganancia en Estados Unidos y Europa. Ese fenómeno ha sido estudiado y corroborado por muchos autores, entre los que destacan Gérard Duménil y Dominique Lévy, Michel Husson, Anwar Shaikh, Fred Moseley, James Crotty y Robert Brenner. Un estudio econométrico interesante es el de Basu y Manolakos (scholarworks.umass.edu).
Las causas de esta caída en la tasa de ganancia son objeto de un acalorado debate. En todas las interpretaciones, la lucha de clases está presente. Algunos autores prefieren la interpretación en términos de un incremento en la composición orgánica del capital (mayor mecanización para incrementar la productividad), mientras que otros se inclinan por los incrementos en salarios o la relación entre trabajo productivo e improductivo.
Frente a la reducción en la rentabilidad, la clase capitalista reacciona con gran fuerza y busca por todos los medios reducir el salario real. En este proceso se desencadena una gran ofensiva en contra de los sindicatos a partir de 1971-73. Más tarde se complementa esto con la contratación temporal, la segmentación del proceso productivo, y hasta la colocación de plantas enteras en países con bajos costos laborales (eufemismo que significa salarios miseria).
La clase capitalista tuvo gran éxito en su ofensiva. El salario real se estancó desde los años setenta y la clase trabajadora tuvo que compensar esa pérdida con mayor endeudamiento. Para decirlo de otra manera, el salario dejó de ser importante y el endeudamiento le reemplazó como principal referente para la reproducción de la fuerza de trabajo. La medida del triunfo del capital está en la magnitud de la crisis global que hoy hunde a las economías capitalistas.
La reducción en la rentabilidad en los años setenta generó incentivos para la especulación en el sector financiero. Para el capital, la producción es un mal necesario; su sueño es pasar directamente a la rentabilidad sin tener que contratar trabajadores y comprar medios de producción. Por eso, según Marx, todas las naciones capitalistas son periódicamente presa de un deseo febril de producir ganancias sin tener que pasar por la producción. Pero faltaban los caminos para cumplir este deseo.
El colapso del sistema de Bretton Woods (de paridades fijas) aumentó el riesgo cambiario para los capitalistas, pero también abrió un enorme campo de acción para la especulación en los mercados de divisas. La liberalización financiera permitiría el pleno aprovechamiento de este terreno. Una consecuencia directa de esta combinación es el surgimiento del monstruo financiero que hoy domina no sólo a la política macroeconómica, sino que pone de rodillas a estados completos.
La interpretación marxista de la crisis entreteje una iluminadora narrativa que va desde la lucha de clases en el interior del laboratorio secreto de la producción burguesa (fórmula de Marx al iniciar su análisis del proceso de producción capitalista) hasta la circulación general y la expansión del sector financiero, pasando por la evolución de la tasa de ganancia y la inversión. Este análisis integra también el papel del Estado y del gasto público en la reproducción del ciclo del capital. Se comprende así la naturaleza suicida de las políticas de austeridad que hoy se imponen en beneficio del capital financiero.
Los problemas teóricos que ha enfrentado el análisis marxista, en especial en lo que se refiere al problema de la transformación de valores en precios de producción no debe impedir recurrir a la rica perspectiva analítica marxista para comprender la naturaleza de la crisis actual.
El capital tiene sus propias interpretaciones sobre sus crisis y ciclos. Están destinadas a facilitar la intervención en el terreno de la política económica. La perspectiva desde un análisis marxista tiene un objetivo diferente: revelar a la clase trabajadora las fuerzas con las que puede deponer y remplazar al capital.
Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de la crisis global. Los economistas heterodoxos y post-Keynesianos han hecho importantes contribuciones. Pero parece que siempre se les queda algo crucial en el tintero. Las perspectivas de corte marxista sobre los orígenes y evolución de la crisis son claves para suplir estas lagunas y completar nuestra comprensión de la naturaleza de la crisis.
Los enfoques de Marx sobre las crisis del capital se encuentran diseminados en muchos trabajos (entre los que destaca la Contribución a la crítica de la economía política, los Gründrisse y, por supuesto El Capital y las Teorías sobre la plusvalía). Pero en todos existe un hilo conductor: la crisis no es una patología del capital, es resultado de las contradicciones que le definen como modo de producción históricamente determinado. La crisis está íntimamente ligada a la lucha de clases.
El descalabro en el sector de las hipotecas chatarra en Estados Unidos es sólo un eslabón en una cadena que arranca de acontecimientos que arranca en los años setenta con la caída en la tasa de ganancia en Estados Unidos y Europa. Ese fenómeno ha sido estudiado y corroborado por muchos autores, entre los que destacan Gérard Duménil y Dominique Lévy, Michel Husson, Anwar Shaikh, Fred Moseley, James Crotty y Robert Brenner. Un estudio econométrico interesante es el de Basu y Manolakos (scholarworks.umass.edu).
Las causas de esta caída en la tasa de ganancia son objeto de un acalorado debate. En todas las interpretaciones, la lucha de clases está presente. Algunos autores prefieren la interpretación en términos de un incremento en la composición orgánica del capital (mayor mecanización para incrementar la productividad), mientras que otros se inclinan por los incrementos en salarios o la relación entre trabajo productivo e improductivo.
Frente a la reducción en la rentabilidad, la clase capitalista reacciona con gran fuerza y busca por todos los medios reducir el salario real. En este proceso se desencadena una gran ofensiva en contra de los sindicatos a partir de 1971-73. Más tarde se complementa esto con la contratación temporal, la segmentación del proceso productivo, y hasta la colocación de plantas enteras en países con bajos costos laborales (eufemismo que significa salarios miseria).
La clase capitalista tuvo gran éxito en su ofensiva. El salario real se estancó desde los años setenta y la clase trabajadora tuvo que compensar esa pérdida con mayor endeudamiento. Para decirlo de otra manera, el salario dejó de ser importante y el endeudamiento le reemplazó como principal referente para la reproducción de la fuerza de trabajo. La medida del triunfo del capital está en la magnitud de la crisis global que hoy hunde a las economías capitalistas.
La reducción en la rentabilidad en los años setenta generó incentivos para la especulación en el sector financiero. Para el capital, la producción es un mal necesario; su sueño es pasar directamente a la rentabilidad sin tener que contratar trabajadores y comprar medios de producción. Por eso, según Marx, todas las naciones capitalistas son periódicamente presa de un deseo febril de producir ganancias sin tener que pasar por la producción. Pero faltaban los caminos para cumplir este deseo.
El colapso del sistema de Bretton Woods (de paridades fijas) aumentó el riesgo cambiario para los capitalistas, pero también abrió un enorme campo de acción para la especulación en los mercados de divisas. La liberalización financiera permitiría el pleno aprovechamiento de este terreno. Una consecuencia directa de esta combinación es el surgimiento del monstruo financiero que hoy domina no sólo a la política macroeconómica, sino que pone de rodillas a estados completos.
La interpretación marxista de la crisis entreteje una iluminadora narrativa que va desde la lucha de clases en el interior del laboratorio secreto de la producción burguesa (fórmula de Marx al iniciar su análisis del proceso de producción capitalista) hasta la circulación general y la expansión del sector financiero, pasando por la evolución de la tasa de ganancia y la inversión. Este análisis integra también el papel del Estado y del gasto público en la reproducción del ciclo del capital. Se comprende así la naturaleza suicida de las políticas de austeridad que hoy se imponen en beneficio del capital financiero.
Los problemas teóricos que ha enfrentado el análisis marxista, en especial en lo que se refiere al problema de la transformación de valores en precios de producción no debe impedir recurrir a la rica perspectiva analítica marxista para comprender la naturaleza de la crisis actual.
El capital tiene sus propias interpretaciones sobre sus crisis y ciclos. Están destinadas a facilitar la intervención en el terreno de la política económica. La perspectiva desde un análisis marxista tiene un objetivo diferente: revelar a la clase trabajadora las fuerzas con las que puede deponer y remplazar al capital.
27 de enero de 2012
LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS BURGUESAS DEL CIUDADANISMO
Marcelo D. Cornejo Vilches. Kaosenlared.net
Fue Alfred Marshall quién en 1873 en su obra “El futuro de la clase obrera” planteó las bases de la vasta literatura en la que se funda el actual sustrato ideológico “ciudadanista” tan de moda en algunas regiones del planeta.
Sin embargo, es necesario recordar previamente que Alfred Marshall es parte principal de aquel movimiento teórico desatado por la burguesía decimonónica inglesa, contemporánea de Marx, la que se vio bastante complicada por el ascenso teórico y político del movimiento obrero, por lo que comenzó a buscar nuevos explicaciones para los problemas económicos poniendo proa a una singular campaña de silenciamiento y persecución de la teoría valor-trabajo y de la explotación capitalista para, de este modo, generar las condiciones de incorporación de los trabajadores al sistema político en un marco de progresiva participación en el consumo masivo que suponía la fe en el crecimiento del mercado capitalista. Si la Iglesia Católica había proscrito las teorías de Copérnico y había condenado a muerte a Galileo, la burguesía acometía similar crimen contra la teoría del valor y de Marx.
En esta perspectiva, aparecieron una serie de obras, entre las que destaca “Principios de Economía” (Alfred Marshall, Inglaterra 1890). El principal argumento de este libro se sintetiza en la idea de que todo comportamiento humano está presidido por el deseo de maximizar el placer obtenido de las cosas. Sería ocioso nombrar a la totalidad de teóricos que trabajaron tras este juicio, pero esencialmente todos convergieron en las siguientes conclusiones: a) La economía debía calcular matemáticamente la relación psicológica entre el hombre y las cosas. De esta manera se desarrolla el concepto de utilidad marginal. b) La sociedad se compone de individuos egoístas que buscan aumentar el placer que generan los bienes y maximizar sus ingresos monetarios. c) La economía deja de estudiar la producción y distribución desde el punto de vista de las relaciones sociales (hombre-hombre) y pasa a ocuparse del estudio de las relaciones entre hombre-cosa. Es decir, comienza a estudiar la actitud del hombre con necesidades ilimitadas frente a la ley de la escasez. Con esto desaparece el concepto de economía política y pasa a llamarse simplemente economía. En consecuencia, la ciencia económica pasa a estar presente en todos los dominios de la vida humana en tanto los hombres deban jerarquizar fines en un plano de necesidades ilimitadas y medios siempre escasos.
Pero además, Marshall subrayó la necesidad de contar con un fuerte sistema educacional cuyo fin último era dotar a los individuos de la suficiente capacidad analítica para discriminar y rastrear la información sobre los precios. Si se conoce la información, el individuo elige bien y el mercado funciona de manera óptima. El principal mecanismo de medición de precios es el dinero, sostenía A. Marshall, que “es con mucho una medición de motivos tan inmejorable que ninguna otra puede competir con ella”. Este principio económico extrapolado al ámbito político describe a una clase obrera camino hacia la desaparición frente al robustecimiento y profundización de la educación. La clase obrera terminaría convirtiéndose en una clase de caballeros que con mayor educación reclamarían su ciudadanía y participación en la toma de decisiones públicas.
El idealista y aristocrático Marshall afirmaba que los obreros se caracterizaban por soportar una carga de trabajo pesada y excesiva. A su juicio, los trabajadores están desarrollando “cada vez más una independencia y un respeto hacia sí mismos, y, con ello, un respeto cortés hacia los demás; están aceptando cada vez más los deberes privados y públicos de un ciudadano”. Agregaba que, “Cuando el avance técnico ha reducido el trabajo pesado a un mínimo y este mínimo se reparte en pequeñas proporciones entre todos, entonces, en tanto en cuanto las clases obreras son hombres que tienen que hacer ese trabajo excesivo, las clases obreras habrán desaparecido”.
La discusión sobre la ciudadanización quedó planteada en esos términos hasta que medio siglo más tarde otro Marshall, esta vez Thomas Humphrey Marshall, catedrático y director del Departamento de Ciencias Sociales en la London School of Economics, precisaría la relación entre economía y política iniciada por Alfred. Su magistral y fundacional Conferencia “Ciudadanía y Clase Social”, está construida en un contexto de épicas luchas por dotar a la sociología de estatus científico y académico dentro de las ciencias sociales. Su problemática derivaba de las aportaciones de Alfred Marshall y su método para entender la economía: la combinación de modelos matemáticos y la psicología.
Este destacado sociólogo inglés le respondía a Alfred en 1949 que “A riesgo de parecer un sociólogo típico, comenzaré proponiendo una división de la ciudadanía en tres partes, pero el análisis no lo impone, en este caso, la lógica, sino la historia. Llamaré a cada una de estas tres partes o elementos, civil, política y social. El elemento civil se compone de los derechos necesarios para la libertad individual: libertad de la persona, de expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos y derecho a la justicia. Éste último es de índole distinta a los restantes, porque se trata del derecho a defender y hacer valer el conjunto de los derechos de una persona en igualdad con las demás, mediante los debidos procedimientos legales. Esto nos enseña que las instituciones directamente relacionadas con los derechos civiles son los tribunales de justicia. Por elemento político entiendo el derecho a participar en el ejercicio del poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como elector de sus miembros. Las instituciones correspondientes son el parlamento y las juntas del gobierno local. El elemento social abarca todo el espectro, desde el derecho hasta la seguridad y a un mínimo bienestar económico al de compartir plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en la sociedad. Las instituciones directamente relacionadas son, en este caso, el sistema educativo y los servicios sociales.”(1)
En consecuencia para T.H. Marshall el concepto de ciudadanía tiene, por tanto, tres componentes: el civil, el político y el social. Los derechos civiles surgieron con el nacimiento de la burguesía, durante el siglo XVIII, en su lucha contra los privilegios de la aristocracia, y se fraguaron alrededor de la propiedad privada, la igualdad ante la ley, la libertad de comercio y de expresión. Los derechos políticos se alcanzaron a lo largo del siglo XIX con el acceso paulatino al sufragio universal, que reflejó en buena medida las reivindicaciones de la clase trabajadora, y por último, los derechos sociales a la educación, el trabajo, la salud y las pensiones se han ido adquiriendo a lo largo del siglo XX con el desarrollo del Estado de bienestar y la conquista de las reivindicaciones sociales.
Por consiguiente, la extensión de los derechos de ciudadanía reduce ciertas desigualdades sociales, especialmente las que van unidas al mercado, de tal manera que la posesión de la propiedad ya no es el determinante de su renta real. Esta se ve notablemente modificada por la redistribución de bienes y servicios a través del Estado. Los efectos de esa política darían pie a nuevas formas de consenso y cooperación social en una sociedad caracterizada por la división de clases y la economía de libre mercado.
Por eso, la teoría de la ciudadanía pone un énfasis especial en la igualdad, subrayando la importancia y el respeto a la dignidad humana más que a la igualdad material. Es partidaria y apoya la democracia y trata de extender el principio de la participación de los ciudadanos en todas las esferas de la vida pública y sobre todo en el mundo del trabajo. En este sentido, el Estado es considerado como un instrumento de armonía social, puesto que todos formamos parte de él y debe estar comprometido con nuestro bienestar.
Sin embargo, detrás de este corpus teórico está el “socialismo Fabiano” o “socialismo ético”, concepción ideológica caracterizada por: a) Un compromiso claro con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y la fe en el poder de las virtudes morales para perfeccionar a las personas y ennoblecer a las naciones. b) Sus representantes luchan por la igualdad de las condiciones sociales como fundamento del progreso y del respeto a la persona humana, base del desarrollo de los derechos del individuo, tanto civiles como políticos. c) Su sentido de la historia, su teoría de la personalidad y de la sociedad sitúan la motivación moral como el móvil principal de la conducta personal y de la organización social, pero son contrarios tanto al determinismo evolucionista liberal como al historicismo, porque los seres humanos son libres en cualquier circunstancia para forjar su propia historia, por tanto ni el socialismo es inevitable ni las conquistas sociales y políticas que se han alcanzado hasta hoy son irreversibles. Por eso consideran el proceso histórico como una lucha continua para alcanzar el desarrollo de sus principios morales. (Aquí enlaza con el relativismo cultural). En definitiva el socialismo Fabiano se propone avanzar en la aplicación de los principios del socialismo utópico mediante reformas graduales. En este sentido el socialismo deja de ser un movimiento revolucionario, para convertirse en “una etapa” en el desarrollo y la evolución tranquila y pacífica de las instituciones existentes. Por esta razón, los fabianos son partidarios de la propiedad pública de los medios de producción para acabar con el desorden económico y los abusos provocados por el capitalismo. También desean la extensión de la sanidad y la educación gratuita para todos los ciudadanos, así como la regulación detallada de las condiciones de trabajo para acabar con la lacra de la explotación infantil y los accidentes de trabajo.
¿Por qué es importante recordar los antecedentes teóricos del concepto “ciudadanía”?
En la actual coyuntura de lucha ideológica y de clases sociales es fundamental poner las cosas en su lugar.
Uno de los ejes de ofensiva teórica e ideológica de la burguesía en la sociedad dice relación con el concepto ciudadanía y ciudadanización de la política a contrapelo de la comprensión de la historia y la sociedad en perspectiva de lucha de clases. En este sentido, la ciudadanía vendría a ser un valor esencialmente democrático que trasciende las diferencias sociales y que “integra” a partir de “la diversidad”. Una “ciudadanía movilizada” puede forzar sin mayor costo social y sin violencia a los dueños del poder para conceder mayores espacios de participación y libertad. Tal como nos planteaba Alfred Marshall, para los “ciudadanistas” la clase obrera se ha ido diluyendo con el progreso cultural y tecnológico, perdiendo su sitial como gestor y motor de la historia universal. El ciudadanismo ha ido tomando diversos rótulos y formas, entre los más “de moda” ha estado el “movimiento de los indignados”, “los Foros Sociales”, “la sociedad civil”, “las multitudes”, “las ONGs”, “las clases medias”. Estos grupos auto organizados en lo local son la fuerza motriz que dirige la emancipación de la sociedad adaptándola de este modo a la lógica democrática. Se evita así el enfrentamiento directo con los centros de poder y sus fuerzas materiales y subjetivas. En consecuencia, los asambleístas y ciudadanos descubren que la política y la potencia del cambio social están en las calles, en los barrios, en la iniciativa popular, en las cooperativas y centros culturales.
Pero, al escarbar un poco más en la teoría ciudadanista nos encontramos con los preceptos básicos de la “economía moral”, sustancia básica de todo el discurso que pone como principal agente de cambio histórico al “ciudadano”. Este concepto fue elaborado por el historiador británico E.P.Thomson que a su vez es referencia fundamental de historiadores que actualmente sustentan la teoría ciudadanista como Gabriel Salazar. La “economía moral” es la base explicativa del comportamiento social frente a los problemas económicos e históricos tales como la inflación, el estancamiento, la cesantía. De aquí derivan las exigencias por “el derecho al trabajo”, “el salario ético”, “sueldos justos”, “precios justos”. Su entelequia reside en la equidad y justicia conseguidas por comunidades cuyos principios de cooperación mutua y subsistencia priman sobre la búsqueda individual de ventajas materiales. No se busca el beneficio a cualquier precio. En esta economía moral es esencial la “transparencia” conseguida con información oportuna y cualificada que, los individuos y comunidades, usan para escoger y elegir “el bien o el servicio” con menor impacto posible en las tradiciones, culturas, medio ambiente, etc. De este modo, tanto la independencia individual como la atomización local comunitaria en pequeños grupos, son objetivos a conseguir por sobre cualquier consideración colectivista que implique “alterar” las particularidades de cada individuo o comunidad. Por ejemplo, no se persigue apoyar proyectos sociales y políticos macros, tampoco se busca transformar la estructura social global, ni menos aún se busca la instalación o construcción de proyectos de desarrollo con carácter de clase, aún cuando estos persigan un aparente beneficio o bienestar colectivo. La “multitud”, ese gran espectro de individuos y comunidades locales carentes de esas pesadas cargas orgánicas y políticas propias de “los antiguos movimientos populares”, o “los antiguos movimientos obreros”, viene a reemplazar conceptualmente a la “antigua lucha de clases”, diluyendo y superando la heterogeneidad y desarticulación orgánica propias de aquellas individuos y comunidades que se rebelan o amotinan en defensa de la subsistencia o su nicho ecológico.
A este moralismo se le debe asociar también el “maltusianismo”, incluso cierto “catastrofismo milenario”, toda vez que es un mito arraigado en los círculos ciudadanistas y ecologistas, una supuesta progresión geométrica en el ritmo de crecimiento de la población en contraste y tensión con el aumento aritmético de los recursos para su supervivencia. Por esta razón, el nacimiento de nuevos seres humanos aumentaría la pauperización gradual de la especie humana e incluso podría provocar su extinción y catástrofe. A partir de aquí se deriva también la idea de construir “una economía solidaria” mediante la caridad y ayuda a los pobres “carentes de recursos”.
En esta misma línea debe asociarse también “el desarrollo sustentable” y “el capitalismo verde”, toda vez que el capital requiere ajustar mecanismos que aminoren el impacto degradador en los ecosistemas. De este modo, la necesidad de garantizar la acumulación y reproducción del capital a futuro, exige que el mercado enfrente la crisis ambiental creando ramas de producción y patrones de consumo “verdes y limpios”, todo lo cual permite dar una salida viable o “sustentable” a la crisis ambiental y energética en los marcos tradicionales del capitalismo. Todo esto por cierto, sin necesidad de recurrir a una profunda transformación en las relaciones sociales y de producción así como de las estructuras económicas. En este sentido este “capital sustentable” es un concepto de riqueza propio de la post modernidad que se propone un uso sostenible y racional de la naturaleza y el medio ambiente. De esta manera, por ejemplo, la actual crisis alimentaria es explicada por el excesivo consumo de algunos grupos humanos en detrimento de otros que se reproducen más aceleradamente. En esta concepción no se vislumbra como problema fundamental las leyes internas de la reproducción y ampliación de la acumulación del capital que destina una mayor proporción de medios de producción y mercancías a ramas que aseguran mayores cuotas de plusvalía y tasas de ganancia en detrimento de la satisfacción de necesidades sociales globales.
Pero, el moralismo económico de los ciudadanistas se ve robustecido con la antropología social en tanto se consagre como silogismo el conocimiento social obtenido por medio del rescate a las especificidades y particularidades antes ignoradas como hojarasca por el modernismo vanguardista, tales como las costumbres, relaciones parentales, medios de alimentación, salubridad, mitos, creencias y relaciones de los grupos humanos con el ecosistema. La búsqueda de lo particular previamente desechado por las estructuras omnipresentes será una de las cualidades que tanto florecimiento tendrá en la constelación post modernista.
Si combinamos las ideas anteriores con el post modernismo, pronto entenderemos nítidamente por qué el ciudadanismo es un subproducto ideológico esencialmente burgués. Y esto es así porque el post modernismo declara fracasados todos los proyectos históricos de emancipación global simplemente porque es imposible lograr la revolución. Bajo distintas condiciones históricas, todas las revoluciones o intentos revolucionarios fracasaron, nos interpelan los post modernistas. En consecuencia, desaparece todo compromiso con los grandes proyectos políticos. Los grandes relatos se hunden, las “vanguardias fracasadas y derrotadas” ya no pueden seguir tutelando a los “sujetos sociales de carne y hueso”. Se termina así con una de las facetas del modernismo a saber, el verticalismo histórico. Emergen así la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica, la desconfianza ante lo colectivo, la deslocalización comunitaria, la desconexión social, la virulencia de lo particular sobre lo general, el autoconocimiento por sobre el conocimiento colectivo.
Este marco ideológico sirve para el predominio del “relativismo cultural”, aquella actitud o análisis que se esfuerza por comprender la realidad a partir de las particularidades propias y profundas que cada cultura tiene. En este sentido, todos los puntos de vistas son válidos porque no existe un patrón moral o cultural superior a otro, pues los valores están determinados por el medio social y geográfico concreto en que surgen. Se combate así “el universalismo” al que tiende el modernismo y todos sus proyectos históricos globales asociados, incluyendo a las revoluciones y sus aspiraciones “totales” y finales. De este modo, los individuos juzgan a otros grupos en relación a su propia cultura o grupo particular. Se niega de esta manera la uniformización del modernismo. Por consiguiente, el contenido de lo que significa “racional” y lo “sensato” deja de tener validez universal. Cada cultura valora de acuerdo a su propia experiencia lo que es racional o sensato. ¿Tiene alguna cabida la revolución social, la lucha de clases, la política de la vanguardia en este tipo de concepción ideológica? No, simplemente porque a este relativismo moral le es muy fácil asociarle el “nihilismo existencial” donde nada tiene un valor o significado intrínseco y donde la vida, en tanto juego, tiene como único alcance válido lo “lúdico”, el azar y el hedonismo. Por esta razón hay que “deshacerse” de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes y utópicas como “la revolución”. Si se sigue por este camino, a los ciudadanos sólo les basta asumir que son ellos el poder de donde emana la soberanía para que puedan realizarse los cambios y deseos que reclaman. Esto viene a ser una posibilidad concreta, sin mayor costo social y compatible con la idea de que todo individuo puede conseguir sus propósitos con sólo desearlos. No vale la pena sacrificar la satisfacción existencial inmediata por proyectos ideológicos ya derrotados. Es mejor luchar por un petitorio de demandas concretas realizables aquí y ahora con el menor costo social posible.
Peor aún, si antes los partidos políticos cumplían el rol de conductores de los grandes movimientos de masas, hoy, bajo las concepciones deslocalizadoras y desuniversalizadoras, el vacío dejado por las vanguardias y partidos políticos es llenado por las ONGs, verdaderas vértebras de los movimientos ciudadanos. Sin embargo, las ONGs concebidas como estrategia amortiguadora de los conflictos sociales frente a las súper estructuras, que generan fuentes de trabajo e ingresos para numerosos intelectuales, profesionales y técnicos; pronto caen en lo que uno de los destacados políticos latinoamericanos aliado de las tesis ciudadanistas, el Canciller boliviano García Linera, denomina “oenegismo” o “enfermedad infantil del derechismo”. Esta descripción subraya cómo las ONG´s van absorbiendo y sistematizando una forma de pensamiento suplantadora de la sociedad, practicando una lógica prebendal de colonización de las dirigencias sociales. Al buscar suplantar el pensamiento y acción organizativa de los sectores populares, las ONGs consiguen defender diversos intereses asociados a la pequeño-burguesía, la burguesía y el imperialismo. Estas ONGs que se camuflan para servir de brazo operativo de intereses de clases específicos, usan el financiamiento obtenido “desinteresadamente” por diversas instituciones que impulsan la circulación de recursos “donados” por el capital con el fin de evitar la construcción práctica de nuevas estructuras de poder estatal antagónicas con los intereses de las burguesías y el capital.
Dada la imposibilidad de la revolución, la desaparición del universalismo totalizante, la crisis y derrota de los grandes relatos, no tiene ningún sentido plantearse el problema de los medios para realizar el cambio social. En este contexto, los largos y profusos debates en torno al papel de la violencia en la acción política o en la transformación social quedan ausentes por completo. Despareciendo de la discusión política modernista uno de los ejes centrales a saber, la revolución y el rol de la violencia, queda en la mesa instalada de manera incólume y solitaria la gran panacea del pacifismo. Dicho de otra manera, al desaparecer uno de los miembros de la ecuación, queda como válido el único sobreviviente, a saber, el pacifismo. El pacifismo como pilar sobreviviente en la vieja discusión cuando las revoluciones no eran cuestionadas, queda como única potencia alumbrando al ciudadanismo que, cándida y plácidamente, lo toma como fibra esencial de su praxis. La no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz pasan a constituir un repertorio programático recurrente en el ciudadanismo. A este respecto es necesario precisar que, si bien es cierto que los medios y métodos se valoran en función del proyecto político al que sirven, en perspectiva estratégica de lucha el problema no son los medios sino los fines a los que sirven. En este sentido, ¿a qué proyecto sirven el periodismo, la diplomacia, las campañas culturales, la objeción de conciencia, entre otras, en un ciudadanismo desvinculado de toda lógica de lucha de clases?
NOTAS Y FUENTES:
(1) MARSHALL, Th.; BOTTOMORE, T. (1998): Ciudadanía y clase social. Madrid. Alianza, p. 22-23
Fue Alfred Marshall quién en 1873 en su obra “El futuro de la clase obrera” planteó las bases de la vasta literatura en la que se funda el actual sustrato ideológico “ciudadanista” tan de moda en algunas regiones del planeta.
Sin embargo, es necesario recordar previamente que Alfred Marshall es parte principal de aquel movimiento teórico desatado por la burguesía decimonónica inglesa, contemporánea de Marx, la que se vio bastante complicada por el ascenso teórico y político del movimiento obrero, por lo que comenzó a buscar nuevos explicaciones para los problemas económicos poniendo proa a una singular campaña de silenciamiento y persecución de la teoría valor-trabajo y de la explotación capitalista para, de este modo, generar las condiciones de incorporación de los trabajadores al sistema político en un marco de progresiva participación en el consumo masivo que suponía la fe en el crecimiento del mercado capitalista. Si la Iglesia Católica había proscrito las teorías de Copérnico y había condenado a muerte a Galileo, la burguesía acometía similar crimen contra la teoría del valor y de Marx.
En esta perspectiva, aparecieron una serie de obras, entre las que destaca “Principios de Economía” (Alfred Marshall, Inglaterra 1890). El principal argumento de este libro se sintetiza en la idea de que todo comportamiento humano está presidido por el deseo de maximizar el placer obtenido de las cosas. Sería ocioso nombrar a la totalidad de teóricos que trabajaron tras este juicio, pero esencialmente todos convergieron en las siguientes conclusiones: a) La economía debía calcular matemáticamente la relación psicológica entre el hombre y las cosas. De esta manera se desarrolla el concepto de utilidad marginal. b) La sociedad se compone de individuos egoístas que buscan aumentar el placer que generan los bienes y maximizar sus ingresos monetarios. c) La economía deja de estudiar la producción y distribución desde el punto de vista de las relaciones sociales (hombre-hombre) y pasa a ocuparse del estudio de las relaciones entre hombre-cosa. Es decir, comienza a estudiar la actitud del hombre con necesidades ilimitadas frente a la ley de la escasez. Con esto desaparece el concepto de economía política y pasa a llamarse simplemente economía. En consecuencia, la ciencia económica pasa a estar presente en todos los dominios de la vida humana en tanto los hombres deban jerarquizar fines en un plano de necesidades ilimitadas y medios siempre escasos.
Pero además, Marshall subrayó la necesidad de contar con un fuerte sistema educacional cuyo fin último era dotar a los individuos de la suficiente capacidad analítica para discriminar y rastrear la información sobre los precios. Si se conoce la información, el individuo elige bien y el mercado funciona de manera óptima. El principal mecanismo de medición de precios es el dinero, sostenía A. Marshall, que “es con mucho una medición de motivos tan inmejorable que ninguna otra puede competir con ella”. Este principio económico extrapolado al ámbito político describe a una clase obrera camino hacia la desaparición frente al robustecimiento y profundización de la educación. La clase obrera terminaría convirtiéndose en una clase de caballeros que con mayor educación reclamarían su ciudadanía y participación en la toma de decisiones públicas.
El idealista y aristocrático Marshall afirmaba que los obreros se caracterizaban por soportar una carga de trabajo pesada y excesiva. A su juicio, los trabajadores están desarrollando “cada vez más una independencia y un respeto hacia sí mismos, y, con ello, un respeto cortés hacia los demás; están aceptando cada vez más los deberes privados y públicos de un ciudadano”. Agregaba que, “Cuando el avance técnico ha reducido el trabajo pesado a un mínimo y este mínimo se reparte en pequeñas proporciones entre todos, entonces, en tanto en cuanto las clases obreras son hombres que tienen que hacer ese trabajo excesivo, las clases obreras habrán desaparecido”.
La discusión sobre la ciudadanización quedó planteada en esos términos hasta que medio siglo más tarde otro Marshall, esta vez Thomas Humphrey Marshall, catedrático y director del Departamento de Ciencias Sociales en la London School of Economics, precisaría la relación entre economía y política iniciada por Alfred. Su magistral y fundacional Conferencia “Ciudadanía y Clase Social”, está construida en un contexto de épicas luchas por dotar a la sociología de estatus científico y académico dentro de las ciencias sociales. Su problemática derivaba de las aportaciones de Alfred Marshall y su método para entender la economía: la combinación de modelos matemáticos y la psicología.
Este destacado sociólogo inglés le respondía a Alfred en 1949 que “A riesgo de parecer un sociólogo típico, comenzaré proponiendo una división de la ciudadanía en tres partes, pero el análisis no lo impone, en este caso, la lógica, sino la historia. Llamaré a cada una de estas tres partes o elementos, civil, política y social. El elemento civil se compone de los derechos necesarios para la libertad individual: libertad de la persona, de expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos y derecho a la justicia. Éste último es de índole distinta a los restantes, porque se trata del derecho a defender y hacer valer el conjunto de los derechos de una persona en igualdad con las demás, mediante los debidos procedimientos legales. Esto nos enseña que las instituciones directamente relacionadas con los derechos civiles son los tribunales de justicia. Por elemento político entiendo el derecho a participar en el ejercicio del poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como elector de sus miembros. Las instituciones correspondientes son el parlamento y las juntas del gobierno local. El elemento social abarca todo el espectro, desde el derecho hasta la seguridad y a un mínimo bienestar económico al de compartir plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en la sociedad. Las instituciones directamente relacionadas son, en este caso, el sistema educativo y los servicios sociales.”(1)
En consecuencia para T.H. Marshall el concepto de ciudadanía tiene, por tanto, tres componentes: el civil, el político y el social. Los derechos civiles surgieron con el nacimiento de la burguesía, durante el siglo XVIII, en su lucha contra los privilegios de la aristocracia, y se fraguaron alrededor de la propiedad privada, la igualdad ante la ley, la libertad de comercio y de expresión. Los derechos políticos se alcanzaron a lo largo del siglo XIX con el acceso paulatino al sufragio universal, que reflejó en buena medida las reivindicaciones de la clase trabajadora, y por último, los derechos sociales a la educación, el trabajo, la salud y las pensiones se han ido adquiriendo a lo largo del siglo XX con el desarrollo del Estado de bienestar y la conquista de las reivindicaciones sociales.
Por consiguiente, la extensión de los derechos de ciudadanía reduce ciertas desigualdades sociales, especialmente las que van unidas al mercado, de tal manera que la posesión de la propiedad ya no es el determinante de su renta real. Esta se ve notablemente modificada por la redistribución de bienes y servicios a través del Estado. Los efectos de esa política darían pie a nuevas formas de consenso y cooperación social en una sociedad caracterizada por la división de clases y la economía de libre mercado.
Por eso, la teoría de la ciudadanía pone un énfasis especial en la igualdad, subrayando la importancia y el respeto a la dignidad humana más que a la igualdad material. Es partidaria y apoya la democracia y trata de extender el principio de la participación de los ciudadanos en todas las esferas de la vida pública y sobre todo en el mundo del trabajo. En este sentido, el Estado es considerado como un instrumento de armonía social, puesto que todos formamos parte de él y debe estar comprometido con nuestro bienestar.
Sin embargo, detrás de este corpus teórico está el “socialismo Fabiano” o “socialismo ético”, concepción ideológica caracterizada por: a) Un compromiso claro con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y la fe en el poder de las virtudes morales para perfeccionar a las personas y ennoblecer a las naciones. b) Sus representantes luchan por la igualdad de las condiciones sociales como fundamento del progreso y del respeto a la persona humana, base del desarrollo de los derechos del individuo, tanto civiles como políticos. c) Su sentido de la historia, su teoría de la personalidad y de la sociedad sitúan la motivación moral como el móvil principal de la conducta personal y de la organización social, pero son contrarios tanto al determinismo evolucionista liberal como al historicismo, porque los seres humanos son libres en cualquier circunstancia para forjar su propia historia, por tanto ni el socialismo es inevitable ni las conquistas sociales y políticas que se han alcanzado hasta hoy son irreversibles. Por eso consideran el proceso histórico como una lucha continua para alcanzar el desarrollo de sus principios morales. (Aquí enlaza con el relativismo cultural). En definitiva el socialismo Fabiano se propone avanzar en la aplicación de los principios del socialismo utópico mediante reformas graduales. En este sentido el socialismo deja de ser un movimiento revolucionario, para convertirse en “una etapa” en el desarrollo y la evolución tranquila y pacífica de las instituciones existentes. Por esta razón, los fabianos son partidarios de la propiedad pública de los medios de producción para acabar con el desorden económico y los abusos provocados por el capitalismo. También desean la extensión de la sanidad y la educación gratuita para todos los ciudadanos, así como la regulación detallada de las condiciones de trabajo para acabar con la lacra de la explotación infantil y los accidentes de trabajo.
¿Por qué es importante recordar los antecedentes teóricos del concepto “ciudadanía”?
En la actual coyuntura de lucha ideológica y de clases sociales es fundamental poner las cosas en su lugar.
Uno de los ejes de ofensiva teórica e ideológica de la burguesía en la sociedad dice relación con el concepto ciudadanía y ciudadanización de la política a contrapelo de la comprensión de la historia y la sociedad en perspectiva de lucha de clases. En este sentido, la ciudadanía vendría a ser un valor esencialmente democrático que trasciende las diferencias sociales y que “integra” a partir de “la diversidad”. Una “ciudadanía movilizada” puede forzar sin mayor costo social y sin violencia a los dueños del poder para conceder mayores espacios de participación y libertad. Tal como nos planteaba Alfred Marshall, para los “ciudadanistas” la clase obrera se ha ido diluyendo con el progreso cultural y tecnológico, perdiendo su sitial como gestor y motor de la historia universal. El ciudadanismo ha ido tomando diversos rótulos y formas, entre los más “de moda” ha estado el “movimiento de los indignados”, “los Foros Sociales”, “la sociedad civil”, “las multitudes”, “las ONGs”, “las clases medias”. Estos grupos auto organizados en lo local son la fuerza motriz que dirige la emancipación de la sociedad adaptándola de este modo a la lógica democrática. Se evita así el enfrentamiento directo con los centros de poder y sus fuerzas materiales y subjetivas. En consecuencia, los asambleístas y ciudadanos descubren que la política y la potencia del cambio social están en las calles, en los barrios, en la iniciativa popular, en las cooperativas y centros culturales.
Pero, al escarbar un poco más en la teoría ciudadanista nos encontramos con los preceptos básicos de la “economía moral”, sustancia básica de todo el discurso que pone como principal agente de cambio histórico al “ciudadano”. Este concepto fue elaborado por el historiador británico E.P.Thomson que a su vez es referencia fundamental de historiadores que actualmente sustentan la teoría ciudadanista como Gabriel Salazar. La “economía moral” es la base explicativa del comportamiento social frente a los problemas económicos e históricos tales como la inflación, el estancamiento, la cesantía. De aquí derivan las exigencias por “el derecho al trabajo”, “el salario ético”, “sueldos justos”, “precios justos”. Su entelequia reside en la equidad y justicia conseguidas por comunidades cuyos principios de cooperación mutua y subsistencia priman sobre la búsqueda individual de ventajas materiales. No se busca el beneficio a cualquier precio. En esta economía moral es esencial la “transparencia” conseguida con información oportuna y cualificada que, los individuos y comunidades, usan para escoger y elegir “el bien o el servicio” con menor impacto posible en las tradiciones, culturas, medio ambiente, etc. De este modo, tanto la independencia individual como la atomización local comunitaria en pequeños grupos, son objetivos a conseguir por sobre cualquier consideración colectivista que implique “alterar” las particularidades de cada individuo o comunidad. Por ejemplo, no se persigue apoyar proyectos sociales y políticos macros, tampoco se busca transformar la estructura social global, ni menos aún se busca la instalación o construcción de proyectos de desarrollo con carácter de clase, aún cuando estos persigan un aparente beneficio o bienestar colectivo. La “multitud”, ese gran espectro de individuos y comunidades locales carentes de esas pesadas cargas orgánicas y políticas propias de “los antiguos movimientos populares”, o “los antiguos movimientos obreros”, viene a reemplazar conceptualmente a la “antigua lucha de clases”, diluyendo y superando la heterogeneidad y desarticulación orgánica propias de aquellas individuos y comunidades que se rebelan o amotinan en defensa de la subsistencia o su nicho ecológico.
A este moralismo se le debe asociar también el “maltusianismo”, incluso cierto “catastrofismo milenario”, toda vez que es un mito arraigado en los círculos ciudadanistas y ecologistas, una supuesta progresión geométrica en el ritmo de crecimiento de la población en contraste y tensión con el aumento aritmético de los recursos para su supervivencia. Por esta razón, el nacimiento de nuevos seres humanos aumentaría la pauperización gradual de la especie humana e incluso podría provocar su extinción y catástrofe. A partir de aquí se deriva también la idea de construir “una economía solidaria” mediante la caridad y ayuda a los pobres “carentes de recursos”.
En esta misma línea debe asociarse también “el desarrollo sustentable” y “el capitalismo verde”, toda vez que el capital requiere ajustar mecanismos que aminoren el impacto degradador en los ecosistemas. De este modo, la necesidad de garantizar la acumulación y reproducción del capital a futuro, exige que el mercado enfrente la crisis ambiental creando ramas de producción y patrones de consumo “verdes y limpios”, todo lo cual permite dar una salida viable o “sustentable” a la crisis ambiental y energética en los marcos tradicionales del capitalismo. Todo esto por cierto, sin necesidad de recurrir a una profunda transformación en las relaciones sociales y de producción así como de las estructuras económicas. En este sentido este “capital sustentable” es un concepto de riqueza propio de la post modernidad que se propone un uso sostenible y racional de la naturaleza y el medio ambiente. De esta manera, por ejemplo, la actual crisis alimentaria es explicada por el excesivo consumo de algunos grupos humanos en detrimento de otros que se reproducen más aceleradamente. En esta concepción no se vislumbra como problema fundamental las leyes internas de la reproducción y ampliación de la acumulación del capital que destina una mayor proporción de medios de producción y mercancías a ramas que aseguran mayores cuotas de plusvalía y tasas de ganancia en detrimento de la satisfacción de necesidades sociales globales.
Pero, el moralismo económico de los ciudadanistas se ve robustecido con la antropología social en tanto se consagre como silogismo el conocimiento social obtenido por medio del rescate a las especificidades y particularidades antes ignoradas como hojarasca por el modernismo vanguardista, tales como las costumbres, relaciones parentales, medios de alimentación, salubridad, mitos, creencias y relaciones de los grupos humanos con el ecosistema. La búsqueda de lo particular previamente desechado por las estructuras omnipresentes será una de las cualidades que tanto florecimiento tendrá en la constelación post modernista.
Si combinamos las ideas anteriores con el post modernismo, pronto entenderemos nítidamente por qué el ciudadanismo es un subproducto ideológico esencialmente burgués. Y esto es así porque el post modernismo declara fracasados todos los proyectos históricos de emancipación global simplemente porque es imposible lograr la revolución. Bajo distintas condiciones históricas, todas las revoluciones o intentos revolucionarios fracasaron, nos interpelan los post modernistas. En consecuencia, desaparece todo compromiso con los grandes proyectos políticos. Los grandes relatos se hunden, las “vanguardias fracasadas y derrotadas” ya no pueden seguir tutelando a los “sujetos sociales de carne y hueso”. Se termina así con una de las facetas del modernismo a saber, el verticalismo histórico. Emergen así la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica, la desconfianza ante lo colectivo, la deslocalización comunitaria, la desconexión social, la virulencia de lo particular sobre lo general, el autoconocimiento por sobre el conocimiento colectivo.
Este marco ideológico sirve para el predominio del “relativismo cultural”, aquella actitud o análisis que se esfuerza por comprender la realidad a partir de las particularidades propias y profundas que cada cultura tiene. En este sentido, todos los puntos de vistas son válidos porque no existe un patrón moral o cultural superior a otro, pues los valores están determinados por el medio social y geográfico concreto en que surgen. Se combate así “el universalismo” al que tiende el modernismo y todos sus proyectos históricos globales asociados, incluyendo a las revoluciones y sus aspiraciones “totales” y finales. De este modo, los individuos juzgan a otros grupos en relación a su propia cultura o grupo particular. Se niega de esta manera la uniformización del modernismo. Por consiguiente, el contenido de lo que significa “racional” y lo “sensato” deja de tener validez universal. Cada cultura valora de acuerdo a su propia experiencia lo que es racional o sensato. ¿Tiene alguna cabida la revolución social, la lucha de clases, la política de la vanguardia en este tipo de concepción ideológica? No, simplemente porque a este relativismo moral le es muy fácil asociarle el “nihilismo existencial” donde nada tiene un valor o significado intrínseco y donde la vida, en tanto juego, tiene como único alcance válido lo “lúdico”, el azar y el hedonismo. Por esta razón hay que “deshacerse” de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes y utópicas como “la revolución”. Si se sigue por este camino, a los ciudadanos sólo les basta asumir que son ellos el poder de donde emana la soberanía para que puedan realizarse los cambios y deseos que reclaman. Esto viene a ser una posibilidad concreta, sin mayor costo social y compatible con la idea de que todo individuo puede conseguir sus propósitos con sólo desearlos. No vale la pena sacrificar la satisfacción existencial inmediata por proyectos ideológicos ya derrotados. Es mejor luchar por un petitorio de demandas concretas realizables aquí y ahora con el menor costo social posible.
Peor aún, si antes los partidos políticos cumplían el rol de conductores de los grandes movimientos de masas, hoy, bajo las concepciones deslocalizadoras y desuniversalizadoras, el vacío dejado por las vanguardias y partidos políticos es llenado por las ONGs, verdaderas vértebras de los movimientos ciudadanos. Sin embargo, las ONGs concebidas como estrategia amortiguadora de los conflictos sociales frente a las súper estructuras, que generan fuentes de trabajo e ingresos para numerosos intelectuales, profesionales y técnicos; pronto caen en lo que uno de los destacados políticos latinoamericanos aliado de las tesis ciudadanistas, el Canciller boliviano García Linera, denomina “oenegismo” o “enfermedad infantil del derechismo”. Esta descripción subraya cómo las ONG´s van absorbiendo y sistematizando una forma de pensamiento suplantadora de la sociedad, practicando una lógica prebendal de colonización de las dirigencias sociales. Al buscar suplantar el pensamiento y acción organizativa de los sectores populares, las ONGs consiguen defender diversos intereses asociados a la pequeño-burguesía, la burguesía y el imperialismo. Estas ONGs que se camuflan para servir de brazo operativo de intereses de clases específicos, usan el financiamiento obtenido “desinteresadamente” por diversas instituciones que impulsan la circulación de recursos “donados” por el capital con el fin de evitar la construcción práctica de nuevas estructuras de poder estatal antagónicas con los intereses de las burguesías y el capital.
Dada la imposibilidad de la revolución, la desaparición del universalismo totalizante, la crisis y derrota de los grandes relatos, no tiene ningún sentido plantearse el problema de los medios para realizar el cambio social. En este contexto, los largos y profusos debates en torno al papel de la violencia en la acción política o en la transformación social quedan ausentes por completo. Despareciendo de la discusión política modernista uno de los ejes centrales a saber, la revolución y el rol de la violencia, queda en la mesa instalada de manera incólume y solitaria la gran panacea del pacifismo. Dicho de otra manera, al desaparecer uno de los miembros de la ecuación, queda como válido el único sobreviviente, a saber, el pacifismo. El pacifismo como pilar sobreviviente en la vieja discusión cuando las revoluciones no eran cuestionadas, queda como única potencia alumbrando al ciudadanismo que, cándida y plácidamente, lo toma como fibra esencial de su praxis. La no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz pasan a constituir un repertorio programático recurrente en el ciudadanismo. A este respecto es necesario precisar que, si bien es cierto que los medios y métodos se valoran en función del proyecto político al que sirven, en perspectiva estratégica de lucha el problema no son los medios sino los fines a los que sirven. En este sentido, ¿a qué proyecto sirven el periodismo, la diplomacia, las campañas culturales, la objeción de conciencia, entre otras, en un ciudadanismo desvinculado de toda lógica de lucha de clases?
NOTAS Y FUENTES:
(1) MARSHALL, Th.; BOTTOMORE, T. (1998): Ciudadanía y clase social. Madrid. Alianza, p. 22-23
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