Higinio
Polo. El viejo topo
Hace
menos de un año, a finales de 2015, el primer ministro indio,
Narendra Modi, acordó en Lahore con Nawaz Sharif, primer ministro
pakistaní, iniciar nuevas rondas de conversaciones para pacificar
Cachemira, escenario de un peligroso conflicto que se arrastra desde
hace casi setenta años y que ha causado ya tres guerras entre los
dos países.
La
cita, convocada a iniciativa de Modi, suponía el primer encuentro
tras más de diez años de ausencia del máximo responsable del
gobierno indio en una visita oficial a Pakistán, y después de que
el gobierno del Partido del Congreso, dirigido por el sij Manmohan
Singh, paralizase, en 2008, las negociaciones entre los dos países,
como represalia a los atentados de Bombay protagonizados por
militantes islamistas pakistaníes que atacaron hoteles, estaciones
de tren y hospitales, y que se enfrentaron al ejército en las calles
de la ciudad, causando una matanza de casi doscientas personas.
En
el fondo de ese complejo escenario regional, se encuentra la disputa
territorial por Cachemira, una región de mayoría musulmana, poblada
por unos doce millones de habitantes, que desde la partición de la
vieja India británica en 1947 se halla dividida entre Delhi e
Islamabad (además de una pequeña parte controlada por Pekín), con
frecuentes enfrentamientos militares entre hindúes y pakistaníes
hasta la firma de un alto el fuego en 2003. Sin embargo, pese a la
iniciativa de Modi visitando Lahore, la situación se ha complicado
mucho, alcanzando un grado de tensión desconocido en los últimos
años. El conflicto tiene una dinámica propia, que arranca de la
independencia de la India en 1947, y se ha agravado en distintos
momentos por la división del viejo Pakistán en dos países, el
actual y Bangla Desh. Las difíciles relaciones entre los hermanos y
vecinos enemigos se han complicado desde que Pakistán consiguiese
fabricar bombas nucleares en 1998, casi un cuarto de siglo después
que la India. Por añadidura, la región es escenario de las disputas
estratégicas entre Estados Unidos, China y Rusia, inmersas en la
nueva configuración del Mar de la China Meridional y de la gran
región que va desde la península indostánica hasta Asia central.
El
islamismo radical pakistaní y los grupos yihadistas han extremado en
los últimos años su fanatismo religioso, hasta el punto de atacar a
la minoría chiíta en el propio Pakistán, y, también, de lanzar
operaciones terroristas contra turistas extranjeros, como la que
protagonizaron en junio de 2013, cuando comandos armados yihadistas
ocuparon un hotel (en Diamer, Cahemira pakistaní) y asesinaron a
nueve turistas. Las frecuentes incursiones de grupos islamistas y los
frecuentes atentados que han causado centenares de muertos en los
últimos años en territorio indio, que se añaden a la justificada
protesta de la población cachemira por la actuación del ejército y
la policía hindú y la dura represión con que responde el gobierno
de Delhi al nacionalismo local, han impedido avanzar en la
pacificación del territorio.
En
octubre de 2014, ya con Modi en el gobierno indio, la tensión se
acentuó y los combates entre ambos ejércitos causaron más de
veinte muertos en la línea de separación entre las dos zonas de
Cachemira, en los enfrentamientos más peligrosos de los últimos
años, que llevaron incluso al gobierno pakistaní a lanzar una
amenaza pública a Delhi, mientras el ministro de Defensa indio
acusaba a Pakistán de haber lanzado una provocación deliberada. En
agosto pasado, la tensión en la Cachemira india volvió a aumentar,
y en los enfrentamientos entre manifestantes y el ejército indio
murieron más de cincuenta personas, y varios centenares resultaron
heridos, después de que la policía hindú matase a un miembro de
Hizbul Mujahideen, una organización separatista cachemira que, según
diversas fuentes, cuenta con miles de hombres armados, y a la que el
gobierno indio califica de terrorista, además de sostener que
mantiene lazos con los servicios secretos pakistaníes. La policía
india ha sido acusada de actuar con extrema brutalidad contra los
manifestantes y de recurrir incluso a la tortura, a los asesinatos y
a violaciones de mujeres cachemiras.
A
mediados de este mes septiembre, un numeroso grupo terrorista atacó
instalaciones del ejército indio en Cachemira, matando a dieciocho
soldados, acción que llevó a Modi a asegurar que India respondería
con dureza para castigar a los responsables, acusando a Pakistán de
ser el instigador y cómplice de los terroristas que causaron la
matanza de Uri. El primer ministro pakistaní, Sharif, pese a
condenar el atentado, justificó el ataque terrorista aduciendo que
era “una reacción a las atrocidades cometidas por la India”.
La respuesta de Delhi no se ha hecho esperar: la semana pasada, Delhi
lanzó una operación de castigo contra la Cachemira pakistaní,
bombardeando instalaciones terroristas, según declaró el alto mando
del ejército matando a un número de muertos indeterminado de
soldados pakistaníes. La escalada de la tensión ha llevado a Delhi
a acusar a su vecino de ser un “estado terrorista”, y a
sabotear los encuentros internacionales que tendrán lugar en
Islamabad, mientras el gobierno pakistaní acusa a la India de
cometer crímenes de guerra en la Cachemira hindú. Los
enfrentamientos han alarmado a las cancillerías de las principales
potencias que temen el estallido de una nueva guerra entre ambos
países.
A
diferencia de los últimos gobiernos del Partido del Congreso, el
nacionalista Modi intenta crear una nueva dinámica de relaciones con
Pakistán, aunque India permanece prisionera del pasado, y se niega a
realizar concesiones sobre el estatus de Cachemira, segura de que, si
lo hicieses, otras regiones indias con población musulmana seguirían
el camino de las reivindicaciones nacionalistas, apoyadas por
Pakistán. De hecho, el gobierno pakistaní defiende en los foros
internacionales la autodeterminación de Cachemira, y apoya las
reivindicaciones de los grupos políticos ultranacionalistas, al
tiempo que organizaciones como Jamaat-e-Islami impulsan activamente
una visión teocrática de Pakistán y de otras zonas musulmanas,
como la Cachemira india.
Delhi
ha conseguido que algunos países aliados, aunque de escaso peso
político, como Bangla Desh y Bután, saboteen también algunas citas
internacionales en la capital pakistaní, pero es consciente de que
Islamabad va a continuar apoyando la acción de los grupos
terroristas yihadistas, como ha hecho en Afganistán y en otras zonas
conflictivas. Complica la persistente crisis cachemira la existencia
de lazos cruzados entre Delhi e Islamabad con las principales
potencias mundiales. Pakistán es un aliado norteamericano (a quien
ha prestado excelentes servicios en la organización de redes
terroristas en su enfrentamiento estratégico con Moscú), pero, al
mismo tiempo, mantiene buenas relaciones con Pekín, quien, en su
pragmática política exterior, intenta contribuir a la distensión
regional con propuestas de colaboración económica a Delhi,
convencida de que la paz favorece sus intereses estratégicos y su
fortalecimiento económico. India, por su parte, mantiene los lazos
históricos con Moscú, aunque escucha los cantos de sirena
procedentes de Washington, que intenta atraerse a Delhi como aliado
en su “giro a Asia” y en su política de contención hacia China.
La histórica enemistad entre Delhi e Islamabad, el fracaso del
acercamiento intentado por Modi, la conjunción de comandos armados
terroristas, grupos ligados a Al Qaeda y otras organizaciones
yihadistas, así como la acción de los temibles servicios secretos
pakistaníes y la infiltración de espías y mercenarios de otros
países, que actúan en el gran caos causado por Estados Unidos en
Oriente Medio y se preparan para actuar en la nueva crisis del
sudeste asiático, configuran una alarmante situación a la que se
suma, de nuevo, el gran barril de pólvora de Cachemira.
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