7 de octubre de 2016

CACHEMIRA, ENTRE LA PÓLVORA ISLAMISTA Y LA GUERRA


Higinio Polo. El viejo topo

Hace menos de un año, a finales de 2015, el primer ministro indio, Narendra Modi, acordó en Lahore con Nawaz Sharif, primer ministro pakistaní, iniciar nuevas rondas de conversaciones para pacificar Cachemira, escenario de un peligroso conflicto que se arrastra desde hace casi setenta años y que ha causado ya tres guerras entre los dos países.

La cita, convocada a iniciativa de Modi, suponía el primer encuentro tras más de diez años de ausencia del máximo responsable del gobierno indio en una visita oficial a Pakistán, y después de que el gobierno del Partido del Congreso, dirigido por el sij Manmohan Singh, paralizase, en 2008, las negociaciones entre los dos países, como represalia a los atentados de Bombay protagonizados por militantes islamistas pakistaníes que atacaron hoteles, estaciones de tren y hospitales, y que se enfrentaron al ejército en las calles de la ciudad, causando una matanza de casi doscientas personas.

En el fondo de ese complejo escenario regional, se encuentra la disputa territorial por Cachemira, una región de mayoría musulmana, poblada por unos doce millones de habitantes, que desde la partición de la vieja India británica en 1947 se halla dividida entre Delhi e Islamabad (además de una pequeña parte controlada por Pekín), con frecuentes enfrentamientos militares entre hindúes y pakistaníes hasta la firma de un alto el fuego en 2003. Sin embargo, pese a la iniciativa de Modi visitando Lahore, la situación se ha complicado mucho, alcanzando un grado de tensión desconocido en los últimos años. El conflicto tiene una dinámica propia, que arranca de la independencia de la India en 1947, y se ha agravado en distintos momentos por la división del viejo Pakistán en dos países, el actual y Bangla Desh. Las difíciles relaciones entre los hermanos y vecinos enemigos se han complicado desde que Pakistán consiguiese fabricar bombas nucleares en 1998, casi un cuarto de siglo después que la India. Por añadidura, la región es escenario de las disputas estratégicas entre Estados Unidos, China y Rusia, inmersas en la nueva configuración del Mar de la China Meridional y de la gran región que va desde la península indostánica hasta Asia central.

El islamismo radical pakistaní y los grupos yihadistas han extremado en los últimos años su fanatismo religioso, hasta el punto de atacar a la minoría chiíta en el propio Pakistán, y, también, de lanzar operaciones terroristas contra turistas extranjeros, como la que protagonizaron en junio de 2013, cuando comandos armados yihadistas ocuparon un hotel (en Diamer, Cahemira pakistaní) y asesinaron a nueve turistas. Las frecuentes incursiones de grupos islamistas y los frecuentes atentados que han causado centenares de muertos en los últimos años en territorio indio, que se añaden a la justificada protesta de la población cachemira por la actuación del ejército y la policía hindú y la dura represión con que responde el gobierno de Delhi al nacionalismo local, han impedido avanzar en la pacificación del territorio.

En octubre de 2014, ya con Modi en el gobierno indio, la tensión se acentuó y los combates entre ambos ejércitos causaron más de veinte muertos en la línea de separación entre las dos zonas de Cachemira, en los enfrentamientos más peligrosos de los últimos años, que llevaron incluso al gobierno pakistaní a lanzar una amenaza pública a Delhi, mientras el ministro de Defensa indio acusaba a Pakistán de haber lanzado una provocación deliberada. En agosto pasado, la tensión en la Cachemira india volvió a aumentar, y en los enfrentamientos entre manifestantes y el ejército indio murieron más de cincuenta personas, y varios centenares resultaron heridos, después de que la policía hindú matase a un miembro de Hizbul Mujahideen, una organización separatista cachemira que, según diversas fuentes, cuenta con miles de hombres armados, y a la que el gobierno indio califica de terrorista, además de sostener que mantiene lazos con los servicios secretos pakistaníes. La policía india ha sido acusada de actuar con extrema brutalidad contra los manifestantes y de recurrir incluso a la tortura, a los asesinatos y a violaciones de mujeres cachemiras.

A mediados de este mes septiembre, un numeroso grupo terrorista atacó instalaciones del ejército indio en Cachemira, matando a dieciocho soldados, acción que llevó a Modi a asegurar que India respondería con dureza para castigar a los responsables, acusando a Pakistán de ser el instigador y cómplice de los terroristas que causaron la matanza de Uri. El primer ministro pakistaní, Sharif, pese a condenar el atentado, justificó el ataque terrorista aduciendo que era “una reacción a las atrocidades cometidas por la India”. La respuesta de Delhi no se ha hecho esperar: la semana pasada, Delhi lanzó una operación de castigo contra la Cachemira pakistaní, bombardeando instalaciones terroristas, según declaró el alto mando del ejército matando a un número de muertos indeterminado de soldados pakistaníes. La escalada de la tensión ha llevado a Delhi a acusar a su vecino de ser un “estado terrorista”, y a sabotear los encuentros internacionales que tendrán lugar en Islamabad, mientras el gobierno pakistaní acusa a la India de cometer crímenes de guerra en la Cachemira hindú. Los enfrentamientos han alarmado a las cancillerías de las principales potencias que temen el estallido de una nueva guerra entre ambos países.

A diferencia de los últimos gobiernos del Partido del Congreso, el nacionalista Modi intenta crear una nueva dinámica de relaciones con Pakistán, aunque India permanece prisionera del pasado, y se niega a realizar concesiones sobre el estatus de Cachemira, segura de que, si lo hicieses, otras regiones indias con población musulmana seguirían el camino de las reivindicaciones nacionalistas, apoyadas por Pakistán. De hecho, el gobierno pakistaní defiende en los foros internacionales la autodeterminación de Cachemira, y apoya las reivindicaciones de los grupos políticos ultranacionalistas, al tiempo que organizaciones como Jamaat-e-Islami impulsan activamente una visión teocrática de Pakistán y de otras zonas musulmanas, como la Cachemira india.

Delhi ha conseguido que algunos países aliados, aunque de escaso peso político, como Bangla Desh y Bután, saboteen también algunas citas internacionales en la capital pakistaní, pero es consciente de que Islamabad va a continuar apoyando la acción de los grupos terroristas yihadistas, como ha hecho en Afganistán y en otras zonas conflictivas. Complica la persistente crisis cachemira la existencia de lazos cruzados entre Delhi e Islamabad con las principales potencias mundiales. Pakistán es un aliado norteamericano (a quien ha prestado excelentes servicios en la organización de redes terroristas en su enfrentamiento estratégico con Moscú), pero, al mismo tiempo, mantiene buenas relaciones con Pekín, quien, en su pragmática política exterior, intenta contribuir a la distensión regional con propuestas de colaboración económica a Delhi, convencida de que la paz favorece sus intereses estratégicos y su fortalecimiento económico. India, por su parte, mantiene los lazos históricos con Moscú, aunque escucha los cantos de sirena procedentes de Washington, que intenta atraerse a Delhi como aliado en su “giro a Asia” y en su política de contención hacia China. La histórica enemistad entre Delhi e Islamabad, el fracaso del acercamiento intentado por Modi, la conjunción de comandos armados terroristas, grupos ligados a Al Qaeda y otras organizaciones yihadistas, así como la acción de los temibles servicios secretos pakistaníes y la infiltración de espías y mercenarios de otros países, que actúan en el gran caos causado por Estados Unidos en Oriente Medio y se preparan para actuar en la nueva crisis del sudeste asiático, configuran una alarmante situación a la que se suma, de nuevo, el gran barril de pólvora de Cachemira.

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